El diario La República y el feminismo, esa «moda pasajera»

La madrugada del 7 de agosto, hinchas del equipo de fútbol peruano Universitario de Deportes celebraron el aniversario número 96 del club con fuegos artificiales que estallaron en diversos lugares de Lima.

Así lo reportaba RPP en su página web:

El estruendo de fuegos artificiales alarmó a los limeños la madrugada de este viernes. En diversos distritos de Lima se reportó el hecho a pesar de que la ciudad se encuentra en un aislamiento social obligatorio (toque de queda). 

Y así el site Wayka:

La celebración de los hinchas de Universitario fue criticada por distintos usuarios en redes sociales, como el diario La República reportaba aquí:

El tema se convirtió en uno de los principales trending topics ese mismo día, lo que, al parecer, motivó a los redactores de La República a aprovechar la marea y producir más contenido relacionado.

Una de las notas publicadas por La República fue esta:

El texto de la nota, desaparecida hoy de la página web del diario, decía (las negritas son mías):

Universitario de Deportes está celebrando sus 96 años de vida institucional; por ello, un grupo de hinchas festejó este día tan especial con fuegos artificiales en medio del toque de queda que fue decretado ante la emergencia sanitaria por la COVID-19. Estas acciones han sido criticadas por Yanira Dávila, presentadora de ‘Aprendo en Casa’ quien tomó una decisión radical.

Los cuestionamientos de la conductora del programa educativo virtual del Estado no se hicieron esperar y anunció que “dejaba de ser hincha de la U”, tras los hechos ocurridos la medianoche de este último viernes 7 de agosto.

Como se recuerda, los fuegos artificiales sonaron en todo Lima interrumpiendo no solo la tranquilidad de miles de ciudadanos, también algunas medidas del estado de emergencia impuestas por el Gobierno.

Esta situación no fue del agrado de Yanira Dávila quien simpatiza con el club crema; por ello usó sus redes sociales para comentar que ya no alentaría más al equipo de Ate.

“En este momento he dejado de ser de la U”, señaló en Twitter. De esta manera hizo saber su decisión tras recriminar la actitud tomada por algunos seguidores de Universitario.

Como era de esperarse las declaraciones de Dávila causaron revuelo entre los internautas que en su mayoría no compartían su opinión. Frente a ello, volvió a tuitear alegando que lo que escribió lo hizo porque estaba molesta.

La presentadora ha seguido respondiendo a todo tipo de comentarios en su contra comparando con “fanáticos religiosos” a quienes la vienen insultando.

Yanira Dávila es presentadora de ‘Aprendo en Casa’ desde el último 4 de mayo de 2020; también se desempeña como reportera y directora de teatro.

Una decisión radical.

Como era de esperarse.

Quienes la vienen insultando.

Cuando Dávila vio la nota, se mostró sorprendida a través de otro tuit:

La nota publicada por La República iba acompañada de imágenes de las cuentas de Twitter e Instagram de Dávila, lo que abrió la puerta a que su comentario, amplificado por uno de los principales diarios peruanos (que hace unos meses se ufanaba de ser la página web noticiosa «más leída del país»), recibiera este tipo de respuesta en Twitter:

O esta:

A raíz de la atención que la denuncia de Dávila despertó en redes sociales, el editor general de la web de La República, Rider Bendezú, señalado por distintos usuarios de Twitter como el principal responsable (y con quien conversé para otro artículo del blog), pasó un buen rato respondiendo a los reclamos y destacando las «capacitaciones con el equipo de Género» que viene realizando la redacción, mientras la nota seguía colgada en la página web del diario:

Momentos después, cuando la nota desapareció finalmente de la web, Bendezú dedicó un tiempo más a responder a usuarios con un link a lo que la redacción del diario entendía por unas «disculpas» o «aclaración»:

Esto decía la nota (las negritas son mías):

Inicialmente, esta página contenía una nota sobre las expresiones de Yanira Dávila, conductora de ‘Aprendo en casa’, en relación a los aficionados de Universitario de Deportes que utilizaron fuegos artificiales la medianoche del viernes, en medio de las celebraciones de un aniversario más de su club.

La nota fue publicada al considerar a Dávila como un personaje público, en su papel de conductora de uno de los espacios en TV Perú. No ha sido, ni será, nuestra intención exponerla a los ataques. Todo lo contrario, rechazamos cualquier tipo de acto de violencia en su contra.

Si bien entendemos que Dávila es un personaje público, también es necesario indicar que no es representativa en el ámbito deportivo, motivo por el que no es necesario publicar una nota sobre sus expresiones en su cuenta de Twitter.

Es preciso indicar que, en ningún momento, se ha expuesto los datos personales de la conductora, mas sí se hizo uso de las publicaciones en su cuenta pública de Twitter.

Por todo lo señalado, extendemos las disculpas públicas a Yanira Dávila.

Como medio de comunicación, somos conscientes que tenemos una gran responsabilidad ante la opinión pública. Es nuestra intención mejorar la calidad de nuestros contenidos. Precisamente, hemos iniciado capacitaciones de manera transversal en toda la redacción sobre periodismo con enfoque de género.

El mismo día, horas después, Yanira Dávila comunicó a través de un nuevo tuit que había dirigido una carta al director del diario, Gustavo Mohme. La carta, explicó en otro tuit, había sido también remitida al Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana, un órgano que fomenta la autorregulación de los medios, y a la Defensoría del Pueblo.

Pueden leerla completa aquí, si lo desean, pero extraigo algunos fragmentos que encuentro relevantes:

Esta nota recoge un mensaje que publiqué en mi cuenta de Twitter personal sobre un hecho completamente aislado a mi labor profesional y que tampoco representa las opiniones de mis empleadores. No obstante, la nota no solo hace énfasis en mis declaraciones sino que muestra mis fotografías, enlaces a todas mis redes sociales y describe mi actual trabajo para el Ministerio de Educación como relacionados de alguna manera al contenido de la nota. Este hecho me sorprende porque no soy deportista, ni periodista deportiva, ni ostento ninguna posición de autoridad sobre el fútbol o sobre la contaminación sonora en las ciudades para que se considere relevante hacer una nota periodística sobre mi opinión.

(…)

Hacer notas periodísticas sobre afirmaciones que sostenemos las mujeres en redes sociales en ejercicio de nuestra libertad de expresión nos expone al escarnio público en un contexto sociocultural machista como Perú. Este es un problema particularmente profundo en entornos como el deportivo, donde la violencia derivada del fanatismo de algunos polariza cualquier conversación y ha generado muchos daños a nuestra sociedad. En dicho entorno deportivo, además, las mujeres somos objeto de burla y violencia cuando participamos en él, ya sea expresando nuestros pareceres en redes, ejerciendo el periodismo deportivo o participando en el deporte como jugadoras o árbitros.

(…)

Efectivamente, su nota periodística me ha puesto en una situación vulnerable. Me encuentro siendo acosada, recibo masivamente comentarios agresivos e insultos misóginos a través de las redes sociales tras la publicación de su nota que expone mis fotografías, situación laboral y enlaces a todas mis redes sociales. ¿El querer generar polémica y acogida de sus notas periodísticas justifica el fomentar y cometer violencia de género en línea? Evidentemente no. Lamentablemente, esta es una conducta recurrente en su medio de comunicación. Así sucede respecto a las opiniones vertidas y fotografías publicadas por la actriz Mayra Couto, sobre las cuáles han emitido numerosas notas, exponiéndola al acoso masivo y a los ataques machistas y racistas.

