Actrices porno, tiburones, azafatas que venden sexo y la crisis de la prensa

En una entrevista publicada en la edición de abril de la revista Letras Libres, el periodista Arcadi Espada, autor de dos libros fundamentales para todos los interesados en el periodismo –Diarios (Espasa Calpe, 2002) y Diarios 2004 (Espasa Calpe, 2005)- respondía lo siguiente cuando le preguntaban ¿en qué había mejorado la prensa en los últimos quince años? “En todo. Está mucho mejor escrita, hay muchas menos erratas, es mucho más fiable”.

Una afirmación difícilmente compartida por el público y, sobre todo, por los periodistas malpagados que siguen dentro de una redacción y ven día a día cómo se vacían los escritorios a su alrededor mientras se les exigen más notas (la mayoría redactadas sin siquiera levantar el teléfono, ya ni se diga una fuente de primera mano), más videos, más Facebook Live, más tuits, más fotos, más newsletters, más, más, más. Por menos.

Pero, en realidad, la afirmación de Espada es cierta. Nunca ha habido tanto periodismo de calidad, bien investigado, con más altos estándares, mejor editado y contrastado e, incluso, mejor diseñado y presentado a los lectores. Sería ocioso reseñar aquí ejemplos. Los tienen ustedes a un click de distancia. Nunca ha sido tan fácil acceder a ese contenido de calidad. No es, créanme, un problema de oferta, sino de demanda. Y, sobre todo, de shelf space.

Ese periodismo bien hecho debe convivir y disputar la atención de los usuarios de internet y redes sociales junto a esas millones de “noticias” de dudosa procedencia que narran las desventuras de una actriz porno mordida por un tiburón o una azafata desconocida de una línea aérea inexistente que supuestamente ganaba cientos miles de dólares al año ofreciendo servicios sexuales a pasajeros de business class (no es casualidad que la misoginia y el machismo vendan tan bien en internet, pero ese es tema para otro artículo). Seguramente vieron ambas historias pasar por su timeline o su newsfeed meses atrás. Seguramente les picó la curiosidad y clickaron. Ustedes y millones de usuarios en todo el mundo.

Ante ese panorama, resulta fácil y tentador concluir que el periodismo se ha ido a la mierda, que los medios son una basura y que la gente es más idiota de lo que era antes. Antes, por cierto, es solo 10 años atrás. Facebook, por poner un hito, nació en 2004, pero no salió de las aulas universitarias hasta 2006. Pages, la categoría de perfiles para negocios (como periódicos y otros medios) no apareció hasta 2009.

En la misma entrevista que mencionaba antes, Arcadi Espada señala: “Una de las cosas que los apocalípticos no ven es cómo el WhatsApp ha mejorado la escritura y la creatividad, el hecho de que la gente se pase el día escribiendo. Es el ejemplo del mono que escribe el Quijote. Si le das tiempo, lo escribe. Pues ahora hay gente que pasa así el día. Si encima pudiéramos comer de ello, sería maravilloso”. Las negritas son mías. La crisis del periodismo no es una crisis de calidad, es una crisis de negocio.

Ocurre que a los periodistas el negocio y la audiencia nos ha dado siempre igual. Eso era cosa del departamento de marketing, ventas y los dueños. Nosotros, desde nuestra atalaya moral, pensábamos que estábamos por encima del vil metal (mientras nos siguiera entrando la transferencia bancaria a fin de mes) y de los lectores, esos ignorantes. La salud del negocio era tal que podíamos permitirnos esa indiferencia y esa soberbia.

Lo explicaba en una entrevista reciente Mark Thompson, CEO de The New York Times: «Los periódicos occidentales a menudo disfrutaron en el siglo XX de un monopolio -o al menos de un oligopolio- en la creación y distribución de noticias. Podían cobrar cantidades ingentes por publicidad, pero ese modelo está por desaparecer. La publicidad impresa dejaba márgenes de rentabilidad muy amplios. Incluso hoy, en el NYT, se obtendría el 90% de rentabilidad bruta por dólar de ingreso. Si un anuncio cuesta 100.000 dólares, 90.000 o hasta 95.000 son de rentabilidad bruta. Eso pagaba las redacciones. Frente a eso, la publicidad digital no dejará tanto dinero por usuario como lo hace el negocio impreso. Se pensaba que eso quedaría compensado por un mayor número de usuarios, pero al final las plataformas digitales, con su posición dominante, reciben la mayor parte de los ingresos, sobre todo de los nuevos ingresos«.

