La incisiva y demoledora paciencia de Ryan Lizza

La noche del miércoles 26 de julio, el periodista Ryan Lizza, corresponsal en Washington D.C. de la revista The New Yorker, recibió una sorpresiva llamada. Al otro lado del celular se encontraba Anthony Scaramucci.

Como todos los que siguen la política norteamericana y los cada vez más abundantes y frecuentes escándalos de la presidencia Trump sabrán, el señor Scaramucci fue durante un brevísimo periodo -del 21 de julio al 31 de julio- el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca.

Scaramucci, conocido en el mundillo financiero de Wall Street como ‘Mooch’, es famoso entre la élite norteamericana por su estilo ampuloso, el cabello engominado, sus caros trajes a medida y los apretados nudos de sus corbatas. Como si cada detalle de su look y cada gesto fueran un homenaje a Gordon Gekko, el operador de bolsa que Michael Douglas interpretó en Wall Street y personificó los excesos del yuppismo de los años 80.

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Imagen con que The New Yorker ilustró el artículo de Ryan Lizza

Unas horas antes de la ahora famosa llamada, el reportero de The New Yorker había tuiteado que, según dos fuentes con conocimiento del hecho, el presidente Trump estaba cenando con Scaramucci, un ex ejecutivo de Fox News y Sean Hannity, presentador estrella del canal favorito de los conservadores norteamericanos.

A Mooch el tuit no le hizo ninguna gracia.

Así relata Lizza el inicio de la conversación con Scaramucci:

«¿Quién te filtró eso?», me preguntó. Le dije que no podía darle esa información. Me respondió amenazando con despedir a todo el personal de comunicaciones de la Casa Blanca. «Lo que voy a hacer es, voy a eliminar a todos en el equipo de comunicaciones y empezar de cero», dijo. Me reí, pensando si en realidad creía que una amenaza como esa iba a convencer a un periodista de revelar su fuente. Continuó presionándome y quejándose del equipo de gente que había heredado en su nuevo puesto. «Le he pedido a estos chicos que no filtren nada y no pueden comportarse», dijo. «Tú eres un patriota, esta es una catástrofe seria para el país americano. Así que te estoy pidiendo como patriota americano me digas quién te filtró la información».

A partir de ahí, el tono del monólogo de Mooch siguió subiendo, o cayendo, depende de cómo lo mire uno. Esta es solo una selección de las citas que Ryan Lizza obtuvo, cortesía de Scaramucci:

«Yo no soy Steve Bannon [el todopoderoso asesor del Presidente Trump], no estoy intentando chuparme mi propio pene. No estoy intentando construir mi propia marca a costa de la puta fortaleza del Presidente. Yo estoy aquí para servir al país»

«Lo que quiero hacer es matar a los putos filtradores, y quiero recuperar y poner la agenda del Presidente en marcha para así poder tener éxito por el pueblo americano»

«Ok, Mooch llegó hace una semana. Voy a limpiar todo esto muy rápidamente, ¿ok? Porque ya pillé a estos tipos. Tengo huellas digitales, a través del FBI y el puto Departamento de Justicia, de todo lo que han hecho»

«Voy a despedir a todos. Ya despedí a uno el otro día. Mañana despediré a tres o cuatro más. Voy a averiguar quién te filtró eso. A Reince Priebus -por si quieres filtrar algo- se le pedirá que renuncie muy pronto»

«Reince es un puto esquizofrénico paranoide, un paranoico»

«Sí, déjame ir, porque tengo que empezar a tuitear alguna mierda que vuelva loco a este tipo [en alusión a Priebus]»

En efecto, luego de colgar el teléfono con Lizza, Scaramucci lanzó un tuit acusando a su rival en la Casa Blanca, Reince Priebus, de filtrar su declaración financiera y amenazándolo con llevarlo ante el FBI y el Departamento de Justicia:

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«A la luz de la filtración de mi declaración financiera, lo que constituye un delito. Me contactaré con el FBI y el Departamento de Justicia #swamp @Reince45»

Un par de horas después, Mooch borró el tuit y publicó otro en el que señalaba que se le había malinterpretado. No estaba acusando y amenazando a Priebus, sino haciendo saber a los responsables de las filtraciones que todos los altos oficiales de la Casa Blanca estaban colaborando para acabar con ellas:

Ambos tuits se hicieron virales y se convirtieron en la comidilla de los periodistas políticos americanos, que pasaron buena parte de la noche discutiendo en Twitter y en televisión lo dicho por el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca. Todos, menos uno.

Lo único que Lizza dijo esa noche sobre el escándalo desatado por Mooch en Twitter que podía indicar que tenía más información que la disponible para el resto de sus colegas fue esto:

«Por si hay alguna ambigüedad en el tuit de Scaramucci, puedo confirmar que este quiere que el FBI investigue a Reince for la filtración»

Nada más.

A la mañana siguiente, Lizza apareció en CNN, donde es colaborador habitual, para comentar el Twitter drama de Scaramucci. Mientras hablaba el reportero de The New Yorker, Mooch volvió a hacer gala de su incontinencia telefónica y llamó al programa. Así lo cuenta Lizza:

«Mientras hablaba sobre Scaramucci, llamó al programa e hizo alusión a nuestra conversación y cambió su historia sobre Priebus. En lugar de decir que estaba intentando exponer a Priebus como responsable de las filtraciones, dijo que la razón por la que lo mencionó en el tuit que luego borró fue porque quería trabajar junto a Priebus para descubrir a los filtradores»

A las 7:47 am, el reportero anunció en Twitter que publicaría una nota en newyorker.com acerca de lo ocurrido en las últimas 12 horas:

La nota con la que empecé este post no se publicó hasta poco antes de las 4:00 pm. Fue recién entonces que todos pudimos enterarnos de la encendida conversación que el periodista había mantenido con Anthony Scaramucci, Director de Comunicaciones de la Casa Blanca, la noche anterior.

O sea, casi 24 horas después. Fue recién ahí que todos pudimos leer las «floridas» declaraciones de Scaramucci, que cuatro días después le costarían el puesto.

¿Qué es lo que hizo que Lizza aguardara casi un día para revelar la bomba que tenía entre manos?

Hay dos líneas en su texto que nos dan una idea. Luego de la cita sobre Steve Bannon, recordemos, aquella en la que Mooch habla de autofelación, Lizza escribe, entre paréntesis: «Bannon declined to comment». (Bannon rehusó comentar)

Un par de párrafos antes, luego de reproducir la diatriba de Scaramucci acerca de su némesis Reince Priebus, el reportero de The New Yorker escribe, de nuevo entre paréntesis: «Priebus did not respond to a request for comment». (Priebus no respondió a una solicitud de réplica)

En estos tiempos de redes sociales y ciclo noticioso minuto a minuto, cualquier otro periodista habría tuiteado de inmediato para aprovechar la exclusiva. O, en el mejor de los casos, hubiera tardado unos cuantos minutos en escribir un artículo a toda prisa para publicarlo cuanto antes.

Sobre todo si tiene entre manos unas declaraciones así de explosivas de boca de un oficial del rango del Director de Comunicaciones de la Casa Blanca. Por si tienen alguna duda aún de la magnitud del on-the-record que consiguió Ryan Lizza, echen un vistazo a este tuit de David Grann, uno de los periodistas más respetados de The New Yorker:

«Ryan Lizza ha obtenido mejores citas en esa sola historia que las que yo he conseguido en toda una vida como reportero», dijo Grann.

Pero Lizza decidió respetar el proceso. Hizo lo que un reportero debe hacer, aun cuando nos hayamos acostumbrado a que casi nadie lo haga. Llamó a las personas mencionadas y les pidió una réplica. Se sentó, escribió, editó, hizo las llamadas, esperó y casi un día después publicó.

El periodismo, por mucho que les pese a tantos, no se hace en vivo y en directo. El periodismo, hoy muchos olvidan, requiere cuando menos de una pausa para procesar la información y realizar las comprobaciones necesarias.

La paciencia y pulcritud de Lizza (y sus editores) no solo produjo un artículo memorable, sino que tuvo premio para The New Yorker. La nota ha sido un éxito gigantesco para la web de la revista. Aquí unos datos que menciona un artículo del site Recode, facilitados por la oficina de PR de The New Yorker:

  • El artículo de Ryan Lizza generó 4,4 millones de visitantes únicos, lo que la convierte en la nota más leída de la web en lo que va de año.
  • Produjo también 1,7 millones de entradas en las distintas plataformas de redes sociales, y un tráfico de 100 mil visitantes simultáneos durante las primeras horas de su publicación en NewYorker.com.
  • Aún más importante para la revista, cuyo modelo de negocio depende de los suscriptores, el artículo ha atraído nuevos abonados. Aun cuando la publicación no especificará cuántos nuevos suscriptores ha generado el artículo,  sí señala que «han visto un incremento de 92% en el promedio diario de nuevas suscripciones de julio».

Además, como explicaba al inicio, el artículo le costó a Scaramucci el puesto.

Esto último puede, lastimosamente, contribuir a perpetuar un antiguo malentedido del oficio periodístico. Como he dicho ya en alguna ocasión, un error habitual de los periodistas es pensar que su trabajo es poner o quitar presidentes. Ese error nace -o al menos ha sido cimentado- con una pésima lectura e interpretación de ese mito fundacional que es Todos los hombres del presidente.

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Para muchos periodistas -créanme, he discutido sobre este asunto hasta el hartazgo- la lección de esa película es que nuestro oficio tiene el poder, qué digo poder, el deber de tumbarse hombres poderosos. Ese, parecen creer, es nuestro trabajo y a lo que debemos dedicar la mayoría de nuestros esfuerzos. Y, por supuesto, no es así. Hay diferencias importantes entre entender el oficio periodístico como el de un contralor del poder y entenderlo como el de un justiciero. Entre otras, la diferencia que implica respetar el proceso y la ética del oficio o no hacerlo.

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Portada de la primera edición del libro de Bob Woodward y Carl Bernstein

Es una pena que cuando los periodistas ven Todos los hombres del presidente (o leen el libro) lo que les quede es ese relato épico de «oh, dos periodistas se tumbaron al presidente», en lugar de fijarse en el complejo y tedioso proceso de investigación, verificación y edición que muestra la película. Y eso que la película tiene un mérito enorme a la hora de mostrarlo sin aburrir al espectador. Pocas películas son capaces de eso. Otra de las pocas que lo ha logrado fue Spotlight.

Parece que ningún periodista recuerda que Dustin Hoffman (Carl Bernstein) se pasa parte de la película reescribiendo lo que tipea Robert Redford (Bob Woodward), ni que Jason Robards (Ben Bradlee) no deja de repetirle a ambos que lo que tienen es insuficiente y deben seguir investigando.

