Gwyneth Paltrow, periodista

La portada de la edición del 29 de julio de The New York Times Magazine, la revista dominical del diario neoyorquino, venía dedicada a la actriz Gwyneth Paltrow y su emporio del wellness, Goop:

La periodista Taffy Brodesser-Akner, que hace un mes había escrito un brillante perfil sobre el escritor Jonathan Franzen para la misma revista, se encarga ahora de desmenuzar con la misma inteligencia, sentido del humor, atención al detalle y un endiablado ritmo narrativo el emporio de estilo de vida y wellness que la famosa actriz californiana ha construido en los últimos diez años.

El perfil se titula «How Goop’s Haters Made Gwyneth Paltrow’s Company Worth $250 Million: Inside the growth of the most controversial brand in the wellness industry». Traduzco: «Cómo los haters de Goop hicieron que la compañía de Gwyneth Paltrow valiera 250 millones: Dentro del crecimiento de la marca más controversial de la industria del wellness«.

La prosa de Taffy Brodesser-Akner es tan afilada y el retrato que pinta –no de Gwyneth Paltrow sino de su empresa (como bien explica la periodista Anne Helen Petersen en la pieza de su newsletter que le dedica al perfil)– tan poliédrico y exhaustivo que podría dedicar varios centenares de palabras a abordar y desmenuzar el texto. Pero no quiero aburrirlos con una extensa y complicada exégesis más propia de un taller de narrativa de no ficción que de un post de este blog.

En lugar de eso, les recomiendo que lo lean. De momento solo está disponible en inglés, pero imagino que The New York Times en Español no tardará mucho en ofrecer una versión traducida.

Quiero sí detenerme en un único detalle de los muchos que me llamaron la atención. En uno de los muchos aspectos fascinantes que uno descubre y comprende al leer las casi ocho mil palabras escritas por Brodesser-Akner, y que está íntimamente relacionado con el objeto de este blog: el periodismo, como oficio e industria, en tiempos de Internet y redes sociales.

Superada la mitad del relato, Brodesser-Akner nos introduce en la breve colaboración que entablaron Goop y Condé Nast. Para quienes no lo sepan, Condé Nast es la casa editorial de revistas como Vanity Fair, The New Yorker, Wired y muchas otras publicaciones que se cuentan entre lo mejor de la prensa norteamericana.

La revista trimestral goop debutó en kioskos en septiembre de 2017. El joint venture entre la compañía de Gwyneth Paltrow y el gigante norteamericano de las revistas solo duró un número más, que apareció en enero de 2018. Después de eso, goop magazine desapareció.

Brodesser-Akner se adentra en el divorcio entre Goop y Condé Nast:

En un principio, parecía [la unión entre Goop y Condé Nast] un encaje perfecto. «Goop y Condé Nast son socios naturales, y me entusiasma mucho que ella [Gwyneth Paltrow] esté trayendo su visión a la compañía», dijo Anna Wintour, directora artística de Condé Nast y directora de Vogue, cuando se anunció el acuerdo en abril de 2017. La publicación sería una colaboración entre ambas empresas: contenido de Goop supervisado por un editor de Vogue.

Pese al entusiasmo de Wintour, las diferencias entre lo que la empresa que ella representa y lo que la compañía de Gwyneth Paltrow –que nació como un newsletter de recomendaciones en 2008 y se convirtió de forma progresiva en un site de lifestyle, una empresa de productos brandeados y una tienda virtual– entendían por «contenido» eran mucho más profundas de lo que, parece, Condé Nast y sus responsables habían anticipado.

Cuando Brodesser-Akner pregunta a Paltrow por la ruptura, esta responde:

«Fue increíble trabajar con Anna. La adoro. Es una ídola total para mí. Nos dimos cuenta de que cada quien podía hacer un mucho mejor trabajo en su propia casa. Creo que, en nuestro caso, tiene que ver con que a nosotros realmente nos gusta trabajar donde sentimos que nos encontramos en un espacio expansivo. En un lugar como Condé [Nast], de forma comprensible, hay muchas reglas.»

Y aquí empezamos a acercarnos a la parte que me interesa:

Las reglas a las que se refiere son las reglas tradicionales en el negocio de las revistas. Todas ellas estrictamente respetadas en una institución como Condé Nast. Una de esas reglas indica que no podían utilizar la revista como parte de su estrategia de «comercio contextual». Querían [los responsables de Goop] vender productos de Goop (junto a otros productos, como hacen en su site). Pero Condé Nast insistió en que debían conservar un enfoque editorial más «agnóstico». La compañía publica revistas, no catálogos. Pero, ¿por qué?, G.P. [Gwyneth Paltrow] quería saber. Paltrow quería que la revista fuera una extensión natural del site de Goop. Quería que los lectores pudieran hacer cosas como enviar un código por mensaje de texto para comprar un producto sin siquiera tener que abandonar su inerte posición de lectura para ponerse delante de la computadora. El cliente de una revista es también un cliente normal.

Las diferencias entre Goop y Condé Nast no se limitaban a dónde debían ubicar esa porosa frontera entre lo editorial y lo comercial.

