El viernes 4 de agosto, mientras revisaba mi muro de Facebook, saltó una noticia de la página web de El País:
Fascinado por la elocuencia del titular y el gancho del post («Lo que él me pedía no existía literalmente en el mercado»), di click y seguí leyendo. Así arrancaba el primer párrafo:
“Quiero una camiseta que sea larga y la quiero para mañana”. Y lo que Justin Bieber pide, Justin Bieber consigue. Así recuerda la diseñadora Karla Welch cuando el cantante, de 23 años, le solicitó esta prenda básica hace cinco años para incorporarla a su vestuario.
El segundo párrafo, que empezaba también con una declaración, era aún más fascinante:
“Lo que él me pedía no existía literalmente en el mercado. Así que fui al hipermercado más cercano, compré todas las camisetas blancas triple XL de Hanes —la marca de ropa de supermercado— las desmonté y comencé a rehacerlas usando un patrón propio. Y a Justin le encantó”, explica Welch en el comunicado que anuncia el lanzamiento de la prenda.
Para cuando acabé de leer la nota, seguía sin entender, así que volví a leer de arriba a abajo. Los invito a hacer lo mismo, estamos ante una obra maestra del humor involuntario.
Para empezar, ya metido en el texto, me llamó la atención cómo esos dos primeros párrafos desmontan el titular. Recordemos: «Justin Bieber también diseña y crea», dice arriba de todo la nota. A continuación, la bajada insiste en lo mismo y añade algo más de información: «El cantante ha lanzado al éxito a la diseñadora Karla Welch al diseñar esta básica prenda que muchos quieren en su armario». Cuando uno lee un poco más allá del titular y la bajada, queda claro que Justin Bieber no ha diseñado nada. Quien ha diseñado, como corresponde, es la diseñadora, a pedido del cantante.
Pero, además, había en la nota un tono desmedido de alabanza, que si bien es habitual en las llamadas secciones «ligeras» de los diarios, en este caso resultaba particularmente desproporcionado, si se tenía en cuenta que el objeto de la noticia es una camiseta blanca. Así decía la nota:
Un diseño que aunque puede parecer muy básico, detrás tiene un trabajo estudiado y perfeccionado por Welch, que buscó recapturar la elegancia sin esfuerzo de los clásicos iconos del cine de Hollywood como James Dean.
Y el ditirambo proseguía:
El ajuste de cada prenda es “ligeramente refinado y más delgado”, dice señalando que las piezas podrían convertirse en “cosecha futura”.
Sea lo que sea una pieza que se convierte en «cosecha futura». Volveré sobre ese sintagma más adelante.
Lo tercero que me hizo revolverme en la silla fueron las palabras con que el redactor de la nota, que va sin firma, cerraba la primera cita de la diseñadora Karla Welch: explica Welch en el comunicado que anuncia el lanzamiento de la prenda. Digamos que la cuestión empezaba a aclararse. Aunque no del todo.
Por supuesto, El País no es el único diario en español que se ha hecho eco de la revolucionaria camiseta blanca de Bieber y Welch. El Mundo le dedicó también una nota en su página web, firmada por la periodista Regina Navarro. Aquí volvemos a toparnos con el famoso comunicado, cuando Navarro cita, esta vez a Justin Bieber, no sin antes llamarlo «parte activa del cerebro creativo que hay tras la camiseta»:
«Karla y yo siempre hemos desafiado los límites juntos y esta colaboración es una continuación de eso», explica el cantante en un comunicado de prensa.
No sé bien de qué límites habla Bieber. E imagino que los redactores de El Mundo y El País tampoco, porque ninguno se da el trabajo de explicarlo. Esta cita, por cierto, era distinta en El País. Según el redactor anónimo lo que Bieber había dicho era:
«Karla y yo siempre hemos unido fronteras y esta colaboración es una continuación de esto».
Fue ahí que caí en cuenta de que ese «cosecha futura» que me había intrigado antes debía ser un error de traducción. Así que busqué medios en inglés que se habían hecho eco de la genialidad de Justin Bieber como diseñador de camisetas blancas.
A diferencia de lo que ocurre con los artículos de El País y El Mundo, los publicados en medios en inglés citan casi todos como fuente esta nota aparecida en Vogue.com el 2 de agosto:
Así la anunciaba en Twitter con bombos y platillos su autor, Edward Barsamian, Style Editor de Vogue.com, minutos después de que la pieza estuviera online:
El despliegue y los besitos volados entre editor y diseñadora me hicieron recordar las palabras de Kirstie Clements, antigua editora de Vogue Australia durante 13 años y autora de The Vogue Factor, unas memorias acerca de su paso por la revista publicadas en 2013. En el libro Clements dice:
Se acerca rápidamente el día en que una revista y su página web estén llenas tan solo de notas levantadas, imágenes promocionales enviadas por clientes e instantáneas de Instagram tomadas por la redacción.
Portada de la primera edición británica del libro de Kirstie Clements
Todo los detalles «importantes» acerca de la revolucionaria camiseta blanca están en esa nota de Vogue:
-La urgencia de Justin Bieber, que quería la camiseta para mañana.
-La supuesta novedad de la camiseta blanca que «literalmente no existía en el mercado».
-Los supuestos límites que diseñadora y cantante desafían juntos.
Cumpliendo la profecía de Kirstie Clements, todas las imágenes de la nota de Vogue.com son cortesía de Matt Welch, esposo de la diseñadora, tomadas para la campaña de Hanes x karla.
En el artículo que firmaba Edward Barsamian en Vogue.com estaba también el «cosecha futura» de la nota de El País, que en realidad no era sino una pésima traducción de una declaración de Welch en la que decía que las camisetas podían ser consideradas «future vintage».
El redactor anónimo de El País, además de traducir mal, había realizado un plagio descarado del artículo de Vogue.com, citando a la supuesta nota de prensa. Un botón de muestra:
Este es el párrafo de Vogue.com:
The T-shirts have become “my uniform,” says Welch, who flits between sleeveless and classic versions worn with high-waisted trousers. “Everybody needs it. Every culture and subculture has used the white T-shirt. That’s where the genius is.” In developing the collection, Welch sought to recapture the effortless elegance of classic Hollywood cinema icons like James Dean. The fit is “slightly refined and slimmer,” she says, noting that the pieces could be dubbed “future vintage:” The owner will need to wear, wash, and repeat the process a few times before achieving the desired comfy factor. “You have to commit to this T-shirt.”
Este el de El País:
El resultado final es una simple camiseta blanca de manga corta. Un diseño que aunque puede parecer muy básico, detrás tiene un trabajo estudiado y perfeccionado por Welch, que buscó recapturar la elegancia sin esfuerzo de los clásicos iconos del cine de Hollywood como James Dean. El ajuste de cada prenda es “ligeramente refinado y más delgado”, dice señalando que las piezas podrían convertirse en “cosecha futura”. “Tienes que comprometerte con esta camiseta. El propietario tendrá que usar, lavar y repetir el proceso unas cuantas veces antes de lograr la comodidad deseada”, añade la diseñadora, que asegura que esta prenda se ha convertido en su uniforme. “Todo el mundo lo necesita. Cada cultura y subcultura ha utilizado la camiseta blanca”.
Al menos se dio el trabajo de reordenar algunas oraciones.
Pese a todo esto, quise comprobar si en realidad había algo extraordinario en la camiseta blanca de Bieber y Welch que a mí se me escapaba y justificara esa atención por parte de Vogue, El País, El Mundo y un largo etcétera de medios. Así que contacté a dos diseñadores que conozco.
Manuel García es director creativo y socio fundador de García Madrid, una de mis marcas favoritas de ropa. Luego de leer y releer todo lo que encontré sobre el tema, le escribí por Facebook Messenger. Cuando le pregunté si había algo especial en esa camiseta, García respondió:
Para cualquiera resulta evidente que esto es una campaña de marketing bien montada, donde la camiseta da igual. Es una camiseta. Una camiseta blanca. Pero eso no importa. Lo que importa es que hay un ídolo de la música con millones de seguidores. La camiseta importa un pito, lo que importa es quién la lleva. Y la lleva Justin Bieber.
A continuación, García me dijo que todo ese montaje alrededor de una simple camiseta blanca y unos medios que repiten como loros lo que les indican es moneda corriente en el mundo de la moda:
La cobertura es, lastimosamente, la habitual para moda. Nosotros lo vemos a cada rato. Cuando lanzamos una colección o hacemos presentaciones, nadie se molesta en hacer alguna pregunta, la mayoría no se molesta en escribir ni una sola palabra propia. Copian y pegan la nota de prensa y ya.
Luego de hablar con Manuel García, hablé con otro diseñador cuyo trabajo admiro. Baruc Corazón es director creativo y CEO de BARUC, además de profesor de diseño de la Universidad Politécnica de Madrid. Las camisas de BARUC son un ícono moderno de la moda española.
Cuando le pregunté por teléfono a Corazón si veía algo especial en la camiseta blanca de Justin Bieber y Karla Welch, me dijo:
Hoy en moda lo último que importa es el producto. Es tremendo pero es así. Todo se reduce a famosos llevando una prenda y colgando imágenes en redes sociales, marcas que se aprovechan de ello y la prensa que no se entera de nada. Tienen que llenar sus páginas web y repiten sin más lo que les envían los departamentos de marketing. La camiseta da igual.
Ambos diseñadores coincidían en la irrelevancia de la prenda en cuestión y en la actitud acrítica con que medios supuestamente serios cubren el mundo de la moda. Para ambos el episodio de la camiseta blanca de Justin Bieber no era sino uno más en su larga experiencia lidiando con periodistas y medios de comunicación.
Cuando ocurren estas cosas, no puedo evitar escuchar al fondo las risas de un responsable de marketing o publicista, que celebra con una botella de Möet Chandon el haber conseguido que las redacciones de medio mundo digan exactamente lo que él o ella quería que dijeran. En este caso, además, es probable que el champagne lo haya pagado Scooter Braun.
Pienso en gente como Ryan Holiday, marketero y escritor, autor de un libro ya casi clásico en el mundo del marketing titulado Trust me, I’m Lying,donde relata cómo engañó en varias ocasiones a medios de comunicación para conseguir publicidad para sus clientes y para él mismo.
Las dinámicas de manipulación han cambiado. Creo que la mayoría de periodistas están bien al tanto de que sus fuentes están manipulándolos, son conscientes de que hay instituciones, tanto financieras como gubernamentales, interesadas en hacerles relatar una historia específica. De lo que creo que los periodistas están menos al tanto es hasta qué punto se produce y publica contenido por toda la web para que ellos caigan, para que cubriéndolo consigan escalar su repercusión (…) Una publicación periodística de primer orden tiene la habilidad de escalar un mensaje a una audiencia mayor. Eso es lo que les da mayor poder a los medios. Es por eso que todo este asunto es tan complicado y su responsabilidad es mucho mayor.
Hace poco, a propósito de un post anterior de este blog, conversaba con un periodista gastronómico que me contaba lo decepcionado que lo había dejado todo el asunto relacionado con Cristhian Hova y la cobertura irreflexiva de los medios: «Es gravísimo no solo por el artista, sino porque muestra que a nadie le importa un rábano que lo que se cuente o lo que se diga sea cierto. Y tú sabes que los temas que sigo no son los más trascendentes. Pero por eso mismo pienso si así estamos en esto cómo estaremos en lo otro. Solía pensar que era porque no le daban la debida importancia [a los temas supuestamente ligeros o menores]. Pero me haces pensar que es a todo nivel«, me dijo.
Esa es una excusa habitual. Qué más da. Es comida. Es moda. Es deporte. Es cultura. Es lo que sea. Si no se trata de una investigación sobre narcotráfico, trata de blancas o corrupción al más alto nivel, qué más da la verificación, qué importa hacer el que se supone que es nuestro trabajo.
Por supuesto, eso es una estupidez. Esa actitud, que uno puede ver, oír, oler, palpar, en casi cualquier redacción, supone, primero, un desprecio por el trabajo propio que a mí se me antoja intolerable. Pero, bueno, allá cada quien con el respeto que tiene por sí mismo y su trabajo. Porque, aún más grave, también supone un desprecio inaceptable por el lector, ese al que se supone que los periodistas servimos.
Pero, además, si como periodistas somos incapaces de desactivar la burda propaganda de una estrella del pop y una marca de moda que no persiguen más objetivo que vender unas cuantas camisetas, ¿cómo se supone que podemos hacer frente a la sofisticada manipulación que llevan a cabo el crimen organizado y gobiernos corruptos en todas partes? ¿Cómo habrían de confiar en nosotros los ciudadanos, expuestos ante la propaganda que bombardean organizaciones de todo tipo? ¿Por qué deberían de creernos cuando apuntamos a los Trump o Putin del mundo si hemos demostrado ser presa fácil hasta de Justin Bieber?
Buscando un artículo antiguo que escribí en Letras Libres, me topé con una de las primeras cosas que hice para la revista.
Junto con Etiqueta Negra, Letras Libres es la otra publicación a la que he considerado a la vez mi casa y mi escuela. Resulta curioso que nunca llegase a trabajar de forma oficial en sus redacciones. Si bien tuve distintas responsabilidades en ambas revistas, nunca tuve un sueldo ni un escritorio asignado en ninguna de las dos. Pese a ese detalle anecdótico, buena parte de lo que soy como periodista lo aprendí en ellas.
Empecé a publicar en Letras Libres en 2005, invitado por Ricardo Cayuela, quien dirigía la edición española de la revista en esa época. Sin haberme cruzado con Ricardo y Julio Villanueva Chang, fundador de Etiqueta Negra, con casi toda seguridad no sería hoy periodista.
A principio de los años 2000, yo era un mocoso pedante -imagino que para muchos lo único que se me ha quitado es lo de mocoso- que se había mudado a Madrid con la excusa de estudiar Derecho pero a quien, en realidad, solo le interesaba hacerse escritor. Ser escritor, entonces y en castellano, era ser novelista.
Fueron Julio y Ricardo los que, a través de lecturas y conversaciones -vía Hotmail Messenger uno, compartiendo gintonics el segundo-, me enseñaron que el periodismo era también una forma de ser escritor. Gracias a ellos es que hoy, cuando leo o escucho ese binomio ridículo y redundante, periodista y escritor, me chirrían los dientes. Lo mismo aprendí, de otra forma, de Arcadi Espada.
Por esa época, Arcadi era uno de los periodistas más influyentes de España. Escribía en El País (hoy lo hace en El Mundo) y tenía un blog casi ineludible para cualquiera interesado en participar de la discusión pública y periodística española (el blog como tal ya no existe, aunque hay un archivo en la web de Arcadi, accesible solo para suscriptores). Espada es, además, autor de dos libros fundamentales en mi aprendizaje periodístico: Raval: del amor a los niños (Anagrama, 2000) y Diarios (Espasa, 2002). Si no los han leído y les interesa este oficio, créanme que deben hacerlo cuanto antes.
En 2005, la editorial Espasa publicó una compilación de ese blog, titulada Diarios 2004, y fue con ese motivo que realizamos esta entrevista para Letras Libres, donde Arcadi era también colaborador.
La siguiente conversación tuvo lugar a lo largo de dos tardes. Primero en Madrid, durante el día dedicado a la promoción de Diarios 2004 concertada por la editorial Espasa y luego, una semana después, en Barcelona, tras la conferencia que Arcadi Espada ofreció, frente a una nutrida aula de estudiantes de periodismo, en el marco de las jornadas Sin Ficción, organizadas por la revista Lateral. El motor de la charla fue la publicación de un nuevo volumen de Diarios, que esta vez recoge el primer año de vida del blog (www.arcadi.espasa.com) que Arcadi Espada escribe día a día “nunca después de las once de la mañana”, una vez leída la prensa, y que, 12,000 visitas al día mediante, ha convertido a su autor en uno de los intelectuales más influyentes de España.
¿Qué ha aportado el formato blog a su trabajo como periodista?
A mi labor periodística quizá no demasiado porque yo no hago periodismo en el blog, hago crítica del periodismo. Sí que he hecho algunas cosas, pequeños reportajes, pero lo importante es lo que ha aportado el blog a mi escritura. He descubierto una serie de cosas en la escritura en internet, como el link, que es un instrumento fantástico. También me permite saber lo que piensan los lectores a los pocos minutos, y eso para un escritor posee mucho interés. El sueño de todo escritor es saber inmediatamente lo que opinan los lectores sobre lo que ha escrito. Desde el punto de vista de mi escritura, eso es lo más interesante que me ha aportado este formato.
En el prólogo al libro describe su escritura como “parasitaria” en el sentido de que comenta lo que escribe la prensa sobre la realidad y no la realidad misma, sin embargo en algunos temas concretos, como el nacionalismo catalán, pasa a realizar crítica directa de la realidad, ¿por qué?
Porque en este diario el límite lo pongo yo y, entonces, a pesar de que tiene como tema general la crítica sobre el periodismo, escribo sobre lo que me parece. Y una de las cosas sobre las que me apetece bastante a menudo escribir es el nacionalismo catalán. Pero de todas maneras, aun cuando escribo sobre el nacionalismo, intento que haya una remota liaison con la cosa periodística, con alguna manera de tratar la información. Aunque a veces, ya sabe, me permito tratar el nacionalismo, y no sólo el nacionalismo pero sí especialmente este tema, a cuerpo abierto.
En varias entradas del diario señala que en nuestros días los medios se ven seriamente condicionados por el público. ¿Cree realmente que hemos pasado a una relación casi mercantil, regida por “el cliente siempre tiene la razón”?
Sí. Hubo una época maravillosa –supongo porque lo han dicho y lo he leído, yo no lo viví– en que, algo que también ocurrió en la política, las elites naturalmente explicaban lo verdadero con independencia de que lo verdadero gustara o no al público. Hoy eso es muy difícil, especialmente en países subdesarrollados culturalmente como España, donde de lo que se trata es de fabricar una verdad complaciente para cada “segmento de mercado”. El diario El País tiene un segmento de mercado, El Mundotiene un segmento de mercado, la cadena COPEtiene un segmento de mercado, lo más dramático de todo es que se fabrica una verdad incluso en asuntos tan denigrantes, tan humillantes y tan importantes para la conciencia y la moral colectivas como el 11-M.