Está bien que para la gente de a pie la leyenda de Watergate sea sobre cómo el Washington Post y Woodward y Bernstein se tumbaron a Nixon, pero para nosotros la lección debería ser otra.

Ojalá que la lección que saquemos del episodio entre Ryan Lizza y Anthony Scaramucci sea, esta vez, la correcta.

ACTUALIZACIÓN

El 3 de agosto, una semana después de publicar el artículo en el que Ryan Lizza relata su conversación con Anthony Scaramucci, The New Yorker posteó un episodio de su podcast Radio Hour, en el que, además de publicar por primera vez fragmentos del audio de la famosa llamada telefónica, Lizza discute lo ocurrido junto al editor de The New Yorker, David Remnick. Pueden escucharlo aquí.

La mayor parte del diálogo con Remnick es un análisis sobre lo terriblemente disfuncional que es la Casa Blanca en manos del Presidente Donald Trump. Pero en la charla Lizza también explica de forma breve qué hizo una vez colgó el teléfono con Scaramucci, así como una parte del proceso de confección de su artículo. Habla además de lo que significa un «off the record«. Es una delicia, en serio:

«Descargué el audio de mi grabadora, le puse al archivo en mi computadora el nombre ‘Entrevista demente con Scaramucci’, y después comencé a pensar seriamente cuál era el valor noticioso aquí. Si había algunas reglas básicas acordadas. Cuando uno tiene una conversación así con el Director de Comunicaciones de la Casa Blanca, se acuerdan unas reglas. Pero no hubo ningún acuerdo. El ‘off the record‘ y el ‘esto es información de contexto, no me puedes citar directamente’ (background) son negociaciones entre la fuente y el periodista. Tiene que haber una oferta, ‘hey, quiero hablar contigo pero debe ser off the record, ¿te parece bien?’, y el periodista debe estar de acuerdo. Eso no ocurrió aquí. Y se lo dije, al día siguiente cuando lo llamé para decirle que íbamos a publicar esto, le dije ‘tú hablas en representación de la institución más poderosa del mundo, estas conversaciones se presume que son on the record, y has dicho cosas extremadamente relevantes desde el punto de vista noticioso'»

Me voy a quedar con este fragmento, que explica con un poder de síntesis estupendo cuándo aplica y cuándo no el muchas veces malentendido off the record:

El ‘off the record’ y el ‘esto es información de contexto, no me puedes citar directamente’ (background) son negociaciones entre la fuente y el periodista.

ACTUALIZACIÓN

El domingo 6 de agosto, la columna The Ethicist de The New York Times traía unas cuantas líneas que creo sirven como corolario perfecto a esta historia. Kwame Anthony Appiah, responsable de la columna, respondía a un(a) estudiante que preguntaba si, debido a su condición de víctima de violación, debía aceptar una oportunidad de trabajo en Ruanda para investigar las consecuencias de la violencia sexual de comienzo del genocidio de 1994.

«Es una oportunidad increíble -decía el/la estudiante- pero me preocupa que el hecho de ser superviviente de violación cree un sesgo en mi trabajo». Appiah respondía:

«Lo que hace objetiva a la ciencia no es la objetividad de los científicos. Son los procedimientos de recolección, interpretación y cuestionamiento de datos y teorías producidos por seres humanos falibles».

Lo mismo puede decirse del periodismo. Y ahí es que radica la importancia de respetar el proceso, el método. Como hizo Ryan Lizza.

Hat tip a Arcadi Espada que vio y llamó la atención sobre esas líneas de Kwame Anthony Appiah en su blog de El Mundo.

P.D.: Intenté comunicarme con Lizza para preguntarle por qué había aguardado casi un día para publicar su exclusiva y para consultarle por el proceso de escritura, verificación y edición de su artículo. Lastimosamente no obtuve respuesta.

P.D. 2: En realidad, como he intentado explicar en este artículo, todo lo que uno puede aprender está ya en la nota del 27 de julio, disponible para todo aquel que quiera leer con atención.

Ninguna azafata fue despedida por tener sexo con pasajeros

Esta historia empieza el día 30 de setiembre de 2015 en la página web del Daily Mail (el diario en lengua inglesa con mayor número de usuarios únicos del mundo) y nace con un titular que combina sexo, dinero y una leyenda urbana hecha “realidad”: Azafata que fue sorprendida con un hombre en el baño de un avión ganó 650 mil libras esterlinas por tener sexo con pasajeros.

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Daily Mail, 30 de setiembre de 2015

La nota original del británico Daily Mail ha sido compartida más de 3000 veces en distintas redes sociales, Facebook sobre todo, y ha sido clonada –citando siempre al Daily Mail como única fuente- por varios medios de habla inglesa como Maxim (que ha sido compartida casi 3500 veces) o Metro (1400 veces), entre muchos otros.

Un par de días de después, el sábado 2 de octubre, la “noticia” llamó la atención de algunos medios en español como La Vanguardia y El Periódico, en ambos diarios realizaron el cambio de moneda correspondiente y hablaban de 900 mil euros de ganancia para la azafata.

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La Vanguardia, 2 de octubre de 2015

Pero fue el domingo 3 de octubre que la historia recibió su último baño de legitimidad con un cable de la agencia EFE, que en su párrafo de apertura rezaba: “Una azafata de una aerolínea de Oriente Medio cuyo nombre no ha trascendido fue despedida por practicar sexo con pasajeros por un precio de 1.500 libras (2.000 euros), según publica el tabloide británico ‘Daily Mail’”. Y ya se sabe que de EFE a casi todos los medios en habla hispana, hay un paso.

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Si uno estaba conectado a Internet a principios de octubre de 2015, si tenía una cuenta de Twitter o Facebook, con casi toda seguridad vio pasar esta nota por su newsfeed o timeline. La repitieron El Comercio de Ecuador, El Nuevo Herald, Clarin, Terra, La República, RPP, Correo y un largo etcétera de medios en todo el mundo hispanoamericano; muy hábiles todos a la hora de encontrar una foto sugerente de recurso con la que aderezar la noticia.

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La República, 2 de octubre de 2015

Lo curioso es que los varios problemas de esta noticia saltan a la vista desde ese primer párrafo de EFE. La noticia tiene problemas tan obvios que sería casi insultante poner a trabajar a estudiantes de periodismo de primer ciclo en este caso. Pero allá voy.

La llamada de alerta número 1 es la primera línea: “Una azafata de una aerolínea de Oriente Medio cuyo nombre no ha trascendido”. Repito: una azafata X, de una aerolínea X, cuyo nombre “no ha trascendido”. Razones más que suficientes para ponerse en guardia, ¿cierto? Para buscar alguna otra fuente, ¿no?

Segunda llamada de alerta. La nota de EFE continúa –al igual que todos los otros medios que han rebotado la noticia con casi idéntico titular, ligeras variaciones de la combinación: azafata+sexo+dinero+despedida– citando al Daily Mail como fuente principal.

Aviso para periodistas: El Daily Mail no es solo la web noticiosa en inglés más leída del mundo, sino que es también una de las que más noticias basura publica. Lo cuenta bien este artículo de Buzzfeed sobre una oscura agencia de noticias basura de la que se alimentan medios de todo el mundo: The King of Bullsh*t News.

Tercera llamada de alerta. El Daily Mail (y con él todas las otras webs que han clonado la nota) se apoya en la autoridad de un “diario de lengua saudí árabe” (“Saudi Arabic language daily”), sea lo que eso sea, llamado Sada. Y ahí, como para aliviar su conciencia, casi todos imitan al diario inglés y linkean a la supuesta página web del supuesto periódico saudí árabe.

El problema aquí es que cuando uno hace click en lugar de aterrizar en el artículo que supuestamente publicó el periódico árabe Sada, aterriza en la página web de Al Sadda, una página de noticias deportivas, que, si nos guiamos por Wikipedia, se publica desde Sudán. Nada que ver con Arabia Saudí.

Echemos un vistazo a este mapa de Google Maps:

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La estrellita de la derecha marca donde se encuentra Riad, la capital de Arabia Saudita; la de la izquierda, Jartum, capital de Sudán. La distancia entre ambos puntos es de 1794.76 kilómetros, según la web distancefromto.net. Por si quedaba alguna duda de que Sudán y Arabia Saudí no son lo mismo.

Ninguna de las muchas webs noticiosas que rebotó la noticia reparó en ninguna de esas llamadas de alerta. Pudo más un titular atractivo aunque altamente improbable, que supuestamente garantiza clicks rápidos y fáciles.

¿Existen azafatas que venden favores sexuales en vuelos? Puede ser, quién sabe. Lo que sí sé con seguridad es que la azafata X, de la aerolínea de Medio Oriente X, no cobraba a sus pasajeros 1500 libras esterlinas ni amasó una fortuna de 650 mil libras en dos años. ¿Cómo lo sé? Porque tal y cómo ha sido publicada la noticia por el Daily Mail y sus múltiples émulos, no existe una sola razón para creerlo, un solo dato que me haga confiar en su veracidad. Solo existe el ruido de sonajero de las palabras sexo, azafata y dinero agitadas convenientemente para atraer a la manada. Sin ninguna verificación detrás. Sin ningún intento de periodismo de por medio.

ADENDA

El 27 de julio de 2017, una azafata de la aerolínea mexicana Interjet denunció en un video de Facebook Live publicado en su cuenta personal que un capitán de la misma aerolínea intentó violarla.

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Cuenta de Facebook de Karen Isabel Otero Rodríguez

El video tiene una hora, dos minutos y 45 segundos de duración. La azafata se llama Karen Isabel Rodríguez Otero, trabaja en la aerolínea Interjet, el capitán se llama Daniel Vásquez. La denuncia fue publicada por la propia azafata. Es decir, tenemos los nombres y empresa en la que trabajan tanto la agredida como el agresor. Bastante más información que la que tenían a su disposición el Daily Mail o la agencia EFE en el caso anterior.

¿Cuántas notas publicadas por medios fuera de México encontré? Dos. ¿En la agencia EFE? Cero. ¿Cuántas notas publicadas en un idioma que no sea el castellano? Cero. ¿En inglés? Cero. ¿En el Daily News? Cero.

Por supuesto, hasta hoy 31 de julio de 2017, ninguno de los medios en México o el extranjero contactó con Karen Isabel Rodríguez Otero para ahondar en su testimonio.

*Una versión anterior de este texto fue publicado el 5 de octubre de 2015 en Perú21.

