El «consumo» de Paolo Guerrero: un titular no es solo un titular

La mañana del miércoles 27 de junio, el periodista Beto Ortiz me taggeó en un mensaje público de Twitter:

Dado que conozco a Beto desde hace tiempo, le escribí un mensaje por whatsapp preguntando a qué nota se refería. Como buen periodista, no me creyó que no sabía de qué estaba hablando.

Ya he escrito en más de una ocasión que, como periodistas, una de nuestras obligaciones principales es dudar. Pero, la verdad era esa, no había visto la nota de Sergio Galarza y no tenía idea de a qué se refería Beto. Tras insistir en mi propia ignorancia, se apiadó de mí y me facilitó el link de la nota de El País a la que aludía en su tuit. La nota es esta:

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El titular, evidentemente, me llamó la atención.

A continuación, antes incluso de leer el artículo, me fijé también, guiado por uno de los mensajes de whatsapp que intercambié con Beto, en el tuit con que El País lo había compartido:

Yo no lo había visto, pero desde su publicación la tarde del martes 26, la nota, el titular, el tuit e incluso la foto que la ilustraba habían generado varias respuestas airadas de usuarios peruanos en Twitter:

Como dije antes, el titular me llamó la atención. Por erróneo. Pero además me llamó la atención que Sergio Galarza, quien firmaba la nota, pudiera haber cometido un error así.

Para quienes no lo sepan todavía, Sergio Galarza es un escritor peruano residente en Madrid. Conozco a Sergio desde hace años, he leído casi todos su libros, he jugado fútbol con él y hemos visto innumerables partidos juntos cuando yo también vivía en la capital española. Por ello, porque conozco su trabajo y sé de su devoción futbolera, me costaba creer que hubiera metido la pata de forma tan burda.

Así que leí la nota. La releí. Y la volví a leer. Y regresé al titular y la bajada, donde aparece la palabra «consumo» dos veces:

El jugador estrella de Perú, suspendido por consumo y rehabilitado para el Mundial

Paolo Guerrero, estrella de la selección, fue suspendido por consumo de droga y luego rehabilitado para jugar el Mundial.

Volví a leer el artículo una vez más. Es una viñeta corta, una columna de 485 palabras, en donde el autor pinta de forma general el ambiente que se ha vivido en Perú a propósito de la clasificación de la selección de fútbol al mundial de Rusia 2018 y se centra brevemente en «la novela» alrededor de la participación de Paolo Guerrero. Había aparecido originalmente el domingo 24 de junio en la edición impresa de El País Semanal, y recién el miércoles 27, tres días después, como es habitual con muchos contenidos de ese suplemento, fue publicado en la página web del diario.

Más allá del titular y la bajada, la única mención que la nota hace al resultado analítico adverso que estuvo a punto de dejar al capitán de la selección peruana fuera del Mundial es esta:

Una prueba antidopaje había detectado en su cuerpo la presencia de benzoilecgonina, principal metabolito de la cocaína. Su suspensión se convertiría en la principal novela nacional.

La precisión de esas 26 palabras, creo, es incontestable. Cosa que no ocurre con el titular. Para cerciorarme, volví a leer la nota. Y, luego, como me llamaba tanto la atención la disonancia entre ambos, hice esto:

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Busqué cuántas veces aparecía la palabra «consumo» en el texto. Únicamente dos. Una en el titular, otra en la bajada.

Así que escribí a Sergio por whatsapp. Me respondió de inmediato. Mi pregunta, tras leer el texto varias veces, era sencilla: ¿ese titular lo pusiste tú?

La respuesta de Sergio fue rápida: «No. Lo pusieron en la redacción. Lo he dicho en Facebook y me han citado luego en El Comercio. Mi titular era ‘Todos de acuerdo con la pelota'».

Esto es lo que Sergio había dicho en su muro de Facebook:

Ante esa respuesta, le pedí el contacto del editor o editora responsable en El País. «Es Amelia Castilla», me dijo. Y me dio su teléfono.

Acto seguido, le escribí a través de whatsapp. Amelia Castilla es redactora jefe de El País Semanal, la revista que publica el diario los domingos. En mi mensaje le decía que quería hacerle un par de preguntas sobre la nota escrita por Sergio Galarza.

Castilla tardó poco en responder. «Lo que necesites», me dijo en su mensaje. Minutos después hablamos por teléfono. En un primer momento, la editora no parecía entender las reacciones que el artículo había producido en las redes sociales peruanas.

«¿Has leído la nota?», me preguntó amablemente.

Le dije que sí. Y que el problema no era la nota sino el titular. Que, de hecho, el problema era que el titular y la bajada no trataban el delicado asunto del resultado analítico adverso de Paolo Guerrero con la precisión que el cuerpo del artículo sí hacía.

Recuerden:

Una prueba antidopaje había detectado en su cuerpo la presencia de benzoilecgonina, principal metabolito de la cocaína. Su suspensión se convertiría en la principal novela nacional.

De ahí a «El jugador estrella de Perú, suspendido por consumo y rehabilitado para el Mundial» hay un salto mortal grande que, sobre todo, exhibe una certeza que, en realidad, nadie tiene. Volveré a esto último más adelante.

«Pero es solo el titular», replicó Castilla. «El titular intenta interpretar y resumir la nota».

Le pregunté a Castilla si, como me había dicho Sergio Galarza, el titular y la bajada publicadas en el diario no eran suyos.

«Sí, claro, ese titular lo pusimos aquí en la redacción. Como sabes, el derecho de titulación es del medio. No recuerdo ahora mismo el titular de Sergio, pero era distinto».

¿Consultaron con él ese titular final?

«No solemos consultar los titulares con los autores. No sabría decirte con seguridad si se lo consultamos esta vez, pero diría que no».

¿Eres consciente de que el titular con que apareció la nota es, cuando menos, impreciso?

«Como te decía, el titular intenta resumir la nota. La nota es sobre la pasión futbolera que hay actualmente en Perú. Si han leído la nota, lo entenderán. Está claro que muchos de los que la critican no la han leído y se quedan solo en el titular».

Por supuesto, le dije. Pero a la vez, los periodistas somos o debemos ser conscientes de que es así cómo leen muchos usuarios de redes sociales. El titular es también información, no un adorno, ni mucho menos un cuerpo extraño ajeno al artículo.

«De acuerdo. Pero, si la sustancia fue encontrada en su organismo, la tiene que haber consumido de algún modo, ¿no?»

En efecto, en sentido estricto, si la prueba antidopaje arroja que existía en el cuerpo de Paolo Guerrero un metabolito derivado de la cocaína, el futbolista tendría que haber «consumido» la sustancia de algún modo.

Consumido en el sentido de ingerido.

Pero ese no es el sentido con que utilizamos «consumo» cuando hablamos de drogas. Consumo es una palabra que levanta y señala con el dedo. Una palabra acusatoria. Consumo es un juicio moral camuflado de sustantivo. Y más, por supuesto, si la imagen que acompaña el titular y la bajada es esta:

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Dos policías delante de un grafiti con el rostro del futbolista Paolo Guerrero, una de las estrellas de la selección de Perú / Cris Bouroncle. Fuente: El País

Pero, además, como sabe cualquiera que haya seguido con un poco de atención la «novela» de Paolo Guerrero y esa prueba antidopaje, el futbolista y sus abogados defienden que no hubo consumo de ningún tipo. De cocaína, quiero decir.

El capitán de la selección peruana, según ha explicado en varias ocasiones, habría bebido, por error o por contaminación, una infusión de mate o té de coca. Y es por ello que la prueba realizada el día 6 de octubre de 2017, luego del partido en que la selección peruana empató 0-0 con la selección argentina, habría arrojado un resultado analítico adverso por benzoilecgonina, un metabolito de la cocaína.