¿Por qué no ha recogido en el libro la falsa carta de la defensora del lector de El País a propósito del caso Echevarría?
Porque no se entendería fuera del contexto. Estuve meditando ese asunto largamente, como usted puede comprender, porque sabía que alguien avispado me lo preguntaría. Y la verdad es que tras muchas idas y vueltas pensé que eso no tenía sentido fuera del blog. Si usted recuerda cómo fue construido, esa entrada llevaba un link que daba Not found. Eso fue muy criticado por algunas personas, en El País y fuera de El País, porque me acusaban de haber hecho algo que yo criticaba (la irrupción de la ficción en el periodismo), lo que por supuesto no era cierto. Otra cosa es que hubiera utilizado un sistema críptico, lo que sí se me puede reprochar, pero en todo caso yo di los elementos suficientes para entenderlo: ese link no daba a ninguna parte. Era, en todo caso, una manera de explicar mi desasosiego ante la falta de una respuesta de la defensora frente al caso Echevarría. No sólo esa página falta, hay muchas otras que faltan. He tenido muchos problemas para trasladar la escritura del blog al papel, porque me faltaba esa herramienta (el link). Ese ejemplo es el más claro, pero quizá es el más claro porque es el más llamativo, hay muchos otros que tampoco se han podido reproducir. Y en ese sentido, hay algo que me interesa dejar claro. El prólogo empieza con una frase que dice: “Este libro empezó a editarse el 1 de enero de 2004 en el blog”. Yo escribo libros; en ese sentido, para mí el blog son las notas que yo escribo para ese libro. Hay notas que resisten el paso del tiempo, otras están mucho más ligadas a lo coyuntural, las que yo elimino en función de mis intereses para el libro.
Repite varias veces, a lo largo del texto, que el periodismo no debe encargarse de los porqués.
No es su asunto. Más allá de porqués inmediatos, obvios, de sentido común, pero de esos no vale la pena hablar. En el periodismo hay un exceso de porqués. El periodismo es una epistemología, una manera de conocer la realidad, precaria y que tiene sus límites; el periodismo no puede aspirar a contener una explicación completa del mundo. Ya lo decía en el primer volumen de Diarios, y ponía el caso de un crimen horrible sucedido en la provincia de Cádiz, donde dos muchachas mataron a una tercera. Entonces, al día siguiente salieron los periódicos diciendo: “Las muchachas de Cádiz mataron porque querían ser famosas”. Hombre, serénate. No han pasado ni 24 horas, esas muchachas están siendo interrogadas, no se les han hecho ni siquiera análisis psiquiátricos, se desconoce su grado de litio, etc. El por qué es una pregunta demasiado abusiva para el periodismo en el 90% de los casos.
¿Cree que ese abuso de porqués en la prensa española, es una de las razones por las que en los periódicos pareciera predominar el columnismo frente al reportaje de investigación?
Sí, claro. Esa y, desde luego, la comodidad. Como decía mi maestro Pla: “Describir es mucho menos fácil que opinar”. Yo siempre les digo a mis alumnos que en el periodismo hay un malentendido, los niños deberían salir de las escuelas y entrar en los periódicos a escribir editoriales, para decir: “¡No a la guerra!”, “¡Viva la paz!”, “¡El mundo es una mierda!”, etc. Eso es muy sencillo de hacer, el editorial es realmente sencillo. Y luego, cuando fueran mayores, podrían ir a cubrir ruedas de prensa. Ese sería el itinerario lógico porque, como yo siempre digo, escribir “los latidos de mi corazón latiendo por ella” es mucho más fácil que “come un señor bajo la escalera”.
¿Esa sería la razón de que los periódicos estén plagados de novelistas?
Sí. La ficción aplicada al periodismo, al relato real, tiene una dimensión consoladora, porque la realidad a veces es prosaica y a veces es injusta. La pomada de la ficción sobre ella va muy bien, pone orden al caos y además da la impresión de que “el culito de mi bebé queda suave”. Y luego, hay otra cosa y es que, cuando uno llega al final y se topa con una pared, es mucho más fácil inventar lo que hay detrás de esa pared que escalarla.
Usted defiende la idea de mostrar, difundir, las imágenes de los crímenes perpetrados por los terroristas. ¿No cree que en el caso del terrorismo islámico, un terrorismo abocado a la captación de adeptos, los periódicos corren el riesgo de convertirse en agentes publicitarios de los “éxitos” del terrorismo?
Sí, es un riesgo. La libertad y la verdad tienen riesgos. El riesgo de que alguien se sienta impelido a hacer lo mismo porque lo vea, es un riesgo. Pero, desde luego que la libertad, la democracia y el llevar una vida digna requieren de nuestra parte cierto coraje. A mí lo que me extraña y me rebela es esa especie de panchacontentismo del burgués, no sé si usted entiende esta palabra, es una palabra catalana…
El burgués que no quiere que le malogren el desayuno con una imagen perturbadora.
Exacto. En Diarios pongo una cita que a mí me parece de lo más revelador que he visto nunca. El País publicó una vez en portada, tras un bombardeo sobre Bagdad, una fotografía muy famosa de un niño amputado. Al día siguiente escribía un lector clamando que había ido a todas las manifestaciones, ¿lo recuerda usted?, y terminaba pidiendo algo parecido a “que no se me atragante el croissant”. O sea que consistía en eso. Ahí sí está su compromiso solidario, manifestarse sí, pero el croissant es sagrado. Y eso, sobre todo esa izquierda siempre tan buena que no duda en agitar la cacerola, me produce bastante molestia. ¿O sea, señor, que usted no es capaz de asumir, de encarar en su solidaridad, un niño que muere? Y luego, respecto a los terroristas islámicos, creo que hay como un reto: ¿y bien, qué quiere usted? ¿Degollar a un hombre delante de la cámara? Muy bien, ya lo ha hecho, ¿qué más quiere? ¿Un niño? ¿Desgarrarlo y abrirle el corazón? Hágalo. ¿Y después qué, va a hacer algo más? Hemos visto a niños muertos por terroristas en Beslán, hemos visto cómo los mataban por la espalda, por cierto, ante la indiferencia española, que a veces parece no estar muy preocupada según de qué país se trate. Pero bueno, ¿tiene usted algún argumento más que ofrecer? Esto me irrita muchísimo, como entenderá. Muy bien señor, ya ha matado niños, les ha quitado el corazón. Ya hemos resistido eso. Si está todo inventado: los aztecas los abrían en caliente, los cogían y se los comían. ¿Tiene usted algún proyecto político, humano? ¿No? ¿Algún argumento más? Listo, desarmado. Mientras esto se relegue a las cavernas de internet, a los ángulos, mientras se revista de la cosa pornográfica, de la oscuridad, pues entonces seguirá teniendo esa plusvalía de lo oculto, lo clandestino, de lo que se ve a medias, de lo imprevisto, que decía Barthes. Barthes, en una de sus pocas frases lúcidas, decía “la seducción se produce en el momento de la aparición-desaparición”. Tenía razón, como cuando a una mujer se le sube la falda. Con el terror pasa igual.
¿Cuál cree usted que es la función de la fotografía en el periodismo?
No creo que sea demasiado diferente a la del texto. Creo que la fotografía debe informar sobre el mundo que le ha tocado vivir al que realiza la fotografía de un hecho determinado. Usted sabe que yo tengo algunos escritos sobre fotos y fotógrafos, a mí la fotografía me sirve mucho para reflexionar sobre mi trabajo. Incluso me ha servido la polémica sobre la fotografía ésta del inmigrante muerto [fotografía de Juan Bauluz titulada “La indiferencia de Occidente” que, tras ser publicada en La Vanguardia, llegó a ser portada de The New York Times], una cosa que ocupó bastante el año pasado, me ha servido para reflexionar sobre una cierta teoría del hecho y el encuadre. Cómo, por ejemplo, un hecho puede estar fragmentado en muchos pedazos, pero todos los pedazos tienen que cuadrar y cuando uno ve el encuadre que ha elegido y al lado está lo contrario de lo que muestra, eso no va. Pero eso no va no sólo en fotografía, a mí me parece muy útil también y sobre todo para el texto.
Si la función es la misma ¿cabe, entonces, una imagen como documento noticioso per se, sin texto al lado?
Sí. Aunque Susan Sontag, por ejemplo, no era partidaria de esto. Ella decía que siempre era necesario el texto. Pero yo creo que sí cabe la posibilidad. Siempre y cuando no crea usted que la imagen ya lleva incorporado un texto que no se
ve. Le pongo un ejemplo: una imagen muy famosa que se sacó en Barcelona hace unos años y que mostraba la ventana de la cárcel Modelo iluminada y Javier de la Rosa, un financiero, a través de los barrotes comiendo un bocadillo. Es decir, claro que hay que poner un pie de foto, pero imagino que estamos hablando de texto en un sentido más sofisticado, y visto así, esa foto no necesita nada para decir lo que dice.
¿Qué desdeña tanto de la entrevista como herramienta periodística?
Desdeño que no se ajuste a lo que es: un borrador. La entrevista es una materia prima del periodismo; todos, para saber cosas, precisamos de entrevistas. Pero claro, el borrador ha terminado convirtiéndose en un género. Usted para escribir cualquier cosa necesita hacer muchas preguntas a mucha gente, pero claro, cuando cada uno de esos borradores se eleva a la categoría de género hay algo que no está bien. Y yo me dedico a hacer entrevistas también, las hago porque los periódicos me piden entrevistas en vez de pedirme perfiles The New Yorker.
A veces pienso en Diarios como en una especie de Cartas a un joven disidente de Christopher Hitchens. ¿Está de acuerdo con la comparación?, ¿escribiría un libro como ese?
Sí, sí, tiene razón. Me gusta. Y creo que, de alguna manera, lo he escrito también con Contra Catalunya. Lo que pasa es que en ese caso muy ceñido a la perspectiva local. De todas maneras, lo que a mí más me gusta de Hitchens es el libro de Orwell (La victoria de Orwell, Emecé, 2002), especialmente el capítulo acerca de la verdad y el posmodernismo.
En una entrevista que realizó a José Ramón Recalde, la cronista que da cuenta del encuentro dice de usted que, como ocurre con Savater, se haya en una especie de limbo intelectual al proceder de la izquierda y haberse “atrevido” a realizar una crítica constante a la izquierda. Algo de lo que también habla usted, refiriéndose a El País y a algunos intelectuales como Vargas Llosa, Félix de Azúa o el mismo Savater, a los que “algunos llamarán coartadas y yo prefiero ver como ejemplos”. ¿Se siente cómodo habitando ese limbo, le gusta formar parte de ese club?
Bueno, ese también es el caso de Hitchens. Y de tantos otros. Aquellos que usted menciona son gigantes y para mí, algunos más que otros, personas que me han enseñado muchas cosas. Siempre incomoda que le metan con gente frente a la cual uno tiene un tamaño algo más reducido. Pero sí, sí. Ser de izquierdas es eso. Ser de izquierdas es la continua interrogación sobre los fundamentos de tu paso por el mundo.
¿Se considera un hombre de izquierdas?
Sí, pero sin énfasis. Y simplemente porque uno aplica o intenta aplicar o ha aplicado en las diferentes épocas de su vida la razón y el sentido común. Me gusta mucho la caracterización que hace Peter Singer de la “izquierda darwiniana”, yo estoy mucho en esa línea. Creo que hay dos actitudes ante el sufrimiento: uno lo escucha aunque no haga nada y otro lo ignora. Yo siempre prefiero al que escucha, como mínimo, creo que el sufrimiento debe ser escuchado. Escucharlo, no está mal escucharlo. Hay gente que no lo escucha. Desde el punto de vista moral ser de izquierdas es eso. Desde el punto de vista técnico, ser de izquierdas es prestar atención a lo que pasa, desentrañarlo.
¿Cree que tanto el nacionalismo como la creencia religiosa son intrínsecamente antidemocráticos?
Sí. Ambos comparten la resolución del problema en una instancia superior. El nacionalismo y la religión apelan siempre a una instancia superior. En ese sentido, en realidad no confían en los hombres, no confían en los iguales, no confían en la capacidad de conocimiento del hombre, que es algo que a mí me pone de los nervios. En el fondo son gente desmoralizada y pesimista, lo que pasa es que te hacen la vida imposible, tanto unos como otros. Unos se meten en la cama y otros se meten en la cama con la bandera.
Volviendo a Peter Singer, a Una izquierda darwiniana.
Un libro maravilloso. ¿Sabe que lo han leído unas cincuenta personas? Es increíble, hablo con chicos de izquierda y me dicen “¿quién?” Y es un librito de nada, diminuto, que se lee en nada.
El problema central que plantea el libro de Singer, entre muchos otros, es confundir hechos científicos, la naturaleza humana, las diferencias existentes, con valores morales…
Es que mire, cómo va usted a combatir la desigualdad si cree que no existe. Uno le explica esto a estos tíos, estos jamelgos que sólo saben hablar en editoriales y te dicen “no, es que la tabla rasa”. No señor, hay una naturaleza humana. Es una putada pero hay una naturaleza humana. Y hay que conocerla, asumirla.
Cierto, pero bueno, el libro está, existe, y hay muchos más estudios, pero el problema sería ¿a quién le toca, quiénes serían los encargados de articular un discurso a partir de esta idea de una izquierda darwiniana? Quizá sería mucho pedir a nuestros políticos.
Aquí en España estamos con la izquierda flower. El pozo de la desigualdad y todo eso. La absoluta negación de la naturaleza humana. La izquierda no ha superado el fracaso más colosal de la historia de la humanidad, políticamente hablando, un fracaso basado en el no reconocimiento de la naturaleza humana, que es por supuesto el comunismo. El comunismo es una utopía noble, bondadosa, pero que fracasa porque niega cuestiones elementales de nuestra naturaleza. Cómo le vas a decir a la izquierda que dé un paso más cuando ni siquiera ha superado ese trauma, cuando la izquierda no sabe pensar todavía en términos que no sean los de la tabla rasa. Es decir, la creencia de que todo es manejable, conductible, etc. Es muy difícil para toda la izquierda europea, porque no ocurre únicamente en España, mire lo que está ocurriendo en Francia [en referencia a los incidentes de quema de coches en las afueras de París y otras ciudades acaecidos en noviembre de 2005]. Todo esto que ha ocurrido en Francia, a ojos de Singer, y es más, desde una perspectiva científica, desde una mirada política que integre los conocimientos que hoy tenemos de la naturaleza humana, resulta muy interesante. Pero hoy en día hablas de naturaleza humana y hay gente de izquierda que piensa que estás hablando de nazismo, de eugenesia.
Tiene que ver quizá con el descrédito de que adolece la ciencia entre nuestros hombres de cultura, en nuestro idioma.
De letras, sobre todo la gente de letras. Y sí, es un fenómeno típicamente latino. Eso no pasa en el mundo anglosajón. Es muy posible que sea una cuestión judeocristiana.
En el libro Singer le reconoce un mérito a Marx, que precisamente tiene que ver con esto último, y es el haber sido el primero en realizar una lectura de la realidad tendiendo puentes entre las diferentes disciplinas, desde la economía que era lo que le interesaba, pero integrando la política, la sociología, la literatura y las ciencias en general. ¿Está usted de acuerdo?
Completamente de acuerdo. Lo hace mucho antes que C.P. Snow cuando habla del mito de las dos culturas. Por supuesto, lo que pasa luego es que no se aplica el cuento. Es decir, el análisis de lo real que realiza Marx me parece indiscutible. No soy un experto en el tema pero no creo que la teoría de la plusvalía tenga muchos agujeros, el problema es el materialismo dialéctico, la aplicación. Y ese determinismo ilógico que aplica a la historia. Ese determinismo histórico que pasa por alto el darwinismo.
Lo curioso es que la derecha, como explica Singer, se ha servido de una falsa idea de darwinismo, de ese supuesto darwinismo social para justificar su idea de competencia.
Es un tema muy complicado este porque parece, por lo poco que yo conozco de él, que en la naturaleza humana el elemento cooperativo está presente. Parece ser que la cooperación es inherente al ser humano, que ayuda a la evolución. Entonces, esto de ver a la derecha como unas personas que no están preocupadas por la justicia, etc., yo no lo veo claro, no puedo estar de acuerdo. Creo que alguien debería hacer una síntesis, por poner un ejemplo, entre la necesidad de que la escuela sea pública, de que haya un espacio público de enseñanza pero que en ese espacio el mérito cuente. Alguien debería plantear una síntesis entre el esfuerzo y la igualdad. Yo quiero pedir esto. Pero, claro, ¿quién lo pide? ¿La derecha? ¿La izquierda? Es que me da igual.
Quizá el gran problema de esta dialéctica izquierda-derecha en nuestros días es que tanto unos como otros pretenden vendernos el pack completo.
Una noche, en este grupo de gente con el que planteamos un manifiesto de ciudadanos, ya cansado de esta cuestión de izquierda o derecha les dije: “Bueno, me permitís unas preguntas: ¿Vosotros estáis a favor del matrimonio entre homosexuales?”. Respondieron que sí. “¿Vosotros estáis a favor de la investigación con células madre?”. De nuevo sí. “Pues entonces, estáis de acuerdo con una serie de ideas que comúnmente se asocian con la izquierda, pero al mismo tiempo estáis en contra de la utilización del guerracivilismo en la discusión política ¿no? ¿Quién hace esto? ¿La izquierda, cierto?”. Sí, estaban en contra. “¿Vosotros estáis de acuerdo con el uso de la discriminación positiva como instrumento de vertebración social?”. No siempre, me dijeron. Y les planteé otra cosa comúnmente asociada a la derecha con la que también estaban de acuerdo. Estábamos, entonces, en un lado y otro, en un lado y otro. Yo veo esto, me veo a mí y, por poner otro ejemplo, me parece vergonzoso el Estatuto de Cataluña. Y me parece vergonzoso porque me parece el Estatuto del pack. Hecho por unas personas para las que la vida es eso: el pack completo.