…otra regla era, bueno, que la revista no podía ser sometida a fact-checking. Goop quería que goop magazine fuera distinta: que permitiera que las recomendaciones de la familia de doctores y sanadores de Goop se publicaran a través de entrevistas pregunta-respuesta sin ser disputadas ni discutidas. Esto no cumplía con los estándares de Condé Nast. Esos estándares requieren que las afirmaciones de la publicación sean respaldadas de manera tradicional por evidencia científica, como exámenes de doble ciego y estudios peer-reviewed. Las historias que Loehnen, ahora jefa de contenido de Goop, quería publicar tuvieron que ser reemplazadas a último minuto.

Al conversar con Paltrow, Brodesser-Akner descubre que la actriz y empresaria no entendía dónde residía el problema:

«Nunca realizamos afirmaciones», dijo [Paltrow]. Lo que quería decir es que nunca afirman que lo que estén diciendo sea un hecho [«fact» en el original]. Lo único que hacen es preguntar a fuentes no convencionales algunas preguntas interesantes. («Solo estamos haciendo preguntas», me dijo Loehnen). Pero, ¿qué significa «realizar afirmaciones»? Hay quien diría –entre ellos, sin duda, sus antiguos socios de Condé Nast– que significa otorgar una plataforma sin filtro a la superchería y charlatanería. Ok, ok, ¿pero qué es charlatanería? ¿Qué es superchería? ¿Se trata de afirmaciones que no han sido objeto de análisis de doble ciego o estudios peer-reviewed? ¿Cierto? Claro. Ok. G.P. [Gwyneth Paltrow] diría, entonces, ¿qué es la ciencia? ¿es esta completamente abarcadora y altruista e infalible y actúa siempre en el interés de la humanidad?

Voy a detenerme ahora en esas palabras de Gwyneth Paltrow, fundadora de Goop, y de Elise Loehnen, la ahora jefa de contenido de la empresa:

«Nunca realizamos afirmaciones», dijo [Paltrow]. Lo que quería decir es que nunca afirman que lo que estén diciendo sea un hecho [«fact» en el original]. Lo único que hacen es preguntar a fuentes no convencionales algunas preguntas interesantes. («Solo estamos haciendo preguntas», me dijo Loehnen).

¿A qué les recuerdan esas palabras?

«Nunca realizamos afirmaciones».

«Solo estamos haciendo preguntas».

¿Qué otros productores de contenido hablan así? ¿Qué otros productores de contenido demuestran un desprecio similar por los procedimientos editoriales de verificación que siempre ha respetado y respeta el mejor periodismo?

Pueden encontrar aquí unas cuantas pistas.

Lo divertido es que seguramente todos esos periodistas y editores que tan alegremente se escudan y excusan cuando son pillados in fraganti incumpliendo los requisitos mínimos para que el trabajo que realizan sea considerado periodismo –sin importar si lo hacen en un pequeño medio local, un site nativo digital o una legendaria cabecera–, se escandalizarían si se les compara con esa magnate de las pseudociencias y la charlatanería que es Gwyneth Paltrow.

Pero no, gracias a ellos y su irresponsabilidad, y al extraordinario trabajo de una periodista como Taffy Brodesser-Akner, podemos finalmente decirlo con todas sus letras:

Gwyneth Paltrow, periodista.

Bienvenida al gremio.

Pd: Si quieren entender un poco más acerca de lo que es el proceso de fact-checking o verificación de datos habitual en las grandes revistas norteamericanas, los invito a leer este estupendo reportaje escrito por Bárbara Ayuso y Borja Bauzá para la revista española Jot Down.

Christopher Hitchens: Formas de hacer lo correcto

En 2001, el periodista y ensayista británico Christopher Hitchens (fallecido en 2011) publicó un breve y poderoso ensayo titulado Letters to a Young Contrarian (Basic Books). Cinco años después, en 2006, la editorial española Anagrama publicó una versión en castellano titulada Cartas a un joven disidente.

El ensayo de Hitchens toma la forma de una serie de cartas dirigidas a un joven estudiante, inspirado en sus propios alumnos de la New School de Nueva York, al que el autor se refiere como My dear X. El libro fue parte de una serie publicada por la editorial neoyorquina Basic Books, The Art of Mentoring, que homenajeaba al famoso Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke.

No es el libro más conocido, ni el mejor, de Hitchens, pero sí quizá uno de los más representativos. Digo uno de porque Hitchens fue un autor tremendamente prolífico, famoso por su memoria prodigiosa; su afición por el vino y los cócteles; las cenas y fiestas que él y su mujer, la periodista y guionista Carol Blue, ofrecían en su casa; y la facilidad y rapidez con que despachaba ensayos y columnas de varios miles de palabras. A veces todo esto a la vez.

Esta es una escena del perfil que le dedicó The New Yorker en 2006, en la prosa de Ian Parker:

En Washington, por lo general, su actividad social tiene lugar en su casa (…) Entre los invitados al salón de la casa de Hitchens se encuentran amigos que conoce desde Londres, quienes lo llaman «Hitch», como Salman Rushdie, Ian McEwan o su gran amigo Martin Amis («El único rubio al que he amado de verdad», dijo Hitchens una vez); viejos amigos norteamericanos como Christopher Buckley y Graydon Carter; una red internacional de disidentes e intelectuales; y, en estos días, figuras como David Frum, antiguo escritor de discursos para el gobierno de Bush, y el activista conservador Grover Norquist. En setiembre, recibió a Barham Salih, el vice primer ministro kurdo del nuevo gobierno iraquí. Varios invitados pueden dar fe de haber visto a Hitchens retirarse de la sala tras la cena, escribir una columna, y volver a incorporarse al grupo justo antes de que el tema de conversación cambiara.