¿Y por qué son las plataformas digitales –léase Google y Facebook- las que se llevan la mayor parte de los ingresos? Porque son ellas quienes poseen el monopolio de la atención de los usuarios. Monopolio que antes pertenecía a los periódicos. Lo comentaba en un artículo anterior: El efecto Wile E. Coyote.

Muchos de ustedes no lo recordarán, pero hasta los años 90 los usuarios no tenían más opción que comprar el diario, ya no para informarse o estar al día (que también), sino para poder manejarse en su comunidad. El diario ofrecía una serie de servicios –a un precio ridículo- casi indispensables para vivir en tu ciudad en el mismo paquete informativo en el que venían las noticias: anuncios clasificados, cartelera de cine y teatro, esquelas, anuncios personales, etc., etc. Ese monopolio de la atención de los consumidores –que los medios vendían a anunciantes- le ofrecía a las empresas de medios una salud económica que se traducía en redacciones gigantescas, corresponsales y fotógrafos regados por el mundo.

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Cuando internet desmantela ese paquete informativo (todos esos servicios vuelan hacia la red y se hacen más eficientes y gratuitos), se acaba la fiesta y nos encontramos de golpe con que a) Llevamos unos años acostumbrando a la gente a que las noticias son un commodity y se consiguen gratis en la web (profundizaré en esto en un próximo post) b) Los consumidores que necesitan más de lo que da el noticiero televisivo o los cuatro links de sus amigos en redes sociales no son suficientes para mantener el negocio boyante al que nos habíamos acostumbrado. La pregunta, claro, es ¿qué reemplazará al modelo negocio ad-driven?

Ahora mismo nadie tiene la respuesta. De hecho, me atrevería a decir que en este momento de incertidumbre solo podemos tener dos cosas claras. Primero, que la respuesta única se acabó. Que cada medio deberá, para sobrevivir, encontrar la respuesta/el modelo que mejor se adapte a sus necesidades y las de sus usuarios. Y segundo, que sea cuál sea la respuesta para nuestro medio o parcelita digital, solo la encontraremos si nos bajamos de nuestra torre de marfil, si hacemos a un lado la nostalgia por los “tiempos mejores” y miramos a los lectores y sus necesidades.

Sin que eso último pase por convertir nuestra industria en un «el cliente siempre tiene la razón». Ya lo hemos visto, lo vemos a diario, cuando el periodismo va por ahí tenemos redes sociales inundadas de links a actrices porno atacadas por tiburones y azafatas sin nombre vendiendo sexo en aviones, sin verificación alguna. Porque eso es lo que da clicks en redes por razones que sería largo explicar aquí, que explicaré en otros posts y que por supuesto no pasan por «los lectores son idiotas” o “el periodismo ha muerto”.

*Una versión abreviada de este artículo se publicó en el número 71 (Julio, 2017) de Punto Seguido, revista de la Facultad de Comunicación y Periodismo de la UPC.

El efecto Wile E. Coyote

Le robo el primer gráfico y el término que da título a este post al analista Benedict Evans en Twitter. Evans define el efecto Wile E Coyote así: «Everything can feel fine for long after the strategic problem arrives – long enough to think the people worrying about it are proved wrong» («Puede parecer que todo está bien por un buen tiempo, incluso luego de que el problema estratégico ya haya llegado. Suficiente tiempo como para pensar que aquellos preocupados por el problema estaban equivocados»).

Evans pone como ejemplo a Blackberry, cuyas ventas continuaron subiendo durante cuatro años después de que Steve Jobs y Apple presentaran el iPhone (2007). Luego de eso, bueno, ya todos sabemos lo que ocurrió con Blackberry.