Como alude Dávila, no es la primera vez que La República es criticada por producir contenido machista y de bajo o nulo interés noticioso, destinado a atraer clicks fáciles. Yo mismo he comentado el tema en más de una ocasión:

Aquí algunos otros ejemplos:

Así que fuimos muchos los que nos sorprendimos gratamente el día 17 de agosto, diez días después del incidente relacionado con Yanira Dávila y las posteriores disculpas del diario, cuando La República anunció la creación del puesto de «editora de Género»:

Pueden leer la nota que anunciaba la nueva incorporación aquí, pero quiero destacar unos fragmentos (las negritas son mías):

El periodismo no puede estar ajeno a las demandas sociales. Es así que, en un contexto de lucha feminista sumamente activa por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el Grupo La República ha decidido sumar la figura de editora de Género para garantizar que el tratamiento de su contenido periodístico sea no sexista, inclusivo, igualitario y responsable.

(…)

Ahora, con la designación de la nueva editora de Género, el Grupo La República apuesta por implementar la perspectiva de género de forma transversal en todas sus marcas y secciones, con el objetivo de proporcionar información libre de estereotipos, que no revictimice ni tampoco promueva la violencia contra las mujeres, personas LGTBI+ y otras poblaciones históricamente violentadas y vulnerables.

(…)

En momentos históricos y sociales como el que vivimos es imposible hacer buen periodismo sin cuestionarse cómo históricamente hemos venido construyendo nuestra idea sobre el mundo y qué tipos de filtros hemos venido utilizando para describirlo a los lectores.

Al día siguiente de lo ocurrido con Yanira Dávila, Lucía Solís, ahora editora de Género de La República, se había pronunciado así en su cuenta de Twitter:

Parecía que, al fin, uno de los principales diarios del país, criticado en múltiples ocasiones por la producción de contenido machista o directamente misógino, que venía años demostrando una enorme falta de sensibilidad y respeto hacia su audiencia femenina, había decidido tomarse el asunto en serio y hacer algo al respecto.

Parecía.

Mientras públicamente La República respondía a las críticas pidiendo disculpas, retirando la nota y contratando una editora de género, lejos de los ojos de los lectores el gerente legal de la empresa, Alonso Sarmiento, respondía a los cuestionamientos de manera muy diferente.

El mismo 17 de agosto, el día en que la web del diario anunciaba la creación del puesto de editora de género, el gerente legal del Grupo La República respondía a la carta que Yanira Dávila había remitido a Gustavo Mohme, director de La República, la Defensoría del Pueblo y Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana, dirigiéndose al presidente del tribunal:

Entre otras cosas, Sarmiento señala en la carta (las negritas son mías):

Al respecto, consideramos que hacer notas periodísticas sobre afirmaciones de mujeres o varones en redes sociales no implica en absoluto una incitación a la violencia de ningún tipo; más aún cuando la nota informativa es reproducción textual de lo afirmado por la persona aludida y el contexto es de total neutralidad, hasta donde es posible. Tanto en el contexto deportivo, como en el contexto político o religioso, social o gremial, las personas expresan sus puntos de vista y si los hacen públicos, claramente se someten al escrutinio bueno o malsano de los participantes, en este caso, en las redes sociales.

Bajo la premisa propuesta por los auspiciadores de esta queja, las opiniones de las mujeres deben ser filtradas para evitar que sean objeto de violencia; cosa que rechazamos completamente; por cuanto el efecto de dicha conducta será precisamente atentatoria contra el derecho constitucional de las mismas mujeres que se pretende proteger.

Es así que, si una mujer cuya imagen es conocida por el público, declara y/o publica de algún modo su opinión sobre un hecho ocurrido en la vía pública; ¿debemos ocultar dicha declaración para evitar las críticas? Si una mujer sin ninguna relevancia mediática declara y/o publica de algún modo su opinión sobre un tema controversial, ¿debemos ocultar su opinión para no resultar responsables de las críticas que pudiera recibir, duras, benévolas, salvajes, etc? Si una mujer opina y publica en redes o en medios abiertos, comentarios contrarios a lo “políticamente correcto”, ¿debemos callar su opinión para evitar un linchamiento mediático?

Y prosigue:

Nuestros medios NO se guían por esos parámetros. Hombres y mujeres tienen los mismos derechos y las mismas prerrogativas, así como las mismas responsabilidades. Todos, hombres y mujeres gozan de la misma libertad de decir lo que piensan, de expresarlo y de afrontar las consecuencias. Esa es la libertad consagrada en la Constitución Política del Perú. Para nosotros, la libertad está por encima de cualquier otro derecho y la libertad de expresión está por encima de todas las demás. Así lo ha declarado el Tribunal Constitucional peruano y las innumerables sentencias de tribunales internacionales.

No aceptamos que se pretenda, mediante la supuesta defensa de la violencia de género (sic), decirle a la prensa lo que debe publicar y lo que no y cómo debe hacerlo; por cuanto el totalitarismo empieza así, con buenas intenciones; pero revela su verdadero rostro cuando por encima de la dignidad de la persona, se abre paso lo que se considera en cada época “lo políticamente correcto” dictado por quienes llegan de alguna forma a tener una porción del poder.

(…)

Nuestros medios periodísticos siempre han actuado en la defensa de los derechos ciudadanos, la inclusión social, la paridad de género, la protección de la infancia y las libertades políticas; en tal sentido, no nos sentimos aludidos por acusaciones de instituciones interesadas que han aprovechado esta circunstancia para distorsionar los hechos y pretender armar una causa legal, donde únicamente hubo una reproducción de un comentario, por demás inocente, de la reclamante.

En tal sentido, exigimos al Tribunal un deslinde sobre este reclamo a fin de que quede meridianamente claros los derechos constitucionales por encima de cualquier moda pasajera que pretenda dictar parámetros a la prensa.

Repasemos:

¿Cómo es que exponer a una mujer, publicando dos de sus perfiles de redes sociales, amplificando un mensaje inocente —»he dejado de ser de la U»—, que fue inspirado por el comportamiento de fanáticos futboleros que ese mismo día habían demostrado y volverían a demostrar su falta de civismo y respeto por los demás, mensaje que además ya había generado que la insulten gratuitamente en redes sociales (como la misma nota borrada señalaba), «no implica en absoluto una incitación a la violencia de ningún tipo«?

¿Por qué la no publicación de ese tuit en la página web de un diario, carente de mayor interés periodístico, «será precisamente atentatoria contra el derecho constitucional de las mismas mujeres que se pretende proteger«? ¿Qué «derecho constitucional» señala que los comentarios en redes sociales de mujeres (u hombres, dado el caso) deben ser amplificados por un diario incluso cuando no tienen valor noticioso alguno y las exponen al acoso online?

¿A qué se refiere Sarmiento con: «si una mujer opina y publica en redes o en medios abiertos, comentarios contrarios a lo ‘políticamente correcto’, ¿debemos callar su opinión para evitar un linchamiento mediático?«? ¿A qué se refiere con lo «políticamente correcto»? ¿Por qué es contrario a lo «políticamente correcto» decir que uno deja de ser hincha de un equipo de fútbol?