¿Es esto posible? Sí, lo es. Yo he encontrado por lo menos dos estudios que señalan que es posible que aparezca en el cuerpo humano benzoilecgonina luego de haber ingerido mate de coca.

¿Sabemos, a ciencia cierta, que eso es lo que ocurrió? No, no lo sabemos. Pero tampoco sabemos lo contrario, como afirma el titular del diario El País.

¿Qué es lo que sí sabemos? Sabemos, como decía Sergio Galarza en su nota y explicaba yo unas líneas arriba, que tras ese partido con Argentina en octubre de 2017, «una prueba antidopaje había detectado en su cuerpo la presencia de benzoilecgonina, principal metabolito de la cocaína».

Sabemos que a raíz de eso, en diciembre de 2017, la FIFA le impuso una primera sanción de un año a Guerrero. Y que, tras un recurso interpuesto por el propio jugador, la Comisión Disciplinaria de la FIFA redujo el periodo de suspensión a seis meses*.

Sabemos que cinco meses después, el día 14 de mayo de 2018, ante las apelaciones que realizaron tanto el propio jugador como la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés), el Tribunal Arbitral Deportivo (TAS, por sus singlas en francés) elevó la sanción a 14 meses. Lo que, de cumplirse, hubiera impedido a Guerrero disputar el mundial de Rusia 2018.

Sabemos, por último, que el 31 de mayo, el Tribunal Federal suizo, instancia ante la que Guerrero había presentado una nueva apelación, concedió al jugador peruano una medida cautelar que suspendía de forma «súper provisional» los efectos de la sanción impuesta por el TAS. Gracias a ello, Guerrero pudo jugar el mundial, donde anotó un gol en los tres partidos que la selección peruana disputó en primera ronda.

No sabemos qué ocurrirá después.

De todo ello, por cierto, ha escrito en su momento y con precisión la corresponsal stringer de El País en Lima, Jacqueline Fowks.

Para terminar mi amable conversación con Amelia Castilla, le pregunté si era consciente del error cometido con el titular y si el diario pensaba rectificar.

Me respondió: «Vamos a estudiarlo, estamos viéndolo. Si nos hemos extralimitado y hay gente que se ha sentido mal, lo siento mucho, de verdad. En ningún caso pensamos que podía ocasionar este estado de malestar».

Ojalá lo hagan.

ACTUALIZACIÓN

Luego de publicado este post, gracias al aviso de un amigo vía whatsapp, comprobé que El País había cambiado el titular y la bajada del artículo firmado por Sergio Galarza, eliminando las referencias al «consumo» que hacía en la versión anterior. Hasta donde he podido ver, el diario no ha realizado ninguna otra comunicación al respecto.

Este es el nuevo titular:

El jugador estrella de Perú, suspendido y rehabilitado para el Mundial

Una prueba antidopaje detectó en su cuerpo el principal metabolito de la cocaína. Su suspensión se convirtió en la principal novela nacional. Guerrero marcó el segundo de los goles de Perú en el último partido de su selección en Rusia. El país llevaba 36 años sin marcar en un Mundial

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ACTUALIZACIÓN

El domingo 1 de julio, la Defensora del Lector de El País, Lola Galán, publicó un artículo a propósito de lo ocurrido con la nota de Sergio Galarza en el suplemento El País Semanal.

Screen Shot 2018-06-30 at 7.28.30 PMEn la columna, que se puede leer íntegra en la edición web del diario, Galán señala el origen del error cometido por los responsables del suplemento y ofrece sugerencias para evitar errores similares en el futuro:

El artículo de Galarza es un texto literario en el que la peripecia de Guerrero permite al escritor abordar la personalidad del futbolista y la intensidad de la pasión mundialista que ha vivido Perú. Cambiar el titular en el sentido que se hizo sin conocer a fondo el tema ha sido una imprudencia.

El País Semanal ha corregido el error, (El jugador estrella de Perú, suspendido y rehabilitado para el Mundial, se lee ahora en el titular). Error que no se habría producido si el equipo del EPS hubiera consultado el cambio de título con el autor del texto. Entiendo que no siempre es posible, pero hay que procurar hacerlo siempre.

 

*Una versión anterior de este texto omitía, por error, que la primera sanción impuesta por la FIFA a Paolo Guerrero fue de un año. Sanción que, dos semanas después, fue reducida a seis meses por la Comisión Disciplinaria de la FIFA.

Netflix, los abrazos, las miradas, #MeToo, el amarillismo y las fake news

La mañana del viernes 15 de junio apareció en mi newsfeed de Facebook –un espacio cada vez menos hospitalario para el contenido noticioso gracias a los cambios de algoritmo de la red social– un titular que me distrajo por un momento de la fiebre mundialista.

El titular pertenecía al diario español/catalán La Vanguardia y decía así:

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Lo llamativo del titular, sumado a la penetrante –cof cof– mirada de Kevin Spacey, me obligaron a dar click en la «noticia».

Esto decía el primer párrafo del artículo de La Vanguardia que iba firmado con un «Redacción Barcelona»(las negritas son mías):

En Netflix se toman muy en serio el acoso y los abusos de índole sexual en los rodajes de sus producciones después de la controversia de House of cards por culpa del comportamiento de Kevin Spacey. Tanto es así que incluso está prohibido mirar otra persona durante más de cinco segundos, según informa The Independent.

Prohibido.

según informa The Independent.

El segundo párrafo continuaba (las negritas son mías):

Parece ser que los principales responsables de los sets de rodaje han tenido que asistir a cursos para combatir y detectar el acoso en el trabajo y que se han establecido nuevas normas de conducta para mejorar la convivencia en el rodaje.

Parece ser.

Cursos para combatir y detectar el acoso.

Normas de conducta para mejorar la convivencia.

El tercer párrafo abunda en esas supuestas «normas de conducta» que, «parece ser», se han establecido en los rodajes de Netflix:

No solamente está prohibido quedarse mirando un compañero del equipo durante más de cinco segundos (lo que se percibe como “repugnante”) sino que tampoco se puede exceder en los abrazos, no se puede flirtear y no se puede ir pidiendo números de teléfono por razones que no sean estrictamente profesionales.

¿Cómo se pasa de «parece ser» y unos «cursos para combatir el acoso» a afirmar que «incluso está prohibido mirar otra persona durante más de cinco segundos»?

Dado que la nota de La Vanguardia no menciona ninguna fuente –léase un testimonio, comunicado o documento interno– me fui a buscarla a The Independent. De donde el redactor anónimo del diario catalán, según propia confesión, había levantado la noticia. Ahí, me dije a mí mismo, seguramente encontraré a ese valiente whistleblower que ha dado un paso al frente para terminar con la dictadura de lo políticamente correcto en una de las compañías de entretenimiento más grandes del mundo.

Este es el titular en el site del diario británico:

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«Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos’ debido a enérgicas medidas por el #metoo».

Digamos, para ser generosos, que el redactor anónimo de La Vanguardia no le dio muchas vueltas al asunto. Pero eso no era lo importante. Lo importante era descubrir cómo sabía Christopher Hooton, editor de Cultura de The Independent, que Netflix había implementado estas ridículas y abusivas normas.

Estos son los tres primeros párrafos de la nota de The Independent (la traducción y las negritas son mías):

Netflix ha inplementado un nuevo curso contra el acoso, como resultado del movimiento #MeToo que ha sacudido Hollywood y ha afectado la producción de su show House of Cards.

Se habrían impuesto nuevas normas que, supuestamente, incluirían no mirar a nadie más de cinco segundos, así como la prohibición de abrazos prolongados, coqueteo y pedir el número de teléfono a un colega de trabajo.

«A todos se nos ha hablado de #MeToo», dijo un asistente de producción que trabaja en la nueva temporada de Black Mirror a The Sun.