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Veamos ahora este otro gráfico:
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Las similitudes con el primero son evidentes. Esta vez se trata de los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana. El pico llegó entre 2004 y 2006. Un par de datos de contexto que vale la pena tener en cuenta: Google lanzó AdSense en 2003. Para quien no lo sepa, AdSense es -le robo la definición a Wikipedia- una herramienta que «permite a los editores obtener ingresos mediante la colocación de anuncios en sus sitios web».

Segundo dato, Mark Zuckerberg abrió Facebook -entonces The Facebook- en 2004. Primero para uso exclusivo de estudiantes de Harvard. De ahí se expandió progresivamente a otras universidades hasta que estuvo disponible para cualquier persona mayor de 13 años en -redoble de tambores- 2006.

Los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana pasaron de $49,275,402,572 en 2006 a $45,375,000,000 en 2007. Una caída modesta. Nada de qué preocuparse demasiado. Para 2008 cayeron un poquito más: $37,848,257,630. Aquí, claro, ya empezamos a preocuparnos. Para el año siguiente, 2009, la caída ya se contaba en decenas de miles de millones. De los casi 38 mil millones de 2008, pasamos a $27,564,000,000. Desde entonces, las cifras nunca han vuelto a recuperarse.

Pese a ello, hasta hace poco todavía podía verse a ejecutivos y directivos de medios, en Estados Unidos, España, Latinoamérica y el resto del mundo, caminando sobre el aire como Wile E. Coyote, pensando que el barranco no existe o que hay maneras de vencer a la gravedad.

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Un dato más, que podría pasar desapercibido, para aquellos que aún no se convencen de que el negocio de los periódicos no era vender noticias. De hecho, ni siquiera era vender periódicos. Durante estos años los ingresos combinados por circulación -o sea, lo que pagaban los lectores- no cayeron. Está ahí en el gráfico un par de párrafos arriba. Excepto un pequeño hipo en 2011, cuando bajaron a $9,989,064,525, esos ingresos siguen sin bajar de los diez mil millones. Pese a lo cual, la crisis de la prensa se sigue agudizando e incluso medios como The New York Times, que han empezado a virar el timón y cuentan ya con un programa de suscripción digital exitoso, siguen realizando despidos e intentando ajustar su redacción y modelo de negocio a la nueva realidad.

¿Cuál es la nueva realidad? El modelo ad-driven o de venta de anuncios ha muerto. ¿No me creen? Un último gráfico y dato que, espero, los convenza de que el barranco no solo existe sino que se está haciendo más y más profundo.

El gasto en publicidad digital en Estados Unidos para este 2017 rondará los 83 mil millones de dólares. De ese total, Google se llevará un 40.7% y Facebook 19.7%. Y la tendencia es al alza. En 2015, los dos gigantes capturaban 75 centavos de cada nuevo dólar que se gastaba en publicidad digital. Para el último trimestre de 2016, como puede verse en el gráfico de abajo, Google y Facebook estaban capturando 99 centavos de cada nuevo dólar gastado en publicidad digital:

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El resto, o sea los medios, se pelean por esa migaja, perdón, ese centavo.

Traduzco las últimas palabras de ese tweet de Jason Kint, CEO de la asociación de empresas de contenido digital Digital Content Next, por si no ha quedado claro que el suelo bajo los pies de la prensa hace tiempo que desapareció y que la montaña pertenece ahora a Google y Facebook: «resulta evidente que para todos los demás se trata de un juego de suma cero».

¿Para qué hacemos todo esto?

Ganzeer es un artista originario de Giza, Egipto, que alcanzó cierta fama en 2011 cuando algunas de sus imágenes se convirtieron en símbolos de la revolución que nació en la plaza de Tahrir y que concluyó con la renuncia y posterior condena a cadena perpetua de Hosni Mubarak, presidente y dictador egipcio durante 20 años.

