Mostrar o no mostrar imágenes violentas: un apasionante debate periodístico

El atentado de Barcelona del pasado 17 de agosto ha reabierto un viejo y fascinante debate: ¿deben o no publicar imágenes violentas los medios de comunicación?

El escritor Juan Soto Ivars -columnista de El Confidencial y autor del recientemente publicado Arden las redes planteaba esta duda en Twitter a la mañana siguiente de que un terrorista de ISIS (o DAESH) al volante de una furgoneta lanzara el vehículo contra una multitud en Las Ramblas de Barcelona, matara a 14 personas y dejara un centenar de heridos:

Para aquellos que no lo recuerden, Aylan Kurdi era un niño sirio de tres años que murió ahogado a principios de setiembre de 2015 cuando él, su hermano y sus padres intentaban llegar a la isla griega de Kos a bordo de una lancha. La embarcación se volteó, y Aylan, su hermano Ghalib y su madre Rehan murieron. Solo sobrevivió el padre de familia, Abdullah. Los cuatro huían de la guerra en Siria junto a otros refugiados.

La fotógrafa Nilüfer Demir, de Doğan News Agency (DHA), llegó a la localidad turca de Bodram el 2 de setiembre de 2015 poco antes de las 6.00 am y se encontró con el cuerpo inerte de Aylan en la playa. «En ese momento, cuando vi a Aylan Kurdi de tres años, me quedé petrificada», explicó Demir en una entrevista días después. «Aylan Kurdi estaba muerto, tumbado bocabajo en la orilla, con su camiseta roja y sus pantalones cortos azules doblados a la cintura. Lo único que podía hacer era lograr que se escuchara su clamor», concluía la fotógrafa. Sus fotos, distribuidas por Reuters y Associated Press, se publicaron en medios de todo el mundo y se viralizaron rápidamente en redes sociales.

Esta es una de las fotos que tomó Demir, quizá la más conocida:

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Foto de Nilüfer Demir. Doğan News Agency

Pese a que en un primer momento hubo un debate sobre la necesidad y pertinencia de publicar las fotos, tanto medios como activistas y una parte del público llegaron al consenso de que era necesario publicar las imágenes de Aylan muerto en la playa. El 3 de setiembre de 2015, diarios de todo el mundo publicaron alguna de las fotos tomadas por Nilüfer Demir en portada:

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Collage realizado por @VoxEuropFR

De las muchas respuestas que recibió Soto Ivars a su pregunta, una de las más interesantes fue la de Barbara Celis, periodista española residente en Taiwan y colaboradora de medios como El País, National Geographic, El Confidencial, entre otros.

El hilo de respuesta de Celis empezaba así:

Lo he convertido en bloques de texto corrido y editado ligeramente para facilitar su lectura:

A mí como periodista me cabrea que la prensa trate de emular la inmediatez de las redes sociales mostrando todo lo que escupen las redes, sin filtro. Porque hoy la prensa debería tener claro que su cometido es otro, es la información, no el espectáculo y videos de cualquiera diciendo cosas que no son ni ciertas.

La prensa no es las redes, y no debería ponerse al nivel de las redes. Debería cuidar sus contenidos, no dar pie a confusión. No alimentar el morbo, ofrecernos información, no espectáculo. Es un error prescindir de la figura ‘editor’ que debería tener aún la prensa.

Y, ojo, no hablo de censura, hablo de edición, que es un concepto diferente que todo periodista creo que entiende. Yo no censuro las redes. Si hay basura que no te gusta te toca aguantar, pero creo que la prensa debería tener otro papel en esta situación. Probablemente por estas cosas los periodistas perdemos respeto y la prensa pierde autoridad y las redes siguen creando adicción.

Las negritas son mías.

Volveré sobre la clave del argumento de Celis, esa mala imitación que hace la prensa de la inmediatez que caracteriza a las redes sociales, más adelante.

La duda de Soto Ivars venía a cuento del rechazo expresado por miles de usuarios de redes sociales hacia los medios que publicaban imágenes de las víctimas de los atentados de Barcelona. El rechazo iba dirigido, sobre todo, contra las portadas de las ediciones impresas del viernes 18 de agosto, que los diarios habían compartido en sus páginas web y cuentas de redes sociales durante la tarde-noche del jueves 17, a las pocas horas del atentado.

Como relata en este artículo Alfredo Murillo, editor jefe de Buzzfeed España, el rechazo fue tal que miles de usuarios aplaudieron a través de comentarios, retuits y likes la supuesta decisión de un supermercado de la comunidad catalana de Alp, que, según la imagen posteada en Twitter por @XaviSerrano1, había optado por no vender «algunos diarios con portadas sensacionalistas y explícitas».

Un tuit posterior de otra cuenta, que utiliza la misma imagen, acumula más de 11 mil retuits y más 15 mil likes:

En otro tuit la misma Bárbara Celis señalaba un hilo de Francesc Pujol, director del Centro MRI (Media, Reputation and Intangibles) y del Programa de Economics, Leadership & Governance de la Universidad de Navarra. Pujol ofrecía una larga argumentación contra la publicación de imágenes de lo ocurrido en Barcelona, que fue secundada por muchos usuarios en Twitter:

En su larguísimo hilo de Twitter –vale la pena leerlo enteroPujol decía que el rol de las fotos de conflictos en prensa, al tener carga política, no es otro que el de fungir de propaganda. Es por eso, dice Pujol, que el debate «no está en si hay que mostrar o no fotos de muertos por atentados, en general, sino del sentido que tienen en cada caso».

Y en ese sentido, según Pujol, «mostrar a los muertos de Barcelona, aquí y ahora es derrota. Es un paso atrás que nos debilita. La imagen en conflictos es propaganda. Porque tiene la fuerza que no da el texto. La imagen crea sentimientos. Mostrar a los muertos es mostrar la derrota en la batalla«.

Es por eso, de nuevo según Pujol, que «aquellos que dicen que mostrar la muerte es lo que Europa necesita para despertarse y luchar contra el islamismo creo que se equivocan. Porque es minoritario: ahora el pavor gana a la indignación».

Ante la supuesta inconsistencia de abogar a la vez por mostrar a Aylan y por no mostrar las imágenes de Barcelona, Pujol insiste: «No hay inconsistencia. De nuevo lo importante es valorar el impacto político que genera la imagen. Es propaganda. La imagen de niño muerto es el summum de la propaganda de guerra. Porque es la esencia de la inocencia. Es víctima. Y se contagia a su bando».

En un tuit posterior Francesc Pujol, ante la pregunta de otro usuario de Twitter, resumía su posición señalando que publicar imágenes de atentados era «hacernos propaganda de guerra contra nosotros, porque nos debilita al desmoralizarnos».

La razón para publicar la imagen de Aylan -y lo que la distingue de las imágenes de lo ocurrido en Barcelona- es, según Pujol, que esa foto «nos hizo entender que [los refugiados sirios] eran víctimas«.

Otra respuesta parecida a la de Pujol, menos articulada pero casi idéntica en el fondo, consiguió eco en muchísimos usuarios de Twitter:

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No he conseguido dar con el comment de Facebook original, pero he visto esa captura de pantalla repetida en muchísimos tuits. Seguramente ustedes también. Según pude encontrar, el primer tuit fue este, que acumula más de 28 mil retuits y más de 30 mil likes:

https://twitter.com/SorginDoc/status/898492339966140417

Los argumentos de Pujol y la -o el- comentarista anónima de Facebook no coincidían solo en las diferencias utilitarias entre mostrar la foto de Aylan y mostrar las fotos de los atentados de Barcelona. Coincidían también en su acusación a la prensa, «que solo busca morbo«.

Pujol elaboraba un poco más sobre esto último: «En el lado de las malas noticias, la prensa no nos va a ayudar mucho en esta tarea. Porque tiene su propia guerra de supervivencia (…) La prensa sabe que la imagen de la muerte genera mucha más reacción que la discreción. Y siempre encontrará argumentos y aliados para vestir su necesidad de conseguir visitas con nuestro morbo impulsivo y contraproducente«.

Si uno, como periodista, asumiera la idea del oficio que exponen Pujol y la comentarista anónima de Facebook, no tendría más remedio que capitular y tomar decisiones editoriales en función de la conveniencia para la causa elegida, en función de la utilidad política de las imágenes (y, por qué no, de cualquier artefacto periodístico). Y, por supuesto, ese no es el trabajo de la prensa. Así como el trabajo de los medios no es poner o quitar presidentes, tampoco es ganar o perder guerras.

Ya he escrito en otra ocasión sobre lo peligroso que es que los periodistas nos convirtamos en cruzados, que supeditemos la construcción de la narrativa noticiosa a una causa, que asumamos nuestro oficio como una misión de ayuda humanitaria o, peor, nos creamos miembros de un escuadrón de batalla.

Si el fin no es la información sino la llamada de atención política, ¿dónde ponemos el coto? ¿Por qué habríamos de obrar así solo en el caso de DAESH? ¿Qué es lo que hace a la guerra contra ISIS especial? ¿Quién -y con qué autoridad- decide que en este caso no pero en los otros sí?

Donde Pujol dice lucha contra el yihadismo, mañana podríamos decir -para hablar solo de casuística militar contemporánea- la guerra de Afganistán, la guerra de Siria o la creciente tensión verbal y posible conflicto entre Estados Unidos y Corea del Norte. Una vez definido el enemigo, los medios no tendrían más opción que cuadrarse y apuntar sus armas en la dirección decidida o asignada. Por supuesto, saldríamos perdiendo todos, medios, periodistas y ciudadanos. Nuestro conocimiento de la realidad se vería terriblemente empobrecido.

Pese a que haya quien trabaje así, manipular la realidad para acotar o teledirigir el impacto y/o las consecuencias de la narrativa construida nunca es una buena opción, mucho menos una práctica periodística que deba ser alentada o convertida en norma. Recordemos si no lo que ocurrió cuando The New York Times y otros medios norteamericanos decidieron que lo justo contra el terrorismo era dar coba y seguir a pie juntillas las mentiras de George W. Bush y sus aliados.

En el fondo, el que plantea Pujol no es sino el viejo debate entre justicia y verdad de que hablaba Hannah Arendt en su clásico ensayo Verdad y política (republicado hace poco en español por Página Indómita en un estupendo volumen titulado Verdad y mentira en política). Arendt zanja rápidamente el debate con su elegancia y elocuencia habitual:

Y es que, aunque podemos rechazar preguntarnos si la vida sería digna de ser vivida en un mundo privado de nociones como las de justicia y libertad, es imposible hacer lo mismo con respecto a la idea de la verdad, idea que en apariencia tiene un carácter mucho menos político. Lo que está en juego es la supervivencia, la perseverancia en la existencia (in suo esse perseverare), y ningún mundo humano destinado a superar el breve lapso de la vida de sus mortales habitantes podrá sobrevivir jamás si no existen hombres dispuestos a hacer lo que Heródoto fue el primero en asumir conscientemente: decir lo que existe. No puede concebirse ninguna permanencia, ninguna perseverancia en la existencia, sin hombres dispuestos a dar testimonio de lo que existe y se les muestra porque existe.

Ese es el trabajo del periodismo: decir lo que existe. Y cuando se trata de periodismo, si uno tiene las evidencias delante, no decir (o no mostrar) lo que existe por conveniencia política o propagandística tiene un nombre: mentir.

Las mentiras, por supuesto, tienen una utilidad política. Pero ocurre, para seguir citando a Arendt, que esa utilidad siempre es a corto plazo:

Siempre se llega a un punto a partir del cual la mentira resulta contraproducente. Dicho punto se alcanza cuando la audiencia a la que se dirigen las mentiras se ve forzada, para poder sobrevivir, a rechazar en su totalidad la línea divisoria entre la verdad y la mentira. Cuando tu vida depende de que actúes como si creyeras, no importa qué es lo verdadero y qué lo falso.

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Página indómita, 2017

Pero más allá de esto, es la segunda parte de la argumentación de Pujol y el comentarista anónimo la que más me interesa. La parte que adquiere tono de acusación. Porque, como decía Antoni María Piqué en un artículo de El Nacional, «es imposible ya esconder o rebajar la ira y la incomodidad de la gente con el trabajo de los periodistas».

Aun asumiendo que Twitter encarrila solo una parte pequeña de la discusión pública (su tasa de penetración es bastante menor frente a otras redes y su ratio de usuarios activos/no activos bajo) y que por lo general en redes sociales la indignación y la ira corren más rápido y con mayor brío que el elogio, que varios miles de usuarios expresen su rechazo -aunque sea a través de un RT o un like- a una práctica periodística habitual no es poca cosa. Los periodistas, ya se ha dicho antes, servimos a nuestros lectores.

La acusación, a grandes rasgos viene a ser: los medios publican imágenes violentas guiados por el morbo, sin ninguna consideración hacia las víctimas, en busca de tráfico para sus páginas web o ventas para sus ediciones impresas.

A esa acusación respondía el periodista Fernando Mas, director adjunto de El Independiente, en un artículo titulado Con perdón, tengo dudas:

No, los medios no publicamos determinadas fotos por placer, por negocio; tampoco vamos a determinados lugares por morbo. Es nuestro trabajo.

(…)

He leído en Twitter tantas sentencias que estoy perplejo. La gente no duda. La gente defiende sin pudor que la imagen de un niño en una playa sacude la conciencia, pero que las de un atentado son morbo y que si no entiendes la diferencia eres, sencillamente, un tarado.

Mas también linkaba a un tuit de Manuel Ansede, periodista de Materia, página de ciencia de El País:

El mismo Ansede, la noche anterior, había publicado este otro tuit para responder a aquellos que decían que las imágenes de muertos (o las imágenes violentas) no tienen valor informativo:

Y el periodista Braulio García Jaén, jefe de actualidad de Vanity Fair España, escribía esto en su muro de Facebook:

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Entre periodistas los límites resultan bastante más claros que para nuestra audiencia. Como bien señalaba el periodista Cristian Campos -colaborador habitual de El Español, Vanity Fair España y Jot Down, entre otros- en su cuenta de Twitter, el único límite verdadero para la publicación de imágenes es poner en peligro una operación policial en curso. O su equivalente, atentar contra la seguridad nacional:

https://twitter.com/crpandemonium/status/898568258818899970

Entre periodistas existe consenso -con matices, pero consenso- en que la discusión sobre publicar o no imágenes violentas no es política, propagandística o meramente emocional. Se trata, decimos casi siempre, de una decisión editorial. Lo explicaba Iñaki Gil, vicedirector del diario El Mundo, en una columna titulada Publicar fotos terribles es nuestro deber, donde decía:

Es lícito publicar fotos terribles de un atentado. Se puede y hasta se debe. Está en el Adn y en la deontología del periodismo. Periodismo es, básicamente, contar lo que pasa. Una fotografía de prensa es un material informativo, no estético.

Ese debate periodístico del que habla Campos en su tuit se produce en las redacciones de medio mundo cada vez que un atentado o evento similar tiene lugar. Ocurre que, a juicio de una parte de nuestra audiencia, el debate dentro de las redacciones no está siendo suficiente o se presume directamente inexistente. Una presunción aventurada que cualquiera que haya trabajado en una redacción puede desmentir.