El mismo año que se publicó Letters to a Young Contrarian, Hitchens también puso en librerías su The Trial of Henry Kissinger (Verso, 2001), que luego se convirtió en un documental de –casi– el mismo nombre (The Trials of Henry Kissinger) estrenado en 2002. Ese año Hitchens publicó además un ensayo sobre George Orwell, Why Orwell Matters u Orwell’s Victory, al que he hecho alusión ya alguna vez en el blog. En los dos años siguientes, 2003 y 2004, Hitchens publicaría dos colecciones de artículos: A Long Short War: The Postponed Liberation of Iraq y Love, Poverty, and War: Journeys and Essays.

Letters to a Young Contrarian es un libro al que vuelvo de tanto en tanto. Especialmente cuando me encuentro atascado con un texto o busco entre los estantes de mi casa excusas para no escribir, cosas que me ocurren con muchísima más frecuencia de la que me gustaría.

Decía antes que se trata de un libro particularmente representativo del trabajo del ensayista británico, y esto se debe a que en él, gracias a su brevedad y ese carácter entre confesional y didáctico, la prosa incisiva y el espíritu contestatario de Hitchens se encuentran destilados al máximo. Aquí hay un buen ejemplo (la traducción es mía):

Ten cuidado con lo irracional, por muy seductor que sea. Evita lo «trascendente» y a todos aquellos que te invitan a subordinarte o a anularte a ti mismo. Desconfía de la compasión, prefiere la dignidad, para ti mismo y para otros. No tengas miedo de que te crean arrogante o egoísta. Piensa en todos los expertos como lo que son: mamíferos. No seas nunca un espectador pasivo de la injusticia y la estupidez. Busca el debate y la discusión porque sí; la tumba te ofrecerá tiempo más que suficiente para callar. Sospecha siempre de tus propios motivos, y de todas las excusas. No vivas para otros más de lo que esperas que otros vivan para ti.

Y aquí otro:

El término «intelectual» fue acuñado en Francia por aquellos que creían en la culpabilidad del capitán Alfred Dreyfus. Pensaban que estaban defendiendo una sociedad orgánica, armoniosa y ordenada frente al ataque del nihilismo, y utilizaron esta palabra contra aquellos que consideraban enfermos, contemplativos, desleales y depravados. La palabra, incluso hoy, no ha perdido por completo estas asociaciones, si bien se usa con mucho menos frecuencia como insulto (…) Uno siente, al llamarse a sí mismo intelectual, una sensación similar de bochorno a la que siente cuando se describe como un disidente, pero la figura de Emile Zola otorga ánimo, y su campaña personal en pro de justicia para Dreyfus es uno de los imperecederos ejemplos de lo que un individuo puede lograr.

Pese a su potencia y concisión, no son esos los fragmentos de Letters to a Young Contrarian en que pienso con mayor frecuencia. El pasaje que más me viene a la cabeza es uno en el que Hitchens explica que incluso en condiciones adversas puede uno optar por hacer lo correcto.

En palabras de Hitchens:

…para sobrevivir durante esos años de realpolitik y punto muerto [el ensayista habla del periodo entre 1968 y 1989], un número importante de disidentes desarrolló una estrategia de supervivencia. En una frase, decidieron vivir «como si».

A continuación, Hitchens pone el ejemplo del escritor y político checo Václav Havel, quien:

…trabajando como dramaturgo y poeta marginal en una sociedad y bajo un estado que, de verdad, merecía el título de Absurdo, [Havel] se dio cuenta de que la «resistance» en el sentido original de insurgencia y militancia era imposible en la Europa central de esos días. Así que, en consecuencia, se propuso vivir «como si» fuera un ciudadano de una sociedad libre, «como si» la mentira y la cobardía no fueran deberes patrióticos obligatorios, «como si» el gobierno hubiera firmado (y, de hecho, así había sido) los varios acuerdos y tratados internacionales que consagraban los derechos humanos universales.

Líneas más adelante, Hitchens acumula más ejemplos:

La revolución del Poder del Pueblo de 1989, cuando poblaciones enteras derrocaron a los absurdos tiranos que las gobernaban realizando un ejercicio de brazos cruzados y sarcasmo, tuvo en parte su origen en Filipinas durante el año 1985, cuando el dictador Marcos convocó a elecciones adelantadas y los votantes decidieron tomárselo en serio. Actuaron «como si» el voto fuera libre y justo, y lograron que así fuera. En la época victoriana, Oscar Wilde –maestro de la pose pero no un simple posero– decidió vivir y actuar «como si» la hipocresía moral no reinara. En el Sur profundo americano de principios de los años 60, Rosa Parks decidió actuar «como si» una mujer negra y trabajadora pudiera tomar asiento en un autobús al término de su jornada laboral. En el Moscú de los años 70 Aleksandr Solzhenitsyn decidió escribir «como si» un académico pudiera investigar la historia de su propio país y publicar sus hallazgos.