En uno de sus trabajos más conocidos un tanque apunta a un niño en una bicicleta. El niño lleva sobre la cabeza una bandeja de metal donde, en lugar de piezas de pan, se encuentra toda la ciudad de El Cairo. En Egipto es habitual ver a jóvenes repartidores de pan recorriendo la ciudad en bicicleta con la bandeja llena de hogazas sobre la cabeza. El pan es tan importante en la vida egipcia que la palabra árabe que se utiliza para referirse a él significa –valga la redundancia– vida: aish. Así que no es difícil imaginar por qué la imagen de Ganzeer tocó tanto a la gente y autoridades egipcias.

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Tank vs. biker, Ganzeer.

En mayo de 2014, un presentador lo acusó en un programa de televisión de ser miembro de los Hermanos Musulmanes, organización que había sido declarada como grupo terrorista por el gobierno meses antes. El presentador hizo público su nombre, mostró su fotografía y exigió al gobierno que tomara medidas. Dos días después, Ganzeer huyó de Egipto con dirección a Estados Unidos.

El 12 de diciembre de 2016, Foreign Policy eligió a Ganzeer como uno de los 100 Leading Global Thinkers del año. Ese mismo día, The Nib –un site de periodismo, historias de no ficción y comentario político en formato cómic– publicó una historieta suya titulada Miopía selectiva: Cuando nadie desea la verdad.

Ahí relata un episodio ocurrido poco después de la caída de Mubarak, cuando el Ejército egipcio se había hecho con el poder. Ganzeer y otros artistas están pintando un mural basado en una fotografía donde se ve a dos militares sujetando a un manifestante. Pero unos transeúntes se les enfrentan y los agreden. Uno de ellos, iracundo, le dice a Ganzeer: “¿Cómo te atreves a insultar así a nuestro Ejército?” A lo que el artista replica: “Está basado en una foto. Esto ocurrió en Alejandría. ¡No estamos inventando nada! ¡Todo lo que estamos haciendo es mostrarles la verdad! ¿Por qué quieres seguir ciego ante la verdad?”. El hombre le responde: “Queremos permanecer ciegos, ¿entiendes? ¡No queremos saber! ¡No tienes ningún derecho a forzarnos a ver nada! ¡No queremos saberlo, maldita sea! Si no te gusta, entonces lárgate. ¡Lárgate del puto país!”.

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Selected Myopia, Ganzeer. The Nib.

Unas viñetas después, otro hombre se acerca a Ganzeer y le pregunta: “¿Para quién están haciendo esto?” Y el artista responde: “Para ellos”. En ese momento, su interlocutor le dice: “Bueno, pero ellos no lo quieren”, y le muestra que hay un grupo de gente borrando el mural.

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Selected Myopia, Ganzeer. The Nib.

La historia prosigue con una serie de viñetas que desvelan un juego metaficcional, gracias al cual descubrimos que el Ganzeer que se encontraba dibujando el mural es un Ganzeer recordado por otro Ganzeer meses después mientras conversa por teléfono con uno de los amigos con que había vivido la agresión de esos transeúntes que le echaban en cara que preferían vivir en la ignorancia. En la conversación, Ganzeer le dice a su amigo: “Para serte sincero… me siento un poco deprimido. No sé bien para qué hacemos todo esto”.

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Selected Myopia, Ganzeer. The Nib.

Ahí y en las viñetas siguientes descubrimos otro nuevo giro metaficcional: el Ganzeer que mantenía la conversación por teléfono y recordaba lo ocurrido en las calles de El Cairo, en realidad no es sino un dibujo, protagonista de un cómic sobre el que está trabajando Ganzeer cuatro años después, en la actualidad, instalado en su nueva residencia de Los Ángeles. Lejos de su país, como le había dicho el tipo con que se enfrentó en la calle: “Si no te gusta, entonces lárgate. ¡Lárgate del puto país!”.

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Selected Myopia, Ganzeer. The Nib.

Unos días después de leer el cómic de Ganzeer, me topé con un artículo de la periodista española Delia Rodríguez, publicado en eldiario.es. Delia Rodríguez es una de las periodistas hispanoamericanas más brillantes que conozco. Hasta hace unos meses dirigía Verne, el minisite de El País que intenta hacer periodismo inteligente acerca de lo que ocurre en Internet, ir más allá de robar un video de YouTube, hacer listas de memes o producir media docena de “noticias” de Pokémon Go al día. De ahí, Rodríguez ha pasado a ser subdirectora de audiencias de Univision, la cadena latina de noticias en Estados Unidos.