«El personal de alto rango asistió a una reunión sobre acoso para enterarse de qué es apropiado y qué no. Mirar a alguien por más de cinco segundos se considera creepy«.

«No debes preguntar por el teléfono de nadie a menos que esa persona haya dado permiso de que su número sea distribuido. Y si ves algún comportamiento inadecuado, debes reportarlo de inmediato»

«La situación ha generado bromas en las que personas se miran unos a otros contando hasta cinco y luego desvían la mirada»

Habrían.

Supuestamente.

¿Cómo se pasa de «habrían» y «supuestamente» a titular «Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos'», cita textual entrecomillada incluida?

The Independent, de forma similar a La Vanguardia, dirige al lector a otro medio cuando toca atribuir la fuente. Esta vez, el link nos conduce al site del tabloide británico The Sun.

Esta es la nota de The Sun a la que hace referencia Hooton:

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Convengamos en que, fiel al estilo de The Sun, el titular al menos tiene algo de gracia: un juego de palabras con una sílaba del nombre de la compañía, «flix», y la interjección inglesa «fuck» para empezar. Por lo demás, una cita textual (enmarcada en comillas simples) que indica que «se ha prohibido mirar fijamente, coquetear y dar abrazos». Normas que a juicio del redactor del titular son «delirantes» (barmy).

¿Qué más dice la nota de Stephen Moyes (quédense por un momento con ese nombre, ya volveré a él)? ¿Nos revela Moyes algo más de su fuente, algún detalle extra que nos invite a confiar en lo que afirma? ¿De dónde viene, en última instancia, la «información» difundida por varios sites noticiosos en inglés y medios en español como 20 Minutos, El Periódico, Clarín o el portal cinematográfico Sensacine, la «información» que hizo que incluso el influyente periodista mexicano Joaquín López Doriga mostrara su extrañeza por las «nuevas normas» de Netflix ante sus casi 8 millones de seguidores en Twitter?

Así comienza el artículo en The Sun (la traducción es mía):

Netflix ha prohibido a los miembros de sus equipos de rodaje mirar a alguien por más de cinco segundos con unas reglas delirantes.

Otras de estas normas incluyen no pedir los teléfonos de compañeros de trabajo y exhortar al personal que sienta que está siendo incordiado: ¡Detente! ¡No lo vuelvas a hacer!

El resto del artículo no dice nada que no se hayan encargado ya de repetir The Independent, La Vanguardia y demás. En resumen:

  • Prohibido mirar a la gente más de cinco segundos.
  • No dar abrazos prolongados.
  • Si te sientes acosado, debes gritar: ¡Detente! ¡No lo vuelvas a hacer!
  • No se debe pedir el teléfono de un compañero de trabajo a menos que esa persona haya autorizado que se haga público su número.
  • Reportar los comportamientos inadecuados o no consentidos.
  • El personal de alto nivel ha debido asistir a reuniones sobre acoso.

¿Explica el periodista Stephen Moyes de dónde procede la información? No. Moyes zanja la cuestión con un escueto «an on-set runner said». Léase, «dijo un asistente de producción». Y ya.

La nota va ilustrada con dos imágenes. La primera es una imagen de stock atribuida a la agencia Associated Press:

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Ojo a ese pie de foto: «Aparentemente a algunos trabajadores de Netflix se les ha pedido que asistan a reuniones sobre acoso».

Aparentemente.

La segunda imagen es esta, una especie de cartel o panfleto con las supuestas «nuevas normas»:

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¿Es ese supuesto cartel o panfleto un documento interno de Netflix? ¿Es esa la prueba de las «normas delirantes» impuestas por la compañía?

No. Es una imagen armada por un diseñador del diario en base a la información proveniente de ese supuesto «asistente de producción. ¿Cómo lo sé? Primero, porque Moyes no hace alusión alguna al cartel en su nota. Es más, a diferencia de la otra imagen, esta no lleva ni siquiera pie de foto. Pero, además, si uno descarga la imagen de la web de The Sun, podrá ver que el archivo lleva el siguiente nombre: jh-composite-graphic-p11-netflix.jpg. Composite. O sea, una imagen compuesta a partir de distintos materiales.

Lo que sí dice el artículo de Stephen Moyes es qué respondieron en Netflix cuando se les preguntó por las supuestas normas y talleres sobre acoso. En un comunicado oficial la compañía dijo:

Estamos orgullosos de los cursos contra el acoso que ofrecemos en nuestras producciones. Queremos que todos nuestros rodajes sean espacios de trabajo seguros y de respeto. Creemos que los recursos que ofrecemos empoderan a las personas en nuestros sets para que alcen la voz, y no deben ser trivializados.

El comunicado no dice nada específico sobre las supuestas normas que prohiben miradas o abrazos prolongados. Pero en otro artículo, este publicado por el site Quartz, la periodista Leah Fessler contacta a una representante de Netflix para preguntar si «en realidad habían instituido una regla de no mirar fijamente por más de cinco segundos». La representante, por supuesto, respondió que esa regla no existe, pero «la recomendación fue discutida en una de las sesiones de un taller contra el acoso».

Los invito a hacer un experimento. Levanten la vista de la pantalla donde están leyendo esto y miren fijamente, contando hasta cinco en la cabeza, a la primera persona que tengan delante. No sé si serán acusados de acoso, pero es probable que hagan pasar a esa persona un momento incómodo.

¿Es una locura que una empresa que ha debido lidiar hace poco con un serio escándalo de acoso protagonizado por uno de sus más conocidos colaboradores sugiera a sus trabajadores, en el marco de otras recomendaciones, evitar a otros colegas esa incomodidad?

A fin de cuentas, todo este artículo podría resumirse así:

–¿Tienen constancia Stephen Moyes, Christopher Hooton o el redactor anónimo de La Vanguardia de que Netflix haya prohibido mirarse por más de cinco segundos o abrazarse a su colaboradores? No.

–¿Afirma la única fuente anónima mencionada, «un asistente de producción», que Netflix haya impuesto esas supuestas normas? No.

En realidad, si uno lee con atención lo que Moyes dice que su fuente dijo, en citas textuales, es:

«Se nos habló a todos sobre #MeToo»

«El personal de alto rango asistió a una reunión sobre acoso para enterarse de qué es apropiado y qué no. Mirar a alguien por más de cinco segundos se considera creepy«.

–¿Significa eso que Netflix ha instaurado normas que prohiben a sus trabajadores mirarse los unos a los otros por más de cinco segundos? No

Entonces, ¿por qué The Sun, The Independent, La Vanguardía y cía escriben artículos donde afirman lo contrario?

Bueno, se llama clickbait, amarillismo, fake news, y lo he discutido in extenso en distintos artículos de este blog.

De hecho, el periodista de The Sun y artífice principal de este falso drama, Stephen Moyes, es todo un experto en la materia.

Aquí Moyes y su colega Alex Diaz aseguraban que había una campaña de activistas anti-armas de fuego para que el extremo del Manchester City Raheem Sterling fuera separado de la selección de fútbol inglesa debido a un tatuaje de un rifle M16 que el futbolista luce en la pierna derecha:

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El único testimonio contra el jugador, además de un par de tuits, era el de Lucy Cope, responsable de una pequeña organización (no cuenta ni siquiera con página web) llamada Mothers Against Guns (Madres Contras las Armas de Fuego), quien decía que «el tatuaje es repugnante» y que Sterling debía ser apartado de la Copa del Mundo a menos que se lo retirara.

¿Puede afirmarse a partir de ese único pedido que hay una campaña para que Sterling fuera apartado de la selección menos de un mes antes del Mundial de Rusia? No. Pero qué más da.

Aquí pueden disfrutar de otro de los grandes éxitos del periodista Stephen Moyes:

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«La mansión de Adele está ‘embrujada'». Imagino que no hace falta que prosiga.