Un par de párrafos después, interpelando directamente a My dear X, dice:

Todo lo que te puedo recomendar, en consecuencia (además del estudio de estos y otros buenos ejemplos), es que intentes cultivar un poco de esa actitud. Puede que te las tengas que ver contra distintas formas de bullying e intolerancia, o alguna deficiente apelación a la voluntad general, o algún mezquino abuso de autoridad. Si cuentas con alguna lealtad política, quizá te ofrezcan alguna razón turbia para que aceptes una mentira o media verdad que sirve a algún objetivo de corto plazo. Todo el mundo desarrolla tácticas para lidiar con estos episodios. Intenta comportarte «como si» no hiciera falta tolerarlos y no fueran inevitables.

Pienso en estos fragmentos con frecuencia, cada vez que veo intelectuales acobardados –y ya sabemos que, pese al ejemplo de Zola o Hitchens, pocas cosas más cobardes hay en el mundo que un intelectual apoltronado–, presas de la hipocresía, el corporativismo o espíritu de cuerpo, que justifican decir una cosa en privado y defender la contraria en público. Sea esta una idea, una institución o un amigo, como si una pistola les apuntara a la sien para obligarlos a no hacer lo correcto.

Pero siempre se puede hacer lo correcto. Puede que cueste algo más de esfuerzo. Puede que sea incómodo y hasta solitario. Puede que perdamos amigos, dinero y hasta un empleo en el empeño. Pero se puede. Si pudieron Havel, Parks o Solzhenitsyn, que sí tuvieron una pistola o una jauría de perros rabiosos delante, ¿cómo podríamos no hacerlo nosotros, a quienes nadie ni nada nos exige ser héroes?

Al menos nos quedará una taza

Como imaginarán los que han leído algo del trabajo que vengo haciendo y que se ha convertido en este libro, esta va a ser una velada crítica y un tanto dura con mi oficio, habrá quien piense que hasta pesimista. Yo prefiero pensar que, más que de pesimismo, se trata de un optimismo interrogador.

Así que antes de empezar con los palos, me gustaría celebrar el trabajo periodístico que merece la pena celebrarse y pedir un aplauso para mis dos presentadoras, Nelly Luna de Ojo Público y Romina Mella de IDL Reporteros, dos de las mejores periodistas que conozco, dos periodistas gracias a cuyo trabajo este país es mejor, o menos peor, vamos a ser sinceros. Trabajo que hemos podido ver, en todo su esplendor, estas últimas semanas y que ha remecido hasta el tuétano nuestra delicada y maloliente institucionalidad.

No pensaba escribir nada para hoy, pero esta mañana me acerqué a una librería porque estaba buscando un libro que no encontré ayer en la feria. En esa librería tienen junto a la caja mi libro y esta taza. El dueño es amigo mío, no se vayan a creer que soy tan importante. Mientras pagaba el librito que compré y bromeaba con el dependiente acerca de cuántas tazas se habían vendido, un señor a mi lado, que había pagado ya su compra, me miraba intrigado. «Es mi libro», le dije. «Y mi taza». El tipo leyó el título y el subtítulo.

«¿Hablas solo de los medios digitales, por lo del algoritmo, digo, o también de los medios impresos?», me preguntó.

«En realidad hoy todos los medios son ya digitales, aun cuando tengan un pie a cada lado. Ocurre que el negocio impreso ha volado por los aires, y el negocio digital es todavía un misterio para todos. Un misterio que, ahora mismo, nadie parece que vaya a resolver».

«Bueno, me dijo, el negocio ha sido vivir del Estado, cobraban millones en publicidad de los gobiernos, sobre todo los miembros del cartel mediático, que actúan como sicarios mediáticos a sueldo».

«Cartel o sicariato mediático son términos un tanto exagerados», le dije. «Y, además, eso no es así. La publicidad estatal es –o era– una parte de los ingresos de los medios. No toda, ni mucho menos. Y pese a que en ocasiones se utilizaba con una discrecionalidad sospechosa, los medios brindaban un servicio a cambio: informar a los ciudadanos de políticas y programas de estado, así como publicitar iniciativas que era importante dar a conocer. El problema, en realidad, es que el modelo de negocio entero está en crisis».

«¿No serás caviar tú, no?, me soltó con una media sonrisa. «Yo he trabajado en prensa, he trabajado en un medio del cártel mediático, conozco el monstruo por dentro. A mí no me van a contar cuentos».

«Yo sé que la tentación conspiranoica es muy poderosa, pero créame que en la gran mayoría de casos, la gran mayoría de veces, no se trata de una conspiración guiada por intereses empresariales o ideológicos, si no de mera incapacidad para comprender los profundos cambios de la industria y la repercusión que esos cambios han traído, en poquísimo tiempo, a la forma de producir, distribuir y consumir información. Ya conoce el dicho: no atribuya a la malicia lo que es perfectamente explicable por la estupidez».

