[ACTUALIZADO] Venezolanos en Perú: La xenofobia nuestra de cada día o cómo los medios han renunciado a sus responsabilidades editoriales

A principios de enero de 2018 programé una alerta de Google News para la palabra «venezolanos».

Días antes había notado que aumentaba el uso de ese término en los titulares de la prensa peruana. Así que quise comprobar si se trataba solo de una impresión guiada por mi propia filter bubble o si, en efecto, los medios peruanos estaban abusando de las notas negativas o «polémicas» protagonizadas por inmigrantes venezolanos.

Estos son algunos de los titulares que fueron apareciendo en mi bandeja de entrada:

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Además del uso del gentilicio en el titular, lo que todas esas notas tienen en común es que están hechas a partir de contenido publicado por usuarios de redes sociales: Facebook, WhatsApp o Youtube (además de un servicio de mensajería y un repositorio de videos, estos dos últimos también son redes sociales, si nos guiamos por la famosa definición de Kaplan y Haenlein).

Ese contenido, según nos cuentan los titulares y bajadas de las notas, se hizo «viral», «conmocionó», «enojó», generó «polémica» o «debate» entre los usuarios de esas plataformas. Y es esa supuesta viralidad la que, parece, justifica su publicación.

Hay otro detalle que me llamó la atención. Detalle que pasa desapercibido si uno se queda solo en los titulares. Ninguno de los «venezolanos» protagonistas de la noticia tiene nombre. NI UNO. No sabemos, y no es arriesgado suponer que los redactores tampoco (de lo contrario lo habrían consignado en alguna parte de sus notas), cómo se llama uno solo de los venezolanos mencionados en esos titulares. Repito: NI UNO.

Esta de arriba es tan solo una pequeña selección de notas, pero basta para hacernos una idea de qué guía el interés de los editores y/o redactores de esas webs, al menos a la hora de seleccionar y publicar estas noticias: el conflicto entre venezolanos (ellos) y peruanos (nosotros).

Cualquier conflicto. Por trivial o ridículo que sea.

Incluso este:

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Este es el cuerpo de la nota del diario La República, hoy desaparecida de su página web (volveré sobre esto más adelante), y ya solo accesible en la copia almacenada en caché de Google. Las negritas son mías:

Llaman la atención. Miles de usuarios de en las redes sociales [sic], especialmente en YouTube, se han mostrado sumamente indignados luego de que se hiciera viral un video que muestra cómo una pareja de venezolanos queda asqueada tras probar una vaso [sic] de chicha morada. Sigue leyendo para más detalles.

Como se puede apreciar en el video, que tiene miles de reproducciones en YouTube, una pareja de venezolanos se encontraba comiendo hamburguesas y decidieron acompañarlas con un vaso de chicha morada.

«Vamos a comer unas hamburguesitas y tuvimos la ‘brillante idea’ de pedir chicha morada», dice la muchacha enfocando a su amigo, quien hace un gesto como de disgusto, algo que ha disgustado a miles de peruanos en YouTube.

De acuerdo a la autora del video, que ha sido muy criticado en YouTube y otras redes sociales, la muchacha venezolana había probado anteriormente chicha morada; sin embargo, no le había gustado en absoluto.

Ella y su acompañante esperan que esta vez, la chica morada [sic] sepa mejor y comienzan a probar la bebida. «No tiene mayor ciencia», se puede escuchar decir al joven venezolano.

Por su parte, la chica venezolano [sic] tras probar la chicha morada aseguró que «sabe horrible».

Que uno, dos, tres y hasta cuatro medios establecidos decidan convertir en noticia el video de una pareja de jóvenes que se graban probando una bebida en un restaurante, me recordó una carta al director que publicó el diario El País en diciembre de 2016:

Un par de años antes, otro lector, este de la edición sevillana del diario ABC, había enviado y conseguido que le publicaran una carta similar:

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La clave se encuentra en una frase casi idéntica que comparten ambas cartas: «Ya que la gente cuenta todo por redes sociales, he pensado que a lo mejor podría interesar a los lectores de este periódico». El lector del ABC va un poco más lejos aún: «Ya que se comparte información sin interés alguno para la gran mayoría, hagamos que se entere más gente aún».

La broma de ambas cartas reside en una pregunta para la que todos —si somos sinceros con nosotros mismos— tenemos la misma respuesta: ¿Por qué habrían de interesar esas nimiedades —que a alguien se le caiga un vaso de cristal, que a un segundo le cambien el colchón o que un tercero coma «una tapita de queso»— a los lectores de un diario?

Por ninguna razón.

En esa línea, ¿por qué habría de ser una información valiosa para los lectores de un medio noticioso que dos extranjeros —quienes, al igual que en los otros ejemplos consignados párrafos arriba, no tienen nombre— opinen que la chicha morada «sabe horrible»?

En principio, de nuevo, por ninguna razón. Pero, además, ¿cuál es la necesidad de incidir en una polémica tan ridícula en el contexto de otras tantas notas que hacen énfasis en ese «ellos» versus «nosotros»; que alientan, seguro sin querer, a la xenofobia?

Para saberlo, y dado que tanto La República como Correo han sido los dos medios más pródigos en este tipo de notas entre enero y febrero, me comuniqué con sus editores. Lastimosamente, el director digital de Correo, Antonio Manco, nunca respondió a los varios mensajes que le envié.

Por suerte, el editor general web de La República, Rider Bendezú, sí contestó al mensaje de Facebook del martes 12 de febrero en que le explicaba que quería hacerle algunas preguntas.

Sin embargo, mientras esperaba su respuesta, ocurrió algo que me llamó la atención. Algunas de las notas sobre las que quería conversar con Bendezú empezaron a desaparecer del site de La República. No todas, pero por lo menos cinco de ellas. Incluida la titulada: YouTube viral: Venezolanos prueban chicha morada y hacen polémico gesto [VIDEO].

Cuando unas horas después de mi primer mensaje pudimos hablar por teléfono, le pregunté a Bendezú cuál era el sistema o procedimiento para producir esas notas. ¿Eran iniciativa de un redactor o eran encargos de un editor? ¿Era él consciente de que notas de esas características alentaban a la xenofobia?

Y, también, ¿cuál creía él que era el interés periodístico de notas como «Polémica en Facebook: Graban a peruano y venezolano peleándose en bus», «Facebook Viral: Polémica por venezolana que llama ‘feos’ y ‘mutantes’ a peruanos» o «Via WhatsApp: Venezolanos insultan a peruanas en audio filtrado»?

Antes de responder, Bendezú me dijo que había visto unos tuits que yo había publicado días antes y consideraba injusto que acusara a La República de alentar la xenofobia.

Estos son mis tuits:

Lo primero que le dije al editor web de La República fue que quizá me había expresado mal. Yo no creía que él, sus redactores o incluso el diario fueran xenófobos. Creía sí que, al intentar satisfacer un supuesto interés de sus lectores o al hacerse eco de manera irreflexiva de una parte de la conversación que ocurre en redes sociales, estaban alentando a la xenofobia. Creía que esa incitación a la xenofobia era un daño colateral producido por la ausencia de un adecuado proceso de selección de lo que es o no es noticia.

«Dices que las publicamos en busca de clicks, pero esas notas no son las más vistas», me dijo Bendezú. Si ni siquiera es ese el motivo, repliqué, ¿por qué las publican? ¿cuál es el criterio detrás?

«El diario tiene una postura clara a favor de la migración venezolana», me dijo. De hecho, «contamos con dos redactoras venezolanas en la redacción, que entraron por un proceso regular de selección y a las que pagamos igual que a sus compañeros».

La República, me dijo también el editor, ha publicado 142 notas sobre Venezuela o venezolanos de noviembre a esta parte. Y ha publicado varios editoriales —el «mejor lugar para expresar la posición de un medio comunicación», a su entender— en contra del régimen de Maduro y de los, por ahora, pequeños brotes de xenofobia.

Eso es precisamente lo que me llama la atención, le dije. Si el diario tiene esa línea editorial, cómo es posible que no vean que con estas notas, que no son pocas, están atizando la xenofobia de una parte de sus lectores. ¿Cuál es la razón para publicarlas? ¿Cuál es el criterio periodístico?

Bendezú respondió que las notas sobre venezolanos se encontraban todas dentro de la sección que el site de La República denomina Tendencias. Es decir, según sus propias palabras, «contenido que se está haciendo viral en redes sociales, del que están hablando los usuarios de redes sociales». Esas notas, me dijo el editor, «no tienen el ADN de La República, y por eso se agrupan en esa sección, se colocan en un lugar específico de la página web y se destacan incluso con un señalizador rojo que dice TENDENCIAS». Son, continuó, «notas que los usuarios no deberían leer, pero lastimosamente leen, como las notas de espectáculos».

A continuación, el editor mencionó un artículo escrito por él y publicado en la web del diario en febrero de 2017, donde ya apuntaba esa diferencia entre uno y otro tipo de notas. En su texto Bendezú decía:

En nuestra página de Facebook compartimos notas de todas las secciones de la web. Sin embargo, las publicaciones de entretenimiento son criticadas por no ajustarse a la línea editorial que acompañó a la marca La República por muchos años.

La redacción web no es ajena a estas críticas y es por ello que no descuidamos la publicación de #noticiasQueimportan. Lo que también tenemos claro es que en Internet el consumo de contenidos no solo es noticioso y por eso tenemos las secciones de Espectáculos y Ocio.

Contrario a lo que quisiéramos, las #noticiasQueimportan no son las más leídas, esa atención se la roban las publicaciones de entretenimiento, pese a ser las más vilipendiadas en redes sociales.

Luego de leer el texto, le pregunté: Entonces, en esa línea, ¿esas notas sobre venezolanos que hemos estado comentando, algunas que han retirado ya, serían #noticiasQueNoimportan?

La respuesta de Bendezú fue: «Por algo han estado en la sección Tendencias».

¿Qué tipo de verificación habían realizado? ¿Habían intentado contactar a las personas que protagonizan las notas o que colgaron los videos en redes sociales? Bendezú me dijo que no. Que en estos casos comprobaban que los videos fueran recientes y no que se publicaran como nuevos cuando habían ocurrido hace ya tiempo, pero nada más.

¿Basta entonces con que el video sea publicado por un usuario de alguna red social? El editor digital de La República me dijo que no creía que hiciera falta más verificación, que el hecho había ocurrido y estaba registrado. No hacía falta tampoco conocer los nombres de las personas implicadas.

Por último, le pregunté por qué habían borrado algunas de las notas. «Por autorregulación», me dijo. «Creo que algunas notas no debieron ser publicadas. No tenían mayor interés y ya han sido retiradas».

¿Y no pensaba, como editor, que los lectores merecían algún tipo de explicación? ¿Iban a colocar alguna indicación sobre la desaparición de esos artículos? «No veo por qué, tiene que ver con nuestra autorregulación. Si te mostrara los mensajes que recibimos, los lectores no se han quejado por esas notas, nosotros hemos tomado la decisión de sacarlas, no veo por qué habría que explicarlo», me dijo.

Recapitulemos.

1.-La edición digital de uno de los principales diarios peruanos publica —al igual que varios otros medios pero en mayor cantidad— una serie de notas en las que el énfasis está puesto en la confrontación o conflicto entre inmigrantes venezolanos y ciudadanos peruanos.

2.-Casi todas esas notas están confeccionadas a partir de videos o audios o mensajes publicados en redes sociales por terceros. Los redactores que utilizan ese contenido y colocan titulares como «YouTube viral: Venezolanos prueban chicha morada y hacen polémico gesto [VIDEO]» reproducen en sus notas la mínima información que trae el video o post respectivo sin indagar nada más. Sin siquiera preocuparse por averiguar el nombre de los protagonistas de su «noticia».

3.-El editor del site considera —contraviniendo conocimientos básicos de cómo leen los usuarios en Internet, que indican que quienes acceden a noticias en páginas web no reconocen las secciones en que están publicadas, de hecho muchos de los que acceden a ellas a través de redes sociales ni siquiera reconocen o recuerdan las cabeceras que las amparan— que esas notas no representan la línea del diario, que de hecho son «notas que los usuarios no deberían leer» y que no hay problema porque se publican dentro de la sección Tendencias.

Pero, además, piensa que son un asunto menor ya que el site del diario «ha publicado 142 notas» sobre Venezuela o venezolanos y no todas son como las que he mostrado párrafos arriba.

Como si no estuvieran todas —las #noticiasQueimportan y las que supuestamente no— amparadas por la cabecera/marca del diario y no fueran distribuidas a través de sus redes sociales.

Como si los procedimientos periodísticos no fueran aplicables a unas y otras. Como si la publicación de artículos en un medio fuera un juego de suma cero, donde unas notas «positivas» o debidamente reporteadas anularan las «negativas» o confeccionadas sin respetar el más mínimo proceso de verificación.

Como si, en Internet y en redes sociales, el reino de la ausencia de contexto, cada nota no debiera justificarse y defenderse a sí misma.

4.-Días después de publicadas, algunas de esas notas son eliminadas de la página web del diario. El editor responsable considera que los lectores, aquellos que han leído e incluso compartido o comentado las notas en sus redes sociales, no merecen ninguna explicación. Basta con eliminarlas sin más.

Rider Bendezú es un periodista experimentado, según él mismo me dijo lleva más de seis años trabajando en periodismo digital. Es, desde hace un año, jefe de edición digital de La República, además de profesor universitario de periodismo y comunicación digital, como indica su propia página de LinkedIn.

Es por ello que me sorprenden sus respuestas.

Uno de los vicios habituales en la crítica a medios en redes sociales es culpar de los errores a los becarios o practicantes. Cada vez que un gran medio o una marca noticiosa conocida publica una tontería o incurre en un fallo relativamente grave, y es castigado o criticado por ello en redes sociales, no falta quien levante la voz y el dedo acusador para decir: «se nota que ya solo trabajan ahí practicantes» o «seguro dejaron solo al practicante».

Cualquiera que haya trabajado en una redacción sabe que esto no es cierto. La mayoría de medios emplea becarios o practicantes pero estos son un porcentaje pequeño de la planilla. Además, al igual que cualquier otro redactor, un practicante se encuentra bajo la autoridad y supervisión de un editor, aun cuando a muchos editores esto parece olvidárseles en el día a día.

No son practicantes los que deciden convertir en noticia cualquier irrelevancia que haya conseguido capturar la atención de un puñado de usuarios de redes sociales. No son ellos los que deciden publicar ese video, esa polémica, ese audio de WhatsApp sin llevar a cabo ninguna verificación.

Son sus editores los que han tomado previamente la decisión de prescindir de los procedimientos básicos del periodismo y dejar el poder de selección de noticias al vaivén de la conversación en redes sociales.

¿Por qué? Podemos encontrar una pista en la última columna del periodista Fernando Vivas publicada este miércoles 14 en el diario El Comercio:

El periodismo tiene herramientas para saber que el público se interesa por sucesos protagonizados por venezolanos, aunque sean banales. Y la lógica del SEO (Search Engine Optimization) recomienda, a los medios, titular notas con palabras claves como ‘venezolano’. ‘Sismo’ es otra palabra clave; por eso, bromeando con un colega, le aposté que escribiría una columna con las dos. No me digan que el video de un venezolano asustado ante su primer temblor no sería un viral.

El mismo Vivas señala líneas después:

Ahora bien, no todo lo que le guste a la gente es pertinente. La ética no depende de razones comerciales.

A continuación, Vivas se extiende en una confusa explicación en la que intenta justificar (para luego rechazar él mismo esa justificación líneas más adelante) la publicación de notas donde se destaca de manera gratuita la nacionalidad venezolana de sus protagonistas porque «PPK y la oposición fujimorista coincidieron con satanizar a Maduro al punto de promover concesiones especiales para migrar».

Pero voy a centrarme en «la lógica SEO» de la que habla el columnista. Como señala Vivas, existen diversas herramientas para detectar palabras claves que interesan a los usuarios de Internet.

Cuando se habla de SEO, estamos hablando de técnicas para aprovechar el interés de los usuarios de buscadores. Teniendo en cuenta que entre el 86.87% y el 91.74% de las búsquedas de Internet se hacen en Google, cuando hablamos de técnicas para SEO estamos hablando exclusivamente de Google.

Este es un cuadro de Google Trends que muestra el aumento de las búsquedas que incluyen la palabra «venezolanos» realizadas por usuarios peruanos o conectados desde el Perú:

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Como ven, la escalada de interés comienza a mediados de enero y alcanza sus picos —100 representa el valor máximo en la escala de interés de Trends— a finales de ese mes y principios de febrero. Es decir, en las fechas en que fueron publicadas todas las notas que he reseñado párrafos arriba.

¿Qué hecho particular generó ese aumento en el interés de los internautas peruanos por la palabra «venezolanos»?

El 24 de enero, los dos diarios principales del país, El Comercio y La República, daban cuenta de las declaraciones de Eduardo Sevilla, superintendente nacional de Migraciones, quien informaba que «actualmente hay más de 100 mil ciudadanos venezolanos en calidad de turistas, con Permiso Temporal de Permanencia (PTP) y residentes».

Esa misma semana, unos días después, el congresista Justiniano Apaza declaraba a El Comercio:

Creo que el Ejecutivo debe tomar una decisión. El problema es el ingreso masivo que hay ahora [de ciudadanos de Venezuela]. Creo que hay que poner restricciones o, en todo caso, regular su ingreso.

A Apaza le respondieron varios de sus colegas, rechazando sus declaraciones. También algunas caras conocidas de la televisión peruana, que criticaron su postura. Así como un par de activistas venezolanos residentes en Lima entrevistados por los medios.

La cuestión venezolana, enfocada ahora en el adecuado o excesivo número de migrantes procedentes de ese país, se convirtió en pocos días en un tema popular en sites noticiosos y redes sociales, razón por la cual, como indicaba unos párrafos arriba, se dispararon las búsquedas del término «venezolanos» en Google.

En consecuencia, varios medios, sobre todo La República y Correo, empezaron a publicar cualquier nota que tuviera la palabra venezolanos en el titular.

El ciclo es más o menos así:

—Los medios hablan de un tema.

—El tema, por las razones que sea, llama la atención de los usuarios de Internet, elevando su presencia en Google y redes sociales.

—Como los usuarios de redes sociales están hablando de ese tema, los medios ahora buscan producir más notas al respecto, para lo que se sirven del contenido producido por los usuario de redes sociales.

—Las nuevas notas refrendan el interés de los usuarios y el posicionamiento del tema en cuestión en Google y redes sociales, así que los usuarios vuelven a responder produciendo nuevo contenido, que una vez más es levantado por los medios y convertido en notas.

—Y así hasta que los usuarios de redes sociales se aburren y pasan a otra cosa.