En un artículo publicado recientemente en la revista Zut, usted terminaba diciendo que “los periodistas deberían darse cuenta de que hoy en día son prescindibles”. ¿Cree en serio esto?
Creo que los periodistas no se han detenido a reflexionar sobre la pérdida de la hegemonía. Los periodistas han perdido la hegemonía en el debate social, ya no lo conducen. En todo caso, quienes conducen el debate social tienen una vaga relación con el periodismo, eso que se llama “comunicadores”, “líderes de opinión”. Y bueno, eso ya no se encuentra en los periódicos. ¿Dónde se cuece el conflicto, el debate, el pequeño o el grande, el local, de barrio, etc.? Fuera de los periódicos.
Volviendo a textos presentes en el blog que dejó fuera del libro, ¿por qué no está el rapapolvo, la exégesis, a un artículo de Suso de Toro que incluso motivó una respuesta del propio Suso de Toro en el Nickjournal [el foro de comentarios del blog]?
Me pareció más importante la exégesis al texto de Felipe González. Tuve que decidir entre varias y al final quedaban las de Suso de Toro y la de Felipe González, y es verdad que la de Suso de Toro era más vistosa, tenía mucha más mala hostia, pero me pareció más importante la de Felipe González.
A mí me parece todo lo contrario, si me permite, dado que Felipe González no es más un actor político relevante mientras que Suso de Toro viene a ser el intelectual que el presidente de gobierno cita con cierta frecuencia.
Quizá me haya equivocado, sí, pero para mí en este caso el “hoy en día” no cuenta. Me da igual que Felipe González sea un caballo retirado: en ese texto hablaba sobre temas que me son mucho más importantes, como son la verdad sobre el 11-m; el tema general del libro es el 11-m. Podría haber puesto los dos, lo conversé con la editora, pero a mí me molesta un poco todo esto del “hoy en día”, porque a fin de cuentas quién es Suso de Toro. Aunque a la hora de elegir no lo hice por ningunearlo, lo hice sencillamente porque la otra me pareció más importante.
A lo largo de este volumen de Diarios, defiende la idea de que el gobierno del Partido Popular no mintió en el tratamiento de la información del 11-m, pero si bien mostraron los hechos y los hallazgos de la policía, el discurso del ministro Acebes, en un ejercicio curioso, hablaba de las dos pistas y contradecía los hechos que mostraba. ¿No es esa una manera de mentir?
No. Wishful thinking. A mi modo de ver, claro. Mire, los españoles fuimos a votar el 14 de marzo sabiendo que ETA no había matado a 191 personas. Y eso lo supimos por el gobierno. Y podría haber pasado algo serio. Dudo mucho de que el gobierno inglés, francés o norteamericano, otro gobierno hubiera informado del hallazgo de una camioneta con unos versículos, etc., por seguridad, y el gobierno español lo dio a conocer. Es verdad que en España se vivían unas circunstancias especiales dadas las elecciones, pero el gobierno informó de eso. Y de todo. Por lo tanto, si yo hubiera visto que existía algún hecho revelado por alguna instancia extramuros del gobierno, pues sí, el gobierno habría ocultado información. Pero eso no ocurrió. Hay dos maneras de interpretar esta historia, Aznar la interpreta de una manera y Acebes de otra. Aznar con su discurso en donde dice “los han matado por españoles” pero no menciona a ETA y Acebes hablando de dos pistas. Yo conozco a la persona que escribió ese discurso, sé cómo se escribió ese discurso. Y no había un guión oficial, cada cual interpretó la situación a su manera. Yo veía al pobre hombre de Acebes gritando: “Es que la pista de eta…”, pero esto lo hacía después de haber dado a conocer los hechos que lo contradecían, agitando los papeles que lo contradecían. Y puede que lo hayan hecho muy mal, que hayan sido torpes, pero no mintieron. El gran error político del 11-m es que Aznar no se hace una foto con todos los miembros del star system político a las dos horas del atentado. Igual que Zapatero comete un grave error político, que le ha costado muchos problemas, al no condenar los ataques que están sufriendo los días 13 y 14 las sedes del PP. Un error de consecuencias menores, claro. Pero creo que los hechos son los hechos y todos los españoles fuimos a votar sabiendo, desde las seis de la tarde del 11 de marzo, que Al Qaeda había hecho esto.
Una democracia no funciona así, con juras a San Talavera. Esa pregunta que Iñaki planteó no tiene ningún tipo de posibilidad de respuesta periodística, tiene una posibilidad de respuesta teatral. Pero yo hablo de periodismo y naturalmente eso no fue sino un balón listo para que el otro remate a gol con la puerta vacía. Y hay otra cosa muy importante, un problema que yo no trataba en la columna, pero que para mí es muy importante: esa es una pregunta que no se debe hacer nunca, pero no sólo por razones morales, sino porque ¿cuál es la autoridad que asiste a Iñaki para hacer esa pregunta? ¿Tiene alguna prueba de eso que dice? Es decir, una prueba significa: ¿puede usted repreguntar eso que dice? En el fondo, si lo pensamos profundamente, lo que hace Gabilondo es acusar sin pruebas. Si usted le pregunta a alguien: “¿Es usted un asesino, ha matado usted a tantas personas?”. Esa persona puede perfectamente responderle “Oiga y ¿por qué me hace usted esa pregunta, tiene alguna prueba de lo que dice?”. Y si usted no la tiene, pues tendría que enfrentarse a ello. Y eso, el que Felipe no respondiera de esa manera, abonaría la tesis ferlosiana del teatro. Pero claro, hay quienes no estamos dispuestos a consentir que la entrevista entre el principal comunicador de este país y el presidente del gobierno sea mero teatro.
Tanto el libro como el artículo empiezan con una escena hilarante y terrible a la vez, que encierra la esencia y definición del concepto: Solnit y una amiga se encuentran en una elegante y aburrida fiesta en una mansión de Aspen, un pequeño pueblo de Colorado conocido por sus resorts y centros de ski para la clase media alta y alta americana.
En un momento, el anfitrión se dirige a Solnit y le dice: “He escuchado que has escrito un par de libros”. A lo que ella replica: “Varios, en realidad”. A continuación, el dueño de casa le pregunta sobre qué temas versan sus libros. Solnit, que para entonces había publicado ya siete títulos sobre los asuntos más diversos, empieza hablar del último: un ensayo biográfico sobre el inventor Eadweard Mubridge, que poco tiempo después recibiría, entre otros, el premio al mejor ensayo crítico del National Books Critics Circle.
Ni bien Solnit empezó a hablar, su interlocutor la interrumpió para preguntarle si había leído ya el “importantísimo” libro sobre Muybridge que había sido publicado ese mismo año. Solnit se quedó pensando un segundo, barajando la absurda posibilidad de que otro libro sobre el mismo tema hubiera aparecido al mismo tiempo que el suyo y, de alguna manera, ella no lo supiera. Mientras, el dueño de casa ya se encontraba perorando al respecto “con esa mirada petulante que tan bien conozco, la mirada de un hombre dando un discurso con los ojos clavados en el nuboso y lejano horizonte de su propia autoridad”.
La amiga de Solnit intentó interrumpirlo diciendo: “Ese es su libro”. Pero nada parecía perturbar la perorata; así que volvió a decirle, cuatro veces: “Ese es SU libro”. El tipo, cuando finalmente escuchó, se puso pálido. “El que yo fuera la autora de ese importantísimo libro que él, resulta, no había leído, del que solo había leído la reseña aparecida en The New York Times Review unos meses antes, alteraba de tal manera la pulcra categorización de su mundo, que se había quedado mudo”, escribe Solnit. Cuando la autora y su amiga se alejaron lo suficiente para no ser oídas, estallaron en carcajadas.
Aquí pueden ver a Solnit leyendo el inicio del libro:
Esto, claro, no ocurre únicamente en el ámbito privado. Los medios, sus artículos, entrevistas y columnas de opinión están repletos de ejemplos de mansplaining. Periodistas y columnistas que tratan a mujeres –políticas, especialistas, académicas, otras periodistas, etc.-, muchas veces más competentes que ellos, como si se dirigieran a niños de cinco años a los que deben explicar paciente y detalladamente lo que esas mujeres no solo conocen sino que –en ocasiones- es el tema mismo y la razón por la que se las ha contactado.
El debate público en general, la arena que hemos levantado para discutir los temas que nos importan como sociedad, ya sea en los medios o fuera de ellos, es un constante recordatorio para las mujeres de que sí, ok, está bien que tengan una opinión, pero si hay un hombre que diga lo mismo o parecido, es mejor que sea él quien reciba el espacio, la atención, el auditorio y/o la paga. Y si, por un caso, decidimos concederte el generoso regalo de ponerte un micrófono o una grabadora o una audiencia delante, ya te interrumpiremos para decir aquello que quieres decir mejor que tú.
«Si me permiten, caballeros, me gustaría que pasáramos a la siguiente parte: interrumpirme e ignorar la cuestión»
No se me escapa la ironía de que sea yo, un periodista hombre, quien apostille y reflexione acerca de un concepto desarrollado originalmente por una mujer para tocar un asunto que les afecta a ellas. Pero creo que es importante que no sean solo las mujeres quienes señalen, discutan, se enfurezcan o reclamen ante los sutiles y no tan sutiles mecanismos que la sociedad ha perfeccionado para silenciarlas. Creo que también los hombres, en este caso los periodistas, editores y responsables de medios hombres, debemos no solo tomar conciencia, enfrentar el problema y plantear el debate al interior de nuestras organizaciones, sino que es necesario que alcemos también la voz para llamar la atención sobre lo injusto, pernicioso y empobrecedor que resulta el machismo y sus distintas encarnaciones para todos los que estamos interesados en el debate público.
En Estados Unidos un joven conglomerado de medios llamado Vox Media, que incluye al site de política Vox.com, la página de tecnología The Verge o el conocido portal gastronómico Eater.com, entre otros, publicó en 2015 un código de conducta para sus empleados (periodistas y no-periodistas), que bajo el subtítulo de COMPORTAMIENTOS INACEPTABLES dice:
“Evitar correcciones pedantes como ‘bueno, en realidad..’ que son a menudo ofensivas e improductivas; hagamos un esfuerzo por no interrumpir a nuestros colegas mientras hablan; nunca respondamos sorprendidos cuando alguien solicita ayuda; y tengamos cuidado en no tratar a nuestros colegas con condescendencia ni asumir que sabemos todo sobre un tema. Este último punto es particularmente importante cuando se tocan asuntos relacionados con tecnología: muchas mujeres y personas de color en la industria tecnológica han experimentado mansplaining sobre un tema en el que son expertos, o han sido excluidos de oportunidades de aprendizaje porque un colega no hizo el esfuerzo de responder sus preguntas. No seamos esa persona. Recordemos que nuestros colegas pueden poseer pericias que ignoramos, y que debemos escuchar al menos tanto como hablamos”.
Los periodistas, que trabajamos intentando traducir para nuestros lectores asuntos que, a priori, ignoramos o escapan a nuestra comprensión, para lo cual necesitamos consultar constantemente con especialistas de otras ramas, haríamos bien en aplicar ese código en nuestras relaciones no solo dentro sino fuera de la redacción.
No conozco hombre –periodista, editor, lo que sea- al que no se pueda culpar de haber incurrido en mansplaining en algún momento. Muchos de ellos no somos machistas, o más bien, luchamos contra nuestro machismo día a día, intentamos –no siempre con éxito- no caer en él, porque tan imbuido, tan entretejido se encuentra en nuestras sociedades -y específicamente en nuestro mundo laboral- que incluso hemos acuñado otro término casi exculpatorio para ese tipo de comportamientos no violentos, no explícitos, como el mansplaining.
Micromachismo, decimos, como si no se tratara de machismo a secas, de la más ridícula y ofensiva condescendencia. Como si no alzar la mano o la voz, como si no imponernos con violencia o actuar “sin querer queriendo”, ciegos ante el origen y consecuencias de nuestra actitud, fuese suficiente excusa.
No lo es, por supuesto. Como ocurre con la ley, aquí tampoco la ignorancia nos libra de responsabilidad, la ceguera no nos exime del deber.
Las versiones anteriores de este texto, publicado por primera vez en el blog en agosto de 2017, terminaban todas con este llamado (disculpen la autocita):
Por suerte, si bien la prensa tradicional parece todavía atada a usos del pasado, los nuevos medios no son nuevos solo por su juventud sino, algunos, también por sus ideas.
Imagino, o quiero imaginar, que las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma no tardarán mucho en seguir ese ejemplo.
Las negritas son, claro, mías.
No hemos tenido que esperar demasiado para poder celebrar que uno de esos grandes medios clásicos se ponga al día en cuestiones de género.
El nombramiento de Soledad Gallego-Díaz como directora del diario El País, convierte al periódico fundado en 1976 en la primera gran cabecera nacional española que cuenta con una mujer al mando de su redacción desde los años 30.
En 1936, La Vanguardia, diario con sede en Barcelona pero alcance y relevancia nacional, tuvo una directora mujer, María Luz Morales Godoy. Morales Godoy estuvo al mando de la redacción durante siete meses entre 1936 y 1937, al comienzo de la Guerra Civil española. Los otros diarios que, a mi juicio, entran en la categoría de gran cabecera nacional son: El Mundo, ABC y La Razón. Ninguno de ellos ha tenido nunca una mujer al mando.
Cuando escribí originalmente este post, y en sucesivas actualizaciones, intenté incluir ejemplos de medios españoles pero la elevada cantidad de diarios, sobre todo regionales y locales, así como de medios digitales que existen en España, y la poca información disponible de muchos de ellos, impidió que consignara el número de directoras mujeres que había en medios españoles.
Por suerte, en días recientes y a propósito del anuncio del nombramiento de Gallego-Díaz, el periodista Miguel Ángel Jimeno, responsable del blog La Buena Prensa, se dio el trabajo de buscar y compilar la información para confeccionar un listado bastante completo –y que continúa actualizando– de las directoras mujeres que hay y ha habido en la prensa española. Pueden revisarlo en su página de Medium.
Para quienes no conocen el trabajo de Soledad Gallego-Díaz, aquí hay una semblanza publicada por la web del diario:
Ingresó en EL PAÍS inmediatamente después de su fundación, en 1976, como colaboradora especializada en información política, compaginando su trabajo en Cuadernos para el Diálogo, hasta que se incorporó a la sección política del diario. Desempeñó la función de cronista parlamentaria durante los momentos más intensos de la Transición. De hecho, fue, junto a Federico Abascal y José Luis Martínez, quien consiguió y publicó en exclusiva el borrador de la Constitución Española de 1978.
Posteriormente, a finales de 1979, se hizo cargo de la corresponsalía de EL PAÍS en Bruselas. Su experiencia en el terreno de la información internacional se completó durante esos años con otras dos nuevas corresponsalías de primer nivel, Londres y París.
De vuelta a la redacción central, fue designada primero subdirectora y, luego, directora adjunta del diario, cargo que ejerció durante cinco años. Más tarde, desempeñó las corresponsalías de Nueva York y Buenos Aires, además de volver a ocupar funciones de directora adjunta y de ser nombrada Defensora del Lector. Actualmente publica cada domingo su columna semanal de análisis político y desde septiembre de 2012 es colaboradora de la Cadena SER en el programa Hoy por hoy.
Quienes estén interesados en profundizar en las ideas de Soledad Gallego-Díaz sobre periodismo, pueden asomarse a lo que piensa en esta charla publicada en la revista Letras Libres. La ahora directora de El País conversa ahí con otros dos periodistas, Jordi Pérez Colomé, miembro de la redacción de El País y autor de varios libros de reportajes, y Eduardo Suárez, antiguo corresponsal del diario El Mundo, fundador del site El Español (que dejó en abril de 2016) y responsable de Politibot. En la conversación, Gallego-Díaz reflexiona sobre el presente y futuro de los diarios y la industria de medios:
Es una suerte que esta crisis tan salvaje de deuda de los medios tradicionales haya coincidido con la existencia del mundo digital. Si esto hubiera pasado cuando solo existían medios industriales, no habrían podido existir nuevos medios porque habrían necesitado una inversión inicial a la que no habrían tenido acceso. De hecho, la crisis tuvo dos patas: fracasa el modelo de negocio, porque los medios tradicionales no saben cómo afrontar el mundo digital; y luego hay una crisis económica bestial que se lleva por delante la publicidad. Los medios tradicionales quedan totalmente noqueados. Afortunadamente el mundo digital ha permitido que haya nuevas voces que no exigen una gran inversión inicial. Eso es muy positivo, pero tampoco creo que sea la solución. Esos nuevos medios tampoco encuentran un modelo de negocio que les permita sobrevivir. Hacen un periodismo muy opinativo, muchas veces estupendo, pero el periodismo necesita también un trabajo de testimonio profesional, de colocar en la agenda cosas. Si yo soy un ciudadano normal y corriente no me voy a preocupar jamás de lo que pasa en Sudán del Sur. Se suponía que los medios de comunicación tradicionales ponían eso sobre la mesa y veías que el mundo era complejo. Ahora los medios digitales tienen una enorme dificultad para hacerlo, porque no tienen capacidad económica. Mientras no se resuelva ese modelo de negocio va a ser una situación muy inestable.
También pueden consultar esta entrevista algo más antigua, de marzo de 2012, en el site Jot Down (de donde sale la imagen que ilustra ahora este post, obra del fotógrafo Gonzalo Merat). En ella se puede ver uno de las rasgos principales de Gallego-Díaz a lo largo de su carrera periodística. A diferencia de muchos otros periodistas, la ahora directora de El País se ha caracterizado por no menospreciar a su audiencia. Hay un ejemplo en este intercambio:
Sería como decir “es que usted se dedica a matar periquitos en sus horas libres”. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que, en el asunto de la privatización, pueda tener razón.