Seguimos conversando durante unos 20 minutos. Nunca en mi vida había visto a este hombre, probablemente nunca lo vuelva a ver, y casi seguro estaremos en desacuerdo en infinidad de temas. Pero, pese a sus prejuicios, la rabia y sarcasmo mal disimulado con que esgrimía su teoría de la conspiración, su preocupación por la prensa era sincera.

El tipo, en efecto, había trabajado en una empresa de medios, estaba informado acerca de la actualidad política, estaba pasando su domingo por la mañana comprando libros en una librería (en uno de los países con menor índice de lectura de libros del continente), le preocupaba la polarización de la discusión pública y el Perú que estábamos construyendo entre todos, clase política, medios y ciudadanos. «Es así como empiezan las guerras civiles», me dijo en un momento.

Y, pese a todo esto, estaba más dispuesto a creer que existe una elaboradísima conspiración urdida por medios de comunicación, ONGs, periodistas a sueldo, políticos y hasta organismos internacionales para imponer una ideología «caviar» y desestabilizar el país, antes que aceptar que sí, en efecto, existen distintos actores en la discusión pública que defienden sus propios intereses, que algunas veces esos intereses coinciden, pero no siempre ni mucho menos, y que los medios, en realidad, la mayoría de las veces ven pasar la pelota de ping pong de un lado a otro de la mesa incapaces de entender o influir o explicar nada porque donde antes éramos árbitro, red y hasta la misma mesa, hoy somos a duras penas recogepelotas.

Como ese hombre hay miles sino millones de personas, en este país y en todas partes, a uno y otro lado del espectro ideológico, dueños de sus prejuicios, filias y fobias, como todos, que ven con preocupación que es cada vez más difícil discutir, que se ven ellos mismos incapacitados para mantener una discusión con alguien con quien discrepan acerca de lo que sea, y que ven, además, que muchísimos medios de comunicación, esos que antes albergaban y encauzaban esa discusión, han abdicado por completo de su trabajo. Y les asusta.

No entienden bien por qué, pero no saben que nosotros mismos, los periodistas o responsables de medios, tampoco lo entendemos, también estamos asustados y que, en la mayoría de los casos, estamos tan ocupados en sobrevivir que ni siquiera podemos concedernos el lujo de detenernos un momento para reflexionar al respecto e intentar salvar algo de la casa que vemos derrumbarse a nuestro alrededor.

Por eso escribí este libro. Para intentar entender. Porque no conozco otra manera mejor de pensar que leyendo y escribiendo, aunque sufra de forma absurda delante del teclado y mis editores me odien debido a ello. Porque adoro este oficio como adoro pocas cosas, porque creo que el mundo sería un lugar peor sin esto que hacemos. Y porque creo, sinceramente, que así como ese hombre con que me topé esta mañana en esa librería, y así como todos ustedes, que me han hecho el favor de venir hoy a acompañarme, allá afuera hay mucha gente con ganas de hacerse preguntas, con ganas de entender.

Espero que este libro a todos nos sirva un poco en ese empeño. Y, si no, bueno, al menos tendremos la taza para el café.

Gracias.

*Este fue el texto de presentación del libro No hemos entendido nada, el día 22 de julio de 2018, en la Feria Internacional del Libro de Lima.

El Vicerrectorado Académico de la PUCP y las «consecuencias» de la corrección política

Pese a que intento evitarlo, de rato en rato todavía caigo en el newsfeed de Facebook atraído por fotos y memes compartidos por amigos. Desde que la red social de Mark Zuckerberg ha pasado a privilegiar ese tipo de contenido frente a artículos o links a medios, mi interés como usuario ha decaído.

Sin embargo, de tanto en tanto, mientras hago scroll abajo en el newsfeed, algo captura mi atención. Esta vez se trata de un post del Comando Plath que alguno de mis contactos, no recuerdo quién, había compartido. El post era este:

Para quienes no lo sepan, Comando Plath es un colectivo feminista peruano muy activo en redes sociales (cuenta también con un blog). Según su propia información en Facebook, se trata de «un grupo de mujeres escritoras, artistas e intelectuales cuyo fin es visibilizar nuestro trabajo y denunciar la violencia del sistema patriarcal». En su post las integrantes del Comando Plath criticaban un artículo publicado en la página web del Vicerrectorado Académico de la Pontifica Universidad Católica del Perú, titulado La otra cara de la corrección política o la muerte de la ironía.

Como el debate acerca de la corrección política y sus alcances en campus universitarios es uno de mis placeres culposos, y como además la Universidad Católica peruana se tiene a sí misma como uno de los máximos baluartes de los valores progresistas en el país, valores que en buena medida yo comparto, no pude evitar la tentación y di click.

El artículo había sido publicado el día 28 de junio y no llevaba firma. Es decir, al encontrarse en el site oficial del Vicerrectorado y no tener un autor específico, no es descabellado asumir que lo en él expuesto constituye una posición oficial de esta oficina de la Universidad Católica.

¿Qué es el Vicerrectorado Académico? Según su propia página web, se trata del órgano de la universidad «encargado de la conducción, gestión e innovación académica de la Universidad, tanto en el pregrado como en el posgrado, en las modalidades presenciales, semipresenciales y virtuales, además de la educación continua».

