La primera vez que vi un paraguas tenía 10 años. Colgaba de un perchero en casa de una amiga de mi madre y parecía sacado de la película de Mary Poppins. Hasta entonces, para mí, los paraguas pertenecían al mismo paisaje vetusto e imaginario que los sombreros, las gabardinas y las botas de hule. Habitantes antiguos de una película de John Huston, elementos de escenografía de una novela de Dashiell Hammet, dibujitos sacados de una caricatura de Charlie Brown.
En esta ciudad pegada al mar los paraguas no son sino adornos inútiles que no se abren nunca y nos recuerdan, en su quietud, que vivimos en un desierto. Con vistas al océano Pacífico, pero desierto al fin y al cabo. Dijo desde Londres Antonio Cisneros, uno de nuestros mejores poetas:
Pero no tengo paraguas,
porque yo nunca tuve paraguas,
nadie en Lima tiene paraguas.
Cierto es que ya he comprado dos o tres desde que habito
en el fondo del mar,
pero los he perdido como he ido perdiendo a mis amigos
/ el tiempo / las esposas.
En Lima no llueve, de vez en cuando cae un amago de lluvia que los limeños llamamos garúa, que ni moja ni enfría. “Está lloviendo”, dirá un limeño y uno tendrá que afinar mucho la vista para alcanzar a ver las gotitas que caen del cielo, como si alguien allá arriba estuviera apretando un pulverizador de agua.
Herman Melville, el autor de Moby Dick, llamó a Lima ciudad “sin lágrimas” y “la ciudad más extraña y triste que uno pueda ver”.
El cielo, ese que no llora, mantiene un color gris perenne, que se ilumina unos pocos días al año durante el verano. El color es fruto de un fenómeno meteorológico conocido como “inversión térmica”, hijo de la conjunción entre la corriente de Humboldt que recorre el Pacífico y la cordillera de los Andes y que se traduce en “un clima paradójico de permanente nubosidad, escasa insolación, altísima humedad relativa y casi nulas lluvias que crea un desierto litoral”.
Lejos de tecnicismos, cuando nos referimos a nuestro cielo, los limeños hablamos de “panza de burro”. Un burro que no llora, que no mea, que no se moja.
Si queremos escuchar llover, los limeños tenemos que sumarnos a ese medio millón de personas que a diario entran a la web rainymood.com o utiliza sus apps para iPhone o Android. “La lluvia hace todo mejor”, reza su lema mientras nos deja escuchar una lluvia intensa y constante que refresca el oído. Es cierto, la lluvia hace todo mejor. Por eso, cuando salimos de Lima, los limeños descubrimos que hay una cosa, algo valioso, que nos ha sido arrebatado.
Cuando tenía 18 años viajé a Cuba y viví mi primera tormenta eléctrica en serio. Había visto tormentas antes, siempre fuera de Lima, pero esta era otra cosa. Era invierno en La Habana, pero el invierno ahí significa unos veintitantos grados y un sol que empieza a apagarse sobre las seis de la tarde. No es casualidad que fuera en Cuba donde se inventó esa camisa veraniega conocida como guayabera, y que ahí sea considerada vestimenta formal.
Corrían las cinco de la tarde, salía de mi entrenamiento de baloncesto en la villa olímpica ubicada en las afueras de La Habana, cuando el cielo se oscureció de pronto y antes de que supiera donde refugiarme comenzó a llover como nunca había visto. Las gotas caían con tal fuerza que dolían.
Tardé unos minutos, mientras buscaba hacia dónde correr para guarecerme, en darme cuenta de que no había razón alguna para escapar de la lluvia. La lluvia, esa lluvia, una lluvia a la vez tibia y fría, violenta y calma, era un regalo del que debía empaparme antes de marcharme de vuelta a Lima.
Un par de años después me mudé a Madrid, donde llueve, más o menos, unos cien días al año. La lluvia en Madrid carece de la espectacularidad que puede tener la lluvia en tierras tropicales. Es una lluvia de oficina, puntual y severa, que pese a su carácter burocrático sigue sorprendiendo a los madrileños.
“Llueve”, dice un madrileño saliendo de casa por la mañana sabiendo ya que el tráfico será un desastre y que es probable que se inunde alguna estación de metro.
En Madrid me compré mi primer paraguas. Y el segundo y el tercero y el cuarto y el quinto y el vigésimo octavo. Tras diez años viviendo en la capital de España, los paragüeros de sus bares han de estar repletos de paraguas comprados en El Corte Inglés que olvidé a las tantas de la madrugada.
En 2012 dejé Madrid y volví a Lima, mi ciudad sin lluvia. En los casi once años que estuve fuera la ciudad sufrió cambios asombrosos. Por primera vez en su historia parecía camino de tener una clase media y el dinero se puede ver en los malls abarrotados y los centenares de miles de coches que inundan las calles.
Lima, que antes era apenas pisada por los turistas de camino a Cusco, hoy es una de las capitales gastronómicas del continente y visitantes de todas partes vienen tan solo a comer.
Pero, lo siento, nos falta algo, algo que ni todo el dinero del mundo puede comprar, algo que ni la mejor comida es capaz de satisfacer. Si uno mira el cielo de Lima con detenimiento, si se concentra en sus grises, en su humedad, en ese mar puesto boca arriba, terminará por entenderlo.
Lima está a punto de llorar siempre, pero no llora. Como un paciente deprimido que acaba de empezar a tomar fluoxetina. Quiere llorar pero no puede.
*Este texto se publicó por primera vez, en inglés, en Winter Magazine, marzo 2014.
Me pone sobre alerta Daniel Alarcón, escritor y productor ejecutivo del, a mi juicio, mejor podcast narrativo en habla hispana, Radio Ambulante. La mañana del miércoles 23 de mayo, Daniel me taggea en un tuit, dirigiéndome a otro publicado por el periodista argentino Sebastián Volterri el día anterior, martes 22 de mayo:
En su tuit, que acumula unos 5000 retuits y más de 19000 likes, Volterri colocaba una portada de la revista española Diez Minutos en la que se anuncia una «Entrevista imaginaria» con la entonces princesa Letizia, hoy reina de España. En la misma portada, Diez Minutos explica así su exclusiva (la negrita es mía):
recreamos con datos contrastados y testimonios fiables la conversación que podría haber tenido con nuestra revista.
La curiosidad me hizo buscar más información al respecto. No tardé mucho en dar con la dichosa entrevista. La nota, que va sin firma, lleva la confesión de parte en la introducción (la negrita es mía):
Igual que los hijos llegan sin manual de instrucciones, la periodista Letizia Ortiz Rocasolano –hija de padres separados, hermana mayor, divorciada de un profesor de lengua, atea, antitaurina, fumadora ocasional, leal amiga de sus amigos, seductora y autoritaria, profesional y familiar a partes gemelas– llegó al oficio de Princesa sin una clase magistral previa ni libro de ayuda alguno.
La única asignatura que llevaba en su currículum para casarse con un Príncipe fue la del corazón, y la tenía aprobada con matrícula de honor. Una década después, mucho ha aprendido aquella rubia interesante de 31 años a base de trabajo, sinsabores, disciplina y más amor. Pasó de hablar como comunicadora a callar; de mirar a ser vista; de opinar a ser criticada; de preguntar a no responder.
Pero en un ejercicio de osadía, nos hemos lanzado a entrevistar a la Princesa de manera figurada. Porque sabemos tanto de ella a través de terceros, medios de comunicación y testimonios directos que nos atrevemos a suponer lo que nos contestaría si tuviéramos un café (para ella té) y una grabadora delante.
Ejercicio de osadía.
Nos atrevemos a suponer lo que nos contestaría.
La portada y entrevista de Diez Minutos no son nuevas. Fueron publicadas en mayo de 2014. Tampoco es nuevo el revuelo que despertó la «osadía», por llamarla de alguna forma, de Diez Minutos. Ni las bromas a su costa:
REDACCIÓN DE DIEZ MINUTOS. INT DÍA. – ¿Qué tenemos hoy? – Poca cosa. – ¿Y con imaginación? – Ah… ¿Entrevista a Tutankamón? – DALE.
— Bárbara Alpuente (@Barbaraalpuente) May 22, 2014
Osadía o desfachatez, y más allá de los chistes, la entrevista no pasó desapercibida para la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE). Tras recibir una queja del Colegio de Periodistas de Murcia, en junio de 2014 la FAPE puso a trabajar a su Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología. Un mes después, el organismo emitió una resolución en la que señalaba (la negrita es mía):
Por lo expuesto, desde la defensa de la libertad de expresión, así como de la necesidad de velar por la calidad y credibilidad del periodismo y a partir de que la primera exigencia del periodismo es el respeto a la verdad, sin tergiversación o deformación, no nos hallamos ante una buena práctica periodística, pues el método de esta entrevista imaginaria, no tiene la misma garantía de veracidad que una entrevista real con la persona concernida. Además puede también afectar al derecho a la intimidad y la propia imagen, a la que la persona presuntamente entrevistada tiene derecho, aunque sea un personaje público.
Obviemos por un momento el tono burocrático y los excesos eufemísticos de la Comisión. Aunque no puedo sino enarcar una ceja y dejar escapar una sonrisa ante ese «el método de esta entrevista imaginaria, no tiene la misma garantía de veracidad que una entrevista real».