Bueno, ese es el autor y ese es el medio que afirmaban hace un par de días que Netflix había prohibido los abrazos y las miradas prolongadas a sus trabajadores por culpa del #MeToo.

Sí, claro.

ACTUALIZACIÓN

Mientras escribía este artículo intenté contactar con los periodistas cuyas notas dieron origen a ese sinfín de artículos clonados que convencieron a parte de la audiencia de redes sociales de que Netflix estaba imponiendo unas ridículas normas de conducta en sus rodajes.

Por suerte, uno de ellos me respondió. Le escribí a Christopher Hooton, editor de Cultura de The Independent, el día 15 a través de un mensaje directo de Twitter, en el que le decía que tenía algunas dudas sobre su artículo y me gustaría hacerle algunas preguntas.

Hooton me contestó horas después, amablemente, pero diciéndome que el reporte original venía de The Sun, «así que no sé cuánto podré ayudarte».

Mis preguntas eran muy simples:

  • Entonces, ¿no chequeaste la información, tan solo te limitaste a citar el artículo de The Sun?
  • La nota de The Sun era bastante sospechosa, ¿no te parece? ¿Por qué reproducirla sin el procedimiento de verificación necesario?

Hooton, en un mensaje posterior, me dijo que pidió a Netflix que refutaran el reporte de The Sun, pero «se negaron a hacerlo, y en su lugar emitieron un comunicado donde defendían sus cursos contra el acoso».

A lo que yo repliqué:

Pero «cursos contra el acoso» no es lo mismo que «Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos’ debido a enérgicas medidas por el #metoo», que es como iba titulada tu nota. Aun así, ¿sigues respaldando lo que escribiste?

En su último mensaje, la mañana del lunes 18 de junio, Hooton respondió:

Sí. En la nota se enfatizaba que estaba basado en la información de otro artículo y se le dio a Netflix la oportunidad de responder, se les pidió que refutaran lo dicho sobre esas técnicas específicas y se negaron a hacerlo. Gracias.

La razón por la que insistí con Hooton es porque no se trata de un mero redactor atado a una silla, con la mirada clavada en su newsfeed o una pantalla de televisión, que poco puede hacer ante las exigencias de tráfico y artículos virales de sus superiores. No es que un redactor no tenga responsabilidad por aquello que escribe, pero sí es cierto, como saben quienes han trabajado en una redacción, que la responsabilidad exigible a un redactor –así como su poder de decisión– no es igual a la que pesa sobre los hombros de un editor.

Hooton, como señala la página web de The Independent, es editor de Cultura del diario.

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Pese a ello, opina que basta con una llamada a la parte afectada y una respuesta negativa ante la pregunta planteada, para publicar un artículo completamente basado en un único y confuso testimonio de una fuente que él mismo desconoce.

¿Tiene constancia Hooton de que Netflix ha impuesto las normas que señala en su artículo? No, ninguna. ¿Le consta que The Sun, el medio al que cita, haya verificado ese confuso testimonio que, como ya expliqué, en realidad no afirma lo que su titular grita con tono acusatorio? No, tampoco. ¿Es lo mismo realizar cursos contra el acoso en los que se discute sobre qué es apropiado y qué no en el ambiente laboral que imponer normas ridículas como «prohibir abrazos o miradas de más de cinco segundos»? Evidentemente no. ¿Basta que Netflix se niegue a responder sobre un detalle concreto de esa acusación para lanzarse a afirmar lo contrario en un artículo? No, por supuesto que no.

Entonces, ¿por qué si ni The Independent ni The Sun disponen de evidencia alguna para respaldar sus acusaciones, siguieron adelante con esos artículos aun cuando Netflix explicó en el comunicado que no estaban más que realizando talleres contra el acoso?

Porque para esos medios, al parecer, contar que una gigantesca compañía internacional que recientemente ha debido enfrentar un escándalo de acoso se toma en serio el asunto, busca prevenir futuros daños y mejorar la convivencia entre sus colaboradores no es noticia suficiente. Aunque sea verdad. Porque, ya conocen el dicho, que la realidad no te estropee un buen titular. Aunque sea mentira.

Libros redondos: lecturas para preparar el Mundial

A diferencia de lo que ocurre en países vecinos como Argentina o Brasil  –e incluso Chile, donde desde 2017 existe una Feria Nacional del Libro de Fútbol Chileno–, en el Perú la pasión futbolera no ha sido trasladada con demasiada frecuencia ni éxito a la página en blanco.

Ya he escrito alguna vez que el Perú es un país poco dado a pensarse, casi alérgico a la reflexión y el análisis. Y el fútbol, nuestro fútbol, no ha sido la excepción.

Por suerte, la vuelta de la selección peruana al Mundial tras una ausencia de 36 años ha servido para espolear a un puñado de autores a saldar cuentas con la historia, pasada y reciente, de nuestro fútbol.

En la revista peruana H me pidieron que, además de comentar algunas de esas novedades, eligiera mis libros futboleros favoritos. Como H solo se publica en papel y en Perú, le pedí permiso a los responsables para publicar una versión algo distinta de ese listado en No hemos entendido nada.

1.-Con todo, contra todos. José Carlos Yrigoyen. 2018. Debate.

con_todo_contra_todosPoeta, novelista, temido crítico literario, José Carlos Yrigoyen es, según sus propias palabras, un “obsesivo seguidor de la selección peruana”. Esa obsesión se ha transformado en un libro imprescindible para quienes, por cuestiones generacionales, no hemos conocido otra cosa que sufrimiento y decepción a manos –o patadas– de la blanquirroja. Y que, ahora, gracias a San Ricardo Gareca, Patrono de la Resurrección del Fútbol Peruano y Otros Imposibles, hemos recobrado la fe. Cincuenta años de historia que abarcan la época de gloria (1968-1982), o lo que puede entender por gloria un fútbol carente de títulos internacionales; así como lo que Yrigoyen ha llamado El hundimiento (1983-1986) y La época oscura (1987-2015). El libro concluye con los prolegómenos de la ya exitosa Era Gareca (2015-¿?).

Aquí Yrigoyen lee un fragmento de su libro:

2.-¡Hola Rusia! Joanna Boloña. 2018 Grijalbo.

holarusiaLa periodista Joanna Boloña, hoy en la pantalla de ESPN Perú, ha confeccionado una amena y exhaustiva guía de Rusia 2018 para no iniciados. La clasificación de la selección peruana a su primer mundial en 36 años ha generado una ola de entusiasmo en el país que ha excedido, por mucho, a los hinchas acérrimos. ¿Nunca le has prestado demasiada atención a la selección pero quieres sumarte al fervor popular? ¿No te interesa mucho el fútbol pero tienes curiosidad por saber cómo es vivir un Mundial en primera persona (o sea, clasificados) por primera vez? Boloña ha hecho bien su tarea, ha recopilado los datos, ha aterrizado esa información y se ha dado el trabajo de escribir este manual para ti.

3.-La fórmula del gol. Hugo Ñopo y Jaime Cordero. 2018. Aguilar.

9786124247408Si ya son raros en el Perú los buenos libros sobre fútbol, la aparición del libro escrito por Hugo Ñopo y Jaime Cordero es comparable al aterrizaje de un Delorean llegado del futuro en plena Javier Prado. En el Perú, históricamente, el conocimiento futbolístico ha sido siempre un asunto limitado a la sabiduría popular, la pasión desaforada y el folklore de la superstición. Donde entrenadores y periodistas han hecho carrera a punta de «vamos chicos, jueguen como ustedes saben» y otras perlas del lugar común. La fórmula del gol, al igual que el comando técnico liderado por Ricardo Gareca, ha querido dotar a nuestro fútbol de todo eso que nunca ha tenido: rigor, sistema y conocimiento estructurado. En ese esfuerzo, Ñopo y Cordero han hecho uso de bases de datos, propias y ajenas, para ordenar la información disponible en estos tiempos de big data y otorgarle un sentido que les permite responder preguntas eternas como ¿existe la ventaja del local? ¿sirven de algo las cábalas? ¿cuán indisciplinados son los futbolistas peruanos? y ¿a qué demonios juega Perú?