—Nuevo tema y vuelta a empezar.

Lo hemos visto una y otra vez. La última, gracias al famoso lomo saltado de 65 soles que inundó redes sociales y titulares hace un par de semanas. Lo vimos también a mediados de enero cuando un restaurante de comida china fue injustamente acusado de servir carne de perro. Y, antes, a finales de noviembre cuando se difundió un absurdo audio de WhatsApp que supuestamente explicaba las razones del resultado analítico adverso de Paolo Guerrero.

Y lo estamos viendo ahora con cualquier asunto protagonizado por «venezolanos».

Ocurre que la mayoría de veces estas notas producidas a partir de contenido de usuarios de redes sociales (un video, una foto, un audio, un comentario airado) y que no se verifican de ninguna forma versan sobre temas menores, o que los editores consideran menores: escándalos de farándula, pequeños accidentes sin graves consecuencias, quejas de consumidores, charlas intrascendentes entre desconocidos de carácter supuestamente humorístico, y un largo y tedioso etcétera.

Como ya he explicado en otra ocasión, muchos periodistas, incluso los encargados de redactarlas, ven con desdén ese tipo de noticias y consideran que, dada su liviandad, los principios o procesos periodísticos no aplican para ellas. Si van a ir en la sección virales o tendencias, para qué cuestionar su pertinencia, relevancia o siquiera verificarlas.

Aquí, por ejemplo, los titulares de unas cuantas notas publicadas ayer 14 de febrero en la sección Tendencias del diario La República:

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¿Hay un OVNI en un Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (¿?) como invita a pensar el artículo? Es improbable. Tanto que la nota ni siquiera señala el nombre o ubicación del supuesto laboratorio. Pero qué más da, la imagen de Google Maps es «impactante» y se ha hecho «viral.

¿Le importa a la audiencia de un medio de comunicación que una mujer desconocida descubra a través de unos mensajes de WhatsApp que su esposo le es infiel con una amiga? No. Tan irrelevante parece ser, que los redactores ni siquiera han hecho el esfuerzo por identificar a los involucrados ni averiguar dónde se encuentran. No tenemos idea de cómo se llaman, si se encuentran en Perú, México, Argentina o Suiza. Qué importan esos detalles, si se trata de un «WhatsApp viral».

¿Existe algún interés periodístico en que un par de supuestos amigos no identificados discutan a través de WhatsApp sobre unas supuestas fotos pornográficas («pack»)? No, pero como dice la nota, «la conversación es tendencia en las redes sociales» y eso basta para que un redactor utilice unas cuantas capturas de pantalla y redacte otro artículo más de Tendencias.

Pero qué ocurre cuando se aplica esa misma laxitud, esa misma inconsciencia e irresponsabilidad periodística, habitualmente empleadas en notas que los mismos editores consideran que «los usuarios no deberían leer», a un asunto con tintes serios.

¿Qué ocurre cuando ya no se trata de un OVNI inexistente o una irrelevante conversación en WhatsApp, sino del bienestar de un amplio grupo de personas huyendo de una situación de emergencia y acomodándose en un país que no es el suyo?

Bueno, ocurre lo que hemos visto al comienzo de este artículo. Ocurre que, al abdicar de su responsabilidad como editores, es decir, al renunciar a aplicar criterios periodísticos y guiarse únicamente por aquello que «se está viralizando» en redes sociales, están alentando la xenofobia que sus propias páginas editoriales dicen combatir.

Lo más saltante, si se quiere, no es que estén incitando a la xenofobia, sino que lo estén haciendo de forma tan irresponsable, sin siquiera reparar en ello. Amparados en contenido producido por terceros que no someten a la más mínima verificación. Y excusándose en que son los temas de que están «hablando los usuarios de redes sociales», son unas pocas notas y que las publican solo en la sección Tendencias.

Reduciendo sus medios, una vez más, a meros repetidores de aquello que se hizo «viral», «conmocionó», «enojó», generó «polémica» o «debate» entre los usuarios de redes sociales. A los que han convertido, de facto y ad honorem, en editores jefe de esas páginas web.

ACTUALIZACIÓN 24 DE ABRIL 2018

El 24 de abril de 2018, el diario La República, principal productor de noticias sobre «venezolanos» en la prensa peruana, fue un paso más allá en su no-intencionada campaña de incitación a la xenofobia contra migrantes venezolanos.

En esta ocasión el artículo no ponía el énfasis en los ridículos conflictos ocurridos entre venezolanos y peruanos, ni se apoyaba en contenido producido por usuarios de redes sociales, ni estaba publicado dentro de su famosa sección Tendencias. Esta vez, el redactor responsable de la nota (que va sin firma o, más bien, firmada con un «Redacción LR»), utilizaba la supuesta licencia que brinda un titular entre signos de interrogación para inventar un conflicto nuevo.

Esta era la «noticia»:

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La nota empezaba así:

El aumento de venezolanos en Perú ha llenado de incertumbre (sic) a la población, debido a que por primera vez, en el milenio, aumentó la tasa de pobreza en el país; noticia que es materia de análisis y encontrar si realmente el crecimiento de los criollos es la verdadera causa.

Dejemos de lado que el titular es un ejemplo de libro de la famosa Ley de Betteridge: «todo titular en forma de pregunta puede ser respondido con un NO». Y que hace falta sortear el titular, la bajada, cinco párrafos y, en la versión móvil, dos quiebres publicitarios para llegar a la respuesta a ese titular tendencioso y amarillista.

En el penúltimo párrafo, Carlos Parodi, economista de la Universidad del Pacífico, señala: «No veo una causalidad con las cifras del estudio de pobreza. Eventualmente podría tener efectos, pero solo en la medida que tenga impactos significativos en los empleos. Por ahora no lo veo por ahí».

Así que no, los venezolanos no son la causa del aumento de la pobreza. Por si hacía falta aclararlo.

Pero prestemos atención al arranque de la nota. Sobre todo a esa primera oración:

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Primero, imagino que donde dice «incertumbre» el redactor ha querido escribir «incertidumbre». Entonces, según este artículo, la población peruana se encuentra «llena de incertidumbre» por «el aumento de venezolanos en Perú».

¿Por qué? Ahí tenemos la respuesta: «debido a que por primera vez, en el milenio, aumentó la tasa de pobreza en el país».

¿Existe alguna relación de causalidad entre el «aumento de venezolanos» y el aumento de «la tasa de pobreza en el país»? No, ninguna. El economista consultado lo dice en el penúltimo párrafo de la nota.

Entonces, ¿por qué la población peruana se ha llenado de incertidumbre? Ni idea.

¿Antes de colocar ese titular en interrogación –recuerden: «Venezolanos en Perú: ¿Son la causa del aumento de pobreza?»– conoce el redactor la respuesta a su pregunta? Sí, claro.

Entonces, ¿por qué colocar ese titular? ¿por qué redactar ese primer y confuso párrafo?

Por la misma razón que, solo en el último mes, se redactaron y publicaron estas otras notas:

Por amarillismo. Un amarillismo irresponsable e irreflexivo, guiado por la búsqueda de clicks. Y que, por muchos editoriales exculpatorios que se escriban, alienta día sí y día también la xenofobia.

ACTUALIZACIÓN 8 DE AGOSTO DE 2018

Hay días que pienso que nunca terminaré de actualizar este post. Como conté en la pieza original, que publiqué aquí en febrero de 2018 y que también forma parte del libro No hemos entendido nada: Qué ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo (Debate, 2018), a principios de este año programé una alerta de Google News con la palabra «venezolanos». Esa alerta me sirvió para monitorear el tratamiento que la prensa peruana ha dado a la migración venezolana.

Aun con el post publicado (el quinto más leído de la corta historia de este blog) y con el libro ya en librerías, opté por no desactivar la alerta. Por dos razones, una personal y otra profesional. Ambas relacionadas.

Primero la personal:

Elda Cantú es mi esposa. Algunos de los lectores de este blog conocerán su trabajo como periodista, editora y profesora. Elda –o Lizzy, para los amigos– es mexicana y vive hace ocho años en Lima. De hecho, Elda vive en Lima hace más tiempo que yo.

Esto último, por supuesto, requiere una explicación. Si bien yo nací y crecí en Lima, en el año 2001 emigré a España. Partí como estudiante universitario, tuve mucha suerte y me fui quedando. Empecé a trabajar como periodista, abandoné la carrera, seguí trabajando como periodista y así pasaron casi 11 años. No regresé a vivir a Lima sino hasta abril de 2012, hace poco más de seis años. Fue aquí, de vuelta en mi ciudad natal, trabajando en la revista Etiqueta Negra, donde conocí a la que hoy es mi esposa y, primero, fue mi editora y cómplice.

Tanto Elda como yo sabemos, de maneras distintas, lo que es ser extranjero en un país de acogida. Y, si bien creo que ambos podemos decir que hemos tenido mucha suerte y podría considerársenos privilegiados, sabemos también lo que es estar solo en una ciudad que no es la tuya buscándote la vida.

Eso nos lleva a la razón profesional. Como ocurre con muchos otros escritores, a veces la experiencia personal suele configurar los temas que nos interesan u obsesionan. Desde el año pasado, Elda y yo estamos siguiendo de cerca lo que ocurre con la migración venezolana en el Perú.

Esta fue la primera pieza que ella escribió al respecto para The New York Times en Español a finales de marzo de 2017:

Hace poco, Elda y yo terminamos de grabar un reportaje sobre el tema del que no puedo decir más porque los editores no me han autorizado a ello, pero será publicado pronto y, si les interesa, podrán escucharlo.

Desde que escribí originalmente ese post del blog, día tras día, he seguido recibiendo en mi buzón de Gmail un email que me alerta sobre lo que los medios peruanos vienen haciendo cuando hablan de «venezolanos». Durante un tiempo el interés en las noticias relacionadas con «venezolanos» disminuyó, así como el morbo o amarillismo con que estas se redactaban y titulaban. Lastimosamente, esa caída no duró mucho.

La curva en la producción de noticias y amarillismo de los medios peruanos a la hora de tocar la migración venezolana coincide, por lo que he ido viendo estos meses, con esta otra curva:

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Ese es un cuadro de Google Trends que mide el interés de los usuarios peruanos de Google a la hora de buscar el término «venezolanos». A quien le interese la manera en que funciona Trends y la forma en que influye en la producción noticiosa de los medios, puede leer la pieza original varios párrafos arriba.

Como ven en el cuadro de arriba, el interés de los internautas peruanos ha escalado de forma notable en las últimas semanas. Voy a ponerlo en perspectiva para que entiendan la magnitud de esa escalada.

Este otro cuadro de abajo se encontraba en la pieza original:

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¿Ven ese pico fechado entre el 21 de enero y el 27 de enero de 2018?

Bueno, ese pico, el valor máximo de interés en las búsquedas de Google peruanas de la palabra «venezolanos» a principios de este año, es casi imperceptible comparado con el nuevo pico hoy, ubicado al extremo derecho de este otro cuadro:

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Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el interés de los internautas peruanos por la palabra «venezolanos» a la hora de buscar en Google se ha duplicado.

¿Cómo ha ocurrido esto?

Como decía al inicio, hay días que siento nunca que dejaré de actualizar este post. De unas semanas a esta parte, no hay día en que no me tope con varias «noticias» que responden a las características que describí en el post original:

–La edición digital de uno de los principales diarios peruanos publica —al igual que varios otros medios pero en mayor cantidad— una serie de notas en las que el énfasis está puesto en la confrontación o conflicto entre inmigrantes venezolanos y ciudadanos peruanos.

–Casi todas esas notas están confeccionadas a partir de videos o audios o mensajes publicados en redes sociales por terceros. Los redactores que utilizan ese contenido reproducen en sus notas la mínima información que trae el video o post respectivo sin indagar nada más. Sin siquiera preocuparse por averiguar el nombre de los protagonistas de su “noticia”.

Noticias como esta:

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O, aun peor, como esta:

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Voy a detenerme un momento a analizar esta última. Pueden leerla en su habitat natural aquí (si es que no la borran antes).

Este es el cuerpo de la noticia:

Las cámaras de vigilancia de la Municipalidad Provincial de Tumbes grabaron a un grupo de ciudadanos venezolanos cuando posaban para una foto con un arma blanca en la mano, para luego intentar arrebatarle su celular a un transeúnte quien felizmente logró escapar.

El hecho se registró a la 1:00 de la mañana en las inmediaciones del paseo Triunfino, donde se encontraban dos venezolanos, uno de ellos le toma una foto a su compatriota, quien posa con una navaja en la mano derecha en media calle.

Sin embargo, minutos después utiliza el arma blanca para amenazar a un conductor de una mototaxi que transita por el lugar, a manera de juego se desafían pero luego se dan las manos de manera efusiva. No contentos con el hecho, se percatan de la presencia de un transeúnte, quien habla por celular, mientras uno sube al vehículo el otro se abalanza a su víctima, quien logra esquivar al delincuente después de haber guardado el celular en su bolsillo.

Alertados por la central de monitoreo un patrullero ya estaba en el lugar quien inicia una persecución del vehículo que fue registrado por las cámaras para identificarlos plenamente y advertir a la ciudadanía que tenga mucho cuidado.

La nota de La República va acompañada de un video. Pueden verlo en la nota original. O, si quieren seguir leyendo, pueden verlo aquí abajo:

Por suerte, La República no es el único medio que se hizo eco del asalto fallido de esa peligrosa banda de venezolanos en las calles de Tumbes. El video de arriba proviene de la edición de mediodía de 24 Horas, el noticiero televisivo de Panamericana Televisión. Es el mismo que publica La República en su página web. Con una diferencia.

Si uno lee la nota de La República y ve el video mudo –se trata de una cámara de seguridad que no registra audio– que la acompaña, y que también emitió 24 Horas, resulta casi inevitable hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo sabe el redactor de La República o el reportero de 24 Horas que los fallidos asaltantes son venezolanos?

Por suerte, el reportero de 24 Horas entrevista a un responsable de la Gerencia de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad Provincial de Tumbes, quien, ojalá, consiga aclararnos este punto.

Screen Shot 2018-08-08 at 11.09.46 AM

¿Qué dice este responsable de la municipalidad? Dice, exactamente, lo siguiente: «Se encontraban tres ciudadanos. Al parecer venezolanos, ¿no?»

Pueden, de hecho, ver el momento exacto aquí:

Voy a repetirlo: «Se encontraban tres ciudadanos. Al parecer venezolanos, ¿no?»

¿Cómo sabe el responsable de la municipalidad de Tumbes que los ciudadanos son «al parecer venezolanos»? Ni idea, no lo dice.

¿Se lo preguntó el redactor de 24 Horas? No lo sabemos. No lo muestran en el video.

¿Tiene el redactor de La República idea de cómo es que la Municipalidad Provincial de Tumbes, proveedora del video, sabe que los frustrados asaltantes son venezolanos? No. O, al menos, no lo cuenta en su nota. No es descabellado imaginar que si lo supiera, lo mencionaría. De hecho, en un momento de su nota dice que «un patrullero ya estaba en el lugar quien inicia una persecución del vehículo que fue registrado por las cámaras para identificarlos plenamente [a los asaltantes, se entiende]» (sic).

Pero, si los identificaron plenamente, ¿cómo es que no conocemos sus nombres? ¿cómo es que el responsable de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad Provincial de Tumbes, a la mañana siguiente, sigue diciendo «al parecer venezolanos»? De nuevo, no lo sabemos.

Es así, con esa irresponsabilidad, con ese apetito por clicks rápidos y sin ningún rigor periodístico, que se consigue que los internautas peruanos dupliquen sus búsquedas en Google del término «venezolanos». Así, sin verificación alguna y con titulares amarillistas, que se consigue atizar y encender el fuego de la xenofobia.

Espero que estén contentos.

El caso Mariana de Althaus o qué ocurre cuando los bancos son creadores de contenido

La mañana del sábado 4 de noviembre, la cuenta de Twitter de la Fundación BBVA Continental del Perú comenzaba su actividad con este mensaje:

Unos minutos después, y ante el reclamo de algunos usuarios, la cuenta publicó un segundo tuit sobre el tema:

Pueden leer la «columna» que había «generado malestar» y que la Fundación retiró de su muro aquí abajo. La propia autora la colgó en su cuenta personal de Facebook más o menos una hora después:

Este texto se publicó en el facebook de la Fundación del BBVA, donde publico todos los jueves una columna. Como generó…

Posted by Mariana de Althaus on Saturday, November 4, 2017

Mariana de Althaus es una de las artistas e intelectuales más prestigiosas de nuestro país. En los últimos años, su trabajo como dramaturga le ha ganado el aplauso de la crítica y el favor del público. No solo en nuestro país sino también en el extranjero, donde sus obras son representadas de forma habitual en diversos festivales.

Su pieza más conocida, El sistema solar, se estrenó por primera vez en 2012. Desde entonces se ha repuesto innumerables veces, en tablas peruanas e internacionales. Justo este fin de semana, una película basada en la obra y dirigida por el cineasta Bacha Caravedo se ha estrenado en España. El estreno en Perú está previsto para la quincena de noviembre. Aquí pueden ver el tráiler:

Además de su trabajo como dramaturga, De Althaus lleva varios años escribiendo en prensa. Fue columnista del diario Perú21 de abril de 2015 a enero de 2016 (en esa época yo era editor del periódico) y dejó ese espacio para empezar a colaborar con una «columna» en la cuenta de Facebook de la Fundación BBVA Continental.

Pongo «columna» entre comillas porque, hasta ahora, una columna era un espacio de Opinión que se publicaba en un medio de prensa tradicional, ya sea un periódico o una revista. Que la página de Facebook de la fundación cultural de un banco publique columnas es un hecho relativamente novedoso, que le debemos al gigantesco salto cualitativo en la distribución de información que ha supuesto esta red social.

Gracias a Mark Zuckerberg hoy todos somos productores de contenidos y el creador de contenido es el rey. Y esa categoría, «contenido», es lo suficientemente amplia para que quepan ahí columnas o artículos periodísticos, millones de videos de bebés y gatitos, una señora con una máscara de Chewbacca riendo ante la cámara o mentiras pagadas con dinero ruso para desestabilizar una campaña electoral. A falta de una mejor definición, y por muy vaga que pueda parecer esta, contenido es TODO lo que se comparte en Facebook y otras redes sociales.

Soy amigo de Mariana de Althaus, así que cuando vi el tuit de la Fundación BBVA Continental le envié un mensaje directo de Facebook preguntando qué había ocurrido. Mariana me dijo lo mismo que minutos después colocaría en su muro, como introducción a su columna republicada: «Yo acepté que la saquen [la columna]. Porque el facebook de la Fundación BBVA no es un espacio para la discusión política, es una fundación cultural, y mucha gente se ha ofendido».