Pero si, como todos los periodistas que hemos pasado por una redacción sabemos, el debate interno existe y las decisiones no se toman a la ligera, ¿por qué somos incapaces de transmitir y explicar esa complejidad a nuestra audiencia? ¿por qué la audiencia no está dispuesta a otorgarnos el beneficio de la duda?

Tengo una teoría.

El análisis hasta aquí se ha ceñido a las imágenes y noticias publicadas luego del atentado que no ponían en riesgo el trabajo que realizaba la policía. Al periodismo que no se apresuraba a dar información que no tenía sobre algo que ocurría casi en directo. Al periodismo que no intenta «emular la inmediatez de las redes mostrando todo lo que escupen las redes, sin filtro», como bien decía Barbara Celis en el hilo de Twitter que cité al comienzo.

Se quejaba de esas faltas periodísticas, un par de días después, Iñigo Sáenz de Ugarte, subdirector de eldiario.es, a propósito de un supuesto tiroteo en la estación francesa de Nimes, reportado por varios medios:

A los pocos minutos, las autoridades francesas desmentían el supuesto incidente.

Como decía Celis, la prensa comete un grave error en intentar imitar el vértigo de Twitter o Facebook. No solo porque es una apuesta que no puede ganar, sino porque contribuye a la comodificación que las redes sociales han hecho de noticias y artículos. Porque acrecienta la confusión existente entre el contenido que producen medios de comunicación (o periodistas) y aquel que postean usuarios particulares en sus cuentas de Twitter o Facebook.

Esta confusión, de forma incomprensible, no reside ya únicamente en los lectores sino que parece haberse asentado también entre periodistas. Y no hablo de lo que estos, como usuarios de redes (sobre todo Twitter), publican en ellas. Sino de cómo medios y periodistas contribuyen a esa confusión en sus vanos intentos por acercar la producción periodística a la inmediatez que caracteriza el fluir de la información en redes sociales.

Escribía al respecto Arcadi Espada, unos días después del ataque de Las Ramblas, en su columna de El Mundo, titulada de forma acertada En directo, el caos, donde relataba su intento por informarse sobre el atentado a través de redes sociales y páginas web:

Durante las tres horas que duró mi experiencia naufragué en cinco importantes lagunas de desinformación. 1. La participación de un Oukabir en el atentado. 2. La explosión de gas en Alcanar. 3. El coche que se saltó un control policial en la Diagonal y donde apareció un hombre apuñalado. 4. La toma de rehenes en un bar de Barcelona. 5. La inminencia de otros ataques en la ciudad. Decenas de informaciones contradictorias sobre esos cinco vertebrales asuntos fueron apareciendo sin pudor alguno en las webs. Aclaro: en las webs gestionadas por compañías de noticias y no en la conversación multitudinaria organizada por compañías gestoras del entretenimiento, Facebook, Twitter, Instagram, etc. Entre las más celebradas diversiones sociales está el parloteo especulativo en torno de los sucesos importantes. El parloteo ha recorrido un enorme kilometraje desde la prehistórica ceremonia del despioje a la que fue sustituyendo conforme avanzaba la higiene y la limpieza. El mecanismo digital lo ha elevado ahora a lo sublime.

(…)

Comprendo la actitud de las compañías de noticias. ¿Si Twitter y Facebook les roban las noticias por qué no irían ellos a arrancarles parte del parloteo? Pero así han convertido al periodismo digital en un oxímoron. El atentado en directo nada tiene que ver con la información, sino con la ansiedad.

No se trata solo de una carrera -contra Twitter y Facebook- que no podemos ganar, y de que acrecentamos la confusión sobre la naturaleza del contenido que producimos. Sino que sumergidos en la carrera, desvirtuamos de paso el trabajo periodístico, sus límites y alcances, lo que nos hace caer en errores que serían evitables si tan solo nos detuviéramos un momento para realizar la función más básica que debe llevar a cabo un periodista: la verificación.

Pero, además, esa fijación con las redes sociales nos hace olvidar otro elemento estructural del oficio, igual de importante que la verificación.

En un artículo para Slate acerca del error cometido por varios medios al no publicar las fotos de Aylan, el periodista Justin Peters explicaba así el supuesto conflicto entre compasión y voyeurismo que plantea la publicación de imágenes violentas:

El periodismo es inherentemente voyeurístico. Periodismo es el acto de descubrir y mostrar al mundo historias que, de otro modo, permanecerían escondidas. El mejor periodismo combina compasión y voyeurismo. Expone verdades ocultas y luego convence a la gente de que las encare. La tendencia en medios a higienizar y censurar imágenes desagradables puede servir para camuflar -y hasta cierto punto aprobar- los hechos y políticas desagradables que las producen.

Me interesa esa línea que he marcado en negritas. La frase que usa Peters en inglés es «convinces people to face them». La traducción es literal, no admite error. «Convence a la gente de que las encare». Me interesa ese convence.

Ahí, creo, reside la clave del problema y el principio de la solución. El fracaso radica en la incapacidad de periodistas y medios para explicar las decisiones que tomamos. Y a través de esa explicación convencer a nuestros lectores (o audiencia, si prefieren) de la pertinencia y buena fe de nuestro trabajo. Hace tiempo ya que los periodistas hemos perdido el beneficio de la duda de cara a nuestra audiencia. La sospecha es hoy la norma, la presunción de mala fe lo habitual. Y no podemos cerrar los ojos ante ello. Ni limitarnos a dar lecciones de deontología periodística a nuestra audiencia.

Existe hoy un consenso aceptado por buena parte de nuestros lectores según el cual la publicación de imágenes violentas responde a un intento por explotar el morbo y obtener beneficios económicos. Como decía antes, cualquiera que haya trabajado en una redacción sabe que eso no es así. Por supuesto, hay medios que viven de esa explotación, pero son una pequeña minoría.

Podemos, si queremos, seguir gritando nosotros también en redes sociales y atizando a nuestros lectores, burlándonos de su supuesta cobardía o su ceguera voluntaria. Pero si nuestro trabajo es comunicar, ¿cómo es posible que a estas alturas no seamos capaces de comunicar o explicar las razones que hay detrás de decisiones que afectan de manera tan obvia la sensibilidad de nuestros lectores? Y no me refiero a un pliego explicatorio. Me refiero a que el propio texto o construcción narrativa explique o exponga la necesidad y pertinencia del recurso elegido.

Me refiero a la necesidad del contexto.

En ese inútil afán por imitar el vértigo de las redes sociales, la prensa ha olvidado que no existe periodismo sin contexto. Y que, por el contrario, las redes sociales son precisamente el terreno donde campa a su anchas la ausencia de contexto.

Con el ejemplo siguiente termino. A veces la realidad tiene estas cosas, nos coloca delante y casi al mismo tiempo las respuestas que buscamos. Solo hace falta estar atento, querer encontrarlas.

Unos días antes del atentado en Barcelona, la ciudad de Charlottesville (Virginia, Estados Unidos), fue escenario de una violenta manifestación de supremacistas blancos o neonazis, que salieron a la calle empuñando antorchas, armas y cánticos racistas.

Todos los medios americanos realizaron una extensa y profunda cobertura de lo ocurrido durante el fin de semana del 11 al 13 de agosto. Páginas webs y redes sociales -también la televisión- se llenaron de imágenes que mostraban el horror y la violencia de la manifestación neonazi que aterrorizó a esa tranquila ciudad universitaria.

Por ejemplo, este es el momento exacto en que un estupendo reportaje realizado por Elle Reeve y el equipo de Vice News Tonight muestra al neonazi James Alex Fields Jr lanzando su Dodge Challenger contra una multitud de manifestantes antifascistas:

En los segundos siguientes, el documental muestra no solo imágenes tremendas de cuerpos regados en la calle, heridos ensangrentados, una toma aérea en cámara lenta del momento del impacto, sino también, en dos planos distintos, el cuerpo inmóvil de Heather D. Heyer, la única víctima mortal, recibiendo primeros auxilios. Además, la reportera Reeve le pone delante la cámara a varios fascistas armados hasta los dientes, que le escupen su odio y violencia sin filtro. Vice News publicó el documental el lunes 14, al día siguiente de que concluyeran los disturbios de Charlottesville, dos días después del asesinato de Heather D. Heyer, cuatro días antes del atentado de Barcelona. Si no lo han hecho ya, vean por favor todo el reportaje. Es una verdadera joya.

Las imágenes de Charlottesvile rebotaron en todo el mundo. Incluso la página web del diario 20 Minutos de España publicó uno de los muchos videos que circularon en redes sociales del atropello en Charlottesville. De hecho, la nota publicada por 20 Minutos describe el video así: «Imágenes impactantes grabadas por un manifestante donde se ve cómo un vehículo llega a toda velocidad por una calle de Charlottesville y embiste a decenas de manifestantes que protestaban contra la marcha supremacista. Posteriormente, y tras dejar varias víctimas, da marcha atrás y huye de la escena del atropello».

Aun cuando días después, ante lo ocurrido en Barcelona, el director de 20 Minutos dijera esto en Twitter:

Además de las imágenes mostradas en ese documental, y repetidas mil veces por cadenas de televisión y páginas web de todo el mundo, hay varias fotografías publicadas que muestran la violencia que se vivió en Charlottesville. La más famosa es esta, obra del fotógrafo Ryan M. Kelly:

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Ryan M. Kelly. The Daily Progress

La imagen que «definirá este momento de la historia americana», en palabras de Alyssa Rosenberg, periodista de The Washington Post. Si quieren saber algo más sobre Kelly y su foto, les recomiendo este artículo publicado en el Columbia Journalism Review.

¿Cuál es la diferencia entre las imágenes que supuestamente faltan el respeto a las víctimas de Barcelona y el video y fotos de ese Dodge Challenger haciendo saltar por los aires a los manifestantes antifascistas de Charlottesville? ¿Es acaso Charlottesville un conflicto acallado, de un pueblo sin medios y olvidado como se ha dicho de la Guerra siria de la que huían Aylan y su familia?

He buscado en la web respuestas airadas y acusaciones dirigidas a la prensa que publicó las imágenes de Charlottesville. No solo seguí durante esos tres días lo que ocurría en Charlottesville a través de varias páginas web y diferentes cuentas de redes sociales, sino que he hurgado en Twitter, Facebook y secciones de comentarios en busca de respuestas furiosas y acusaciones hacia la prensa.

Casi no he encontrado nada. Hasta donde he podido ver no ha habido mayores quejas por la publicación de las imágenes de Charlottesville. De hecho, la pieza documental de Elle Reeve para Vice News, que según la propia organización había sido vista más de 36 millones de veces cuatro días después de publicada, ha sido elogiada de manera unánime. Más allá de algunos reclamos aislados, algún comentario y tuit suelto, no he encontrado nada comparable a la avalancha de tuits y mensajes de protesta que suscitó la cobertura de los atentados de Barcelona.

Nada que pudiera siquiera acercarse a ese consenso iracundo del que hablaba Piqué en su artículo de El Nacional y que hizo que el Colegio de Periodistas de Cataluña recuerde a los medios en un tuit que «existen líneas rojas»:

En el artículo linkado el Colegio de Periodistas catalán hace referencia a sus propias Recomendaciones para la cobertura informativa de actos terroristas, un documento donde puede leerse lo siguiente:

El nivell de duresa o d’impacte de les imatges que s’emetin ha d’estar justificat editorialment. La decisió sobre quines imatges s’emeten i quines es descarten correspon al responsable editorial de cada mitjà, en funció de la cruesa i de la morbositat de les imatges i de si aporten elements informatius rellevants o no. La ciutadania té dret a ser informada, però també té dret a no accedir a continguts audiovisuals violents d’un acte terrorista.

El Colegio de Periodistas catalán, si bien reconoce a los responsables editoriales de los medios la potestad para decidir sobre qué imágenes se publican o no, introduce un extraño y novedoso derecho que los medios deberían respetar: «La ciudadanía tiene derecho a ser informada, pero tiene también derecho a no acceder a contenidos audiovisuales violentos de un acto terrorista». No sé ustedes, pero en más de quince años trabajando como periodista en dos continentes yo jamás había escuchado nada acerca de ese derecho.

Me parecen mucho más útiles y menos confusas las recomendaciones que ofrecieron Al Tompkins y Kelly McBride, del Poynter Institute for Media Studies, en un artículo titulado How journalists should handle racist words, images and violence in Charlottesville:

Aporta contexto a los videos e imágenes que selecciones. Tu primer deber es explicar lo ocurrido. Escoge imágenes que reflejen de manera rigurosa los eventos según se desarrollaron. Si vemos, leemos o escuchamos la cobertura que has realizado, ¿sabremos cómo empezó la violencia? ¿Sabremos cuánta violencia hubo?

La negrita es mía.

Podemos, si desean, seguir señalando las patas cojas en los argumentos de aquellos -muchos periodistas incluso- que establecen diferencias entre la fotografía de Aylan y las de los atentados de Barcelona, pero se quedan mudos ante -o incluso celebran- la publicación de imágenes de Charlottesville. Y podemos también cerrar los ojos ante la sospecha y desconfianza que caracteriza nuestra relación con los lectores.

Sin embargo, creo que casi 5000 palabras después la lección está más o menos clara. Como escribía la crítico de televisión de The Philadelphia Inquirer, Ellen Gray, a propósito del documental de Vice News: «El contexto es todo en una pieza como esta». Permítanme ampliar esa reflexión. El contexto es -junto a la verificación- todo siempre que hablamos de periodismo.

El contexto y la verificación son el plato que, como periodistas, nos toca poner sobre la mesa. Si seguimos olvidándonos de ellos, no nos sorprendamos luego cuando dejen de invitarnos a la fiesta.

Justin Bieber diseña y crea una camiseta blanca (en serio, ese es el titular de El País)

El viernes 4 de agosto, mientras revisaba mi muro de Facebook, saltó una noticia de la página web de El País:

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Fascinado por la elocuencia del titular y el gancho del post («Lo que él me pedía no existía literalmente en el mercado»), di click y seguí leyendo. Así arrancaba el primer párrafo:

“Quiero una camiseta que sea larga y la quiero para mañana”. Y lo que Justin Bieber pide, Justin Bieber consigue. Así recuerda la diseñadora Karla Welch cuando el cantante, de 23 años, le solicitó esta prenda básica hace cinco años para incorporarla a su vestuario.

El segundo párrafo, que empezaba también con una declaración, era aún más fascinante:

“Lo que él me pedía no existía literalmente en el mercado. Así que fui al hipermercado más cercano, compré todas las camisetas blancas triple XL de Hanes —la marca de ropa de supermercado— las desmonté y comencé a rehacerlas usando un patrón propio. Y a Justin le encantó”, explica Welch en el comunicado que anuncia el lanzamiento de la prenda.

Para cuando acabé de leer la nota, seguía sin entender, así que volví a leer de arriba a abajo. Los invito a hacer lo mismo, estamos ante una obra maestra del humor involuntario.