En esta entrevista se puede ver a los autores comentando su libro:

4.-The numbers game: Why Everything You Know About Football is WrongChris Anderson y David Sally. 2013  Penguin.

9780670922246Chris Anderson y David Sally no podían haber elegido una mejor cita para empezar este libro. Corresponde a Bill James, un estadístico americano que revolucionó el baseball entre los años 70 y 90. «En el deporte, lo que es verdad es más poderoso que aquello en lo que crees, porque lo que es verdad es lo que te otorgará la ventaja necesaria». Fue el trabajo de James el que inspiró a Billy Beane, héroe del libro del periodista Michael Lewis Moneyball, interpretado por Brad Pitt en la adaptación cinematográfica. Anderson y Sally aplicaron el mismo espíritu estadístico a un deporte que, demasiadas veces, vemos reducido a un asunto de fe. De entre los muchos hallazgos del libro, quizá el más influyente ha sido el de la teoría del eslabón débil. La formulación es sencilla: a diferencia de otros deportes como el basket, el fútbol es un deporte de eslabón débil (weak link). Es decir, en el fútbol un equipo es tan bueno como su peor jugador. Está bien gastarse millonadas en Messi, Cristiano o Neymar, pero asegúrate de que tu equipo guarde algo para ese futbolista cuyo nombre la mayoría no recuerda, porque los títulos pueden depender de él. El libro está repleto de conceptos igual de reveladores y, en sus 400 páginas, acaba con infinidad de prejuicios y malentendidos que han pasado por verdades durante décadas y décadas de historia futbolística.

Aquí pueden ver un estupendo mini documental de FourFourTwo sobre cómo el uso de datos está cambiando la manera en que los equipos toman decisiones de management y sus sistemas de juego. Hablan, entre otros, Billy Beane, Chris Anderson y Natasha Patel, jefa de análisis de rendimiento del Southampton FC:

5.-Fútbol contra el enemigo. Simon Kuper. 1994. Orion/Contra

kuperSimon Kuper escribe, sobre todo pero no solo, de fútbol para el Financial Times. Esa columna semanal y este libro, publicado originalmente en 1994, lo han convertido en uno de los escritores de fútbol más interesantes y seguidos del mundo. Kuper recorre veintidós países para contar la historia del impacto de política, nacionalismo, religión, autoritarismo, pobreza y cultura popular en el deporte más popular del mundo. Ojo a las páginas que dedica al famoso 6-0 de Argentina a Perú en 1978. La edición en español fue publicada por la editorial Contra en 2012, con prólogo del periodista Santiago Segurola.

6.-El partido: Argentina-Inglaterra 1986. Andrés Burgo. 2016. Tusquets

portada_el-partido_andres-burgo_201603221919.jpgEs sencillo, como su título: esta es la mejor crónica futbolística escrita en español que he leído. Andrés Burgo consigue en El partido una proeza narrativa difícil de igualar: aportar luz y nuevas lecturas a uno de los partidos más comentados de la historia del fútbol mundial. Este libro, para el que Burgo se sumergió en la hemeroteca, habló con varios protagonistas y estrujó sus recuerdos de fanático de la albiceleste, es el relato íntimo, a la vez histórico y personal, del encuentro que selló la leyenda del, posiblemente, mejor futbolista de todos los tiempos.

Aquí Burgo habla en una entrevista sobre el libro:

7.-Historias del calcio. Enric González. 2007. RBA

81EbPtH5HMLDe 2003 a 2007, mientras fue corresponsal del diario El País en Roma, el periodista Enric González escribió una columna semanal llamada Historias del Calcio. Albert Camus escribió alguna vez que “después de muchos años en los que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”. El fútbol, más allá de un deporte, es una de las herramientas más útiles que tenemos para conocer a un país y sus habitantes. Pocos autores han aprendido la lección de Camus mejor que Enric González, para quien cualquier acontecimiento relacionado con el fútbol italiano era el gatillador perfecto para adentrarse en la psiquis e historia de un país apasionado por la pelota.

8.-Maldito United. David Peace. 2006. Faber and Faber/Contra

Maldito_United_websiteQuizá la mejor novela sobre fútbol que se ha escrito. El británico David Peace reconstruye los 44 fatídicos días que duró el legendario Brian Clough como entrenador del Leeds United en 1974. De Clough dijo Bill Shankly, otra leyenda del fútbol británico: “Este tipo es peor que la lluvia en Manchester, al menos Dios para de vez en cuando”. Peace narra la historia a través de la voz del propio Clough, que mientras fracasa al mando del Leeds recuerda sus días de gloria como entrenador del pequeño Derby County. Atención a la película de 2009 basada en el libro y dirigida por Tom Hooper, cineasta conocido por El discurso del rey y La chica danesa.

9.-Dios es redondo. Juan Villoro. 2006. Anagrama

9788433925763Ensayista y narrador, cuando el mexicano Juan Villoro escribe de fútbol aúna tres cualidades que rara vez encontramos juntas en un escritor: la erudición del académico obsesivo, la finura del analista con mil partidos en la retina y el sentido del humor del hincha que conoce de cerca la derrota. Villoro sabe, como decía Bill Shankly, que el fútbol no es una cuestión de vida, sino que es más importante que eso. Si bien sus textos futboleros son tantos que se encuentran regados en diarios, revistas y páginas webs de todo el mundo en habla hispana, esta colección publicada en 2006 reúne lo esencial de su producción.

Aquí Villoro habla sobre la pasión futbolera en el festival Viva América de 2011:

10.-La pelota no entra por azar. Ferran Soriano. 2013. Granica.

9789506417611Al día siguiente de que la lista que integraba Ferran Soriano junto a Joan Laporta ganara las elecciones de la junta directiva del F.C. Barcelona, un viejo directivo le dijo: “Chico, te daré un consejo: no vengáis aquí dispuestos a aplicar grandes técnicas de gestión, ni con voluntad de usar el sentido común, ni la lógica empresarial. Esto del fútbol es distinto, esto va de si la pelota entra o no entra. Si entra, todo va bien. Si va fuera, todo es un desastre. Es puro azar”. Soriano, que fue vicepresidente y director general del equipo catalán durante sus años más gloriosos y que ahora es director ejecutivo del Manchester City, escribió este libro para demostrar cuán equivocado estaba ese directivo. La pelota no entra por azar es un rara avis entre los miles de libros de management que se publican año a año, consigue escapar del mero anecdotario con finales felices y moraleja, así como de la autoayuda para ricos que dominan el género. Es un libro sobre fútbol, liderazgo y planificación que logra dotar a ese trinomio no solo de sentido sino que lo hace con inteligencia, de forma amena y asequible.

Aquí Soriano habla sobre el libro:

11.-Fiebre en las gradas. Nick Hornby. 1992. Gollancz/Penguin/Anagrama

220px-FevereyhNick Hornby, como sabe cualquiera que haya leído alguno de sus libros, es un hombre de dedicado en cuerpo y alma a sus aficiones. Y, de sus aficiones, ninguna más importante que el fútbol en genera y el Arsenal F.C en particular. La memoir de hincha sufrido con la que todos los fanáticos del fútbol, a menos que sea hincha del Real Madrid, podemos identificarnos. Nota para hinchas literarios: El periodista Juan Carlos Ortecho, una de las personas que más conoce de fútbol en Perú (y anglófilo como yo), reniega de la traducción al español. Hornby, como ocurre con todos los autores dueños de una prosa coloquial y apoyada en los modismos locales, es un escritor que pierde bastante en el viaje de su inglés natal a nuestro idioma. Pero aún con ese handicap este libro es una pequeña joya.