No hemos entendido nada

A mediados de 2016, aproximadamente dos años después de haber asumido el puesto de editor multiplataforma de Perú21, comencé a escribir un libro sobre los enormes cambios y retos que los medios de comunicación vienen enfrentando en la era digital.

El libro empezó a tomar forma en la columna semanal que tenía en el diario, que titulé No Ficción por una sencilla razón: como escribí en ‘Porque tu opinión no importa’ y en ‘Renunciar a la última palabra’, creo que, en Perú en particular y en el columnismo en nuestro idioma en general, abundan -e incluso son mayoría- los periodistas o analistas que escriben iluminados por la gracia divina, convencidos de la enorme e incuestionable importancia de su opinión y “cargados de razón, sin saber o siquiera plantearse que no basta con tener –o creer que se tiene– razón, sino que es indispensable demostrarlo”.

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Cabecera de No Ficción en Perú21

A diferencia de esa mayoría de columnistas, que evitan sistemáticamente citar libros, estudios o informes, yo quería que esa columna fuera siempre una puerta de entrada a las ideas que otros autores habían expresado y que a mí me servían en el esfuerzo por comprender este oficio, esta industria y esta sociedad.

En ese esfuerzo, la mayoría de mis columnas versó sobre los profundos cambios que Internet y las redes sociales han infligido a la manera en que los usuarios accedemos a información y las consecuencias que esos cambios han traído tanto para el oficio como para el negocio periodístico. Fue cuando constaté esa inclinación que surgió la idea de profundizar en la investigación y escribir un libro al respecto.

En el año que llevo leyendo y escribiendo, una certeza ha ido tomando forma. Por ahora, y dudo que eso vaya cambiar de aquí a que finalice la escritura, es la única certeza que tengo. Y no es muy auspiciosa. Tan poco auspiciosa es que suena a enmienda a la totalidad, pero tan seguro estoy de ella que es el working title del libro: No hemos entendido nada. Ese “nosotros” se refiere a los periodistas, editores y responsables de medios, aquellos que tomamos las decisiones o las ejecutamos y que asistimos inermes y en estado de shock al progresivo declive del oficio y el negocio periodístico.

Ese “nada” puede parecer exagerado pero los errores cometidos desde la aparición de Internet por periodistas y responsables de medios son tantos y tan profundos que en realidad decir que no hemos entendido nada es, a estas alturas, un generoso sobrentendido. Pondré un ejemplo. Perdonen que me guarde el resto para el libro.

Como todos saben, durante casi doscientos años el negocio de la gran mayoría de periódicos del mundo ha sido la publicidad. Según explica el abogado y escritor Tim Wu en su libro The Attention Merchants, el modelo de negocio ad-driven o basado en avisos publicitarios fue inventado por el periódico The New York Sun, fundado por Benjamin Day en 1833.

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fuente: wikipedia

Los medios de comunicación impresos monopolizaban la atención de los usuarios o lectores en un mercado local específico gracias a que ofrecían un paquete informativo (el diario) que proveía a esos lectores de buena parte de la información que necesitaban para vivir en su comunidad (ese mercado local específico). Esa información iba desde la cartelera del cine o el teatro, el pronóstico del tiempo y los avisos clasificados hasta las denuncias periodísticas que involucraban a los líderes de la comunidad o los acontecimientos internacionales que de una u otra forma afectaban la vida de esos lectores.

Si bien los lectores pagaban por el acceso a ese paquete informativo, el costo era mínimo, ya que el verdadero negocio era, una vez capturada la atención de los lectores, alquilarla a los anunciantes que buscaban poner delante de los ojos de potenciales clientes (los lectores) los productos que querían venderles. Las barreras de entrada al negocio eran lo suficientemente altas –la imprenta y la distribución suponían una inversión enorme- para dificultar el ingreso de competidores, lo que garantizaba mantener el monopolio con no demasiado esfuerzo. Y garantizaba también que los medios eran dueños absolutos del inventario de espacios publicitarios. El inventario era limitado, pero además el medio podía decidir si reducirlo o aumentarlo de acuerdo a la demanda.

Un viejo adagio periodístico decía que los periodistas escribimos en el espacio que los anuncios nos dejan. Sonaba a broma, pero era una gran verdad. De hecho, el que en algún momento pensáramos que era una broma es una muestra de lo poco que habíamos entendido nuestro oficio y nuestro negocio.

El que no entendiéramos algo tan básico nos dejó inermes ante la destrucción del modelo de negocio llevada a cabo por Internet. ¿Cómo lo hizo? De forma muy sencilla: multiplicando al infinito el inventario de espacios publicitarios y reduciendo a cero los costos de producción y distribución.

En el camino, además, destroza el paquete informativo, despojando al periódico de casi todos los servicios que no eran noticias para alojarlos como servicios independientes –y casi siempre gratuitos- en la red. ¿Quieres conocer el tiempo? Vas a la página AccuWeather.com. ¿Quieres ver la cartelera del cine? Google o Fandango.com se encargan. ¿Quieres comprar un auto o alquilar una casa? Para eso está Craiglist, NeoAuto o alguno de los miles de sites de avisos clasificados que existen.

Tras la revolución digital, del paquete informativo pre-Internet los medios de comunicación nos quedamos con el único tipo de información que sólo los periodistas podíamos producir: las noticias. ¿Y qué hicimos con ellas? Las empezamos a regalar en nuestras páginas web. Y al regalarlas –con la posterior ayuda de Facebook- conseguimos equipararlas a todo el resto de contenido que se empezó a producir en Internet.

Por supuesto, las regalamos porque pensamos que si manteníamos la atención de los lectores, el dinero de los anunciantes vendría detrás. Pero no entendimos –una vez más- que los lectores no nos leían solo por las noticias –recuerden, los diarios eran paquetes informativos donde las noticias eran una parte del contenido-, ni que algo tan aparentemente banal como una red social cambiaría y destrozaría el sistema de distribución de información y de captación de los ojos de los usuarios. Todo esto tiene dos consecuencias fundamentales. Lo explica de manera muy simple el analista Ben Thompson, en su blog Stratechery:

-Existe ahora, efectivamente, un inventario ilimitado de espacios publicitarios, lo que significa que el precio de un anuncio indiferenciado se acerca inexorablemente a cero.

-Lectores y clientes potenciales son ahora dos entidades distintas, lo que significa que medios y anunciantes ya no se encuentran alineados.

El segundo punto, señala Thompson, no ha sido comprendido del todo por los responsables de medios:

“Los medios han dado por sentada la publicidad durante demasiado tiempo, bajo la suposición de que tenían un monopolio de la atención de los lectores. El aumento de la competencia destrozó ese monopolio, pero fue el divorcio entre las categorías ‘lector’ y ‘cliente potencial’ lo que hizo que incluso los medios más grandes fueran incapaces de monetizar la nueva y gigantesca cantidad de tráfico que [sus ediciones digitales] estaban recibiendo. Después de todo, a los anunciantes no les importan los lectores. Les importa identificar, alcanzar y convertir potenciales clientes.”

A quienes nos importan los lectores es a los periodistas. Pero los periodistas con un modelo de negocio quebrado o camino de la quiebra difícilmente podemos producir información noticiosa de calidad para capturar la atención de los lectores y mantener o recobrar su confianza. Durante demasiado tiempo, los periodistas y editores hemos pensado que el negocio no era de nuestra incumbencia, que el periodismo y la industria de medios podían vivir en el mismo edificio sin siquiera hablarse en el ascensor. Un error gravísimo. De hecho, la caída de calidad del contenido producido por la mayoría de medios es consecuencia directa del fracaso del modelo de avisos digitales.

Una vez más, lo explica Thompson:

“El problema es que el modelo de anuncios online es inherentemente deflacionario: así como el contenido tiene un costo marginal cero, también lo tiene el inventario de espacio publicitario, lo que significa que es irrelevante producir más. Una cantidad limitada de dinero publicitario repartido entre un inventario creciente se traduce en que cada espacio publicitario vale cada vez menos. El resultado es que entramos en un típico caso de dilema del prisionero: el curso de acción optimo para cualquier publicación, sobre todo cuando no existen espacios publicitarios diferenciados ni capacidad de targeting, es maximizar los espacios publicitarios (más contenido) y las páginas vistas (más ojos), aun cuando, si todos los medios optan por esto, el único resultado es la caída del valor de esos avisos. De forma perversa, esa caída en el precio de los avisos solo lleva a la necesidad de crear más contenido y capturar más ojos: como resultado, la calidad se convierte rápidamente en una víctima”.

Es en esa situación en la que se encuentra la inmensa mayoría de medios. Y es en esa situación en la que, como periodista, decidí alejarme de la redacción de Perú21. Esta fue mi última columna en ese diario. Si me alejé es para intentar comprender, para intentar reducir ese “nada” del título de mi futuro libro y convertirlo con suerte en “algo”; para poner cierta distancia, algo de tiempo y muchas lecturas en el esfuerzo por entender qué estamos haciendo mal, qué debemos rescatar de aquello que hacíamos bien y qué estamos obligados a hacer mejor si no queremos ver nuestro oficio morir de irrelevancia.

*Una versión anterior de este artículo apareció en Perú21 el 23 de enero de 2017.

La verdadera muerte de Kitty Genovese

La historia norteamericana del siglo XX cuenta con una serie de asesinatos sin los cuales no sería posible entenderla. Asesinatos que marcaron a la sociedad estadounidense y abrieron debates profundos cuyos efectos pueden rastrearse aún en la cultura y conversación pública. Para hablar solo de mitad de siglo en adelante: el asesinato de JFK; el asesinato de Martin Luther King Jr; el asesinato de Bobby Kennedy; los asesinatos cometidos por la secta de Charles Manson; el asesinato de Nicole Brown por el que, contra casi toda evidencia, no se condenó a O.J. Simpson. Acerca de ellos se han escrito innumerables libros, novelas y obras de no ficción; se han filmado decenas si no centenares de películas y documentales.

A esos crímenes hay que sumar uno que además de tener efectos palpables –según algunos especialistas fue debido a él que se terminó de implementar y popularizar el número 911 de emergencias a nivel nacional– y seguir siendo reexaminado y produciendo debate, tiene una característica fundamental, que lo distingue de los arriba mencionados: no involucró a ningún personaje famoso. Pese a ello, el nombre de la víctima es todavía hoy reconocible casi para cualquier norteamericano.