En su artículo Rodríguez apunta varias ideas pertinentes sobre la crisis que afrontan los medios y los cambios que Internet ha traído a la relación entre periodistas y lectores. Contrario al lloriqueo, la falsa modestia o el deslinde de responsabilidades que suele caracterizar este tipo de ensayos, el de Rodríguez es duro y justo, y da en el clavo en más de una ocasión.

Internet, nos dice al comienzo, “ha sacado lo peor de los medios, convertidos hoy en una industria contaminante que lanza vertidos a la sociedad, solo que en lugar de adulterar el agua potable lo hace con las ideas que respiramos”.

Cuando se refiere a nosotros mismos, los periodistas, no es menos severa. En esa carrera loca por el click, nos estamos dejando la credibilidad, nos dice. La poca o mucha que podíamos haber alcanzado. Porque “todo tiene un autor, un culpable que ha encargado el tema, unas manos que lo han ejecutado aunque no lo firmen. Si copias, si mientes, si manipulas, si escribes basura siempre hay alguien que se va a dar cuenta, porque estamos en Internet y todos somos expertos en algo”.

La gente no es tonta, aunque los periodistas, embebidos en nuestra absurda superioridad moral, tendemos a despreciar a nuestra audiencia, mientras seguimos alimentándola de basura. Ante ese panorama Rodríguez sentencia: “La realidad es que la relación medio–lector está casi rota”. Y difícilmente podremos culpar a los lectores por la ruptura.

Rodríguez habla de medios españoles, pero será difícil que algún periodista, editor o dueño de medio en cualquier país de habla hispana no vea al suyo identificado en esta descripción: “Los digitales permiten los banners engañosos. La parte final de las noticias está llena de links de pago que dirigen a los visitantes a contenidos vergonzosos que el medio hace como que no ve, pero que jamás aprobaría si fueran un contenido propio. Los lectores instalan programas que bloquean la publicidad, los medios plantean bloquear a los que los bloquean. Las páginas tardan tanto en cargarse, contienen tanta basura, tanta publicidad pesada, tanto código inútil, tantos añadidos, que Facebook y Google han inventado formatos más livianos”.

Son, precisamente, Facebook y Google quienes se han adueñado de la distribución de noticias, “y ninguno de los dos se ha hecho grande dándole lo que deseaban a los medios, sino pensando en sus usuarios”. Y lo que quieren esos usuarios, si uno se guía por los trending topics, las listas de noticias más vistas y la conversación en redes sociales, la gran mayoría de las veces son videos graciosos, señoritas con poca ropa o escándalos de famosos. Los medios han corrido a atender la demanda, soñando con que así atraerán tráfico suficiente para vender banners. El problema es que el mismo público que busca esos contenidos castiga a los medios que antes lo proveían de noticias por ofrecerlos. Es difícil culparlos, el esfuerzo por producir contenido ligero o viral en la mayoría de medios resulta tan atractivo y natural (o nativo, si prefieren) como ese cincuentón que cambia la corbata por una camiseta de Metallica y suelta unas cuantas palabrotas para acercarse a los amigos de su hijo.

Como dice Rodríguez, “el nuevo mundo es cruel, un violento caldo de cultivo en el que todas las ideas del mundo compiten entre sí por nuestra atención, dejando a las más débiles y menos adaptadas por el camino”. Las respuestas a qué hacer con los medios de comunicación y cómo recuperar la relación con los lectores, no son respuestas sencillas, ni mucho menos, y nadie parece haber dado con ellas todavía.

Yo me siento buena parte del día como Ganzeer, vapuleado por los internautas y preguntándome ¿para qué hacemos todo esto? Quizá, para encontrar una respuesta, podríamos empezar por cambiar esa última pregunta y preguntarnos, sinceramente, ¿para quién?

*Publicado originalmente en www.peru21.pe el 19 de diciembre de 2016.