Como leo habitualmente la columna de Mariana me llamó la atención su respuesta. En el espacio que le brinda la Fundación BBVA Continental, Mariana de Althaus escribe sobre los temas más diversos, casi siempre desde un enfoque cultural, pero no solo. Sin ir más lejos, a mediados del mes pasado la autora dedicaba su texto a uno de los temas más discutidos en estos días en Perú: la violencia machista. Aquí pueden leerla:

Vamos Perú

Hace unos días, durante un almuerzo, dos amigos afirmaron sin asomo de duda que Magaly Solier maltrata a su…

Posted by Fundación BBVA Continental on Thursday, October 19, 2017

De Althaus terminaba esa columna así:

El problema de la violencia contra las mujeres es de todos, no va a disminuir si no dejamos de tratarlas como locas, si no dejamos de pensar que se trata de casos aislados, o si rebajamos su importancia comparándolo con otros tipos de violencia también terribles. Aceptar que el problema es de todos es enfrentarlo con empatía y compromiso en nuestras casas, en nuestra comunidad, en nuestro fuero interno. A veces el monstruo no vive fuera. La violencia contra la mujer es sistemático: en el Perú 7 de cada 10 mujeres sufren de maltrato. Nuestra capital es la quinta ciudad más peligrosa para las mujeres en el mundo. Nuestro país ocupa el tercer lugar con más violaciones sexuales en el mundo. Podemos mejorar nuestra marca si nos comprometemos a cambiar nuestras mentalidades. Podemos tener un país más justo con las mujeres y niñas. Sería un tremendo gol, y lo anotaríamos todos juntos. Vamos Perú.

¿Cuál es la diferencia entre esa otra columna de Mariana de Althaus y la que fue retirada este sábado?

Podría citar más columnas de Mariana. Pero mientras revisaba sus colaboraciones anteriores en la página de Facebook de la Fundación BBVA Continental, me topé con las columnas que escribe en la misma página otro escritor.

Como muchos saben en nuestro país, Renato Cisneros, periodista y novelista, es uno de los autores peruanos más exitosos de los últimos años. Sus dos últimas novelas, La distancia que nos separa y Dejarás la tierra, han sido éxitos de venta y han recibido múltiples halagos de parte de la prensa. Cisneros, al igual que De Althaus, publica semanalmente una columna en la página de la Fundación BBVA Continental. La última de ellas, titulada ‘Matar’, es esta:

—MATAR—

«Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre»
Sebastián Castellio

«Cuando tengas una…

Posted by Fundación BBVA Continental on Monday, October 30, 2017

La columna de Cisneros, que toca un tema de mucha actualidad en nuestro país -la aplicación o no de pena de muerte para violadores-, termina así:

Esperemos que ni el actual presidente ni los futuros gobernantes cedan ante esta iniciativa tan populista, tan cortoplacista; esperemos más bien que se decidan (y nosotros con ellos) a atacar los problemas de fondo, de los que nadie quiere hablar ni ocuparse: la educación paupérrima, la degradante cultura machista, la represión sexual, la corrupción judicial, y esa tremenda violencia que nos habita a todos, de la que algún día tenemos que aprender a curarnos.

¿No es esa columna una toma de posición en la discusión política que está ocurriendo en el Perú?

De hecho, si uno revisa las reacciones a la columna de Cisneros en el muro de la Fundación BBVA Continental, descubrirá que el texto dio pie a un encendido debate, con más de 150 comentarios que discutían sobre los pros y contras de la pena de muerte.

¿Cuál es la diferencia entre la columna de Renato Cisneros y la columna de Mariana de Althaus que fue retirada?

Ninguna. Bueno, sí. Que la columna de Althaus ofendió, a juicio del banco BBVA Continental, a más usuarios de los que debía. Y entre esos usuarios, seguramente, había muchos clientes o potenciales clientes del banco que mantiene a la fundación.

El problema, por supuesto, no es que Mariana de Althaus o Renato Cisneros usen los espacios cedidos por una fundación en su muro de Facebook para exponer su opinión sobre temas que afectan a la sociedad de la que son parte. Eso es, precisamente, lo que hace un columnista cuando escribe una columna.

El problema es que un banco, o la institución que sea, no entiende cuáles son sus responsabilidades cuando cede un espacio a un escritor o periodista para que este haga lo que hace un intelectual cuando utiliza una tribuna pública: exponer ideas y abrir una discusión.

El problema es que cuando estas instituciones producen contenido lo único que buscan son likes, smileys y generar engagement con los usuarios, para así fidelizarlos o convertirlos en clientes. Sin, por supuesto, entender que el engagement no siempre pasa por los aplausos.

El problema es que, como todos somos productores de contenido y en redes sociales todo es contenido, nadie entiende que una columna de Opinión o un artículo periodístico no es lo mismo que un video de gatitos o un mensaje de apoyo a la selección de fútbol.

El problema es que nadie entiende de qué hablamos cuando hablamos de contenido. Lo resume con su genialidad habitual el ilustrador chileno Alberto Montt:

El problema es que todos, medios y periodistas incluidos, parecen no querer entender que las fronteras dentro de la categoría «contenido» son necesarias. De lo contrario, si no entendemos las diferencias entre uno y otro y otro tipo de contenido, todos -escritores también- terminamos siendo meros productores de relleno para empanadas.

ACTUALIZACIÓN

El domingo 5 de noviembre a las 14.24, la Fundación BBVA Continental publicó en su página de Facebook un comunicado firmado por el gerente Carlo Reyes Cestti:

A la opinión pública

Ante los múltiples comentarios recibidos en redes sociales tras la decisión de retirar la columna…

Posted by Fundación BBVA Continental on Sunday, November 5, 2017

En el texto Reyes Cestti reconoce el error que supuso retirar la columna de Mariana de Althaus y señala (las negritas son mías):

A la opinión pública

Ante los múltiples comentarios recibidos en redes sociales tras la decisión de retirar la columna de Mariana de Althaus del muro de Facebook de la Fundación BBVA Continental, compartimos lo siguiente:

Esta decisión fue tomada por la cantidad de mensajes que recibimos, muchos de ellos de buena fe, de personas que se sintieron ofendidas por el contenido del artículo. También influyó en nuestra decisión el nivel de agresividad y violencia que contenían ciertos mensajes contra la autora y contra la Fundación en las redes sociales.

En coordinación con Mariana de Althaus, decidimos retirar la columna (https://goo.gl/1KsAUe) en vista de que no estaba contribuyendo al debate de ideas, sino que estaba generando ataques personales.

Más allá de las motivaciones y de haberlo coordinado previamente con la autora, consideramos que nuestra decisión fue desacertada y ofrecemos nuestras sinceras disculpas a la opinión pública en general por este incidente.

La Fundación BBVA Continental está comprometida con el principio de libertad, y siempre ha fomentado la diversidad de opiniones como uno de los derechos fundamentales de una sociedad que aspira a ser más inclusiva, moderna y desarrollada.

La creación de estos espacios de opinión en nuestras redes busca promover el diálogo sobre temas de cultura, educación y ciudadanía en un ambiente de respeto y tolerancia para todos.

Reafirmamos que nuestra institución está plenamente comprometida con el desarrollo de una educación de calidad para los niños peruanos y la promoción de espacios de arte y cultura accesibles para todos desde hace 44 años.

ACTUALIZACIÓN

El domingo 5 de noviembre a las 19.52, poco más de cinco horas de publicado el comunicado de la Fundación BBVA Continental, la escritora Mariana de Althaus publicó un nuevo mensaje en su muro de Facebook:

Escribo semanalmente en el facebook de la Fundación del BBVA desde hace más de un año. En su página he publicado…

Posted by Mariana de Althaus on Sunday, November 5, 2017

En el mensaje De Althaus señala que coincide con Carlo Reyes Cestti, gerente de la Fundación BBVA Continental y quien firma el comunicado anterior, en que retirar la columna de la página de Facebook de la institución fue un error. Este es el texto completo (las negritas son mías):

Escribo semanalmente en el facebook de la Fundación del BBVA desde hace más de un año. En su página he publicado columnas sobre muchos temas, muchas veces muy polémicos. Aunque inicialmente me invitaron para escribir columnas sobre teatro y temas culturales, la Fundación ha aceptado publicar más de una columna mía sobre temas sensibles y poco populares que han generado ataques y reacciones intensas de los sectores más conservadores. Ellos se atrevieron a publicar la columna sobre la Iglesia el jueves pasado, con la intención de generar un debate saludable. Pero como el texto generó una avalancha de insultos y ataques, el director de la Fundación, Carlo Reyes, conversó conmigo, preocupado porque las cosas se estaban saliendo de control. Yo estuve de acuerdo en que la naturaleza de la página de la Fundación se estaba distorsionando con un nivel de violencia tan grande. El me propuso retirar la columna, y que luego yo la publique en mi página y tal vez en un medio más adecuado para ese debate, es decir un medio periodístico. Eso fue lo que hice. Estoy de acuerdo en que fue un error retirar la columna y pedir disculpas por las incomodidades que generó su publicación. La Fundación, como el mismo Carlo ha dicho, debió dejar ahí la columna y, por último, deslindar de las opiniones de sus columnistas. La Fundación ha reconocido su error, y ha pedido disculpas. Valoremos el gesto, la reflexión y el compromiso con la verdad. No muchas personas y menos instituciones dan ese paso. La Fundación desde hace años promueve la lectura en colegios estatales, financia eventos culturales como el Hay Festival y La Otra Ruta, subvenciona teatros y centros culturales como el de la PUCP. Yo me siento muy feliz de ser colaboradora de la página del facebook de una Fundación que tiene un compromiso tan constante y beneficioso para la Cultura y la Educación del país. Agradezco muchísimo a todas las personas que se han solidarizado conmigo, ante la posibilidad de una censura. Es maravilloso que levantemos la voz ante cualquier amenaza a la libertad de expresión. Todo ha sido para algo positivo: la columna ha tenido un rebote impresionante en redes, se publicó en La República hoy, y ha logrado una difusión que jamás sospecharon aquellos que nos insultaron y nos agredieron. Mantengamos un nivel alturado en la discusión, en todas las discusiones. Muchas gracias.

Posverdad

Posverdad -pésimo branding, si me preguntan- no es que hoy haya más mentiras que ayer, ni que las mentiras sean más grandes o más ruidosas. Ni siquiera que las mentiras apelen únicamente a nuestras emociones intentando esquivar a nuestro yo racional, que Daniel Kahneman mediante, sabemos ya que es bastante menos racional de lo que nos gustaba pensar.

Posverdad es que hoy, sepultados por la avalancha de información sin contexto que corre en redes sociales (y que los medios idiotas buscan imitar o encauzar sin entender que su trabajo es ser dique y no desagüe), a casi nadie parece interesarle la verdad si esta no encaja con sus prejuicios y/o cuesta más de un par de tweets o un titular leído al vuelo en Facebook.

Lo más triste, para mí al menos, es que ese NADIE incluye a muchos de los que vivimos de ella. O sea, incluye a los periodistas.

Posverdad significa que vivimos en el mundo que han soñado siempre los conspiranoicos, un mundo donde todos somos inmunes a la evidencia que nos pone delante la realidad si esta contradice nuestros prejuicios, ideología, visión del mundo o, incluso, apetencias u odios momentáneos.

Esto es posible porque, contrariamente a lo que pensábamos y esperábamos, Internet y, sobre todo, las redes sociales, no han ensanchado los muros de la arena que como sociedad habíamos construido para albergar la discusión pública. En lugar de ampliarla, la han roto en mil pedazos.

En principio, esto no tiene que ser negativo per se. Un montón de arenas pequeñas conectadas entre sí podrían ser mejores que una gran arena única de muros relativamente estrechos donde unos cuantos deciden qué temas se tocan y cuáles no. Ya saben, la famosa teoría de la prensa y el poder como gatekeepers.

Lo que ocurre es que esa arenitas atomizadas en realidad no están interconectadas, más bien al contrario, los algoritmos de Facebook y Google, que saben perfectamente qué nos gusta y qué no, trabajan a marchas forzadas para ofrecernos solo aquello que ya saben que nos interesa, dejando fuera de los muros de nuestra arenita todo aquello que no queremos ver o que desafía o contradice nuestros gustos y visión del mundo. Y, como lo que Facebook quiere es “conectar al mundo”, nos pone delante a personas que piensan, opinan o tienen gustos similares a nosotros, sabiendo que, como seres humanos, nuestra tendencia natural es a agruparnos con nuestros semejantes y temer al diferente.

Las redes sociales han parado el sueño wiki del «wisdom of crowds». La horizontalidad colaborativa puede haber servido para darnos la mejor enciclopedia que hayamos conocido, pero eso es posible porque incluso en la horizontalidad wiki existen unas reglas, límites y jerarquía que garantizan, o al menos hacen posible, el éxito del emprendimiento.

Si el objetivo es juntar ladrillos (artículos o contenido) para armar una casa (enciclopedia), la sabiduría de la masa puede bastar para moderar y sacar adelante los cimientos, las paredes y el techo. El problema es que en redes sociales no hay objetivo común alguno y que, si de lo único que se trata es capturar y mantener cautiva nuestra atención con la excusa de conectarnos, la calidad del ladrillo (contenido) da igual.

La jerarquía, esa cosa tan denostada, no ha desaparecido, ahora la dicta el misterioso algoritmo, únicamente interesado en que los usuarios no abandonen nunca sus pequeñas arenas atomizadas. No vaya a ser que debamos enfrentarnos a algo o alguien que nos produzca rechazo, abandonemos la plataforma y no puedan ponernos un aviso pagado más enfrente («las mejores mentes de mi generación están pensando cómo hacer que la gente de click a anuncios»).

Por eso puede existir la posverdad. Porque cuando una mentira, por ridícula o compleja que sea, se suelta en una de estas arenitas, la arena del costado, que tiene las armas o el interés en desmontarla, no se entera. O si se entera, le parece que ocurre en un país extraño, lejos de la comfortable arenita que hemos levantado con nuestros prejuicios constantemente confirmados, un país lejano donde todos son idiotas porque no piensan como yo y para qué tomarse la molestia siquiera.

La mentira se encuentra así casi siempre solo con suelo fértil, con personas predispuestas de antemano a creerla y que están cada vez más acostumbradas a toparse con contenido amable con sus prejuicios y, por ende, han perdido el dificil y trabajoso hábito de mirar con suspicacia.

El problema principal y lo que define, a mi modo de ver, la posverdad, no es que haya más mentiras, estas se distribuyan más rápido o que con los medios en crisis y desnortados nos hayamos privado de las herramientas para desarticular las mentiras habituales del poder político, el poder económico o de cualquiera que, lejos de la ignorancia, miente interesadamente. Las herramientas existen y, por suerte todavía, hay quien las utiliza.

La cuestión es que hemos desmantelado la arena donde podemos darles uso, donde podemos enfrentarnos a las verdades incómodas que nos vacunen, al menos un poco, contra la mentira interesada.

ACTUALIZACIÓN

El analista de medios y profesor de de periodismo en NYU, Jay Rosen llamaba la atención en Twitter sobre un tuit de la reportera Monica Hesse de The Washington Post:

Hesse decía en su tuit:

Acabo de colgar el teléfono con la tercera lectora del día (todas han sido mujeres) que me dice que nunca escuchó el «agarrarlas del pussy« u otras acusaciones contra Trump. «Estás inventándote eso», me dijo la última y me explicó que escucha Fox todos los días, así que está al día con las noticias».

Por si no lo recuerdan, el episodio «agarrarlas del pussy« fue uno de los momentos más escandalosos de la última campaña presidencial norteamericana. En una grabación se escuchaba al ahora presidente Trump decir:

Sabes, me siento atraído automáticamente a mujeres hermosas. Las empiezo a besar. Es como un imán. Directo a besarlas. No puedo esperar.

(…)

Cuando eres una estrella te dejan hacer. Puedes hacer cualquier cosa…agarrarlas del pussy. Lo que sea.

Cuando se hizo público el audio, a un mes de las elecciones, muchos analistas, periodistas y adversarios políticos pensaron que Trump estaba acabado. Era imposible que el partido republicano, cuya base está conformada en parte por la derecha religiosa conservadora del país, mantuviera el apoyo a un candidato que admitía acosar sexualmente a mujeres. Por supuesto, todos sabemos ya qué ocurrió.

Un año después, la periodista Monica Hesse descubre hablando con lectoras que hay quien no ha escuchado jamás acerca de ese u otros episodios que implican al presidente Trump en agresiones sexuales contra mujeres.

Ante el testimonio de Hesse, el analista Jay Rosen señalaba en su tuit:

Vamos a ser claros sobre esto. La idea misma de «información de dominio público» se encuentra amenazada.

Eso es la posverdad. Encerrados en nuestras arenitas virtuales, nos encontramos muchas veces aislados de la información que puede poner en riesgo o incomodar nuestra visión del mundo.

Como decía líneas arriba:

El problema principal y lo que define, a mi modo de ver, la posverdad, no es que haya más mentiras, estas se distribuyan más rápido o que con los medios en crisis y desnortados nos hayamos privado de las herramientas para desarticular las mentiras habituales del poder político, el poder económico o de cualquiera que, lejos de la ignorancia, miente interesadamente. Las herramientas existen y, por suerte todavía, hay quien las utiliza.

La cuestión es que hemos desmantelado la arena donde podemos darles uso, donde podemos enfrentarnos a las verdades incómodas que nos vacunen, al menos un poco, contra la mentira interesada.

Frida Sofía no estaba ahí o los peligros del periodismo en directo

El 20 de setiembre a las 9.18 de la mañana, veinte horas después de que un terremoto de 7.1 grados remeciera la Ciudad de México, la periodista Danielle Dithurbide conectaba en directo con el set de Televisa Noticias, donde se encontraba el presentador Carlos Loret de Mola.

Dithurbide, conductora de un informativo matutino y directora de información internacional de noticieros Televisa, había llegado la tarde anterior al colegio Enrique Rébsamen, ubicado al sur de la ciudad.

En el momento del terremoto, el 19 de setiembre a las 13.14, Dithurbide se encontraba en las oficinas de Televisa Chapultepec en el corazón de la ciudad, según me dijo en una de nuestras conversaciones telefónicas. Siguiendo el protocolo del canal de noticias 24 horas de Televisa, Foro TV, Dithurbide empezó a transmitir en vivo los detalles de la emergencia junto a otros dos periodistas desde el set.

Sobre las 17.00 de la tarde, luego de casi cuatro horas frente a cámara y de que tomara el relevo la conductora principal de noticias de Televisa, Denise Maerker, Dithurbide subió a una moto que la llevó hasta el colegio Enrique Rébsamen. Uno de los edificios de la escuela había colapsado ante las cámaras horas antes y se creía que había niños y profesores por rescatar.