La gente no es idiota. Tú puedes estar diciéndole a la gente lo que quieras, que a la hora de la verdad va y vota lo que quiere. Yo siempre cito el caso de William R. Hearst, al que se acusa de haber promovido la Guerra de Cuba. Se presentó a elecciones, intentó ser elegido fiscal, intentó ser elegido esto y aquello. Nunca fue elegido. Perdió todas las elecciones. ¿Por qué? Porque todo lo que publicaba en sus medios no era suficiente como para que la gente le votara. La gente decía: “no, a él no”.
Lo del fracaso del todopoderoso Hearst en las elecciones es una de las grandes moralejas de la historia del periodismo, creo.
Toda esa influencia que se supone que tenía, tan extraordinaria, no fue nunca suficiente para que la gente fuera y le votara.
Lo curioso es que en Estados Unidos la gente ha preferido —más de una vez— votar incluso a un antiguo actor de Hollywood que a un periodista. Parece que la gente se resiste a la idea de que el periodista acabe ocupando…
…el poder. En el caso de Hearst, todo el mundo sabía que tenía una influencia enorme, pero ¡nadie le quería como representante suyo! Y les daba igual lo que Hearst dijera. En los momentos decisivos, la gente sabe lo que lee. Incluso los que han estado leyendo El Mundo, saben perfectamente que el atentado del 11-M fue en parte provocado por una panda de gente increíble: los españoles que proporcionaron la dinamita, el famoso grupo de asturianos de las minas. Dinamita en unas cantidades enormes, no es que les hubieran dado un cartucho, sino que estuvieron contrabandeando en cantidad. Evidentemente, a lo mejor ellos no sabían que esa dinamita se iba a emplear para un atentado en Madrid, pero pensaban que se iba a hacer un atentado en Casablanca… y no les importaba. Ese grupo de españoles que no tiene nada que ver con ETA, que son simplemente gente que quiere dinero a cualquier costa y a la que le importa un carajo todo. Los lectores de El Mundo, yo creo que si les haces una encuesta la mayoría sabe que eso es así.
La gente no es idiota.
Lo mismo aquí, donde define a las redes sociales como una «acumulación de instantaneidad»:
Quizá los medios se puedan escudar en esta clase de hechos para ofrecer tanta opinión, porque suponen que la información básica la puedes obtener en cualquier parte: Internet, la pantalla de un autobús, ¡hasta en el ascensor!
En Internet, además, hay mucha gente que te suelta sus opiniones como si fueran informaciones. Como el sistema de la web está abierto —y me parece muy bien— a tantísimas aportaciones, la inmensa mayoría de la gente lo que aporta son opiniones, no hechos.
Hablando de la red, ¿qué impresión te produce el hecho de que se produzca un suceso y a través de Twitter, Facebook, etc. la gente empiece a opinar en una oleada inmediata, casi como en un juicio público?
Eso, seguramente, pasaba exactamente igual antes, lo que ocurre es que ahora los cuentan. Dicen “quinientos cincuenta y cuatro mil han opinado…” Pero un presidente de los Estados Unidos, en mil ochocientos y pico, se casó —teniendo él cincuenta y tantos años— con una chica de diecinueve o veinte. Cuando esa chica salía a la calle, se producían aglomeraciones de gente que quería ver a la mujer del presidente. Hasta el extremo de que hubo muertos en algunos sitios, ¿eh? Seguro que había estados de opinión sobre ese asunto, lo que no había era un sitio como Internet. Entonces lo comentaba cada señor con el de al lado, en el “saloon”, supongo (risas). A lo mejor se enteraban de la noticia dos meses después y no el mismo día, pero seguro que lo comentaban. Ahora es lo mismo, aunque es todo instantáneo y a eso se le da muchísimo valor. Pero, a veces, el que sea instantáneo no le da ningún valor. Es simplemente una acumulación de instantaneidad, y punto. No ha añadido nada nuevo.
Ese mismo año, Gallego-Díaz dio el discurso inaugural del Máster de Periodismo UAM/EL PAÍS. Ya el título de su ponencia anunciaba ese carácter franco y sin ambages (take no prisoners, se diría en inglés) que la ha hecho popular entre sus lectores y colegas: Si te van a matar, no te suicides. Ni bien empezó a hablar, la ahora directora de El País se hizo cargo de la desigualdad entre hombres y mujeres que sigue dominando esta industria:
Decía que, en total, antes que yo han hablado aquí 25 conferenciantes en 25 años… Y yo soy la primera mujer. Como hay ahora mucha polémica con este asunto, dejen que empiece diciéndoles: señoras y señores, queridos amigos y amigas, compañeros y compañeras, queridos profesores y profesoras…. me paro aquí. Podría resumir diciendo: queridos alumnos y queridos periodistas, pero si he hecho esta larga enumeración no es porque quiera discutir sobre gramática, que tiene sus propios expertos, sino para que quede claro que pienso que las mujeres en este oficio seguimos siendo demasiado transparentes.
El discurso es un estupendo estado de la cuestión, los problemas que Internet ha traído al modelo de negocio de la prensa, las posibilidades enormes que las nuevas tecnologías ofrecen para el ejercicio del periodismo, las dudas y cambios que estas traen consigo y, también, la responsabilidad de los propios periodistas en la desconfianza con que buena parte del público mira nuestro oficio:
El descrédito del periodismo viene cada vez más unido del descrédito de la democracia y entraña los mismos peligros. Los periodistas hemos sido, y somos, responsables de buena parte de ese descrédito, hemos ayudado a esa pérdida de reputación, porque no cumplimos con nuestras obligaciones.
Somos responsables, porque nos falta independencia, porque no cumplimos con la obligada verificación, ni con la obligación de controlar los poderes. Porque no creamos los foros de discusión crítica, que deberíamos promover. Porque, como denunciaba Camus, ejercemos el despotismo, amigándonos con las fuentes.
En este video mucho más reciente puede ver a Soledad Gallego-Díaz dirigirse a la redacción de El País una vez se confirmó su nombramiento el día 8 de junio de este año:
Me quedo con este fragmento de su discurso:
Los lectores saben qué nos pueden pedir y qué no, y lo que nos piden fundamentalmente es que no faltemos a la verdad. Por eso, en esta redacción solo se pide obediencia al Libro de Estilo. Es de obligado cumplimiento en todos los soportes del periódico.
El énfasis –la inflexión en la voz– es suyo. Un mensaje claro para todos aquellos que se empeñan en establecer diferentes estándares de calidad –y respeto por los principios periodísticos– entre el contenido que se produce para el diario impreso y el que se produce para plataformas digitales.
La llegada de Soledad Gallego-Díaz a El País no se ha quedado solo en discursos. hoy mismo, un día después de asumir el cargo, se han anunciado una serie de cambios en el organigrama del diario:
Su adjunto será Joaquín Estefanía, quien ya dirigió el periódico entre 1988 y 1993. Y tendrá tres directores adjuntos: Jan Martínez Ahrens, hasta ahora corresponsal en Estados Unidos; Mónica Ceberio, que era responsable de Reportajes, y Borja Echevarría, quien fue subdirector del elpais.com entre 2009 y 2014.
Salen, por tanto, de sus puestos los directores adjuntos de Antonio Caño: David Alandete, Rafa de Miguel y José Manuel Calvo. Los tres nuevos directores adjuntos no tendrán áreas específicas de competencia.
Gallego-Díaz también crea una macrosección de nacional que incluirá no sólo la información política sino también la de sociedad y que dirigirán el actual corresponsal en Bruselas, Claudi Pérez, y el director de la edición de El País en Brasil, Xosé Hermida. Como redactor jefe de Opinión ejercerá José Andrés Rojo y como directora de Opinión, sustituyendo a José Ignacio Torreblanca, la politóloga de la Universidad Autónoma de Madrid y colaboradora del periódico Máriam Martínez-Bascuñán. El nuevo subdirector de la edición catalana del periódico será Miquel Noguer. Montserrat Domínguez, hasta el momento directora de Huffingtonpost.es, ha sido nombrada directora de las revistas SModa, Icon y Buena Vida, así como del dominical. Al frente de la versión español de Huffingtonpost.es queda Guillermo Rodríguez, su actual subdirector.
A Miguel Jiménez, subdirector de Información, se le ha hecho responsable del área de economía y trabajo. Y Javier Moreno, quien dirigió El País entre 2006 y 2014, estará a la cabeza de la edición del periódico en América.
Está por ver en qué se traducen esos cambios en el contenido del diario. Pero, de momento, creo que no exagero al decir que hace mucho que El País no generaba tanta expectativa entre periodistas y lectores.
NOTA ORIGINAL
En el Perú existen entre 60 y 100 periódicos, entre nacionales, regionales y locales; entre impresos, impresos con edición digital y exclusivamente digitales. Es imposible conseguir una cifra exacta, créanme que lo he intentado. De todos ellos, actualmente, solo hay uno dirigido por una mujer: El Chino, que lleva en el postón el nombre de Silvia Gavidia Román.
Portada de El Chino, 1 de agosto de 2017
A Gavidia se sumará una nueva directora mujer en la prensa peruana a partir del 1 de junio de 2018. Perú21 ha anunciado que Cecilia Valenzuela asumirá la dirección del diario ese día*. Valenzuela será así la cuarta periodista al mando de esa redacción en los 16 años de historia del periódico, tras los mandatos de Augusto Álvarez Rodrich, Fritz Du Bois y Juan José Garrido.
Con Gavidia y Valenzuela, hasta donde he podido averiguar, serían ocho las mujeres que han ocupado alguna vez la dirección de un diario en el Perú. Ocho mujeres en 228 años de historia periodística (el primer periódico peruano reconocido como tal fue El Diario de Lima, fundado en 1790).
El periódico de propiedad privada en actividad más antiguo del país,El Comercio, ha tenido 16 directores en sus 179 años, incluido Juan José Garrido, quien asumirá el cargo el próximo 1 de junio. Todos hombres. El diario oficial El Peruano, que en octubre de 2017 cumplió 192 años, ha tenido dos directoras: Delfina Becerra y Susana Grados.
Imaginemos que 60 ha sido la cifra constante de diarios existentes en los siglos XX y XXI —descartemos el XIX para este cálculo—, es decir que siempre ha habido 60 diarios en activo en el país. Es imposible saberlo con certeza por la falta de registros, pero acordemos ese número para este ejercicio.
Asumamos que el mandato promedio de un director es de 10 años. En 118 años, un periódico tendría unos 12 directores. Si tenemos 60 diarios, este cálculo arroja que de 1900 hasta hoy ha habido en el Perú 720 directores de periódicos. Ocho de ellos han sido mujeres. Es decir, el 1,11%. Repito: el 98,89% de los directores de diarios en la historia del país han sido hombres.
Digamos que no fueron 720 directores, sino la mitad. Seguiríamos teniendo solo ocho directoras mujeres de 360 directores en total durante nuestra historia, o sea el 2,22%. Es decir, el 97,78% de los directores de diarios en 118 años de historia de prensa peruana habrían sido hombres.
En Latinoamérica el asunto mejora un poco, pero no mucho. Un botón de muestra: en los diarios miembros del GDA, institución que agrupa a las 11 cabeceras más importantes de América Latina, solo hay dos directoras. O más bien, una y un tercio: El Nuevo Día de Puerto Rico es dirigido por una mujer, mientras que El País de Uruguay tiene un triunvirato de directores, de los cuales una es directora.
En el periodismo ocurre lo mismo que en muchas otras industrias dominadas históricamente por hombres: en los últimos 20 o 30 años las redacciones han dejado de parecer patios de recreo de colegio de curas para atraer a más mujeres. No hay datos peruanos fiables, tampoco latinoamericanos, pero el informe anual de la Asociaciones de Editores de Noticias de Estados Unidos (ASNE, en inglés) de 2016, publicado en setiembre de ese año, encontró que el 62% de periodistas trabajando en periódicos impresos norteamericanos son hombres y el 38% mujeres; mientras que en el caso de webs noticiosas que no dependen de un diario con edición impresa, la presencia femenina se eleva hasta rozar el 50%.
Cuando yo era editor multiplataforma de Perú21 (hasta febrero de 2017), más o menos, repetíamos el ratio de los diarios americanos: de 39 redactores, 25 eran hombres (64,1%) y 14 mujeres (35,9%). Mejorábamos si hablamos sólo de editores: de 11, seis eran hombres y cinco mujeres.
La brecha se ha acortado en números, pero al igual que en otras profesiones con prestigio social —alicaído en nuestro caso, pero prestigio al fin y al cabo— una mujer alcanza su techo laboral en un diario antes de acceder a puestos directivos. Incluso cuando logra la silla de directora se le somete a un escrutinio distinto al de sus colegas hombres.
Esto fue materia de una intensa discusión en los medios americanos en 2014, cuando la primera y, hasta ahora, única directora de The New York Times, Jill Abramson, fue despedida. La historia de lo que ocurrió realmente aún está por contar, tanto Abramson como el Times como algunos reporteros que dieron cuenta del caso han relatado diversas versiones. Pero la versión oficial, en boca de Arthur Sulzberger Jr —presidente del directorio de la empresa— es que existían problemas con el “estilo de management” de Abramson. A lo que ella respondió: “Se dijo que se debía a mi estilo. Yo era una directora frontal, y había gente que trabajaba para mí a la que eso no le gustaba. Las mujeres en roles de liderazgo son escudriñadas de forma constante y, a veces, de forma distinta a los hombres”.
Que una periodista, editora o directora sea mujer no garantiza nada en términos de calidad. Un periodista puede ser bueno, malo, competente, inútil, culto, ignorante, honesto, corrupto, con independencia de su sexo o género. La identidad sexual de una persona, así como su raza o creencias religiosas, pese a lo que se diga en campaña electoral, no es un valor en sí mismo.
Pero si bien este factor no tiene incidencia directa sobre la calidad, sí parece tenerla sobre la representación de hombres y mujeres en los medios. Un estudio publicado en octubre de 2015 en The America Sociological Review encontró que el 82% de los nombres mencionados en prensa norteamericana entre 1983 y 2009 respondían a hombres. De nuevo: el 82% de las personas mencionadas en prensa en Estados Unidos durante las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI tenían nombre de hombre.
Si bien no tengo estudios concretos, resulta verosímil suponer que, de existir más mujeres en puestos directivos, esa disparidad no sería tan exagerada. Y no porque las mujeres sean necesariamente menos machistas —esa es otra discusión—, sino porque las periodistas, por lo general, están más al tanto de lo que hacen otras mujeres que sus colegas hombres.
Cuando se pregunta a un directivo/director/editor/periodista hombre por qué no consideró una mujer para ese puesto/columna/artículo/conferencia, las respuestas suelen ser: “no se me ocurrió ninguna”, “hay menos mujeres en ese campo”, “las que hay no son tan conocidas”, “no estaban disponibles”.
A partir de ahí, por lo general la discusión deriva a la injusticia o ineficacia de las “cuotas”. Pero, creo, no se trata de cuotas, sino de eliminar barreras. Una de esas barreras son las anteojeras que nos hacen ver a un hombre como el sujeto estándar para la mayoría de labores, o para aquellas que son consideradas valiosas por la sociedad.
Lo explica mejor la economista Myra Strober, autora del libro Sharing the Work, profesora emérita en la Escuela de Posgrado de Economía y la Escuela de Posgrado de Educación de Stanford, y una de las mayores expertas mundiales en mujeres y trabajo. Strober acuñó el término “segregación ocupacional” para referirse a la manera en que las personas y profesiones están repartidas en base, sobre todo, al género.
Portada del libro de Strober, publicado en 2016
En un episodio del podcast Freakonomics Radio titulado ¿De qué están hechas las barreras de género?, la doctora Strober habla de su experiencia en los años 70 en la academia norteamericana. En 1972, la economista se convirtió en la primera profesora mujer de la Escuela de Negocios de la universidad de Stanford.
Poco después de su llegada, la junta de asesores le informó al decano de la Escuela que necesitaban contratar más profesoras mujeres. Pero este descubrió que no podían hacerlo porque no había suficientes graduadas en la materia. Así que se urgió a la Escuela de Negocios a admitir más mujeres como alumnas. El problema era que había muy pocas postulantes.
Strober formó parte del equipo que se creó para salir a reclutar estudiantes mujeres. Solo tuvieron que trabajar el primer año. En cuanto se supo que Stanford estaba deseosa de sumar mujeres a su programa de negocios, las aplicaciones se multiplicaron sin necesidad de mayor esfuerzo.
Aquí pueden ver a la doctora Myra Strober hablando de los retos que las mujeres enfrentan todavía en el mundo laboral:
Strober, en otro momento del episodio de Freakonomics dice: “Creo que cuando un empleador o una industria está pensando en contratar más mujeres para trabajos que han sido dominados por hombres, tienen que ser un poco creativos. Creo que uno podría atraer más mujeres hacia la ingeniería, por ejemplo, si se discutiera y pusiera sobre la mesa cómo los ingenieros contribuyen a la sociedad. Las mujeres quieren contribuir a la sociedad. Y eso es lo que hacen, a grandes rasgos, los ingenieros. Pero así no se vende la carrera de ingeniería”. A veces, los grandes cambios ocurren a partir de soluciones sencillas pero revolucionarias para el momento.
La segregación ocupacional de que habla Strober empieza mucho antes de que las mujeres asomen la cabeza en el mundo laboral. Un estudio publicado en enero de 2017 en la revista Science -obra de Lin Bian, Sarah-Jane Leslie y Andrei Cimpian- encontró que ya desde los seis años las niñas empiezan a «asociar la genialidad o brillantez con el género masculino» y a la vez comienzan a «evitar actividades que se supone requieren de esa supuesta genialidad».
Esto último se agudiza según van haciéndose mayores. Un estudio anterior, de 2015, en el que participaron dos de los investigadores responsables del que mencionaba antes -Leslie y Cimpian-, encontró que la proporción de mujeres que obtienen doctorados baja en los campos donde se cree que el talento innato o genialidad o brillantez es más importante que el trabajo duro.