El artículo llevaba la siguiente bajada:

Las reivindicaciones identitarias en la universidad responden a una deuda histórica largamente vencida, pero ¿qué tipo de consecuencias podemos esperar frente a los rápidos cambios planteados?

Buena pregunta. ¿Qué consecuencias podemos esperar ante esas reivindicaciones? Por otro lado, ¿cuáles son esas reivindicaciones?

Nos lo aclara –es un decir– el primer párrafo (las negritas son mías, los links del original):

Los logros de justicia social en la forma de reconocimientos identitarios han tenido grandes repercusiones en las expectativas de los jóvenes sobre cómo debe ser su experiencia universitaria. Muchos estudiantes esperan que los discursos y prácticas que sostienen formas sistemáticas de opresión (discriminación de género, racial, por origen, etc.) tanto explicita como implícitamente sean pública e institucionalmente rechazadas. Esta es la posición que han adoptado numerosas entidades, por lo que han tomado medidas para identificar y sancionar a los profesores y alumnos que comentan faltas (ver 1, 2 y 3). La reivindicación de poblaciones históricamente oprimidas y la visibilización de las formas de violencia que han sufrido son deudas largamente vencidas. Muchos campus universitarios están transformándose en espacios seguros para este reconocimiento y con buenas razones. Sin embargo, estos vertiginosos cambios pueden llegar a tener consecuencias no deseadas y generar un grave rechazo dentro y fuera de la comunidad académica. Debemos explorar cómo.

Pasemos un momento por alto esa prosa abigarrada. Se trata, entonces, de reivindicaciones de «poblaciones históricamente oprimidas» y de estudiantes que esperan que «formas sistemáticas de opresión (discriminación de género, racial, por origen, etc.)» sean rechazadas «pública e institucionalmente». Vale.

¿Y las consecuencias? Ahí lo dice. Se trata de «consecuencias no deseadas y [que pueden] generar un grave rechazo dentro y fuera de la comunidad académica». Consecuencias negativas. ¿No hay consecuencias positivas? Seguro, quién sabe. Aquí hemos venido a hablar de las malas. Ok. ¿Como cuáles?

Voy a reseñar brevemente las tres primeras. Haría falta otro post entero para cada una. La que me interesa, en realidad, es la última.

Según este artículo, obra del Vicerrectorado Académico de la Pontifica Universidad Católica del Perú, la primera consecuencia indeseable es que esa reivindicaciones –léase el «rechazo institucional y público a formas sistemáticas de opresión»– pueden ser perjudiciales debido a que «la respuesta de un grupo de la población estudiantil hacia este giro conceptual ha sido en ocasiones tremendamente violenta». Tremendamente violenta. Bueno.

La segunda consecuencia es que el avance de esas reivindicaciones –de nuevo, el «rechazo institucional y público a formas sistemáticas de opresión»– puede conducir a «la falta de diálogo entre diferentes facciones ideológicas y posiciones políticas al explotar la desfasada concepción de la universidad como santuario».

¿No es la universidad, léase sus órganos y profesores, quien debe promover ese diálogo? ¿Qué hace la universidad ante los escollos para el diálogo que puedan presentarse? ¿Echar la pelota a los alumnos para que no se excedan en sus reivindicaciones? ¿En serio?

Como tercera consecuencia, el artículo lista «un miedo latente de ser injustamente acusado de acoso y las consecuencias que tiene para las carreras profesionales de las mujeres». Y prosigue:

Se reporta que, en ciertas ocasiones, profesores hombres rechazan o evitan la mentoría a estudiantes mujeres a partir del riesgo de verse implicados en escándalos que puedan repercutir en sus carreras

Existe, dice más adelante un «temor generalizado». ¿Cuán generalizado? ¿Hay casos reportados en las universidades peruanas? ¿En la Universidad Católica? ¿Cuántos? Lo ignoro, y parece que el redactor anónimo del artículo también porque no se nos dice por ningún lado.

Pero, ya saben, el asunto de fondo es que si hay profesores que rehuyen a sus obligaciones –ejercer de mentores de estudiantes– es culpa de la «reivindicación de poblaciones históricamente oprimidas y la visibilización de las formas de violencia que han sufrido». ¿De verdad?

Finalmente, y aquí es a donde quería llegar, dice el artículo del Vicerrectorado Académico que «vemos una cierta supresión de libertades de los estudiantes sobre su producción académica».

¿Dónde? Hay que detenerlo. Esto sí es intolerable. ¿Quiénes son estos estudiantes? ¿Cuántos casos hay reportados? ¿De qué manera se está suprimiendo la libertad en la «producción académica» de estos alumnos?

Así:

Universidades australianas top (Queensland, Sidney, Griffith, Newcastle) están siendo severamente criticadas al ser reportado que se le resta puntaje a los estudiantes por no utilizar lenguaje inclusivo o no binario en sus trabajos. Esto incluye a palabras con el sufijo man tales como man-made o mankind; así como las descripciones de mujeres basadas en una posición secundaria ante alguien o algo tales como “esposa de”, “madre de”, etc. Julie Duck, la decana ejecutiva de la facultad de Humanidades y ciencias sociales de Queensland, justifica las medidas señalando que “se aconseja a los estudiantes evitar el lenguaje de género sesgado de la misma forma que se aconseja eviten el lenguaje racista, los clichés, las contradicciones [en realidad el original dice «contracciones»], los coloquialismos y la jerga en sus ensayos” (sic)

¿Quién es la fuente de la noticia?