Dithurbide cuenta que mientras se encontraba al aire en el set, la redacción le iba pasando datos de los lugares donde se habían reportado daños y el nombre de la escuela Rébsamen se le quedó grabado porque las anotaciones indicaban «hay niños atrapados dentro». Cuando su jefe le indicó que saliera a reportear desde el terreno, Dithurbide buscó el colegio en Google Maps e indicó al motorizado que la llevara para allá. Este es el trayecto entre los estudios de Televisa y la escuela Rébsamen:

En condiciones normales, a bordo de una moto el camino debe tomar unos treinta minutos. Según cuenta la periodista, esa tarde tardaron alrededor de una hora porque «todas las calles, todas las avenidas estaban paradas, parecían un gran estacionamiento». Durante esa hora, desde detrás de la moto la periodista vio «casas derrumbadas, cadenas de remoción de escombros impresionantes, gente caminando como zombies entre los coches, gente con letreros, cartulinas que decían ‘hablo inglés, si necesitas ayuda acércate’, ‘dame ride, no me tengas miedo’, gente muy agresiva, gente muy nerviosa».

Una vez llegó a la escuela, la periodista empezó a enviar despachos telefónicos desde una tienda cercana porque al principio y debido al caos no consiguió encontrar al camarógrafo que se suponía estaba en la zona y, además, la señal celular era muy débil. Su primer reporte en vivo, en conversación con Maerker, tuvo lugar a las 18.16 de ese martes 19.

Pero no sería sino hasta la mañana siguiente, luego de haber enlazado en directo unas quince veces a lo largo de la noche, que su nombre empezaría a hacerse familiar para todos los mexicanos.

La mañana del jueves 20 a las 9.18, el relato de Dithurbide decía así:

Las imágenes que ustedes están viendo son desde el techo de una de las estructuras de la escuela que se mantiene en pie. Estamos literalmente en la zona cero de esta desgracia y estamos viviendo un momento muy emocionante, Carlos. Te puedo confirmar que están teniendo contacto con una niña con vida, le acaban de pasar una manguera para que pueda tomar agua (…) Está muy alejada de la zona a la que pueden tener acceso hasta el momento los rescatistas pero, bueno, te puedo confirmar que está con vida y que tan solo en unos minutos podremos estar al aire con el rescate de esta pequeñita.

El rescate, pudimos saber casi treinta horas después, no iba a ocurrir nunca. Es más, la pequeñita “no fue una realidad”, en palabras del subsecretario de Marina, el almirante Ángel Enrique Sarmiento.

El jueves 21 a las 14.05 de la tarde, Sarmiento leía ante las cámaras un comunicado que afirmaba que no quedaba ningún niño por rescatar y “que la versión que se sacó con el nombre de una niña, no tenemos conocimiento, nosotros nunca tuvimos conocimiento de esa versión” (sic).

Esto, pese a que tanto él como el almirante José Luis Vergara, Oficial Mayor de la Marina y responsable junto a Sarmiento de las labores de rescate en el colegio Rébsamen, habían repetido lo contrario a las cámaras de distintos medios el día anterior.

Pese a que entre las nueve de la mañana del 20 y las dos de la tarde del 21, la pequeñita había adquirido nombre, Frida Sofía; nombre que fue confirmado, en una entrevista en directo con Milenio TV, por el almirante Vergara a las once de la noche del 20; pese a que se le asignó una edad, entre 12 y 13 años; pese a que se dijo primero que sus padres estaban presentes en la escena, para que luego horas después el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, dijera lo contrario en directo durante una comunicación telefónica con los periodistas Denise Maerker y Joaquín López Dóriga; pese a que se dijo, en distintas ocasiones, que había sido ubicada por perros de rescate, que un escáner térmicoen realidad dos– había registrado su temperatura corporal, que había respondido con golpecitos, que habían escuchado su voz, sus gemidos y llanto, que se habían comunicado con ella, que había dicho su nombre y que, incluso, había indicado que tenía dos, tres y hasta cinco cuerpos cercanos que ella creía estaban con vida; a que se dijo que ella y los otros niños -dos, tres, cinco- estaban a salvo debajo de una mesa de granito en la oficina de la profesora directora de la escuela; que se le había dado agua, que había hablado con uno o varios rescatistas y hasta con una maestra.

Toda esta información, nombre incluido, fue divulgada o validada, en distintos momentos durante los días 20 y 21, por el almirante José Luis Vergara o por el almirante Sarmiento, responsables del centro de mando, delante de una cámara de televisión o en conversación con periodistas.

Un detalle tangencial, que a muchos ha pasado desapercibido, es que Frida Sofía es también el nombre de la hija de una de las artistas más populares de México.

¿Se acuerdan de ese hit noventero de Alejandra Guzmán llamado Yo te esperaba?

A quien Alejandra Guzmán esperaba cuando compuso esa canción es a su hija Frida Sofía, quien hoy, a los 26 años, convertida en instructora de fitness y chica de portada Playboy, acumula medio millón de seguidores en su cuenta de Instagram y aparece con regularidad en las páginas sociales de los medios mexicanos.

Así que cuando el día 20, fuentes oficiales y periodistas ubicados en la escuela Rébsamen empezaron a repetir que la niña del rescate inminente se llamaba Frida Sofía, el nombre -sonoro de por sí- no tuvo que hacer mucho para clavarse en la memoria del público.

El nombre y todos los otros detalles que fueron surgiendo a lo largo de los dos días fueron además corroborados ante cámaras -y fuera de ellas- por distintos rescatistas, miembros de la Marina o el Ejército y civiles. Algunos de los cuales eran, de hecho, las fuentes originales de la información. Léase, aquellos que habían realizado algún descubrimiento y lo habían comunicado a Vergara y Sarmiento, y que luego declararon por su cuenta a los periodistas. Volveré sobre este punto, fundamental, más adelante.

Luego del desmentido de Sarmiento, y de las disculpas públicas que él y Vergara más tarde ofrecerían también ante cámaras, las redes sociales mexicanas estallaron.

En Twitter y Facebook todos tenemos siempre a mano una antorcha encendida y un trinche afilado para linchar a quien, creemos, ha cometido un error. Yo mismo, periodista y analista de medios, lancé una serie de tuits y estados de Facebook en los que reflexionaba sobre la importancia de dudar de las fuentes oficiales. Dirigiendo las críticas, como casi todos los periodistas cuyos comentarios leí, a los reporteros de Televisa que habían dado cuenta de la historia de Frida Sofía.

Digamos que la Marina y el gobierno mexicano tuvieron suerte de que fuera Televisa -y su querencia por las telenovelas- quien puso en pantalla durante dos días la historia de esa pequeñita inexistente bautizada con el nombre más mexicano que se nos pueda ocurrir.

Solo el odio que despierta Televisa y su siempre cuestionada relación con el gobierno de turno consiguió que pasemos por alto el desastre que fue la gestión de información de los responsables del rescate en el colegio Rébsamen.

Como muestra un botón.

El miércoles 20 a las 14.39, el subsecretario Sarmiento aparece en directo frente a una multitud de cámaras y micrófonos junto a tres rescatistas. Uno de ellos, llamado Juan Ramiro de la Fuente, le explica lo que ha hallado el escáner térmico que opera. “Tenemos dos temperaturas, este que vemos aquí puede ser tórax, o sea órganos vitales. Ahorita confirmados por la doctora de policía federal”, dice De la Fuente. En ese momento interrumpe otro rescatista, vestido de azul y casco amarillo: “Dice que puede ser un cuerpo. Y debe estar con vida, porque la temperatura de todo el entorno es fría y un cuerpo sin vida toma la temperatura del entorno”. Ahí retoma la explicación De la Fuente: “Mi recomendación sería tratar de ver un ángulo distinto, con una cámara, con la intención de asegurarlo al cien, para poder ahora sí utilizar todos los recursos. Tendríamos que volver a entrar al compañero –en este momento, un tercer rescatista a su derecha, con camiseta militar, dice ‘Yo soy’-, tendríamos que volver a entrar para tratar de girar un poco la cámara a ver si pudiéramos ver el tórax y más de la cabeza y de los brazos”. Aquí vuelve a intervenir el segundo rescatista, que dice: “Pero definitivamente es un cuerpo con vida”.

En ese momento, Sarmiento, a quien toda esta explicación iba dirigida (además de a las cámaras de televisión, claro), pregunta: “¿Y gritaron ‘mueve los dedos’?”. Los tres rescatistas asienten y dicen que sí. El tercero, el de la camiseta militar, dice: “Movió y con el escáner logramos detectar. Y después me pasaron la cámara técnica y ya con eso” (sic). Sarmiento aquí pregunta: “¿Físicamente, la ven?” Los rescatistas dicen que no. De la Fuente aclara: “En la parte de movimiento y en la parte térmica está confirmado. En la parte sonora no está confirmado, hay mucho ruido ambiental. Entonces tendríamos pues tratar de tomar una adicional” (sic). El rescatista de la camiseta militar interviene: “Yo creo que hay que girar”. Sarmiento, dirigiéndose a él dice: “¿Quién entraría otra vez? ¿Tú?” El rescatista asiente y un cuarto rescatista con casco blanco detrás de él dice: “Volvería a entrar él, mi almirante”. Sarmiento aquí se dirige a De la Fuente y le dice: “¿Tú también entrarías de nuevo?”. Este responde: “Sí, pero yo entro en la parte exterior. Yo llevo el apoyo técnico con él. Entraría la parte de la Secretaría de Marina, el grupo de rescate es el que entraría con él”. Sarmiento asiente y dice: “Ok, sale. Adelante”.

Aquí pueden ver la escena casi al completo. Ocurre entre el minuto 7:24 y el 8:45:

Un minuto después, Sarmiento declara de nuevo en directo, esta vez ante las cámaras de Milenio TV: “Responde a las señales, le indican que mueva las manos y al menos en el equipo térmico hay movimiento. Físicamente no la ven, pero con el equipo térmico está respondiendo, entonces ahorita lo que van a hacer es corroborar por otro medio que realmente esté la niña ahí y entonces ahora sí meter más equipos para poder sacarla”. Pueden verlo aquí:

Conversé por teléfono con Juan Ramiro de la Fuente, voluntario civil, miembro de Rotary International, unos días después, cuando se encontraba, según me dijo, ayudando en otras labores de rescate en Oaxaca.

De la Fuente tiene 20 años de experiencia en rescate en estructuras colapsadas y opera ese equipo térmico y de ultrasonido, propiedad del Rotary, desde hace unos dos años. Le pregunté si la explicación que vimos por televisión fue en realidad en directo. Es decir, si el subsecretario Sarmiento se enteró al mismo tiempo que todos los televidentes de los hallazgos del equipo que él manejaba. Me dijo que sí.

Es decir, el responsable del centro de mando de la Marina permitió que se le diera una información extremadamente sensible, la posible confirmación de la detección de un sobreviviente, ante las cámaras. Convirtiendo así uno de los momentos claves del supuesto rescate en un espectáculo televisivo.

Si uno ve las imágenes o relee la descripción, puede ver cómo lo que era en principio la detección de una variación de temperatura y cierta cautela de De la Fuente recomendando la confirmación de este hallazgo con un nuevo ingreso de un rescatista en el boquete donde se presume se encuentra la niña, se convierte ante cámaras, en cuestión de segundos, en “un cuerpo vivo” que “mueve los dedos”.

Quise conocer la versión de los dos oficiales de Marina al mando, entender por qué habían permitido que las cámaras presenciaran esta y otras escenas igual de delicadas, y preguntar acerca de la manera en que habían manejado la información que iban recibiendo durante el rescate. Solicité a la oficina de Atención a Medios de la Secretaría de Marina, tanto por teléfono como por email, conversar con el almirante Sarmiento y el almirante Vergara, pero nunca recibí respuesta.

En mi conversación con De la Fuente, le pregunté qué es lo que había podido detectar su equipo, ahora que sabíamos que no había ahí ningún cuerpo con vida en el lugar donde trabajó su escáner. Luego de una compleja explicación, en la que me dijo que “lo que hacen estos equipos son dar probabilidades, porcentajes de aproximación a una hipótesis”, De la Fuente recalcó que su equipo “detectó una temperatura” y “unos sonidos de movimiento”. A continuación, comentó que durante los trabajos tuvieron varios falsos positivos.

Cuando insistí en qué podían haber sido esas temperaturas y movimientos, me dijo: “Muchas cosas, por ejemplo, si tú tienes una entrada de luz a esa zona, por cualquier orificio, esa entrada de luz puede calentar una superficie y eso te lo puede marcar la cámara térmica, si tú tienes un tubo o una lámina o un cable y en la parte exterior está expuesto al sol, como es un conductor puede generar un aumento de temperatura. Esos son los falsos positivos normales en un rescate”.

Sin una multitud de cámaras delante, De la Fuente seguramente habría podido explicarle esto al almirante Sarmiento, quien, a su vez, podría haber tomado con pinzas la delicada información. En una transmisión en vivo y en directo, “unas temperaturas” se convirtieron en pocos segundos en “un cuerpo con vida”.

Tanto Danielle Dithurbide como otros periodistas –Televisa no fue el único medio que desplegó reporteros y cámaras en la escuela Rébsamen y fue dando detalles sobre la niña y su inminente rescate- tienen parte de responsabilidad al haber transformado esta historia en una telenovela en vivo. Pero casi toda esa responsabilidad recae en la espectacularización propia de la televisión en directo antes que en el trabajo individual de uno u otro reportero.

Incluso algunos medios y periodistas que luego se han colgado medallas incurrieron en prácticas cuestionables, presas también ellos de la urgencia del directo. Por ejemplo, hay cierto consenso entre la prensa y el público mexicano en que quienes desbarataron la «farsa» de Frida Sofía fueron Carmen Aristegui y los reporteros de su canal online Aristegui Noticias. Lo cual, en realidad, no es cierto.

Aristegui y su equipo plantearon dudas sobre lo que ocurría en la escuela Rébsamen, alguna de ellas alarmada y alarmante, pero no lograron desbaratar nada porque no llegaron a verificar nada. De hecho, hicieron lo mismo que criticaron a sus colegas de Televisa y otras cadenas: repetir -o amplificar- testimonios ajenos sin hacer esfuerzo alguno para contrastarlos.

Dos ejemplos.

El día 20 las 12.12 del mediodía, Aristegui conectaba por teléfono con su reportera Laura Castellanos, quien desde el colegio Rébsamen le decía:

Es una buena noticia. La maestra Amalia Carrillo de sexto de primaria nos dice que desde hace 40 minutos ubicaron a una niña que movió la mano y la están hidratando, precisamente a través de una de estas camelback, le están dando agua, no saben quién es esta niña, simplemente la tienen ubicada y están en las labores de rescate.

A continuación, Castellanos empieza a dar el reporte de algunas personas que han sido encontradas en el área cuando alguien la interrumpe, a lo que Aristegui replica: “Laura, ¿qué sucedió?» Y Castellanos aclara:

Lo que pasa, me están pidiendo un momento, me acaban de proporcionar la información de la otra persona adulta, cuerpo femenino, me pasaron los datos pero ahorita se está acercando un funcionario de la oficina del Comisionado Nacional de Seguridad y me está…que todavía yo no mencione esta información que directamente me dio la agente del Ministerio Público. Esperamos un momento a que él me precise esta información, Carmen. Bueno, lamentablemente como estoy ahorita en una mesa cargando el celular en la mesa precisamente pensaron que yo era autoridad y ahorita me dieron esa información a mí.

Pueden ver la secuencia entera desde el minuto 4:13:00:

Pero el momento cumbre de la transmisión de Aristegui Noticias llegaría sobre las 13.00 de la tarde del jueves 21 de setiembre, cuando Carmen Aristegui pone en pantalla y conversa, en vivo, con un muchacho llamado Dorian Riva.

Según explica Aristegui, Riva es «un joven traductor alemán que esta mañana acompañó a los brigadistas alemanes y escuchó a un jefe policiaco mexicano que Frida Sofía no existe y que la esperanza de vida es nula, qué tremendo». Tras la introducción, Aristegui conecta con Riva para que de su testimonio en vivo:

Estaba yo afuera y comenzaron a preguntar por voluntarios que traducieran (sic) alemán para los brigadistas alemanes y entré. En lo que nos daban un casco y todo para, pues para ayudar, me puse a platicar con uno de los encargados de la policía federal, el cual me contó que todo eso de Frida Sofía y que están intentando rescatar gente pues que no es cierto, que solamente están intentando que el edificio no colapse. O sea que hay gente adentro pero que la esperanza de vida que tienen es nula, que ya no se les puede salvar, o sea que es muy difícil, pero pues me dijo que eso de que Frida Sofía está dentro, que ni siquiera existe una Frida Sofía, ni siquiera saben qué nombres hay, ni siquiera saben dónde están, o sea en sí no están intentando salvar gente. simplemente están rescatando el edificio. Y me enseñó una foto de una señora alemana que rescataron hace un rato. Él tiene la foto únicamente, dice que no quiere lucrar con la desgracia de los demás y por eso no va a mandar la foto, pero dijo que rescató una alemana y que ahorita ya no están rescatando gente, que solamente están pues, este, evitando que el edificio colapse.

La periodista, desde el set, replica:

Dorian, lo que nos cuentas es muy fuerte porque efectivamente se ha creado una expectativa nacional sobre esta niña, se han hecho crónicas, informaciones que hablan, y las hemos aquí comentado, citando a los medios que están compartiendo estas crónicas, una serie de informaciones en donde se dice que Frida Sofía, la presunta Frida Sofía, habría pedido ayuda, que la única palabra que había pronunciado era auxilio, que había movido la manita, que la habían hidratado, todo eso que se ha ido diciendo a lo largo de las horas, si no existe una niña Frida Sofía, bueno, pues, se pone en duda la historia misma.

El improvisado traductor insiste:

A mí me dijo que todo eso que se está comunicando desde adentro y que hay gente con ella y con eso, que es mentira. No hay ninguna comunicación desde adentro, y que pues no se sabe si hay gente acompañando a la tal Frida Sofía, no se sabe.

Aristegui comenta la ausencia de padres de Frida Sofía y Riva le dice:

El policía dijo también que no hay ningún papá aquí dentro reclamando niñas o niños, que no hay nadie esperando a sus hijos, y ahí me dijo «si tú fueras papá, a poco no estarías aquí esperando a tu hija, no te moverías de aquí». Dice que no hay ningún papá aquí y que la directora del colegio Rébsamen está yendo de casa en casa a preguntar si están los papás y los hijos, para saber en verdad quién falta. Porque no saben quién falta, no se sabe cuántas personas hay adentro y no se sabe quiénes son.