Para empezar, ya metido en el texto, me llamó la atención cómo esos dos primeros párrafos desmontan el titular. Recordemos: «Justin Bieber también diseña y crea», dice arriba de todo la nota. A continuación, la bajada insiste en lo mismo y añade algo más de información: «El cantante ha lanzado al éxito a la diseñadora Karla Welch al diseñar esta básica prenda que muchos quieren en su armario». Cuando uno lee un poco más allá del titular y la bajada, queda claro que Justin Bieber no ha diseñado nada. Quien ha diseñado, como corresponde, es la diseñadora, a pedido del cantante.

Pero, además, había en la nota un tono desmedido de alabanza, que si bien es habitual en las llamadas secciones «ligeras» de los diarios, en este caso resultaba particularmente desproporcionado, si se tenía en cuenta que el objeto de la noticia es una camiseta blanca. Así decía la nota:

Un diseño que aunque puede parecer muy básico, detrás tiene un trabajo estudiado y perfeccionado por Welch, que buscó recapturar la elegancia sin esfuerzo de los clásicos iconos del cine de Hollywood como James Dean.

Y el ditirambo proseguía:

El ajuste de cada prenda es “ligeramente refinado y más delgado”, dice señalando que las piezas podrían convertirse en “cosecha futura”.

Sea lo que sea una pieza que se convierte en «cosecha futura». Volveré sobre ese sintagma más adelante.

Por cierto, esta es la famosa camiseta:

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The Original, Hanes x karla

Lo tercero que me hizo revolverme en la silla fueron las palabras con que el redactor de la nota, que va sin firma, cerraba la primera cita de la diseñadora Karla Welch: explica Welch en el comunicado que anuncia el lanzamiento de la prenda. Digamos que la cuestión empezaba a aclararse. Aunque no del todo.

Por supuesto, El País no es el único diario en español que se ha hecho eco de la revolucionaria camiseta blanca de Bieber y Welch. El Mundo le dedicó también una nota en su página web, firmada por la periodista Regina Navarro. Aquí volvemos a toparnos con el famoso comunicado, cuando Navarro cita, esta vez a Justin Bieber, no sin antes llamarlo «parte activa del cerebro creativo que hay tras la camiseta»:

«Karla y yo siempre hemos desafiado los límites juntos y esta colaboración es una continuación de eso», explica el cantante en un comunicado de prensa.

No sé bien de qué límites habla Bieber. E imagino que los redactores de El Mundo y El País tampoco, porque ninguno se da el trabajo de explicarlo. Esta cita, por cierto, era distinta en El País. Según el redactor anónimo lo que Bieber había dicho era:

«Karla y yo siempre hemos unido fronteras y esta colaboración es una continuación de esto».

Fue ahí que caí en cuenta de que ese «cosecha futura» que me había intrigado antes debía ser un error de traducción. Así que busqué medios en inglés que se habían hecho eco de la genialidad de Justin Bieber como diseñador de camisetas blancas.

A diferencia de lo que ocurre con los artículos de El País y El Mundo, los publicados en medios en inglés citan casi todos como fuente esta nota aparecida en Vogue.com el 2 de agosto:

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Así la anunciaba en Twitter con bombos y platillos su autor, Edward Barsamian, Style Editor de Vogue.com, minutos después de que la pieza estuviera online:

Y así correspondía la «responsable del radical giro estilístico de Justin Bieber» Karla Welch minutos después:

El despliegue y los besitos volados entre editor y diseñadora me hicieron recordar las palabras de Kirstie Clements, antigua editora de Vogue Australia durante 13 años y autora de The Vogue Factor, unas memorias acerca de su paso por la revista publicadas en 2013. En el libro Clements dice:

Se acerca rápidamente el día en que una revista y su página web estén llenas tan solo de notas levantadas, imágenes promocionales enviadas por clientes e instantáneas de Instagram tomadas por la redacción.

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Portada de la primera edición británica del libro de Kirstie Clements

Todo los detalles «importantes» acerca de la revolucionaria camiseta blanca están en esa nota de Vogue:

-La urgencia de Justin Bieber, que quería la camiseta para mañana.

-La supuesta novedad de la camiseta blanca que «literalmente no existía en el mercado».

-Los supuestos límites que diseñadora y cantante desafían juntos.

Cumpliendo la profecía de Kirstie Clements, todas las imágenes de la nota de Vogue.com son cortesía de Matt Welch, esposo de la diseñadora, tomadas para la campaña de Hanes x karla.

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En el artículo que firmaba Edward Barsamian en Vogue.com estaba también el «cosecha futura» de la nota de El País, que en realidad no era sino una pésima traducción de una declaración de Welch en la que decía que las camisetas podían ser consideradas «future vintage».

El redactor anónimo de El País, además de traducir mal, había realizado un plagio descarado del artículo de Vogue.com, citando a la supuesta nota de prensa. Un botón de muestra:

Este es el párrafo de Vogue.com:

The T-shirts have become “my uniform,” says Welch, who flits between sleeveless and classic versions worn with high-waisted trousers. “Everybody needs it. Every culture and subculture has used the white T-shirt. That’s where the genius is.” In developing the collection, Welch sought to recapture the effortless elegance of classic Hollywood cinema icons like James Dean. The fit is “slightly refined and slimmer,” she says, noting that the pieces could be dubbed “future vintage:” The owner will need to wear, wash, and repeat the process a few times before achieving the desired comfy factor. “You have to commit to this T-shirt.”

Este el de El País:

El resultado final es una simple camiseta blanca de manga corta. Un diseño que aunque puede parecer muy básico, detrás tiene un trabajo estudiado y perfeccionado por Welch, que buscó recapturar la elegancia sin esfuerzo de los clásicos iconos del cine de Hollywood como James Dean. El ajuste de cada prenda es “ligeramente refinado y más delgado”, dice señalando que las piezas podrían convertirse en “cosecha futura”. “Tienes que comprometerte con esta camiseta. El propietario tendrá que usar, lavar y repetir el proceso unas cuantas veces antes de lograr la comodidad deseada”, añade la diseñadora, que asegura que esta prenda se ha convertido en su uniforme. “Todo el mundo lo necesita. Cada cultura y subcultura ha utilizado la camiseta blanca”.

Al menos se dio el trabajo de reordenar algunas oraciones.

Pese a todo esto, quise comprobar si en realidad había algo extraordinario en la camiseta blanca de Bieber y Welch que a mí se me escapaba y justificara esa atención por parte de Vogue, El País, El Mundo y un largo etcétera de medios. Así que contacté a dos diseñadores que conozco.

Manuel García es director creativo y socio fundador de García Madrid, una de mis marcas favoritas de ropa. Luego de leer y releer todo lo que encontré sobre el tema, le escribí por Facebook Messenger. Cuando le pregunté si había algo especial en esa camiseta, García respondió:

Para cualquiera resulta evidente que esto es una campaña de marketing bien montada, donde la camiseta da igual. Es una camiseta. Una camiseta blanca. Pero eso no importa. Lo que importa es que hay un ídolo de la música con millones de seguidores. La camiseta importa un pito, lo que importa es quién la lleva. Y la lleva Justin Bieber.

A continuación, García me dijo que todo ese montaje alrededor de una simple camiseta blanca y unos medios que repiten como loros lo que les indican es moneda corriente en el mundo de la moda:

La cobertura es, lastimosamente, la habitual para moda. Nosotros lo vemos a cada rato. Cuando lanzamos una colección o hacemos presentaciones, nadie se molesta en hacer alguna pregunta, la mayoría no se molesta en escribir ni una sola palabra propia. Copian y pegan la nota de prensa y ya.

Luego de hablar con Manuel García, hablé con otro diseñador cuyo trabajo admiro. Baruc Corazón es director creativo y CEO de BARUC, además de profesor de diseño de la Universidad Politécnica de Madrid. Las camisas de BARUC son un ícono moderno de la moda española.

Cuando le pregunté por teléfono a Corazón si veía algo especial en la camiseta blanca de Justin Bieber y Karla Welch, me dijo:

Hoy en moda lo último que importa es el producto. Es tremendo pero es así. Todo se reduce a famosos llevando una prenda y colgando imágenes en redes sociales, marcas que se aprovechan de ello y la prensa que no se entera de nada. Tienen que llenar sus páginas web y repiten sin más lo que les envían los departamentos de marketing. La camiseta da igual.

Ambos diseñadores coincidían en la irrelevancia de la prenda en cuestión y en la actitud acrítica con que medios supuestamente serios cubren el mundo de la moda. Para ambos el episodio de la camiseta blanca de Justin Bieber no era sino uno más en su larga experiencia lidiando con periodistas y medios de comunicación.

Cuando ocurren estas cosas, no puedo evitar escuchar al fondo las risas de un responsable de marketing o publicista, que celebra con una botella de Möet Chandon el haber conseguido que las redacciones de medio mundo digan exactamente lo que él o ella quería que dijeran. En este caso, además, es probable que el champagne lo haya pagado Scooter Braun.

Pienso en gente como Ryan Holiday, marketero y escritor, autor de un libro ya casi clásico en el mundo del marketing titulado Trust me, I’m Lying, donde relata cómo engañó en varias ocasiones a medios de comunicación para conseguir publicidad para sus clientes y para él mismo.

Y pienso también en la investigadora danah boyd -ese es su nombre legal, en minúsculas-, quien en una conversación reciente con el periodista Ezra Klein, se preguntaba «¿Cuándo la prensa empezará a hacerse responsable por aquellos que intentan manipularla?«. Minutos después, en la misma conversación, boyd decía:

Las dinámicas de manipulación han cambiado. Creo que la mayoría de periodistas están bien al tanto de que sus fuentes están manipulándolos, son conscientes de que hay instituciones, tanto financieras como gubernamentales, interesadas en hacerles relatar una historia específica. De lo que creo que los periodistas están menos al tanto es hasta qué punto se produce y publica contenido por toda la web para que ellos caigan, para que cubriéndolo consigan escalar su repercusión (…) Una publicación periodística de primer orden tiene la habilidad de escalar un mensaje a una audiencia mayor. Eso es lo que les da mayor poder a los medios. Es por eso que todo este asunto es tan complicado y su responsabilidad es mucho mayor.

Hace poco, a propósito de un post anterior de este blog, conversaba con un periodista gastronómico que me contaba lo decepcionado que lo había dejado todo el asunto relacionado con Cristhian Hova y la cobertura irreflexiva de los medios: «Es gravísimo no solo por el artista, sino porque muestra que a nadie le importa un rábano que lo que se cuente o lo que se diga sea cierto. Y tú sabes que los temas que sigo no son los más trascendentes. Pero por eso mismo pienso si así estamos en esto cómo estaremos en lo otro. Solía pensar que era porque no le daban la debida importancia [a los temas supuestamente ligeros o menores]. Pero me haces pensar que es a todo nivel«, me dijo.

Esa es una excusa habitual. Qué más da. Es comida. Es moda. Es deporte. Es cultura. Es lo que sea. Si no se trata de una investigación sobre narcotráfico, trata de blancas o corrupción al más alto nivel, qué más da la verificación, qué importa hacer el que se supone que es nuestro trabajo.

Por supuesto, eso es una estupidez. Esa actitud, que uno puede ver, oír, oler, palpar, en casi cualquier redacción, supone, primero, un desprecio por el trabajo propio que a mí se me antoja intolerable. Pero, bueno, allá cada quien con el respeto que tiene por sí mismo y su trabajo. Porque, aún más grave, también supone un desprecio inaceptable por el lector, ese al que se supone que los periodistas servimos.

Pero, además, si como periodistas somos incapaces de desactivar la burda propaganda de una estrella del pop y una marca de moda que no persiguen más objetivo que vender unas cuantas camisetas, ¿cómo se supone que podemos hacer frente a la sofisticada manipulación que llevan a cabo el crimen organizado y gobiernos corruptos en todas partes? ¿Cómo habrían de confiar en nosotros los ciudadanos, expuestos ante la propaganda que bombardean organizaciones de todo tipo? ¿Por qué deberían de creernos cuando apuntamos a los Trump o Putin del mundo si hemos demostrado ser presa fácil hasta de Justin Bieber?

Una vieja entrevista sobre periodismo con Arcadi Espada

Buscando un artículo antiguo que escribí en Letras Libres, me topé con una de las primeras cosas que hice para la revista.

Junto con Etiqueta Negra, Letras Libres es la otra publicación a la que he considerado a la vez mi casa y mi escuela. Resulta curioso que nunca llegase a trabajar de forma oficial en sus redacciones. Si bien tuve distintas responsabilidades en ambas revistas, nunca tuve un sueldo ni un escritorio asignado en ninguna de las dos. Pese a ese detalle anecdótico, buena parte de lo que soy como periodista lo aprendí en ellas.

Empecé a publicar en Letras Libres en 2005, invitado por Ricardo Cayuela, quien dirigía la edición española de la revista en esa época. Sin haberme cruzado con Ricardo y Julio Villanueva Chang, fundador de Etiqueta Negra, con casi toda seguridad no sería hoy periodista.

A principio de los años 2000, yo era un mocoso pedante -imagino que para muchos lo único que se me ha quitado es lo de mocoso- que se había mudado a Madrid con la excusa de estudiar Derecho pero a quien, en realidad, solo le interesaba hacerse escritor. Ser escritor, entonces y en castellano, era ser novelista.

Fueron Julio y Ricardo los que, a través de lecturas y conversaciones -vía Hotmail Messenger uno, compartiendo gintonics el segundo-, me enseñaron que el periodismo era también una forma de ser escritor. Gracias a ellos es que hoy, cuando leo o escucho ese binomio ridículo y redundante, periodista y escritor, me chirrían los dientes. Lo mismo aprendí, de otra forma, de Arcadi Espada.

Por esa época, Arcadi era uno de los periodistas más influyentes de España. Escribía en El País (hoy lo hace en El Mundo) y tenía un blog casi ineludible para cualquiera interesado en participar de la discusión pública y periodística española (el blog como tal ya no existe, aunque hay un archivo en la web de Arcadi, accesible solo para suscriptores). Espada es, además, autor de dos libros fundamentales en mi aprendizaje periodístico: Raval: del amor a los niños (Anagrama, 2000) y Diarios (Espasa, 2002). Si no los han leído y les interesa este oficio, créanme que deben hacerlo cuanto antes.

 

En 2005, la editorial Espasa publicó una compilación de ese blog, titulada Diarios 2004, y fue con ese motivo que realizamos esta entrevista para Letras Libres, donde Arcadi era también colaborador.

