Lecturas innecesarias 2

Manuel Jabois sigue desentrañando en El País el caso de La Manada, que ya apareció en el primer post de Lecturas innecesarias. En esta ocasión explica la penosa estrategia de defensa de los violadores y sus implicaciones socioculturales. Dice Jabois:

Hay más conclusiones de una estrategia así: si una chica practica sexo en grupo, si sale sola o si supera rápidamente sus traumas, es una víctima idónea para un violador. Y una conclusión escandalosa más: con cuanta menos libertad viva una mujer, más posibilidades tiene de ser creída si la violan. Es sabido que las mujeres son menos libres que los hombres por muchas razones, una de ellas para que los hombres no las violen; una defensa así trata de reducir aún más esas libertades para que, en el caso de que los hombres las violen, la justicia las crea.

Esto no tiene nada que ver con la presunción de inocencia de los acusados, sino con la presunción de culpabilidad de la denunciante.

-Este es el trailer de Batman Ninja, que se estrenará en Japón -y ojalá igual de pronto en el resto del mundo- durante 2018:

La historia entre The Dark Knight y Japón no es nueva. La trilogía de Christopher Nolan (Batman Begins, 2005; The Dark Knight, 2008 y The Dark Knight Rises, 2012) ya exploraba la relación entre Batman y el mundo de los ninjas. No hay demasiada información acerca de Batman Ninja aún, más allá de lo que se ve en el trailer, pero en estos artículos de Forbes y Nerdist se dan algunos detalles. Por cierto, en un libro de 2008 (Bat-manga!) el ilustrador y escritor Chip Kidd, uno de los diseñadores de portadas de libros más prestigiosos de Estados Unidos, recopiló toda la información que pudo -incluida una entrevista con el artistas responsable- acerca de una serie de mangas de Batman publicados en los años 60 en Japón. Compré un ejemplar en tapa dura (hay también edición paperback) hace unos años y es una joya para fans de Batman. Aquí hay una entrevista con Chip Kidd sobre el libro.

The New York Times reduce de 10 a 5 los artículos que pueden leerse de manera gratuita en su site. El periodista Ismael Nafria explica el cambio en su newsletter semanal. En este otro artículo de su blog, Nafria, autor de un estupendo libro (que pueden descargar de forma gratuita en el link) sobre evolución digital de The New York Times, analiza el incremento sostenido de suscriptores digitales del diario. Chequen este gráfico incluido en su artículo:

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Número de suscriptores digitales de The New York Times trimestre a trimestre 2011-2017

-Esta historia sobre el negocio de sandwiches en Reino Unido, publicada en la serie The long read del Guardian, es fascinante. Aquí un dato para abrir boca:

According to the British Sandwich Association, the number grows at a steady 2% – or 80 million sandwiches – each year. The sandwich remains the engine of the UK’s £20bn food-to-go industry, which is the largest and most advanced in Europe, and a source of great pride to the people who work in it. “We are light years ahead of the rest of the world,” Jim Winship, the head of the BSA, told me.

-El periodista Manuel Llorente entrevista a uno de mis ensayistas favoritos, el español Rafael Sánchez Ferlosio (de quien hablaba ayer en este otro post titulado Tener razón no es suficiente). Sánchez Ferlosio tiene ya 90 años y cuando Llorente le pregunta por una biografía sobre él próxima a publicarse, responde (la negrita es de Llorente):

Me mandaron el libro, el original, antes de que se publicara. Me cabreó. Esos libros son para los que ya están muertos. Pero no he leído ni una línea. Ha fisgado mucho [J. Benito Fernández], ha encontrado personas fáciles de palabra y opinión, y eso es intolerable. Pero estuvo bien que me lo haya mandado, eso es de caballero. Pero no he leído ni una línea. Ya leo poca cosa. Ya no leo de casi nada..