¿A qué se refiere el gerente legal con «por encima de la dignidad de la persona, se abre paso lo que se considera en cada época ‘lo políticamente correcto’ dictado por quienes llegan de alguna forma a tener una porción del poder»? ¿De quiénes está hablando? ¿Quién detenta «una porción del poder» aquí, una conductora de un programa educativo del canal del Estado con cuatro meses de existencia y desconocida para el gran público que, por ejemplo, no llega a sumar ni diez mil seguidores en su cuenta de Twitter o «el medio online líder en el Perú»?

Por último, ¿está equiparando el gerente legal del Grupo La República el feminismo, la lucha por la igualdad de las mujeres y el combate contra la violencia de que son víctimas en distintos ámbitos con «cualquier moda pasajera«?

¿En qué quedamos? ¿O bien «El periodismo no puede estar ajeno a las demandas sociales. Es así que, en un contexto de lucha feminista sumamente activa por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el Grupo La República ha decidido sumar la figura de editora de Género para garantizar que el tratamiento de su contenido periodístico sea no sexista, inclusivo, igualitario y responsable» o el Grupo La República, capitaneado por su gerente legal, ha decidido emprender la lucha contra «la supuesta defensa de la violencia de género» (sic) y «las buenas intenciones» que dan inicio al «totalitarismo» de «lo políticamente correcto»?

En la nota que anunciaba el nombramiento de Lucía Solís como editora de género, la redactora Diana Bueno señalaba:

Para Solís, aplicar la perspectiva de género en medios representa tomar una postura clara que condena la violencia contra las mujeres, aceptar que hay criterios que debemos desaprender: desde la redacción de un titular o la elección de una foto hasta el enfoque que le damos al contenido que se trabajan en todas las secciones.

Parece que en el área gerencial del diario aún no se han dado por enterados. Harían bien —si la lucha contra lo «políticamente correcto» y «cualquier moda pasajera» se los permite–– en participar de las capacitaciones que tanto han anunciado y en conversar con sus redactoras y editoras. De forma urgente.

ACTUALIZACIÓN

La noche del viernes 4 de setiembre, el Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana emitió su resolución respecto a la queja presentada por Yanira Dávila contra el diario La República.

La resolución N.° 001-TE/2020 señala que el Tribunal «considera como algo cuestionable para la ética periodística la forma en que Grupo La República elaboró y difundió la nota en cuestión» y dictamina lo siguiente:

1. Declarar fundada la queja presentada por la señora Yanira Dávila Herrera (Caso 001-2020).

2. Exhortar al Grupo La República Publicaciones S.A. a llevar a cabo un programa de formación permanente a su personal periodístico -tal como lo ofreció en la audiencia de conciliación- sobre periodismo con enfoque de género, promoviendo la erradicación de la violencia digital y el ciberacoso.

3. Recomendar al Grupo La República Publicaciones S.A realizar una evaluación permanente sobre la pertinencia de las notas periodísticas a publicar, tomando en cuenta las consideraciones del presente caso y la presente resolución.

4. Disponer que Grupo La República Publicaciones S.A. publique la presente resolución en el plazo de siete días de notificada. Si no realizara la publicación, el Tribunal de Ética dispone que la resolución sea difundida en los demás medios asociados en el Consejo de la Prensa Peruana.

Pueden leer, si lo desean, la resolución completa aquí.

La República daba a conocer la información a sus lectores, pasada la medianoche, con este llamativo titular:

La lección de Martín, el padre de Hache

A propósito de la muerte de Federico Luppi, el escritor Manuel Jabois reflexiona en su columna de El País acerca de lo que una de las películas más conocidas del actor argentino significó para su generación, que –con unos pocos años de diferencia– es también la mía. Jabois comenta el clímax de la película dirigida por Adolfo Aristarain:

…una piscina en la que flota Alicia (Cecilia Roth). Ella, inteligente y libre, deja de nadar cuando comprende que cagó su vida entera por un hombre, Martín, padre de Hache, que se comunica con frialdad, desprecio o impotencia, implacable en el juicio porque debe pensar que la sinceridad absoluta es un valor en sí misma. Uno de esos hombres cultos tan comunes en la intelligentsia que creen que su integridad moral es un salvoconducto para comportarse de cualquier forma con quien sea.

Aquí Jabois describe un cliché o trope demasiado habitual en el cine de autor independiente. Un trope tan extendido en libros y películas y tan pernicioso como la Manic Pixie Dream Girl o las Women in Refrigerators.

Aquí pueden ver el último diálogo que mantienen Alicia (Cecilia Roth) y Martín (Federico Luppi), antes de que ella acabe con su vida:

Todos los que hemos sido hombres jóvenes con ciertas inquietudes intelectuales o culturales, todos los que creímos reconocer en nuestra inmadurez, carencias afectivas y el sentimiento de incomprensión propios de la adolescencia un germen de talento artístico, y –en consecuencia– nos refugiamos en los libros o el cine, hemos sido expuestos a horas y horas de personajes como Martín, el padre de H.

Y los hemos visto como ejemplos, y nos hemos aferrado a ellos en nuestra mediatizada educación sentimental. Pensando, equivocadamente, que ser un hijo de puta quizá no es ya un requisito para ser un gran artista o un gran hombre (aunque haya quien todavía lo piense), pero que si destacamos lo suficiente, que si nuestra obra es admirada por suficiente gente nos será entregada una coartada para no tener que lidiar con nuestra inmadurez afectiva, ni vernos confrontados con nuestras miserias personales en el (mal)trato con otras personas. Quizá no seamos hijos de puta de manera decidida, pero si nos comportamos como tales por cobardía o dejadez, tendremos siempre una excusa a mano.

Como escribía el crítico Charles McGrath en un artículo de 2012 titulado Good Art, Bad People:

…cuando experimentamos arte, este parece ennoblecedor: nos inspira y transporta, refina nuestros criterios, amplía nuestro entendimiento y nuestro sentido de la compasión. Por supuesto, imaginamos que somos mejores personas gracias a él. Y si el arte hace tanto por nosotros, quienes no hacemos más que disfrutarlo, entonces debe tener un efecto incluso mayor y más inspirador en la vida y carácter de aquellos que, de hecho, lo crean. Nos aferramos a estas nociones -particularmente a que el arte nos mejora moralmente- contra toda evidencia, pues como ya señaló célebremente George Steiner el Holocausto las descartó todas de una vez y para siempre.

Que «el hombre inteligente y fiel a sí mismo al punto de maltratar a quien tiene alrededor [particularmente a mujeres]» sea un trope literario y cinematográfico no significa que estos hombres no existan en la realidad y que el arte no deba representarlos.

Pero sí significa que quienes crean ficción deberían ser conscientes de su naturaleza de cliché, lo desmesuradamente habitual que es en productos culturales y de las implicaciones ideológicas que tiene que ese personaje, quizá el antihéroe por excelencia del realismo contemporáneo, se salga casi siempre con la suya y no deba pagar, en carne propia, las consecuencias de su adolescencia emocional y el maltrato al que somete a otro(a)s.

El arte no debería ser nunca un vehículo de adoctrinamiento ideológico, pero pensar que un artefacto narrativo está desprovisto de ideología porque su autor no ha reflexionado lo suficiente al respecto, no quiere admitir la proveniencia de las ideas que subyacen a su obra o que su mensaje no acarrea responsabilidades, sobre todo cuando repite tropes omnipresentes y debidamente identificados por la crítica cultural, es de una ingenuidad que un intelectual o artista serio no puede permitirse.