Uno pensaría que no hace falta la movilización de un colegio regional de periodistas, la federación nacional que lo acoge y una comisión de deontología para llegar a esa conclusión o para dictaminar que «no nos hallamos ante una buena práctica periodística». Pero la realidad, siempre tozuda y dispuesta a callarnos la boca, demuestra que sí hace falta. Que nunca es ni será suficiente. Que cuando se trata de faltas periodísticas ninguna advertencia o condena es excesiva.
Por mucho que nos indignemos y burlemos en redes sociales, por muchas bromas que hagamos a su costa, la entrevista imaginaria es una práctica más común de lo que uno, perdón, imagina.
Mientras leía los pormenores de la falsa entrevista con la ahora reina Letizia, recordé otros tres casos emblemáticos de entrevistadores con debilidad por la fabulación. Estos sí con nombre y apellido, no anónimos como en el caso de Diez Minutos.
Nahuel Maciel
A principios de los años 90, el periodista Nahuel Maciel hizo fama en el suplemento cultural del diario argentino El Cronista Comercial, donde publicó extensas entrevistas con autores como Gabriel García Márquez, Carl Sagan, Umberto Eco, Mario Vargas Llosa y Juan Carlos Onetti.
Su fecunda y ficticia relación con el primero dio incluso pie a un libro titulado Elogio de la utopía, firmado por el propio Maciel y García Márquez, que además llevaba un prólogo de Eduardo Galeano. Todo era mentira. Las conversaciones entre los dos autores que conformaban el libro, el prólogo de Galeano y hasta la carta que supuestamente le había enviado el escritor colombiano a Maciel y que este leyó en la presentación del libro durante la Feria del Libro de Buenos Aires celebrada en abril de 1992.
En febrero de 2010, el suplemento Il Venerdi del diario italiano La Repubblica traía una entrevista con el escritor americano, fallecido hoy miércoles 23 de mayo de 2018, Philip Roth. Durante la conversación, la periodista Paola Zanuttini le preguntaba al novelista americano «¿Está decepcionado con Barack Obama? En una entrevista con un periódico italiano, Libero, indica que incluso le resulta antipático, así como ineficiente y adormecido en los mecanismos del poder». A lo que Roth le responde que nunca ha dicho eso, que de hecho opina todo lo contrario y que nunca ha hablado con ese diario.
Portada de Il Venerdì, 26 de febrero 2010
Roth no se quedó contento con desmentir las declaraciones falsas que se le atribuían. Sino que empezó él mismo a tirar del hilo de la mentira. Primero dio con el nombre del periodista que decía haberlo entrevistado: Tomasso Debenedetti. Y de ahí, tras una breve búsqueda online, se topó con una entrevista a otro autor norteamericano escrita por Debenedetti. La víctima, esta vez, era John Grisham.
La entrevista había sido publicada por tres medios italianos distintos: Il Resto del Carlino, La Nazione e Il Giorno. Y, al igual que en la supuesta conversación que había mantenido con Roth, Debenedetti ponía en boca de Grisham una crítica al entonces presidente norteamericano: «El entusiasmo del año pasado queda ya lejano. La gente está molesta con Obama por haber hecho poco o nada y por haber prometido demasiado».
Todo esto lo cuenta la periodista Judith Thurman en una pequeña pieza que escribió para The New Yorker en abril de 2010. Thurman dio luego seguimientoal caso y encontró más entrevistas fraguadas por Debenedetti. La lista del prolífico falsificador italiano es tan larga como ambiciosa e incluye los nombres de los siguientes escritores: Gore Vidal, Toni Morrison, E. L. Doctorow, Gunter Grass, Nadine Gordimer, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Herta Müller, A. B. Yehoshua, Scott Turow, V. S. Naipaul, José Saramago, J. M. Coetzee, Elie Wiesel y Noam Chomski. A los que, además, hay que sumar un puñado de personalidades como el Dalai Lama, Lech Walesa, Mijaíl Gorbachov y Joseph Ratzinger.
En junio de 2010, el entonces corresponsal del diario El País en Roma, Miguel Mora, consiguió entrevistar y hacer confesar a un nada arrepentido Debenedetti, quien declaraba: «Me gusta ser el campeón italiano de la mentira. Creo que he inventado un género nuevo y espero poder publicar nuevos falsos en mi web, y la colección en un libro. Por supuesto, con prólogo de Philip Roth». Por supuesto, como vamos viendo, Debenedetti no inventó nada más que los encuentros y respuestas de sus supuestos entrevistados.
Ximena Marín
El 26 de julio de 2017, el diario chileno La Tercera publicaba en su página web una nota titulada «Las entrevistas que no debimos publicar». En ella el diario explicaba que dos días antes había publicado una entrevista con el ex presidente español José Luís Rodríguez Zapatero escrita por la periodista Ximena Marín que, según la oficina de prensa del ex presidente, no se había «producido, ni presencialmente ni por ningún otro medio».
Según la misma nota de La Tercera, un mes antes, el 26 de junio, el diario había publicado otra entrevista falsa de la misma autora con un ex mandatario extranjero. Esta vez el ex presidente colombiano Álvaro Uribe. Para confeccionar sus entrevistas, según el periódico, la periodista Marín…
…seleccionó intervenciones públicas de dirigentes políticos españoles y las convirtió en entrevistas; recogió citas de ruedas de prensa y las presentó como conversaciones exclusivas; utilizó entrevistas radiales sin citarlas e incluso construyó supuestas entrevistas con declaraciones de terceras personas.
El 30 de agosto del mismo año, la periodista Andrea Moletto, de The Clinic, medio que dio amplia coberturaal caso, publicó una estrambótica entrevista con Ximena Marín en la que esta afirmaba, de forma muy poco convincente, que «es la primera vez que hago una cosa así».
A diferencia de Diez Minutos –que pese a todo dejaba clara desde la portada la naturaleza ilegítima de la entrevista con Letizia–, Maciel, Debenedetti y Marín publicaron sus trabajos con la intención de engañar tanto a sus empleadores como lectores. Podría decirse que Diez Minutos, con su desfachatado alarde de transparencia, fue el único que quizá innovó en el arte de la entrevista falsa. Habrá que ver quién es el próximo en perennizar este viejo género pseudoperiodístico.
ADENDA
Me recuerda en Twitter el periodista David Hidalgo, director fundador de Ojo Público, que el conocido escritor peruano Abraham Valdelomar publicó una entrevista con el Señor de los Milagros, la famosa imagen de Jesucristo que veneran muchos fieles católicos en Perú y que sale en procesión cada año durante el mes de octubre.
Ojo que existe una famosa -y divertida- entrevista imaginaria peruana: la que Valdelomar le “hizo” al Señor de los Milagros. Lo digo por esa que bromeaba con entrevistar a un faraón.
La entrevista se publicó en el diario La Prensa el 20 de octubre de 1915, bajo el título Reportaje al Señor de los Milagros e iba firmada con el seudónimo habitual de Valdelomar, El Conde de Lemos. A continuación, un fragmento:
Yo vengo a Ti, Señor, porque tu sombra me conforta y enaltece. Soy un pobre creyente sin pretensiones y además, soy suscriptor de “La Unión”. Jamás he hecho contra ti campaña alguna. Soy ignorante y sin embargo, creo que Juliano el Apóstata no jugaba limpio contigo…
El lienzo se mueve ligeramente y una voz dulcísima se pronuncia:
– Te agradezco mucho. ¿Qué quieres?
– Dos cosas, Señor: ser tu cicerone y que me des un reportaje.
– Habla.
– Pues bien, Señor: ¿No te molestan estos cánticos chillones? Estas viejas que gritan. Tú, acostumbrado a la música celestial y a los coros de los Serafines… pero resígnate. Peor sería que trajeran a “la Chispita” ¡Ay! Eso es de correr…
– Doblemos esa foja…
– Doblada
– ¿Quién eres tú?
– Soy periodista, Señor y billinghurista..
– ¡Unn! ¡Periodista!. Gente nueva. En mi tiempo no había periodistas.
– Por eso te crucificaron sin protesta. Ya hubiera habido en Judea un diario de oposición para ver las cosas que le dijera San Pedro a Pilatos…
Como entenderá cualquier lector atento y con sentido del humor, la «entrevista» de Valdelomar era una broma de inicio a fin y no tenía intención de engañar a nadie. Pueden leerla completa aquí.
Abraham Valdelomar, retratado por Martín Chambi
ADENDA
A través de un tuit, el periodista Eduardo Suárez me dirige a otra «innovación» del género:
Esta otra de 2013 da un paso más: diálogo imaginario entre dos presidentes https://t.co/E8ZAy3stAL
En esta ocasión, la entrevista imaginada es un diálogo entre Barack Obama y John F. Kennedy, obra del periodista Enric González. Para quienes no lo conocen, González es uno de los periodistas más admirados, con razón, por sus colegas en España. Fue durante años corresponsal del diario El País en distintas ciudades. Primero en Londres, luego en Nueva York y Roma.
Esas estancias produjeron tres libros de memorias –a los que habría que sumar un cuarto Historias del calcio (recopilación de la columna sobre el torneo italiano de fútbol que escribió semana a semana durante cuatro años)– que se encuentran entre los mejores libros escritos por un periodista español durante los años 2000 (Historias de Londres es originalmente de 1999 pero su primera edición, a cargo de Península, desapareció de las librerías rápidamente y el libro era imposible de encontrar hasta que fue reeditado por RBA en 2007).