Otro investigador, citado por la periodista Hattie Garlick en un artículo para el Financial Times, explica cómo «ya en segundo grado de primaria (cuando los niños tienen siete años), alrededor del 75% de los niños y niñas han hecho suyo el estereotipo según el cual los chicas no son buenas para las matemáticas».
El mismo investigador, Dario Cvencek, del Instituto de Ciencias del Cerebro y el Aprendizaje de la Universidad de Washington, le dice a Garlick: «Los niños prestan atención a los estereotipos presentes a su alrededor. Asimilan los estereotipos que muestran sus padres, educadores, pares, juegos y medios. Si les enseñamos nuestros prejuicios, los niños desarrollan esos mismos prejuicios. Nuestros estereotipos se convierten en sus estereotipos».
No hace falta afinar mucho la imaginación para prever qué ocurre si, además, esos mismos niños y niñas crecen para convertirse en adultos que ven sólo hombres representados en los medios.
Por suerte, si bien la prensa tradicional parece todavía atada a usos del pasado, los nuevos medios no son nuevos solo por su juventud sino, algunos, también por sus ideas.
Imagino, o quiero imaginar, que las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma no tardarán mucho en seguir ese ejemplo.
+Una versión anterior este artículo apareció el 8 de agosto de 2016 en Perú21 y señalaba de forma incorrecta que El Peruano había tenido una sola directora mujer, cuando en realidad han sido dos. Este post está corregido y aumentado con nueva data.
*Este artículo fue modificado el 16 de mayo de 2018 para incluir a Cecilia Valenzuela, quien el 1 de junio asumirá el cargo de directora periodística de Perú21, con lo que se convertirá en la segunda directora mujer en activo de la prensa escrita peruana.
**Este artículo fue modificado una vez más con la actualización del comienzo el día lunes 11 de junio de 2018 para incluir el nombramiento de la periodista Soledad Gallego-Díaz como directora del diario español El País.
++En el párrafo final, donde antes decía «las grandes y clásicas cabeceras periodísticas del continente», ahora dice «las grandes y clásicas cabeceras periodísticas en nuestro idioma» ya que a diferencia de la versión original que se publicó en Perú21, el artículo no está ceñido ya a medios latinoamericanos sino a medios en idioma español.
La noche del miércoles 26 de julio, el periodista Ryan Lizza, corresponsal en Washington D.C. de la revista The New Yorker, recibió una sorpresiva llamada. Al otro lado del celular se encontraba Anthony Scaramucci.
Como todos los que siguen la política norteamericana y los cada vez más abundantes y frecuentes escándalos de la presidencia Trump sabrán, el señor Scaramucci fue durante un brevísimo periodo -del 21 de julio al 31 de julio- el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca.
Scaramucci, conocido en el mundillo financiero de Wall Street como ‘Mooch’, es famoso entre la élite norteamericana por su estilo ampuloso, el cabello engominado, sus caros trajes a medida y los apretados nudos de sus corbatas. Como si cada detalle de su look y cada gesto fueran un homenaje a Gordon Gekko, el operador de bolsa que Michael Douglas interpretó en Wall Street y personificó los excesos del yuppismo de los años 80.
Unas horas antes de la ahora famosa llamada, el reportero de The New Yorker había tuiteado que, según dos fuentes con conocimiento del hecho, el presidente Trump estaba cenando con Scaramucci, un ex ejecutivo de Fox News y Sean Hannity, presentador estrella del canal favorito de los conservadores norteamericanos.
Scoop: Trump is dining tonight w/Sean Hannnity, Bill Shine (former Fox News executive), & Anthony Scaramucci, per to 2 knowledgeable sources
Así relata Lizza el inicio de la conversación con Scaramucci:
«¿Quién te filtró eso?», me preguntó. Le dije que no podía darle esa información. Me respondió amenazando con despedir a todo el personal de comunicaciones de la Casa Blanca. «Lo que voy a hacer es, voy a eliminar a todos en el equipo de comunicaciones y empezar de cero», dijo. Me reí, pensando si en realidad creía que una amenaza como esa iba a convencer a un periodista de revelar su fuente. Continuó presionándome y quejándose del equipo de gente que había heredado en su nuevo puesto. «Le he pedido a estos chicos que no filtren nada y no pueden comportarse», dijo. «Tú eres un patriota, esta es una catástrofe seria para el país americano. Así que te estoy pidiendo como patriota americano me digas quién te filtró la información».
A partir de ahí, el tono del monólogo de Mooch siguió subiendo, o cayendo, depende de cómo lo mire uno. Esta es solo una selección de las citas que Ryan Lizza obtuvo, cortesía de Scaramucci:
«Yo no soy Steve Bannon [el todopoderoso asesor del Presidente Trump], no estoy intentando chuparme mi propio pene. No estoy intentando construir mi propia marca a costa de la puta fortaleza del Presidente. Yo estoy aquí para servir al país»
«Lo que quiero hacer es matar a los putos filtradores, y quiero recuperar y poner la agenda del Presidente en marcha para así poder tener éxito por el pueblo americano»
«Ok, Mooch llegó hace una semana. Voy a limpiar todo esto muy rápidamente, ¿ok? Porque ya pillé a estos tipos. Tengo huellas digitales, a través del FBI y el puto Departamento de Justicia, de todo lo que han hecho»
«Voy a despedir a todos. Ya despedí a uno el otro día. Mañana despediré a tres o cuatro más. Voy a averiguar quién te filtró eso. A Reince Priebus -por si quieres filtrar algo- se le pedirá que renuncie muy pronto»
«Reince es un puto esquizofrénico paranoide, un paranoico»
«Sí, déjame ir, porque tengo que empezar a tuitear alguna mierda que vuelva loco a este tipo [en alusión a Priebus]»
En efecto, luego de colgar el teléfono con Lizza, Scaramucci lanzó un tuit acusando a su rival en la Casa Blanca, Reince Priebus, de filtrar su declaración financiera y amenazándolo con llevarlo ante el FBI y el Departamento de Justicia:
«A la luz de la filtración de mi declaración financiera, lo que constituye un delito. Me contactaré con el FBI y el Departamento de Justicia #swamp @Reince45»
Un par de horas después, Mooch borró el tuit y publicó otro en el que señalaba que se le había malinterpretado. No estaba acusando y amenazando a Priebus, sino haciendo saber a los responsables de las filtraciones que todos los altos oficiales de la Casa Blanca estaban colaborando para acabar con ellas:
Ambos tuits se hicieron virales y se convirtieron en la comidilla de los periodistas políticos americanos, que pasaron buena parte de la noche discutiendo en Twitter y en televisión lo dicho por el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca. Todos, menos uno.
Lo único que Lizza dijo esa noche sobre el escándalo desatado por Mooch en Twitter que podía indicar que tenía más información que la disponible para el resto de sus colegas fue esto:
In case there's any ambiguity in his tweet I can confirm that Scaramucci wants the FBI to investigate Reince for leaking.
«Por si hay alguna ambigüedad en el tuit de Scaramucci, puedo confirmar que este quiere que el FBI investigue a Reince for la filtración»
Nada más.
A la mañana siguiente, Lizza apareció en CNN, donde es colaborador habitual, para comentar el Twitter drama de Scaramucci. Mientras hablaba el reportero de The New Yorker, Mooch volvió a hacer gala de su incontinencia telefónica y llamó al programa. Así lo cuenta Lizza:
«Mientras hablaba sobre Scaramucci, llamó al programa e hizo alusión a nuestra conversación y cambió su historia sobre Priebus. En lugar de decir que estaba intentando exponer a Priebus como responsable de las filtraciones, dijo que la razón por la que lo mencionó en el tuit que luego borró fue porque quería trabajar junto a Priebus para descubrir a los filtradores»
A las 7:47 am, el reportero anunció en Twitter que publicaría una nota en newyorker.com acerca de lo ocurrido en las últimas 12 horas:
Standby for news! I'll be posting a piece at https://t.co/pSZe4ngzo3 a little later today about the events of the last 12 hours.
La nota con la que empecé este post no se publicó hasta poco antes de las 4:00 pm. Fue recién entonces que todos pudimos enterarnos de la encendida conversación que el periodista había mantenido con Anthony Scaramucci, Director de Comunicaciones de la Casa Blanca, la noche anterior.
O sea, casi 24 horas después. Fue recién ahí que todos pudimos leer las «floridas» declaraciones de Scaramucci, que cuatro días después le costarían el puesto.
¿Qué es lo que hizo que Lizza aguardara casi un día para revelar la bomba que tenía entre manos?
Hay dos líneas en su texto que nos dan una idea. Luego de la cita sobre Steve Bannon, recordemos, aquella en la que Mooch habla de autofelación, Lizza escribe, entre paréntesis: «Bannon declined to comment». (Bannon rehusó comentar)
Un par de párrafos antes, luego de reproducir la diatriba de Scaramucci acerca de su némesis Reince Priebus, el reportero de The New Yorker escribe, de nuevo entre paréntesis: «Priebus did not respond to a request for comment». (Priebus no respondió a una solicitud de réplica)
En estos tiempos de redes sociales y ciclo noticioso minuto a minuto, cualquier otro periodista habría tuiteado de inmediato para aprovechar la exclusiva. O, en el mejor de los casos, hubiera tardado unos cuantos minutos en escribir un artículo a toda prisa para publicarlo cuanto antes.
Sobre todo si tiene entre manos unas declaraciones así de explosivas de boca de un oficial del rango del Director de Comunicaciones de la Casa Blanca. Por si tienen alguna duda aún de la magnitud del on-the-record que consiguió Ryan Lizza, echen un vistazo a este tuit de David Grann, uno de los periodistas más respetados de The New Yorker:
.@RyanLizza got better quotes in that one story than I've gotten in a life of reporting.
«Ryan Lizza ha obtenido mejores citas en esa sola historia que las que yo he conseguido en toda una vida como reportero», dijo Grann.
Pero Lizza decidió respetar el proceso. Hizo lo que un reportero debe hacer, aun cuando nos hayamos acostumbrado a que casi nadie lo haga. Llamó a las personas mencionadas y les pidió una réplica. Se sentó, escribió, editó, hizo las llamadas, esperó y casi un día después publicó.
El periodismo, por mucho que les pese a tantos, no se hace en vivo y en directo. El periodismo, hoy muchos olvidan, requiere cuando menos de una pausa para procesar la información y realizar las comprobaciones necesarias.
La paciencia y pulcritud de Lizza (y sus editores) no solo produjo un artículo memorable, sino que tuvo premio para The New Yorker. La nota ha sido un éxito gigantesco para la web de la revista. Aquí unos datos que menciona un artículo del site Recode, facilitados por la oficina de PR de The New Yorker:
El artículo de Ryan Lizza generó 4,4 millones de visitantes únicos, lo que la convierte en la nota más leída de la web en lo que va de año.
Produjo también 1,7 millones de entradas en las distintas plataformas de redes sociales, y un tráfico de 100 mil visitantes simultáneos durante las primeras horas de su publicación en NewYorker.com.
Aún más importante para la revista, cuyo modelo de negocio depende de los suscriptores, el artículo ha atraído nuevos abonados. Aun cuando la publicación no especificará cuántos nuevos suscriptores ha generado el artículo, sí señala que «han visto un incremento de 92% en el promedio diario de nuevas suscripciones de julio».
Además, como explicaba al inicio, el artículo le costó a Scaramucci el puesto.
Esto último puede, lastimosamente, contribuir a perpetuar un antiguo malentedido del oficio periodístico. Como he dicho ya en alguna ocasión, un error habitual de los periodistas es pensar que su trabajo es poner o quitar presidentes. Ese error nace -o al menos ha sido cimentado- con una pésima lectura e interpretación de ese mito fundacional que es Todos los hombres del presidente.
Para muchos periodistas -créanme, he discutido sobre este asunto hasta el hartazgo- la lección de esa película es que nuestro oficio tiene el poder, qué digo poder, el deber de tumbarse hombres poderosos. Ese, parecen creer, es nuestro trabajo y a lo que debemos dedicar la mayoría de nuestros esfuerzos. Y, por supuesto, no es así. Hay diferencias importantes entre entender el oficio periodístico como el de un contralor del poder y entenderlo como el de un justiciero. Entre otras, la diferencia que implica respetar el proceso y la ética del oficio o no hacerlo.
Es una pena que cuando los periodistas ven Todos los hombres del presidente (o leen el libro) lo que les quede es ese relato épico de «oh, dos periodistas se tumbaron al presidente», en lugar de fijarse en el complejo y tedioso proceso de investigación, verificación y edición que muestra la película. Y eso que la película tiene un mérito enorme a la hora de mostrarlo sin aburrir al espectador. Pocas películas son capaces de eso. Otra de las pocas que lo ha logrado fue Spotlight.
Parece que ningún periodista recuerda que Dustin Hoffman (Carl Bernstein) se pasa parte de la película reescribiendo lo que tipea Robert Redford (Bob Woodward), ni que Jason Robards (Ben Bradlee) no deja de repetirle a ambos que lo que tienen es insuficiente y deben seguir investigando.
Está bien que para la gente de a pie la leyenda de Watergate sea sobre cómo el Washington Post y Woodward y Bernstein se tumbaron a Nixon, pero para nosotros la lección debería ser otra.
Ojalá que la lección que saquemos del episodio entre Ryan Lizza y Anthony Scaramucci sea, esta vez, la correcta.
ACTUALIZACIÓN
El 3 de agosto, una semana después de publicar el artículo en el que Ryan Lizza relata su conversación con Anthony Scaramucci, The New Yorker posteó un episodio de su podcast Radio Hour, en el que, además de publicar por primera vez fragmentos del audio de la famosa llamada telefónica, Lizza discute lo ocurrido junto al editor de The New Yorker, David Remnick. Pueden escucharlo aquí.
La mayor parte del diálogo con Remnick es un análisis sobre lo terriblemente disfuncional que es la Casa Blanca en manos del Presidente Donald Trump. Pero en la charla Lizza también explica de forma breve qué hizo una vez colgó el teléfono con Scaramucci, así como una parte del proceso de confección de su artículo. Habla además de lo que significa un «off the record«. Es una delicia, en serio:
«Descargué el audio de mi grabadora, le puse al archivo en mi computadora el nombre ‘Entrevista demente con Scaramucci’, y después comencé a pensar seriamente cuál era el valor noticioso aquí. Si había algunas reglas básicas acordadas. Cuando uno tiene una conversación así con el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca, se acuerdan unas reglas. Pero no hubo ningún acuerdo. El ‘off the record‘ y el ‘esto es información de contexto, no me puedes citar directamente’ (background) son negociaciones entre la fuente y el periodista. Tiene que haber una oferta, ‘hey, quiero hablar contigo pero debe ser off the record, ¿te parece bien?’, y el periodista debe estar de acuerdo. Eso no ocurrió aquí. Y se lo dije, al día siguiente cuando lo llamé para decirle que íbamos a publicar esto, le dije ‘tú hablas en representación de la institución más poderosa del mundo, estas conversaciones se presume que son on the record, y has dicho cosas extremadamente relevantes desde el punto de vista noticioso'»
Me voy a quedar con este fragmento, que explica con un poder de síntesis estupendo cuándo aplica y cuándo no el muchas veces malentendido off the record:
El ‘off the record’ y el ‘esto es información de contexto, no me puedes citar directamente’ (background) son negociaciones entre la fuente y el periodista.
ACTUALIZACIÓN
El domingo 6 de agosto, la columna The Ethicist de The New York Times traía unas cuantas líneas que creo sirven como corolario perfecto a esta historia. Kwame Anthony Appiah, responsable de la columna, respondía a un(a) estudiante que preguntaba si, debido a su condición de víctima de violación, debía aceptar una oportunidad de trabajo en Ruanda para investigar las consecuencias de la violencia sexual de comienzo del genocidio de 1994.
«Es una oportunidad increíble -decía el/la estudiante- pero me preocupa que el hecho de ser superviviente de violación cree un sesgo en mi trabajo». Appiah respondía:
«Lo que hace objetiva a la ciencia no es la objetividad de los científicos. Son los procedimientos de recolección, interpretación y cuestionamiento de datos y teorías producidos por seres humanos falibles».
Lo mismo puede decirse del periodismo. Y ahí es que radica la importancia de respetar el proceso, el método. Como hizo Ryan Lizza.
Hat tip a Arcadi Espada que vio y llamó la atención sobre esas líneas de Kwame Anthony Appiah en su blog de El Mundo.
P.D.: Intenté comunicarme con Lizza para preguntarle por qué había aguardado casi un día para publicar su exclusiva y para consultarle por el proceso de escritura, verificación y edición de su artículo. Lastimosamente no obtuve respuesta.
P.D. 2: En realidad, como he intentado explicar en este artículo, todo lo que uno puede aprender está ya en la nota del 27 de julio, disponible para todo aquel que quiera leer con atención.
La nota original del británico Daily Mail ha sido compartida más de 3000 veces en distintas redes sociales, Facebook sobre todo, y ha sido clonada –citando siempre al Daily Mail como única fuente- por varios medios de habla inglesa como Maxim (que ha sido compartida casi 3500 veces) o Metro (1400 veces), entre muchos otros.
Un par de días de después, el sábado 2 de octubre, la “noticia” llamó la atención de algunos medios en español como La Vanguardia y El Periódico, enambos diarios realizaron el cambio de moneda correspondiente y hablaban de 900 mil euros de ganancia para la azafata.
Pero fue el domingo 3 de octubre que la historia recibió su último baño de legitimidad con un cable de la agencia EFE, que en su párrafo de apertura rezaba: “Una azafata de una aerolínea de Oriente Medio cuyo nombre no ha trascendido fue despedida por practicar sexo con pasajeros por un precio de 1.500 libras (2.000 euros), según publica el tabloide británico ‘Daily Mail’”. Y ya se sabe que de EFE a casi todos los medios en habla hispana, hay un paso.
Si uno estaba conectado a Internet a principios de octubre de 2015, si tenía una cuenta de Twitter o Facebook, con casi toda seguridad vio pasar esta nota por su newsfeed o timeline. La repitieron El Comercio de Ecuador, El Nuevo Herald, Clarin, Terra, La República, RPP, Correo y un largo etcétera de medios en todo el mundo hispanoamericano; muy hábiles todos a la hora de encontrar una foto sugerente de recurso con la que aderezar la noticia.