De hecho, debería darnos una pista de la tremenda carga ideológica de este trope particular que la inteligencia o la cultura o la supuesta integridad moral vistas como un «salvoconducto para comportarse de cualquier forma con quien sea» sean una coartada que solo está a disposición de hombres. En el arte y en la vida real.

La desproporción entre mujeres «hija de puta pero encantadora y admirada por sus colegas» con hombres de las mismas características en el cine es tal que los reto a pensar, ahora mismo, mientras leen, en una sola.

A mí me ha venido a la cabeza Amy, el personaje interpretado por Rosamund Pike en Gone Girl. Pero Amy, si recuerdan la película, es una psicópata y no trabaja ni tiene casi amigos, así que no despierta la admiración de nadie. Más que una antihéroe posmoderna, es una villana clásica que se sale con la suya. E incluso una Cute and Pyscho. ¿Dónde están las Martín, padre de Hache, del cine contemporáneo? Me imagino que existen pero ahora mismo tengo dificultades para recordar siquiera una.

En la vida real tenemos varios ejemplos recientes de hombres poderosos en industrias creativas –incluido Luppi, el actor que dio vida a Martín, el padre de Hache– que se salieron con la suya durante años pese a que el acoso o violencia a que sometían a mujeres era conocido de sobra por sus pares o colegas. Salvoconducto que muy rara vez se entrega a mujeres en posiciones de poder, incluso cuando el crimen del que se las acusa es ser «conflictivas».

No pretendo aquí discutir si es posible o justificable admirar o rendir homenaje público a la obra de creadores repulsivos en su vida privada o pública, ese es tema para otro artículo, sino lo que significa que personajes así sean tan habituales en el cine y sean retratados bajo una luz favorecedora y hasta como ejemplos a imitar. Lo que me interesa es la falta de atención que creadores, sobre todo hombres, parecen prestar a la ideología que corre bajo sus decisiones narrativas.

Es tan ingenuo analizar y descartar de cuajo una película u otro artefacto cultural exclusivamente por las ideas sobre las relaciones entre hombres y mujeres que transmite, como negar de plano que estas ideas existen, aunque sea como subtexto, y pensar que la repetición ad nauseum de esa visión del mundo no tiene consecuencias.

¿O de verdad alguien piensa que, por poner un ejemplo, nuestra idea contemporánea del amor no ha sido en parte -podemos discutir el peso o proporción todo lo que quieran- moldeada por Hollywood y sus satélites?

 

Mansplaining y medios de comunicación

En 2014, la escritora Rebecca Solnit publicó un pequeño y luminoso ensayo titulado ‘Men Explain Things To Me’ (Hay traducción al castellano de la editorial Capitán Swing). En 2008, cuatro años antes, Solnit había escrito un artículo con el mismo título (la revista colombiana El Malpensante lo tradujo en 2015donde apuntaba por primera vez la idea que sería el origen del hoy extendido término mansplaining.

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Portada del libro de Rebecca Solnit

Tanto el libro como el artículo empiezan con una escena hilarante y terrible a la vez, que encierra la esencia y definición del concepto: Solnit y una amiga se encuentran en una elegante y aburrida fiesta en una mansión de Aspen, un pequeño pueblo de Colorado conocido por sus resorts y centros de ski para la clase media alta y alta americana.

En un momento, el anfitrión se dirige a Solnit y le dice: “He escuchado que has escrito un par de libros”. A lo que ella replica: “Varios, en realidad”. A continuación, el dueño de casa le pregunta sobre qué temas versan sus libros. Solnit, que para entonces había publicado ya siete títulos sobre los asuntos más diversos, empieza hablar del último: un ensayo biográfico sobre el inventor Eadweard Mubridge, que poco tiempo después recibiría, entre otros, el premio al mejor ensayo crítico del National Books Critics Circle.

Ni bien Solnit empezó a hablar, su interlocutor la interrumpió para preguntarle si había leído ya el “importantísimo” libro sobre Muybridge que había sido publicado ese mismo año. Solnit se quedó pensando un segundo, barajando la absurda posibilidad de que otro libro sobre el mismo tema hubiera aparecido al mismo tiempo que el suyo y, de alguna manera, ella no lo supiera. Mientras, el dueño de casa ya se encontraba perorando al respecto “con esa mirada petulante que tan bien conozco, la mirada de un hombre dando un discurso con los ojos clavados en el nuboso y lejano horizonte de su propia autoridad”.

La amiga de Solnit intentó interrumpirlo diciendo: “Ese es su libro”. Pero nada parecía perturbar la perorata; así que volvió a decirle, cuatro veces: “Ese es SU libro”. El tipo, cuando finalmente escuchó, se puso pálido. “El que yo fuera la autora de ese importantísimo libro que él, resulta, no había leído, del que solo había leído la reseña aparecida en The New York Times Review unos meses antes, alteraba de tal manera la pulcra categorización de su mundo, que se había quedado mudo”, escribe Solnit. Cuando la autora y su amiga se alejaron lo suficiente para no ser oídas, estallaron en carcajadas.

Aquí pueden ver a Solnit leyendo el inicio del libro:

Esto, claro, no ocurre únicamente en el ámbito privado. Los medios, sus artículos, entrevistas y columnas de opinión están repletos de ejemplos de mansplaining. Periodistas y columnistas que tratan a mujeres –políticas, especialistas, académicas, otras periodistas, etc.-, muchas veces más competentes que ellos, como si se dirigieran a niños de cinco años a los que deben explicar paciente y detalladamente lo que esas mujeres no solo conocen sino que –en ocasiones- es el tema mismo y la razón por la que se las ha contactado.

El debate público en general, la arena que hemos levantado para discutir los temas que nos importan como sociedad, ya sea en los medios o fuera de ellos, es un constante recordatorio para las mujeres de que sí, ok, está bien que tengan una opinión, pero si hay un hombre que diga lo mismo o parecido, es mejor que sea él quien reciba el espacio, la atención, el auditorio y/o la paga. Y si, por un caso, decidimos concederte el generoso regalo de ponerte un micrófono o una grabadora o una audiencia delante, ya te interrumpiremos para decir aquello que quieres decir mejor que tú.

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«Si me permiten, caballeros, me gustaría que pasáramos a la siguiente parte: interrumpirme e ignorar la cuestión»

No se me escapa la ironía de que sea yo, un periodista hombre, quien apostille y reflexione acerca de un concepto desarrollado originalmente por una mujer para tocar un asunto que les afecta a ellas. Pero creo que es importante que no sean solo las mujeres quienes señalen, discutan, se enfurezcan o reclamen ante los sutiles y no tan sutiles mecanismos que la sociedad ha perfeccionado para silenciarlas. Creo que también los hombres, en este caso los periodistas, editores y responsables de medios hombres, debemos no solo tomar conciencia, enfrentar el problema y plantear el debate al interior de nuestras organizaciones, sino que es necesario que alcemos también la voz para llamar la atención sobre lo injusto, pernicioso y empobrecedor que resulta el machismo y sus distintas encarnaciones para todos los que estamos interesados en el debate público.