En la madrugada del 13 de marzo de 1964, una joven de 28 años llamada Kitty Genovese volvía a su casa del trabajo conduciendo un Fiat rojo. Genovese se estacionó en un parking de la estación de tren a escasos 30 metros de la puerta de su edificio. Mientras recorría esa distancia fue asaltada por un sujeto armado con un cuchillo. Genovese corrió, pero el asaltante logró alcanzarla y le asestó dos puñaladas en la espalda. Genovese gritó, un vecino la escuchó, abrió su ventana y pegó un grito: “¡Deja a esa chica en paz!”. El atacante huyó y Genovese, herida, caminó hasta el vestíbulo de su edificio donde se recostó. Minutos después su atacante regresó, la violó y volvió a apuñalarla. Genovese moriría poco después de que su victimario escapase por segunda vez.

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Dos semanas después, el 27 de marzo, The New York Times publicó un extenso artículo sobre el caso en portada, firmado por el periodista Martin Gansberg, que empezaba así: “Durante media hora, 38 ciudadanos respetables y respetuosos de la ley en Queens vieron como un asesino acechó y apuñaló a una mujer en tres ataques distintos en Kew Gardens. En dos ocasiones el sonido de sus voces y el inesperado brillo de las luces de sus habitaciones lo interrumpieron y espantaron. En cada ocasión, regresó, encontró a su víctima y volvió a apuñalarla. Ni una persona telefoneó a la Policía durante el asalto; un testigo llamó luego de que la mujer hubiera muerto”.

Todo el impacto, influencia y controversia que la historia del asesinato de Kitty Genovese ha generado en los últimos 50 años en Estados Unidos son atribuibles a esas pocas líneas. El problema es que casi todos los hechos que relatan son falsos.

Si usted tiene una suscripción a Netflix, una debilidad por las historias de crímenes reales e interés por el periodismo, le recomiendo que vea un documental llamado The Witness. La película sigue a Bill Genovese, el hermano menor de Kitty, quien dedicó varios años de su vida a desentrañar la verdadera historia de lo ocurrido con su hermana.

Este es el tráiler del documental:

El trabajo de Bill Genovese y James D. Solomon, el director de la película, no es el único ni el primero en revisar el caso y señalar las muchas inconsistencias del que, tras la cobertura de The New York Times, se convertiría en el relato oficial. De hecho, el mismo The New York Times ha revisado y admitido sus errores en varias ocasiones. Pese a ello, en la cultura popular y el inconsciente colectivo la historia de lo que pasó con Kitty Genovese sigue siendo la que apareció en la portada del 27 de marzo de 1964. Para comprobarlo echen un vistazo al episodio 7 de la quinta temporada de Girls, ‘Hello Kitty’, donde los personajes de la serie asisten a una dramatización del asesinato de Kitty Genovese escrita por uno de ellos.

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La cobertura del caso Kitty Genovese en The New York Times los días 14 y 27 de marzo de 1964.

En The Witness Bill Genovese conversa con todas las personas involucradas en la muerte de su hermana que pudo encontrar vivas y descubre cosas tremendas. Por ejemplo, que dos vecinos llamaron a la Policía durante el ataque, pero sus pedidos de auxilio fueron ignorados al principio. O que, cuando finalmente una ambulancia llegó, su hermana Kitty se encontraba en los brazos de una vecina y amiga, quien relata el episodio ante la cámara con lágrimas en los ojos. Kitty Genovese no murió sola en la calle, como dijo originalmente ese artículo de The New York Times; de hecho, murió en la ambulancia camino de un hospital, atendida por médicos, gracias a que sus vecinos pidieron ayuda.

Estos descubrimientos suponen un shock brutal para Bill, cuya vida entera ha estado condicionada por lo ocurrido con Kitty. En la película lo vemos ir de un lado a otro en silla de ruedas porque a los 19 años perdió ambas piernas durante la guerra de Vietnam. En un momento particularmente dramático, cuando ya conoce los hechos que contradicen la versión oficial, Bill cuenta a la cámara que la razón por la que se alistó en el ejército fue que sentía que no le era posible permitirse la indiferencia que, creía, le había costado la vida a su hermana. La rebelión ante esa supuesta indiferencia le costó a él las piernas.

La escena más perturbadora del documental tiene lugar cuando Bill Genovese visita a A.M. Rosenthal, antiguo editor del New York Times, responsable de la cobertura del caso y autor de un libro titulado Thirty-Eight Witnesses: The Kitty Genovese Case, que se convirtió en un bestseller y ayudó a cimentar la carrera de Rosenthal como uno de los hombres más influyentes en la historia de la prensa norteamericana. Rosenthall publicó su libro el mismo 1964, a los pocos meses de colocar el asesinato de Genovese en la portada de The New York Times.

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El libro que A. M. Rosenthal publicó pocos meses después del asesinato de Kitty Genovese.

En palabras del crítico de The New Yorker Nicholas Lemann -quien revisó el caso en 2014 a propósito de un par de libros publicados con motivo del 50º aniversario- Rosenthal es el responsable de que “este crimen, solo uno de los 636 asesinatos que tuvieron lugar en Nueva York ese año, se convirtiera en una obsesión americana”.

Cuando Bill Genovese lo visita, le pregunta de dónde sacó la cifra de 38 testigos que vieron morir a su hermana sin hacer nada y si fue un número de alguna forma inventado para crear impacto. Rosenthal, que moriría en 2006, no mucho después de la entrevista, se incomoda y responde con un rotundo “¡No!”. Pero segundos después continúa y dice: “No puedo jurar por Dios que hubo 38 personas, hay quienes dicen que hubo más, otros que fueron menos, pero lo que es verdad es que gente de todo el mundo se vio afectada por el caso”.

Voy a repetir esa última parte: «lo que es verdad es que gente de todo el mundo se vio afectada por el caso». La respuesta de Rosenthal me recuerda a una famosa frase de Ryszard Kapuscinski, el reportero polaco que fue elevado a los cielos por lectores y colegas como el mejor periodista del mundo incluso antes de su muerte en 2007, tras la cual se convirtió en algo así como el santo patrono de los periodistas con aspiraciones literarias. Kapuscinski tituló uno de sus libros ‘Los cínicos no sirven para este oficio’, y la frasecita ha sido convertida en mantra por sus acólitos.

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Como sabemos por el libro Kapuscinski Non-Fiction, de Artur Domoslawski, periodista, amigo y antiguo discípulo de K, el autor de Ébano y El Shah fue además de un estupendo narrador de historias, un poco escrupuloso reportero que no tenía empacho alguno en tergiversar hechos para adornar sus relatos.

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El antiguo editor de The New York Times A.M. Rosenthal y Kapuscinski son ejemplares perfectos de aquellos que entienden el periodismo como una suerte de misión de ayuda humanitaria, convencidos por su superioridad moral de que el trabajo del periodismo es cambiar –o, peor aun, salvar– el mundo.

Tan convencidos –y ensimismados– llegan a estar de su misión que, incluso siendo periodistas brillantes y reporteros experimentados, dejan de lado sin asomo de vergüenza o contrición el principal compromiso de un periodista: relatar hechos ciertos.

Si se piensa bien, en realidad los que no sirven para este oficio no son los cínicos sino los que mienten a sabiendas y se justifican a sí mismos con frasecitas de autoayuda. Y lo hacen sin pensar que, lejos de salvar el mundo, el trabajo de un periodista tiene siempre consecuencias más pedestres. Consecuencias mucho más terrenales, y a veces terribles, como las piernas perdidas por Bill Genovese en Vietnam.

*Una versión anterior de este texto apareció como columna en Perú21.

El ilustrador peruano que no publicó en The New Yorker

El sábado 22 de julio, la revista Somos del diario El Comercio publicó un artículo sobre el artista peruano Cristhian Hova, quien, decía la nota: «ha ilustrado cuatro portadas alternativas de películas de Marvel, 11 para DC Comics y una para Century Fox. Además, tres tapas para la revista The New Yorker».

Fue esto último lo que me llamó la atención. Yo he visto el trabajo de Hova antes. He sonreído, como muchos, ante el nostálgico y sutil sentido del humor de la que debe ser su obra más conocida: Helado Oscuro, un retrato de Darth Vader sosteniendo una paleta negra de helado -un Jet de D’onofrio para los peruanos- mordisqueada en la mano derecha.

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De hecho, como buen fanático de Batman, tengo uno de sus afiches homenaje al Caballero de la noche. Pero, además, soy subscriptor de The New Yorker desde hace años. Al igual que mi esposa, Elda Cantú, que fue quien me mostró el artículo sobre el ilustrador peruano que hacía portadas de nuestra revista favorita. Snobs, nosotros, nos dijimos: ¿Cómo es posible que un artista peruano haya publicado no una sino varias veces en The New Yorker -portadas, de hecho- y no nos hayamos dado cuenta?

En el artículo de Somos un recuadro indicaba que «Este año, por medio de un ilustrador de The New Yorker que conoció, la revista lo contactó para que produzca algunas portadas. A la derecha, Donald Trump protagonizó alguna de ellas».

La «portada» en cuestión es esta:

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No recordaba haber visto nunca esa imagen en The New Yorker, y mucho menos en portada, así que de inmediato fui al archivo digital de la revista. Había algo familiar en la ilustración, además del trazo de vectores que ha hecho reconocible el trabajo de Hova, pero en ese momento todavía no sabía qué. En el archivo del New Yorker revisé todas las portadas de la revista entre 2016 y 2017, un total de 75, ninguna de las cuales mostraba la ilustración del artista peruano. Había una, publicada en el número del 23 de enero de 2017, con motivo de la toma de poder de Trump, que tenía un vago parecido temático. Aun cuando el trazo de su autor, Barry Blitt, no tiene ninguna semejanza con el de Cristhian Hova:

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Intrigado, me fui a revisar la página pública de Facebook de Hova, a ver si había algún error y la ilustración en cuestión había aparecido en alguna otra página de The New Yorker. De ser así, seguramente el ilustrador había compartido en sus redes sociales la página correcta. Ahí encontré esto:

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La ilustración, entonces, según esa imagen compartida por Cristhian Hova en su página de Facebook, no había sido portada sino que había ilustrado un artículo en las páginas interiores de la versión impresa. Un artículo escrito por Jeffrey Frank y titulado Trump Can’t Stop Himself. Para cualquiera familiarizado con el diseño de The New Yorker, esa página resulta extraña. No se parece en absoluto a la icónica y clasicista maqueta de la revista.

De todas formas, busqué el artículo en el archivo digital. Nada. No existía. Lo siguiente fue buscar artículos de Jeffrey Frank sobre Trump en newyorker.com. Ahora sí. El artículo existía, solo que nunca se publicó en la revista impresa. Apareció en una sección de la web llamada Daily Comment, donde distintos autores escriben textos cortos comentando noticias del día.