-He estado revisando el caso Louis C.K. para escribir algo en algún momento. Si bien he recomendado en Twitter ya varios artículos sobre el tema, este de la periodista Alexandra Schwartz en The New Yorker, que he vuelto a leer, me sigue pareciendo uno de los mejores. Schwartz realiza una devastadora reseña -a la luz de las denuncias contra el cómico- de I Love You, Daddy, la película que C.K. escribió, dirigió, protagonizó y produjo con su propio dinero y que probablemente nunca podramos ver. La idea principal del texto de Schwartz es el nivel de impunidad que debía sentir Louis C.K. para tocar en su obra -tanto en la película como en sus stand-up y series- los mismos hechos de que era acusado. Es ese detalle particular el que hace, a mi modo de ver y también el de Schwartz, que el caso de Louis C.K. sea tan perturbador. Dice la autora:

Like so many of Louis’s standup jokes that purport to skewer the grossness of men, it could only have been made by a person confident that he would never have to answer for the repulsive things he’s long been rumored to have done, let alone be caught—if I may borrow a choice word from the recently disgraced Leon Wieseltier—in a major moment of public “reckoning.”

-El periodista Philip Bump de The Washington Post ha hecho un cálculo del tiempo que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, pasa viendo Fox News. El resultado es inquietante. Aquí el gráfico que acompaña el análisis:

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-Otra periodista de The Washington Post, y una de mis héroes personales, la ex defensora del lector de The New York Times Margaret Sullivan, analizaba hace unos días la trampa que el site de ultra derecha Project Veritas tendió a The Washington Post, cuando intentó plantar una falsa víctima de abuso sexual (mencioné el caso en Lecturas innecesarias 1). Sullivan hace especial hincapié en la necesidad de transparencia y pedagogía sobre el método periodístico de lo medios de cara a su audiencia:

Newspeople used to joke that readers should never be allowed to see how the sausage is made. Now we need to show that messy process as clearly as possible. Our very credibility depends on it.

-La periodista Meghan McCarron analiza en esta estupenda pieza para Eater las múltiples manifestaciones de machismo que forman parte del día a día del mundo gastronómicoLas potentes ilustraciones que acompañan el artículo de McCarron son de la artista Kelsey Borch. Escribe McCarron (las negritas son mías):

In other words, male chefs are considered cultural influencers because the cooking they do is seen as fundamentally more skilled — and more important — than the cooking done in the home by women. (Ina Garten may be famous, but few in our culture would consider her an artist, or a visionary, however short-sighted that opinion is.)

(…)

The practice of naming a restaurant after a female relative, or extolling “grandma cuisine,” functions as a way of gaining the authenticity associated with home cooking, while also distancing male chefs’ work from both the domestic arts and cooking by female chefs. According to Harris, when male chefs cite this kind of domestic inspiration, and the media uncritically reports it, “there’s a pattern to chef myth-making, a common trope where he would become inspired by women and by their cooking, but he would surpass it, and transform it into something worthy of attention and praise.”

-El periodista Chris Kissel escribe para L.A. Weekly un reportaje acerca de cómo la música chicha peruana está ganándose un lugar en la escena latina californiana. El reportaje cuenta también la historia e influencia de José Luis Carballo, un guitarrista que tocó con varios grupos fundamentales de la música peruana de los últimos 30 años -Los Destellos, Los Mirlos, Los Hijos del Sol y Chacalón y la Nueva Crema- antes de mudarse a Los Ángeles en 1991.

Este es José Luis Carballo:

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Fotografía de Danny Liao para L.A. Weekly

Tener razón no es suficiente

Desde hace ya un buen tiempo, una popular radio peruana ha convertido en su lema la frase «Porque tu opinión importa». La frasecita no es sino un paso más allá del famoso «todas las opiniones se respetan». El dicho original, si se piensa con cuidado, no es sino un malentendido.

Una opinión no se respeta: o se está de acuerdo con ella o se discute. Quien merece respeto es la persona que la expresa, pero ese respeto -o consideración- no tiene por qué alcanzar necesariamente a la idea expresada. Cuando se trata de opiniones, a mí me gusta mucho más el dicho anglosajón: las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene una y la mayoría apesta.

