Posverdad

Posverdad -pésimo branding, si me preguntan- no es que hoy haya más mentiras que ayer, ni que las mentiras sean más grandes o más ruidosas. Ni siquiera que las mentiras apelen únicamente a nuestras emociones intentando esquivar a nuestro yo racional, que Daniel Kahneman mediante, sabemos ya que es bastante menos racional de lo que nos gustaba pensar.

Posverdad es que hoy, sepultados por la avalancha de información sin contexto que corre en redes sociales (y que los medios idiotas buscan imitar o encauzar sin entender que su trabajo es ser dique y no desagüe), a casi nadie parece interesarle la verdad si esta no encaja con sus prejuicios y/o cuesta más de un par de tweets o un titular leído al vuelo en Facebook.

Lo más triste, para mí al menos, es que ese NADIE incluye a muchos de los que vivimos de ella. O sea, incluye a los periodistas.

Posverdad significa que vivimos en el mundo que han soñado siempre los conspiranoicos, un mundo donde todos somos inmunes a la evidencia que nos pone delante la realidad si esta contradice nuestros prejuicios, ideología, visión del mundo o, incluso, apetencias u odios momentáneos.

Esto es posible porque, contrariamente a lo que pensábamos y esperábamos, Internet y, sobre todo, las redes sociales, no han ensanchado los muros de la arena que como sociedad habíamos construido para albergar la discusión pública. En lugar de ampliarla, la han roto en mil pedazos.

En principio, esto no tiene que ser negativo per se. Un montón de arenas pequeñas conectadas entre sí podrían ser mejores que una gran arena única de muros relativamente estrechos donde unos cuantos deciden qué temas se tocan y cuáles no. Ya saben, la famosa teoría de la prensa y el poder como gatekeepers.

Lo que ocurre es que esa arenitas atomizadas en realidad no están interconectadas, más bien al contrario, los algoritmos de Facebook y Google, que saben perfectamente qué nos gusta y qué no, trabajan a marchas forzadas para ofrecernos solo aquello que ya saben que nos interesa, dejando fuera de los muros de nuestra arenita todo aquello que no queremos ver o que desafía o contradice nuestros gustos y visión del mundo. Y, como lo que Facebook quiere es “conectar al mundo”, nos pone delante a personas que piensan, opinan o tienen gustos similares a nosotros, sabiendo que, como seres humanos, nuestra tendencia natural es a agruparnos con nuestros semejantes y temer al diferente.

Las redes sociales han parado el sueño wiki del «wisdom of crowds». La horizontalidad colaborativa puede haber servido para darnos la mejor enciclopedia que hayamos conocido, pero eso es posible porque incluso en la horizontalidad wiki existen unas reglas, límites y jerarquía que garantizan, o al menos hacen posible, el éxito del emprendimiento.

Si el objetivo es juntar ladrillos (artículos o contenido) para armar una casa (enciclopedia), la sabiduría de la masa puede bastar para moderar y sacar adelante los cimientos, las paredes y el techo. El problema es que en redes sociales no hay objetivo común alguno y que, si de lo único que se trata es capturar y mantener cautiva nuestra atención con la excusa de conectarnos, la calidad del ladrillo (contenido) da igual.

La jerarquía, esa cosa tan denostada, no ha desaparecido, ahora la dicta el misterioso algoritmo, únicamente interesado en que los usuarios no abandonen nunca sus pequeñas arenas atomizadas. No vaya a ser que debamos enfrentarnos a algo o alguien que nos produzca rechazo, abandonemos la plataforma y no puedan ponernos un aviso pagado más enfrente («las mejores mentes de mi generación están pensando cómo hacer que la gente de click a anuncios»).

Por eso puede existir la posverdad. Porque cuando una mentira, por ridícula o compleja que sea, se suelta en una de estas arenitas, la arena del costado, que tiene las armas o el interés en desmontarla, no se entera. O si se entera, le parece que ocurre en un país extraño, lejos de la comfortable arenita que hemos levantado con nuestros prejuicios constantemente confirmados, un país lejano donde todos son idiotas porque no piensan como yo y para qué tomarse la molestia siquiera.