Luego de esto, finalmente, Aristegui parece recordar que el trabajo periodístico no se limita a ponerle un micrófono delante a una fuente para que declare sin filtro, por muy explosivo que sea su testimonio, y dice:

Déjame regresar al punto de tu fuente en este momento, Dorian. Volvemos a decir, tú eres un joven que está trabajando en este momento ayudando a los brigadistas alemanes, que han venido a México a ayudar en la tarea estructural y en este trabajo de traductor del alemán tuviste acceso a lo más cercano, precisamente del asunto, estás directamente trabajando con los alemanes en la traducción. Ahí es cuando este diálogo tuyo con un elemento policiaco o militar o… ¿puedes reconocer quién te dijo lo que nos estás diciendo ahora?

El muchacho responde:

No, no me sé su nombre, pero era un miembro de la policía federal, quien acompañaba al encargado de todo esto que está pasando aquí en el colegio Rébsamen. Era el encargado de todo, estaba organizando todo, estaba viendo quién debe entrar y quién no debe entrar, él decía qué se necesita y qué no se necesita, el que me dijo esto iba acompañando a esa persona.

Aristegui aquí -de nuevo, en vivo y en directo- hace las preguntas que algún periodista tendría que haber hecho antes de poner el testimonio en cámara:

Quieres decir que es alguien que lleva mando en la escena de rescate. Perdón que te lo vuelva a preguntar de esta manera, Dorian, ¿cómo es que fraseó las cosas? ¿recuerdas exactamente cómo te lo dijo? ¿por qué empezaron a hablar del tema? ¿cómo se dio la conversación entre tú y esa persona que ahora nos estás compartiendo?

Aquí pueden ver toda la entrevista:

Recapitulemos. Una de las periodistas más prestigiosas y respetadas de México, azote de los poderosos y crítica severa de sus colegas, pone en pantalla, en vivo y en directo, a un muchacho ubicado en una zona de desastre del que no sabe absolutamente nada, tan solo el nombre, para que su testimonio se tumbe la operación de rescate que realiza la Secretaría de Marina. Testimonio que, como el mismo muchacho admite, está basado en lo dicho por un tercero, cuya identidad desconocen tanto el entrevistado como la periodista.

¿Cuál es la diferencia, visto lo ocurrido en la cobertura del rescate en el colegio Enrique Rébsamen, entre el trabajo de Carmen Aristegui y su equipo y el de Danielle Dithurbide o Denise Maerker?  ¿Quién hizo más esfuerzos por verificar los testimonios que ponían en pantalla? ¿De quién podemos decir que intentó conducirse con el mínimo rigor periodístico exigible?

Que Dorian Riva estuviese parcialmente en lo cierto resulta irrelevante. Aristegui, cuando decidió ponerle una cámara y un micrófono delante, no tenía cómo saber que el muchacho no mentía o su relato era cierto.

El periodismo es, sobre todo, un método, un procedimiento. Y aquí el procedimiento, visto lo visto, tuvo el mismo rigor que una tirada de dados en una mesa de casino. Lo que, lastimosamente, es demasiado habitual en el periodismo televisivo que se hace en vivo.

Muchos periodistas y parte del público ven en la transmisión en directo una cima del periodismo. Un error que historias como esta desnudan. Se piensa que es así porque, posmodernos todos, creemos que la información trabajada por un periodista está mediatizada, y esa mediación supone un obstáculo para conocer la verdad. La cámara transmitiendo en directo y el periodista narrando al mismo tiempo lo que nuestros ojos ven serían así el ejemplo más puro de periodismo no contaminado por la subjetividad humana.

Pero, en realidad, es precisamente debido a la mediación, a que un periodista se da el trabajo y se toma el tiempo de verificar, contextualizar y narrar unos hechos que ha presenciado o reconstruido a partir de testimonios ajenos, que el periodismo puede acercarnos a la verdad.

El periodismo en directo es casi un oxímoron. En directo pueden presenciarse y hasta narrarse hechos, pero verificarlos y dotarlos de contexto se hace extremadamente difícil. El directo añade una barrera aun más alta, muchas veces infranqueable, a la de por sí complicada labor de hacer periodismo.

Pese a ello, algunos de los periodistas presentes en la escuela Enrique Rébsamen, entre ellos Dithurbide, lo intentaron. Luego de conversar con ella y contrastar su testimonio con decenas y decenas de horas de transmisión, los reportes de otros periodistas y las declaraciones de las distintas personas que hablaron para la televisión, mi conclusión es que su trabajo estaba condenado al fracaso. No porque confiara en una fuente oficial sin verificar, como muchos criticamos instantánea y alegremente en redes sociales. Sino porque esas fuentes oficiales se encontraban montadas junto con los rescatistas en una montaña rusa de entusiasmo de la que nadie, ni siquiera los periodistas, supo bajarse.

Ese es uno de los peligros del directo: sin tiempo para digerir la información resulta extremadamente difícil, si no imposible, que un periodista haga a un lado las emociones de un rescate que ofrece un envión de esperanza en medio de la tragedia.

En una zona de desastre quien controla todo, incluido el flujo de información, debe ser la autoridad al mando. Los periodistas debemos hacer nuestro trabajo intentando no poner en riesgo las labores de rescate, mucho más importantes que la labor informativa ya que de su éxito depende la vida de personas. Muchas veces, eso supone confiar en la información que nos brinda una fuente oficial. No es una confianza a ciegas, ni mucho menos. Hay formas de verificar de forma suficiente lo que se nos dice sin entorpecer los trabajos.

¿Qué podía hacer un periodista que retransmite en directo cuando alrededor reina el caos y el entusiasmo y la principal fuente de información es oficial? Podía haber buscado las listas de alumnos del colegio. Podía haber insistido en hablar con los supuestos padres que aguardaban el rescate de su hija. Dithurbide me dijo que lo hizo, pero cuando uno de los supuestos padres señalados por el almirante Vergara le pidió respeto, accedió a su pedido y se retiró sin más preguntas.

El problema mayor en el colegio Enrique Rébsamen fue que quien debía controlarlo todo no ejerció ningún tipo de control. Los oficiales al mando no solo no manejaban el flujo de información y recibían datos sensibles -que hubieran tenido que valorar y confirmar en privado- delante de las cámaras. Esa información no solo provenía muchas veces de fuentes civiles sobre las que no tenían ninguna autoridad ni control, sino que, como he explicado ya, la repetían casi de inmediato ellos mismos frente a las cámaras, convirtiéndola así en oficial.

Luego, los rescatistas que habían sido el origen de la información volvían a compartirla ante otras cámaras, sazonando su pequeña pieza con los detalles declarados por otra fuente, haciéndolos suyos sin filtro alguno y acrecentando la bola sin que nadie se percatara ni pisara el freno.

Aquí, por ejemplo, un rescatista que supuestamente ingresó al boquete por donde se buscaba rescatar a Frida Sofía cuenta que «la niña hablaba por teléfono y le mandaba whastapps a la directora»:

Aquí otro indica que escuchó «unas voces muy débiles de una niña, al parecer de nombre Sofía…se le preguntaba su nombre y decía ‘Sofi, Sofi'»:

Aquí un tercero dice que es posible que haya más de un niño «porque se confirmó con cámara termodinámica» (sic):

Y aquí un cuarto señala que «la niña lloraba, pero muy muy muy bajo, en un tono muy bajo. Se siente que está muy desgastada. Se escuchaban lloriqueos. Dos diferentes niños, niños más chicos, más pequeños que ella. Ella se escucha una niña ya…yo no soy experto, pero arriba de 10 años»:

Y aquí Juan Ramiro de la Fuente, el rescatista del Rotary que manejaba el escáner térmico, vuelve a declarar delante de cámaras sobre los «hallazgos» de su equipo. Entre otras cosas, dice que «al momento que generamos la pregunta [a la niña] inmediatamente nos contestó, se comunicó, se escuchaban quejidos en el ultrasonido»:

En esta otra entrevista un oficial del Ejército, que también maneja un escáner térmico, afirma que el aparato les «ha permitido identificar oportunamente» hasta «cinco cuerpos con vida», cuya «ubicación está perfectamente bien identificada». Pero además, dice el oficial, hicieron «contacto con una niña, de nombre Sofía, que lloró, y estaban algo desesperados»:

Los picos más altos de ese descontrol informativo ocurrieron la noche del día 20, cuando distintos rescatistas anunciaron a las cámaras que Frida Sofía había sido rescatada:

¿Podemos atribuir todos esos testimonios a la mala fe? ¿Podemos suponer que todas esas personas que dijeron haber detectado, sentido, oído, visto a una inexistente niña debajo de los escombros de un colegio tras un terremoto están mintiendo interesadamente? ¿Podemos argüir que existió un oscuro poder intentando manipular a una población en estado de shock en medio de un desastre nacional?

Sí, claro. De hecho, no son pocos los que lo han hecho. No voy a premiar a los conspiranoicos con links pero Google, Facebook y Youtube están repletos de artículos, columnas, declaraciones y videos en esa línea.  El binomio Gobierno de México y Televisa supone un sueño húmedo para los teóricos de la conspiración.

Pero, como he mostrado, Televisa no fue la única televisora que convirtió esta historia en una telenovela ni todos los rescatistas que salieron a declarar eran agentes de alguna entidad estatal o gubernamental. Por supuesto, cabe la posibilidad de que todos esos marinos, militares, civiles y periodistas estuvieran compinchados para engañar a un país entero pero, la verdad, visto el caos informativo y la cantidad de gente que había en el colegio Enrique Rébsamen, resulta bastante difícil de creer.

Como sabe cualquier aficionado a desmenuzar teorías de la conspiración -y yo me cuento entre ellos- la inmensa mayoría de las veces aquello que queremos atribuir a un cerebro maligno y un aceitado engranaje de manipulación es achacable, en realidad, a la inepcia o el azar. Y, también, a las diversas y complejas maneras que tiene de engañarnos nuestro propio cerebro.

Luego de que la Marina pidiera disculpas y se reafirmara en que Frida Sofía nunca existió, otro rescatista, este llamado Antonio Juárez Valladares, se convirtió en noticia gracias un video de Facebook Live que colgó en su cuenta personal. Júarez Valladares ha eliminado ya el video, pero hay varias copias que sobreviven en Youtube y en otros muros de Facebook:

Esta es la transcripción de su testimonio, que fue visto por cientos de miles de personas en Facebook, Twitter y Youtube:

Hola, tengo dos minutos para decirles. En verdad, estuve ahí. Cuando empezamos a rascar por la parte de arriba del colegio Rébsamen, encontramos una vocecita de una niña, le pedimos cómo se llamaba y la niña nos respondió ‘Sofía’. Es verdad, hay una niña ahí de nombre Sofía, yo y otros brigadistas estábamos ahí, alrededor de ocho, vino un marino que con su radio y un escáner detectó el calor y nos dijo ‘sí, aquí hay vida’. Empezamos a golpear, la niña nos respondió y le preguntamos ‘Si estás viva, golpea dos veces», golpeó las dos veces. Le preguntamos «Si estás con más personas, golpea por cada una de esas personas» y nos golpeó tres veces. Con un micrófono especial, un especialista, un topo, le preguntó si estaba con alguien más y se escuchó que estaba con tres personas y estaba debajo de una mesa. Hablé con la maestra, la dueña de esa casa, que es la maestra Mónica y nos dijo que sí, en efecto hay una mesa de granito con polines de metal, que era la mesa principal y que posiblemente los niños, o los adolescentes, habían corrido hacia su casa para salvarse o por algo llegaron ahí. El chiste es que no solamente hay esas cinco personas, no solamente está el nombre de Frida Sofía sino también hay otras personas, aparentemente cinco o cuatro por lo que escuchamos con el sonar, con el infrarrojo, que están en el primer piso. Hoy 21 de setiembre nos han sacado a las cinco de la tarde, la Marina nos retiró, tuvimos una entrevista con medios que no ha salido a televisión diciendo «sí existe una niña llamada Sofía», estábamos ahí ocho personas inclusive un capitán de la Marina que tuvo comunicación con el almirante y el almirante no se dejó llevar por dudas. Supo de su existencia, aparentemente hicieron una mala maniobra que colapsó la manera en cómo iban a rescatarla, pero al colapsarla se perdió la posibilidad de rescatarla, por eso la están desapareciendo. Muy trucha, que esto no vaya a pasar en otros lugares, que la Marina no vaya a desplazar a los topos y a los civiles, por favor difundan esta información.

En esta secuencia de imágenes, sacada de la transmisión de Televisa del día 19, puede verse a Juárez Valladares en el rescate del colegio Rébsamen. En esta escena, el rescatista, reconocible por el chaleco fucsia que lleva también en su video, ingresa al boquete donde se suponía que se encontraba Frida Sofía, luego sale y pide silencio:

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Al comienzo de mi investigación, tras ver el video de su testimonio y atisbarlo en varios momentos de la transmisión de Televisa y otros medios, intenté ubicar a Antonio Juárez Valladares. Dado que, según averigüé, es payaso y su nombre artístico –ToTo, el payaso loco– es bastante específico, pensé que no sería muy complicado comunicarme con él. Intenté por varios medios pero no obtuve respuesta. Sin mucha esperanza, dejé un mensaje directo a través de su cuenta personal de Facebook.

Durante semanas, Juárez Valladares ni siquiera vio mi mensaje. Hasta que, unos veinte días después, el viernes 13 de octubre por la noche una alerta de Facebook me indicó que el payaso había aceptado y visto mi mensaje. Tras unos minutos, a las 23.25, Juárez Valladares me envió un mensaje de voz. Intercambiamos unos cuantos mensajes de inmediato y acordamos una entrevista para la mañana siguiente.

Charlamos durante una hora y cuarto. Una de las primeras cosas que me dijo y que volvió a recalcar varias veces durante nuestra conversación es que él no es rescatista. El chaleco que llevaba durante las labores del colegio Rébsamen pertenece a Escápate Ecoturismo, una agencia de viajes que busca, según su propia página de Facebook, «fomentar experiencias de turismo que aperturen la visión de cada viajero y generen sensibilidad cultural, ecológica y social en nuestro país y otras latitudes». Juárez Valladares trabaja con la agencia y participa en sus viajes, donde realizan actividades como «rescatar huevos de tortuga de los desoves».

En esta imagen de la página de Escápate Ecoturismo se puede ver a Juárez Valladares llevando el chaleco que lo haría reconocible en la zona de desastre del colegio Rébsamen:

La razón por la que llevó el chaleco durante las labores de rescate, me dijo, fue que «era lo único fosforescente, visible» que tenía. Ocurre que, como el mismo Juárez Valladares me dijo, «en esa situación todas las personas que llevaban algún chaleco se convertían en rescatista. Así tuvieras el chaleco debajo de la almohada, lo sacabas y en la calle automáticamente ya eras un rescatista».

Luego del terremoto del 19, según su propio relato, Juárez Valladares se quedó en casa escuchando la radio porque «no había internet, no había celular». Luego de dos horas, un vecino le tocó la puerta, le mostró videos de edificios colapsados en otras zonas de la ciudad que había recorrido caminando de vuelta de la oficina y le dijo que debían ir a ayudar. Juárez Valladares le hizo caso y, según me contó, pasó la tarde colaborando en distintas labores, sacando escombros, alcanzando alimentos, cargando herramientas, hasta que, caída la noche regresó a su casa.

Pese al agotamiento, no consiguió dormir. «Mientras yo estoy durmiendo hay alguien que está ahí debajo de los escombros», me dijo que pensaba. Así que se levantó, se duchó, volvió a ponerse el chaleco y salió a buscar lugares para seguir ayudando. Pasó por varios pero todos se encontraban ya bien organizados y no necesitaban más manos.

Luego de caminar un rato, sobre las 4.00 de la madrugada, llegó al colegio Rébsamen. Ahí «no sé por qué estaba hecho eso un bunker para entrar, pero adentro era un desmadre, no estaba nada organizado». Que el acceso estuviera fuertemente resguardado podía deberse a que, horas antes, sobre las 22.00 de la noche, el presidente Enrique Peña Nieto había visitado la escuela:

Las razones de la desorganización dentro de la escuela, bueno, podemos achacarlas al descontrol de las autoridades al mando y el caos general que, como he relatado, dominó esa zona de desastre particular de inicio a fin.

Juárez Valladares, me dijo, logró ingresar ayudando a un voluntario que había traído una olla de tamales y unos recipientes con café. Una vez superados varios retenes, dejó el café y un rescatista le pidió que se quedara a cargo de picos, palas y otras herramientas. Según avanzaba la noche tuvo que aprender qué era un «disco de corte limado», y que una «maceta» en argot de construcción es una especie de martillo grande de doble cara.

Ya a la mañana, Juárez Valladares entra en contacto con otro rescatista que también ganó fama durante el rescate del colegio Rébsamen. Se le conoció por el apelativo Jorge ‘Houston’ debido al estampado de la sudadera que llevaba:

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En este Moments de Twitter pueden ver más sobre ‘Houston’

Según Juárez Valladares, «si Cantiflas fuera rescatista sería Jorge ‘Houston’, era la representación viva del pueblo mexicano». Pero los espectadores no pudimos ver ese despliegue de carácter costumbrista que hizo popular a ‘Houston’ entre quienes se encontraban en la zona de desastre. Lo que sí pudimos ver fue cuando el rescatista de la sudadera estampada, a quien los periodistas en la zona describían como «un hombre de complexión delgada, piel blanca y cabello negro», ingresaba o salía de alguno de los boquetes que se suponía conectaban con el lugar bajo los escombros donde se encontraba Frida Sofía.

De hecho, es a Jorge ‘Houston’ a quien Juárez Valladares está asistiendo cuando lo vemos entrar y salir de un boquete en la secuencia de imágenes varios párrafos arriba. Según me dijo Juárez Valladares, «Jorge era de esas personas que no creen en el gobierno y no quería que ningún marino lo tocara». Por eso le pidió a él que lo asistiera con la soga y las herramientas cuando entró a buscar a la supuesta sobreviviente que luego conoceríamos como Frida Sofía.

¿Por qué ingresó también Juárez Valladares al boquete? Según su relato:

No había cuerdas de vida profesionales, eran unas cuerdas que aquí les decimos mecates, amarillos, que consigues en cualquier ferretería. No había equipo. Entonces el marino me dice muy cortésmente ‘¿quieres entrar?’, el Jorge ‘Houston’ mientras me está diciendo ‘¡Pásame una cegueta, pásame un polín!’. Pero ya estaba muy adentro, muy adentro. Y cuando le digo sí, yo ya estaba dentro. Me habían empujado. Cuando dije sí, el marino y un topo, que se supone que son los que debían estar ahí, me meten.