Desde 2013, González es columnista en el diario El Mundo y colaborador habitual de la revista digital Jot Down, empresa con la que también ha publicado un par de libros. Memorias líquidas, una memoir de su formación periodística, y Cada mesa un Vietnam, una antología de textos sobre el oficio en la que incluye a autores como Leila Guerriero, Martín Caparrós, Miguel Ángel Bastenier, Mónica G. Prieto, Manuel Jabois, Rosa Montero o Jordi Pérez Colomé.
¿Por qué González, un periodista experimentado y, sin duda, una de las cabezas más brillantes del periodismo español contemporáneo, llegó a pensar que este diálogo de aquí abajo es una buena idea?
Kennedy.— Estoy, estoy. Pero no me llames señor. Ya eres más viejo que yo: tienes 52 años, y yo me quedé para siempre en los 46. Mejor nos tuteamos.
O.— Sí, señor. Sí, Jack. Quería preguntarte algo que tal vez te parezca estúpido. ¿Crees que mi presidencia será considerada un fracaso?
K.— Oh, otra vez. Todos preguntáis lo mismo. ¿Quieres la verdad? La mayoría de los presidentes fracasan. Salvaría a Reagan, porque era simpático y tenía suerte, y a Clinton, un patán muy listo y muy cínico. A ti, francamente, te veo por debajo de la media. Pero no sufras, pasaste a la Historia el mismo día de tu elección. ¡El primer presidente negro! Con eso te vale.
La verdad que se me escapa.
¿Qué necesidad puede tener un columnista reconocido, al que no le faltan espacios donde exponer su opinión, de poner en boca de un muerto ilustre aseveraciones o ideas que, no hace falta imaginar demasiado, son probablemente las suyas? Un breve ejemplo (las negritas son del original):
O.— Vale, vale. Oye, me quedan tres años de presidencia. ¿Qué me aconsejas?
K.— Identifica correctamente a tus enemigos. Supongo que el 11 de septiembre os marcó de forma profunda, pero Al Qaeda nunca fue y nunca podrá ser el principal enemigo de Estados Unidos. Ya mataste a Osama Bin Laden. Ya has cumplido. Mira, heredaste un déficit monstruoso y has conseguido aumentarlo. Sí, ya sé, la crisis. Pero China, que es el auténtico enemigo, es quien financia ese déficit y te tiene amarrado por los huevos. Te pasas la vida haciendo reverencias ante los chinos, mientras ellos te comen terreno pasito a pasito. Sé firme, pon las cuentas en orden y convence a los americanos de que Estados Unidos es aún la gran potencia y el bastión de la libertad.
O.— Hablas como si fueras del Tea Party.
K.— Están zumbados, pero tienen algo de razón. Querías un consejo y te lo he dado. Aún te daré otro, aún más importante: nunca uses un coche descapotable.
Más allá de las bromas, en la encuesta de GFK que muchos han comentado en estos días hay algo que sí me llama la atención. Pero tiene que ver, más que con la encuestadora o la metodología, con los encuestados. Cuando responden a la pregunta «¿Usted aprueba o desaprueba el desempeño de Julio Guzmán?», ¿a cuál desempeño se refieren?
Veamos el cuadro:
Con la excepción de Alfredo Barnechea, quien aun así tiene un pasado político anterior a su candidatura de 2016, todos los personajes que no se llaman Julio Guzmán y que aparecen en ese cuadro, o bien detentan cargos ganados en una elección, o lo han hecho en el pasado reciente, o tienen una larga historia política a cuestas, o aparecen constantemente en medios como actores políticos.
Según señala la propia ficha técnica de la encuesta de GFK, el sondeo se realizó entre los días 21 y 25 de abril. Los resultados de la encuesta anterior de la misma consultora se publicaron el día 21 de marzo. Es decir, el desempeño sobre el que se les pregunta a los encuestados es el que tuvieron los personajes políticos entre ese 21 de marzo y el reciente 25 de abril.
¿Cuál ha sido el desempeño del precandidato Julio Guzmán en ese lapso de tiempo?
Bueno, en realidad, todo el desempeño de Guzmán en ese periodo se limita a esto:
–Una entrevista publicada en Hildebrandt en sus trece, un semanario con una circulación relativamente pequeña y que no comparte sus artículos en internet más allá de esas capturas de pantalla difíciles de leer en Twitter y Facebook:
En @ensustrece: GUZMÁN SE DESCHAVA. “No vamos a participar en las elecciones locales y regionales”, anticipa Julio Guzmán, quien figura en el segundo lugar de las preferencias electorales, con un 16%, sin mover un dedo. El político, de 47 años, rompe su silencio de dos meses. pic.twitter.com/eFDO8kFRsT
–Y un comunicado en el que su partido anuncia que –a pesar de lo señalado en marzo de 2017, cuando el vocero de la agrupación dijo: «Definitivamente competiremos en las municipales y regionales»– no presentará candidatos para las elecciones regionales y municipales de octubre de 2018:
Siendo generosos, podríamos sumar también la coberturarecibidapor las iniciativas de los congresistas Richard Acuña y Mauricio Mulder para limitar las candidaturas al Congreso y a la presidencia a quienes cuenten con «tres años de inscripción» en un partido político. Proyectos de ley que, de prosperar, sacarían de carrera tanto a Guzmán como a Verónika Mendoza, pero acerca de los cuales el líder del Partido Morado no había hablado sino hasta este domingo, día 29, cuando ya había sido publicada la encuesta de GFK.
Recapitulemos: seis tuits, un video en Facebook, una entrevista, el anuncio de no participar en las elecciones inmediatas y una vaga amenaza de inhabilitación política en contra. Listo, ese sería todo el desempeño político del precandidato Julio Guzmán. ¿Es ese el desempeño que un 28% de los encuestados valora de forma positiva? ¿En serio?
Algunos de sus militantes afirman que, en realidad, lo que valoran los encuestados es la labor política a pie de calle que realiza el Partido Morado*:
Creo q este análisis parte de algo erróneo y es q solo valoro lo q sale en tuits tv o periódico. El trabajo del @partidomorado es intenso a nivel de persona a persona. Es decir en la calle.
Y, si bien es cierto que la organización liderada por Guzmán viene acercándose a los ciudadanos en la calle desde que acabara la campaña presidencial de 2016, es difícil que las llamadas #giramorada hayan alcanzado a ese 28% de la población que hoy aprueba el desempeño de Guzmán y que, según el cuadro con que inicia este post, alcanzaba un 36% en febrero y 26% en marzo.
Digo según el cuadro porque, si bien aparecen las cifras en ese cuadro y hay otrasencuestas que sí publicaron resultados sobre la aprobación de Guzmán en los meses anteriores, los sondeos de GFK publicados en febrero y marzo en su página web no registran la pregunta sobre aprobación de desempeño referida a Julio Guzmán. Imagino que se trata de un descuido.
Volviendo al tema central, pareciera que lo que valoran de Julio Guzmán los encuestados es, en realidad, que no se apellida Fujimori, García, Humala o Acuña. Porque, bien mirado, casi todo su desempeño, ese que supuestamente aprueba el 28% de los encuestados por GFK, se limita a no ser ninguno de los otros personajes. Y ser, además, prácticamente un desconocido.
Esto sería refrendado por un detalle también presente en la encuesta de GFK: quien le sigue en valoración es Barnechea. Otro político casi tan desconocido para el gran público y ausente de la discusión política diaria en medios como Guzmán.
De ser así, lo que en realidad nos está diciendo este apartado específico de la encuesta de Opinión Pública de GFK que tanto se ha comentado es que el desprestigio de la clase política peruana y la desafección que sienten los electores por sus representantes siguen creciendo día a día, sin visos de mejora.
Lo que en realidad nos está diciendo esa supuesta valoración del «desempeño» del precandidato Julio Guzmán es que, tras dieciocho años de recuperada la democracia y luego de los gobiernos de Alejandro Toledo, Alan García II, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski el Breve, los electores peruanos están dispuestos a entregarle las riendas del país a cualquiera que no sea o no se parezca a un político de los que ven a diario en los noticieros.
Ese cualquiera hoy parece ser Julio Guzmán. Mañana, quién sabe.
*Este artículo fue actualizado el miércoles 2 de mayo a las 8:15 para incluir el comentario de @GastonMS sobre el trabajo de campo del Partido Morado y una breve reflexión al respecto.
La mañana del viernes 27 de abril participé en el taller #HackearElPeriodismo gracias a la invitación de los responsables de Ojo Lab, el laboratorio de innovación y programa de entrenamiento y formación académica de Ojo Público. Esta primera edición de #HackearelPeriodismo fue un seminario de un día donde varios periodistas peruanos, Natalia Sánchez, Joseph Zárate, Ernesto Cabral, Elizabeth Salazar, entre otros, compartieron su experiencia en distintas áreas del oficio.
A mí me correspondía hablar sobre un artículo de este blog, El ilustrador peruano que no publicó en The New Yorker, y la verificación de datos. Cuando recibí el encargo de parte de David Hidalgo, director periodístico de Ojo Público, y mientras pensaba en la exposición, me di cuenta que iba a ser la primera vez, nueve meses después de publicado, que iba a hablar en público acerca de ese texto.
El ilustrador peruano que no publicó en The New Yorker es por mucho el post más leído de este blog y, probablemente, la razón de que muchos de ustedes estén leyendo ahora mismo estas líneas. Pese a ello, nunca lo he discutido en público más allá de un par de breves entrevistas telefónicas con medios extranjeros que se interesaron por el artículo en los días siguientes a su publicación.