La mentira se encuentra así casi siempre solo con suelo fértil, con personas predispuestas de antemano a creerla y que están cada vez más acostumbradas a toparse con contenido amable con sus prejuicios y, por ende, han perdido el dificil y trabajoso hábito de mirar con suspicacia.

El problema principal y lo que define, a mi modo de ver, la posverdad, no es que haya más mentiras, estas se distribuyan más rápido o que con los medios en crisis y desnortados nos hayamos privado de las herramientas para desarticular las mentiras habituales del poder político, el poder económico o de cualquiera que, lejos de la ignorancia, miente interesadamente. Las herramientas existen y, por suerte todavía, hay quien las utiliza.

La cuestión es que hemos desmantelado la arena donde podemos darles uso, donde podemos enfrentarnos a las verdades incómodas que nos vacunen, al menos un poco, contra la mentira interesada.

ACTUALIZACIÓN

El analista de medios y profesor de de periodismo en NYU, Jay Rosen llamaba la atención en Twitter sobre un tuit de la reportera Monica Hesse de The Washington Post:

Hesse decía en su tuit:

Acabo de colgar el teléfono con la tercera lectora del día (todas han sido mujeres) que me dice que nunca escuchó el «agarrarlas del pussy« u otras acusaciones contra Trump. «Estás inventándote eso», me dijo la última y me explicó que escucha Fox todos los días, así que está al día con las noticias».

Por si no lo recuerdan, el episodio «agarrarlas del pussy« fue uno de los momentos más escandalosos de la última campaña presidencial norteamericana. En una grabación se escuchaba al ahora presidente Trump decir:

Sabes, me siento atraído automáticamente a mujeres hermosas. Las empiezo a besar. Es como un imán. Directo a besarlas. No puedo esperar.

(…)

Cuando eres una estrella te dejan hacer. Puedes hacer cualquier cosa…agarrarlas del pussy. Lo que sea.

Cuando se hizo público el audio, a un mes de las elecciones, muchos analistas, periodistas y adversarios políticos pensaron que Trump estaba acabado. Era imposible que el partido republicano, cuya base está conformada en parte por la derecha religiosa conservadora del país, mantuviera el apoyo a un candidato que admitía acosar sexualmente a mujeres. Por supuesto, todos sabemos ya qué ocurrió.

Un año después, la periodista Monica Hesse descubre hablando con lectoras que hay quien no ha escuchado jamás acerca de ese u otros episodios que implican al presidente Trump en agresiones sexuales contra mujeres.

Ante el testimonio de Hesse, el analista Jay Rosen señalaba en su tuit:

Vamos a ser claros sobre esto. La idea misma de «información de dominio público» se encuentra amenazada.

Eso es la posverdad. Encerrados en nuestras arenitas virtuales, nos encontramos muchas veces aislados de la información que puede poner en riesgo o incomodar nuestra visión del mundo.

Como decía líneas arriba:

El problema principal y lo que define, a mi modo de ver, la posverdad, no es que haya más mentiras, estas se distribuyan más rápido o que con los medios en crisis y desnortados nos hayamos privado de las herramientas para desarticular las mentiras habituales del poder político, el poder económico o de cualquiera que, lejos de la ignorancia, miente interesadamente. Las herramientas existen y, por suerte todavía, hay quien las utiliza.

La cuestión es que hemos desmantelado la arena donde podemos darles uso, donde podemos enfrentarnos a las verdades incómodas que nos vacunen, al menos un poco, contra la mentira interesada.

El efecto Wile E. Coyote

Le robo el primer gráfico y el término que da título a este post al analista Benedict Evans en Twitter. Evans define el efecto Wile E Coyote así: «Everything can feel fine for long after the strategic problem arrives – long enough to think the people worrying about it are proved wrong» («Puede parecer que todo está bien por un buen tiempo, incluso luego de que el problema estratégico ya haya llegado. Suficiente tiempo como para pensar que aquellos preocupados por el problema estaban equivocados»).