The Daily Mail.

Como ya he escrito alguna vez, The Daily Mail no solo es una de las publicaciones en inglés más leídas del mundo sino también una de las que más noticias basura o fake news publica. Que un artículo de una prestigiosa institución universitaria cite a The Daily Mail como fuente de autoridad me puso en guardia. Así que di click y fui a leer la nota citada:Screen Shot 2018-07-04 at 8.27.05 PM

Traduzco:

La corrección política se vuelve loca:
Indignación debido a estudiantes que recibieron bajas calificaciones por utilizar las palabras ‘mankind’ y ‘workmanship’ en sus ensayos. Algunas universidades incluso han prohibido la palabra ‘she’

  • Las universidades están tomando medidas drásticas para parecer políticamente correctas

  • Los alumnos son sancionados por utilizar términos prohibidos

  • El sufijo ‘man’ es calificado como un término sexista y no es tolerado

Según uno avanza en la lectura de la nota, descubre que toda la información que la periodista Brittany Chain ha utilizado proviene de otro medio, aunque este detalle está hábilmente camuflado en este fragmento:

«La gente está perdiendo puntos por utilizar lenguaje de diario porque este no es de género neutral», dijo a The Courier Mail un estudiante de Política.

Así que di click y me fui a leer The Courier Mail. Este periódico australiano es un tabloide local propiedad del conglomerado de medios de Rupert Murdoch, News Corp. Cubre principalmente la ciudad de Brisbane en el estado de Queensland.

Como la lectura de The Courier Mail es solo para suscriptores, tuve que encontrar alguna forma de acceder al artículo que me interesaba. Lo conseguí a través de pressreader, una aplicación y servicio que permite acceder al contenido de distintos diarios del mundo. Ahí descubrí que la nota había sido portada de la edición del 9 de junio:

Screen Shot 2018-07-04 at 9.22.28 PM

«El fin de la humanidad» gritaba el titular a cuatro columnas. En inglés puede utilizarse indistintamente «humankind» o «mankind» para referirse a la humanidad, de la misma forma que en español podemos decir «el hombre» o «los hombres» para referirnos al ser humano o a la humanidad en su conjunto.

El resto de la nota, que continuaba a doble página en interiores, decía así:

Las mejores universidades del estado están sancionando a sus estudiantes por el uso de palabras como «mankind» y «workmanship» aduciendo que son sexistas.

Debido a una prohibición dictada por la corrección política, los estudiantes están perdiendo puntos en sus calificaciones por utilizar «lenguaje binario», que incluye palabras como «she» (ella), «man» (hombre) o «wife» (esposa).

Alumnos de la Universidad de Queensland se han quejado de profesores que están persiguiendo el uso de palabras con connotación de género, y penalizándolo con la misma dureza que las faltas ortográficas.

La Universidad Griffith y la Universidad Tecnológica de Queensland también cuentan con políticas para el uso de lenguaje inclusivo que desaconsejan utilizar palabras como «mother» (madre), «housewife» (ama de casa) y «chairman» (presidente).

(…)

Todas las principales universidades de Queensland exigen el uso de «lenguaje inclusivo» en ensayos, trabajos, conferencias y conversaciones. Un ejemplo de normas propias de un «estado niñera» criticadas con dureza por un furioso Simon Birminghan, ministro federal de Educación, así como por el líder de la oposición, Deb Frecklington. Otras palabras como «she», «man», «wife» y «mother» han sido prohibidas.

Estudiantes de la Universidad de Queensland se han quejado de profesores que les bajan las calificaciones por utilizar la palabra «mankind» en sus ensayos.

Un estudiante de Política fue sancionado por utilizar el pronombre gramaticalmente correcto «she» para referirse a un auto.

«La gente está perdiendo puntos por utilizar lenguaje de diario porque este no es de género neutral», dijo a The Courier Mail el estudiante, que pidió permanecer anónimo. «Me bajaron la calificación por utilizar «mankind»…y me referí a un auto de mi propiedad como ‘ella es mi orgullo y alegría'».

Un estudiante de ciencias recibió una baja calificación por utilizar «mankind» en un ensayo de filosofía del método científico. «Me bajaron 10 puntos, es una cosa tan estúpida que te bajen la calificación por esto. Escuché sobre una chica de otra clase a quien le bajaron la nota por utilizar las palabras «man-made» (artificial, hecho por el hombre) y «sportsmanship» (deportividad). Es un poco ridículo, no puedes prohibir todas las palabras que contengan «man».

El artículo escrito por la periodista Natasha Bita continúa así durante 1000 palabras. Más adelante, además de recoger los reclamos airados de los dos políticos citados arriba, Bita indica que el manual para escribir ensayos de la facultad de Ciencia Política instruye a los estudiantes para que usen «lenguaje de género neutral»:

«Debe evitarse el uso de ‘he’, ‘him’ o ‘his’ como pronombres estándar; no utilice ‘man’ para referirse a la humanidad en general», dice. «Tampoco deben usarse pronombres femeninos cuando se refiere a objetos inanimados, por ejemplo para referirse a una embarcación como ‘she'».