En el descuento: 

Peredo Total. Daniel Peredo. 2018. Debate.

PeredoLa voz de la selección peruana se apagó en febrero de este año, tres meses después de que gritara la clasificación peruana a Rusia 2018 y cuatro antes de que pudiera cumplir su sueño de narrar el regreso de la blanquirroja a la élite del fútbol mundial. Con buen tino, la editorial Debate publica una antología del periodismo escrito de Daniel Peredo, el que publicó en las páginas de El Bocón, la revista Once y El Comercio; una faceta mucho menos conocida que la de narrador televisivo. Yo mismo, que he leído el libro de un tirón, he caído en cuenta mientras pasaban las páginas que conocía varios de estos textos y que, sin embargo, no los asociaba con el autor de «si no sufrimos, no vale» y «un gol más va a haber». Como narrador en la tele, la magia de Peredo residía en un raro talento para conjugar la lectura inteligente del juego con el apunte preciso (y a ratos erudito) y la emotividad del hincha que conoce bien la ilusión y el sufrimiento. En sus textos el hincha deja paso al obsesivo acumulador de anécdotas, alineaciones y detalles, pero la rapidez mental que lo hizo famoso no se mueve de su sitio. Un par de botones, extraídos de uno de sus textos más antiguos: «La paciencia de Charún fue desesperante. Solo le faltó una cámara fotográfica para llevarse un recuerdo del tanto» y «Muchotrigo seguía olvidado en la punta derecha. Se debe haber hecho amigo del juez de línea de ese sector». Decía Timothy Garton Ash que el periodismo es la Historia del presente, y en este país tan poco amigo de la hemeroteca, donde las polillas se pegan festines con los archivos de los diarios, es un lujo contar con volúmenes como este, que nos pone delante de los ojos la memoria de nuestro pasado futbolero reciente.

Algunos libros que tengo pendientes:

–Todo Messi: Ejercicios de estilo. Jordi Puntí. 2018. Anagrama.

–Angels With Dirty Faces: The Footballing History of Argentina. Jonathan Wilson. 2016. Orion.

–Brilliant Orange: The Neurotic Genius of Dutch Soccer. David Winner. 2002. Overlook Books.

Soccernomics: Why England Loses; Why Germany, Spain, and France Win; and Why One Day Japan, Iraq, and the United States Will Become Kings of the World’s Most Popular Sport. Simon Kuper y Stefan Szymanski. Edición ampliada para Rusia 2018. Nation Books.

 

toñoEn The New York Times en Español, el escritor Jorge Carrión recomienda otros seis libros futboleros. Entre ellos, Treinta y seis años después, la crónica personal de un hincha sufrido escrita por el periodista peruano residente en Madrid, Toño Angulo Daneri. El libro ha sido publicado por la exquisita editorial española de no ficción Libros del K.O. Acaba de salir en España y estoy a la espera de conseguir uno.

Si me leen desde Lima, además de en las librerías clásicas como Sur, El Virrey, Ibero o Communitas, pueden encontrar varios de estos libros en una librería virtual especializada en títulos futboleros, DeContra.

*Una versión de este texto se publicó en el número 80, edición de junio de 2018, de Revista H en Perú.

La muerte de Anthony Bourdain y la necesidad de la crítica cultural

Una de las cosas en que más pienso desde hace un buen tiempo, desde que empecé la escritura de No hemos entendido nada, es un tema que seguramente no le importa a nadie más, pero que a mí me supone un quebradero de cabeza.

Pienso, a veces, mientras leo y reflexiono sobre los enormes cambios en los hábitos de consumo de información, el sistema de producción de noticias y el ecosistema de medios, que una de las claves para comprender hacia dónde va el oficio periodístico y avanzar sin perder demasiado el norte se encuentra oculta en la respuesta a una pregunta que vengo haciéndome hace demasiados meses.

La pregunta es simple en su formulación. Pese a ello no he sido aún capaz de responderla de forma que me satisfaga. Llevo meses acumulando lecturas y aproximaciones al tema, recopilando notas, ejemplos y un sinfín de evidencia circunstancial. Acabo de comprobar que el borrador donde voy colocando links y ensayando ideas lleva abierto en el content manager de WordPress desde noviembre del año pasado. Y, en realidad, ese borrador inacabado es la segunda encarnación de un post que empecé a escribir meses antes y eliminé luego, cuando sentí por primera vez que no encontraba salida a la pregunta que planteaba.

La pregunta, como decía, es simple: ¿Para qué sirve un crítico cultural en tiempos de redes sociales?

Por supuesto, no soy, ni mucho menos, el único escritor intentando responderla.

Un autor que admiro profundamente, Alex Balk, editor y cofundador de ese oasis de inteligencia online que era The Awl (cerrado en enero de 2018), escribía en 2016 a propósito de Pete Wells, el crítico de restaurantes de The New York Times (lean, si pueden, a Wells, y lean también este perfil que le dedicó Ian Parker en The New Yorker), una pieza titulada El único crítico que importa. Balk hacía uso de su elocuencia y crudeza habitual para señalar aquello que muchos lectores piensan pero pocos nos atrevemos a decir en voz alta:

La crítica de libros es mala (lean tres reseñas del mismo libro y se darán cuenta de que todos los reseñistas usaron una cita idéntica del primer capítulo que de seguro se encontraba en algún lugar del dossier promocional adjunto a las galeradas, para luego esforzarse en demostrar que saben más del tema del libro que el propio autor, antes de emitir un veredicto habitualmente positivo); la crítica musical, en una época en la que todo el mundo puede escuchar cualquier cosa casi al mismo tiempo que el reseñista, es irrelevante; la crítica televisiva está llena de gente que siente que tiene que defenderse por pasar tanto tiempo viendo televisión e intenta de forma desesperada autoconvencerse de que la tv es la nueva literatura

Balk es excesivamente severo en su juicio adrede para reforzar su argumento, y de seguro más de un lector atento y curioso podría oponer ejemplos de críticos valiosos que escapan a esa cruel descripción. Pero ese no es el punto central de su artículo. El punto central es que, gracias a Internet y las redes sociales, la crítica profesional se ha vuelto irrelevante tanto para los lectores como para la industria que produce los artefactos culturales objeto de sus reseñas.

A propósito de eso mismo escribía hace casi un mes Rowland Manthorpe, editor de la edición británica de la revista Wired. En un ensayo titulado Childish Gambino and how the internet killed the cultural critic, Manthorpe explicaba que This Is America, el último video musical de Childish Gambino, alter ego del actor Donald Glover, lo había golpeado de tal forma que se puso a buscar inmediatamente artículos al respecto. Casi no encontró nada que estuviera a la altura de su curiosidad y apetito. «Quería profundidad. En su lugar, me topé con listicles«, escribe.

Párrafos después, Manthorpe resumía así la desconfianza y/o falta de interés con que el público (no) lee hoy reseñas o críticas hechas por un profesional:

En un mundo de opiniones candentes, la crítica es fría, lenta y distante. ¿Quién quiere oír acerca de una novela que nunca ha leído o una película que no va a ver o, en el caso del teatro, una obra a la que con casi toda certeza nunca asistirá? Quizá si tienes intenciones de comprar una entrada o una copia, pero en ese caso, ¿qué te garantiza que la reseña no vaya a arruinarte el final? La alergia a los spoilers en redes sociales es una sentencia de muerte para el trabajo crítico de cualquier tipo.

En el peor de los casos, una reseña es, a fin de cuentas, tan solo una opinión. Y cuando todo el mundo puede exponer su opinión el valor de esta se ve disminuido. Si uno quiere saber si vale la pena ver una película, tiene mucho más sentido ir a Rotten Tomatoes o dejar que Netflix le haga una recomendación. ¿Por qué depositar nuestra fe en una única voz cuando podemos confiar en los datos?