Esta es la cabecera del artículo de Jeffrey Frank, como apareció publicado el 14 de marzo de 2017 en la página web de The New Yorker:

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La imagen que ilustra la nota es una fotografía de Al Drago, fotógrafo de The New York Times, y, como cualquiera puede ver, no un trabajo de Cristhian Hova. Este hallazgo hizo que me sumergiera de lleno en la página de Facebook de Hova y en su cuenta de Instagram, a la que también había llegado buscando la dichosa portada de The New Yorker. En Somos hablaban no de una portada, sino de tres. No tuve que buscar mucho más. Las redes sociales de Hova son pródigas en muestras de su trabajo.

El 16 de marzo, el ilustrador compartió esta imagen en su cuenta de Instagram:

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Al parecer, otro trabajo suyo había aparecido en las páginas de The New Yorker. De hecho, en una entrevista aparecida en la sección postdata del diario El Comercio el viernes 7 de abril de 2017, el periodista Renzo Giner Vásquez dice lo siguiente: «El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump». A continuación, Giner Vásquez le pregunta al artista: «¿Cómo te contactó The New Yorker?», a lo que Hova responde: «A través de una agencia con la que trabajo. Yo solo hice el dibujo y ellos se encargaron de todo». El mismo ilustrador compartió ese día la entrevista en su cuenta de Instagram:

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Una vez más, hay algo muy extraño en esa página de The New Yorker ilustrada con una imagen de David Bowie obra de Hova. La maqueta dista bastante del estilo clásico de la revista. Así que volví a newyorker.com. Bastó buscar el titular de la nota publicitada por Hova en su Instagram para llegar al artículo original:

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Es una nota de la periodista Sarah Larson, corresponsal de Cultura de newyorker.com, que no se publicó en la versión impresa de la revista ni fue ilustrada con el trabajo del artista peruano. Pero no sólo eso. La primera línea del artículo posteado por Hova en Instagram dice: «This was not supposed to happen», mientras que la nota de Larson empieza así: «Like many of us who adored David Bowie, I’ve had his music in my head lately».

¿De dónde había salido esa primera línea? Una vez más, Google tenía la respuesta. Una sencilla búsqueda me llevó a otro artículo publicado en la web de The New Yorker, esta vez obra del crítico de arte de la revista, Hilton Als, titulado Postscript: David Bowie, 1947-2016. Esta es la cabecera de la nota, una vez más, publicada únicamente en la página web de The New Yorker:

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Y este es su primer párrafo, de donde sale la primera línea de la página publicada por Hova en su cuenta de Instagram:

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Alguien, no podía saber quién pero tenía una sospecha, había fabricado esa otra página de The New Yorker, cogiendo un titular de aquí, un arranque de artículo de allá, y pegando una ilustración obra de Cristhian Hova.

La supuesta relación del ilustrador, siempre según sus redes sociales y sus declaraciones en entrevistas (y los crédulos periodistas que las repetían sin verificación alguna), con The New Yorker no quedaba aquí. El 16 de abril de 2017, Hova posteaba esta nueva página en su cuenta de Facebook:

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A diferencia de los otros artículos, este relato de Stephen King sí había sido publicado en las páginas de la revista impresa de The New Yorker. Apareció en el número del 9 de marzo de 2015 y fue ilustrado de esta manera:

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La ilustración pertenece al artista Jon Gray, no a Cristhian Hova. La siguiente página, donde comienza el texto del relato, es esta:

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De hecho, en la entrevista de El Comercio de abril de este año, el periodista Renzo Giner Vásquez señala que la primera colaboración de Hova con The New Yorker fue la imagen que «acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie». Bowie murió el 10 de enero de 2016, así que, según el relato del periodista y del propio Hova, es imposible que el artista haya realizado una ilustración en The New Yorker para un relato que se publicó casi un año antes, en marzo de 2015. Las fechas, además de la maqueta de las páginas, el archivo de la revista impresa, las notas de la página web y demás evidencia, no cuadran.

Como tampoco cuadra esta otra supuesta página de The New Yorker que Hova publicó en sus cuentas de Facebook e Instagram hace poco más de un mes, el 2 de junio de 2017:

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De nuevo, el artículo que se supone ilustra la imagen del artista peruano, escrito por John Cassidy y titulado «Donald Trump’s ‘Screw You’ to the World», fue publicado únicamente en la página web de la revista, nunca en la versión impresa:

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Y, una vez más, había sido ilustrado con una fotografía y no con una obra de Cristhian Hova, como mostraba la página que el artista había posteado en sus redes sociales.

A través de un amigo periodista que trabaja en The New Yorker, me comuniqué con Genevieve Bormes, asistente editorial de la editora de Arte de la revista. En un email le envié las imágenes con ilustraciones de Hova que él mismo había posteado en sus redes sociales y le pregunté si podía confirmarme que esos trabajos habían sido encargados y publicados en la revista o no. Un par de horas después, Bormes respondió: «Hasta donde tengo conocimiento -la expresión en inglés es ‘To the best of my knowledge’, una formalidad habitual en las comunicaciones oficiales-, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas».

Con esa confirmación, decidí ponerme en contacto con los periodistas de Somos y El Comercio, que habían escrito o editado artículos sobre la obra de Cristhian Hova en los que se mencionaban las portadas que supuestamente había hecho para The New Yorker.

Primero llamé a Rafaella León, editora de Somos, para contarle lo que había encontrado y preguntarle si ellos, en la revista, habían realizado algún tipo de comprobación. León respondió que no. A continuación me explicó que Cristhian Hova había ido a la entrevista acompañado de dos personas de la agencia de comunicación con la que trabaja, que la revista recibió un USB con el dossier del artista y ellos dieron por bueno todo lo que afirmaba. «Fue un acto de fe», me dijo León cuando insistí y le pregunté si en ningún momento se les había cruzado por la cabeza verificar si en efecto el trabajo del ilustrador había aparecido en The New Yorker.

Luego de hablar con León, llamé a Renzo Giner Vásquez, autor de la entrevista publicada en abril de 2017, quien había escrito: «El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump». Giner se mostró tan sorprendido como Rafaella León cuando le comenté lo que había encontrado. Le pregunté de dónde había sacado que The New Yorker había publicado ilustraciones de Hova. A lo que respondió de inmediato: «Me lo dijo él. Y estaba en la nota de prensa cuando me ofrecieron la entrevista». Así que repregunté: ¿En ningún momento verificaste si en efecto se habían publicado? «No», me dijo Giner.

Después de esto, hablé con la autora de la nota en Somos, Brunella Vásquez. Su editora, Rafaella León, me facilitó su número de teléfono. Cuando me comuniqué con ella, Vásquez me dijo que León le había contado lo ocurrido. Después de hablar con su editora, me dijo, llamó a la responsable de la agencia y le explicó lo que pasaba. «Ella está haciendo todas las averiguaciones del caso», me dijo Vásquez. Una vez más, como había hecho con León y Giner, le pregunté a Vásquez si en algún momento se le había ocurrido verificar si lo que decía Cristhian Hova, que The New Yorker había publicado varias portadas realizadas por él, era cierto. Al igual que sus colegas, Vásquez me dijo que no.

Ni bien colgué con Vásquez, llamé a la responsable de la agencia de relaciones públicas que maneja la comunicación de Cristhian Hova para solicitarle que me contactara con él. Le dije que Brunella Vásquez, de Somos, me había dicho que la había llamado antes y explicado la razón de mi interés. La responsable, que me pidió que no mencionara su nombre, me explicó que ella se había sorprendido también y que había hablado con Hova para exigirle que le explicara qué estaba ocurriendo. Las respuestas que le dio, que una supuesta galería de arte en Estados Unidos le había solicitado realizar unas ilustraciones para homenajear portadas de The New Yorker, con consentimiento de la revista, no la convencieron y su agencia había decidido ya terminar la relación laboral con el artista.

Cuando le pedí que me pusiera en contacto con él, me dio su teléfono y me dijo que le había recomendado que aceptara conversar conmigo y, sobre todo, que tuviera a mano el supuesto email o recibo o lo que fuera que comprobaría el pedido de la galería. «Porque si no aclara esto resulta que le ha mentido hasta al curador de su exposición en Índigo, donde hay una línea de tiempo que señala que ha publicado trabajos en The New Yorker», me dijo.

La explicación, por supuesto, resulta bastante improbable. Sobre todo cuando desde el mismo The New Yorker, recordemos, la asistente editorial de la editora de Arte señala que: «hasta donde sé, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas». Y cuando las páginas fabricadas que Cristhian Hova publicó en sus redes sociales no corresponden a portadas sino a supuestas páginas interiores de la revista.

Las publicaciones de Cristhian Hova en The New Yorker no son el único caso sospechoso que he podido desenredar echando un vistazo a sus redes sociales, haciendo uso de Google y redactando unos cuantos emails y mensajes de Facebook messenger.

El 27 de marzo, Hova publicó en su página de Facebook esta imagen:

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Pero si uno descarga la imagen de Gallagher sosteniendo el cuadro y realiza una búsqueda en Google Images, se encontrará con que la foto ha sido modificada, tomando como base esta otra:

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El 19 de marzo, Daniel Pitts, un artista inglés residente en Manchester, compartió en sus varias redes sociales la imagen de Liam Gallagher sosteniendo un cuadro pintado por él. El cuadro era un homenaje a la portada del soundtrack de la película Quadrophenia. Luego de encontrar la imagen, contacté a Pitts a través de Facebook messenger. Me respondió de inmediato.

Antes de explicarle la razón de mi mensaje, le pregunté si podía decirme cuándo, dónde y quién había tomado la foto de Gallagher sosteniendo su cuadro que estaba en su página de Facebook. Pitts me dijo que la foto fue tomada el 17 de marzo por una amiga suya que conoce a Liam Gallagher y que le habló al músico del trabajo del pintor. O sea, 10 días antes de la primera publicación de Hova. Digo primera porque un par de meses después, el 4 de junio, el artista peruano volvería a compartir la misma imagen de Gallagher con su ilustración. Esta vez en su cuenta de Instagram:

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Al terminar de hablar con la responsable de la agencia de comunicación que trabajaba con Hova, lo llamé una decena de veces. No hubo respuesta. Le dejé un mensaje de voz y varios mensajes a través de messenger en sus dos cuentas de Facebook. La responsable de comunicación me escribió minutos después diciéndome que el ilustrador le había escrito por whatsapp diciéndole que tenía varias llamadas perdidas y que ella le había dicho que «conteste y que asuma lo que tenga que asumir». Las llamadas eran mías. La responsable de la agencia me pidió un momento para volver a hablar con él. Segundos después me escribió: «Nada, a mí tampoco me contesta».