Entrevista con Arcadi Espada: El periodismo y sus límites

LETRAS LIBRES | MAYO-2006

 

56
Letras Libres, 56. Mayo, 2006

La siguiente conversación tuvo lugar a lo largo de dos tardes. Primero en Madrid, durante el día dedicado a la promoción de Diarios 2004 concertada por la editorial Espasa y luego, una semana después, en Barcelona, tras la conferencia que Arcadi Espada ofreció, frente a una nutrida aula de estudiantes de periodismo, en el marco de las jornadas Sin Ficción, organizadas por la revista Lateral. El motor de la charla fue la publicación de un nuevo volumen de Diarios, que esta vez recoge el primer año de vida del blog (www.arcadi.espasa.com) que Arcadi Espada escribe día a día “nunca después de las once de la mañana”, una vez leída la prensa, y que, 12,000 visitas al día mediante, ha convertido a su autor en uno de los intelectuales más influyentes de España.           

¿Qué ha aportado el formato blog a su trabajo como periodista?

A mi labor periodística quizá no demasiado porque yo no hago periodismo en el blog, hago crítica del periodismo. Sí que he hecho algunas cosas, pequeños reportajes, pero lo importante es lo que ha aportado el blog a mi escritura. He descubierto una serie de cosas en la escritura en internet, como el link, que es un instrumento fantástico. También me permite saber lo que piensan los lectores a los pocos minutos, y eso para un escritor posee mucho interés. El sueño de todo escritor es saber inmediatamente lo que opinan los lectores sobre lo que ha escrito. Desde el punto de vista de mi escritura, eso es lo más interesante que me ha aportado este formato.

En el prólogo al libro describe su escritura como “parasitaria” en el sentido de que comenta lo que escribe la prensa sobre la realidad y no la realidad misma, sin embargo en algunos temas concretos, como el nacionalismo catalán, pasa a realizar crítica directa de la realidad, ¿por qué?

Porque en este diario el límite lo pongo yo y, entonces, a pesar de que tiene como tema general la crítica sobre el periodismo, escribo sobre lo que me parece. Y una de las cosas sobre las que me apetece bastante a menudo escribir es el nacionalismo catalán. Pero de todas maneras, aun cuando escribo sobre el nacionalismo, intento que haya una remota liaison con la cosa periodística, con alguna manera de tratar la información. Aunque a veces, ya sabe, me permito tratar el nacionalismo, y no sólo el nacionalismo pero sí especialmente este tema, a cuerpo abierto.

En varias entradas del diario señala que en nuestros días los medios se ven seriamente condicionados por el público. ¿Cree realmente que hemos pasado a una relación casi mercantil, regida por “el cliente siempre tiene la razón”?

Sí. Hubo una época maravillosa –supongo porque lo han dicho y lo he leído, yo no lo viví– en que, algo que también ocurrió en la política, las elites naturalmente explicaban lo verdadero con independencia de que lo verdadero gustara o no al público. Hoy eso es muy difícil, especialmente en países subdesarrollados culturalmente como España, donde de lo que se trata es de fabricar una verdad complaciente para cada “segmento de mercado”. El diario El País tiene un segmento de mercado, El Mundo tiene un segmento de mercado, la cadena COPE tiene un segmento de mercado, lo más dramático de todo es que se fabrica una verdad incluso en asuntos tan denigrantes, tan humillantes y tan importantes para la conciencia y la moral colectivas como el 11-M.

¿Por qué no ha recogido en el libro la falsa carta de la defensora del lector de El País a propósito del caso Echevarría?

Porque no se entendería fuera del contexto. Estuve meditando ese asunto largamente, como usted puede comprender, porque sabía que alguien avispado me lo preguntaría. Y la verdad es que tras muchas idas y vueltas pensé que eso no tenía sentido fuera del blog. Si usted recuerda cómo fue construido, esa entrada llevaba un link que daba Not found. Eso fue muy criticado por algunas personas, en El País y fuera de El País, porque me acusaban de haber hecho algo que yo criticaba (la irrupción de la ficción en el periodismo), lo que por supuesto no era cierto. Otra cosa es que hubiera utilizado un sistema críptico, lo que sí se me puede reprochar, pero en todo caso yo di los elementos suficientes para entenderlo: ese link no daba a ninguna parte. Era, en todo caso, una manera de explicar mi desasosiego ante la falta de una respuesta de la defensora frente al caso Echevarría. No sólo esa página falta, hay muchas otras que faltan. He tenido muchos problemas para trasladar la escritura del blog al papel, porque me faltaba esa herramienta (el link). Ese ejemplo es el más claro, pero quizá es el más claro porque es el más llamativo, hay muchos otros que tampoco se han podido reproducir. Y en ese sentido, hay algo que me interesa dejar claro. El prólogo empieza con una frase que dice: “Este libro empezó a editarse el 1 de enero de 2004 en el blog. Yo escribo libros; en ese sentido, para mí el blog son las notas que yo escribo para ese libro. Hay notas que resisten el paso del tiempo, otras están mucho más ligadas a lo coyuntural, las que yo elimino en función de mis intereses para el libro.

Repite varias veces, a lo largo del texto, que el periodismo no debe encargarse de los porqués.

No es su asunto. Más allá de porqués inmediatos, obvios, de sentido común, pero de esos no vale la pena hablar. En el periodismo hay un exceso de porqués. El periodismo es una epistemología, una manera de conocer la realidad, precaria y que tiene sus límites; el periodismo no puede aspirar a contener una explicación completa del mundo. Ya lo decía en el primer volumen de Diarios, y ponía el caso de un crimen horrible sucedido en la provincia de Cádiz, donde dos muchachas mataron a una tercera. Entonces, al día siguiente salieron los periódicos diciendo: “Las muchachas de Cádiz mataron porque querían ser famosas”. Hombre, serénate. No han pasado ni 24 horas, esas muchachas están siendo interrogadas, no se les han hecho ni siquiera análisis psiquiátricos, se desconoce su grado de litio, etc. El por qué es una pregunta demasiado abusiva para el periodismo en el 90% de los casos.

¿Cree que ese abuso de porqués en la prensa española, es una de las razones por las que en los periódicos pareciera predominar el columnismo frente al reportaje de investigación?

Sí, claro. Esa y, desde luego, la comodidad. Como decía mi maestro Pla: “Describir es mucho menos fácil que opinar”. Yo siempre les digo a mis alumnos que en el periodismo hay un malentendido, los niños deberían salir de las escuelas y entrar en los periódicos a escribir editoriales, para decir: “¡No a la guerra!”, “¡Viva la paz!”, “¡El mundo es una mierda!”, etc. Eso es muy sencillo de hacer, el editorial es realmente sencillo. Y luego, cuando fueran mayores, podrían ir a cubrir ruedas de prensa. Ese sería el itinerario lógico porque, como yo siempre digo, escribir “los latidos de mi corazón latiendo por ella” es mucho más fácil que “come un señor bajo la escalera”.

¿Esa sería la razón de que los periódicos estén plagados de novelistas?

Sí. La ficción aplicada al periodismo, al relato real, tiene una dimensión consoladora, porque la realidad a veces es prosaica y a veces es injusta. La pomada de la ficción sobre ella va muy bien, pone orden al caos y además da la impresión de que “el culito de mi bebé queda suave”. Y luego, hay otra cosa y es que, cuando uno llega al final y se topa con una pared, es mucho más fácil inventar lo que hay detrás de esa pared que escalarla.

Usted defiende la idea de mostrar, difundir, las imágenes de los crímenes perpetrados por los terroristas. ¿No cree que en el caso del terrorismo islámico, un terrorismo abocado a la captación de adeptos, los periódicos corren el riesgo de convertirse en agentes publicitarios de los “éxitos” del terrorismo?

Sí, es un riesgo. La libertad y la verdad tienen riesgos. El riesgo de que alguien se sienta impelido a hacer lo mismo porque lo vea, es un riesgo. Pero, desde luego que la libertad, la democracia y el llevar una vida digna requieren de nuestra parte cierto coraje. A mí lo que me extraña y me rebela es esa especie de panchacontentismo del burgués, no sé si usted entiende esta palabra, es una palabra catalana…

El burgués que no quiere que le malogren el desayuno con una imagen perturbadora.

Exacto. En Diarios pongo una cita que a mí me parece de lo más revelador que he visto nunca. El País publicó una vez en portada, tras un bombardeo sobre Bagdad, una fotografía muy famosa de un niño amputado. Al día siguiente escribía un lector clamando que había ido a todas las manifestaciones, ¿lo recuerda usted?, y terminaba pidiendo algo parecido a “que no se me atragante el croissant”. O sea que consistía en eso. Ahí sí está su compromiso solidario, manifestarse sí, pero el croissant es sagrado. Y eso, sobre todo esa izquierda siempre tan buena que no duda en agitar la cacerola, me produce bastante molestia. ¿O sea, señor, que usted no es capaz de asumir, de encarar en su solidaridad, un niño que muere? Y luego, respecto a los terroristas islámicos, creo que hay como un reto: ¿y bien, qué quiere usted? ¿Degollar a un hombre delante de la cámara? Muy bien, ya lo ha hecho, ¿qué más quiere? ¿Un niño? ¿Desgarrarlo y abrirle el corazón? Hágalo. ¿Y después qué, va a hacer algo más? Hemos visto a niños muertos por terroristas en Beslán, hemos visto cómo los mataban por la espalda, por cierto, ante la indiferencia española, que a veces parece no estar muy preocupada según de qué país se trate. Pero bueno, ¿tiene usted algún argumento más que ofrecer? Esto me irrita muchísimo, como entenderá. Muy bien señor, ya ha matado niños, les ha quitado el corazón. Ya hemos resistido eso. Si está todo inventado: los aztecas los abrían en caliente, los cogían y se los comían. ¿Tiene usted algún proyecto político, humano? ¿No? ¿Algún argumento más? Listo, desarmado. Mientras esto se relegue a las cavernas de internet, a los ángulos, mientras se revista de la cosa pornográfica, de la oscuridad, pues entonces seguirá teniendo esa plusvalía de lo oculto, lo clandestino, de lo que se ve a medias, de lo imprevisto, que decía Barthes. Barthes, en una de sus pocas frases lúcidas, decía “la seducción se produce en el momento de la aparición-desaparición”. Tenía razón, como cuando a una mujer se le sube la falda. Con el terror pasa igual.

¿Cuál cree usted que es la función de la fotografía en el periodismo?

No creo que sea demasiado diferente a la del texto. Creo que la fotografía debe informar sobre el mundo que le ha tocado vivir al que realiza la fotografía de un hecho determinado. Usted sabe que yo tengo algunos escritos sobre fotos y fotógrafos, a mí la fotografía me sirve mucho para reflexionar sobre mi trabajo. Incluso me ha servido la polémica sobre la fotografía ésta del inmigrante muerto [fotografía de Juan Bauluz titulada “La indiferencia de Occidente” que, tras ser publicada en La Vanguardia, llegó a ser portada de The New York Times], una cosa que ocupó bastante el año pasado, me ha servido para reflexionar sobre una cierta teoría del hecho y el encuadre. Cómo, por ejemplo, un hecho puede estar fragmentado en muchos pedazos, pero todos los pedazos tienen que cuadrar y cuando uno ve el encuadre que ha elegido y al lado está lo contrario de lo que muestra, eso no va. Pero eso no va no sólo en fotografía, a mí me parece muy útil también y sobre todo para el texto.

Si la función es la misma ¿cabe, entonces, una imagen como documento noticioso per se, sin texto al lado?

Sí. Aunque Susan Sontag, por ejemplo, no era partidaria de esto. Ella decía que siempre era necesario el texto. Pero yo creo que sí cabe la posibilidad. Siempre y cuando no crea usted que la imagen ya lleva incorporado un texto que no se
ve. Le pongo un ejemplo: una imagen muy famosa que se sacó en Barcelona hace unos años y que mostraba la ventana de la cárcel Modelo iluminada y Javier de la Rosa, un financiero, a través de los barrotes comiendo un bocadillo. Es decir, claro que hay que poner un pie de foto, pero imagino que estamos hablando de texto en un sentido más sofisticado, y visto así, esa foto no necesita nada para decir lo que dice.

¿Qué desdeña tanto de la entrevista como herramienta periodística?

Desdeño que no se ajuste a lo que es: un borrador. La entrevista es una materia prima del periodismo; todos, para saber cosas, precisamos de entrevistas. Pero claro, el borrador ha terminado convirtiéndose en un género. Usted para escribir cualquier cosa necesita hacer muchas preguntas a mucha gente, pero claro, cuando cada uno de esos borradores se eleva a la categoría de género hay algo que no está bien. Y yo me dedico a hacer entrevistas también, las hago porque los periódicos me piden entrevistas en vez de pedirme perfiles The New Yorker.

A veces pienso en Diarios como en una especie de Cartas a un joven disidente de Christopher Hitchens. ¿Está de acuerdo con la comparación?, ¿escribiría un libro como ese?

Sí, sí, tiene razón. Me gusta. Y creo que, de alguna manera, lo he escrito también con Contra Catalunya. Lo que pasa es que en ese caso muy ceñido a la perspectiva local. De todas maneras, lo que a mí más me gusta de Hitchens es el libro de Orwell (La victoria de Orwell, Emecé, 2002), especialmente el capítulo acerca de la verdad y el posmodernismo.

En una entrevista que realizó a José Ramón Recalde, la cronista que da cuenta del encuentro dice de usted que, como ocurre con Savater, se haya en una especie de limbo intelectual al proceder de la izquierda y haberse “atrevido” a realizar una crítica constante a la izquierda. Algo de lo que también habla usted, refiriéndose a El País y a algunos intelectuales como Vargas Llosa, Félix de Azúa o el mismo Savater, a los que “algunos llamarán coartadas y yo prefiero ver como ejemplos”. ¿Se siente cómodo habitando ese limbo, le gusta formar parte de ese club?

Bueno, ese también es el caso de Hitchens. Y de tantos otros. Aquellos que usted menciona son gigantes y para mí, algunos más que otros, personas que me han enseñado muchas cosas. Siempre incomoda que le metan con gente frente a la cual uno tiene un tamaño algo más reducido. Pero sí, sí. Ser de izquierdas es eso. Ser de izquierdas es la continua interrogación sobre los fundamentos de tu paso por el mundo.

¿Se considera un hombre de izquierdas?

Sí, pero sin énfasis. Y simplemente porque uno aplica o intenta aplicar o ha aplicado en las diferentes épocas de su vida la razón y el sentido común. Me gusta mucho la caracterización que hace Peter Singer de la “izquierda darwiniana”, yo estoy mucho en esa línea. Creo que hay dos actitudes ante el sufrimiento: uno lo escucha aunque no haga nada y otro lo ignora. Yo siempre prefiero al que escucha, como mínimo, creo que el sufrimiento debe ser escuchado. Escucharlo, no está mal escucharlo. Hay gente que no lo escucha. Desde el punto de vista moral ser de izquierdas es eso. Desde el punto de vista técnico, ser de izquierdas es prestar atención a lo que pasa, desentrañarlo.

¿Cree que tanto el nacionalismo como la creencia religiosa son intrínsecamente antidemocráticos?

Sí. Ambos comparten la resolución del problema en una instancia superior. El nacionalismo y la religión apelan siempre a una instancia superior. En ese sentido, en realidad no confían en los hombres, no confían en los iguales, no confían en la capacidad de conocimiento del hombre, que es algo que a mí me pone de los nervios. En el fondo son gente desmoralizada y pesimista, lo que pasa es que te hacen la vida imposible, tanto unos como otros. Unos se meten en la cama y otros se meten en la cama con la bandera.