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Mansplaining: The statue

En Estados Unidos un joven conglomerado de medios llamado Vox Media, que incluye al site de política Vox.com, la página de tecnología The Verge o el conocido portal gastronómico Eater.com, entre otros, publicó en 2015 un código de conducta para sus empleados (periodistas y no-periodistas), que bajo el subtítulo de COMPORTAMIENTOS INACEPTABLES dice:

“Evitar correcciones pedantes como ‘bueno, en realidad..’ que son a menudo ofensivas e improductivas; hagamos un esfuerzo por no interrumpir a nuestros colegas mientras hablan; nunca respondamos sorprendidos cuando alguien solicita ayuda; y tengamos cuidado en no tratar a nuestros colegas con condescendencia ni asumir que sabemos todo sobre un tema. Este último punto es particularmente importante cuando se tocan asuntos relacionados con tecnología: muchas mujeres y personas de color en la industria tecnológica han experimentado mansplaining sobre un tema en el que son expertos, o han sido excluidos de oportunidades de aprendizaje porque un colega no hizo el esfuerzo de responder sus preguntas. No seamos esa persona. Recordemos que nuestros colegas pueden poseer pericias que ignoramos, y que debemos escuchar al menos tanto como hablamos”.

Los periodistas, que trabajamos intentando traducir para nuestros lectores asuntos que, a priori, ignoramos o escapan a nuestra comprensión, para lo cual necesitamos consultar constantemente con especialistas de otras ramas, haríamos bien en aplicar ese código en nuestras relaciones no solo dentro sino fuera de la redacción.

No conozco hombre –periodista, editor, lo que sea- al que no se pueda culpar de haber incurrido en mansplaining en algún momento. Muchos de ellos no somos machistas, o más bien, luchamos contra nuestro machismo día a día, intentamos –no siempre con éxito- no caer en él, porque tan imbuido, tan entretejido se encuentra en nuestras sociedades -y específicamente en nuestro mundo laboral- que incluso hemos acuñado otro término casi exculpatorio para ese tipo de comportamientos no violentos, no explícitos, como el mansplaining.

Micromachismo, decimos, como si no se tratara de machismo a secas, de la más ridícula y ofensiva condescendencia. Como si no alzar la mano o la voz, como si no imponernos con violencia o actuar “sin querer queriendo”, ciegos ante el origen y consecuencias de nuestra actitud, fuese suficiente excusa.

No lo es, por supuesto. Como ocurre con la ley, aquí tampoco la ignorancia nos libra de responsabilidad, la ceguera no nos exime del deber.

*Versiones anteriores de este texto se publicaron en Clases de Periodismo y en Perú21.

Mujeres y periodismo

ACTUALIZACIÓN**

Las versiones anteriores de este texto, publicado por primera vez en el blog en agosto de 2017, terminaban todas con este llamado (disculpen la autocita):

Por suerte, si bien la prensa tradicional parece todavía atada a usos del pasado, los nuevos medios no son nuevos solo por su juventud sino, algunos, también por sus ideas.

La primera directora regional para las Américas de Buzzfeed —la empresa de medios más importante del mundo, según el analista Ben Thompson— es una joven y talentosa periodista argentina llamada Conz Preti.

Imagino, o quiero imaginar, que las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma no tardarán mucho en seguir ese ejemplo.

Las negritas son, claro, mías.

No hemos tenido que esperar demasiado para poder celebrar que uno de esos grandes medios clásicos se ponga al día en cuestiones de género.

El nombramiento de Soledad Gallego-Díaz como directora del diario El País, convierte al periódico fundado en 1976 en la primera gran cabecera nacional española que cuenta con una mujer al mando de su redacción desde los años 30.

En 1936, La Vanguardia, diario con sede en Barcelona pero alcance y relevancia nacional, tuvo una directora mujer, María Luz Morales Godoy. Morales Godoy estuvo al mando de la redacción durante siete meses entre 1936 y 1937, al comienzo de la Guerra Civil española. Los otros diarios que, a mi juicio, entran en la categoría de gran cabecera nacional son: El Mundo, ABC y La Razón. Ninguno de ellos ha tenido nunca una mujer al mando.

Cuando escribí originalmente este post, y en sucesivas actualizaciones, intenté incluir ejemplos de medios españoles pero la elevada cantidad de diarios, sobre todo regionales y locales, así como de medios digitales que existen en España, y la poca información disponible de muchos de ellos, impidió que consignara el número de directoras mujeres que había en medios españoles.

Por suerte, en días recientes y a propósito del anuncio del nombramiento de Gallego-Díaz, el periodista Miguel Ángel Jimeno, responsable del blog La Buena Prensa, se dio el trabajo de buscar y compilar la información para confeccionar un listado bastante completo –y que continúa actualizando– de las directoras mujeres que hay y ha habido en la prensa española. Pueden revisarlo en su página de Medium.

Para quienes no conocen el trabajo de Soledad Gallego-Díaz, aquí hay una semblanza publicada por la web del diario:

Ingresó en EL PAÍS inmediatamente después de su fundación, en 1976, como colaboradora especializada en información política, compaginando su trabajo en Cuadernos para el Diálogo, hasta que se incorporó a la sección política del diario. Desempeñó la función de cronista parlamentaria durante los momentos más intensos de la Transición. De hecho, fue, junto a Federico Abascal y José Luis Martínez, quien consiguió y publicó en exclusiva el borrador de la Constitución Española de 1978.

Posteriormente, a finales de 1979, se hizo cargo de la corresponsalía de EL PAÍS en Bruselas. Su experiencia en el terreno de la información internacional se completó durante esos años con otras dos nuevas corresponsalías de primer nivel, Londres y París.

De vuelta a la redacción central, fue designada primero subdirectora y, luego, directora adjunta del diario, cargo que ejerció durante cinco años. Más tarde, desempeñó las corresponsalías de Nueva York y Buenos Aires, además de volver a ocupar funciones de directora adjunta y de ser nombrada Defensora del Lector. Actualmente publica cada domingo su columna semanal de análisis político y desde septiembre de 2012 es colaboradora de la Cadena SER en el programa Hoy por hoy.

Quienes estén interesados en profundizar en las ideas de Soledad Gallego-Díaz sobre periodismo, pueden asomarse a lo que piensa en esta charla publicada en la revista Letras Libres. La ahora directora de El País conversa ahí con otros dos periodistas, Jordi Pérez Colomé, miembro de la redacción de El País y autor de varios libros de reportajes, y Eduardo Suárez, antiguo corresponsal del diario El Mundo, fundador del site El Español (que dejó en abril de 2016) y responsable de Politibot. En la conversación, Gallego-Díaz reflexiona sobre el presente y futuro de los diarios y la industria de medios:

Es una suerte que esta crisis tan salvaje de deuda de los medios tradicionales haya coincidido con la existencia del mundo digital. Si esto hubiera pasado cuando solo existían medios industriales, no habrían podido existir nuevos medios porque habrían necesitado una inversión inicial a la que no habrían tenido acceso. De hecho, la crisis tuvo dos patas: fracasa el modelo de negocio, porque los medios tradicionales no saben cómo afrontar el mundo digital; y luego hay una crisis económica bestial que se lleva por delante la publicidad. Los medios tradicionales quedan totalmente noqueados. Afortunadamente el mundo digital ha permitido que haya nuevas voces que no exigen una gran inversión inicial. Eso es muy positivo, pero tampoco creo que sea la solución. Esos nuevos medios tampoco encuentran un modelo de negocio que les permita sobrevivir. Hacen un periodismo muy opinativo, muchas veces estupendo, pero el periodismo necesita también un trabajo de testimonio profesional, de colocar en la agenda cosas. Si yo soy un ciudadano normal y corriente no me voy a preocupar jamás de lo que pasa en Sudán del Sur. Se suponía que los medios de comunicación tradicionales ponían eso sobre la mesa y veías que el mundo era complejo. Ahora los medios digitales tienen una enorme dificultad para hacerlo, porque no tienen capacidad económica. Mientras no se resuelva ese modelo de negocio va a ser una situación muy inestable.