Curiosamente, pese a que el post alimentó decenas de notas en sites noticiosos, programas de radio y tv, casi ningún medio peruano me contactó para hacer alguna pregunta al respecto. Si mal no recuerdo, únicamente Jorge Luis Paucar, redactor de lamula.pe, me escribió a través de Facebook messenger para decirme que iban a compartir la nota.
Esto no quiere decir que no haya pensado en esta historia, más bien al contrario. Como reza el about o acerca de, No hemos entendido nada es el cuaderno de apuntes de un libro en el que vengo trabajando hace ya un tiempo, lo que me ha hecho volver una y mil veces sobre ese post y otros textos del blog.
Así que para ordenar un poco mi intervención de esta mañana realicé algunas notas. Al final, como ocurre siempre, las notas se quedaron en mi Evernote y la charla discurrió por su propio camino. Toqué algunos puntos que había desarrollado en esos apuntes, otros no, y respondí a algunas inquietudes de los asistentes.
Como sé, gracias a los comentarios en redes sociales, que por distintos motivos hubo quienes se quedaron con ganas de asistir a la charla, publico aquí las notas que preparé, por si a alguien le sirven de algo.
–La labor fundamental de nuestro trabajo como periodistas es la verificación y comprobación de datos, provengan estos de donde provengan: documentos, testimonios, entrevistas. Lo mínimo que se nos puede exigir como periodistas es honrar el compromiso de narrar hechos ciertos y verificables. Para ello, por supuesto, debemos haberlos verificado en la medida de nuestras posibilidades antes de su publicación. De manera tal que si alguien quisiera poder volver a andar el camino y hacer la verificación por su cuenta, podría hacerlo.
–Una de las cosas que más me sorprendió cuando hablé con los periodistas y editora responsables de la cobertura de Cristhian Hova fue que los tres de inmediato aludieron a la agencia de relaciones públicas o PR. La culpa era de los PR. Ellos los habían engañado. Incluso, cuando logré hablar con la periodista responsable de la nota en Somos, ella me dijo que, luego de que su editora le dijera lo que yo había hallado –que Hova nunca había publicado en The New Yorker y que había fabricado esas páginas de la revista con sus ilustraciones–, se había contactado con la PR y «ella (o sea, la PR) está haciendo todas las averiguaciones del caso».
–Los periodistas, ya sea por pereza, por falta de medios, tiempo o dedicación para producir artículos que alimenten el inagotable ciclo noticioso de internet (aunque esto no solo ocurre en Internet, claro, en el caso de las páginas dedicadas a Hova en Somos y El Comercio se trataba de ediciones impresas), parecen creer que los PR son sus colegas y confían de forma ciega en sus aseveraciones. Muchos PR han estudiado periodismo o trabajado en redacciones. De hecho, muchos han trabajado con y son amigos de los periodistas a los que ahora bombardean con notas de prensa, artículos y propuestas de entrevistas. Algunos incluso se siguen llamando a sí mismos periodistas. Pero no lo son, son PR. Eso sí, esa experiencia les ha enseñado que los periodistas, muchas veces, no tienen tiempo o ganas de realizar ninguna comprobación. Lo cual, por supuesto, es utilísimo para los clientes del PR. Puede que sean tus amigos, pero su trabajo no es hacer tu trabajo. Su trabajo es decirte que el cielo es verde y el césped azul. Y tu trabajo comprobarlo. Ya saben: si tu madre te dice que te ama, verifícalo.
–Las horas y días siguientes a la publicación del post vi que en distintos muros de Facebook y en Twitter surgieron debates sobre la responsabilidad de los periodistas en el caso. Vi a algunos periodistas sacando cara por sus amigos periodistas, que habían sido engañados por el artista y los PR, que, decían, habían urdido una mentira o estafa elaborada. Por supuesto, el corporativismo del gremio periodístico no es una cosa nueva, lo que me sorprendió aquí fue que lo que se estaba discutiendo era algo que yo pensaba que no estaba en discusión: que los periodistas debemos verificar lo que una fuente declara. Más aún si se trata de una declaración tan llamativa e improbable.
–Una de las cosas que decidí rápidamente al publicar el post en el blog fue que no iba a participar de ninguna discusión al respecto en redes sociales. Di alguna entrevista a medios extranjeros porque me llamaron y querían saber más sobre la nota, pero de inicio opté por no entrar a ninguna discusión en redes sociales, pese a que no faltó quien quiso echar sombras sobre mi trabajo y me acusó de tener intereses oscuros, de haber atacado a El Comercio porque había trabajado en Perú21 y les tenía envidia, de haberme cobrado una venganza y otras tonterías similares. Todo lo que yo quería decir sobre el caso estaba en mi artículo. Me había preocupado por que la nota no se quedara solo en la revelación del fraude sino que fuera a la vez el relato fiel y cronológico de cómo había llegado a descubrirlo.Y lo hice así porque quería que se viera y quedara claro que la verificación que hice fue, en realidad, sencilla y estaba al alcance de cualquier periodista con cierta curiosidad y una conexión a Internet. Quizá la única ventaja que tuve fue que no tardé mucho en contactar con alguien del departamento de arte de The New Yorker porque tengo algunos amigos en la revista y me facilitaron el dato. Pero incluso eso podría haberlo hecho cualquiera. Quizá hubiera tardado un poco más, pero solo eso.
–Una de las excusas que se usan en estos casos es que al ser un tema cultural, al tratarse de una nota sobre arte o cultura, no es tan importante. O sea, que la verificación debe hacerse en temas «serios», que si se trata de un caso como este, da igual, para qué vas a realizar ese esfuerzo si no se trata de un caso de corrupción política o una denuncia sobre narcotráfico. Pero es que ese «esfuerzo» es nuestro trabajo. Sin esa verificación no estamos haciendo periodismo. Ni serio ni de ningún tipo. Además, como ya he escrito en otra ocasión, si somos presa fácil de una manipulación tan ridícula, cómo podríamos pedir a los lectores que confíen en nosotros cuando debemos hacer frente a la manipulación de los Trump o Putin del mundo.
A principios de enero de 2018 programé una alerta de Google News para la palabra «venezolanos».
Días antes había notado que aumentaba el uso de ese término en los titulares de la prensa peruana. Así que quise comprobar si se trataba solo de una impresión guiada por mi propia filter bubble o si, en efecto, los medios peruanos estaban abusando de las notas negativas o «polémicas» protagonizadas por inmigrantes venezolanos.
Estos son algunos de los titulares que fueron apareciendo en mi bandeja de entrada:
Además del uso del gentilicio en el titular, lo que todas esas notas tienen en común es que están hechas a partir de contenido publicado por usuarios de redes sociales: Facebook, WhatsApp o Youtube (además de un servicio de mensajería y un repositorio de videos, estos dos últimos también son redes sociales, si nos guiamos por la famosa definición de Kaplan y Haenlein).
Ese contenido, según nos cuentan los titulares y bajadas de las notas, se hizo «viral», «conmocionó», «enojó», generó «polémica» o «debate» entre los usuarios de esas plataformas. Y es esa supuesta viralidad la que, parece, justifica su publicación.
Hay otro detalle que me llamó la atención. Detalle que pasa desapercibido si uno se queda solo en los titulares. Ninguno de los «venezolanos» protagonistas de la noticia tiene nombre. NI UNO. No sabemos, y no es arriesgado suponer que los redactores tampoco (de lo contrario lo habrían consignado en alguna parte de sus notas), cómo se llama uno solo de los venezolanos mencionados en esos titulares. Repito: NI UNO.
Esta de arriba es tan solo una pequeña selección de notas, pero basta para hacernos una idea de qué guía el interés de los editores y/o redactores de esas webs, al menos a la hora de seleccionar y publicar estas noticias: el conflicto entre venezolanos (ellos) y peruanos (nosotros).
Cualquier conflicto. Por trivial o ridículo que sea.
Incluso este:
Este es el cuerpo de la nota del diario La República, hoy desaparecida de su página web (volveré sobre esto más adelante), y ya solo accesible en la copia almacenada en caché de Google. Las negritas son mías:
Llaman la atención. Miles de usuarios de en las redes sociales [sic], especialmente en YouTube, se han mostrado sumamente indignados luego de que se hiciera viral un videoque muestra cómo una pareja de venezolanos queda asqueada tras probar una vaso [sic] de chicha morada. Sigue leyendo para más detalles.
Como se puede apreciar en el video, que tiene miles de reproducciones en YouTube, una pareja de venezolanos se encontraba comiendo hamburguesas y decidieron acompañarlas con un vaso de chicha morada.
«Vamos a comer unas hamburguesitas y tuvimos la ‘brillante idea’ de pedir chicha morada», dice la muchacha enfocando a su amigo, quien hace un gesto como de disgusto, algo que ha disgustado a miles de peruanos en YouTube.
De acuerdo a la autora del video, que ha sido muy criticado en YouTube y otras redes sociales, la muchacha venezolana había probado anteriormente chicha morada; sin embargo, no le había gustado en absoluto.
Ella y su acompañante esperan que esta vez, la chica morada [sic] sepa mejor y comienzan a probar la bebida. «No tiene mayor ciencia», se puede escuchar decir al joven venezolano.
Por su parte, la chica venezolano [sic] tras probar la chicha morada aseguró que «sabe horrible».
Que uno, dos, tres y hasta cuatro medios establecidos decidan convertir en noticia el video de una pareja de jóvenes que se graban probando una bebida en un restaurante, me recordó una carta al director que publicó el diario El País en diciembre de 2016:
La clave se encuentra en una frase casi idéntica que comparten ambas cartas: «Ya que la gente cuenta todo por redes sociales, he pensado que a lo mejor podría interesar a los lectores de este periódico». El lector del ABC va un poco más lejos aún: «Ya que se comparte información sin interés alguno para la gran mayoría, hagamos que se entere más gente aún».