No tengo cómo verificar esa parte del relato de Juárez Valladares, la Marina no respondió a mi solicitud y nadie ha sido capaz de ubicar a Jorge ‘Houston’, el «héroe anónimo» de la escuela Enrique Rébsamen. Pese a ello, el testimonio que da del desgobierno y desorganización que reinaban en el rescate del colegio Rébsamen coincide con lo que he podido ir reconstruyendo y que, de hecho, todos pudimos ver a través de la televisión. 

Lo que no coincide, al menos con el consenso general alcanzado tras las declaraciones y disculpas de los almirantes Vergara y Sarmiento, es su aseveración de que en las ruinas del colegio Rébsamen sí había personas vivas. Entre ellas una niña «llamada Frida, que no se llamó Frida, no sé ni por qué le pusieron Frida, se llamaba Sofía y estaba ahí». Ella y el resto, según Juárez Valladares, habrían sido abandonados a su suerte por la Marina y el gobierno.

Cada vez que le pregunté si seguía pensando lo mismo, si se reafirmaba en lo dicho en su famoso video de Facebook, la voz de Juárez Valladares se quebró, lloró y me dijo que sí. También me dijo que llevaba varios días sin dormir y sentía fiebres.

No soy experto en estrés postraumático ni pretendo diagnosticar a nadie. Solo un profesional en psiquiatría, luego de auscultar a los pacientes, podría afirmar si es el caso. Pero resulta útil ver los varios testimonios de los rescatistas -Juárez Valladares incluido-, que afirmaron durante dos días que habían visto, oído o percibido a una niña, a la luz de lo que sabemos ocurre con la memoria y el proceso de formación de recuerdos cuando nos enfrentamos a situaciones de estrés elevado.

Según explica el doctor Bessel van der Kolk en su libro The Body Keeps the Score: Brain, Mind, and Body in the Healing of Trauma, «enfrentados al horror, este sistema [de formación de memoria] se ve abrumado y se quiebra». En estudios donde han replicado en laboratorio las condiciones que producen experiencias traumáticas, se ha descubierto que…

…cuando se reactivan rastros de los sonidos, imágenes y sensaciones originales, el lóbulo frontal se apaga, incluyendo la región necesaria para poner nuestros sentimientos en palabras, la región que crea nuestra sensación de ubicación temporal, y el tálamo, que integra la data en bruto de nuestras emociones. En este punto, el cerebro emocional, que no se encuentra bajo nuestro control consciente y no se puede comunicar con palabras, se adueña de la situación. El cerebro emocional (el área límbica y el tallo cerebral) expresa su alteración a través de agitación emocional, fisiología corporal y acción muscular. En condiciones normales los dos sistemas de memoria -racional y emocional- colaboran para producir una respuesta integrada. Pero la agitación emocional no solo altera el balance entre ambos sino que también desconecta otras áreas del cerebro necesarias para el almacenamiento y procesado de información, como el hipocampo y el tálamo. Como resultado, las huellas de experiencias traumáticas no están organizadas en relatos con coherencia lógica sino en sensaciones fragmentadas y rastros emocionales.

A sabiendas de la manera en que se comporta nuestro cerebro ante situaciones traumática, no podemos pretender que rescatistas voluntarios, sin mayor experiencia en zona de desastres ni en manejo de situaciones de alto estrés, mantengan la calma, el orden y además se conviertan en voceros confiables cuando tienen una cámara o un micrófono delante.

No se puede decir lo mismo de profesionales entrenados y experimentados, como se supone que son dos altos oficiales de la Marina como los almirantes Vergara y Sarmiento, y el resto del personal militar que estuvo apostado en el colegio Rébsamen. Si bien estos también pueden ser presa del estrés postraumático, debido a su entrenamiento sí podría exigírseles cautela a la hora de manejar información delicada y que no contribuyan al caos informativo con declaraciones a cámara en vivo.

Fue así que una niña inexistente mantuvo en vilo a un país gracias a la cámara de eco que construyeron unas autoridades irresponsables -que además intentaron luego escurrir el bulto- y unos medios presos de la espectacularidad del directo, sobre las ruinas de un colegio en el que murieron 19 niños y siete adultos. Estos sí, todos de verdad. De ellos seguimos sin saber casi nada.

*Fe de erratas del día domingo 22 de octubre de 2017: En dos momentos distintos, el mapa de Google Maps incrustado ha mostrado una dirección incorrecta del colegio Enrique Rébsamen. Existen varios colegios con ese nombre en distintas ubicaciones, cosa que advertí mientras trabajaba en el artículo. Cuando se publicó el jueves, a los pocos minutos un lector me advirtió por primera vez de que el mapa mostraba otro colegio. Lo corregí y no le di más importancia, pensando que yo mismo me habría equivocado en alguna de las múltiples ediciones de la nota. El domingo 22 de octubre de 2017, otro lector, esta vez en los comentarios, ha vuelto a señalar un error en la ubicación. Así que he colocado una imagen fija en lugar del mapa incrustado.

Manuel Bartual se está viralizando o ¿para qué sirve -y a quién le importa- el periodismo cultural?

Hay dos formas de contemplar la vida (…) La primera dicta que todo cambia, nada está inherentemente conectado, y la única fuerza motor en la existencia de cualquier persona es la entropía. La segunda manda que todo más o menos se mantiene igual y que todo se encuentra completamente conectado, incluso si no nos damos cuenta de ello.
(…)
Nada puede apreciarse en el vacío. De eso se trata la «cultura acelerada». No es tanto que «acelere» las cosas sino que fuerza todo para que encaje en el mismo muro de sonido. Lo que no es necesariamente trágico. El objetivo de estar vivo es descubrir qué significa estar vivo, y hay innumerables formas de deducir la respuesta. Yo simplemente prefiero examinar la pregunta a través del contexto de Pamela Anderson y The Real World y las Zucaritas. Desde luego, no es menos plausible que intentar entender a Kant o Wittgenstein.
(…)
Por sí solo nada es realmente importante. Lo que importa es que nada es nunca «por sí solo».

El autor de las líneas de arriba es Chuck Klosterman, un ensayista norteamericano al que tengo por uno de mis periodistas culturales favoritos. La cita proviene de la introducción de Sex, Drugs, and Cocoa Puffs: A Low Culture Manifestouna recopilación de ensayos donde Klosterman, un obseso de la cultura pop, analiza fenómenos como los alcances socioculturales de la archiconocida rivalidad entre los Lakers y los Celtics en la NBA; las similitudes y diferencias entre Marilyn Monroe y Pamela Anderson como mitos eróticos americanos; o las razones por las que la música country es superior al pop y el rock a la hora de «expresar la condición humana» (nota al margen: sobre este último tema ha insistido hace poco Malcolm Gladwell en el que quizá es el mejor episodio de la segunda temporada de su podcast Revisionist History).

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Portada de la primera edición del libro de Klosterman

Esas líneas en negrita allá arriba -«todo se encuentra completamente conectado, incluso si no nos damos cuenta de ello» y «Nada puede apreciarse en el vacío (…) Por sí solo nada es realmente importante. Lo que importa es que nada es nunca ‘por sí solo'»- me retumban en la cabeza cada vez que pienso en el periodismo cultural.

Cuando empecé como periodista, a principios de los años 2000, todo lo que hacía era periodismo cultural. Entrevistas a artistas, escritores, músicos o cineastas. Reseñas de exposiciones, libros, discos, conciertos y películas. En el año 2003, luego de haber publicado esporádicamente en diarios peruanos desde España, me contrataron para formar parte de una nueva revista que iba a empezar a publicarse en Madrid.

Una de las primeras notas que hice fue una entrevista a un músico sueco del que no sabía absolutamente nada. Por entonces yo era un mocoso pedante que no estaba dispuesto a admitir en público que ignoraba algo que los mayores a su alrededor comentaban con soltura. Si ellos lo conocían, lo habían escuchado, visto o leído, entonces yo también debía haberlo hecho. Aunque en ese momento fuera mentira y tuviera que correr luego a ponerme al día.

Así que cuando mi jefe me dijo que Eagle-Eye Cherry estaba sacando un nuevo disco y yo debía entrevistarlo al día siguiente, asentí y me puse manos a la obra. Sin más. Dándole a entender que sabía perfectamente de quién estábamos hablando. Por supuesto, no tenía ni la más remota idea.

En 2003, Youtube todavía no existía; Wikipedia, que había nacido dos años antes, aún no albergaba todo el conocimiento inútil que uno pudiera necesitar; y googlear era un verbo nuevo, utilizado como tal por primera vez solo unos meses antes en un episodio de Buffy, cazavampiros. No recuerdo cómo, pero me las ingenié para aprender a la carrera todo lo que pude sobre el señor Cherry y no sentirme un ignorante cuando lo tuve enfrente.

Mi nota se publicó unas semanas después en el primer número de la revista. Un colega de la redacción la leyó y me hizo el mejor cumplido de mi corta carrera periodística: «No tenía idea de que eras fanático de Eagle-Eye y sabías tanto de la familia Cherry».

El padre de Eagle-Eye, Don Cherry, había sido un conocido trompetista de la época del free jazz; varios de sus hermanos eran también músicos de jazz y su hermana Neneh había tenido un par de éxitos como rapper en Inglaterra a finales de los 80. El primer disco de Eagle-Eye vendió cuatro millones de copias y se convirtió en platino en 1998. Es probable que, incluso sin saberlo, todos ustedes hayan escuchado alguna vez el single más famoso de ese álbum:

Esos detalles, que saqué de distintas fuentes, salpicaban la nota que escribí con la entrevista de 20 minutos que le hice al músico.

Muchos años después, le leí a uno de los mejores periodistas culturales que conozco, el peruano Enrique Planas, un resumen perfecto de todo esto:

El periodista escribe sobre lo que sabe y el escritor sobre lo que no sabe que sabe (…) El periodista está lleno de fórmulas, sabe detectar inmediatamente los conflictos cuando está contando algo, sabe qué preguntarle a un personaje y la velocidad es su virtud.

El trabajo principal del periodismo cultural es llamar la atención sobre la forma en que «todo se encuentra completamente conectado» y cómo «nada es nunca por sí solo». Es decir, la función básica del periodismo cultural es buscar esas conexiones, aportar el contexto necesario -o al menos suficiente- para que el lector sea capaz de apreciar el artefacto cultural -el todo y nada de las frases de Klosterman- del que se está hablando. Esto, por supuesto, no excluye la valoración que pueda hacer el periodista. Pero esa, la función crítica, es una segunda función, a la que solo se puede aspirar si se satisface la primera.

••••

El 28 de agosto de este año, el columnista Victor Lenore escribía en su espacio habitual del site El Confidencial un artículo en el que criticaba con dureza el, por entonces, último fenómeno de Internet en lengua española.

Una semana antes, el autor de cómics y editor Manual Bartual había publicado este tuit:

Con él, Bartual dio inicio a una historia de suspenso que duró seis días y mantuvo en vilo a un elevado número de usuarios de Twitter. Si no lo han leído, en esta página de Storify el propio Bartual han compilado su relato al completo.

El éxito de la historia en Twitter fue tremendo. Según el análisis realizado por Francesc Pujol, director del Centro Media, Reputation and Intangibles de la Universidad de Navarra y de quien he hablado ya antes en este blog, hasta el 28 de agosto los «373 tuits -que constituyen el relato- han generado un total de 445 000 retuits y 3 514 000 me gusta«. Según un artículo publicado por el site Verne de El País, Bartual ganó «más de 300 000 seguidores en una semana».

Si esos números no bastan para entender el éxito que supuso el relato de Bartual, estos dos cuadros, confeccionados por Francesc Pujol, ayudan a ponerlo en contexto. El primero compara la cantidad de retuits conseguidos por el relato con los obtenidos por los últimos 373 tuits de algunos de los principales medios de España:

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El segundo cuadro hace lo mismo, pero en lugar de fijarse en los retuits, pone la atención en el número de likes:

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La diferencia entre el alcance y engagement del relato de Bartual con la producción tuitera de los medios estudiados por Pujol es apabullante. Ese éxito hizo que muchos sites noticiosos en castellano, tanto en España como Latinoamérica, se lanzaran a escribir notas sobre el autor de cómics y su relato en Twitter.

«La inquietante historia de Manuel Bartual que está arrasando en Twitter», titulaba La Vanguardia. «Manuel Bartual, el Stephen King de Twitter», decía El Mundo (que un par de días después no perdía ocasión de juntar a Bartual con uno de los personajes más populares del internet español en otro titular: «Cristina Pedroche quiere dar las Campanadas… con Manuel Bartual»). «Manuel Bartual, autor del best seller del verano… ¡en Twitter!», gritaba ABC. «Manuel Bartual pone fin al fenómeno que ha ‘roto’ Twitter este verano», señalaba, recurriendo a un cliché clásico cuando de la Red se trata, 20 Minutos. «El misterio de Manuel Bartual y la tuitnovela que cambió la historia de Twitter», exageraba el popular site mexicano Sopitas. «La terrorífica historia de un tuitero en vacaciones que tiene a toda la red enganchada», seguía exagerando un poco La Tercera de Chile. «La aterradora historia que tuvo en vilo a Twitter», insistía El Tiempo de Colombia. «Manuel Bartual da por finalizada su popular historia en Twitter», apuntaba con sobriedad el site de la radio más escuchada de España, Cadena Ser.

Esa es solo una pequeña muestra de las decenas de artículos que las webs de noticias en español redactaron a toda prisa para intentar aprovechar la ola Manuel Bartual, una vez cayeron en cuenta del éxito que estaba cosechando en redes sociales.

¿Qué caracterizaba a todas esas notas que he citado y a casi todas las demás que se publicaron durante la semana que duró el fenómeno?

-La celebración acrítica.
-El ditirambo.
-La mención a usuarios famosos -futbolistas, actores y otras celebrities– que tuitearon acerca del relato.

Algunos periodistas, no muchos, levantaron el teléfono o escribieron un mensaje al autor para hacerle algunas preguntas. De esas notas, de aquellas en las que un periodista se tomó el trabajo de conversar con Bartual mientras el fenómeno ocurría, la mejor es la escrita por Pablo Cantó para Verne. Cantó no solo habló con el autor y le hizo alguna pregunta inteligente, sino que su artículo aporta contexto y antecedentes tanto de Twitter, los viejos tiempos del Internet pre-redes sociales y la literatura.

Mientras, el resto de artículos -casi todos intercambiables entre sí-, en el mejor de los casos se contentaban con mencionar a Orson Wells (cada vez que alguien monta un hoax o parecido, los periodistas corremos a buscar la entrada de Wikipedia sobre La guerra de los mundos y hacemos copy/paste) o traer a cuento a Stephen King (cada vez que un periodista está escribiendo y teclea las palabras «terror» o «suspense», la función autocomplete de su CMS añade el nombre del escritor de Maine).

Ese era el ánimo general en la prensa ante el éxito del relato de Bartual: un río de leche y miel desbordándose sobre campos de maná y fresas. Hasta que llegó Víctor Lenore y su columna de El Confidencial.

Lenore es un periodista y crítico cultural español, autor de un interesante libro acerca de cómo y por qué ser hoy moderno o hipster «alude básicamente a la capacidad de comprar ciertos productos que prescribe la industria cultural, tecnológica, publicitaria, de los medios y de la moda».

El libro de Lenore se titula Indies, hipters y gafapastas: Crónica de una dominación cultural. Consíganlo y léanlo, si pueden. Aunque centrado en el mundo cultural español y excesivamente influido por Zizek -con pinceladas de Thomas Frank, el periodista y crítico cultural americano que dedicó un libro fundamental a la estrecha relación entre consumismo y contracultura en 1997-, vale la pena incluso si uno no vive en España y, como yo, desconfía de los hijos intelectuales del filósofo pop por excelencia.

Leo a Lenore desde hace un tiempo, sobre todo desde que publica con regularidad en El Confidencial, quizá el site español que mejor cobertura cultural realiza hoy. Pese a que disfruto su mirada desprejuiciada sobre la cultura popular no canonizada por la intelligentsia ibérica, me divierte aun más estar casi siempre en desacuerdo con él.

Lenore es quizá el émulo más directo e interesante de Zizek en la prensa generalista española. Y al igual que le ocurre al filósofo esloveno leninista favorito de la izquierda antiglobalización y alrededores, sus juicios están marcados casi siempre por una mirada conspiranoica y anticapitalista de la cultura, y en ellos puede atisbarse ese ansia revolucionaria de salón propia del marxismo pop que lo hace soltar boutades como esta:

Así que cuando Lenore tuvo que entrar al trapo del éxito tuitero de Manuel Bartual, no se iba a andar con chiquitas. De arranque, Lenore tituló:

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«El bluf de Manuel Bartual».

Y de ahí la cosa solo fue in crescendo. Así como un relato construido con 373 tuits había convertido a Manuel Bartual en Stephen King a ojos de los periodistas que se rendían ante su éxito, el takedown del cáustico Lenore debía estar a la altura. Solo que en sentido inverso.

En su columna Lenore despachaba la historia de Bartual con frases del tipo: «siendo crueles, podemos describirlo como un Big Mac de la narrativa», o (las negritas son suyas):

Los únicos personajes relevantes son Bartual y el doble de Bartual. En tiempos de emergencia social, estos repliegues narcisistas hacia el ‘yo’ quitan mucho trabajo al autor (describir la interacción humana) y apuestan todo a las emociones desconectadas de las relaciones. En dos palabras: masturbación digital.

Un párrafo más adelante, vuelve a disparar:

Estamos ante una historia demasiado previsible, encerrada en la fugacidad del momento, el vacío cultural de finales de agosto; un limbo sin apenas competencia.

Para finalmente rematar:

Después de pensarlo unos días, me niego a celebrar esta trama, como rechazo celebrar el simple acto de leer. Lo que tiene valor es sumergirse en historias con un mínimo de profundidad.

Contra toda lógica, la mayoría de los periodistas culturales parecen encantados. Se trata de un contenido poco exigente, con gran eco de público, sobre el que se puede disertar sin apenas esfuerzo. ¿Estas son las ficciones que queremos prescribir, promocionar y legitimar? ¿Hola?

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El librito de Jay Rayner

Por supuesto, las tomas de posición extremas no son una novedad en el periodismo cultural, mucho menos las tomas de posición extremas negativas.

Todo el mundo sabe que es mucho más divertido escribir y leer reseñas negativas que positivas. Mientras más despiadadas, mejor. Lo explica el crítico de restaurantes Jay Rayner, uno de los más populares en el mundo anglosajón, en un librito en el que compiló veinte de las críticas más crueles que había escrito. En la introducción Rayner decía:

He sido crítico por más de una década (…) y si algo he aprendido es que a la gente le gustan las reseñas de restaurantes malos. No, tachen eso. Le encantan, se pegan banquetes con ellas como buitres hambrientos que han atisbado carroña putrefacta entre los arbustos por primera vez en semanas (…) Cuando comparo una cena con el sabor o el aspecto de fluidos corporales, el salón con una cámara de sadomasoquismo en Neasden (pero sin el glamour o la clase) y la cuenta con un robo, entonces, la multitud vociferante es verdaderamente feliz.