También pueden consultar esta entrevista algo más antigua, de marzo de 2012, en el site Jot Down (de donde sale la imagen que ilustra ahora este post, obra del fotógrafo Gonzalo Merat). En ella se puede ver uno de las rasgos principales de Gallego-Díaz a lo largo de su carrera periodística. A diferencia de muchos otros periodistas, la ahora directora de El País se ha caracterizado por no menospreciar a su audiencia. Hay un ejemplo en este intercambio:

Sería como decir “es que usted se dedica a matar periquitos en sus horas libres”. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que, en el asunto de la privatización, pueda tener razón.

La gente no es idiota. Tú puedes estar diciéndole a la gente lo que quieras, que a la hora de la verdad va y vota lo que quiere. Yo siempre cito el caso de William R. Hearst, al que se acusa de haber promovido la Guerra de Cuba. Se presentó a elecciones, intentó ser elegido fiscal, intentó ser elegido esto y aquello. Nunca fue elegido. Perdió todas las elecciones. ¿Por qué? Porque todo lo que publicaba en sus medios no era suficiente como para que la gente le votara. La gente decía: “no, a él no”.

Lo del fracaso del todopoderoso Hearst en las elecciones es una de las grandes moralejas de la historia del periodismo, creo.

Toda esa influencia que se supone que tenía, tan extraordinaria, no fue nunca suficiente para que la gente fuera y le votara.

Lo curioso es que en Estados Unidos la gente ha preferido —más de una vez— votar incluso a un antiguo actor de Hollywood que a un periodista. Parece que la gente se resiste a la idea de que el periodista acabe ocupando…

…el poder. En el caso de Hearst, todo el mundo sabía que tenía una influencia enorme, pero ¡nadie le quería como representante suyo! Y les daba igual lo que Hearst dijera. En los momentos decisivos, la gente sabe lo que lee. Incluso los que han estado leyendo El Mundo, saben perfectamente que el atentado del 11-M fue en parte provocado por una panda de gente increíble: los españoles que proporcionaron la dinamita, el famoso grupo de asturianos de las minas. Dinamita en unas cantidades enormes, no es que les hubieran dado un cartucho, sino que estuvieron contrabandeando en cantidad. Evidentemente, a lo mejor ellos no sabían que esa dinamita se iba a emplear para un atentado en Madrid, pero pensaban que se iba a hacer un atentado en Casablanca… y no les importaba. Ese grupo de españoles que no tiene nada que ver con ETA, que son simplemente gente que quiere dinero a cualquier costa y a la que le importa un carajo todo. Los lectores de El Mundo, yo creo que si les haces una encuesta la mayoría sabe que eso es así.

La gente no es idiota.

Lo mismo aquí, donde define a las redes sociales como una «acumulación de instantaneidad»:

Quizá los medios se puedan escudar en esta clase de hechos para ofrecer tanta opinión, porque suponen que la información básica la puedes obtener en cualquier parte: Internet, la pantalla de un autobús, ¡hasta en el ascensor!

En Internet, además, hay mucha gente que te suelta sus opiniones como si fueran informaciones. Como el sistema de la web está abierto —y me parece muy bien— a tantísimas aportaciones, la inmensa mayoría de la gente lo que aporta son opiniones, no hechos.

Hablando de la red, ¿qué impresión te produce el hecho de que se produzca un suceso y a través de Twitter, Facebook, etc. la gente empiece a opinar en una oleada inmediata, casi como en un juicio público?

Eso, seguramente, pasaba exactamente igual antes, lo que ocurre es que ahora los cuentan. Dicen “quinientos cincuenta y cuatro mil han opinado…” Pero un presidente de los Estados Unidos, en mil ochocientos y pico, se casó —teniendo él cincuenta y tantos años— con una chica de diecinueve o veinte. Cuando esa chica salía a la calle, se producían aglomeraciones de gente que quería ver a la mujer del presidente. Hasta el extremo de que hubo muertos en algunos sitios, ¿eh? Seguro que había estados de opinión sobre ese asunto, lo que no había era un sitio como Internet. Entonces lo comentaba cada señor con el de al lado, en el “saloon”, supongo (risas). A lo mejor se enteraban de la noticia dos meses después y no el mismo día, pero seguro que lo comentaban. Ahora es lo mismo, aunque es todo instantáneo y a eso se le da muchísimo valor. Pero, a veces, el que sea instantáneo no le da ningún valor. Es simplemente una acumulación de instantaneidad, y punto. No ha añadido nada nuevo.

Ese mismo año, Gallego-Díaz dio el discurso inaugural del Máster de Periodismo UAM/EL PAÍS. Ya el título de su ponencia anunciaba ese carácter franco y sin ambages (take no prisoners, se diría en inglés) que la ha hecho popular entre sus lectores y colegas: Si te van a matar, no te suicides. Ni bien empezó a hablar, la ahora directora de El País se hizo cargo de la desigualdad entre hombres y mujeres que sigue dominando esta industria:

Decía que, en total, antes que yo han hablado aquí 25 conferenciantes en 25 años… Y yo soy la primera mujer. Como hay ahora mucha polémica con este asunto, dejen que empiece diciéndoles: señoras y señores, queridos amigos y amigas, compañeros y compañeras, queridos profesores y profesoras…. me paro aquí. Podría resumir diciendo: queridos alumnos y queridos periodistas, pero si he hecho esta larga enumeración no es porque quiera discutir sobre gramática, que tiene sus propios expertos, sino para que quede claro que pienso que las mujeres en este oficio seguimos siendo demasiado transparentes.

El discurso es un estupendo estado de la cuestión, los problemas que Internet ha traído al modelo de negocio de la prensa, las posibilidades enormes que las nuevas tecnologías ofrecen para el ejercicio del periodismo, las dudas y cambios que estas traen consigo y, también, la responsabilidad de los propios periodistas en la desconfianza con que buena parte del público mira nuestro oficio:

El descrédito del periodismo viene cada vez más unido del descrédito de la democracia y entraña los mismos peligros. Los periodistas hemos sido, y somos, responsables de buena parte de ese descrédito, hemos ayudado a esa pérdida de reputación, porque no cumplimos con nuestras obligaciones.

Somos responsables, porque nos falta independencia, porque no cumplimos con la obligada verificación, ni con la obligación de controlar los poderes. Porque no creamos los foros de discusión crítica, que deberíamos promover. Porque, como denunciaba Camus, ejercemos el despotismo, amigándonos con las fuentes.