La broma de ambas cartas reside en una pregunta para la que todos —si somos sinceros con nosotros mismos— tenemos la misma respuesta: ¿Por qué habrían de interesar esas nimiedades —que a alguien se le caiga un vaso de cristal, que a un segundo le cambien el colchón o que un tercero coma «una tapita de queso»— a los lectores de un diario?
Por ninguna razón.
En esa línea, ¿por qué habría de ser una información valiosa para los lectores de un medio noticioso que dos extranjeros —quienes, al igual que en los otros ejemplos consignados párrafos arriba, no tienen nombre— opinen que la chicha morada «sabe horrible»?
En principio, de nuevo, por ninguna razón. Pero, además, ¿cuál es la necesidad de incidir en una polémica tan ridícula en el contexto de otras tantas notas que hacen énfasis en ese «ellos» versus «nosotros»; que alientan, seguro sin querer, a la xenofobia?
Para saberlo, y dado que tanto La República como Correo han sido los dos medios más pródigos en este tipo de notas entre enero y febrero, me comuniqué con sus editores. Lastimosamente, el director digital de Correo, Antonio Manco, nunca respondió a los varios mensajes que le envié.
Por suerte, el editor general web de La República, Rider Bendezú, sí contestó al mensaje de Facebook del martes 12 de febrero en que le explicaba que quería hacerle algunas preguntas.
Cuando unas horas después de mi primer mensaje pudimos hablar por teléfono, le pregunté a Bendezú cuál era el sistema o procedimiento para producir esas notas. ¿Eran iniciativa de un redactor o eran encargos de un editor? ¿Era él consciente de que notas de esas características alentaban a la xenofobia?
Y, también, ¿cuál creía él que era el interés periodístico de notas como «Polémica en Facebook: Graban a peruano y venezolano peleándose en bus», «Facebook Viral: Polémica por venezolana que llama ‘feos’ y ‘mutantes’ a peruanos» o «Via WhatsApp: Venezolanos insultan a peruanas en audio filtrado»?
Antes de responder, Bendezú me dijo que había visto unos tuits que yo había publicado días antes y consideraba injusto que acusara a La República de alentar la xenofobia.
Estos son mis tuits:
Ejemplos de la irresponsabilidad con que la prensa peruana está tocando la inmigración venezolana. Ojo a los titulares y bajadas. ¿Cuál es la constante en esas historias y sus titulares? El enfrentamiento. pic.twitter.com/BPmc6n4wsv
El tratamiento de la inmigración venezolana en los medios peruanos está sacando a la luz una de las miserias de nuestra industria: no hay editores y los que hay no ejercen ningún poder de selección. Es noticia lo que las redes sociales o Google Trends dicen que es noticia. Y ya.
Como decía, se siguen superando. ¿Qué van a hacer @americatv_peru y @larepublica_pe cuando haya un conflicto real, alentado por la campaña de xenofobia contra venezolanos que han emprendido junto a otros medios? ¿Cuál es el criterio periodístico detrás de estas "noticias? pic.twitter.com/DyOL1diu6T
Una duda, ¿el Tribunal de Ética del @ConsejodePrensa Peruana, piensa hacer algo ante la campaña de xenofobia contra venezolanos que han emprendido varios medios peruanos? pic.twitter.com/B8jigcRces
Lo primero que le dije al editor web de La República fue que quizá me había expresado mal. Yo no creía que él, sus redactores o incluso el diario fueran xenófobos. Creía sí que, al intentar satisfacer un supuesto interés de sus lectores o al hacerse eco de manera irreflexiva de una parte de la conversación que ocurre en redes sociales, estaban alentando a laxenofobia. Creía que esa incitación a la xenofobia era un daño colateral producido por la ausencia de un adecuado proceso de selección de lo que es o no es noticia.
«Dices que las publicamos en busca de clicks, pero esas notas no son las más vistas», me dijo Bendezú. Si ni siquiera es ese el motivo, repliqué, ¿por qué las publican? ¿cuál es el criterio detrás?
«El diario tiene una postura clara a favor de la migración venezolana», me dijo. De hecho, «contamos con dos redactoras venezolanas en la redacción, que entraron por un proceso regular de selección y a las que pagamos igual que a sus compañeros».
La República, me dijo también el editor, ha publicado 142 notas sobre Venezuela o venezolanos de noviembre a esta parte. Y ha publicado varios editoriales —el «mejor lugar para expresar la posición de un medio comunicación», a su entender— en contra del régimen de Maduro y de los, por ahora, pequeños brotes de xenofobia.
Eso es precisamente lo que me llama la atención, le dije. Si el diario tiene esa línea editorial, cómo es posible que no vean que con estas notas, que no son pocas, están atizando la xenofobia de una parte de sus lectores. ¿Cuál es la razón para publicarlas? ¿Cuál es el criterio periodístico?
Bendezú respondió que las notas sobre venezolanos se encontraban todas dentro de la sección que el site de La República denomina Tendencias. Es decir, según sus propias palabras, «contenido que se está haciendo viral en redes sociales, del que están hablando los usuarios de redes sociales». Esas notas, me dijo el editor, «no tienen el ADN de La República, y por eso se agrupan en esa sección, se colocan en un lugar específico de la página web y se destacan incluso con un señalizador rojo que dice TENDENCIAS». Son, continuó, «notas que los usuarios no deberían leer, pero lastimosamente leen, como las notas de espectáculos».
A continuación, el editor mencionó un artículo escrito por él y publicado en la web del diario en febrero de 2017, donde ya apuntaba esa diferencia entre uno y otro tipo de notas. En su texto Bendezú decía:
En nuestra página de Facebook compartimos notas de todas las secciones de la web. Sin embargo, las publicaciones de entretenimiento son criticadas por no ajustarse a la línea editorial que acompañó a la marca La República por muchos años.
La redacción web no es ajena a estas críticas y es por ello que no descuidamos la publicación de #noticiasQueimportan. Lo que también tenemos claro es que en Internet el consumo de contenidos no solo es noticioso y por eso tenemos las secciones de Espectáculos y Ocio.
Contrario a lo que quisiéramos, las #noticiasQueimportan no son las más leídas, esa atención se la roban las publicaciones de entretenimiento, pese a ser las más vilipendiadas en redes sociales.
Luego de leer el texto, le pregunté: Entonces, en esa línea, ¿esas notas sobre venezolanos que hemos estado comentando, algunas que han retirado ya, serían #noticiasQueNoimportan?
La respuesta de Bendezú fue: «Por algo han estado en la sección Tendencias».
¿Qué tipo de verificación habían realizado? ¿Habían intentado contactar a las personas que protagonizan las notas o que colgaron los videos en redes sociales? Bendezú me dijo que no. Que en estos casos comprobaban que los videos fueran recientes y no que se publicaran como nuevos cuando habían ocurrido hace ya tiempo, pero nada más.
¿Basta entonces con que el video sea publicado por un usuario de alguna red social? El editor digital de La República me dijo que no creía que hiciera falta más verificación, que el hecho había ocurrido y estaba registrado. No hacía falta tampoco conocer los nombres de las personas implicadas.
Por último, le pregunté por qué habían borrado algunas de las notas. «Por autorregulación», me dijo. «Creo que algunas notas no debieron ser publicadas. No tenían mayor interés y ya han sido retiradas».
¿Y no pensaba, como editor, que los lectores merecían algún tipo de explicación? ¿Iban a colocar alguna indicación sobre la desaparición de esos artículos? «No veo por qué, tiene que ver con nuestra autorregulación. Si te mostrara los mensajes que recibimos, los lectores no se han quejado por esas notas, nosotros hemos tomado la decisión de sacarlas, no veo por qué habría que explicarlo», me dijo.
Recapitulemos.
1.-La edición digital de uno de los principales diarios peruanos publica —al igual que varios otros medios pero en mayor cantidad— una serie de notas en las que el énfasis está puesto en la confrontación o conflicto entre inmigrantes venezolanos y ciudadanos peruanos.
2.-Casi todas esas notas están confeccionadas a partir de videos o audios o mensajes publicados en redes sociales por terceros. Los redactores que utilizan ese contenido y colocan titulares como «YouTube viral: Venezolanos prueban chicha morada y hacen polémico gesto [VIDEO]»reproducen en sus notas la mínima información que trae el video o post respectivo sin indagar nada más. Sin siquiera preocuparse por averiguar el nombre de los protagonistas de su «noticia».
3.-El editor del site considera —contraviniendo conocimientos básicos de cómo leen los usuarios en Internet, que indican que quienes acceden a noticias en páginas web no reconocen las secciones en que están publicadas, de hecho muchos de los que acceden a ellas a través de redes sociales ni siquiera reconocen o recuerdan las cabeceras que las amparan— que esas notas no representan la línea del diario, que de hecho son «notas que los usuarios no deberían leer» y que no hay problema porque se publican dentro de la sección Tendencias.
Pero, además, piensa que son un asunto menor ya que el site del diario «ha publicado 142 notas» sobre Venezuela o venezolanos y no todas son como las que he mostrado párrafos arriba.
Como si no estuvieran todas —las #noticiasQueimportan y las que supuestamente no— amparadas por la cabecera/marca del diario y no fueran distribuidas a través de sus redes sociales.