(…)

…la gente lee reseñas negativas por disgusto indirecto. Cada vez que destripo un local, sienten que me estoy tomando la revancha en ese restaurante en particular por todas las comidas de mierda que han sufrido en su vida en cualquier parte. En la era de la Web 2.0, cuando un artículo se ve completado con comentarios de lectores, uno puede sentir cómo la turba virtual se ha congregado alrededor de la víctima para gritar: «¡Mátalos! ¡Mátalos a todos!»

Lo que sí resulta algo más novedoso, propio de nuestros tiempos de ADSL de banda ancha, es que el extremismo con que expresamos nuestra adoración u odio en Twitter o Facebook (o en las secciones de comentarios) suele ser inversamente proporcional al tiempo que la atención general otorga a cada nuevo fenómeno de Internet. El caso de Manuel Bartual no fue la excepción.

Miren el gráfico de Google Trends aquí abajo. Como ya he explicado en alguna otra ocasión, lo que hace Google Trends es medir el interés que despierta un término según las búsquedas que los usuarios realizan en Google. Para ello asigna un valor entre 0 a 100 por día, donde “100 indica la popularidad máxima de un término, mientras que 50 y 0 indican una popularidad que es la mitad o inferior al 1%, respectivamente, en relación al mayor valor”.

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Ahí podemos ver que el cenit de popularidad de Manuel Bartual en Google tuvo lugar el día 26 de agosto, el día en que dio por finalizado su relato, un día antes de que contara en una entrevista que todo fue un invento perfectamente guionizado y no una historia autobiográfica narrada en tiempo real. Dos días después, el 28 de agosto, el interés ya había descendido a menos de la tercera parte. Solo seis días después, el día 1 de setiembre, el interés por Bartual volvía a ubicarse donde se encontraba antes de su éxito tuitero. Es decir, volvía a ser prácticamente inexistente.

Esa relación entre la brevedad del tiempo que le prestamos atención a aquello que despierta nuestro interés y la intensidad del abrazo o el rechazo que expresamos -periodistas incluidos- en redes sociales y artículos no es casual.

El volumen de información al que un usuario promedio de redes sociales se haya expuesto hoy es tal que los productores de contenidos y hoy, gracias a Zuckerberg, todos somos productores de contenido, cobremos o no- han de llamar la atención de alguna manera para no quedar sepultados por la avalancha de imágenes, videos y comentarios que corre colina abajo en Twitter o Facebook.

Ante ello, muchos optan por la hipérbole. El periodismo en general, y el periodismo cultural -y el deportivo- en particular, en tiempos de la Web 2.0 han convertido la hipérbole en el recurso más socorrido para intentar generar engagement o interacción con los lectores.

Al respecto, Chuck Klosterman, el ensayista del que hablaba al principio de este artículo, comentaba lo siguiente en una conversación en el podcast de Peter Kafka:

Hay la necesidad de tomar una posición o tener una respuesta que, o bien contradiga lo que la mayoría de gente piensa, o bien sea de plano completamente inesperada. Porque hoy la gente no quiere consumir lo que podría entenderse como la idea obvia, el decir que esto es bueno o esto es malo. A menos que vayas a decir que algo es tan bueno o tan malo que es trascendental. Si te gusta algo no vas a reaccionar solo en plan «vi esta película, es una buena película». Sino más bien, «esta película está cambiando el cine». O «el hecho de haber pasado dos horas viendo esta película hace que quiera matarme, y si no puedo matarme, entonces voy a matar a todos los demás en esta sala».

Pero no se trata solo de llamar la atención. Se trata también de buscar la vía más sencilla y directa para mover emocionalmente a la audiencia. La producción periodística, en su transición hacia ese cajón de sastre que es el concepto de «contenido», ha ido abrazando las estrategias de manipulación emocional que Facebook ha perfeccionado. Intentando con ello replicar el alcance e impacto que obtienen los contenidos «virales» (este informe del Columbia Journalism Review acerca de los muchos cambios que Facebook ha impuesto al periodismo es particularmente interesante).

Una de las consecuencias de haber equiparado la producción noticiosa al resto del «contenido» que corre por Facebook y Twitter, imágenes de gatitos y videos de bebés incluidos, es que ha ocurrido un desplazamiento en la función y el valor de los artículos producidos por medios. Lo explica también Chuck Klosterman en el podcast que mencionaba antes:

Mucha gente siente que la razón por la que consume contenido en medios hoy es para poder reaccionar y responder a ese contenido. No es por el contenido en sí, sino para, de alguna manera, utilizar ese contenido y reaccionar ante él.

No es la primera vez que Klosterman desliza esa idea. En un prólogo que escribió en 2014 para una recopilación de Peanuts, la célebre tira cómica de Charles Shulz, y que reproduce en su última colección de ensayos (X: A Highly Specific, Defiantly Incomplete History of the Early 21st Century), Klosterman apuntaba que nos encontramos en un momento donde parece que…

…el propósito de cada artículo noticioso no es otro que proveer a cualquier persona de la oportunidad de comentar públicamente [o sea, en redes sociales] cómo se siente al respecto.

Si el objetivo de un artículo, columna o «contenido» es generar una reacción emocional que lleve al lector a comentarlo o compartirlo de inmediato -el factor tiempo es fundamental- en sus redes sociales, ¿qué cosa más sencilla y barata que aderezarlo con opiniones hiperbólicas, negativas o positivas, que prácticamente obligan al lector a posicionarse? Piensen en todos esos titulares que gritan «no te lo puedes perder», «no vas a creer lo que ocurrió», «arrasa en Internet», etc.

Como explicaba esta pieza del Harvard Review of Business ya en 2013, una de las claves para generar contenido viral es:

Utilizar motores emocionales potentes que afecten a la gente de forma suficiente para que compartan (…) es importante crear excitación emocional máxima lo antes posible. Golpéalos fuerte y rápido con emociones fuertes.

Si además, el próximo hype o escándalo online sepultará de forma rápida -al día siguiente o incluso el mismo día- aquello que hemos dicho, qué más da excederse un poco en nuestras valoraciones si mañana nadie las va a recordar. En este ecosistema de emotividad exacerbada, el costo reputacional de la hipérbole -positiva o negativa- para un periodista puede parecer alto en el corto -o cortísimo plazo-, pero resulta irrelevante o perfectamente asumible en el largo.

Como irrelevante es, la mayorías de las veces, el contenido que vierte ese periodista en el caudaloso río informativo de Facebook o Twitter. Frente a una u otra irrelevancia, y medidos -premiados o castigados- por la cantidad de clicks o el engagement que sus artículos generan antes que por su rigurosidad, la mayoría de periodistas ha decidido ya con qué irrelevancia quedarse.

Pero volvamos un momento al cierre del artículo de Lenore sobre el relato de Bartual: «la mayoría de los periodistas culturales parecen encantados. Se trata de un contenido poco exigente, con gran eco de público, sobre el que se puede disertar sin apenas esfuerzo».

Fueron esas líneas las que me llamaron la atención y me hicieron reflexionar sobre el momento actual del periodismo cultural. En un estado de Facebook escribí:

La prensa cultural (y no solo esta), ha pasado de prescriptora (podemos discutir en otro momento las bondades y/o perversiones de ese status) a correr tras la estampida de usuarios de redes sociales a ver si consigue ganarse alguito. Lo que me interesa es analizar cómo y por qué la prensa cultural persigue como pollo sin cabeza a la manada en Facebook y Twitter (sobre todo en Twitter) sin atisbo de crítica o reflexión.

Arrebatada la función prescriptora, el status de gatekeepers con que contaban los medios en tiempos pre-redes sociales, y con sus audiencias migradas a Facebook y Twitter, la prensa corre descabezada persiguiendo aquello que conmueve a los usuarios de estas redes. Con la esperanza de que así, complaciendo esos intereses momentáneos, conseguirá atraerlos de vuelta, aunque sea por un instante. El tiempo mínimo y suficiente para arrebatarles un click y, con suerte, algún share.

En paralelo a mi reflexión, el periodista y crítico literario Jorge Carrión –colaborador habitual de The New York Times en Español y autor de un conocido ensayo sobre librerías y su espacio en nuestra cultura- había escrito en su muro de Facebook sobre la pertinencia de algunas críticas que se habían empezado a hacer a Bartual:

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Lenore, sintiéndose aludido por el post de Carrión, respondió y dio pie a una áspera discusión en el muro de este. El autor de Indies, hipters & gafapastas: Crónica de una dominación cultural arrancaba con una ironía gruesa: «Toda la razón. Siempre he pensado que era inadmisible la mezquindad de la crítica ante los siete millones de discos vendidos por Camela», en alusión a un denostado conjunto de tecno-rumba con más de 20 años de carrera y que pese a sufrir el desprecio de la crítica musical cuenta con el favor de una parte del público español y ha vendido millones de discos.

Carrión respondía y le pedía a Lenore que, si quería discutir, evitara reducciones al absurdo. A lo que este replicaba:

Estoy de acuerdo en que criticar algo con éxito muchas veces es un atajo para obtener un prestigio facilón, pero esa regla debe tener excepciones. La crítica tiene cierta obligación de analizar con rigor fenómenos que tanto éxito como el de Bartual, que tienen a público, medios y celebridades de su parte. A mí me recuerda a la ficción despolitizada (que no apolítica) del tardofranquismo. Estamos en tiempos de Black Mirror, es aburdo este relato tan deliberadamente asocial.

Carrión, a su vez respondía:

La crítica siempre ha tenido esa función, justamente crítica, pero me pregunto si en esta época nuestra de microcríticos y redes sociales no ha cambiado la esencia de la crítica. Entre tanto pathos, más ethos. Respecto al contenido de la tuitficción, es muy similar a Los cronocrímenes [la primera película que el cineasta español Nacho Vigalondo dirigió luego de ganar el Óscar a Mejor Cortometraje de Ficción], que no es tardofranquismo, sino democracia del siglo XXI, con elementos como el turismo que son muy de nuestra época. Si algún día la releo ya veré si merece o no la pena el análisis narratológico, este fin de semana, en [mi] opinión, merecía tan solo la celebración. Lo que no quita que, por motivos que citas en tu post de ayer, enseguida decidí no escribir un artículo al respecto. Cada tema tiene su espacio y para mí ese debía yo comentarlo en redes.

A diferencia de lo que me ocurre con Lenore, conozco a Jorge Carrión hace muchos años. Como me ocurre con Lenore, creo no haber estado de acuerdo con sus juicios más que en alguna rara ocasión. Pero eso es irrelevante. La mirada de Carrión es la de un intelectual reflexivo y honesto que se toma el tiempo y el trabajo para contextualizar y argumentar sus juicios, por equivocados que a mí puedan parecerme. Lo mismo puede decirse del trabajo de Víctor Lenore.

Por eso me llamó la atención lo que decía Carrión. Esto en particular: «me pregunto si en esta época nuestra de microcríticos y redes sociales no ha cambiado la esencia de la crítica» y «este fin de semana, en [mi] opinión, merecía tan solo la celebración«. Sobre todo cuando él mismo había llevado a cabo en otro post un análisis que, si bien era entusiasta, iba bastante más allá de la mera celebración:

NOTAS SOBRE EL FENÓMENO MANUEL BARTUAL

1. Pasar en pocos días de 10000 a 400000 seguidores en Twitter es casi imposible: en términos de redes sociales, se trata de una gesta. Una gesta en solitario, como las de Kilian Jornet, porque no ha sido una operación con estrategia, socios, aliados con muchos seguidores, sino una aventura creativa y lúdica en soledad (de pronto multitudinaria: entre los diez trending topics globales).

2. Que esa gesta sea narrativa es alucinante. Se trata de un relato multimedia, autoficción fantástica, atmósfera de terror, digno heredero del «Proyecto de la Bruja de Blair». Se trata de una serie, que leída de un tirón tiene mucho menos interés que administrada como cápsulas narrativas que van llegando en el hilo, con sus giros, sus sorpresas, sus chistes, las reacciones de los demás. En ese sentido se parece a «Perdidos»: mucho mejor en directo que en DVD.

3. Como «Lost» ha despertado ese raro monstruo, la sincronía colectiva, la dimensión cultural de la viralidad. Algo que se puede intentar conseguir, pero que no tiene fórmula maestra (cómo diablos acceder a la inteligencia colectiva). Se ha convertido rápidamente en una obra con fan art y con fans famosos (como Vigalondo, Piqué o Casillas). Toda la teoría que recoge Carlos Alberto Scolari en su imprescindible manual «Narrativas transmedia» se puede aplicar de un modo u otro a esa historia de dobles en un hotel y en una casa, yo soy otro.

4. Que de pronto cientos de miles de personas estén leyendo la misma tuitnovela es español nos lleva a otros ámbitos de reflexión. Hay que reformular la idea de bestseller, porque el relato de Bartual no es un superventas sino un superleído. Gratis. Que yo sepa Twitter no paga, como sí hace YouTube, de modo que no hay posibilidad de monetización directa.

5. Hay que dejar de pensar que el centro de la cultura es el libro (aunque lo sea de mi mundo, del mundo de muchos de nosotros), porque leemos más que nunca y porque muchísimos de los lectores de ese relato son lectores constantes, aunque no lo sean de libros. Lo que importa es la acción, leer, y no el formato o el continente. Esa historia, por cierto, no funcionaría con la misma potencia en forma de libro.

6. Y hay que observar la muy probable mutación: se ha descubierto un camino, un lenguaje, un género, un mercado, como se le quiera llamar. A ver cómo evoluciona la criatura.

Tan acostumbrados parece que estamos a que las páginas culturales de los medios se hayan convertido en una suerte de extensión del departamento de marketing de la industria del entretenimiento y a que la prensa persiga como pollo sin cabeza a la manada en Facebook y Twitter sin atisbo de crítica o reflexión, que una intervención como la de Víctor Lenore -arrastrada a redes sociales, el único lugar donde cualquier contenido puede hoy encontrarse con una audiencia significativa- resulta polémica.

Incluso con los excesos propios de su estilo y del esfuerzo por llamar la atención que hoy cualquier comentarista cultural se ve prácticamente obligado a realizar, lo que Lenore hacía en su nota no era sino periodismo cultural. Esté o no uno de acuerdo con su juicio. Pero, además, lo era también el comentario de Carrión que cito párrafos arriba. Pese a que había sido publicado en un post de su página de Facebook y a que la configuración de privacidad impedía que se leyera fuera de su círculo de amigos.

Ambos, Lenore y Carrión, cada uno a su modo, iban en sus intervenciones muchísimo más allá de todo lo que hasta ese momento se había escrito sobre Bartual y su relato. Ambos, Lenore y Carrión, lejos de comportarse como notarios de likes y shares, estaban llevando a cabo las funciones del periodismo cultural de las que hablaba al comienzo. Discúlpenme la auto cita:

La función básica del periodismo cultural es buscar esas conexiones, aportar el contexto necesario -o al menos suficiente- para que el lector sea capaz de apreciar el artefacto cultural -el todo y nada de las frases de Klosterman- del que se está hablando. Esto, por supuesto, no excluye la valoración que pueda hacer el periodista, pero esa, la función crítica, es una segunda función, a la que solo se puede aspirar si se satisface la primera.

En un momento donde la frase predilecta en las redacciones es «se está viralizando», pareciera que resulta difícil digerir lecturas menos entusiastas y más complejas. Tanto que incluso un periodista y crítico experimentado como Carrión, autor habitual él mismo de ese tipo de lecturas, tiene problemas para reconocerlas. Incluso cuando son de su propia autoría.

Esa frase, «se está viralizando», resume la claudicación de los medios ante las redes sociales. Algo es noticia porque «se está viralizando», porque está siendo compartido o mentado por un número elevado de usuarios. Da igual la contextualización y valoración que podamos hacer del artefacto cultural. Se está «viralizando» y eso es más que suficiente para que los medios le presten atención. Lo que importa es el marcador de likes y retuits.

Como explica el experto en marketing digital y viralización Jonah Berger en su libro Contagious: Why Things Catch On (2013):

…tendemos a sobredimensionar el impacto de lo que ocurre online porque es más fácil de ver. Las redes sociales proveen un registro accesible de los clips, comentarios y todo tipo de contenido que compartimos de forma online. Entonces, cuando echamos un vistazo, parece siempre que fuera muchísimo.

Tenemos, por un lado, que al perder el monopolio de la discusión pública frente a las redes sociales, los medios han dejado de marcar los temas a su audiencia. Y, por otro, como puede atestiguar cualquiera que pase algo de tiempo en una redacción, la mayoría de periodistas no despega la vista de su computadora ni pisa la calle durante toda su jornada laboral.

El único mundo que existe para buena parte de los redactores, la única actividad humana a la que prestan atención, es aquella que ocurre en Internet. Léase, en redes sociales.

Sumemos esos dos datos y nos encontramos con que algo es noticia, algo merece ser relatado o reseñado, si, y solo si, «se ha viralizado», «está arrasando en Twitter» o «ha roto Facebook». Y lo único que hace el periodismo es dar fe de ese número elevado de personas que han reaccionado ante el contenido en cuestión. No importa nada más. El periodista que corre a toda prisa para subirse a la ola en redes sociales no tiene nada más que decir. Y la mayoría ni siquiera hace ya el intento. Eso es lo grave.

Pero además, Internet y sus dinámicas extremistas y sentimentaloides -donde, como dice Chuck Klosterman, «no vas a reaccionar solo en plan ‘vi esta película, es una buena [o mala] película'», sino, más bien, esta película «hace que quiera matarme, y si no puedo matarme, entonces voy a matar a todos los demás en esta sala»- han acentuado la hipersensibilidad ante la crítica y han desvirtuado su lugar en el periodismo cultural.

Inés Sapochnik, una amiga experta en marketing digital para industrias culturales, respondía así a otro post en el que yo compartía la crítica de Lenore al relato de Manuel Bartual:

Yo me lo pasé genial [con el relato de Manuel Bartual] (…) Se vuelven cansinas todas las pegas. Ayer lo estaban crucificando [a Manuel Bartual] por sus comics «machistas». Vamos, que estamos en las que estamos, y el trabajo de censor/crítico cultural es ad honorem y abierto a todos. Yo me entretuve muchísimo, vería la peli, y ya está, volvería a mis libros y a mis cosas.