En este video mucho más reciente puede ver a Soledad Gallego-Díaz dirigirse a la redacción de El País una vez se confirmó su nombramiento el día 8 de junio de este año:

Me quedo con este fragmento de su discurso:

Los lectores saben qué nos pueden pedir y qué no, y lo que nos piden fundamentalmente es que no faltemos a la verdad. Por eso, en esta redacción solo se pide obediencia al Libro de Estilo. Es de obligado cumplimiento en todos los soportes del periódico.

El énfasis –la inflexión en la voz– es suyo. Un mensaje claro para todos aquellos que se empeñan en establecer diferentes estándares de calidad –y respeto por los principios periodísticos– entre el contenido que se produce para el diario impreso y el que se produce para plataformas digitales.

La llegada de Soledad Gallego-Díaz a El País no se ha quedado solo en discursos. hoy mismo, un día después de asumir el cargo, se han anunciado una serie de cambios en el organigrama del diario:

Su adjunto será Joaquín Estefanía, quien ya dirigió el periódico entre 1988 y 1993. Y tendrá tres directores adjuntos: Jan Martínez Ahrens, hasta ahora corresponsal en Estados Unidos; Mónica Ceberio, que era responsable de Reportajes, y Borja Echevarría, quien fue subdirector del elpais.com entre 2009 y 2014.

Salen, por tanto, de sus puestos los directores adjuntos de Antonio Caño: David Alandete, Rafa de Miguel y José Manuel Calvo. Los tres nuevos directores adjuntos no tendrán áreas específicas de competencia.

Gallego-Díaz también crea una macrosección de nacional que incluirá no sólo la información política sino también la de sociedad y que dirigirán el actual corresponsal en Bruselas, Claudi Pérez, y el director de la edición de El País en Brasil, Xosé Hermida. Como redactor jefe de Opinión ejercerá José Andrés Rojo y como directora de Opinión, sustituyendo a José Ignacio Torreblanca, la politóloga de la Universidad Autónoma de Madrid y colaboradora del periódico Máriam Martínez-Bascuñán. El nuevo subdirector de la edición catalana del periódico será Miquel Noguer. Montserrat Domínguez, hasta el momento directora de Huffingtonpost.es, ha sido nombrada directora de las revistas SModa, Icon y Buena Vida, así como del dominical. Al frente de la versión español de Huffingtonpost.es queda Guillermo Rodríguez, su actual subdirector.

A Miguel Jiménez, subdirector de Información, se le ha hecho responsable del área de economía y trabajo. Y Javier Moreno, quien dirigió El País entre 2006 y 2014, estará a la cabeza de la edición del periódico en América.

Está por ver en qué se traducen esos cambios en el contenido del diario. Pero, de momento, creo que no exagero al decir que hace mucho que El País no generaba tanta expectativa entre periodistas y lectores.

NOTA ORIGINAL

En el Perú existen entre 60 y 100 periódicos, entre nacionales, regionales y locales; entre impresos, impresos con edición digital y exclusivamente digitales. Es imposible conseguir una cifra exacta, créanme que lo he intentado. De todos ellos, actualmente, solo hay uno dirigido por una mujer: El Chino, que lleva en el postón el nombre de Silvia Gavidia Román.

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Portada de El Chino, 1 de agosto de 2017

A Gavidia se sumará una nueva directora mujer en la prensa peruana a partir del 1 de junio de 2018. Perú21 ha anunciado que Cecilia Valenzuela asumirá la dirección del diario ese día*. Valenzuela será así la cuarta periodista al mando de esa redacción en los 16 años de historia del periódico, tras los mandatos de Augusto Álvarez Rodrich, Fritz Du Bois y Juan José Garrido.

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Con Gavidia y Valenzuela, hasta donde he podido averiguar, serían ocho las mujeres que han ocupado alguna vez la dirección de un diario en el Perú. Ocho mujeres en 228 años de historia periodística (el primer periódico peruano reconocido como tal fue El Diario de Lima, fundado en 1790).

El periódico de propiedad privada en actividad más antiguo del país, El Comercio, ha tenido 16 directores en sus 179 años, incluido Juan José Garrido, quien asumirá el cargo el próximo 1 de junio. Todos hombres. El diario oficial El Peruano, que en octubre de 2017 cumplió 192 años, ha tenido dos directoras: Delfina Becerra y Susana Grados.

Imaginemos que 60 ha sido la cifra constante de diarios existentes en los siglos XX y XXI —descartemos el XIX para este cálculo—, es decir que siempre ha habido 60 diarios en activo en el país. Es imposible saberlo con certeza por la falta de registros, pero acordemos ese número para este ejercicio.

Asumamos que el mandato promedio de un director es de 10 años. En 118 años, un periódico tendría unos 12 directores. Si tenemos 60 diarios, este cálculo arroja que de 1900 hasta hoy ha habido en el Perú 720 directores de periódicos. Ocho de ellos han sido mujeres. Es decir, el 1,11%. Repito: el 98,89% de los directores de diarios en la historia del país han sido hombres.

Digamos que no fueron 720 directores, sino la mitad. Seguiríamos teniendo solo ocho directoras mujeres de 360 directores en total durante nuestra historia, o sea el 2,22%. Es decir, el 97,78% de los directores de diarios en 118 años de historia de prensa peruana habrían sido hombres.

En Latinoamérica el asunto mejora un poco, pero no mucho. Un botón de muestra: en los diarios miembros del GDA, institución que agrupa a las 11 cabeceras más importantes de América Latina, solo hay dos directoras. O más bien, una y un tercio: El Nuevo Día de Puerto Rico es dirigido por una mujer, mientras que El País de Uruguay tiene un triunvirato de directores, de los cuales una es directora.

En el periodismo ocurre lo mismo que en muchas otras industrias dominadas históricamente por hombres: en los últimos 20 o 30 años las redacciones han dejado de parecer patios de recreo de colegio de curas para atraer a más mujeres. No hay datos peruanos fiables, tampoco latinoamericanos, pero el informe anual de la Asociaciones de Editores de Noticias de Estados Unidos (ASNE, en inglés) de 2016, publicado en setiembre de ese año, encontró que el 62% de periodistas trabajando en periódicos impresos norteamericanos son hombres y el 38% mujeres; mientras que en el caso de webs noticiosas que no dependen de un diario con edición impresa, la presencia femenina se eleva hasta rozar el 50%.

Cuando yo era editor multiplataforma de Perú21 (hasta febrero de 2017), más o menos, repetíamos el ratio de los diarios americanos: de 39 redactores, 25 eran hombres (64,1%) y 14 mujeres (35,9%). Mejorábamos si hablamos sólo de editores: de 11, seis eran hombres y cinco mujeres.

La brecha se ha acortado en números, pero al igual que en otras profesiones con prestigio social —alicaído en nuestro caso, pero prestigio al fin y al cabo— una mujer alcanza su techo laboral en un diario antes de acceder a puestos directivos. Incluso cuando logra la silla de directora se le somete a un escrutinio distinto al de sus colegas hombres.

Esto fue materia de una intensa discusión en los medios americanos en 2014, cuando la primera y, hasta ahora, única directora de The New York Times, Jill Abramson, fue despedida. La historia de lo que ocurrió realmente aún está por contar, tanto Abramson como el Times como algunos reporteros que dieron cuenta del caso han relatado diversas versiones. Pero la versión oficial, en boca de Arthur Sulzberger Jr —presidente del directorio de la empresa— es que existían problemas con el “estilo de management” de Abramson. A lo que ella respondió: “Se dijo que se debía a mi estilo. Yo era una directora frontal, y había gente que trabajaba para mí a la que eso no le gustaba. Las mujeres en roles de liderazgo son escudriñadas de forma constante y, a veces, de forma distinta a los hombres”.