Lo curioso es que los varios problemas de esta noticia saltan a la vista desde ese primer párrafo de EFE. La noticia tiene problemas tan obvios que sería casi insultante poner a trabajar a estudiantes de periodismo de primer ciclo en este caso. Pero allá voy.
La llamada de alerta número 1 es la primera línea: “Una azafata de una aerolínea de Oriente Medio cuyo nombre no ha trascendido”. Repito: una azafata X, de una aerolínea X, cuyo nombre “no ha trascendido”. Razones más que suficientes para ponerse en guardia, ¿cierto? Para buscar alguna otra fuente, ¿no?
Segunda llamada de alerta. La nota de EFE continúa –al igual que todos los otros medios que han rebotado la noticia con casi idéntico titular, ligeras variaciones de la combinación: azafata+sexo+dinero+despedida– citando al Daily Mail como fuente principal.
Aviso para periodistas: El Daily Mail no es solo la web noticiosa en inglés más leída del mundo, sino que es también una de las que más noticias basura publica. Lo cuenta bien este artículo de Buzzfeed sobre una oscura agencia de noticias basura de la que se alimentan medios de todo el mundo: The King of Bullsh*t News.
Tercera llamada de alerta. El Daily Mail (y con él todas las otras webs que han clonado la nota) se apoya en la autoridad de un “diario de lengua saudí árabe” (“Saudi Arabic language daily”), sea lo que eso sea, llamado Sada. Y ahí, como para aliviar su conciencia, casi todos imitan al diario inglés y linkean a la supuesta página web del supuesto periódico saudí árabe.
El problema aquí es que cuando uno hace click en lugar de aterrizar en el artículo que supuestamente publicó el periódico árabe Sada, aterriza en la página web de Al Sadda, una página de noticias deportivas, que, si nos guiamos por Wikipedia, se publica desde Sudán. Nada que ver con Arabia Saudí.
La estrellita de la derecha marca donde se encuentra Riad, la capital de Arabia Saudita; la de la izquierda, Jartum, capital de Sudán. La distancia entre ambos puntos es de 1794.76 kilómetros, según la web distancefromto.net. Por si quedaba alguna duda de que Sudán y Arabia Saudí no son lo mismo.
Ninguna de las muchas webs noticiosas que rebotó la noticia reparó en ninguna de esas llamadas de alerta. Pudo más un titular atractivo aunque altamente improbable, que supuestamente garantiza clicks rápidos y fáciles.
¿Existen azafatas que venden favores sexuales en vuelos? Puede ser, quién sabe. Lo que sí sé con seguridad es que la azafata X, de la aerolínea de Medio Oriente X, no cobraba a sus pasajeros 1500 libras esterlinas ni amasó una fortuna de 650 mil libras en dos años. ¿Cómo lo sé? Porque tal y cómo ha sido publicada la noticia por el Daily Mail y sus múltiples émulos, no existe una sola razón para creerlo, un solo dato que me haga confiar en su veracidad. Solo existe el ruido de sonajero de las palabras sexo, azafata y dinero agitadas convenientemente para atraer a la manada. Sin ninguna verificación detrás. Sin ningún intento de periodismo de por medio.
ADENDA
El 27 de julio de 2017, una azafata de la aerolínea mexicana Interjet denunció en un video de Facebook Live publicado en su cuenta personal que un capitán de la misma aerolínea intentó violarla.
El video tiene una hora, dos minutos y 45 segundos de duración. La azafata se llama Karen Isabel Rodríguez Otero, trabaja en la aerolínea Interjet, el capitán se llama Daniel Vásquez. La denuncia fue publicada por la propia azafata. Es decir, tenemos los nombres y empresa en la que trabajan tanto la agredida como el agresor. Bastante más información que la que tenían a su disposición el Daily Mail o la agencia EFE en el caso anterior.
¿Cuántas notas publicadas por medios fuera de México encontré? Dos. ¿En la agencia EFE? Cero. ¿Cuántas notas publicadas en un idioma que no sea el castellano? Cero. ¿En inglés? Cero. ¿En el Daily News? Cero.
Por supuesto, hasta hoy 31 de julio de 2017, ninguno de los medios en México o el extranjero contactó con Karen Isabel Rodríguez Otero para ahondar en su testimonio.
*Una versión anterior de este texto fue publicado el 5 de octubre de 2015 en Perú21.
A mediados de 2016, aproximadamente dos años después de haber asumido el puesto de editor multiplataforma de Perú21, comencé a escribir un libro sobre los enormes cambios y retos que los medios de comunicación vienen enfrentando en la era digital.
A diferencia de esa mayoría de columnistas, que evitan sistemáticamente citar libros, estudios o informes, yo quería que esa columna fuera siempre una puerta de entrada a las ideas que otros autores habían expresado y que a mí me servían en el esfuerzo por comprender este oficio, esta industria y esta sociedad.
En ese esfuerzo, la mayoría de mis columnas versó sobre los profundos cambios que Internet y las redes sociales han infligido a la manera en que los usuarios accedemos a información y las consecuencias que esos cambios han traído tanto para el oficio como para el negocio periodístico. Fue cuando constaté esa inclinación que surgió la idea de profundizar en la investigación y escribir un libro al respecto.
En el año que llevo leyendo y escribiendo, una certeza ha ido tomando forma. Por ahora, y dudo que eso vaya cambiar de aquí a que finalice la escritura, es la única certeza que tengo. Y no es muy auspiciosa. Tan poco auspiciosa es que suena a enmienda a la totalidad, pero tan seguro estoy de ella que es el working title del libro: No hemos entendido nada. Ese “nosotros” se refiere a los periodistas, editores y responsables de medios, aquellos que tomamos las decisiones o las ejecutamos y que asistimos inermes y en estado de shock al progresivo declive del oficio y el negocio periodístico.
Ese “nada” puede parecer exagerado pero los errores cometidos desde la aparición de Internet por periodistas y responsables de medios son tantos y tan profundos que en realidad decir que no hemos entendido nada es, a estas alturas, un generoso sobrentendido. Pondré un ejemplo. Perdonen que me guarde el resto para el libro.
Como todos saben, durante casi doscientos años el negocio de la gran mayoría de periódicos del mundo ha sido la publicidad. Según explica el abogado y escritor Tim Wu en su libro The Attention Merchants, el modelo de negocio ad-driven o basado en avisos publicitarios fue inventado por el periódico The New York Sun, fundado por Benjamin Day en 1833.
Los medios de comunicación impresos monopolizaban la atención de los usuarios o lectores en un mercado local específico gracias a que ofrecían un paquete informativo (el diario) que proveía a esos lectores de buena parte de la información que necesitaban para vivir en su comunidad (ese mercado local específico). Esa información iba desde la cartelera del cine o el teatro, el pronóstico del tiempo y los avisos clasificados hasta las denuncias periodísticas que involucraban a los líderes de la comunidad o los acontecimientos internacionales que de una u otra forma afectaban la vida de esos lectores.
Si bien los lectores pagaban por el acceso a ese paquete informativo, el costo era mínimo, ya que el verdadero negocio era, una vez capturada la atención de los lectores, alquilarla a los anunciantes que buscaban poner delante de los ojos de potenciales clientes (los lectores) los productos que querían venderles. Las barreras de entrada al negocio eran lo suficientemente altas –la imprenta y la distribución suponían una inversión enorme- para dificultar el ingreso de competidores, lo que garantizaba mantener el monopolio con no demasiado esfuerzo. Y garantizaba también que los medios eran dueños absolutos del inventario de espacios publicitarios. El inventario era limitado, pero además el medio podía decidir si reducirlo o aumentarlo de acuerdo a la demanda.
Un viejo adagio periodístico decía que los periodistas escribimos en el espacio que los anuncios nos dejan. Sonaba a broma, pero era una gran verdad. De hecho, el que en algún momento pensáramos que era una broma es una muestra de lo poco que habíamos entendido nuestro oficio y nuestro negocio.
El que no entendiéramos algo tan básico nos dejó inermes ante la destrucción del modelo de negocio llevada a cabo por Internet. ¿Cómo lo hizo? De forma muy sencilla: multiplicando al infinito el inventario de espacios publicitarios y reduciendo a cero los costos de producción y distribución.
En el camino, además, destroza el paquete informativo, despojando al periódico de casi todos los servicios que no eran noticias para alojarlos como servicios independientes –y casi siempre gratuitos- en la red. ¿Quieres conocer el tiempo? Vas a la página AccuWeather.com. ¿Quieres ver la cartelera del cine? Google o Fandango.com se encargan. ¿Quieres comprar un auto o alquilar una casa? Para eso está Craiglist, NeoAuto o alguno de los miles de sites de avisos clasificados que existen.
Tras la revolución digital, del paquete informativo pre-Internet los medios de comunicación nos quedamos con el único tipo de información que sólo los periodistas podíamos producir: las noticias. ¿Y qué hicimos con ellas? Las empezamos a regalar en nuestras páginas web. Y al regalarlas –con la posterior ayuda de Facebook- conseguimos equipararlas a todo el resto de contenido que se empezó a producir en Internet.
Por supuesto, las regalamos porque pensamos que si manteníamos la atención de los lectores, el dinero de los anunciantes vendría detrás. Pero no entendimos –una vez más- que los lectores no nos leían solo por las noticias –recuerden, los diarios eran paquetes informativos donde las noticias eran una parte del contenido-, ni que algo tan aparentemente banal como una red social cambiaría y destrozaría el sistema de distribución de información y de captación de los ojos de los usuarios. Todo esto tiene dos consecuencias fundamentales. Lo explica de manera muy simple el analista Ben Thompson, en su blog Stratechery:
-Existe ahora, efectivamente, un inventario ilimitado de espacios publicitarios, lo que significa que el precio de un anuncio indiferenciado se acerca inexorablemente a cero.
-Lectores y clientes potenciales son ahora dos entidades distintas, lo que significa que medios y anunciantes ya no se encuentran alineados.
El segundo punto, señala Thompson, no ha sido comprendido del todo por los responsables de medios:
“Los medios han dado por sentada la publicidad durante demasiado tiempo, bajo la suposición de que tenían un monopolio de la atención de los lectores. El aumento de la competencia destrozó ese monopolio, pero fue el divorcio entre las categorías ‘lector’ y ‘cliente potencial’ lo que hizo que incluso los medios más grandes fueran incapaces de monetizar la nueva y gigantesca cantidad de tráfico que [sus ediciones digitales] estaban recibiendo. Después de todo, a los anunciantes no les importan los lectores. Les importa identificar, alcanzar y convertir potenciales clientes.”
A quienes nos importan los lectores es a los periodistas. Pero los periodistas con un modelo de negocio quebrado o camino de la quiebra difícilmente podemos producir información noticiosa de calidad para capturar la atención de los lectores y mantener o recobrar su confianza. Durante demasiado tiempo, los periodistas y editores hemos pensado que el negocio no era de nuestra incumbencia, que el periodismo y la industria de medios podían vivir en el mismo edificio sin siquiera hablarse en el ascensor. Un error gravísimo. De hecho, la caída de calidad del contenido producido por la mayoría de medios es consecuencia directa del fracaso del modelo de avisos digitales.
“El problema es que el modelo de anuncios online es inherentemente deflacionario: así como el contenido tiene un costo marginal cero, también lo tiene el inventario de espacio publicitario, lo que significa que es irrelevante producir más. Una cantidad limitada de dinero publicitario repartido entre un inventario creciente se traduce en que cada espacio publicitario vale cada vez menos. El resultado es que entramos en un típico caso de dilema del prisionero: el curso de acción optimo para cualquier publicación, sobre todo cuando no existen espacios publicitarios diferenciados ni capacidad de targeting, es maximizar los espacios publicitarios (más contenido) y las páginas vistas (más ojos), aun cuando, si todos los medios optan por esto, el único resultado es la caída del valor de esos avisos. De forma perversa, esa caída en el precio de los avisos solo lleva a la necesidad de crear más contenido y capturar más ojos: como resultado, la calidad se convierte rápidamente en una víctima”.
Es en esa situación en la que se encuentra la inmensa mayoría de medios. Y es en esa situación en la que, como periodista, decidí alejarme de la redacción de Perú21. Esta fue mi última columna en ese diario. Si me alejé es para intentar comprender, para intentar reducir ese “nada” del título de mi futuro libro y convertirlo con suerte en “algo”; para poner cierta distancia, algo de tiempo y muchas lecturas en el esfuerzo por entender qué estamos haciendo mal, qué debemos rescatar de aquello que hacíamos bien y qué estamos obligados a hacer mejor si no queremos ver nuestro oficio morir de irrelevancia.
*Una versión anterior de este artículo apareció en Perú21 el 23 de enero de 2017.
La historia norteamericana del siglo XX cuenta con una serie de asesinatos sin los cuales no sería posible entenderla. Asesinatos que marcaron a la sociedad estadounidense y abrieron debates profundos cuyos efectos pueden rastrearse aún en la cultura y conversación pública. Para hablar solo de mitad de siglo en adelante: el asesinato de JFK; el asesinato de Martin Luther King Jr; el asesinato de Bobby Kennedy; los asesinatos cometidos por la secta de Charles Manson; el asesinato de Nicole Brown por el que, contra casi toda evidencia, no se condenó a O.J. Simpson. Acerca de ellos se han escrito innumerables libros, novelas y obras de no ficción; se han filmado decenas si no centenares de películas y documentales.
A esos crímenes hay que sumar uno que además de tener efectos palpables –según algunos especialistas fue debido a él que se terminó de implementar y popularizar el número 911 de emergencias a nivel nacional– y seguir siendo reexaminado y produciendo debate, tiene una característica fundamental, que lo distingue de los arriba mencionados: no involucró a ningún personaje famoso. Pese a ello, el nombre de la víctima es todavía hoy reconocible casi para cualquier norteamericano.
En la madrugada del 13 de marzo de 1964, una joven de 28 años llamada Kitty Genovese volvía a su casa del trabajo conduciendo un Fiat rojo. Genovese se estacionó en un parking de la estación de tren a escasos 30 metros de la puerta de su edificio. Mientras recorría esa distancia fue asaltada por un sujeto armado con un cuchillo. Genovese corrió, pero el asaltante logró alcanzarla y le asestó dos puñaladas en la espalda. Genovese gritó, un vecino la escuchó, abrió su ventana y pegó un grito: “¡Deja a esa chica en paz!”. El atacante huyó y Genovese, herida, caminó hasta el vestíbulo de su edificio donde se recostó. Minutos después su atacante regresó, la violó y volvió a apuñalarla. Genovese moriría poco después de que su victimario escapase por segunda vez.
Dos semanas después, el 27 de marzo, The New York Times publicó un extenso artículo sobre el caso en portada, firmado por el periodista Martin Gansberg, que empezaba así: “Durante media hora, 38 ciudadanos respetables y respetuosos de la ley en Queens vieron como un asesino acechó y apuñaló a una mujer en tres ataques distintos en Kew Gardens. En dos ocasiones el sonido de sus voces y el inesperado brillo de las luces de sus habitaciones lo interrumpieron y espantaron. En cada ocasión, regresó, encontró a su víctima y volvió a apuñalarla. Ni una persona telefoneó a la Policía durante el asalto; un testigo llamó luego de que la mujer hubiera muerto”.
Todo el impacto, influencia y controversia que la historia del asesinato de Kitty Genovese ha generado en los últimos 50 años en Estados Unidos son atribuibles a esas pocas líneas. El problema es que casi todos los hechos que relatan son falsos.
Si usted tiene una suscripción a Netflix, una debilidad por las historias de crímenes reales e interés por el periodismo, le recomiendo que vea un documental llamado The Witness. La película sigue a Bill Genovese, el hermano menor de Kitty, quien dedicó varios años de su vida a desentrañar la verdadera historia de lo ocurrido con su hermana.
Este es el tráiler del documental:
El trabajo de Bill Genovese y James D. Solomon, el director de la película, no es el único ni el primero en revisar el caso y señalar las muchas inconsistencias del que, tras la cobertura de The New York Times, se convertiría en el relato oficial. De hecho, el mismo The New York Times ha revisado y admitido sus errores en varias ocasiones. Pese a ello, en la cultura popular y el inconsciente colectivo la historia de lo que pasó con Kitty Genovese sigue siendo la que apareció en la portada del 27 de marzo de 1964. Para comprobarlo echen un vistazo al episodio 7 de la quinta temporada de Girls, ‘Hello Kitty’, donde los personajes de la serie asisten a una dramatización del asesinato de Kitty Genovese escrita por uno de ellos.
La cobertura del caso Kitty Genovese en The New York Times los días 14 y 27 de marzo de 1964.
En The Witness Bill Genovese conversa con todas las personas involucradas en la muerte de su hermana que pudo encontrar vivas y descubre cosas tremendas. Por ejemplo, quedos vecinos llamaron a la Policía durante el ataque, pero sus pedidos de auxilio fueron ignorados al principio. O que, cuando finalmente una ambulancia llegó, su hermana Kitty se encontraba en los brazos de una vecina y amiga, quien relata el episodio ante la cámara con lágrimas en los ojos. Kitty Genovese no murió sola en la calle, como dijo originalmente ese artículo de The New York Times; de hecho, murió en la ambulancia camino de un hospital, atendida por médicos, gracias a que sus vecinos pidieron ayuda.
Estos descubrimientos suponen un shock brutal para Bill, cuya vida entera ha estado condicionada por lo ocurrido con Kitty. En la película lo vemos ir de un lado a otro en silla de ruedas porque a los 19 años perdió ambas piernas durante la guerra de Vietnam. En un momento particularmente dramático, cuando ya conoce los hechos que contradicen la versión oficial, Bill cuenta a la cámara que la razón por la que se alistó en el ejército fue que sentía que no le era posible permitirse la indiferencia que, creía, le había costado la vida a su hermana. La rebelión ante esa supuesta indiferencia le costó a él las piernas.