Líneas más adelante, Manthorpe explica el malentendido que reside en esa visión:

Es cierto, los críticos ponen calificaciones y recomiendan; pero, sobre todo, critican, y eso es algo muy diferente. Una buena reseña cata el aire cultural para descubrir el hedor de hipocresía, el aroma dulce de la verdad, la esencia de lo que está por venir. Una buena reseña es generosa, o cruel, pero nunca titubeante. Una buena reseña es, a su manera, tan valiosa artísticamente hablando como el objeto de la crítica.

Pensaba en todo eso la mañana del viernes 8 de junio, luego de que me despertara con la noticia de que Anthony Bourdain se había suicidado. Bourdain, como seguramente saben, es –me resisto a escribir era– un autor y presentador de televisión especializado en viajes y comida. El periodista gastronómico más importante e influyente del mundo en una época en que comer se ha convertido en el principal evento cultural de nuestras vidas.

Bourdain, saltó a la fama en el año 2000 con un libro de memorias sobre su trabajo como cocinero. Luego del éxito de Kitchen Confidential, se convirtió en una estrella televisiva, encadenando una serie de programas gastronómicos que lo llevaron a todos los rincones del planeta y le hicieron acumular seguidores en todos los idiomas.

El éxito de sus libros y shows televisivos convirtió a Bourdain no solo en una celebridad global sino en un hombre clave para entender la cultura popular de los últimos 20 años. Incluso si uno no ha leído jamás uno de sus libros o no ha visto un solo episodio de No Reservations (2005–2012) o Parts Unknown (en el aire desde 2013 hasta el día de hoy: la muerte de Bourdain ocurrió mientras grababa un episodio en Francia para la nueva temporada), difícilmente haya escapado a la influencia de este ex cocinero reconvertido en escritor que odiaba el brunch y popularizó el mantra según el cual no hay que pedir pescado los lunes en los restaurantes.

Bourdain es uno de los responsables de que hoy los chefs compitan en celebridad con deportistas y estrellas de cine, de que nuestro feed de Instagram esté repleto de imágenes de platos de comida y de que miles sino millones de personas alrededor del mundo planifiquen sus vacaciones pensando en los restaurantes donde van a comer. Pocos autores contemporáneos han moldeado de forma tan inmediata y palpable el mundo en que vivimos, incluso yendo más allá de las fronteras de su nacionalidad e idioma.

Así que luego de leer tres o cuatro notas rápidas buscando detalles sobre lo que había ocurrido, me fui a buscar textos antiguos sobre Bourdain, a la espera de que alguno de los muchos periodistas gastronómicos que sigo en Twitter y leo con frecuencia escribiera algo a la altura del personaje y su legado.

Primero recordé este perfil que le dedicó The New Yorker en febrero de 2017. En él Patrick Radden Keefe revela, entre otras cosas, la dedicación con que Bourdain persiguió una carrera literaria desde mucho antes de que The New Yorker le publicara, en 1999, el ensayo que terminaría convirtiéndose en Kitchen Confidential:

Cuando Bourdain cuenta su propia historia, con frecuencia hace que parezca que el éxito literario fue algo que le cayó del cielo; en realidad, pasó años intentando que la escritura fuera su pasaje de ida fuera de la cocina. En 1985 empezó a enviar manuscritos no solicitados a Joel Rose, quien por entonces editaba una revista literaria de Nueva York, Between C & D. «Para decirlo de forma sencilla, mi deseo por la letra impresa no conoce límites», escribió Bourdain en una carta de presentación que envió junto a una serie de dibujos y relatos.

Ese mismo año, según cuenta Keefe, Bourdain se matriculó en el taller de escritura de Gordon Lish, el legendario editor de Raymond Carver. Pasarían otros diez años hasta que Bourdain publicara una novela, Bone in the Throat (1995), que no leyó nadie en su momento, y cuatro más para que David Remnick, editor de The New Yorker, recibiera y aceptara el manuscrito que le daría la vuelta a la carrera del cocinero.

Luego recordé una entrevista reciente, realizada por Isaac Chotiner para Slate, en la que, a la luz del movimiento #MeToo y las denuncias de acoso sexual de Harvey Weinstein y otros hombres poderosos, Bourdain discute hasta qué punto su libro y él mismo han sido responsables de romantizar la cultura machista que sobrevive en muchas cocinas profesionales:

Y he estado pensando mucho acerca de Kitchen Confidential. En cuando iba a firmas de libros algunos años después de que se publicara Kitchen Confidential y alguna gente, sobre todo tipos, me hacía high-five con una mano y me deslizaba un paquetito de cocaína con la otra. Y yo pensaba, compadre, ¿acaso no has leído el libro? ¿qué carajo te pasa?

(…)

He tenido que preguntarme, y lo he hecho durante un buen tiempo, ¿hasta qué punto en ese libro ofrecí validación a estos cabezas de chorlito?

Si lees el libro, ahí hay muchas palabrotas. Mucha sexualización de la comida. No recuerdo nada particularmente lascivo o lúbrico en el libro más allá de esa primera escena en la que siendo un muchacho joven veo al chef teniendo relaciones sexuales consentidas con una cliente. Pero aún así, eso también pertenece a esa cultura de machos idiotas.

Leí también los varios tuits que le dedicaron algunos de sus amigos del mundo gastronómico.

Pero fue recién cuando me topé con esta pieza escrita a las pocas horas de la muerte de Bourdain por Helen Rosner, la corresponsal gastronómica de The New Yorker, que caí en cuenta de que no me bastaba con volver a revisar notas antiguas sobre Bourdain o escritas por él. Fue cuando leí lo siguiente que empecé a caer en cuenta de que, si bien aún no encuentro la forma de explicar para qué sirve un crítico cultural en nuestros días, quizá sí puedo mostrarlo con algunos ejemplos:

La atracción por los secretos detrás de la fachada -por el frenético e insinuado manejo de escena tras bambalinas– es quizá el tema principal que recorre toda la obra de Bourdain. Era un lector inagotable, en busca no solo de conocimiento y diversión sino de herramientas para el oficio. Fue más un creador que una estrella televisiva: un obsesivo aficionado del cine que confeccionaba cada episodio de Parts Unknown como si se tratara de una película, guionizando cada toma, cada cortinilla musical, cada arreglo visual. Cuando lo entrevisté para un podcast en 2016, hablamos de cómo utilizaba esas herramientas narrativas como una manera de acercarse a su público, de atraerlos a un territorio en el que pudieran de verdad entender aquello que él les estaba mostrando. «Uno quiere que sientan lo que sintió uno mismo en ese momento, si está narrando algo que ha experimentado», dijo. «O quiere acercarlos a cierta opinión o forma de ver las cosas».

(…)

Bourdain, en efecto, creó el personaje de «chef chico malo», pero con el paso del tiempo empezó a ver sus efectos perniciosos en la industria de restaurantes. Con Medium Raw, la secuela de Kitchen Confidential publicada en 2010, intentó volver a narrar su historia desde un lugar mucho más sensato: las drogas, el sexo, los ademanes de hijo de puta arrogante, ya no como manual de instrucciones sino como advertencia.

Lo mismo pensé cuando leí poco después este artículo escrito por Jeff Gordinier, editor gastronómico de Esquire:

La gente insiste en clasificar a Bourdain como chef, pero esto siempre me ha parecido raro. Él mismo ha admitido que fue un chef mediocre. Lo que hacía brillar a Bourdain era la escritura. Gracias a su talento y fuerza de voluntad y carisma y sudor y hambre, Bourdain se convirtió en el más destacado escritor gastronómico y de viajes de su tiempo. Su ascenso coincidió con un momento en la cultura americana en el que, de pronto, los chefs se convirtieron en personajes más interesantes (más auténticos, menos maquillados, más volubles, menos manipuladores, o al menos eso pensábamos) que las estrellas de cine o los músicos. Bourdain se convirtió en el bardo oficial de esta era, como Hunter S. Thompson en la campaña electoral de 1972 o Pauline Kael cubriendo la revolución cinematográfica de los años 60 y 70.