Evans pone como ejemplo a Blackberry, cuyas ventas continuaron subiendo durante cuatro años después de que Steve Jobs y Apple presentaran el iPhone (2007). Luego de eso, bueno, ya todos sabemos lo que ocurrió con Blackberry.

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Veamos ahora este otro gráfico:
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Las similitudes con el primero son evidentes. Esta vez se trata de los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana. El pico llegó entre 2004 y 2006. Un par de datos de contexto que vale la pena tener en cuenta: Google lanzó AdSense en 2003. Para quien no lo sepa, AdSense es -le robo la definición a Wikipedia- una herramienta que «permite a los editores obtener ingresos mediante la colocación de anuncios en sus sitios web».

Segundo dato, Mark Zuckerberg abrió Facebook -entonces The Facebook- en 2004. Primero para uso exclusivo de estudiantes de Harvard. De ahí se expandió progresivamente a otras universidades hasta que estuvo disponible para cualquier persona mayor de 13 años en -redoble de tambores- 2006.

Los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana pasaron de $49,275,402,572 en 2006 a $45,375,000,000 en 2007. Una caída modesta. Nada de qué preocuparse demasiado. Para 2008 cayeron un poquito más: $37,848,257,630. Aquí, claro, ya empezamos a preocuparnos. Para el año siguiente, 2009, la caída ya se contaba en decenas de miles de millones. De los casi 38 mil millones de 2008, pasamos a $27,564,000,000. Desde entonces, las cifras nunca han vuelto a recuperarse.

Pese a ello, hasta hace poco todavía podía verse a ejecutivos y directivos de medios, en Estados Unidos, España, Latinoamérica y el resto del mundo, caminando sobre el aire como Wile E. Coyote, pensando que el barranco no existe o que hay maneras de vencer a la gravedad.

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Un dato más, que podría pasar desapercibido, para aquellos que aún no se convencen de que el negocio de los periódicos no era vender noticias. De hecho, ni siquiera era vender periódicos. Durante estos años los ingresos combinados por circulación -o sea, lo que pagaban los lectores- no cayeron. Está ahí en el gráfico un par de párrafos arriba. Excepto un pequeño hipo en 2011, cuando bajaron a $9,989,064,525, esos ingresos siguen sin bajar de los diez mil millones. Pese a lo cual, la crisis de la prensa se sigue agudizando e incluso medios como The New York Times, que han empezado a virar el timón y cuentan ya con un programa de suscripción digital exitoso, siguen realizando despidos e intentando ajustar su redacción y modelo de negocio a la nueva realidad.

¿Cuál es la nueva realidad? El modelo ad-driven o de venta de anuncios ha muerto. ¿No me creen? Un último gráfico y dato que, espero, los convenza de que el barranco no solo existe sino que se está haciendo más y más profundo.

El gasto en publicidad digital en Estados Unidos para este 2017 rondará los 83 mil millones de dólares. De ese total, Google se llevará un 40.7% y Facebook 19.7%. Y la tendencia es al alza. En 2015, los dos gigantes capturaban 75 centavos de cada nuevo dólar que se gastaba en publicidad digital. Para el último trimestre de 2016, como puede verse en el gráfico de abajo, Google y Facebook estaban capturando 99 centavos de cada nuevo dólar gastado en publicidad digital:

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El resto, o sea los medios, se pelean por esa migaja, perdón, ese centavo.

Traduzco las últimas palabras de ese tweet de Jason Kint, CEO de la asociación de empresas de contenido digital Digital Content Next, por si no ha quedado claro que el suelo bajo los pies de la prensa hace tiempo que desapareció y que la montaña pertenece ahora a Google y Facebook: «resulta evidente que para todos los demás se trata de un juego de suma cero».