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A las 5:09 pm del 25 de julio, poco más de dos horas después de publicado este artículo en No hemos entendido nada, el ilustrador Cristhian Hova publicó este mensaje en su página de Facebook:

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ACTUALIZACIÓN

A las 8:11 pm del 25 de julio, tres horas después de que Cristhian Hova admitiera haber mentido acerca de la publicación de sus trabajos en The New Yorker, el diario El Comercio publicó esta nota de disculpas en su página web:

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ACTUALIZACIÓN

El 26 de julio a las 10:00 pm, un día después de que el diario El Comercio publicara una disculpa en la sección de Opinión de su página web, la revista Somos publicó una nota titulada Hova desenmascarado y cuya bajada dice: «Disculpas a propósito de la tinta aguada de un ilustrador con más licencias imaginativas que portafolio». El cuerpo de la nota es el siguiente:

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Divorcios por no responder en LINE, chicas que sangran por los ojos y qué le ocurre a la BBC

Hace unos días, medio en broma, publiqué en Facebook una imagen de una nota de la página BBC Mundo con la siguiente leyenda: «Un día de estos que esté aburrido voy a rastrear el momento exacto en que BBC Mundo se convirtió en el hermano mongo del Reader’s Digest».

El comentario se refería a esta noticia:

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El texto de la nota de BBC es más bien escueto y puede resumirse con el lead: «Este mes una corte en Taiwán concedió el divorcio a una mujer que demostró que su marido la ignoraba presentando como prueba mensajes de texto no respondidos y con el doble tic azul».

La nota no menciona ninguna fuente (de hecho no tiene autor y va firmada con un «Redacción»), da de pasada el apellido de la supuesta divorciada (Lin), ignora el nombre del supuesto ex esposo y, si bien cita a la jueza de familia responsable del caso, nos escatima su nombre.

No es la primera vez que me topo con una noticia sospechosa publicada en el site de la BBC (volveré y abundaré sobre esto más adelante), así que decidí buscar un poco más. Bastó un google search para toparme con que la nota en cuestión no era sino una mala traducción de un artículo de BBC World firmado, desde Taipei, por la corresponsal Cindy Sui. La traducción era mala y perdía algunos detalles presentes en la original, pero esta no era mucho mejor y tampoco ofrecía ninguna fuente.

Así que volví a Google. La nota original de BBC World fue publicada el 17 de julio -todas las menciones en adelante hacen alusión al artículo de Sui- por lo que aislé los resultados para ver solo los anteriores a esa fecha. La nota más antigua en inglés acerca del divorcio de la señora Lin fue publicada el 13 de julio por la periodista Lydia Lam en la página web de The Straits Time, un periódico con sede en Singapur. En su nota, titulada «Man who ‘blueticks’ his hospitalised wife is heartless, says Taiwan judge who grants divorce» (Hombre que ‘dejó en visto’ los mensajes de su esposa hospitalizada es un desalmado, dice juez de Taiwan que concede divorcio), Lam cita como fuente un artículo publicado el mismo día por el diario taiwanés Liberty Times y aporta detalles extra, incluidos algunos de los mensajes que la señora Lin envió a su esposo y este nunca respondió.

Con la ayuda de Google Translate logré encontrar el artículo que dio origen a todo. Lleva la firma de Cai Zhangsheng, se publicó el 13 de julio en el Liberty Times y empieza así: «¡Los mensajes dejados en visto se convierten en una importante evidencia en petición de divorcio! Un juzgado de Hsinchu ha realizado un raro dictamen de divorcio. Una mujer de apellido Lin denunció que su marido, de apellido Chen, abusaba de ella psicológicamente, incluso después de un accidente. Cuando ella le envió unos mensajes a través de la app LINE que el esposo dejó en visto sin responder. La juez señaló que esto constituía un símbolo y evidencia implacable» (la traducción realizada a partir del macarrónico inglés de Google Translate es mía).

La nota de Zhangsheng continúa relatando el testimonio de la hija de Lin, que corrobora los maltratos que su madre padecía a manos de su padrastro y la familia de este. En ese contexto, los mensajes de LINE sin responder del marido suponen una de las varias pruebas, incluidos los testimonios de testigos, que Lin presentó durante el proceso. Una prueba importante, según la propia juez, pero en ningún caso la única.

Sin embargo, BBC Mundo, que, como bromeaba en mi comentario inicial de Facebook, se ha convertido de un tiempo a esta parte en una especie de revista de dramas telenovelescos y otras historias amarillistas, decidió que esos mensajes no respondidos eran la causa principal de que la juez le otorgara el divorcio a Lin. Por supuesto, como titular tiene mucho más gancho sobredimensionar el peso de los mensajes de LINE que señalar un caso más de divorcio por maltrato de un marido a una esposa. Aquí o en la China. Lo segundo, aun con unos mensajes de texto incluidos entre las pruebas del proceso, difícilmente sería noticia en ningún sitio.

¿Creen que exagero cuando digo que BBC Mundo se ha convertido en una suerte de Reader’s Digest amarillista? Aquí van algunos titulares extraídos de su cuenta de Twitter solo este último domingo:

-Los recuerdos de la última llamada de la princesa Diana que persiguen a los príncipes William y Harry

-Los hombres que alimentan con carne cruda y abrazan a hienas salvajes en Harar, Etiopía

-“Fui ‘esposa de placer’ de un comerciante de armas saudita, parte del harem de uno de los hombres más ricos”

-Cómo conseguí rehacer mi vida sexual pese a llevar en el abdomen una bolsa que recoge mis heces

Esta vez la historia de la señora Lin y los mensajes de textos que presentó como evidencia en un proceso de divorcio en Taiwán resultó cierta. O casi, si pasamos por alto el titular inflado. Aun cuando la ausencia de fuentes en la nota de la corresponsal Cindy Sui y los titulares sensacionalistas invitaban a la suspicacia.

Todo este asunto me recordó la verificación que hice sobre otra de estas historias tremendistas publicada por BBC Mundo, que esa vez sí resultó falsa -o al menos extremadamente improbable- aun cuando las responsables se negaron a aceptarlo. El artículo fue publicado originalmente en Perú21 hace poco más de un año:

La increíble historia de la chica que sangra por los ojos

El 10 de marzo de 2016, la página web de la BBC publicaba una nota con este titular: La chica que sangra por los ojos y las orejas, pero no tiene diagnóstico.

La nota iba firmada por Tracy Ollerenshaw, reportera de Newsbeat , el sitio —dentro de la página de la BBC— de un famoso noticiero en una de las varias estaciones radiales del servicio público británico, conocido por privilegiar noticias atractivas para el público juvenil (lo que se ha convertido en un eufemismo para historias impactantes sin mucho reporteo detrás).

La nota venía sazonada con una serie de fotografías de Marnie-Rae Harvey, la adolescente británica de 17 años que, según la publicación, padece una extraña enfermedad no diagnosticada que la hace sangrar por los ojos y otras partes del cuerpo.

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Entre los días 9 y 10 de marzo, las páginas de dos tabloides ingleses conocidos por su adicción a historias estrafalarias (y muchas veces falsas) narraban su propia versión de la noticia. The Sun titulaba: El infierno sangrante de Marnie. Una chica revela el horror de la enfermedad que la hace sangrar por los ojos y las orejas . El Mirror no se quedaba atrás: Muchacha que sangra por los ojos, orejas y boca describe la desgracia de la horrorosa enfermedad que la tiene confinada en casa.

Las historias de ambas páginas eran sospechosamente parecidas, con una serie de fragmentos y citas repetidas, pero ninguna de las dos concedía crédito al medio rival. Las fotos también eran las mismas, y ambos medios señalaban que pertenecían al sujeto de la noticia, la “chica misteriosa”, como según ambas notas había sido bautizada por sus médicos la adolescente Marnie-Rae Harvey.

Ninguno de esos tres artículos suponía el debut de Marnie-Rae Harvey, o Marnie Harvie, en la prensa británica. El 28 de diciembre de 2015, la reportera Jennifer Tippet firmaba una nota “exclusiva” en The Sun bajo el titular: The girl who cries BLOOD … the mystery ailment of girl, 18, whose eyes and ears bleed 5 times a day, que cubría casi los mismos detalles narrados por la nota de marzo del mismo The Sun, solo dos meses y medio después. Esta segunda nota venía firmada por otra reportera, que ni siquiera menciona el artículo original del 28 de diciembre publicado en su mismo periódico.

Pero no fue sino hasta que la BBC dio con Marnie-Rae Harvey, que la historia saltó a medios de todo el mundo. Parece seguro afirmar que el hallazgo ocurrió el 6 de marzo. Este es un comentario que Tracy Ollerenshaw, la reportera de Newsbeat BBC, dejó en la cuenta de Instagram de Marnie-Rae Harvey ese día:

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Si uno busca en Google a Marnie-Rae Harvey o Marnie Harvie, aislando los resultados previos al 6 de marzo, la única mención que aparece es la nota de The Sun del 28 de diciembre de 2015.

De acuerdo al motor de búsqueda, Marnie-Rae no existe en Internet antes de eso. Así que es seguro asumir que la reportera Ollerenshaw supo del caso leyendo la nota de Jennifer Tippet en The Sun, aunque olvida mencionarlo en su propio artículo para BBC Newsbeat del 10 de marzo.

Al día siguiente, 11 de marzo, la página web en español de la BBC publicaba la historia firmada por Tracy Ollerenshaw, esta vez bajo el epígrafe de su sección Mundo y titulada: La joven que sangra por los ojos y nadie sabe por qué .

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Una vez publicada en castellano, la historia empezó a repetirse en periódicos y páginas noticiosas de toda Hispanoamérica. Algunos citaban a la BBC, otros sencillamente hacían copy-paste y se ahorraban el engorro de mencionar la fuente. Con ese titular y esas imágenes, quién tiene tiempo para minucias. Más aun si vienen con la firma de una de las marcas informativas más prestigiosas del mundo.

Lo que todos esos periodistas que replicaron la nota desde su escritorio —sin ni siquiera hacer una búsqueda en Google— no saben es que ya ni la BBC parece tener tiempo para minucias. Llamemos minucias al más elemental proceso de verificación que debe llevar a cabo un periodista. El que le haría poner al menos en duda la veracidad de esas imágenes y un titular que conjuga el fantástico trinomio chica-sangra-ojos.

Si uno analiza con atención las minucias de la nota de la BBC, notará que las fotografías, todas, llevan la firma de Gareth Iwan Jones. Todas: el retrato posado que acompaña la noticia y las otras tres imágenes de Marnie-Rae Harvey sangrando, que parecen tomadas con un teléfono cualquiera y mala iluminación.