Y, por supuesto, no podía faltar este otro artículo escrito por Pete «el único crítico que importa» Wells:

Si bien no era inmune a la hipérbole, tenía un odio de editor de periódico amarrado a un cigarrillo por la hipocresía autoindulgente, particularmente cuando se trataba de otros presentadores de televisión. Disfrutaba de burlarse de chefs famosos como Guy Fieri (a cuyo restaurante de de Times Square bautizó «the Terrordome») y Paula Deen («La peor y más peligrosa persona de América»).

A ratos, las dotes de Bourdain para cantar verdades podían desteñirse para dar paso a otros aspectos menos agradables de su personalidad: el matón que busca llamar la atención, el proveedor de numeritos bien ensayados, el conferenciante que, a la orden, suelta palabrotas como un cocinero que se acaba de de volar la tapa del dedo con el cuchillo.

«Hago muchos bolos como orador y a veces siento que me pagan para soltar palabrotas delante de gente que no ha escuchado ninguna en un buen tiempo», dijo en una entrevista de 2008.

Yo preferiría, la verdad, que quienes lean este post se asomaran al trabajo de Helen Rosner, Jeff Gordinier o Pete Wells en otras circunstancias. Pero quizá hace falta que ocurra algo tan tremendo, espantoso e incomprensible como el suicidio de una figura cultural de la talla de Anthony Bourdain para explicar, mostrando y no diciendo, para qué sirve un crítico cultural en tiempos de redes sociales.

Yo seguiré, pasado el duelo, intentando encontrar una respuesta. Confío en poder decirla por aquí pronto.

Postdata: Mientras escribía este post me sorprendió caer en cuenta de que, pese a los varios años que llevo escribiendo sobre gastronomía y libros, y a que he leído casi todo lo que Bourdain publicó en las últimas dos décadas, nunca he escrito sobre él más que muy de pasada aquí y aquí.

 

Lluvia

La primera vez que vi un paraguas tenía 10 años. Colgaba de un perchero en casa de una amiga de mi madre y parecía sacado de la película de Mary Poppins. Hasta entonces, para mí, los paraguas pertenecían al mismo paisaje vetusto e imaginario que los sombreros, las gabardinas y las botas de hule. Habitantes antiguos de una película de John Huston, elementos de escenografía de una novela de Dashiell Hammet, dibujitos sacados de una caricatura de Charlie Brown.

En esta ciudad pegada al mar los paraguas no son sino adornos inútiles que no se abren nunca y nos recuerdan, en su quietud, que vivimos en un desierto. Con vistas al océano Pacífico, pero desierto al fin y al cabo. Dijo desde Londres Antonio Cisneros, uno de nuestros mejores poetas:

Pero no tengo paraguas,
porque yo nunca tuve paraguas,
nadie en Lima tiene paraguas.
Cierto es que ya he comprado dos o tres desde que habito
en el fondo del mar,
pero los he perdido como he ido perdiendo a mis amigos
/ el tiempo / las esposas.

En Lima no llueve, de vez en cuando cae un amago de lluvia que los limeños llamamos garúa, que ni moja ni enfría. “Está lloviendo”, dirá un limeño y uno tendrá que afinar mucho la vista para alcanzar a ver las gotitas que caen del cielo, como si alguien allá arriba estuviera apretando un pulverizador de agua.

Herman Melville, el autor de Moby Dick, llamó a Lima ciudad “sin lágrimas” y “la ciudad más extraña y triste que uno pueda ver”.

El cielo, ese que no llora, mantiene un color gris perenne, que se ilumina unos pocos días al año durante el verano. El color es fruto de un fenómeno meteorológico conocido como “inversión térmica”, hijo de la conjunción entre la corriente de Humboldt que recorre el Pacífico y la cordillera de los Andes y que se traduce en “un clima paradójico de permanente nubosidad, escasa insolación, altísima humedad relativa y casi nulas lluvias que crea un desierto litoral”.

Lejos de tecnicismos, cuando nos referimos a nuestro cielo, los limeños hablamos de “panza de burro”. Un burro que no llora, que no mea, que no se moja.

Si queremos escuchar llover, los limeños tenemos que sumarnos a ese medio millón de personas que a diario entran a la web rainymood.com o utiliza sus apps para iPhone o Android. “La lluvia hace todo mejor”, reza su lema mientras nos deja escuchar una lluvia intensa y constante que refresca el oído. Es cierto, la lluvia hace todo mejor. Por eso, cuando salimos de Lima, los limeños descubrimos que hay una cosa, algo valioso, que nos ha sido arrebatado.

Cuando tenía 18 años viajé a Cuba y viví mi primera tormenta eléctrica en serio. Había visto tormentas antes, siempre fuera de Lima, pero esta era otra cosa. Era invierno en La Habana, pero el invierno ahí significa unos veintitantos grados y un sol que empieza a apagarse sobre las seis de la tarde. No es casualidad que fuera en Cuba donde se inventó esa camisa veraniega conocida como guayabera, y que ahí sea considerada vestimenta formal.

Corrían las cinco de la tarde, salía de mi entrenamiento de baloncesto en la villa olímpica ubicada en las afueras de La Habana, cuando el cielo se oscureció de pronto y antes de que supiera donde refugiarme comenzó a llover como nunca había visto. Las gotas caían con tal fuerza que dolían.

Tardé unos minutos, mientras buscaba hacia dónde correr para guarecerme, en darme cuenta de que no había razón alguna para escapar de la lluvia. La lluvia, esa lluvia, una lluvia a la vez tibia y fría, violenta y calma, era un regalo del que debía empaparme antes de marcharme de vuelta a Lima.

Un par de años después me mudé a Madrid, donde llueve, más o menos, unos cien días al año. La lluvia en Madrid carece de la espectacularidad que puede tener la lluvia en tierras tropicales. Es una lluvia de oficina, puntual y severa, que pese a su carácter burocrático sigue sorprendiendo a los madrileños.

“Llueve”, dice un madrileño saliendo de casa por la mañana sabiendo ya que el tráfico será un desastre y que es probable que se inunde alguna estación de metro.

En Madrid me compré mi primer paraguas. Y el segundo y el tercero y el cuarto y el quinto y el vigésimo octavo. Tras diez años viviendo en la capital de España, los paragüeros de sus bares han de estar repletos de paraguas comprados en El Corte Inglés que olvidé a las tantas de la madrugada.

En 2012 dejé Madrid y volví a Lima, mi ciudad sin lluvia. En los casi once años que estuve fuera la ciudad sufrió cambios asombrosos. Por primera vez en su historia parecía camino de tener una clase media y el dinero se puede ver en los malls abarrotados y los centenares de miles de coches que inundan las calles.

Lima, que antes era apenas pisada por los turistas de camino a Cusco, hoy es una de las capitales gastronómicas del continente y visitantes de todas partes vienen tan solo a comer.

Pero, lo siento, nos falta algo, algo que ni todo el dinero del mundo puede comprar, algo que ni la mejor comida es capaz de satisfacer. Si uno mira el cielo de Lima con detenimiento, si se concentra en sus grises, en su humedad, en ese mar puesto boca arriba, terminará por entenderlo.

Lima está a punto de llorar siempre, pero no llora. Como un paciente deprimido que acaba de empezar a tomar fluoxetina. Quiere llorar pero no puede.

*Este texto se publicó por primera vez, en inglés, en Winter Magazine, marzo 2014.