La escena más perturbadora del documental tiene lugar cuando Bill Genovese visita a A.M. Rosenthal, antiguo editor del New York Times, responsable de la cobertura del caso y autor de un libro titulado Thirty-Eight Witnesses: The Kitty Genovese Case, que se convirtió en un bestseller y ayudó a cimentar la carrera de Rosenthal como uno de los hombres más influyentes en la historia de la prensa norteamericana. Rosenthall publicó su libro el mismo 1964, a los pocos meses de colocar el asesinato de Genovese en la portada de The New York Times.
El libro que A. M. Rosenthal publicó pocos meses después del asesinato de Kitty Genovese.
En palabras del crítico de The New Yorker Nicholas Lemann -quien revisó el caso en 2014 a propósito de un par de libros publicados con motivo del 50º aniversario- Rosenthal es el responsable de que “este crimen, solo uno de los 636 asesinatos que tuvieron lugar en Nueva York ese año, se convirtiera en una obsesión americana”.
Cuando Bill Genovese lo visita, le pregunta de dónde sacó la cifra de 38 testigos que vieron morir a su hermana sin hacer nada y si fue un número de alguna forma inventado para crear impacto. Rosenthal, que moriría en 2006, no mucho después de la entrevista, se incomoda y responde con un rotundo “¡No!”. Pero segundos después continúa y dice: “No puedo jurar por Dios que hubo 38 personas, hay quienes dicen que hubo más, otros que fueron menos, pero lo que es verdad es que gente de todo el mundo se vio afectada por el caso”.
Voy a repetir esa última parte: «lo que es verdad es que gente de todo el mundo se vio afectada por el caso». La respuesta de Rosenthal me recuerda a una famosa frase de Ryszard Kapuscinski, el reportero polaco que fue elevado a los cielos por lectores y colegas como el mejor periodista del mundo incluso antes de su muerte en 2007, tras la cual se convirtió en algo así como el santo patrono de los periodistas con aspiraciones literarias. Kapuscinski tituló uno de sus libros ‘Los cínicos no sirven para este oficio’, y la frasecita ha sido convertida en mantra por sus acólitos.
Como sabemos por el libro Kapuscinski Non-Fiction, de Artur Domoslawski, periodista, amigo y antiguo discípulo de K, el autor de Ébano y El Shah fue además de un estupendo narrador de historias, un poco escrupuloso reportero que no tenía empacho alguno en tergiversar hechos para adornar sus relatos.
El antiguo editor de The New York Times A.M. Rosenthal y Kapuscinski son ejemplares perfectos de aquellos que entienden el periodismo como una suerte de misión de ayuda humanitaria, convencidos por su superioridad moral de que el trabajo del periodismo es cambiar –o, peor aun, salvar– el mundo.
Tan convencidos –y ensimismados– llegan a estar de su misión que, incluso siendo periodistas brillantes y reporteros experimentados, dejan de lado sin asomo de vergüenza o contrición el principal compromiso de un periodista: relatar hechos ciertos.
Si se piensa bien, en realidad los que no sirven para este oficio no son los cínicos sino los que mienten a sabiendas y se justifican a sí mismos con frasecitas de autoayuda. Y lo hacen sin pensar que, lejos de salvar el mundo, el trabajo de un periodista tiene siempre consecuencias más pedestres. Consecuencias mucho más terrenales, y a veces terribles, como las piernas perdidas por Bill Genovese en Vietnam.
*Una versión anterior de este texto apareció como columna en Perú21.
El sábado 22 de julio, la revista Somos del diario El Comercio publicó un artículo sobre el artista peruano Cristhian Hova, quien, decía la nota: «ha ilustrado cuatro portadas alternativas de películas de Marvel, 11 para DC Comics y una para Century Fox. Además, tres tapas para la revista The New Yorker».
Fue esto último lo que me llamó la atención. Yo he visto el trabajo de Hova antes. He sonreído, como muchos, ante el nostálgico y sutil sentido del humor de la que debe ser su obra más conocida: Helado Oscuro, un retrato de Darth Vader sosteniendo una paleta negra de helado -un Jet de D’onofrio para los peruanos- mordisqueada en la mano derecha.
De hecho, como buen fanático de Batman, tengo uno de sus afiches homenaje al Caballero de la noche. Pero, además, soy subscriptor de The New Yorker desde hace años. Al igual que mi esposa, Elda Cantú, que fue quien me mostró el artículo sobre el ilustrador peruano que hacía portadas de nuestra revista favorita. Snobs, nosotros, nos dijimos: ¿Cómo es posible que un artista peruano haya publicado no una sino varias veces en The New Yorker -portadas, de hecho- y no nos hayamos dado cuenta?
En el artículo de Somos un recuadro indicaba que «Este año, por medio de un ilustrador de The New Yorker que conoció, la revista lo contactó para que produzca algunas portadas. A la derecha, Donald Trump protagonizó alguna de ellas».
La «portada» en cuestión es esta:
No recordaba haber visto nunca esa imagen en The New Yorker, y mucho menos en portada, así que de inmediato fui al archivo digital de la revista. Había algo familiar en la ilustración, además del trazo de vectores que ha hecho reconocible el trabajo de Hova, pero en ese momento todavía no sabía qué. En el archivo del New Yorker revisé todas las portadas de la revista entre 2016 y 2017, un total de 75, ninguna de las cuales mostraba la ilustración del artista peruano. Había una, publicada en el número del 23 de enero de 2017, con motivo de la toma de poder de Trump, que tenía un vago parecido temático. Aun cuando el trazo de su autor, Barry Blitt, no tiene ninguna semejanza con el de Cristhian Hova:
Intrigado, me fui a revisar la página pública de Facebook de Hova, a ver si había algún error y la ilustración en cuestión había aparecido en alguna otra página de The New Yorker. De ser así, seguramente el ilustrador había compartido en sus redes sociales la página correcta. Ahí encontré esto:
La ilustración, entonces, según esa imagen compartida por Cristhian Hova en su página de Facebook, no había sido portada sino que había ilustrado un artículo en las páginas interiores de la versión impresa. Un artículo escrito por Jeffrey Frank y titulado Trump Can’t Stop Himself. Para cualquiera familiarizado con el diseño de The New Yorker, esa página resulta extraña. No se parece en absoluto a la icónica y clasicista maqueta de la revista.
De todas formas, busqué el artículo en el archivo digital. Nada. No existía. Lo siguiente fue buscar artículos de Jeffrey Frank sobre Trump en newyorker.com. Ahora sí. El artículo existía, solo que nunca se publicó en la revista impresa. Apareció en una sección de la web llamada Daily Comment, donde distintos autores escriben textos cortos comentando noticias del día.
Esta es la cabecera del artículo de Jeffrey Frank, como apareció publicado el 14 de marzo de 2017 en la página web de The New Yorker:
La imagen que ilustra la nota es una fotografía de Al Drago, fotógrafo de The New York Times, y, como cualquiera puede ver, no un trabajo de Cristhian Hova. Este hallazgo hizo que me sumergiera de lleno en la página de Facebook de Hova y en su cuenta de Instagram, a la que también había llegado buscando la dichosa portada de The New Yorker. En Somos hablaban no de una portada, sino de tres. No tuve que buscar mucho más. Las redes sociales de Hova son pródigas en muestras de su trabajo.
El 16 de marzo, el ilustrador compartió esta imagen en su cuenta de Instagram:
Al parecer, otro trabajo suyo había aparecido en las páginas de The New Yorker. De hecho, en una entrevista aparecida en la sección postdata del diario El Comercio el viernes 7 de abril de 2017, el periodista Renzo Giner Vásquez dice lo siguiente: «El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump». A continuación, Giner Vásquez le pregunta al artista: «¿Cómo te contactó The New Yorker?», a lo que Hova responde: «A través de una agencia con la que trabajo. Yo solo hice el dibujo y ellos se encargaron de todo». El mismo ilustrador compartió ese día la entrevista en su cuenta de Instagram:
Una vez más, hay algo muy extraño en esa página de The New Yorker ilustrada con una imagen de David Bowie obra de Hova. La maqueta dista bastante del estilo clásico de la revista. Así que volví a newyorker.com. Bastó buscar el titular de la nota publicitada por Hova en su Instagram para llegar al artículo original:
Es una nota de la periodista Sarah Larson, corresponsal de Cultura de newyorker.com, que no se publicó en la versión impresa de la revista ni fue ilustrada con el trabajo del artista peruano. Pero no sólo eso. La primera línea del artículo posteado por Hova en Instagram dice: «This was not supposed to happen», mientras que la nota de Larson empieza así: «Like many of us who adored David Bowie, I’ve had his music in my head lately».
¿De dónde había salido esa primera línea? Una vez más, Google tenía la respuesta. Una sencilla búsqueda me llevó a otro artículo publicado en la web de The New Yorker, esta vez obra del crítico de arte de la revista, Hilton Als, titulado Postscript: David Bowie, 1947-2016. Esta es la cabecera de la nota, una vez más, publicada únicamente en la página web de The New Yorker:
Y este es su primer párrafo, de donde sale la primera línea de la página publicada por Hova en su cuenta de Instagram:
Alguien, no podía saber quién pero tenía una sospecha, había fabricado esa otra página de The New Yorker, cogiendo un titular de aquí, un arranque de artículo de allá, y pegando una ilustración obra de Cristhian Hova.
La supuesta relación del ilustrador, siempre según sus redes sociales y sus declaraciones en entrevistas (y los crédulos periodistas que las repetían sin verificación alguna), con The New Yorker no quedaba aquí. El 16 de abril de 2017, Hova posteaba esta nueva página en su cuenta de Facebook:
A diferencia de los otros artículos, este relato de Stephen King sí había sido publicado en las páginas de la revista impresa de The New Yorker. Apareció en el número del 9 de marzo de 2015 y fue ilustrado de esta manera:
La ilustración pertenece al artista Jon Gray, no a Cristhian Hova. La siguiente página, donde comienza el texto del relato, es esta:
De hecho, en la entrevista de El Comercio de abril de este año, el periodista Renzo Giner Vásquez señala que la primera colaboración de Hova con The New Yorker fue la imagen que «acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de DavidBowie».Bowie murió el 10 de enero de 2016, así que, según el relato del periodista y del propio Hova, es imposible que el artista haya realizado una ilustración en The New Yorker para un relato que se publicó casi un año antes, en marzo de 2015. Las fechas, además de la maqueta de las páginas, el archivo de la revista impresa, las notas de la página web y demás evidencia, no cuadran.
Como tampoco cuadra esta otra supuesta página de The New Yorker que Hova publicó en sus cuentas de Facebook e Instagram hace poco más de un mes, el 2 de junio de 2017:
De nuevo, el artículo que se supone ilustra la imagen del artista peruano, escrito por John Cassidy y titulado «Donald Trump’s ‘Screw You’ to the World», fue publicado únicamente en la página web de la revista, nunca en la versión impresa:
Y, una vez más, había sido ilustrado con una fotografía y no con una obra de Cristhian Hova, como mostraba la página que el artista había posteado en sus redes sociales.
A través de un amigo periodista que trabaja en The New Yorker, me comuniqué con Genevieve Bormes, asistente editorial de la editora de Arte de la revista. En un email le envié las imágenes con ilustraciones de Hova que él mismo había posteado en sus redes sociales y le pregunté si podía confirmarme que esos trabajos habían sido encargados y publicados en la revista o no. Un par de horas después, Bormes respondió: «Hasta donde tengo conocimiento -la expresión en inglés es ‘To the best of my knowledge’, una formalidad habitual en las comunicaciones oficiales-, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas».
Con esa confirmación, decidí ponerme en contacto con los periodistas de Somos y El Comercio, que habían escrito o editado artículos sobre la obra de Cristhian Hova en los que se mencionaban las portadas que supuestamente había hecho para The New Yorker.
Primero llamé a Rafaella León, editora de Somos, para contarle lo que había encontrado y preguntarle si ellos, en la revista, habían realizado algún tipo de comprobación. León respondió que no. A continuación me explicó que Cristhian Hova había ido a la entrevista acompañado de dos personas de la agencia de comunicación con la que trabaja, que la revista recibió un USB con el dossier del artista y ellos dieron por bueno todo lo que afirmaba. «Fue un acto de fe», me dijo León cuando insistí y le pregunté si en ningún momento se les había cruzado por la cabeza verificar si en efecto el trabajo del ilustrador había aparecido en The New Yorker.
Luego de hablar con León, llamé a Renzo Giner Vásquez, autor de la entrevista publicada en abril de 2017, quien había escrito: «El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump». Giner se mostró tan sorprendido como Rafaella León cuando le comenté lo que había encontrado. Le pregunté de dónde había sacado que The New Yorker había publicado ilustraciones de Hova. A lo que respondió de inmediato: «Me lo dijo él. Y estaba en la nota de prensa cuando me ofrecieron la entrevista». Así que repregunté: ¿En ningún momento verificaste si en efecto se habían publicado? «No», me dijo Giner.
Después de esto, hablé con la autora de la nota en Somos, Brunella Vásquez. Su editora, Rafaella León, me facilitó su número de teléfono. Cuando me comuniqué con ella, Vásquez me dijo que León le había contado lo ocurrido. Después de hablar con su editora, me dijo, llamó a la responsable de la agencia y le explicó lo que pasaba. «Ella está haciendo todas las averiguaciones del caso», me dijo Vásquez. Una vez más, como había hecho con León y Giner, le pregunté a Vásquez si en algún momento se le había ocurrido verificar si lo que decía Cristhian Hova, que The New Yorker había publicado varias portadas realizadas por él, era cierto. Al igual que sus colegas, Vásquez me dijo que no.
Ni bien colgué con Vásquez, llamé a la responsable de la agencia de relaciones públicas que maneja la comunicación de Cristhian Hova para solicitarle que me contactara con él. Le dije que Brunella Vásquez, de Somos, me había dicho que la había llamado antes y explicado la razón de mi interés. La responsable, que me pidió que no mencionara su nombre, me explicó que ella se había sorprendido también y que había hablado con Hova para exigirle que le explicara qué estaba ocurriendo. Las respuestas que le dio, que una supuesta galería de arte en Estados Unidos le había solicitado realizar unas ilustraciones para homenajear portadas de The New Yorker, con consentimiento de la revista, no la convencieron y su agencia había decidido ya terminar la relación laboral con el artista.
Cuando le pedí que me pusiera en contacto con él, me dio su teléfono y me dijo que le había recomendado que aceptara conversar conmigo y, sobre todo, que tuviera a mano el supuesto email o recibo o lo que fuera que comprobaría el pedido de la galería. «Porque si no aclara esto resulta que le ha mentido hasta al curador de su exposición en Índigo, donde hay una línea de tiempo que señala que ha publicado trabajos en The New Yorker», me dijo.
La explicación, por supuesto, resulta bastante improbable. Sobre todo cuando desde el mismo The New Yorker, recordemos, la asistente editorial de la editora de Arte señala que: «hasta donde sé, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas». Y cuando las páginas fabricadas que Cristhian Hova publicó en sus redes sociales no corresponden a portadas sino a supuestas páginas interiores de la revista.
Las publicaciones de Cristhian Hova en The New Yorker no son el único caso sospechoso que he podido desenredar echando un vistazo a sus redes sociales, haciendo uso de Google y redactando unos cuantos emails y mensajes de Facebook messenger.
Pero si uno descarga la imagen de Gallagher sosteniendo el cuadro y realiza una búsqueda en Google Images, se encontrará con que la foto ha sido modificada, tomando como base esta otra:
El 19 de marzo, Daniel Pitts, un artista inglés residente en Manchester, compartió en sus varias redessociales la imagen de Liam Gallagher sosteniendo un cuadro pintado por él. El cuadro era un homenaje a la portada del soundtrack de la película Quadrophenia. Luego de encontrar la imagen, contacté a Pitts a través de Facebook messenger. Me respondió de inmediato.
Antes de explicarle la razón de mi mensaje, le pregunté si podía decirme cuándo, dónde y quién había tomado la foto de Gallagher sosteniendo su cuadro que estaba en su página de Facebook. Pitts me dijo que la foto fue tomada el 17 de marzo por una amiga suya que conoce a Liam Gallagher y que le habló al músico del trabajo del pintor. O sea, 10 días antes de la primera publicación de Hova. Digo primera porque un par de meses después, el 4 de junio, el artista peruano volvería a compartir la misma imagen de Gallagher con su ilustración. Esta vez en su cuenta de Instagram:
Al terminar de hablar con la responsable de la agencia de comunicación que trabajaba con Hova, lo llamé una decena de veces. No hubo respuesta. Le dejé un mensaje de voz y varios mensajes a través de messenger en sus dos cuentas de Facebook. La responsable de comunicación me escribió minutos después diciéndome que el ilustrador le había escrito por whatsapp diciéndole que tenía varias llamadas perdidas y que ella le había dicho que «conteste y que asuma lo que tenga que asumir». Las llamadas eran mías. La responsable de la agencia me pidió un momento para volver a hablar con él. Segundos después me escribió: «Nada, a mí tampoco me contesta».
ACTUALIZACIÓN
A las 5:09 pm del 25 de julio, poco más de dos horas después de publicado este artículo en No hemos entendido nada, el ilustrador Cristhian Hova publicó este mensaje en su página de Facebook:
ACTUALIZACIÓN
A las 8:11 pm del 25 de julio, tres horas después de que Cristhian Hova admitiera haber mentido acerca de la publicación de sus trabajos en The New Yorker, el diario El Comercio publicó esta nota de disculpas en su página web:
ACTUALIZACIÓN
El 26 de julio a las 10:00 pm, un día después de que el diario El Comercio publicara una disculpa en la sección de Opinión de su página web, la revista Somos publicó una nota titulada Hova desenmascarado y cuya bajada dice: «Disculpas a propósito de la tinta aguada de un ilustrador con más licencias imaginativas que portafolio». El cuerpo de la nota es el siguiente:
Hace unos días, medio en broma, publiqué en Facebook una imagen de una nota de la página BBC Mundo con la siguiente leyenda: «Un día de estos que esté aburrido voy a rastrear el momento exacto en que BBC Mundo se convirtió en el hermano mongo del Reader’s Digest».