Volviendo a Peter Singer, a Una izquierda darwiniana.

Un libro maravilloso. ¿Sabe que lo han leído unas cincuenta personas? Es increíble, hablo con chicos de izquierda y me dicen “¿quién?” Y es un librito de nada, diminuto, que se lee en nada.

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Peter Singer, 1999

El problema central que plantea el libro de Singer, entre muchos otros, es confundir hechos científicos, la naturaleza humana, las diferencias existentes, con valores morales…

Es que mire, cómo va usted a combatir la desigualdad si cree que no existe. Uno le explica esto a estos tíos, estos jamelgos que sólo saben hablar en editoriales y te dicen “no, es que la tabla rasa”. No señor, hay una naturaleza humana. Es una putada pero hay una naturaleza humana. Y hay que conocerla, asumirla.

Cierto, pero bueno, el libro está, existe, y hay muchos más estudios, pero el problema sería ¿a quién le toca, quiénes serían los encargados de articular un discurso a partir de esta idea de una izquierda darwiniana? Quizá sería mucho pedir a nuestros políticos.

Aquí en España estamos con la izquierda flower. El pozo de la desigualdad y todo eso. La absoluta negación de la naturaleza humana. La izquierda no ha superado el fracaso más colosal de la historia de la humanidad, políticamente hablando, un fracaso basado en el no reconocimiento de la naturaleza humana, que es por supuesto el comunismo. El comunismo es una utopía noble, bondadosa, pero que fracasa porque niega cuestiones elementales de nuestra naturaleza. Cómo le vas a decir a la izquierda que dé un paso más cuando ni siquiera ha superado ese trauma, cuando la izquierda no sabe pensar todavía en términos que no sean los de la tabla rasa. Es decir, la creencia de que todo es manejable, conductible, etc. Es muy difícil para toda la izquierda europea, porque no ocurre únicamente en España, mire lo que está ocurriendo en Francia [en referencia a los incidentes de quema de coches en las afueras de París y otras ciudades acaecidos en noviembre de 2005]. Todo esto que ha ocurrido en Francia, a ojos de Singer, y es más, desde una perspectiva científica, desde una mirada política que integre los conocimientos que hoy tenemos de la naturaleza humana, resulta muy interesante. Pero hoy en día hablas de naturaleza humana y hay gente de izquierda que piensa que estás hablando de nazismo, de eugenesia.

Tiene que ver quizá con el descrédito de que adolece la ciencia entre nuestros hombres de cultura, en nuestro idioma.

De letras, sobre todo la gente de letras. Y sí, es un fenómeno típicamente latino. Eso no pasa en el mundo anglosajón. Es muy posible que sea una cuestión judeocristiana.

En el libro Singer le reconoce un mérito a Marx, que precisamente tiene que ver con esto último, y es el haber sido el primero en realizar una lectura de la realidad tendiendo puentes entre las diferentes disciplinas, desde la economía que era lo que le interesaba, pero integrando la política, la sociología, la literatura y las ciencias en general. ¿Está usted de acuerdo?

Completamente de acuerdo. Lo hace mucho antes que C.P. Snow cuando habla del mito de las dos culturas. Por supuesto, lo que pasa luego es que no se aplica el cuento. Es decir, el análisis de lo real que realiza Marx me parece indiscutible. No soy un experto en el tema pero no creo que la teoría de la plusvalía tenga muchos agujeros, el problema es el materialismo dialéctico, la aplicación. Y ese determinismo ilógico que aplica a la historia. Ese determinismo histórico que pasa por alto el darwinismo.

Lo curioso es que la derecha, como explica Singer, se ha servido de una falsa idea de darwinismo, de ese supuesto darwinismo social para justificar su idea de competencia.

Es un tema muy complicado este porque parece, por lo poco que yo conozco de él, que en la naturaleza humana el elemento cooperativo está presente. Parece ser que la cooperación es inherente al ser humano, que ayuda a la evolución. Entonces, esto de ver a la derecha como unas personas que no están preocupadas por la justicia, etc., yo no lo veo claro, no puedo estar de acuerdo. Creo que alguien debería hacer una síntesis, por poner un ejemplo, entre la necesidad de que la escuela sea pública, de que haya un espacio público de enseñanza pero que en ese espacio el mérito cuente. Alguien debería plantear una síntesis entre el esfuerzo y la igualdad. Yo quiero pedir esto. Pero, claro, ¿quién lo pide? ¿La derecha? ¿La izquierda? Es que me da igual.

Quizá el gran problema de esta dialéctica izquierda-derecha en nuestros días es que tanto unos como otros pretenden vendernos el pack completo.

Una noche, en este grupo de gente con el que planteamos un manifiesto de ciudadanos, ya cansado de esta cuestión de izquierda o derecha les dije: “Bueno, me permitís unas preguntas: ¿Vosotros estáis a favor del matrimonio entre homosexuales?”. Respondieron que sí. “¿Vosotros estáis a favor de la investigación con células madre?”. De nuevo sí. “Pues entonces, estáis de acuerdo con una serie de ideas que comúnmente se asocian con la izquierda, pero al mismo tiempo estáis en contra de la utilización del guerracivilismo en la discusión política ¿no? ¿Quién hace esto? ¿La izquierda, cierto?”. Sí, estaban en contra. “¿Vosotros estáis de acuerdo con el uso de la discriminación positiva como instrumento de vertebración social?”. No siempre, me dijeron. Y les planteé otra cosa comúnmente asociada a la derecha con la que también estaban de acuerdo. Estábamos, entonces, en un lado y otro, en un lado y otro. Yo veo esto, me veo a mí y, por poner otro ejemplo, me parece vergonzoso el Estatuto de Cataluña. Y me parece vergonzoso porque me parece el Estatuto del pack. Hecho por unas personas para las que la vida es eso: el pack completo.

En un artículo publicado recientemente en la revista Zut, usted terminaba diciendo que “los periodistas deberían darse cuenta de que hoy en día son prescindibles”. ¿Cree en serio esto?

Creo que los periodistas no se han detenido a reflexionar sobre la pérdida de la hegemonía. Los periodistas han perdido la hegemonía en el debate social, ya no lo conducen. En todo caso, quienes conducen el debate social tienen una vaga relación con el periodismo, eso que se llama “comunicadores”, “líderes de opinión”. Y bueno, eso ya no se encuentra en los periódicos. ¿Dónde se cuece el conflicto, el debate, el pequeño o el grande, el local, de barrio, etc.? Fuera de los periódicos.

Volviendo a textos presentes en el blog que dejó fuera del libro, ¿por qué no está el rapapolvo, la exégesis, a un artículo de Suso de Toro que incluso motivó una respuesta del propio Suso de Toro en el Nickjournal [el foro de comentarios del blog]?

Me pareció más importante la exégesis al texto de Felipe González. Tuve que decidir entre varias y al final quedaban las de Suso de Toro y la de Felipe González, y es verdad que la de Suso de Toro era más vistosa, tenía mucha más mala hostia, pero me pareció más importante la de Felipe González.

A mí me parece todo lo contrario, si me permite, dado que Felipe González no es más un actor político relevante mientras que Suso de Toro viene a ser el intelectual que el presidente de gobierno cita con cierta frecuencia.

Quizá me haya equivocado, sí, pero para mí en este caso el “hoy en día” no cuenta. Me da igual que Felipe González sea un caballo retirado: en ese texto hablaba sobre temas que me son mucho más importantes, como son la verdad sobre el 11-m; el tema general del libro es el 11-m. Podría haber puesto los dos, lo conversé con la editora, pero a mí me molesta un poco todo esto del “hoy en día”, porque a fin de cuentas quién es Suso de Toro. Aunque a la hora de elegir no lo hice por ningunearlo, lo hice sencillamente porque la otra me pareció más importante.

A lo largo de este volumen de Diarios, defiende la idea de que el gobierno del Partido Popular no mintió en el tratamiento de la información del 11-m, pero si bien mostraron los hechos y los hallazgos de la policía, el discurso del ministro Acebes, en un ejercicio curioso, hablaba de las dos pistas y contradecía los hechos que mostraba. ¿No es esa una manera de mentir?

No. Wishful thinking. A mi modo de ver, claro. Mire, los españoles fuimos a votar el 14 de marzo sabiendo que ETA no había matado a 191 personas. Y eso lo supimos por el gobierno. Y podría haber pasado algo serio. Dudo mucho de que el gobierno inglés, francés o norteamericano, otro gobierno hubiera informado del hallazgo de una camioneta con unos versículos, etc., por seguridad, y el gobierno español lo dio a conocer. Es verdad que en España se vivían unas circunstancias especiales dadas las elecciones, pero el gobierno informó de eso. Y de todo. Por lo tanto, si yo hubiera visto que existía algún hecho revelado por alguna instancia extramuros del gobierno, pues sí, el gobierno habría ocultado información. Pero eso no ocurrió. Hay dos maneras de interpretar esta historia, Aznar la interpreta de una manera y Acebes de otra. Aznar con su discurso en donde dice “los han matado por españoles” pero no menciona a ETA y Acebes hablando de dos pistas. Yo conozco a la persona que escribió ese discurso, sé cómo se escribió ese discurso. Y no había un guión oficial, cada cual interpretó la situación a su manera. Yo veía al pobre hombre de Acebes gritando: “Es que la pista de eta…”, pero esto lo hacía después de haber dado a conocer los hechos que lo contradecían, agitando los papeles que lo contradecían. Y puede que lo hayan hecho muy mal, que hayan sido torpes, pero no mintieron. El gran error político del 11-m es que Aznar no se hace una foto con todos los miembros del star system político a las dos horas del atentado. Igual que Zapatero comete un grave error político, que le ha costado muchos problemas, al no condenar los ataques que están sufriendo los días 13 y 14 las sedes del PP. Un error de consecuencias menores, claro. Pero creo que los hechos son los hechos y todos los españoles fuimos a votar sabiendo, desde las seis de la tarde del 11 de marzo, que Al Qaeda había hecho esto.

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Rafael Sánchez Ferlosio, 2002

En La hija de la guerra y la madre de la patria, Rafael Sánchez Ferlosio responde a un comentario vertido por usted respecto a la gran pregunta sobre el GAL de Iñaki Gabilondo a Felipe González. Usted dice que la pregunta que formula Iñaki Gabilondo es falsa porque sólo tenía una respuesta posible, y Sánchez Ferlosio le dice que sí, vale, es falsa, pero que en democracia estos simulacros son necesarios.

Una democracia no funciona así, con juras a San Talavera. Esa pregunta que Iñaki planteó no tiene ningún tipo de posibilidad de respuesta periodística, tiene una posibilidad de respuesta teatral. Pero yo hablo de periodismo y naturalmente eso no fue sino un balón listo para que el otro remate a gol con la puerta vacía. Y hay otra cosa muy importante, un problema que yo no trataba en la columna, pero que para mí es muy importante: esa es una pregunta que no se debe hacer nunca, pero no sólo por razones morales, sino porque ¿cuál es la autoridad que asiste a Iñaki para hacer esa pregunta? ¿Tiene alguna prueba de eso que dice? Es decir, una prueba significa: ¿puede usted repreguntar eso que dice? En el fondo, si lo pensamos profundamente, lo que hace Gabilondo es acusar sin pruebas. Si usted le pregunta a alguien: “¿Es usted un asesino, ha matado usted a tantas personas?”. Esa persona puede perfectamente responderle “Oiga y ¿por qué me hace usted esa pregunta, tiene alguna prueba de lo que dice?”. Y si usted no la tiene, pues tendría que enfrentarse a ello. Y eso, el que Felipe no respondiera de esa manera, abonaría la tesis ferlosiana del teatro. Pero claro, hay quienes no estamos dispuestos a consentir que la entrevista entre el principal comunicador de este país y el presidente del gobierno sea mero teatro.

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Libros de Arcadi Espada

 

Mansplaining y medios de comunicación

En 2014, la escritora Rebecca Solnit publicó un pequeño y luminoso ensayo titulado ‘Men Explain Things To Me’ (Hay traducción al castellano de la editorial Capitán Swing). En 2008, cuatro años antes, Solnit había escrito un artículo con el mismo título (la revista colombiana El Malpensante lo tradujo en 2015donde apuntaba por primera vez la idea que sería el origen del hoy extendido término mansplaining.

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Portada del libro de Rebecca Solnit

Tanto el libro como el artículo empiezan con una escena hilarante y terrible a la vez, que encierra la esencia y definición del concepto: Solnit y una amiga se encuentran en una elegante y aburrida fiesta en una mansión de Aspen, un pequeño pueblo de Colorado conocido por sus resorts y centros de ski para la clase media alta y alta americana.

En un momento, el anfitrión se dirige a Solnit y le dice: “He escuchado que has escrito un par de libros”. A lo que ella replica: “Varios, en realidad”. A continuación, el dueño de casa le pregunta sobre qué temas versan sus libros. Solnit, que para entonces había publicado ya siete títulos sobre los asuntos más diversos, empieza hablar del último: un ensayo biográfico sobre el inventor Eadweard Mubridge, que poco tiempo después recibiría, entre otros, el premio al mejor ensayo crítico del National Books Critics Circle.

Ni bien Solnit empezó a hablar, su interlocutor la interrumpió para preguntarle si había leído ya el “importantísimo” libro sobre Muybridge que había sido publicado ese mismo año. Solnit se quedó pensando un segundo, barajando la absurda posibilidad de que otro libro sobre el mismo tema hubiera aparecido al mismo tiempo que el suyo y, de alguna manera, ella no lo supiera. Mientras, el dueño de casa ya se encontraba perorando al respecto “con esa mirada petulante que tan bien conozco, la mirada de un hombre dando un discurso con los ojos clavados en el nuboso y lejano horizonte de su propia autoridad”.

La amiga de Solnit intentó interrumpirlo diciendo: “Ese es su libro”. Pero nada parecía perturbar la perorata; así que volvió a decirle, cuatro veces: “Ese es SU libro”. El tipo, cuando finalmente escuchó, se puso pálido. “El que yo fuera la autora de ese importantísimo libro que él, resulta, no había leído, del que solo había leído la reseña aparecida en The New York Times Review unos meses antes, alteraba de tal manera la pulcra categorización de su mundo, que se había quedado mudo”, escribe Solnit. Cuando la autora y su amiga se alejaron lo suficiente para no ser oídas, estallaron en carcajadas.

Aquí pueden ver a Solnit leyendo el inicio del libro:

Esto, claro, no ocurre únicamente en el ámbito privado. Los medios, sus artículos, entrevistas y columnas de opinión están repletos de ejemplos de mansplaining. Periodistas y columnistas que tratan a mujeres –políticas, especialistas, académicas, otras periodistas, etc.-, muchas veces más competentes que ellos, como si se dirigieran a niños de cinco años a los que deben explicar paciente y detalladamente lo que esas mujeres no solo conocen sino que –en ocasiones- es el tema mismo y la razón por la que se las ha contactado.