Gareth Iwan Jones es un fotógrafo profesional afincado en Bristol, que publica retratos de celebridades regularmente en la prensa británica. Digamos que el fotógrafo responsable de esto:

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esto:

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Difícilmente venderá a la BBC fotos como estas:

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Así que escribí a Gareth Iwan Jones. Primero le lancé un tuit y luego le envié un email a la dirección que me dio. Jones me dijo que, en efecto, el retrato posado que aparecía en la nota de BBC era suyo:

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Pero las otras fotos no, las de los sangrados, esa las había tomado Marnie-Rae misma con su teléfono. A vuelta de correo, le pregunté si durante la sesión había visto sangrar a la señorita Harvey. Jones respondió a los pocos minutos que no, que había estado con ella solo un par de horas y no había tenido un “episodio” en ese momento.

Además, Jones me dijo que si me interesaba la historia contactara a Kim de Phoenix Features, “ ella es la agente de Marnie y ha colocado la historia en los medios británicos ”, y me dio una dirección de email.

Mientras esperaba que Jones contestara mi primer acercamiento, había enviado también un email a la editora de BBC Newsbeat, responsable última de la historia publicada por Tracy Ollerenshaw acerca de la muchacha sangrante.

Anna Doble no tardó mucho en responder. Para resumir: Sí, la reportera Tracy Ollerenshaw había hablado con Marnie-Rae Harvey; de hecho, habían tenido una larga conversación; la historia “parecía” auténtica; había más fotos que habían decidido no publicar; habían hablado con Kim de Phoenix Features pero las fotos se las había dado Marnie-Rae misma, fue ella quien les indicó que eran de Gareth Iwan Jones, y estaban coordinando para grabar en video en los próximos días; por último, no, la BBC no paga por historias.

Tras este primer intercambio con la editora de Newsbeat BBC, intenté contactar a Marnie-Rae Harvey yo mismo. No fue difícil, una sencilla búsqueda de Google me llevó a una cuenta de Twitter que parecía suya y le envié un mensaje. Respondió poco después y entablamos una conversación vía DMs. Me presenté, mostré mi interés por su historia y le pedí una entrevista. Harvey tardó tres mensajes cortos en dirigirme hacia su “agente”. Le pregunté si la única forma de hablar con ella era contactando primero con la agente y si creía que me iba a cobrar por la historia. La respuesta a ambas preguntas fue sí. Insistí un poco y pregunté si la BBC había pagado por la historia también.

Aquí la señorita Harvey abandonó el laconismo de sus mensajes anteriores y me dijo:

“Kim maneja Phoenix. La BBC y todos los otros medios han tenido que escribir a Kim primero preguntando por la historia y acordando un precio. Tengo más fotos del sangrado que no han sido publicadas aún, pero depende de cuánto estés dispuesto a pagar”.

Phoenix Features se anuncia en su página web como una agencia para colocar (y cobrar) historias en medios. Así de claro: “ ¿Quieres vender tu historia? ¡Has llegado al lugar indicado! Te diremos de inmediato si creemos que podemos ayudarte a vender tu historia real”

¿Qué historias reales se venden bien? Phoenix Features tiene la respuesta:

*Cualquier cosa extraña o conmovedora
*Amores que vencen cualquier obstáculo
*Parejas extrañas, acontecimientos sorpresivos, situaciones de amistad (¿?)
*Imágenes graciosas o locas
*Historias médicas
*Historias de enfermos supervivientes
*Historias divertidas o inspiradoras
*Fotografías sorprendentes
*Escándalos de celebridades

Luego de entretenerme un rato en la web de Phoenix Features, escribí a la famosa Kim Willis, preguntando si era posible entrevistar a Marnie-Rae Harvey, la chica que sangra por los ojos. Willis tardó cinco minutos en responder: Sí, era posible, pero tendría que pagar por el contacto y las imágenes.

¿Cuánto había que pagar? ¿Qué incluía el precio? ¿Era esta la única forma de hablar con la señorita Harvey?

200 libras por la historia y algunas fotos. Sí, era la única forma.

¿Era posible que además de hablar con Marnie-Rae me pusieran en contacto con alguno de los médicos que la ha visto?

Sí, pero no. Primero Willis estaba segura de que no habría problema en contactar a alguno de los médicos. Un email después, según Kim Willis, Marnie-Rae Harvey no quería referirme a ningún médico porque temía que se fueran a ofender.

Ese fue el final de mi intercambio con la agente de Phoenix Features. Días después le envié un último email diciendo que necesitaría al menos un médico que pudiera confirmar la historia de Marnie-Rae. Nunca más volví a escuchar de Kim Willis.

Dos semanas después de nuestro último cruce de emails volví a escribir a Anna Doble, preguntando si habían filmado ya a Marnie-Rae Harvey como me había dicho 16 días atrás y contándole que me había comunicado con Phoenix Features, pero Kim Willis me había dicho que debía pagar para poder entrevistar a la señorita Harvey.

Doble tardó poco menos de una hora en responder: No habían filmado a Marnie-Rae, habían decidido darle un mes más (¿?) y solo habían pagado por usar las fotos.

Respondí de inmediato: ¿Cuáles fotos? ¿El retrato posado que había tomado Gareth Iwan Jones o las que había tomado Marnie-Rae Harvey con su celular?

Por último, le pregunté: ¿No le parecía sospechoso que nadie aparte de la misma Marnie-Rae Harvey o su familia hubiera sido testigo de sus “episodios” de sangrado? ¿Que ni Harvey ni su agente quisieran dar el nombre de alguno de los varios médicos que se suponía la habían auscultado?

Doble respondió escueta: “También hablamos con la madre. Pagamos una suma muy pequeña por las imágenes”.

No pude sino insistir: ¿Por lo general pagan directamente a las fuentes por sus fotografías? ¿No les pareció raro que la madre dijera que Marnie-Rae sangra todo el tiempo pero no sangrara mientras la entrevistaban (la reportera la entrevista en persona, ¿cierto?), ni mientras Gareth Iwan Jones la fotografiaba?

La editora de Newsbeat volvió a responder escueta: “ Hablamos con ella por teléfono ”.

Recapitulo:

  • Una reportera de Newsbeat, BBC, —Tracy Ollerenshaw— publica una sorprendente historia acerca de una muchacha británica que dice sangrar por los ojos y las orejas.
  • Nadie, aparte de la muchacha misma —Marnie-Rae Harvey— y su madre, han sido testigos de estos sangrados.
  • La editora de BBC Newsbeat, jefe de la reportera Tracy Ollerenshaw, admite que la entrevista con la muchacha que supuestamente sangra se hizo únicamente por teléfono.
  • Una agencia para colocar historias en medios de comunicación, que representa los intereses de Marnie-Rae Harvey, vende las imágenes y el testimonio de la muchacha a quien esté dispuesto a pagar por ellos.
  • La editora de BBC Newsbeat, admite haber pagado, pero “solo por las imágenes”.
  • La agencia que representa y vende la historia de Marnie-Rae Harvey se niega a ofrecer el nombre y contacto de alguno de los muchos médicos que se supone han auscultado a la muchacha que sangra.
  • La reportera y editora de BBC Newsbeat, dan por buena la negativa y no verifican el testimonio de Marnie-Rae Harvey y su propia madre con ninguna otra fuente. Pese a que solo cuentan con el relato de la supuesta enferma y la madre de esta, pese a que ninguna de las dos ha podido ver la sangre brotar de los ojos de Ms. Harvey, pese a que si el padecimiento de Marnie-Rae Harvey fuera real se trataría de uno de los dos casos documentados de hemolacria —el término médico para la extrañísima condición de quien llora sangre— en el mundo, reportera y editora publican la historia sin hablar con ninguno de los médicos supuestamente involucrados.
  • Decenas de medios en todo el mundo reproducen la fabulosa historia de Marnie-Rae Harvey, la muchacha que dice sangrar por los ojos y las orejas, sin detenerse un minuto a verificar su legitimidad.

Minucias todas ellas, claro.

A estas alturas, no puedo saber si Marnie-Rae Harvey en realidad sangra por los ojos y las orejas, si bien todo apunta a que es bastante improbable. No pagué las 200 libras que su agente, Kim Willis, pidió por la historia. En el momento en que insistí con ambas en que sin hablar con los médicos que la habían tratado no había historia alguna, nunca volví a saber de ellas.

La reportera Tracy Ollerenshaw y su editora, Anna Doble, tampoco tienen cómo saberlo, no con el reporteo realizado hasta ahora. Una conversación telefónica y unas fotos que la propia Marnie-Rae Harvey les suministró, es todo lo que reportera y editora necesitaron para relatar una asombrosa historia médica. Nada más. Minucias, claro.

Una vez publiqué el artículo en Perú21, les envié el link de la versión en inglés a Anna Doble y Tracy Ollerenshaw, preguntándoles si tenían algo más que añadir. Solo Doble respondió, con un escueto «gracias por enviar el link».

Por supuesto, el anunciado video que iban a grabar con la chica que llora sangre nunca se filmó. Si uno ingresa hoy, más de un año después, a la página de la BBC y teclea Marnie-Rae Harvey en el buscador se topará con el solitario artículo de Tracy Ollerenshaw publicado el 10 de marzo de 2016. No hay video ni follow-up o seguimiento a la historia. Tampoco han corregido nada. Ni siquiera el crédito de las fotos mal atribuidas a Gareth Iwan Jones.

ACTUALIZACIÓN

El miércoles 26 de julio, luego de que otra historia publicada en No hemos entendido nada fuera compartida por miles de usuarios en redes sociales y llamara la atención sobre este artículo, la página web de BBC Mundo (edición en español), retiró La joven que sangra por los ojos y nadie sabe por qué:

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Hasta donde sé no han dicho nada al respecto. El site en inglés de la BBC mantiene aún el artículo original.

Actrices porno, tiburones, azafatas que venden sexo y la crisis de la prensa

En una entrevista publicada en la edición de abril de la revista Letras Libres, el periodista Arcadi Espada, autor de dos libros fundamentales para todos los interesados en el periodismo –Diarios (Espasa Calpe, 2002) y Diarios 2004 (Espasa Calpe, 2005)- respondía lo siguiente cuando le preguntaban ¿en qué había mejorado la prensa en los últimos quince años? “En todo. Está mucho mejor escrita, hay muchas menos erratas, es mucho más fiable”.

Una afirmación difícilmente compartida por el público y, sobre todo, por los periodistas malpagados que siguen dentro de una redacción y ven día a día cómo se vacían los escritorios a su alrededor mientras se les exigen más notas (la mayoría redactadas sin siquiera levantar el teléfono, ya ni se diga una fuente de primera mano), más videos, más Facebook Live, más tuits, más fotos, más newsletters, más, más, más. Por menos.