El comentario se refería a esta noticia:
El texto de la nota de BBC es más bien escueto y puede resumirse con el lead: «Este mes una corte en Taiwán concedió el divorcio a una mujer que demostró que su marido la ignoraba presentando como prueba mensajes de texto no respondidos y con el doble tic azul».
La nota no menciona ninguna fuente (de hecho no tiene autor y va firmada con un «Redacción»), da de pasada el apellido de la supuesta divorciada (Lin), ignora el nombre del supuesto ex esposo y, si bien cita a la jueza de familia responsable del caso, nos escatima su nombre.
No es la primera vez que me topo con una noticia sospechosa publicada en el site de la BBC (volveré y abundaré sobre esto más adelante), así que decidí buscar un poco más. Bastó un google search para toparme con que la nota en cuestión no era sino una mala traducción de un artículo de BBC World firmado, desde Taipei, por la corresponsal Cindy Sui. La traducción era mala y perdía algunos detalles presentes en la original, pero esta no era mucho mejor y tampoco ofrecía ninguna fuente.
Así que volví a Google. La nota original de BBC World fue publicada el 17 de julio -todas las menciones en adelante hacen alusión al artículo de Sui- por lo que aislé los resultados para ver solo los anteriores a esa fecha. La nota más antigua en inglés acerca del divorcio de la señora Lin fue publicada el 13 de julio por la periodista Lydia Lam en la página web de The Straits Time, un periódico con sede en Singapur. En su nota, titulada «Man who ‘blueticks’ his hospitalised wife is heartless, says Taiwan judge who grants divorce» (Hombre que ‘dejó en visto’ los mensajes de su esposa hospitalizada es un desalmado, dice juez de Taiwan que concede divorcio), Lam cita como fuente un artículo publicado el mismo día por el diario taiwanés Liberty Times y aporta detalles extra, incluidos algunos de los mensajes que la señora Lin envió a su esposo y este nunca respondió.
Con la ayuda de Google Translate logré encontrar el artículo que dio origen a todo. Lleva la firma de Cai Zhangsheng, se publicó el 13 de julio en el Liberty Times y empieza así: «¡Los mensajes dejados en visto se convierten en una importante evidencia en petición de divorcio! Un juzgado de Hsinchu ha realizado un raro dictamen de divorcio. Una mujer de apellido Lin denunció que su marido, de apellido Chen, abusaba de ella psicológicamente, incluso después de un accidente. Cuando ella le envió unos mensajes a través de la app LINE que el esposo dejó en visto sin responder. La juez señaló que esto constituía un símbolo y evidencia implacable» (la traducción realizada a partir del macarrónico inglés de Google Translate es mía).
La nota de Zhangsheng continúa relatando el testimonio de la hija de Lin, que corrobora los maltratos que su madre padecía a manos de su padrastro y la familia de este. En ese contexto, los mensajes de LINE sin responder del marido suponen una de las varias pruebas, incluidos los testimonios de testigos, que Lin presentó durante el proceso. Una prueba importante, según la propia juez, pero en ningún caso la única.
Sin embargo, BBC Mundo, que, como bromeaba en mi comentario inicial de Facebook, se ha convertido de un tiempo a esta parte en una especie de revista de dramas telenovelescos y otras historias amarillistas, decidió que esos mensajes no respondidos eran la causa principal de que la juez le otorgara el divorcio a Lin. Por supuesto, como titular tiene mucho más gancho sobredimensionar el peso de los mensajes de LINE que señalar un caso más de divorcio por maltrato de un marido a una esposa. Aquí o en la China. Lo segundo, aun con unos mensajes de texto incluidos entre las pruebas del proceso, difícilmente sería noticia en ningún sitio.
¿Creen que exagero cuando digo que BBC Mundo se ha convertido en una suerte de Reader’s Digest amarillista? Aquí van algunos titulares extraídos de su cuenta de Twitter solo este último domingo:
-Los recuerdos de la última llamada de la princesa Diana que persiguen a los príncipes William y Harry
-Los hombres que alimentan con carne cruda y abrazan a hienas salvajes en Harar, Etiopía
-“Fui ‘esposa de placer’ de un comerciante de armas saudita, parte del harem de uno de los hombres más ricos”
-Cómo conseguí rehacer mi vida sexual pese a llevar en el abdomen una bolsa que recoge mis heces
Esta vez la historia de la señora Lin y los mensajes de textos que presentó como evidencia en un proceso de divorcio en Taiwán resultó cierta. O casi, si pasamos por alto el titular inflado. Aun cuando la ausencia de fuentes en la nota de la corresponsal Cindy Sui y los titulares sensacionalistas invitaban a la suspicacia.
Todo este asunto me recordó la verificación que hice sobre otra de estas historias tremendistas publicada por BBC Mundo, que esa vez sí resultó falsa -o al menos extremadamente improbable- aun cuando las responsables se negaron a aceptarlo. El artículo fue publicado originalmente en Perú21 hace poco más de un año:
La increíble historia de la chica que sangra por los ojos
La nota iba firmada por Tracy Ollerenshaw, reportera de Newsbeat , el sitio —dentro de la página de la BBC— de un famoso noticiero en una de las varias estaciones radiales del servicio público británico, conocido por privilegiar noticias atractivas para el público juvenil (lo que se ha convertido en un eufemismo para historias impactantes sin mucho reporteo detrás).
La nota venía sazonada con una serie de fotografías de Marnie-Rae Harvey, la adolescente británica de 17 años que, según la publicación, padece una extraña enfermedad no diagnosticada que la hace sangrar por los ojos y otras partes del cuerpo.
Las historias de ambas páginas eran sospechosamente parecidas, con una serie de fragmentos y citas repetidas, pero ninguna de las dos concedía crédito al medio rival. Las fotos también eran las mismas, y ambos medios señalaban que pertenecían al sujeto de la noticia, la “chica misteriosa”, como según ambas notas había sido bautizada por sus médicos la adolescente Marnie-Rae Harvey.
Ninguno de esos tres artículos suponía el debut de Marnie-Rae Harvey, o Marnie Harvie, en la prensa británica. El 28 de diciembre de 2015, la reportera Jennifer Tippet firmaba una nota “exclusiva” en The Sun bajo el titular: The girl who cries BLOOD … the mystery ailment of girl, 18, whose eyes and ears bleed 5 times a day, que cubría casi los mismos detalles narrados por la nota de marzo del mismo The Sun, solo dos meses y medio después. Esta segunda nota venía firmada por otra reportera, que ni siquiera menciona el artículo original del 28 de diciembre publicado en su mismo periódico.
Pero no fue sino hasta que la BBC dio con Marnie-Rae Harvey, que la historia saltó a medios de todo el mundo. Parece seguro afirmar que el hallazgo ocurrió el 6 de marzo. Este es un comentario que Tracy Ollerenshaw, la reportera de Newsbeat BBC, dejó en la cuenta de Instagram de Marnie-Rae Harvey ese día:
Si uno busca en Google a Marnie-Rae Harvey o Marnie Harvie, aislando los resultados previos al 6 de marzo, la única mención que aparece es la nota de The Sun del 28 de diciembre de 2015.
De acuerdo al motor de búsqueda, Marnie-Rae no existe en Internet antes de eso. Así que es seguro asumir que la reportera Ollerenshaw supo del caso leyendo la nota de Jennifer Tippet en The Sun, aunque olvida mencionarlo en su propio artículo para BBC Newsbeat del 10 de marzo.
Al día siguiente, 11 de marzo, la página web en español de la BBC publicaba la historia firmada por Tracy Ollerenshaw, esta vez bajo el epígrafe de su sección Mundo y titulada: La joven que sangra por los ojos y nadie sabe por qué .
Una vez publicada en castellano, la historia empezó a repetirse en periódicos y páginas noticiosas de toda Hispanoamérica. Algunos citaban a la BBC, otros sencillamente hacían copy-paste y se ahorraban el engorro de mencionar la fuente. Con ese titular y esas imágenes, quién tiene tiempo para minucias. Más aun si vienen con la firma de una de las marcas informativas más prestigiosas del mundo.
Lo que todos esos periodistas que replicaron la nota desde su escritorio —sin ni siquiera hacer una búsqueda en Google— no saben es que ya ni la BBC parece tener tiempo para minucias. Llamemos minucias al más elemental proceso de verificación que debe llevar a cabo un periodista. El que le haría poner al menos en duda la veracidad de esas imágenes y un titular que conjuga el fantástico trinomio chica-sangra-ojos.
Si uno analiza con atención las minucias de la nota de la BBC, notará que las fotografías, todas, llevan la firma de Gareth Iwan Jones. Todas: el retrato posado que acompaña la noticia y las otras tres imágenes de Marnie-Rae Harvey sangrando, que parecen tomadas con un teléfono cualquiera y mala iluminación.
Gareth Iwan Jones es un fotógrafo profesional afincado en Bristol, que publica retratos de celebridades regularmente en la prensa británica. Digamos que el fotógrafo responsable de esto:
Así que escribí a Gareth Iwan Jones. Primero le lancé un tuit y luego le envié un email a la dirección que me dio. Jones me dijo que, en efecto, el retrato posado que aparecía en la nota de BBC era suyo:
Pero las otras fotos no, las de los sangrados, esa las había tomado Marnie-Rae misma con su teléfono. A vuelta de correo, le pregunté si durante la sesión había visto sangrar a la señorita Harvey. Jones respondió a los pocos minutos que no, que había estado con ella solo un par de horas y no había tenido un “episodio” en ese momento.
Además, Jones me dijo que si me interesaba la historia contactara a Kim de Phoenix Features, “ ella es la agente de Marnie y ha colocado la historia en los medios británicos ”, y me dio una dirección de email.
Mientras esperaba que Jones contestara mi primer acercamiento, había enviado también un email a la editora de BBC Newsbeat, responsable última de la historia publicada por Tracy Ollerenshaw acerca de la muchacha sangrante.
Anna Doble no tardó mucho en responder. Para resumir: Sí, la reportera Tracy Ollerenshaw había hablado con Marnie-Rae Harvey; de hecho, habían tenido una larga conversación; la historia “parecía” auténtica; había más fotos que habían decidido no publicar; habían hablado con Kim de Phoenix Features pero las fotos se las había dado Marnie-Rae misma, fue ella quien les indicó que eran de Gareth Iwan Jones, y estaban coordinando para grabar en video en los próximos días; por último, no, la BBC no paga por historias.
Tras este primer intercambio con la editora de Newsbeat BBC, intenté contactar a Marnie-Rae Harvey yo mismo. No fue difícil, una sencilla búsqueda de Google me llevó a una cuenta de Twitter que parecía suya y le envié un mensaje. Respondió poco después y entablamos una conversación vía DMs. Me presenté, mostré mi interés por su historia y le pedí una entrevista. Harvey tardó tres mensajes cortos en dirigirme hacia su “agente”. Le pregunté si la única forma de hablar con ella era contactando primero con la agente y si creía que me iba a cobrar por la historia. La respuesta a ambas preguntas fue sí. Insistí un poco y pregunté si la BBC había pagado por la historia también.
Aquí la señorita Harvey abandonó el laconismo de sus mensajes anteriores y me dijo:
“Kim maneja Phoenix. La BBC y todos los otros medios han tenido que escribir a Kim primero preguntando por la historia y acordando un precio. Tengo más fotos del sangrado que no han sido publicadas aún, pero depende de cuánto estés dispuesto a pagar”.
Phoenix Features se anuncia en su página web como una agencia para colocar (y cobrar) historias en medios. Así de claro: “ ¿Quieres vender tu historia? ¡Has llegado al lugar indicado! Te diremos de inmediato si creemos que podemos ayudarte a vender tu historia real”
¿Qué historias reales se venden bien? Phoenix Features tiene la respuesta:
*Cualquier cosa extraña o conmovedora
*Amores que vencen cualquier obstáculo
*Parejas extrañas, acontecimientos sorpresivos, situaciones de amistad (¿?)
*Imágenes graciosas o locas
*Historias médicas
*Historias de enfermos supervivientes
*Historias divertidas o inspiradoras
*Fotografías sorprendentes
*Escándalos de celebridades
Luego de entretenerme un rato en la web de Phoenix Features, escribí a la famosa Kim Willis, preguntando si era posible entrevistar a Marnie-Rae Harvey, la chica que sangra por los ojos. Willis tardó cinco minutos en responder: Sí, era posible, pero tendría que pagar por el contacto y las imágenes.
¿Cuánto había que pagar? ¿Qué incluía el precio? ¿Era esta la única forma de hablar con la señorita Harvey?
200 libras por la historia y algunas fotos. Sí, era la única forma.
¿Era posible que además de hablar con Marnie-Rae me pusieran en contacto con alguno de los médicos que la ha visto?
Sí, pero no. Primero Willis estaba segura de que no habría problema en contactar a alguno de los médicos. Un email después, según Kim Willis, Marnie-Rae Harvey no quería referirme a ningún médico porque temía que se fueran a ofender.
Ese fue el final de mi intercambio con la agente de Phoenix Features. Días después le envié un último email diciendo que necesitaría al menos un médico que pudiera confirmar la historia de Marnie-Rae. Nunca más volví a escuchar de Kim Willis.
Dos semanas después de nuestro último cruce de emails volví a escribir a Anna Doble, preguntando si habían filmado ya a Marnie-Rae Harvey como me había dicho 16 días atrás y contándole que me había comunicado con Phoenix Features, pero Kim Willis me había dicho que debía pagar para poder entrevistar a la señorita Harvey.
Doble tardó poco menos de una hora en responder: No habían filmado a Marnie-Rae, habían decidido darle un mes más (¿?) y solo habían pagado por usar las fotos.
Respondí de inmediato: ¿Cuáles fotos? ¿El retrato posado que había tomado Gareth Iwan Jones o las que había tomado Marnie-Rae Harvey con su celular?
Por último, le pregunté: ¿No le parecía sospechoso que nadie aparte de la misma Marnie-Rae Harvey o su familia hubiera sido testigo de sus “episodios” de sangrado? ¿Que ni Harvey ni su agente quisieran dar el nombre de alguno de los varios médicos que se suponía la habían auscultado?
Doble respondió escueta: “También hablamos con la madre. Pagamos una suma muy pequeña por las imágenes”.
No pude sino insistir: ¿Por lo general pagan directamente a las fuentes por sus fotografías? ¿No les pareció raro que la madre dijera que Marnie-Rae sangra todo el tiempo pero no sangrara mientras la entrevistaban (la reportera la entrevista en persona, ¿cierto?), ni mientras Gareth Iwan Jones la fotografiaba?
La editora de Newsbeat volvió a responder escueta: “ Hablamos con ella por teléfono ”.
Recapitulo:
Una reportera de Newsbeat, BBC, —Tracy Ollerenshaw— publica una sorprendente historia acerca de una muchacha británica que dice sangrar por los ojos y las orejas.
Nadie, aparte de la muchacha misma —Marnie-Rae Harvey— y su madre, han sido testigos de estos sangrados.
La editora de BBC Newsbeat, jefe de la reportera Tracy Ollerenshaw, admite que la entrevista con la muchacha que supuestamente sangra se hizo únicamente por teléfono.
Una agencia para colocar historias en medios de comunicación, que representa los intereses de Marnie-Rae Harvey, vende las imágenes y el testimonio de la muchacha a quien esté dispuesto a pagar por ellos.
La editora de BBC Newsbeat, admite haber pagado, pero “solo por las imágenes”.
La agencia que representa y vende la historia de Marnie-Rae Harvey se niega a ofrecer el nombre y contacto de alguno de los muchos médicos que se supone han auscultado a la muchacha que sangra.
La reportera y editora de BBC Newsbeat, dan por buena la negativa y no verifican el testimonio de Marnie-Rae Harvey y su propia madre con ninguna otra fuente. Pese a que solo cuentan con el relato de la supuesta enferma y la madre de esta, pese a que ninguna de las dos ha podido ver la sangre brotar de los ojos de Ms. Harvey, pese a que si el padecimiento de Marnie-Rae Harvey fuera real se trataría de uno de los dos casos documentados de hemolacria —el término médico para la extrañísima condición de quien llora sangre— en el mundo, reportera y editora publican la historia sin hablar con ninguno de los médicos supuestamente involucrados.
Decenas de medios en todo el mundo reproducen la fabulosa historia de Marnie-Rae Harvey, la muchacha que dice sangrar por los ojos y las orejas, sin detenerse un minuto a verificar su legitimidad.
Minucias todas ellas, claro.
A estas alturas, no puedo saber si Marnie-Rae Harvey en realidad sangra por los ojos y las orejas, si bien todo apunta a que es bastante improbable. No pagué las 200 libras que su agente, Kim Willis, pidió por la historia. En el momento en que insistí con ambas en que sin hablar con los médicos que la habían tratado no había historia alguna, nunca volví a saber de ellas.
La reportera Tracy Ollerenshaw y su editora, Anna Doble, tampoco tienen cómo saberlo, no con el reporteo realizado hasta ahora. Una conversación telefónica y unas fotos que la propia Marnie-Rae Harvey les suministró, es todo lo que reportera y editora necesitaron para relatar una asombrosa historia médica. Nada más. Minucias, claro.
Una vez publiqué el artículo en Perú21, les envié el link de la versión en inglés a Anna Doble y Tracy Ollerenshaw, preguntándoles si tenían algo más que añadir. Solo Doble respondió, con un escueto «gracias por enviar el link».
Por supuesto, el anunciado video que iban a grabar con la chica que llora sangre nunca se filmó. Si uno ingresa hoy, más de un año después, a la página de la BBC y teclea Marnie-Rae Harvey en el buscador se topará con el solitario artículo de Tracy Ollerenshaw publicado el 10 de marzo de 2016. No hay video ni follow-up o seguimiento a la historia. Tampoco han corregido nada. Ni siquiera el crédito de las fotos mal atribuidas a Gareth Iwan Jones.