Como si los procedimientos periodísticos no fueran aplicables a unas y otras. Como si la publicación de artículos en un medio fuera un juego de suma cero, donde unas notas «positivas» o debidamente reporteadas anularan las «negativas» o confeccionadas sin respetar el más mínimo proceso de verificación.
Como si, en Internet y en redes sociales, el reino de la ausencia de contexto, cada nota no debiera justificarse y defenderse a sí misma.
4.-Días después de publicadas, algunas de esas notas son eliminadas de la página web del diario. El editor responsable considera que los lectores, aquellos que han leído e incluso compartido o comentado las notas en sus redes sociales, no merecen ninguna explicación. Basta con eliminarlas sin más.
Rider Bendezú es un periodista experimentado, según él mismo me dijo lleva más de seis años trabajando en periodismo digital. Es, desde hace un año, jefe de edición digital de La República, además de profesor universitario de periodismo y comunicación digital, como indica su propia página de LinkedIn.
Es por ello que me sorprenden sus respuestas.
Uno de los vicios habituales en la crítica a medios en redes sociales es culpar de los errores a los becarios o practicantes. Cada vez que un gran medio o una marca noticiosa conocida publica una tontería o incurre en un fallo relativamente grave, y es castigado o criticado por ello en redes sociales, no falta quien levante la voz y el dedo acusador para decir: «se nota que ya solo trabajan ahí practicantes» o «seguro dejaron solo al practicante».
Cualquiera que haya trabajado en una redacción sabe que esto no es cierto. La mayoría de medios emplea becarios o practicantes pero estos son un porcentaje pequeño de la planilla. Además, al igual que cualquier otro redactor, un practicante se encuentra bajo la autoridad y supervisión de un editor, aun cuando a muchos editores esto parece olvidárseles en el día a día.
No son practicantes los que deciden convertir en noticia cualquier irrelevancia que haya conseguido capturar la atención de un puñado de usuarios de redes sociales. No son ellos los que deciden publicar ese video, esa polémica, ese audio de WhatsApp sin llevar a cabo ninguna verificación.
Son sus editores los que han tomado previamente la decisión de prescindir de los procedimientos básicos del periodismo y dejar el poder de selección de noticias al vaivén de la conversación en redes sociales.
¿Por qué? Podemos encontrar una pista en la última columna del periodista Fernando Vivas publicada este miércoles 14 en el diario El Comercio:
El periodismo tiene herramientas para saber que el público se interesa por sucesos protagonizados por venezolanos, aunque sean banales. Y la lógica del SEO (Search Engine Optimization) recomienda, a los medios, titular notas con palabras claves como ‘venezolano’. ‘Sismo’ es otra palabra clave; por eso, bromeando con un colega, le aposté que escribiría una columna con las dos. No me digan que el video de un venezolanoasustado ante su primer temblor no sería un viral.
El mismo Vivas señala líneas después:
Ahora bien, no todo lo que le guste a la gente es pertinente. La ética no depende de razones comerciales.
A continuación, Vivas se extiende en una confusa explicación en la que intenta justificar (para luego rechazar él mismo esa justificación líneas más adelante) la publicación de notas donde se destaca de manera gratuita la nacionalidad venezolana de sus protagonistas porque «PPK y la oposición fujimorista coincidieron con satanizar a Maduro al punto de promover concesiones especiales para migrar».
Pero voy a centrarme en «la lógica SEO» de la que habla el columnista. Como señala Vivas, existen diversas herramientas para detectar palabras claves que interesan a los usuarios de Internet.
Cuando se habla de SEO, estamos hablando de técnicas para aprovechar el interés de los usuarios de buscadores. Teniendo en cuenta que entre el 86.87% y el 91.74% de las búsquedas de Internet se hacen en Google, cuando hablamos de técnicas para SEO estamos hablando exclusivamente de Google.
Este es un cuadro de Google Trends que muestra el aumento de las búsquedas que incluyen la palabra «venezolanos» realizadas por usuarios peruanos o conectados desde el Perú:
Como ven, la escalada de interés comienza a mediados de enero y alcanza sus picos —100 representa el valor máximo en la escala de interés de Trends— a finales de ese mes y principios de febrero. Es decir, en las fechas en que fueron publicadas todas las notas que he reseñado párrafos arriba.
¿Qué hecho particular generó ese aumento en el interés de los internautas peruanos por la palabra «venezolanos»?
El 24 de enero, los dos diarios principales del país, El Comercio y La República, daban cuenta de las declaraciones de Eduardo Sevilla, superintendente nacional de Migraciones, quien informaba que «actualmente hay más de 100 mil ciudadanos venezolanos en calidad de turistas, con Permiso Temporal de Permanencia (PTP) y residentes».
Esa misma semana, unos días después, el congresista Justiniano Apaza declaraba a El Comercio:
Creo que el Ejecutivo debe tomar una decisión. El problema es el ingreso masivo que hay ahora [de ciudadanos de Venezuela]. Creo que hay que poner restricciones o, en todo caso, regular su ingreso.
La cuestión venezolana, enfocada ahora en el adecuado o excesivo número de migrantes procedentes de ese país, se convirtió en pocos días en un tema popular en sites noticiosos y redes sociales, razón por la cual, como indicaba unos párrafos arriba, se dispararon las búsquedas del término «venezolanos» en Google.
En consecuencia, varios medios, sobre todo La República y Correo, empezaron a publicar cualquier nota que tuviera la palabra venezolanos en el titular.
El ciclo es más o menos así:
—Los medios hablan de un tema.
—El tema, por las razones que sea, llama la atención de los usuarios de Internet, elevando su presencia en Google y redes sociales.
—Como los usuarios de redes sociales están hablando de ese tema, los medios ahora buscan producir más notas al respecto, para lo que se sirven del contenido producido por los usuario de redes sociales.
—Las nuevas notas refrendan el interés de los usuarios y el posicionamiento del tema en cuestión en Google y redes sociales, así que los usuarios vuelven a responder produciendo nuevo contenido, que una vez más es levantado por los medios y convertido en notas.
—Y así hasta que los usuarios de redes sociales se aburren y pasan a otra cosa.
Y lo estamos viendo ahora con cualquier asunto protagonizado por «venezolanos».
Ocurre que la mayoría de veces estas notas producidas a partir de contenido de usuarios de redes sociales (un video, una foto, un audio, un comentario airado) y que no se verifican de ninguna forma versan sobre temas menores, o que los editores consideran menores: escándalos de farándula, pequeños accidentes sin graves consecuencias, quejas de consumidores, charlas intrascendentes entre desconocidos de carácter supuestamente humorístico, y un largo y tedioso etcétera.
Como ya he explicado en otra ocasión, muchos periodistas, incluso los encargados de redactarlas, ven con desdén ese tipo de noticias y consideran que, dada su liviandad, los principios o procesos periodísticos no aplican para ellas. Si van a ir en la sección virales o tendencias, para qué cuestionar su pertinencia, relevancia o siquiera verificarlas.
¿Hay un OVNI en un Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (¿?) como invita a pensar el artículo? Es improbable. Tanto que la nota ni siquiera señala el nombre o ubicación del supuesto laboratorio. Pero qué más da, la imagen de Google Maps es «impactante» y se ha hecho «viral.
¿Le importa a la audiencia de un medio de comunicación que una mujer desconocida descubra a través de unos mensajes de WhatsApp que su esposo le es infiel con una amiga? No. Tan irrelevante parece ser, que los redactores ni siquiera han hecho el esfuerzo por identificar a los involucrados ni averiguar dónde se encuentran. No tenemos idea de cómo se llaman, si se encuentran en Perú, México, Argentina o Suiza. Qué importan esos detalles, si se trata de un «WhatsApp viral».
¿Existe algún interés periodístico en que un par de supuestos amigos no identificados discutan a través de WhatsApp sobre unas supuestas fotos pornográficas («pack»)? No, pero como dice la nota, «la conversaciónes tendencia en las redes sociales» y eso basta para que un redactor utilice unas cuantas capturas de pantalla y redacte otro artículo más de Tendencias.
Pero qué ocurre cuando se aplica esa misma laxitud, esa misma inconsciencia e irresponsabilidad periodística, habitualmente empleadas en notas que los mismos editores consideran que «los usuarios no deberían leer», a un asunto con tintes serios.
¿Qué ocurre cuando ya no se trata de un OVNI inexistente o una irrelevante conversación en WhatsApp, sino del bienestar de un amplio grupo de personas huyendo de una situación de emergencia y acomodándose en un país que no es el suyo?
Bueno, ocurre lo que hemos visto al comienzo de este artículo. Ocurre que, al abdicar de su responsabilidad como editores, es decir, al renunciar a aplicar criterios periodísticos y guiarse únicamente por aquello que «se está viralizando» en redes sociales, están alentando la xenofobia que sus propias páginas editoriales dicen combatir.
Lo más saltante, si se quiere, no es que estén incitando a la xenofobia, sino que lo estén haciendo de forma tan irresponsable, sin siquiera reparar en ello. Amparados en contenido producido por terceros que no someten a la más mínima verificación. Y excusándose en que son los temas de que están «hablando los usuarios de redes sociales», son unas pocas notasy que las publican solo en la sección Tendencias.
Reduciendo sus medios, una vez más, a meros repetidores de aquello que se hizo «viral», «conmocionó», «enojó», generó «polémica» o «debate» entre los usuarios de redes sociales. A los que han convertido, de facto y ad honorem, en editores jefe de esas páginas web.