Que una periodista, editora o directora sea mujer no garantiza nada en términos de calidad. Un periodista puede ser bueno, malo, competente, inútil, culto, ignorante, honesto, corrupto, con independencia de su sexo o género. La identidad sexual de una persona, así como su raza o creencias religiosas, pese a lo que se diga en campaña electoral, no es un valor en sí mismo.

Pero si bien este factor no tiene incidencia directa sobre la calidad, sí parece tenerla sobre la representación de hombres y mujeres en los medios. Un estudio publicado en octubre de 2015 en The America Sociological Review encontró que el 82% de los nombres mencionados en prensa norteamericana entre 1983 y 2009 respondían a hombres. De nuevo: el 82% de las personas mencionadas en prensa en Estados Unidos durante las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI tenían nombre de hombre.

Si bien no tengo estudios concretos, resulta verosímil suponer que, de existir más mujeres en puestos directivos, esa disparidad no sería tan exagerada. Y no porque las mujeres sean necesariamente menos machistas —esa es otra discusión—, sino porque las periodistas, por lo general, están más al tanto de lo que hacen otras mujeres que sus colegas hombres.

Cuando se pregunta a un directivo/director/editor/periodista hombre por qué no consideró una mujer para ese puesto/columna/artículo/conferencia, las respuestas suelen ser: “no se me ocurrió ninguna”, “hay menos mujeres en ese campo”, “las que hay no son tan conocidas”, “no estaban disponibles”.

A partir de ahí, por lo general la discusión deriva a la injusticia o ineficacia de las “cuotas”. Pero, creo, no se trata de cuotas, sino de eliminar barreras. Una de esas barreras son las anteojeras que nos hacen ver a un hombre como el sujeto estándar para la mayoría de labores, o para aquellas que son consideradas valiosas por la sociedad.

Lo explica mejor la economista Myra Strober, autora del libro Sharing the Work, profesora emérita en la Escuela de Posgrado de Economía y la Escuela de Posgrado de Educación de Stanford, y una de las mayores expertas mundiales en mujeres y trabajo. Strober acuñó el término “segregación ocupacional” para referirse a la manera en que las personas y profesiones están repartidas en base, sobre todo, al género.

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Portada del libro de Strober, publicado en 2016

En un episodio del podcast Freakonomics Radio titulado ¿De qué están hechas las barreras de género?, la doctora Strober habla de su experiencia en los años 70 en la academia norteamericana. En 1972, la economista se convirtió en la primera profesora mujer de la Escuela de Negocios de la universidad de Stanford.

Poco después de su llegada, la junta de asesores le informó al decano de la Escuela que necesitaban contratar más profesoras mujeres. Pero este descubrió que no podían hacerlo porque no había suficientes graduadas en la materia. Así que se urgió a la Escuela de Negocios a admitir más mujeres como alumnas. El problema era que había muy pocas postulantes.

Strober formó parte del equipo que se creó para salir a reclutar estudiantes mujeres. Solo tuvieron que trabajar el primer año. En cuanto se supo que Stanford estaba deseosa de sumar mujeres a su programa de negocios, las aplicaciones se multiplicaron sin necesidad de mayor esfuerzo.

Aquí pueden ver a la doctora Myra Strober hablando de los retos que las mujeres enfrentan todavía en el mundo laboral:

Strober, en otro momento del episodio de Freakonomics dice: “Creo que cuando un empleador o una industria está pensando en contratar más mujeres para trabajos que han sido dominados por hombres, tienen que ser un poco creativos. Creo que uno podría atraer más mujeres hacia la ingeniería, por ejemplo, si se discutiera y pusiera sobre la mesa cómo los ingenieros contribuyen a la sociedad. Las mujeres quieren contribuir a la sociedad. Y eso es lo que hacen, a grandes rasgos, los ingenieros. Pero así no se vende la carrera de ingeniería”. A veces, los grandes cambios ocurren a partir de soluciones sencillas pero revolucionarias para el momento.

La segregación ocupacional de que habla Strober empieza mucho antes de que las mujeres asomen la cabeza en el mundo laboral. Un estudio publicado en enero de 2017 en la revista Science -obra de Lin Bian, Sarah-Jane Leslie y Andrei Cimpian- encontró que ya desde los seis años las niñas empiezan a «asociar la genialidad o brillantez con el género masculino» y a la vez comienzan a «evitar actividades que se supone requieren de esa supuesta genialidad».

Esto último se agudiza según van haciéndose mayores. Un estudio anterior, de 2015, en el que participaron dos de los investigadores responsables del que mencionaba antes -Leslie y Cimpian-, encontró que la proporción de mujeres que obtienen doctorados baja en los campos donde se cree que el talento innato o genialidad o brillantez es más importante que el trabajo duro.

Otro investigador, citado por la periodista Hattie Garlick en un artículo para el Financial Times, explica cómo «ya en segundo grado de primaria (cuando los niños tienen siete años), alrededor del 75% de los niños y niñas han hecho suyo el estereotipo según el cual los chicas no son buenas para las matemáticas».

El mismo investigador, Dario Cvencek, del Instituto de Ciencias del Cerebro y el Aprendizaje de la Universidad de Washington, le dice a Garlick: «Los niños prestan atención a los estereotipos presentes a su alrededor. Asimilan los estereotipos que muestran sus padres, educadores, pares, juegos y medios. Si les enseñamos nuestros prejuicios, los niños desarrollan esos mismos prejuicios. Nuestros estereotipos se convierten en sus estereotipos».

No hace falta afinar mucho la imaginación para prever qué ocurre si, además, esos mismos niños y niñas crecen para convertirse en adultos que ven sólo hombres representados en los medios.

Por suerte, si bien la prensa tradicional parece todavía atada a usos del pasado, los nuevos medios no son nuevos solo por su juventud sino, algunos, también por sus ideas.

La primera directora regional para las Américas de Buzzfeed —la empresa de medios más importante del mundo, según el analista Ben Thompson— es una joven y talentosa periodista argentina llamada Conz Preti.

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Conz Preti en Buzzfeed

Imagino, o quiero imaginar, que las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma no tardarán mucho en seguir ese ejemplo.

+Una versión anterior este artículo apareció el 8 de agosto de 2016 en Perú21 y señalaba de forma incorrecta que El Peruano había tenido una sola directora mujer, cuando en realidad han sido dos. Este post está corregido y aumentado con nueva data.

*Este artículo fue modificado el 16 de mayo de 2018 para incluir a Cecilia Valenzuela, quien el 1 de junio asumirá el cargo de directora periodística de Perú21, con lo que se convertirá en la segunda directora mujer en activo de la prensa escrita peruana.

**Este artículo fue modificado una vez más con la actualización del comienzo el día lunes 11 de junio de 2018 para incluir el nombramiento de la periodista Soledad Gallego-Díaz como directora del diario español El País.

++En el párrafo final, donde antes decía «las grandes y clásicas cabeceras periodísticas del continente», ahora dice «las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma» ya que a diferencia de la versión original que se publicó en Perú21, el artículo no está ceñido ya a medios latinoamericanos sino a medios en idioma español.