El problema aquí no es que una radio deseosa de llenar espacio al aire con contenido gratuito abra el micrófono para que sus oyentes llamen a decir lo que les plazca, el problema es que la mayoría de columnistas o analistas en Perú y buena parte de la prensa hispanoamericana parece haber hecho suyo el lema.

Hace un tiempo, cuando todavía era editor de un periódico y mantenía una columna semanal, lancé un reto a mis amigos y seguidores en Twitter y Facebook: «Enumeren articulistas o columnistas en prensa peruana que habitualmente citen informes, estudios, libros, artículos». El silencio con que fue recibida mi inocentada –incluso los pocos que respondieron no pudieron aportar nombres– fue a la vez triste y revelador. Me atrevo a pensar que el mismo reto lanzado en España, México o Argentina daría resultados similares.

No es que confunda erudición con argumentación, pero la búsqueda de fuentes documentales es, desde mi punto de vista, al menos un signo de curiosidad; de haber intentado siquiera escapar al ombliguismo dominante.

Cuando leo a los nombres recurrentes de la opinología en mi país, pero también en la mayoría de medios en castellano, pienso en las palabras del escritor español Rafael Sánchez Ferlosio (en la foto de cabecera), quien en un ensayo de 2002 escribía: «nada hay más peligroso para uno que estar cargado de razón ni nadie más peligroso para los demás que el que está cargado de razón».

La mayoría de opinólogos pareciera enfrentarse a la página en blanco «cargado(s) de razón», sin saber o siquiera plantearse que no basta con tener –o creer que se tiene– razón, sino que es indispensable demostrarlo. Sin entender o siquiera plantearse aquello que escribió Christopher Hitchens a propósito de George Orwell:

Pero lo que Orwell demostró, gracias a su compromiso con el lenguaje como socio de la verdad, es que las ‘opiniones’ en realidad no importan; lo que importa no es lo que piensas sino cómo lo piensas.

Tener razón sin argumentar por qué no significa nada. De hecho, esa carencia significa, casi siempre, que no tienes razón. Pero, hoy, basta echar un vistazo a las páginas de Opinión en diarios y sites de medios, pareciera que argumentar se ha convertido en un trámite tan innecesario como, para muchos, frenar el auto delante de un paso de cebra. Total, qué más da llevarse unas cuantas verdades o personas por delante.

No sé ustedes, pero yo estoy harto de personas que piensan que abrazar causas que creen justas es un salvoconducto -o, peor, una excusa- para desactivar la necesidad de argumentar y contemplar matices en cualquier discusión. La supuesta justicia de una causa puede resultar evidente para uno, pero no para el vecino. Es por ello, no solo pero sobre todo, que hace falta abundar en argumentos.

Mi hartazgo crece de forma exponencial cuando esa ausencia de argumentos y matices excede al intercambio amateur de redes sociales y se instala en la prosa de periodistas, analistas o escritores, cuya labor profesional pasa, o debería pasar, precisamente por elaborar argumentos.

Escribir en una tribuna en medios -impresos o digitales- es, siempre, participar de la discusión pública, aunque haya autores que prefieran olvidarlo. Como olvidan que esa discusión exige unos mínimos de altura y complejidad que, lastimosamente, muy pocos parecen estar dispuestos a respetar.

Las redes sociales nos han hecho creer a todos que nuestras opiniones, ceñidas a 140 -o 280- caracteres, aderezadas con un meme o un gif y atadas a un hashtag, son indispensables para la supervivencia de la Humanidad, aun cuando no las sustenten ni un solo dato o el más mínimo esfuerzo de entendimiento.

Que el ciudadano de a pie, cuyo salario o recibo por honorarios depende de cualquier otra actividad, crea que Facebook y Twitter no pueden vivir sin su última ocurrencia genial, bueno, qué le vamos a hacer.

Que personas a las que se les paga por opinar con conocimiento de causa rebajen el debate público a una discusión de borrachos a las cuatro de la madrugada, a la que solo le falta el «yo te aprecio» o un «no sabes con quién estás hablando, conchetumare«, resulta empobrecedor, triste y exasperante.

*Una versión anterior de este texto, con otro título, fue publicada el 15 de agosto de 2016 en Perú21.