El debate público en general, la arena que hemos levantado para discutir los temas que nos importan como sociedad, ya sea en los medios o fuera de ellos, es un constante recordatorio para las mujeres de que sí, ok, está bien que tengan una opinión, pero si hay un hombre que diga lo mismo o parecido, es mejor que sea él quien reciba el espacio, la atención, el auditorio y/o la paga. Y si, por un caso, decidimos concederte el generoso regalo de ponerte un micrófono o una grabadora o una audiencia delante, ya te interrumpiremos para decir aquello que quieres decir mejor que tú.

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«Si me permiten, caballeros, me gustaría que pasáramos a la siguiente parte: interrumpirme e ignorar la cuestión»

No se me escapa la ironía de que sea yo, un periodista hombre, quien apostille y reflexione acerca de un concepto desarrollado originalmente por una mujer para tocar un asunto que les afecta a ellas. Pero creo que es importante que no sean solo las mujeres quienes señalen, discutan, se enfurezcan o reclamen ante los sutiles y no tan sutiles mecanismos que la sociedad ha perfeccionado para silenciarlas. Creo que también los hombres, en este caso los periodistas, editores y responsables de medios hombres, debemos no solo tomar conciencia, enfrentar el problema y plantear el debate al interior de nuestras organizaciones, sino que es necesario que alcemos también la voz para llamar la atención sobre lo injusto, pernicioso y empobrecedor que resulta el machismo y sus distintas encarnaciones para todos los que estamos interesados en el debate público.

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Mansplaining: The statue

En Estados Unidos un joven conglomerado de medios llamado Vox Media, que incluye al site de política Vox.com, la página de tecnología The Verge o el conocido portal gastronómico Eater.com, entre otros, publicó en 2015 un código de conducta para sus empleados (periodistas y no-periodistas), que bajo el subtítulo de COMPORTAMIENTOS INACEPTABLES dice:

“Evitar correcciones pedantes como ‘bueno, en realidad..’ que son a menudo ofensivas e improductivas; hagamos un esfuerzo por no interrumpir a nuestros colegas mientras hablan; nunca respondamos sorprendidos cuando alguien solicita ayuda; y tengamos cuidado en no tratar a nuestros colegas con condescendencia ni asumir que sabemos todo sobre un tema. Este último punto es particularmente importante cuando se tocan asuntos relacionados con tecnología: muchas mujeres y personas de color en la industria tecnológica han experimentado mansplaining sobre un tema en el que son expertos, o han sido excluidos de oportunidades de aprendizaje porque un colega no hizo el esfuerzo de responder sus preguntas. No seamos esa persona. Recordemos que nuestros colegas pueden poseer pericias que ignoramos, y que debemos escuchar al menos tanto como hablamos”.

Los periodistas, que trabajamos intentando traducir para nuestros lectores asuntos que, a priori, ignoramos o escapan a nuestra comprensión, para lo cual necesitamos consultar constantemente con especialistas de otras ramas, haríamos bien en aplicar ese código en nuestras relaciones no solo dentro sino fuera de la redacción.

No conozco hombre –periodista, editor, lo que sea- al que no se pueda culpar de haber incurrido en mansplaining en algún momento. Muchos de ellos no somos machistas, o más bien, luchamos contra nuestro machismo día a día, intentamos –no siempre con éxito- no caer en él, porque tan imbuido, tan entretejido se encuentra en nuestras sociedades -y específicamente en nuestro mundo laboral- que incluso hemos acuñado otro término casi exculpatorio para ese tipo de comportamientos no violentos, no explícitos, como el mansplaining.

Micromachismo, decimos, como si no se tratara de machismo a secas, de la más ridícula y ofensiva condescendencia. Como si no alzar la mano o la voz, como si no imponernos con violencia o actuar “sin querer queriendo”, ciegos ante el origen y consecuencias de nuestra actitud, fuese suficiente excusa.

No lo es, por supuesto. Como ocurre con la ley, aquí tampoco la ignorancia nos libra de responsabilidad, la ceguera no nos exime del deber.

*Versiones anteriores de este texto se publicaron en Clases de Periodismo y en Perú21.

Mujeres y periodismo

ACTUALIZACIÓN**

Las versiones anteriores de este texto, publicado por primera vez en el blog en agosto de 2017, terminaban todas con este llamado (disculpen la autocita):

Por suerte, si bien la prensa tradicional parece todavía atada a usos del pasado, los nuevos medios no son nuevos solo por su juventud sino, algunos, también por sus ideas.

La primera directora regional para las Américas de Buzzfeed —la empresa de medios más importante del mundo, según el analista Ben Thompson— es una joven y talentosa periodista argentina llamada Conz Preti.

Imagino, o quiero imaginar, que las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma no tardarán mucho en seguir ese ejemplo.

Las negritas son, claro, mías.

No hemos tenido que esperar demasiado para poder celebrar que uno de esos grandes medios clásicos se ponga al día en cuestiones de género.

El nombramiento de Soledad Gallego-Díaz como directora del diario El País, convierte al periódico fundado en 1976 en la primera gran cabecera nacional española que cuenta con una mujer al mando de su redacción desde los años 30.

En 1936, La Vanguardia, diario con sede en Barcelona pero alcance y relevancia nacional, tuvo una directora mujer, María Luz Morales Godoy. Morales Godoy estuvo al mando de la redacción durante siete meses entre 1936 y 1937, al comienzo de la Guerra Civil española. Los otros diarios que, a mi juicio, entran en la categoría de gran cabecera nacional son: El Mundo, ABC y La Razón. Ninguno de ellos ha tenido nunca una mujer al mando.

Cuando escribí originalmente este post, y en sucesivas actualizaciones, intenté incluir ejemplos de medios españoles pero la elevada cantidad de diarios, sobre todo regionales y locales, así como de medios digitales que existen en España, y la poca información disponible de muchos de ellos, impidió que consignara el número de directoras mujeres que había en medios españoles.

Por suerte, en días recientes y a propósito del anuncio del nombramiento de Gallego-Díaz, el periodista Miguel Ángel Jimeno, responsable del blog La Buena Prensa, se dio el trabajo de buscar y compilar la información para confeccionar un listado bastante completo –y que continúa actualizando– de las directoras mujeres que hay y ha habido en la prensa española. Pueden revisarlo en su página de Medium.

Para quienes no conocen el trabajo de Soledad Gallego-Díaz, aquí hay una semblanza publicada por la web del diario:

Ingresó en EL PAÍS inmediatamente después de su fundación, en 1976, como colaboradora especializada en información política, compaginando su trabajo en Cuadernos para el Diálogo, hasta que se incorporó a la sección política del diario. Desempeñó la función de cronista parlamentaria durante los momentos más intensos de la Transición. De hecho, fue, junto a Federico Abascal y José Luis Martínez, quien consiguió y publicó en exclusiva el borrador de la Constitución Española de 1978.

Posteriormente, a finales de 1979, se hizo cargo de la corresponsalía de EL PAÍS en Bruselas. Su experiencia en el terreno de la información internacional se completó durante esos años con otras dos nuevas corresponsalías de primer nivel, Londres y París.

De vuelta a la redacción central, fue designada primero subdirectora y, luego, directora adjunta del diario, cargo que ejerció durante cinco años. Más tarde, desempeñó las corresponsalías de Nueva York y Buenos Aires, además de volver a ocupar funciones de directora adjunta y de ser nombrada Defensora del Lector. Actualmente publica cada domingo su columna semanal de análisis político y desde septiembre de 2012 es colaboradora de la Cadena SER en el programa Hoy por hoy.

Quienes estén interesados en profundizar en las ideas de Soledad Gallego-Díaz sobre periodismo, pueden asomarse a lo que piensa en esta charla publicada en la revista Letras Libres. La ahora directora de El País conversa ahí con otros dos periodistas, Jordi Pérez Colomé, miembro de la redacción de El País y autor de varios libros de reportajes, y Eduardo Suárez, antiguo corresponsal del diario El Mundo, fundador del site El Español (que dejó en abril de 2016) y responsable de Politibot. En la conversación, Gallego-Díaz reflexiona sobre el presente y futuro de los diarios y la industria de medios:

Es una suerte que esta crisis tan salvaje de deuda de los medios tradicionales haya coincidido con la existencia del mundo digital. Si esto hubiera pasado cuando solo existían medios industriales, no habrían podido existir nuevos medios porque habrían necesitado una inversión inicial a la que no habrían tenido acceso. De hecho, la crisis tuvo dos patas: fracasa el modelo de negocio, porque los medios tradicionales no saben cómo afrontar el mundo digital; y luego hay una crisis económica bestial que se lleva por delante la publicidad. Los medios tradicionales quedan totalmente noqueados. Afortunadamente el mundo digital ha permitido que haya nuevas voces que no exigen una gran inversión inicial. Eso es muy positivo, pero tampoco creo que sea la solución. Esos nuevos medios tampoco encuentran un modelo de negocio que les permita sobrevivir. Hacen un periodismo muy opinativo, muchas veces estupendo, pero el periodismo necesita también un trabajo de testimonio profesional, de colocar en la agenda cosas. Si yo soy un ciudadano normal y corriente no me voy a preocupar jamás de lo que pasa en Sudán del Sur. Se suponía que los medios de comunicación tradicionales ponían eso sobre la mesa y veías que el mundo era complejo. Ahora los medios digitales tienen una enorme dificultad para hacerlo, porque no tienen capacidad económica. Mientras no se resuelva ese modelo de negocio va a ser una situación muy inestable.

También pueden consultar esta entrevista algo más antigua, de marzo de 2012, en el site Jot Down (de donde sale la imagen que ilustra ahora este post, obra del fotógrafo Gonzalo Merat). En ella se puede ver uno de las rasgos principales de Gallego-Díaz a lo largo de su carrera periodística. A diferencia de muchos otros periodistas, la ahora directora de El País se ha caracterizado por no menospreciar a su audiencia. Hay un ejemplo en este intercambio:

Sería como decir “es que usted se dedica a matar periquitos en sus horas libres”. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que, en el asunto de la privatización, pueda tener razón.

La gente no es idiota. Tú puedes estar diciéndole a la gente lo que quieras, que a la hora de la verdad va y vota lo que quiere. Yo siempre cito el caso de William R. Hearst, al que se acusa de haber promovido la Guerra de Cuba. Se presentó a elecciones, intentó ser elegido fiscal, intentó ser elegido esto y aquello. Nunca fue elegido. Perdió todas las elecciones. ¿Por qué? Porque todo lo que publicaba en sus medios no era suficiente como para que la gente le votara. La gente decía: “no, a él no”.

Lo del fracaso del todopoderoso Hearst en las elecciones es una de las grandes moralejas de la historia del periodismo, creo.

Toda esa influencia que se supone que tenía, tan extraordinaria, no fue nunca suficiente para que la gente fuera y le votara.

Lo curioso es que en Estados Unidos la gente ha preferido —más de una vez— votar incluso a un antiguo actor de Hollywood que a un periodista. Parece que la gente se resiste a la idea de que el periodista acabe ocupando…

…el poder. En el caso de Hearst, todo el mundo sabía que tenía una influencia enorme, pero ¡nadie le quería como representante suyo! Y les daba igual lo que Hearst dijera. En los momentos decisivos, la gente sabe lo que lee. Incluso los que han estado leyendo El Mundo, saben perfectamente que el atentado del 11-M fue en parte provocado por una panda de gente increíble: los españoles que proporcionaron la dinamita, el famoso grupo de asturianos de las minas. Dinamita en unas cantidades enormes, no es que les hubieran dado un cartucho, sino que estuvieron contrabandeando en cantidad. Evidentemente, a lo mejor ellos no sabían que esa dinamita se iba a emplear para un atentado en Madrid, pero pensaban que se iba a hacer un atentado en Casablanca… y no les importaba. Ese grupo de españoles que no tiene nada que ver con ETA, que son simplemente gente que quiere dinero a cualquier costa y a la que le importa un carajo todo. Los lectores de El Mundo, yo creo que si les haces una encuesta la mayoría sabe que eso es así.

La gente no es idiota.

Lo mismo aquí, donde define a las redes sociales como una «acumulación de instantaneidad»:

Quizá los medios se puedan escudar en esta clase de hechos para ofrecer tanta opinión, porque suponen que la información básica la puedes obtener en cualquier parte: Internet, la pantalla de un autobús, ¡hasta en el ascensor!

En Internet, además, hay mucha gente que te suelta sus opiniones como si fueran informaciones. Como el sistema de la web está abierto —y me parece muy bien— a tantísimas aportaciones, la inmensa mayoría de la gente lo que aporta son opiniones, no hechos.

Hablando de la red, ¿qué impresión te produce el hecho de que se produzca un suceso y a través de Twitter, Facebook, etc. la gente empiece a opinar en una oleada inmediata, casi como en un juicio público?

Eso, seguramente, pasaba exactamente igual antes, lo que ocurre es que ahora los cuentan. Dicen “quinientos cincuenta y cuatro mil han opinado…” Pero un presidente de los Estados Unidos, en mil ochocientos y pico, se casó —teniendo él cincuenta y tantos años— con una chica de diecinueve o veinte. Cuando esa chica salía a la calle, se producían aglomeraciones de gente que quería ver a la mujer del presidente. Hasta el extremo de que hubo muertos en algunos sitios, ¿eh? Seguro que había estados de opinión sobre ese asunto, lo que no había era un sitio como Internet. Entonces lo comentaba cada señor con el de al lado, en el “saloon”, supongo (risas). A lo mejor se enteraban de la noticia dos meses después y no el mismo día, pero seguro que lo comentaban. Ahora es lo mismo, aunque es todo instantáneo y a eso se le da muchísimo valor. Pero, a veces, el que sea instantáneo no le da ningún valor. Es simplemente una acumulación de instantaneidad, y punto. No ha añadido nada nuevo.

Ese mismo año, Gallego-Díaz dio el discurso inaugural del Máster de Periodismo UAM/EL PAÍS. Ya el título de su ponencia anunciaba ese carácter franco y sin ambages (take no prisoners, se diría en inglés) que la ha hecho popular entre sus lectores y colegas: Si te van a matar, no te suicides. Ni bien empezó a hablar, la ahora directora de El País se hizo cargo de la desigualdad entre hombres y mujeres que sigue dominando esta industria:

Decía que, en total, antes que yo han hablado aquí 25 conferenciantes en 25 años… Y yo soy la primera mujer. Como hay ahora mucha polémica con este asunto, dejen que empiece diciéndoles: señoras y señores, queridos amigos y amigas, compañeros y compañeras, queridos profesores y profesoras…. me paro aquí. Podría resumir diciendo: queridos alumnos y queridos periodistas, pero si he hecho esta larga enumeración no es porque quiera discutir sobre gramática, que tiene sus propios expertos, sino para que quede claro que pienso que las mujeres en este oficio seguimos siendo demasiado transparentes.