ACTUALIZACIÓN 24 DE ABRIL 2018
El 24 de abril de 2018, el diario La República, principal productor de noticias sobre «venezolanos» en la prensa peruana, fue un paso más allá en su no-intencionada campaña de incitación a la xenofobia contra migrantes venezolanos.
En esta ocasión el artículo no ponía el énfasis en los ridículos conflictos ocurridos entre venezolanos y peruanos, ni se apoyaba en contenido producido por usuarios de redes sociales, ni estaba publicado dentro de su famosa sección Tendencias. Esta vez, el redactor responsable de la nota (que va sin firma o, más bien, firmada con un «Redacción LR»), utilizaba la supuesta licencia que brinda un titular entre signos de interrogación para inventar un conflicto nuevo.
El aumento de venezolanos en Perú ha llenado de incertumbre (sic) a la población, debido a que por primera vez, en el milenio, aumentó la tasa de pobreza en el país; noticia que es materia de análisis y encontrar si realmente el crecimiento de los criollos es la verdadera causa.
Dejemos de lado que el titular es un ejemplo de libro de la famosa Ley de Betteridge: «todo titular en forma de pregunta puede ser respondido con un NO». Y que hace falta sortear el titular, la bajada, cinco párrafos y, en la versión móvil, dos quiebres publicitarios para llegar a la respuesta a ese titular tendencioso y amarillista.
En el penúltimo párrafo, Carlos Parodi, economista de la Universidad del Pacífico, señala: «No veo una causalidad con las cifras del estudio de pobreza. Eventualmente podría tener efectos, pero solo en la medida que tenga impactos significativos en los empleos. Por ahora no lo veo por ahí».
Así que no, los venezolanos no son la causa del aumento de la pobreza. Por si hacía falta aclararlo.
Pero prestemos atención al arranque de la nota. Sobre todo a esa primera oración:
Primero, imagino que donde dice «incertumbre» el redactor ha querido escribir «incertidumbre». Entonces, según este artículo, la población peruana se encuentra «llena de incertidumbre» por «el aumento de venezolanos en Perú».
¿Por qué? Ahí tenemos la respuesta: «debido a que por primera vez, en el milenio, aumentó la tasa de pobreza en el país».
¿Existe alguna relación de causalidad entre el «aumento de venezolanos» y el aumento de «la tasa de pobreza en el país»? No, ninguna. El economista consultado lo dice en el penúltimo párrafo de la nota.
Entonces, ¿por qué la población peruana se ha llenado de incertidumbre? Ni idea.
¿Antes de colocar ese titular en interrogación –recuerden: «Venezolanos en Perú: ¿Son la causa del aumento de pobreza?»– conoce el redactor la respuesta a su pregunta? Sí, claro.
Entonces, ¿por qué colocar ese titular? ¿por qué redactar ese primer y confuso párrafo?
Por la misma razón que, solo en el último mes, se redactaron y publicaron estas otras notas:
Por amarillismo. Un amarillismo irresponsable e irreflexivo, guiado por la búsqueda de clicks. Y que, por muchos editoriales exculpatorios que se escriban, alienta día sí y día también la xenofobia.
ACTUALIZACIÓN 8 DE AGOSTO DE 2018
Hay días que pienso que nunca terminaré de actualizar este post. Como conté en la pieza original, que publiqué aquí en febrero de 2018 y que también forma parte del libro No hemos entendido nada: Qué ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo (Debate, 2018), a principios de este año programé una alerta de Google News con la palabra «venezolanos». Esa alerta me sirvió para monitorear el tratamiento que la prensa peruana ha dado a la migración venezolana.
Aun con el post publicado (el quinto más leído de la corta historia de este blog) y con el libro ya en librerías, opté por no desactivar la alerta. Por dos razones, una personal y otra profesional. Ambas relacionadas.
Primero la personal:
Hace ocho años vivo en Perú. Recién este año empecé a sentir que como soy extranjera, tal vez no soy tan bienvenida. Me resisto a creer que el país haya cambiado tanto y para mal. Trabajemos para que siga habiendo prosperidad para todos -y justicia y gobierno y derechos y empleo
Elda Cantú es mi esposa. Algunos de los lectores de este blog conocerán su trabajo como periodista, editora y profesora. Elda –o Lizzy, para los amigos– es mexicana y vive hace ocho años en Lima. De hecho, Elda vive en Lima hace más tiempo que yo.
Esto último, por supuesto, requiere una explicación. Si bien yo nací y crecí en Lima, en el año 2001 emigré a España. Partí como estudiante universitario, tuve mucha suerte y me fui quedando. Empecé a trabajar como periodista, abandoné la carrera, seguí trabajando como periodista y así pasaron casi 11 años. No regresé a vivir a Lima sino hasta abril de 2012, hace poco más de seis años. Fue aquí, de vuelta en mi ciudad natal, trabajando en la revista Etiqueta Negra, donde conocí a la que hoy es mi esposa y, primero, fue mi editora y cómplice.
Tanto Elda como yo sabemos, de maneras distintas, lo que es ser extranjero en un país de acogida. Y, si bien creo que ambos podemos decir que hemos tenido mucha suerte y podría considerársenos privilegiados, sabemos también lo que es estar solo en una ciudad que no es la tuya buscándote la vida.
Eso nos lleva a la razón profesional. Como ocurre con muchos otros escritores, a veces la experiencia personal suele configurar los temas que nos interesan u obsesionan. Desde el año pasado, Elda y yo estamos siguiendo de cerca lo que ocurre con la migración venezolana en el Perú.
Esta fue la primera pieza que ella escribió al respecto para The New York Times en Español a finales de marzo de 2017:
Hace poco, Elda y yo terminamos de grabar un reportaje sobre el tema del que no puedo decir más porque los editores no me han autorizado a ello, pero será publicado pronto y, si les interesa, podrán escucharlo.
Desde que escribí originalmente ese post del blog, día tras día, he seguido recibiendo en mi buzón de Gmail un email que me alerta sobre lo que los medios peruanos vienen haciendo cuando hablan de «venezolanos». Durante un tiempo el interés en las noticias relacionadas con «venezolanos» disminuyó, así como el morbo o amarillismo con que estas se redactaban y titulaban. Lastimosamente, esa caída no duró mucho.
La curva en la producción de noticias y amarillismo de los medios peruanos a la hora de tocar la migración venezolana coincide, por lo que he ido viendo estos meses, con esta otra curva:
Ese es un cuadro de Google Trends que mide el interés de los usuarios peruanos de Google a la hora de buscar el término «venezolanos». A quien le interese la manera en que funciona Trends y la forma en que influye en la producción noticiosa de los medios, puede leer la pieza original varios párrafos arriba.
Como ven en el cuadro de arriba, el interés de los internautas peruanos ha escalado de forma notable en las últimas semanas. Voy a ponerlo en perspectiva para que entiendan la magnitud de esa escalada.
Este otro cuadro de abajo se encontraba en la pieza original:
¿Ven ese pico fechado entre el 21 de enero y el 27 de enero de 2018?
Bueno, ese pico, el valor máximo de interés en las búsquedas de Google peruanas de la palabra «venezolanos» a principios de este año, es casi imperceptible comparado con el nuevo pico hoy, ubicado al extremo derecho de este otro cuadro:
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el interés de los internautas peruanos por la palabra «venezolanos» a la hora de buscar en Google se ha duplicado.
¿Cómo ha ocurrido esto?
Como decía al inicio, hay días que siento nunca que dejaré de actualizar este post. De unas semanas a esta parte, no hay día en que no me tope con varias «noticias» que responden a las características que describí en el post original:
–La edición digital de uno de los principales diarios peruanos publica —al igual que varios otros medios pero en mayor cantidad— una serie de notas en las que el énfasis está puesto en la confrontación o conflicto entre inmigrantes venezolanos y ciudadanos peruanos.
–Casi todas esas notas están confeccionadas a partir de videos o audios o mensajes publicados en redes sociales por terceros. Los redactores que utilizan ese contenido reproducen en sus notas la mínima información que trae el video o post respectivo sin indagar nada más. Sin siquiera preocuparse por averiguar el nombre de los protagonistas de su “noticia”.
Voy a detenerme un momento a analizar esta última. Pueden leerla en su habitat natural aquí (si es que no la borran antes).
Este es el cuerpo de la noticia:
Las cámaras de vigilancia de la Municipalidad Provincial de Tumbes grabaron a un grupo de ciudadanos venezolanos cuando posaban para una foto con un arma blanca en la mano, para luego intentar arrebatarle su celular a un transeúnte quien felizmente logró escapar.
El hecho se registró a la 1:00 de la mañana en las inmediaciones del paseo Triunfino, donde se encontraban dos venezolanos, uno de ellos le toma una foto a su compatriota, quien posa con una navaja en la mano derecha en media calle.
Sin embargo, minutos después utiliza el arma blanca para amenazar a un conductor de una mototaxi que transita por el lugar, a manera de juego se desafían pero luego se dan las manos de manera efusiva. No contentos con el hecho, se percatan de la presencia de un transeúnte, quien habla por celular, mientras uno sube al vehículo el otro se abalanza a su víctima, quien logra esquivar al delincuente después de haber guardado el celular en su bolsillo.
Alertados por la central de monitoreo un patrullero ya estaba en el lugar quien inicia una persecución del vehículo que fue registrado por las cámaras para identificarlos plenamente y advertir a la ciudadanía que tenga mucho cuidado.