Pero, en realidad, la afirmación de Espada es cierta. Nunca ha habido tanto periodismo de calidad, bien investigado, con más altos estándares, mejor editado y contrastado e, incluso, mejor diseñado y presentado a los lectores. Sería ocioso reseñar aquí ejemplos. Los tienen ustedes a un click de distancia. Nunca ha sido tan fácil acceder a ese contenido de calidad. No es, créanme, un problema de oferta, sino de demanda. Y, sobre todo, de shelf space.

Ese periodismo bien hecho debe convivir y disputar la atención de los usuarios de internet y redes sociales junto a esas millones de “noticias” de dudosa procedencia que narran las desventuras de una actriz porno mordida por un tiburón o una azafata desconocida de una línea aérea inexistente que supuestamente ganaba cientos miles de dólares al año ofreciendo servicios sexuales a pasajeros de business class (no es casualidad que la misoginia y el machismo vendan tan bien en internet, pero ese es tema para otro artículo). Seguramente vieron ambas historias pasar por su timeline o su newsfeed meses atrás. Seguramente les picó la curiosidad y clickaron. Ustedes y millones de usuarios en todo el mundo.

Ante ese panorama, resulta fácil y tentador concluir que el periodismo se ha ido a la mierda, que los medios son una basura y que la gente es más idiota de lo que era antes. Antes, por cierto, es solo 10 años atrás. Facebook, por poner un hito, nació en 2004, pero no salió de las aulas universitarias hasta 2006. Pages, la categoría de perfiles para negocios (como periódicos y otros medios) no apareció hasta 2009.

En la misma entrevista que mencionaba antes, Arcadi Espada señala: “Una de las cosas que los apocalípticos no ven es cómo el WhatsApp ha mejorado la escritura y la creatividad, el hecho de que la gente se pase el día escribiendo. Es el ejemplo del mono que escribe el Quijote. Si le das tiempo, lo escribe. Pues ahora hay gente que pasa así el día. Si encima pudiéramos comer de ello, sería maravilloso”. Las negritas son mías. La crisis del periodismo no es una crisis de calidad, es una crisis de negocio.

Ocurre que a los periodistas el negocio y la audiencia nos ha dado siempre igual. Eso era cosa del departamento de marketing, ventas y los dueños. Nosotros, desde nuestra atalaya moral, pensábamos que estábamos por encima del vil metal (mientras nos siguiera entrando la transferencia bancaria a fin de mes) y de los lectores, esos ignorantes. La salud del negocio era tal que podíamos permitirnos esa indiferencia y esa soberbia.

Lo explicaba en una entrevista reciente Mark Thompson, CEO de The New York Times: «Los periódicos occidentales a menudo disfrutaron en el siglo XX de un monopolio -o al menos de un oligopolio- en la creación y distribución de noticias. Podían cobrar cantidades ingentes por publicidad, pero ese modelo está por desaparecer. La publicidad impresa dejaba márgenes de rentabilidad muy amplios. Incluso hoy, en el NYT, se obtendría el 90% de rentabilidad bruta por dólar de ingreso. Si un anuncio cuesta 100.000 dólares, 90.000 o hasta 95.000 son de rentabilidad bruta. Eso pagaba las redacciones. Frente a eso, la publicidad digital no dejará tanto dinero por usuario como lo hace el negocio impreso. Se pensaba que eso quedaría compensado por un mayor número de usuarios, pero al final las plataformas digitales, con su posición dominante, reciben la mayor parte de los ingresos, sobre todo de los nuevos ingresos«.

¿Y por qué son las plataformas digitales –léase Google y Facebook- las que se llevan la mayor parte de los ingresos? Porque son ellas quienes poseen el monopolio de la atención de los usuarios. Monopolio que antes pertenecía a los periódicos. Lo comentaba en un artículo anterior: El efecto Wile E. Coyote.

Muchos de ustedes no lo recordarán, pero hasta los años 90 los usuarios no tenían más opción que comprar el diario, ya no para informarse o estar al día (que también), sino para poder manejarse en su comunidad. El diario ofrecía una serie de servicios –a un precio ridículo- casi indispensables para vivir en tu ciudad en el mismo paquete informativo en el que venían las noticias: anuncios clasificados, cartelera de cine y teatro, esquelas, anuncios personales, etc., etc. Ese monopolio de la atención de los consumidores –que los medios vendían a anunciantes- le ofrecía a las empresas de medios una salud económica que se traducía en redacciones gigantescas, corresponsales y fotógrafos regados por el mundo.

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Cuando internet desmantela ese paquete informativo (todos esos servicios vuelan hacia la red y se hacen más eficientes y gratuitos), se acaba la fiesta y nos encontramos de golpe con que a) Llevamos unos años acostumbrando a la gente a que las noticias son un commodity y se consiguen gratis en la web (profundizaré en esto en un próximo post) b) Los consumidores que necesitan más de lo que da el noticiero televisivo o los cuatro links de sus amigos en redes sociales no son suficientes para mantener el negocio boyante al que nos habíamos acostumbrado. La pregunta, claro, es ¿qué reemplazará al modelo negocio ad-driven?

Ahora mismo nadie tiene la respuesta. De hecho, me atrevería a decir que en este momento de incertidumbre solo podemos tener dos cosas claras. Primero, que la respuesta única se acabó. Que cada medio deberá, para sobrevivir, encontrar la respuesta/el modelo que mejor se adapte a sus necesidades y las de sus usuarios. Y segundo, que sea cuál sea la respuesta para nuestro medio o parcelita digital, solo la encontraremos si nos bajamos de nuestra torre de marfil, si hacemos a un lado la nostalgia por los “tiempos mejores” y miramos a los lectores y sus necesidades.

Sin que eso último pase por convertir nuestra industria en un «el cliente siempre tiene la razón». Ya lo hemos visto, lo vemos a diario, cuando el periodismo va por ahí tenemos redes sociales inundadas de links a actrices porno atacadas por tiburones y azafatas sin nombre vendiendo sexo en aviones, sin verificación alguna. Porque eso es lo que da clicks en redes por razones que sería largo explicar aquí, que explicaré en otros posts y que por supuesto no pasan por «los lectores son idiotas” o “el periodismo ha muerto”.

*Una versión abreviada de este artículo se publicó en el número 71 (Julio, 2017) de Punto Seguido, revista de la Facultad de Comunicación y Periodismo de la UPC.

El efecto Wile E. Coyote

Le robo el primer gráfico y el término que da título a este post al analista Benedict Evans en Twitter. Evans define el efecto Wile E Coyote así: «Everything can feel fine for long after the strategic problem arrives – long enough to think the people worrying about it are proved wrong» («Puede parecer que todo está bien por un buen tiempo, incluso luego de que el problema estratégico ya haya llegado. Suficiente tiempo como para pensar que aquellos preocupados por el problema estaban equivocados»).

Evans pone como ejemplo a Blackberry, cuyas ventas continuaron subiendo durante cuatro años después de que Steve Jobs y Apple presentaran el iPhone (2007). Luego de eso, bueno, ya todos sabemos lo que ocurrió con Blackberry.

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Veamos ahora este otro gráfico:
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Las similitudes con el primero son evidentes. Esta vez se trata de los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana. El pico llegó entre 2004 y 2006. Un par de datos de contexto que vale la pena tener en cuenta: Google lanzó AdSense en 2003. Para quien no lo sepa, AdSense es -le robo la definición a Wikipedia- una herramienta que «permite a los editores obtener ingresos mediante la colocación de anuncios en sus sitios web».

Segundo dato, Mark Zuckerberg abrió Facebook -entonces The Facebook- en 2004. Primero para uso exclusivo de estudiantes de Harvard. De ahí se expandió progresivamente a otras universidades hasta que estuvo disponible para cualquier persona mayor de 13 años en -redoble de tambores- 2006.

Los ingresos publicitarios de la prensa norteamericana pasaron de $49,275,402,572 en 2006 a $45,375,000,000 en 2007. Una caída modesta. Nada de qué preocuparse demasiado. Para 2008 cayeron un poquito más: $37,848,257,630. Aquí, claro, ya empezamos a preocuparnos. Para el año siguiente, 2009, la caída ya se contaba en decenas de miles de millones. De los casi 38 mil millones de 2008, pasamos a $27,564,000,000. Desde entonces, las cifras nunca han vuelto a recuperarse.

Pese a ello, hasta hace poco todavía podía verse a ejecutivos y directivos de medios, en Estados Unidos, España, Latinoamérica y el resto del mundo, caminando sobre el aire como Wile E. Coyote, pensando que el barranco no existe o que hay maneras de vencer a la gravedad.

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Un dato más, que podría pasar desapercibido, para aquellos que aún no se convencen de que el negocio de los periódicos no era vender noticias. De hecho, ni siquiera era vender periódicos. Durante estos años los ingresos combinados por circulación -o sea, lo que pagaban los lectores- no cayeron. Está ahí en el gráfico un par de párrafos arriba. Excepto un pequeño hipo en 2011, cuando bajaron a $9,989,064,525, esos ingresos siguen sin bajar de los diez mil millones. Pese a lo cual, la crisis de la prensa se sigue agudizando e incluso medios como The New York Times, que han empezado a virar el timón y cuentan ya con un programa de suscripción digital exitoso, siguen realizando despidos e intentando ajustar su redacción y modelo de negocio a la nueva realidad.

¿Cuál es la nueva realidad? El modelo ad-driven o de venta de anuncios ha muerto. ¿No me creen? Un último gráfico y dato que, espero, los convenza de que el barranco no solo existe sino que se está haciendo más y más profundo.

El gasto en publicidad digital en Estados Unidos para este 2017 rondará los 83 mil millones de dólares. De ese total, Google se llevará un 40.7% y Facebook 19.7%. Y la tendencia es al alza. En 2015, los dos gigantes capturaban 75 centavos de cada nuevo dólar que se gastaba en publicidad digital. Para el último trimestre de 2016, como puede verse en el gráfico de abajo, Google y Facebook estaban capturando 99 centavos de cada nuevo dólar gastado en publicidad digital:

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El resto, o sea los medios, se pelean por esa migaja, perdón, ese centavo.

Traduzco las últimas palabras de ese tweet de Jason Kint, CEO de la asociación de empresas de contenido digital Digital Content Next, por si no ha quedado claro que el suelo bajo los pies de la prensa hace tiempo que desapareció y que la montaña pertenece ahora a Google y Facebook: «resulta evidente que para todos los demás se trata de un juego de suma cero».