El discurso es un estupendo estado de la cuestión, los problemas que Internet ha traído al modelo de negocio de la prensa, las posibilidades enormes que las nuevas tecnologías ofrecen para el ejercicio del periodismo, las dudas y cambios que estas traen consigo y, también, la responsabilidad de los propios periodistas en la desconfianza con que buena parte del público mira nuestro oficio:

El descrédito del periodismo viene cada vez más unido del descrédito de la democracia y entraña los mismos peligros. Los periodistas hemos sido, y somos, responsables de buena parte de ese descrédito, hemos ayudado a esa pérdida de reputación, porque no cumplimos con nuestras obligaciones.

Somos responsables, porque nos falta independencia, porque no cumplimos con la obligada verificación, ni con la obligación de controlar los poderes. Porque no creamos los foros de discusión crítica, que deberíamos promover. Porque, como denunciaba Camus, ejercemos el despotismo, amigándonos con las fuentes.

En este video mucho más reciente puede ver a Soledad Gallego-Díaz dirigirse a la redacción de El País una vez se confirmó su nombramiento el día 8 de junio de este año:

Me quedo con este fragmento de su discurso:

Los lectores saben qué nos pueden pedir y qué no, y lo que nos piden fundamentalmente es que no faltemos a la verdad. Por eso, en esta redacción solo se pide obediencia al Libro de Estilo. Es de obligado cumplimiento en todos los soportes del periódico.

El énfasis –la inflexión en la voz– es suyo. Un mensaje claro para todos aquellos que se empeñan en establecer diferentes estándares de calidad –y respeto por los principios periodísticos– entre el contenido que se produce para el diario impreso y el que se produce para plataformas digitales.

La llegada de Soledad Gallego-Díaz a El País no se ha quedado solo en discursos. hoy mismo, un día después de asumir el cargo, se han anunciado una serie de cambios en el organigrama del diario:

Su adjunto será Joaquín Estefanía, quien ya dirigió el periódico entre 1988 y 1993. Y tendrá tres directores adjuntos: Jan Martínez Ahrens, hasta ahora corresponsal en Estados Unidos; Mónica Ceberio, que era responsable de Reportajes, y Borja Echevarría, quien fue subdirector del elpais.com entre 2009 y 2014.

Salen, por tanto, de sus puestos los directores adjuntos de Antonio Caño: David Alandete, Rafa de Miguel y José Manuel Calvo. Los tres nuevos directores adjuntos no tendrán áreas específicas de competencia.

Gallego-Díaz también crea una macrosección de nacional que incluirá no sólo la información política sino también la de sociedad y que dirigirán el actual corresponsal en Bruselas, Claudi Pérez, y el director de la edición de El País en Brasil, Xosé Hermida. Como redactor jefe de Opinión ejercerá José Andrés Rojo y como directora de Opinión, sustituyendo a José Ignacio Torreblanca, la politóloga de la Universidad Autónoma de Madrid y colaboradora del periódico Máriam Martínez-Bascuñán. El nuevo subdirector de la edición catalana del periódico será Miquel Noguer. Montserrat Domínguez, hasta el momento directora de Huffingtonpost.es, ha sido nombrada directora de las revistas SModa, Icon y Buena Vida, así como del dominical. Al frente de la versión español de Huffingtonpost.es queda Guillermo Rodríguez, su actual subdirector.

A Miguel Jiménez, subdirector de Información, se le ha hecho responsable del área de economía y trabajo. Y Javier Moreno, quien dirigió El País entre 2006 y 2014, estará a la cabeza de la edición del periódico en América.

Está por ver en qué se traducen esos cambios en el contenido del diario. Pero, de momento, creo que no exagero al decir que hace mucho que El País no generaba tanta expectativa entre periodistas y lectores.

NOTA ORIGINAL

En el Perú existen entre 60 y 100 periódicos, entre nacionales, regionales y locales; entre impresos, impresos con edición digital y exclusivamente digitales. Es imposible conseguir una cifra exacta, créanme que lo he intentado. De todos ellos, actualmente, solo hay uno dirigido por una mujer: El Chino, que lleva en el postón el nombre de Silvia Gavidia Román.

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Portada de El Chino, 1 de agosto de 2017

A Gavidia se sumará una nueva directora mujer en la prensa peruana a partir del 1 de junio de 2018. Perú21 ha anunciado que Cecilia Valenzuela asumirá la dirección del diario ese día*. Valenzuela será así la cuarta periodista al mando de esa redacción en los 16 años de historia del periódico, tras los mandatos de Augusto Álvarez Rodrich, Fritz Du Bois y Juan José Garrido.

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Con Gavidia y Valenzuela, hasta donde he podido averiguar, serían ocho las mujeres que han ocupado alguna vez la dirección de un diario en el Perú. Ocho mujeres en 228 años de historia periodística (el primer periódico peruano reconocido como tal fue El Diario de Lima, fundado en 1790).

El periódico de propiedad privada en actividad más antiguo del país, El Comercio, ha tenido 16 directores en sus 179 años, incluido Juan José Garrido, quien asumirá el cargo el próximo 1 de junio. Todos hombres. El diario oficial El Peruano, que en octubre de 2017 cumplió 192 años, ha tenido dos directoras: Delfina Becerra y Susana Grados.

Imaginemos que 60 ha sido la cifra constante de diarios existentes en los siglos XX y XXI —descartemos el XIX para este cálculo—, es decir que siempre ha habido 60 diarios en activo en el país. Es imposible saberlo con certeza por la falta de registros, pero acordemos ese número para este ejercicio.

Asumamos que el mandato promedio de un director es de 10 años. En 118 años, un periódico tendría unos 12 directores. Si tenemos 60 diarios, este cálculo arroja que de 1900 hasta hoy ha habido en el Perú 720 directores de periódicos. Ocho de ellos han sido mujeres. Es decir, el 1,11%. Repito: el 98,89% de los directores de diarios en la historia del país han sido hombres.

Digamos que no fueron 720 directores, sino la mitad. Seguiríamos teniendo solo ocho directoras mujeres de 360 directores en total durante nuestra historia, o sea el 2,22%. Es decir, el 97,78% de los directores de diarios en 118 años de historia de prensa peruana habrían sido hombres.

En Latinoamérica el asunto mejora un poco, pero no mucho. Un botón de muestra: en los diarios miembros del GDA, institución que agrupa a las 11 cabeceras más importantes de América Latina, solo hay dos directoras. O más bien, una y un tercio: El Nuevo Día de Puerto Rico es dirigido por una mujer, mientras que El País de Uruguay tiene un triunvirato de directores, de los cuales una es directora.

En el periodismo ocurre lo mismo que en muchas otras industrias dominadas históricamente por hombres: en los últimos 20 o 30 años las redacciones han dejado de parecer patios de recreo de colegio de curas para atraer a más mujeres. No hay datos peruanos fiables, tampoco latinoamericanos, pero el informe anual de la Asociaciones de Editores de Noticias de Estados Unidos (ASNE, en inglés) de 2016, publicado en setiembre de ese año, encontró que el 62% de periodistas trabajando en periódicos impresos norteamericanos son hombres y el 38% mujeres; mientras que en el caso de webs noticiosas que no dependen de un diario con edición impresa, la presencia femenina se eleva hasta rozar el 50%.

Cuando yo era editor multiplataforma de Perú21 (hasta febrero de 2017), más o menos, repetíamos el ratio de los diarios americanos: de 39 redactores, 25 eran hombres (64,1%) y 14 mujeres (35,9%). Mejorábamos si hablamos sólo de editores: de 11, seis eran hombres y cinco mujeres.

La brecha se ha acortado en números, pero al igual que en otras profesiones con prestigio social —alicaído en nuestro caso, pero prestigio al fin y al cabo— una mujer alcanza su techo laboral en un diario antes de acceder a puestos directivos. Incluso cuando logra la silla de directora se le somete a un escrutinio distinto al de sus colegas hombres.

Esto fue materia de una intensa discusión en los medios americanos en 2014, cuando la primera y, hasta ahora, única directora de The New York Times, Jill Abramson, fue despedida. La historia de lo que ocurrió realmente aún está por contar, tanto Abramson como el Times como algunos reporteros que dieron cuenta del caso han relatado diversas versiones. Pero la versión oficial, en boca de Arthur Sulzberger Jr —presidente del directorio de la empresa— es que existían problemas con el “estilo de management” de Abramson. A lo que ella respondió: “Se dijo que se debía a mi estilo. Yo era una directora frontal, y había gente que trabajaba para mí a la que eso no le gustaba. Las mujeres en roles de liderazgo son escudriñadas de forma constante y, a veces, de forma distinta a los hombres”.

Que una periodista, editora o directora sea mujer no garantiza nada en términos de calidad. Un periodista puede ser bueno, malo, competente, inútil, culto, ignorante, honesto, corrupto, con independencia de su sexo o género. La identidad sexual de una persona, así como su raza o creencias religiosas, pese a lo que se diga en campaña electoral, no es un valor en sí mismo.

Pero si bien este factor no tiene incidencia directa sobre la calidad, sí parece tenerla sobre la representación de hombres y mujeres en los medios. Un estudio publicado en octubre de 2015 en The America Sociological Review encontró que el 82% de los nombres mencionados en prensa norteamericana entre 1983 y 2009 respondían a hombres. De nuevo: el 82% de las personas mencionadas en prensa en Estados Unidos durante las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI tenían nombre de hombre.

Si bien no tengo estudios concretos, resulta verosímil suponer que, de existir más mujeres en puestos directivos, esa disparidad no sería tan exagerada. Y no porque las mujeres sean necesariamente menos machistas —esa es otra discusión—, sino porque las periodistas, por lo general, están más al tanto de lo que hacen otras mujeres que sus colegas hombres.

Cuando se pregunta a un directivo/director/editor/periodista hombre por qué no consideró una mujer para ese puesto/columna/artículo/conferencia, las respuestas suelen ser: “no se me ocurrió ninguna”, “hay menos mujeres en ese campo”, “las que hay no son tan conocidas”, “no estaban disponibles”.

A partir de ahí, por lo general la discusión deriva a la injusticia o ineficacia de las “cuotas”. Pero, creo, no se trata de cuotas, sino de eliminar barreras. Una de esas barreras son las anteojeras que nos hacen ver a un hombre como el sujeto estándar para la mayoría de labores, o para aquellas que son consideradas valiosas por la sociedad.

Lo explica mejor la economista Myra Strober, autora del libro Sharing the Work, profesora emérita en la Escuela de Posgrado de Economía y la Escuela de Posgrado de Educación de Stanford, y una de las mayores expertas mundiales en mujeres y trabajo. Strober acuñó el término “segregación ocupacional” para referirse a la manera en que las personas y profesiones están repartidas en base, sobre todo, al género.

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Portada del libro de Strober, publicado en 2016

En un episodio del podcast Freakonomics Radio titulado ¿De qué están hechas las barreras de género?, la doctora Strober habla de su experiencia en los años 70 en la academia norteamericana. En 1972, la economista se convirtió en la primera profesora mujer de la Escuela de Negocios de la universidad de Stanford.

Poco después de su llegada, la junta de asesores le informó al decano de la Escuela que necesitaban contratar más profesoras mujeres. Pero este descubrió que no podían hacerlo porque no había suficientes graduadas en la materia. Así que se urgió a la Escuela de Negocios a admitir más mujeres como alumnas. El problema era que había muy pocas postulantes.

Strober formó parte del equipo que se creó para salir a reclutar estudiantes mujeres. Solo tuvieron que trabajar el primer año. En cuanto se supo que Stanford estaba deseosa de sumar mujeres a su programa de negocios, las aplicaciones se multiplicaron sin necesidad de mayor esfuerzo.

Aquí pueden ver a la doctora Myra Strober hablando de los retos que las mujeres enfrentan todavía en el mundo laboral:

Strober, en otro momento del episodio de Freakonomics dice: “Creo que cuando un empleador o una industria está pensando en contratar más mujeres para trabajos que han sido dominados por hombres, tienen que ser un poco creativos. Creo que uno podría atraer más mujeres hacia la ingeniería, por ejemplo, si se discutiera y pusiera sobre la mesa cómo los ingenieros contribuyen a la sociedad. Las mujeres quieren contribuir a la sociedad. Y eso es lo que hacen, a grandes rasgos, los ingenieros. Pero así no se vende la carrera de ingeniería”. A veces, los grandes cambios ocurren a partir de soluciones sencillas pero revolucionarias para el momento.

La segregación ocupacional de que habla Strober empieza mucho antes de que las mujeres asomen la cabeza en el mundo laboral. Un estudio publicado en enero de 2017 en la revista Science -obra de Lin Bian, Sarah-Jane Leslie y Andrei Cimpian- encontró que ya desde los seis años las niñas empiezan a «asociar la genialidad o brillantez con el género masculino» y a la vez comienzan a «evitar actividades que se supone requieren de esa supuesta genialidad».

Esto último se agudiza según van haciéndose mayores. Un estudio anterior, de 2015, en el que participaron dos de los investigadores responsables del que mencionaba antes -Leslie y Cimpian-, encontró que la proporción de mujeres que obtienen doctorados baja en los campos donde se cree que el talento innato o genialidad o brillantez es más importante que el trabajo duro.

Otro investigador, citado por la periodista Hattie Garlick en un artículo para el Financial Times, explica cómo «ya en segundo grado de primaria (cuando los niños tienen siete años), alrededor del 75% de los niños y niñas han hecho suyo el estereotipo según el cual los chicas no son buenas para las matemáticas».

El mismo investigador, Dario Cvencek, del Instituto de Ciencias del Cerebro y el Aprendizaje de la Universidad de Washington, le dice a Garlick: «Los niños prestan atención a los estereotipos presentes a su alrededor. Asimilan los estereotipos que muestran sus padres, educadores, pares, juegos y medios. Si les enseñamos nuestros prejuicios, los niños desarrollan esos mismos prejuicios. Nuestros estereotipos se convierten en sus estereotipos».

No hace falta afinar mucho la imaginación para prever qué ocurre si, además, esos mismos niños y niñas crecen para convertirse en adultos que ven sólo hombres representados en los medios.

Por suerte, si bien la prensa tradicional parece todavía atada a usos del pasado, los nuevos medios no son nuevos solo por su juventud sino, algunos, también por sus ideas.

La primera directora regional para las Américas de Buzzfeed —la empresa de medios más importante del mundo, según el analista Ben Thompson— es una joven y talentosa periodista argentina llamada Conz Preti.

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Conz Preti en Buzzfeed

Imagino, o quiero imaginar, que las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma no tardarán mucho en seguir ese ejemplo.

+Una versión anterior este artículo apareció el 8 de agosto de 2016 en Perú21 y señalaba de forma incorrecta que El Peruano había tenido una sola directora mujer, cuando en realidad han sido dos. Este post está corregido y aumentado con nueva data.

*Este artículo fue modificado el 16 de mayo de 2018 para incluir a Cecilia Valenzuela, quien el 1 de junio asumirá el cargo de directora periodística de Perú21, con lo que se convertirá en la segunda directora mujer en activo de la prensa escrita peruana.