A lo que yo le respondía:

Así funciona ese bar de madrugada del tamaño del mundo que son las redes sociales. El problema, o más bien, lo que me interesa a mí es cómo y por qué la prensa entra al trapo de inmediato, se sube la corbata a la cabeza y se pone a invitar chupitos como el amigo borracho del novio que se casa el próximo finde.

Ocurre que cuando los medios intentan reproducir ese ambiente irreflexivo y bullanguero que caracteriza casi siempre a las redes sociales, se están metiendo en un callejón sin salida.

Porque, si en lugar de lecturas informadas y complejas como las de Carrión o Lenore, el periodismo cultural va a limitarse a dar el marcador de likes y shares y a informar con horas e incluso días de retraso de aquello que los usuarios de redes sociales ya saben que ha ocurrido, ¿para qué acudiría un lector a leerlos? ¿qué podría encontrar ahí que ya no tenga en su timeline o tweet feed?

Para aplaudir como focas sin contexto, reflexión ni esfuerzo crítico el enésimo fenómeno de redes sociales, no hace ninguna falta prensa cultural. Y la audiencia lo sabe. Lo peligroso es que no queda claro si lo saben también los periodistas.

Ninguna azafata fue despedida por tener sexo con pasajeros

Esta historia empieza el día 30 de setiembre de 2015 en la página web del Daily Mail (el diario en lengua inglesa con mayor número de usuarios únicos del mundo) y nace con un titular que combina sexo, dinero y una leyenda urbana hecha “realidad”: Azafata que fue sorprendida con un hombre en el baño de un avión ganó 650 mil libras esterlinas por tener sexo con pasajeros.

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Daily Mail, 30 de setiembre de 2015

La nota original del británico Daily Mail ha sido compartida más de 3000 veces en distintas redes sociales, Facebook sobre todo, y ha sido clonada –citando siempre al Daily Mail como única fuente- por varios medios de habla inglesa como Maxim (que ha sido compartida casi 3500 veces) o Metro (1400 veces), entre muchos otros.

Un par de días de después, el sábado 2 de octubre, la “noticia” llamó la atención de algunos medios en español como La Vanguardia y El Periódico, en ambos diarios realizaron el cambio de moneda correspondiente y hablaban de 900 mil euros de ganancia para la azafata.

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La Vanguardia, 2 de octubre de 2015

Pero fue el domingo 3 de octubre que la historia recibió su último baño de legitimidad con un cable de la agencia EFE, que en su párrafo de apertura rezaba: “Una azafata de una aerolínea de Oriente Medio cuyo nombre no ha trascendido fue despedida por practicar sexo con pasajeros por un precio de 1.500 libras (2.000 euros), según publica el tabloide británico ‘Daily Mail’”. Y ya se sabe que de EFE a casi todos los medios en habla hispana, hay un paso.

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Si uno estaba conectado a Internet a principios de octubre de 2015, si tenía una cuenta de Twitter o Facebook, con casi toda seguridad vio pasar esta nota por su newsfeed o timeline. La repitieron El Comercio de Ecuador, El Nuevo Herald, Clarin, Terra, La República, RPP, Correo y un largo etcétera de medios en todo el mundo hispanoamericano; muy hábiles todos a la hora de encontrar una foto sugerente de recurso con la que aderezar la noticia.

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La República, 2 de octubre de 2015

Lo curioso es que los varios problemas de esta noticia saltan a la vista desde ese primer párrafo de EFE. La noticia tiene problemas tan obvios que sería casi insultante poner a trabajar a estudiantes de periodismo de primer ciclo en este caso. Pero allá voy.

La llamada de alerta número 1 es la primera línea: “Una azafata de una aerolínea de Oriente Medio cuyo nombre no ha trascendido”. Repito: una azafata X, de una aerolínea X, cuyo nombre “no ha trascendido”. Razones más que suficientes para ponerse en guardia, ¿cierto? Para buscar alguna otra fuente, ¿no?

Segunda llamada de alerta. La nota de EFE continúa –al igual que todos los otros medios que han rebotado la noticia con casi idéntico titular, ligeras variaciones de la combinación: azafata+sexo+dinero+despedida– citando al Daily Mail como fuente principal.

Aviso para periodistas: El Daily Mail no es solo la web noticiosa en inglés más leída del mundo, sino que es también una de las que más noticias basura publica. Lo cuenta bien este artículo de Buzzfeed sobre una oscura agencia de noticias basura de la que se alimentan medios de todo el mundo: The King of Bullsh*t News.

Tercera llamada de alerta. El Daily Mail (y con él todas las otras webs que han clonado la nota) se apoya en la autoridad de un “diario de lengua saudí árabe” (“Saudi Arabic language daily”), sea lo que eso sea, llamado Sada. Y ahí, como para aliviar su conciencia, casi todos imitan al diario inglés y linkean a la supuesta página web del supuesto periódico saudí árabe.

El problema aquí es que cuando uno hace click en lugar de aterrizar en el artículo que supuestamente publicó el periódico árabe Sada, aterriza en la página web de Al Sadda, una página de noticias deportivas, que, si nos guiamos por Wikipedia, se publica desde Sudán. Nada que ver con Arabia Saudí.

Echemos un vistazo a este mapa de Google Maps:

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La estrellita de la derecha marca donde se encuentra Riad, la capital de Arabia Saudita; la de la izquierda, Jartum, capital de Sudán. La distancia entre ambos puntos es de 1794.76 kilómetros, según la web distancefromto.net. Por si quedaba alguna duda de que Sudán y Arabia Saudí no son lo mismo.

Ninguna de las muchas webs noticiosas que rebotó la noticia reparó en ninguna de esas llamadas de alerta. Pudo más un titular atractivo aunque altamente improbable, que supuestamente garantiza clicks rápidos y fáciles.

¿Existen azafatas que venden favores sexuales en vuelos? Puede ser, quién sabe. Lo que sí sé con seguridad es que la azafata X, de la aerolínea de Medio Oriente X, no cobraba a sus pasajeros 1500 libras esterlinas ni amasó una fortuna de 650 mil libras en dos años. ¿Cómo lo sé? Porque tal y cómo ha sido publicada la noticia por el Daily Mail y sus múltiples émulos, no existe una sola razón para creerlo, un solo dato que me haga confiar en su veracidad. Solo existe el ruido de sonajero de las palabras sexo, azafata y dinero agitadas convenientemente para atraer a la manada. Sin ninguna verificación detrás. Sin ningún intento de periodismo de por medio.

ADENDA

El 27 de julio de 2017, una azafata de la aerolínea mexicana Interjet denunció en un video de Facebook Live publicado en su cuenta personal que un capitán de la misma aerolínea intentó violarla.

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Cuenta de Facebook de Karen Isabel Otero Rodríguez

El video tiene una hora, dos minutos y 45 segundos de duración. La azafata se llama Karen Isabel Rodríguez Otero, trabaja en la aerolínea Interjet, el capitán se llama Daniel Vásquez. La denuncia fue publicada por la propia azafata. Es decir, tenemos los nombres y empresa en la que trabajan tanto la agredida como el agresor. Bastante más información que la que tenían a su disposición el Daily Mail o la agencia EFE en el caso anterior.

¿Cuántas notas publicadas por medios fuera de México encontré? Dos. ¿En la agencia EFE? Cero. ¿Cuántas notas publicadas en un idioma que no sea el castellano? Cero. ¿En inglés? Cero. ¿En el Daily News? Cero.

Por supuesto, hasta hoy 31 de julio de 2017, ninguno de los medios en México o el extranjero contactó con Karen Isabel Rodríguez Otero para ahondar en su testimonio.

*Una versión anterior de este texto fue publicado el 5 de octubre de 2015 en Perú21.

Actrices porno, tiburones, azafatas que venden sexo y la crisis de la prensa

En una entrevista publicada en la edición de abril de la revista Letras Libres, el periodista Arcadi Espada, autor de dos libros fundamentales para todos los interesados en el periodismo –Diarios (Espasa Calpe, 2002) y Diarios 2004 (Espasa Calpe, 2005)- respondía lo siguiente cuando le preguntaban ¿en qué había mejorado la prensa en los últimos quince años? “En todo. Está mucho mejor escrita, hay muchas menos erratas, es mucho más fiable”.

Una afirmación difícilmente compartida por el público y, sobre todo, por los periodistas malpagados que siguen dentro de una redacción y ven día a día cómo se vacían los escritorios a su alrededor mientras se les exigen más notas (la mayoría redactadas sin siquiera levantar el teléfono, ya ni se diga una fuente de primera mano), más videos, más Facebook Live, más tuits, más fotos, más newsletters, más, más, más. Por menos.

Pero, en realidad, la afirmación de Espada es cierta. Nunca ha habido tanto periodismo de calidad, bien investigado, con más altos estándares, mejor editado y contrastado e, incluso, mejor diseñado y presentado a los lectores. Sería ocioso reseñar aquí ejemplos. Los tienen ustedes a un click de distancia. Nunca ha sido tan fácil acceder a ese contenido de calidad. No es, créanme, un problema de oferta, sino de demanda. Y, sobre todo, de shelf space.

Ese periodismo bien hecho debe convivir y disputar la atención de los usuarios de internet y redes sociales junto a esas millones de “noticias” de dudosa procedencia que narran las desventuras de una actriz porno mordida por un tiburón o una azafata desconocida de una línea aérea inexistente que supuestamente ganaba cientos miles de dólares al año ofreciendo servicios sexuales a pasajeros de business class (no es casualidad que la misoginia y el machismo vendan tan bien en internet, pero ese es tema para otro artículo). Seguramente vieron ambas historias pasar por su timeline o su newsfeed meses atrás. Seguramente les picó la curiosidad y clickaron. Ustedes y millones de usuarios en todo el mundo.

Ante ese panorama, resulta fácil y tentador concluir que el periodismo se ha ido a la mierda, que los medios son una basura y que la gente es más idiota de lo que era antes. Antes, por cierto, es solo 10 años atrás. Facebook, por poner un hito, nació en 2004, pero no salió de las aulas universitarias hasta 2006. Pages, la categoría de perfiles para negocios (como periódicos y otros medios) no apareció hasta 2009.

En la misma entrevista que mencionaba antes, Arcadi Espada señala: “Una de las cosas que los apocalípticos no ven es cómo el WhatsApp ha mejorado la escritura y la creatividad, el hecho de que la gente se pase el día escribiendo. Es el ejemplo del mono que escribe el Quijote. Si le das tiempo, lo escribe. Pues ahora hay gente que pasa así el día. Si encima pudiéramos comer de ello, sería maravilloso”. Las negritas son mías. La crisis del periodismo no es una crisis de calidad, es una crisis de negocio.

Ocurre que a los periodistas el negocio y la audiencia nos ha dado siempre igual. Eso era cosa del departamento de marketing, ventas y los dueños. Nosotros, desde nuestra atalaya moral, pensábamos que estábamos por encima del vil metal (mientras nos siguiera entrando la transferencia bancaria a fin de mes) y de los lectores, esos ignorantes. La salud del negocio era tal que podíamos permitirnos esa indiferencia y esa soberbia.

Lo explicaba en una entrevista reciente Mark Thompson, CEO de The New York Times: «Los periódicos occidentales a menudo disfrutaron en el siglo XX de un monopolio -o al menos de un oligopolio- en la creación y distribución de noticias. Podían cobrar cantidades ingentes por publicidad, pero ese modelo está por desaparecer. La publicidad impresa dejaba márgenes de rentabilidad muy amplios. Incluso hoy, en el NYT, se obtendría el 90% de rentabilidad bruta por dólar de ingreso. Si un anuncio cuesta 100.000 dólares, 90.000 o hasta 95.000 son de rentabilidad bruta. Eso pagaba las redacciones. Frente a eso, la publicidad digital no dejará tanto dinero por usuario como lo hace el negocio impreso. Se pensaba que eso quedaría compensado por un mayor número de usuarios, pero al final las plataformas digitales, con su posición dominante, reciben la mayor parte de los ingresos, sobre todo de los nuevos ingresos«.

¿Y por qué son las plataformas digitales –léase Google y Facebook- las que se llevan la mayor parte de los ingresos? Porque son ellas quienes poseen el monopolio de la atención de los usuarios. Monopolio que antes pertenecía a los periódicos. Lo comentaba en un artículo anterior: El efecto Wile E. Coyote.

Muchos de ustedes no lo recordarán, pero hasta los años 90 los usuarios no tenían más opción que comprar el diario, ya no para informarse o estar al día (que también), sino para poder manejarse en su comunidad. El diario ofrecía una serie de servicios –a un precio ridículo- casi indispensables para vivir en tu ciudad en el mismo paquete informativo en el que venían las noticias: anuncios clasificados, cartelera de cine y teatro, esquelas, anuncios personales, etc., etc. Ese monopolio de la atención de los consumidores –que los medios vendían a anunciantes- le ofrecía a las empresas de medios una salud económica que se traducía en redacciones gigantescas, corresponsales y fotógrafos regados por el mundo.

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Cuando internet desmantela ese paquete informativo (todos esos servicios vuelan hacia la red y se hacen más eficientes y gratuitos), se acaba la fiesta y nos encontramos de golpe con que a) Llevamos unos años acostumbrando a la gente a que las noticias son un commodity y se consiguen gratis en la web (profundizaré en esto en un próximo post) b) Los consumidores que necesitan más de lo que da el noticiero televisivo o los cuatro links de sus amigos en redes sociales no son suficientes para mantener el negocio boyante al que nos habíamos acostumbrado. La pregunta, claro, es ¿qué reemplazará al modelo negocio ad-driven?

Ahora mismo nadie tiene la respuesta. De hecho, me atrevería a decir que en este momento de incertidumbre solo podemos tener dos cosas claras. Primero, que la respuesta única se acabó. Que cada medio deberá, para sobrevivir, encontrar la respuesta/el modelo que mejor se adapte a sus necesidades y las de sus usuarios. Y segundo, que sea cuál sea la respuesta para nuestro medio o parcelita digital, solo la encontraremos si nos bajamos de nuestra torre de marfil, si hacemos a un lado la nostalgia por los “tiempos mejores” y miramos a los lectores y sus necesidades.

Sin que eso último pase por convertir nuestra industria en un «el cliente siempre tiene la razón». Ya lo hemos visto, lo vemos a diario, cuando el periodismo va por ahí tenemos redes sociales inundadas de links a actrices porno atacadas por tiburones y azafatas sin nombre vendiendo sexo en aviones, sin verificación alguna. Porque eso es lo que da clicks en redes por razones que sería largo explicar aquí, que explicaré en otros posts y que por supuesto no pasan por «los lectores son idiotas” o “el periodismo ha muerto”.

*Una versión abreviada de este artículo se publicó en el número 71 (Julio, 2017) de Punto Seguido, revista de la Facultad de Comunicación y Periodismo de la UPC.

El efecto Wile E. Coyote

Le robo el primer gráfico y el término que da título a este post al analista Benedict Evans en Twitter. Evans define el efecto Wile E Coyote así: «Everything can feel fine for long after the strategic problem arrives – long enough to think the people worrying about it are proved wrong» («Puede parecer que todo está bien por un buen tiempo, incluso luego de que el problema estratégico ya haya llegado. Suficiente tiempo como para pensar que aquellos preocupados por el problema estaban equivocados»).

Evans pone como ejemplo a Blackberry, cuyas ventas continuaron subiendo durante cuatro años después de que Steve Jobs y Apple presentaran el iPhone (2007). Luego de eso, bueno, ya todos sabemos lo que ocurrió con Blackberry.

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Veamos ahora este otro gráfico:
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Las similitudes con el primero son evidentes. Esta vez se trata de los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana. El pico llegó entre 2004 y 2006. Un par de datos de contexto que vale la pena tener en cuenta: Google lanzó AdSense en 2003. Para quien no lo sepa, AdSense es -le robo la definición a Wikipedia- una herramienta que «permite a los editores obtener ingresos mediante la colocación de anuncios en sus sitios web».

Segundo dato, Mark Zuckerberg abrió Facebook -entonces The Facebook- en 2004. Primero para uso exclusivo de estudiantes de Harvard. De ahí se expandió progresivamente a otras universidades hasta que estuvo disponible para cualquier persona mayor de 13 años en -redoble de tambores- 2006.

Los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana pasaron de $49,275,402,572 en 2006 a $45,375,000,000 en 2007. Una caída modesta. Nada de qué preocuparse demasiado. Para 2008 cayeron un poquito más: $37,848,257,630. Aquí, claro, ya empezamos a preocuparnos. Para el año siguiente, 2009, la caída ya se contaba en decenas de miles de millones. De los casi 38 mil millones de 2008, pasamos a $27,564,000,000. Desde entonces, las cifras nunca han vuelto a recuperarse.

Pese a ello, hasta hace poco todavía podía verse a ejecutivos y directivos de medios, en Estados Unidos, España, Latinoamérica y el resto del mundo, caminando sobre el aire como Wile E. Coyote, pensando que el barranco no existe o que hay maneras de vencer a la gravedad.

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Un dato más, que podría pasar desapercibido, para aquellos que aún no se convencen de que el negocio de los periódicos no era vender noticias. De hecho, ni siquiera era vender periódicos. Durante estos años los ingresos combinados por circulación -o sea, lo que pagaban los lectores- no cayeron. Está ahí en el gráfico un par de párrafos arriba. Excepto un pequeño hipo en 2011, cuando bajaron a $9,989,064,525, esos ingresos siguen sin bajar de los diez mil millones. Pese a lo cual, la crisis de la prensa se sigue agudizando e incluso medios como The New York Times, que han empezado a virar el timón y cuentan ya con un programa de suscripción digital exitoso, siguen realizando despidos e intentando ajustar su redacción y modelo de negocio a la nueva realidad.

¿Cuál es la nueva realidad? El modelo ad-driven o de venta de anuncios ha muerto. ¿No me creen? Un último gráfico y dato que, espero, los convenza de que el barranco no solo existe sino que se está haciendo más y más profundo.

El gasto en publicidad digital en Estados Unidos para este 2017 rondará los 83 mil millones de dólares. De ese total, Google se llevará un 40.7% y Facebook 19.7%. Y la tendencia es al alza. En 2015, los dos gigantes capturaban 75 centavos de cada nuevo dólar que se gastaba en publicidad digital. Para el último trimestre de 2016, como puede verse en el gráfico de abajo, Google y Facebook estaban capturando 99 centavos de cada nuevo dólar gastado en publicidad digital:

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El resto, o sea los medios, se pelean por esa migaja, perdón, ese centavo.

Traduzco las últimas palabras de ese tweet de Jason Kint, CEO de la asociación de empresas de contenido digital Digital Content Next, por si no ha quedado claro que el suelo bajo los pies de la prensa hace tiempo que desapareció y que la montaña pertenece ahora a Google y Facebook: «resulta evidente que para todos los demás se trata de un juego de suma cero».