El manual al que hace referencia Bita puede consultarse aquí. Y estos son los dos párrafos que dedica a lo que podemos considerar corrección política:

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Dos párrafos, que suman un total de 148 palabras, en un texto de 18 páginas.

¿Que dicen esos dos párrafos?

Traduzco:

  • Lenguaje de género neutral: Evite el uso de lenguaje de género específico, incluidos términos de género específico para grupos de personas así como la caracterización de grupos como masculinos o femeninos. Debe evitarse el uso de ‘he’, ‘him’ o ‘his’ como pronombres estándar; no utilice ‘man’ para referirse a la humanidad en general. Tampoco deben usarse pronombres femeninos cuando se refiere a objetos inanimados, por ejemplo para referirse a una embarcación como ‘she’.
  • Lenguaje no racista: Términos discriminatorios o prejuiciosos hacia grupos étnicos o raciales son inaceptables en la escritura académica. Cuando se refiera a las personas nativas de Australia, se debe usar el término ‘Aborígenes e isleños de Torres Strait». Al referirse a una persona que procede de una tradición cultural de habla no-inglesa o cuyo primer idioma no es el inglés debe utilizarse el término ‘tradición de habla no-inglesa». Por favor, utilice el término ‘comunidad Lesbiana, Gay, Bisexual, Tránsgenero, Intersexual y Queer’. También es apropiado utilizar el acrónimo LGBTIQ.

¿Significa esto que transgredir estas recomendaciones es motivo de sanción o de reducción en las calificaciones? No necesariamente. De hecho, en el mismo artículo la periodista de The Courier Mail cita a la decana interina de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Queensland, Julie Duck, quien explica:

La facultad no tiene una política de calificar negativamente a los estudiantes que utilicen lenguaje de género específico que vaya más allá de la forma habitual de calificar el uso de split infinitivesapóstrofes mal colocados, utilización errónea de las mayúsculas y demás. A los estudiantes se les aconseja evitar lenguaje de género binario en el mismo sentido que se les aconseja evitar lenguaje racista, clichés, contracciones, coloquialismos y jerga en sus ensayos. Cualquiera de estos asuntos tiene una repercusión mínima en sus calificaciones. Depende del contexto y alcance.

¿Justifican esas recomendaciones la indignación iracunda de los dos políticos citados por la periodista Natasha Bita? Difícilmente.

¿Justifican esas recomendaciones y guías en el uso del lenguaje en trabajos académicos un titular en portada a cuatro columnas como THE END OF MANKIND? Bueno, como poco, es una decisión editorial un tanto caprichosa.

¿Significa esto que, como indica el artículo de la página web del Vicerrectorado Académico de la Universidad Católica, existe una «supresión de libertades de los estudiantes sobre su producción académica»? Digamos que, por lo menos, es bastante discutible.

¿Se ha quejado algún alumno de la Pontificia Universidad Católica de que la «corrección política» suprime su libertad? No parece. Imagino que, si fuera así, el anónimo redactor de ese artículo en el site del Vicerrectorado Académico no perdería ocasión de mencionarlo.

¿Qué estudiantes sí se han quejado? Dos alumnos sin nombre de la Universidad de Queensland en Australia. Por cierto, esto según el artículo publicado por un tabloide australiano que, como he explicado líneas arriba, parece más interesado en atizar el fuego sensacionalista –soflamas airadas de políticos necesitados de focos mediáticos incluidas– que en relatar de forma rigurosa lo que ocurre en las universidades australianas con el fascinante debate sobre los alcances de lo políticamente correcto y el posible conflicto con la libertad de expresión y de cátedra.

No sé en Australia, pero en los campus universitarios norteamericanos sí está teniendo lugar un interesantísimo debate al respecto. Mucha prensa seria, así como varios intelectuales, están intentado explicar y profundizar en el tema. A uno y otro lado del espectro ideológico. Aquí hay una serie de links que pueden visitar.

Por supuesto, eso no es lo que hace la pieza de Natasha Bita en The Courier Mail, en la que se basa toda la nota de The Daily Mail que rebota el anónimo redactor del Vicerrectorado Académico de la Católica.

¿Recuerdan cómo se llamaba el artículo en el site del Vicerrectorado Académico?

La otra cara de la corrección política o la muerte de la ironía. 

En realidad, lo irónico –además de que en todo el texto no se explica en ningún sitio por qué estamos ante «la muerte de la ironía»– es que una institución académica del prestigio de la Pontificia Universidad Católica del Perú, que presume de brindar «una formación ciudadana, humanista, científica e integral de excelencia», trate un tema así de serio y complejo, en una comunicación institucional además, con esta ligereza.

ACTUALIZACIÓN

Horas después de publicado este post, en la tarde del jueves 5 de julio, la página de Facebook Novedades Académicas PUCP publicó un confuso comunicado titulado Sobre la controversia suscitada por el artículo: “La otra cara de la corrección política o la muerte de la ironía”

Pueden leerlo aquí:

Posted by Novedades Académicas PUCP on Thursday, July 5, 2018