**Este artículo fue modificado una vez más con la actualización del comienzo el día lunes 11 de junio de 2018 para incluir el nombramiento de la periodista Soledad Gallego-Díaz como directora del diario español El País.

++En el párrafo final, donde antes decía «las grandes y clásicas cabeceras periodísticas del continente», ahora dice «las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma» ya que a diferencia de la versión original que se publicó en Perú21, el artículo no está ceñido ya a medios latinoamericanos sino a medios en idioma español.

La incisiva y demoledora paciencia de Ryan Lizza

La noche del miércoles 26 de julio, el periodista Ryan Lizza, corresponsal en Washington D.C. de la revista The New Yorker, recibió una sorpresiva llamada. Al otro lado del celular se encontraba Anthony Scaramucci.

Como todos los que siguen la política norteamericana y los cada vez más abundantes y frecuentes escándalos de la presidencia Trump sabrán, el señor Scaramucci fue durante un brevísimo periodo -del 21 de julio al 31 de julio- el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca.

Scaramucci, conocido en el mundillo financiero de Wall Street como ‘Mooch’, es famoso entre la élite norteamericana por su estilo ampuloso, el cabello engominado, sus caros trajes a medida y los apretados nudos de sus corbatas. Como si cada detalle de su look y cada gesto fueran un homenaje a Gordon Gekko, el operador de bolsa que Michael Douglas interpretó en Wall Street y personificó los excesos del yuppismo de los años 80.

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Imagen con que The New Yorker ilustró el artículo de Ryan Lizza

Unas horas antes de la ahora famosa llamada, el reportero de The New Yorker había tuiteado que, según dos fuentes con conocimiento del hecho, el presidente Trump estaba cenando con Scaramucci, un ex ejecutivo de Fox News y Sean Hannity, presentador estrella del canal favorito de los conservadores norteamericanos.

A Mooch el tuit no le hizo ninguna gracia.

Así relata Lizza el inicio de la conversación con Scaramucci:

«¿Quién te filtró eso?», me preguntó. Le dije que no podía darle esa información. Me respondió amenazando con despedir a todo el personal de comunicaciones de la Casa Blanca. «Lo que voy a hacer es, voy a eliminar a todos en el equipo de comunicaciones y empezar de cero», dijo. Me reí, pensando si en realidad creía que una amenaza como esa iba a convencer a un periodista de revelar su fuente. Continuó presionándome y quejándose del equipo de gente que había heredado en su nuevo puesto. «Le he pedido a estos chicos que no filtren nada y no pueden comportarse», dijo. «Tú eres un patriota, esta es una catástrofe seria para el país americano. Así que te estoy pidiendo como patriota americano me digas quién te filtró la información».

A partir de ahí, el tono del monólogo de Mooch siguió subiendo, o cayendo, depende de cómo lo mire uno. Esta es solo una selección de las citas que Ryan Lizza obtuvo, cortesía de Scaramucci:

«Yo no soy Steve Bannon [el todopoderoso asesor del Presidente Trump], no estoy intentando chuparme mi propio pene. No estoy intentando construir mi propia marca a costa de la puta fortaleza del Presidente. Yo estoy aquí para servir al país»

«Lo que quiero hacer es matar a los putos filtradores, y quiero recuperar y poner la agenda del Presidente en marcha para así poder tener éxito por el pueblo americano»

«Ok, Mooch llegó hace una semana. Voy a limpiar todo esto muy rápidamente, ¿ok? Porque ya pillé a estos tipos. Tengo huellas digitales, a través del FBI y el puto Departamento de Justicia, de todo lo que han hecho»

«Voy a despedir a todos. Ya despedí a uno el otro día. Mañana despediré a tres o cuatro más. Voy a averiguar quién te filtró eso. A Reince Priebus -por si quieres filtrar algo- se le pedirá que renuncie muy pronto»

«Reince es un puto esquizofrénico paranoide, un paranoico»

«Sí, déjame ir, porque tengo que empezar a tuitear alguna mierda que vuelva loco a este tipo [en alusión a Priebus]»

En efecto, luego de colgar el teléfono con Lizza, Scaramucci lanzó un tuit acusando a su rival en la Casa Blanca, Reince Priebus, de filtrar su declaración financiera y amenazándolo con llevarlo ante el FBI y el Departamento de Justicia:

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«A la luz de la filtración de mi declaración financiera, lo que constituye un delito. Me contactaré con el FBI y el Departamento de Justicia #swamp @Reince45»

Un par de horas después, Mooch borró el tuit y publicó otro en el que señalaba que se le había malinterpretado. No estaba acusando y amenazando a Priebus, sino haciendo saber a los responsables de las filtraciones que todos los altos oficiales de la Casa Blanca estaban colaborando para acabar con ellas:

Ambos tuits se hicieron virales y se convirtieron en la comidilla de los periodistas políticos americanos, que pasaron buena parte de la noche discutiendo en Twitter y en televisión lo dicho por el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca. Todos, menos uno.

Lo único que Lizza dijo esa noche sobre el escándalo desatado por Mooch en Twitter que podía indicar que tenía más información que la disponible para el resto de sus colegas fue esto:

«Por si hay alguna ambigüedad en el tuit de Scaramucci, puedo confirmar que este quiere que el FBI investigue a Reince for la filtración»

Nada más.

A la mañana siguiente, Lizza apareció en CNN, donde es colaborador habitual, para comentar el Twitter drama de Scaramucci. Mientras hablaba el reportero de The New Yorker, Mooch volvió a hacer gala de su incontinencia telefónica y llamó al programa. Así lo cuenta Lizza:

«Mientras hablaba sobre Scaramucci, llamó al programa e hizo alusión a nuestra conversación y cambió su historia sobre Priebus. En lugar de decir que estaba intentando exponer a Priebus como responsable de las filtraciones, dijo que la razón por la que lo mencionó en el tuit que luego borró fue porque quería trabajar junto a Priebus para descubrir a los filtradores»

A las 7:47 am, el reportero anunció en Twitter que publicaría una nota en newyorker.com acerca de lo ocurrido en las últimas 12 horas:

La nota con la que empecé este post no se publicó hasta poco antes de las 4:00 pm. Fue recién entonces que todos pudimos enterarnos de la encendida conversación que el periodista había mantenido con Anthony Scaramucci, Director de Comunicaciones de la Casa Blanca, la noche anterior.

O sea, casi 24 horas después. Fue recién ahí que todos pudimos leer las «floridas» declaraciones de Scaramucci, que cuatro días después le costarían el puesto.

¿Qué es lo que hizo que Lizza aguardara casi un día para revelar la bomba que tenía entre manos?

Hay dos líneas en su texto que nos dan una idea. Luego de la cita sobre Steve Bannon, recordemos, aquella en la que Mooch habla de autofelación, Lizza escribe, entre paréntesis: «Bannon declined to comment». (Bannon rehusó comentar)

Un par de párrafos antes, luego de reproducir la diatriba de Scaramucci acerca de su némesis Reince Priebus, el reportero de The New Yorker escribe, de nuevo entre paréntesis: «Priebus did not respond to a request for comment». (Priebus no respondió a una solicitud de réplica)

En estos tiempos de redes sociales y ciclo noticioso minuto a minuto, cualquier otro periodista habría tuiteado de inmediato para aprovechar la exclusiva. O, en el mejor de los casos, hubiera tardado unos cuantos minutos en escribir un artículo a toda prisa para publicarlo cuanto antes.

Sobre todo si tiene entre manos unas declaraciones así de explosivas de boca de un oficial del rango del Director de Comunicaciones de la Casa Blanca. Por si tienen alguna duda aún de la magnitud del on-the-record que consiguió Ryan Lizza, echen un vistazo a este tuit de David Grann, uno de los periodistas más respetados de The New Yorker:

«Ryan Lizza ha obtenido mejores citas en esa sola historia que las que yo he conseguido en toda una vida como reportero», dijo Grann.

Pero Lizza decidió respetar el proceso. Hizo lo que un reportero debe hacer, aun cuando nos hayamos acostumbrado a que casi nadie lo haga. Llamó a las personas mencionadas y les pidió una réplica. Se sentó, escribió, editó, hizo las llamadas, esperó y casi un día después publicó.

El periodismo, por mucho que les pese a tantos, no se hace en vivo y en directo. El periodismo, hoy muchos olvidan, requiere cuando menos de una pausa para procesar la información y realizar las comprobaciones necesarias.

La paciencia y pulcritud de Lizza (y sus editores) no solo produjo un artículo memorable, sino que tuvo premio para The New Yorker. La nota ha sido un éxito gigantesco para la web de la revista. Aquí unos datos que menciona un artículo del site Recode, facilitados por la oficina de PR de The New Yorker:

  • El artículo de Ryan Lizza generó 4,4 millones de visitantes únicos, lo que la convierte en la nota más leída de la web en lo que va de año.
  • Produjo también 1,7 millones de entradas en las distintas plataformas de redes sociales, y un tráfico de 100 mil visitantes simultáneos durante las primeras horas de su publicación en NewYorker.com.
  • Aún más importante para la revista, cuyo modelo de negocio depende de los suscriptores, el artículo ha atraído nuevos abonados. Aun cuando la publicación no especificará cuántos nuevos suscriptores ha generado el artículo,  sí señala que «han visto un incremento de 92% en el promedio diario de nuevas suscripciones de julio».

Además, como explicaba al inicio, el artículo le costó a Scaramucci el puesto.

Esto último puede, lastimosamente, contribuir a perpetuar un antiguo malentedido del oficio periodístico. Como he dicho ya en alguna ocasión, un error habitual de los periodistas es pensar que su trabajo es poner o quitar presidentes. Ese error nace -o al menos ha sido cimentado- con una pésima lectura e interpretación de ese mito fundacional que es Todos los hombres del presidente.

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Para muchos periodistas -créanme, he discutido sobre este asunto hasta el hartazgo- la lección de esa película es que nuestro oficio tiene el poder, qué digo poder, el deber de tumbarse hombres poderosos. Ese, parecen creer, es nuestro trabajo y a lo que debemos dedicar la mayoría de nuestros esfuerzos. Y, por supuesto, no es así. Hay diferencias importantes entre entender el oficio periodístico como el de un contralor del poder y entenderlo como el de un justiciero. Entre otras, la diferencia que implica respetar el proceso y la ética del oficio o no hacerlo.

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Portada de la primera edición del libro de Bob Woodward y Carl Bernstein

Es una pena que cuando los periodistas ven Todos los hombres del presidente (o leen el libro) lo que les quede es ese relato épico de «oh, dos periodistas se tumbaron al presidente», en lugar de fijarse en el complejo y tedioso proceso de investigación, verificación y edición que muestra la película. Y eso que la película tiene un mérito enorme a la hora de mostrarlo sin aburrir al espectador. Pocas películas son capaces de eso. Otra de las pocas que lo ha logrado fue Spotlight.

Parece que ningún periodista recuerda que Dustin Hoffman (Carl Bernstein) se pasa parte de la película reescribiendo lo que tipea Robert Redford (Bob Woodward), ni que Jason Robards (Ben Bradlee) no deja de repetirle a ambos que lo que tienen es insuficiente y deben seguir investigando.

Está bien que para la gente de a pie la leyenda de Watergate sea sobre cómo el Washington Post y Woodward y Bernstein se tumbaron a Nixon, pero para nosotros la lección debería ser otra.

Ojalá que la lección que saquemos del episodio entre Ryan Lizza y Anthony Scaramucci sea, esta vez, la correcta.

ACTUALIZACIÓN

El 3 de agosto, una semana después de publicar el artículo en el que Ryan Lizza relata su conversación con Anthony Scaramucci, The New Yorker posteó un episodio de su podcast Radio Hour, en el que, además de publicar por primera vez fragmentos del audio de la famosa llamada telefónica, Lizza discute lo ocurrido junto al editor de The New Yorker, David Remnick. Pueden escucharlo aquí.

La mayor parte del diálogo con Remnick es un análisis sobre lo terriblemente disfuncional que es la Casa Blanca en manos del Presidente Donald Trump. Pero en la charla Lizza también explica de forma breve qué hizo una vez colgó el teléfono con Scaramucci, así como una parte del proceso de confección de su artículo. Habla además de lo que significa un «off the record«. Es una delicia, en serio:

«Descargué el audio de mi grabadora, le puse al archivo en mi computadora el nombre ‘Entrevista demente con Scaramucci’, y después comencé a pensar seriamente cuál era el valor noticioso aquí. Si había algunas reglas básicas acordadas. Cuando uno tiene una conversación así con el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca, se acuerdan unas reglas. Pero no hubo ningún acuerdo. El ‘off the record‘ y el ‘esto es información de contexto, no me puedes citar directamente’ (background) son negociaciones entre la fuente y el periodista. Tiene que haber una oferta, ‘hey, quiero hablar contigo pero debe ser off the record, ¿te parece bien?’, y el periodista debe estar de acuerdo. Eso no ocurrió aquí. Y se lo dije, al día siguiente cuando lo llamé para decirle que íbamos a publicar esto, le dije ‘tú hablas en representación de la institución más poderosa del mundo, estas conversaciones se presume que son on the record, y has dicho cosas extremadamente relevantes desde el punto de vista noticioso'»

Me voy a quedar con este fragmento, que explica con un poder de síntesis estupendo cuándo aplica y cuándo no el muchas veces malentendido off the record:

El ‘off the record’ y el ‘esto es información de contexto, no me puedes citar directamente’ (background) son negociaciones entre la fuente y el periodista.

ACTUALIZACIÓN

El domingo 6 de agosto, la columna The Ethicist de The New York Times traía unas cuantas líneas que creo sirven como corolario perfecto a esta historia. Kwame Anthony Appiah, responsable de la columna, respondía a un(a) estudiante que preguntaba si, debido a su condición de víctima de violación, debía aceptar una oportunidad de trabajo en Ruanda para investigar las consecuencias de la violencia sexual de comienzo del genocidio de 1994.

«Es una oportunidad increíble -decía el/la estudiante- pero me preocupa que el hecho de ser superviviente de violación cree un sesgo en mi trabajo». Appiah respondía:

«Lo que hace objetiva a la ciencia no es la objetividad de los científicos. Son los procedimientos de recolección, interpretación y cuestionamiento de datos y teorías producidos por seres humanos falibles».

Lo mismo puede decirse del periodismo. Y ahí es que radica la importancia de respetar el proceso, el método. Como hizo Ryan Lizza.

Hat tip a Arcadi Espada que vio y llamó la atención sobre esas líneas de Kwame Anthony Appiah en su blog de El Mundo.

P.D.: Intenté comunicarme con Lizza para preguntarle por qué había aguardado casi un día para publicar su exclusiva y para consultarle por el proceso de escritura, verificación y edición de su artículo. Lastimosamente no obtuve respuesta.

P.D. 2: En realidad, como he intentado explicar en este artículo, todo lo que uno puede aprender está ya en la nota del 27 de julio, disponible para todo aquel que quiera leer con atención.