La nota de La República va acompañada de un video. Pueden verlo en la nota original. O, si quieren seguir leyendo, pueden verlo aquí abajo:
Por suerte, La República no es el único medio que se hizo eco del asalto fallido de esa peligrosa banda de venezolanos en las calles de Tumbes. El video de arriba proviene de la edición de mediodía de 24 Horas, el noticiero televisivo de Panamericana Televisión. Es el mismo que publica La República en su página web. Con una diferencia.
Si uno lee la nota de La República y ve el video mudo –se trata de una cámara de seguridad que no registra audio– que la acompaña, y que también emitió 24 Horas, resulta casi inevitable hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo sabe el redactor de La República o el reportero de 24 Horas que los fallidos asaltantes son venezolanos?
Por suerte, el reportero de 24 Horas entrevista a un responsable de la Gerencia de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad Provincial de Tumbes, quien, ojalá, consiga aclararnos este punto.
¿Qué dice este responsable de la municipalidad? Dice, exactamente, lo siguiente: «Se encontraban tres ciudadanos. Al parecer venezolanos, ¿no?»
Pueden, de hecho, ver el momento exacto aquí:
Voy a repetirlo: «Se encontraban tres ciudadanos. Al parecer venezolanos, ¿no?»
¿Cómo sabe el responsable de la municipalidad de Tumbes que los ciudadanos son «al parecer venezolanos»? Ni idea, no lo dice.
¿Se lo preguntó el redactor de 24 Horas? No lo sabemos. No lo muestran en el video.
¿Tiene el redactor de La República idea de cómo es que la Municipalidad Provincial de Tumbes, proveedora del video, sabe que los frustrados asaltantes son venezolanos? No. O, al menos, no lo cuenta en su nota. No es descabellado imaginar que si lo supiera, lo mencionaría. De hecho, en un momento de su nota dice que «un patrullero ya estaba en el lugar quien inicia una persecución del vehículo que fue registrado por las cámaras para identificarlos plenamente [a los asaltantes, se entiende]» (sic).
Pero, si los identificaron plenamente, ¿cómo es que no conocemos sus nombres? ¿cómo es que el responsable de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad Provincial de Tumbes, a la mañana siguiente, sigue diciendo «al parecer venezolanos»? De nuevo, no lo sabemos.
Es así, con esa irresponsabilidad, con ese apetito por clicks rápidos y sin ningún rigor periodístico, que se consigue que los internautas peruanos dupliquen sus búsquedas en Google del término «venezolanos». Así, sin verificación alguna y con titulares amarillistas, que se consigue atizar y encender el fuego de la xenofobia.
En ambas el énfasis se encuentra en el carácter «exclusivo» de la información. Durante el resto del día variosmediosperuanosrepitieron la supuesta primicia.
¿Cuál era la primicia conseguida por Reuters? La respuesta, como corresponde, se encuentra en el inicio del reportaje (las negritas son mías):
Tres meses antes del indulto a Alberto Fujimori, el presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, recibió al hijo del exmandatario poco después de anunciar en el Palacio de Gobierno otro cambio de gabinete forzado por la oposición fujimorista.
Mientras recorría y tomaba fotos con su celular de las salas y pasillos donde alguna vez vivió cuando era niño, el ahora legislador Kenji le pidió a Kuczynski que liberara a su convicto padre enfermo a cambio de apoyo político en el Congreso, dijo una fuente cercana al presidente que no quiso ser identificada.
Párrafos más adelante, la fuente anónima prosigue:
El hijo menor de Fujimori le dijo a Kuczynski que él junto a otros legisladores de Fuerza Popular descontentos por el comportamiento de su partido podrían ayudarlo a gobernar hasta el final de su mandato en 2021, afirmó la fuente.
La reunión entre Kuczynski y Kenji el 17 de septiembre marcó el inicio de varias citas entre mediadores de ambos lados para allanar el camino del indulto, dijo la fuente, que se reunió tres veces con Reuters. “La confianza con Kenji nació allí en Palacio”, afirmó.
Los mediadores, incluyendo a funcionarios de segunda línea del Gobierno, visitaron al menos media docena de veces a Fujimori en la celda que ocupa en una base policial de Lima, como parte de las conversaciones, agregó.
Párrafos después, la misma fuente anónima explica:
Kuczynski planeó entonces conceder el indulto en la tercera semana de diciembre, dijo la primera fuente, pero un inesperado hecho movió el tablero y puso a prueba la alianza con Kenji: el pedido del Congreso para destituir al presidente por sus lazos con firmas que recibieron pagos de la brasileña Odebrecht.
Kenji prometió a Kuczynski al menos tres o cuatro votos para hacer naufragar el pedido de destitución del presidente.
Como indica la propia nota de Reuters, tanto Pedro Pablo Kuczynski como Kenji Fujimori han negado que el indulto fuera fruto de una negociación. Pero la ciudadanía no les cree. Según una encuesta de Datum publicada el 12 de enero por el diario Perú21, el 78% de los encuestados piensa que los votos de Kenji Fujimori y otros nueve congresistas de Fuerza Popular que impidieron la vacancia de PPK se dieron a cambio del indulto.
Durante semanas la prensa ha especulado sobre el acuerdo que PPK y Kenji Fujimori niegan. NumerososcolumnistasdeOpinión han escrito a propósito de —para robarle la expresión al politólogo Alberto Vergara— «el pacto Barbadillo-Choquehuanca» (en alusión a la cárcel donde se encontraba preso Fujimori y la calle del distrito de San Isidro donde vive el presidente Kuczynski), guiándose por la multitud de indicios que invitan a pensar que el presidente y el congresista mienten. Aquí van unos cuantos de esos indicios.
-Estos tuits de Kenji Fujimori:
El primero, publicado minutos después de que la abstención de Fujimori y otros nueve congresistas permitieran al presidente Kuczsynski sortear la moción de censura:
Este otro, de principios de enero, en el que el congresista Fujimori se adjudica el logro de haber liberado a su padre. Si no hubo negociación, ¿cuál es la manera en que el congresista consiguió esa liberación? ¿por qué hincha el pecho de orgullo si no tuvo incidencia en la decisión del presidente PPK?:
A mediados del año pasado 2017, me propuse lo siguiente. Ahora a retomar los propósitos para este año 2018 🔜✔ pic.twitter.com/cQV7ZDt9aK
En este excelente reportaje de Ojo Público publicado el 28 de diciembre, cuatro días después de que PPK firmara el indulto de Alberto Fujimori, se consignan otros tantos indicios. Entre ellos, las numerosas visitas de Kenji Fujimori y algunos de los congresistas disidentes al ex dictador durante los días previos a la votación y el indulto, la rapidez con que se desalojó la espaciosa celda que Alberto Fujimori venía ocupando desde 2007 y, sobre todo, la celeridad con que se tramitó la gracia presidencial. Así explican esto último los periodistas Jonathan Castro y Ernesto Cabral en la nota (las negritas son mías):
Ojo-Publico.com determinó –tras acceder a las resoluciones de 19 gracias presidenciales otorgadas entre los años 2016 y 2017– que el indulto para Fujimori es el más rápido que ha otorgado este gobierno. El trámite para un indulto humanitario dura en promedio cuatro meses, e incluso en los casos más lentos, los reos Jan Rohlik y Luis Santillán Gonzalez, tuvieron que esperar entre 14 y 11 meses, respectivamente, para recuperar su libertad.
En el presente caso, el trámite pasó del penal Barbadillo a la Junta Médica Penitenciaria y de allí a la Comisión de Gracias Presidenciales y al despacho Presidencial en 13 días. Entre el 11 y el 24 de diciembre, el indulto a Alberto Fujimori se convirtió en el más rápido de este gobierno.
Ante esa evidencia, tanto la opinión pública como la prensa peruana e internacional han dado por buena la versión no confirmada del pacto entre Kuczynski y Fujimori. Como muestra, estas líneas escritas por los periodistas Jacqueline Fowks y Carlos E. Cúe en el diario El País (las negritas son mías):
Pero el hijo menor, Kenji, parlamentario, se colocó del lado de su padre, que quería salir de prisión a toda costa, y movió los 10 votos necesarios, rompiendo así el grupo liderado por su hermana. Así salvó a PPK, que se libró por ocho votos de ser destituido.
Al final, Kuczynski cumplió el pacto e indultó al patriarca en Nochebuena. Los Fujimori, Keiko incluida, mostraron su alegría y comenzaron a buscar su reconciliación familiar con su padre internado en una clínica, ya en libertad. Pero la política peruana estalló por los aires y ahora PPK tendrá difícil contar con alguien más que no sean los propios Fujimori con los que acordó su salvación.
Tanta es la convicción de la prensa que incluso este editorial del diario El Comercio, publicado el 26 de diciembre, dos días después del indulto, da por sentado que este fue fruto de una negociación (las negritas son mías):
Kuczynski tiene sí una atenuante en las circunstancias en las que decidió violar su palabra y dar el indulto: o aceptaba darlo u hoy no sería el presidente.
¿Cuál es, entonces, la primicia de los periodistas Taj y Aquino en su nota para Reuters? ¿Si el supuesto pacto ha sido analizado y comentado hasta el hartazgo en diversos artículos y columnas, en dónde radica la «exclusiva» que Reuters publica y los mediosperuanosrebotan?
La primicia sería haber conseguido que una persona con conocimiento de la negociación confirmara lo que todos sospechamos y presumimos cierto. De hecho, eso es lo que intenta vender el reportaje de Reuters con la expresión «dijo una fuente cercana al presidente que no quiso ser identificada».
Uno puede entender que la persona que realiza una acusación así de grave contra el presidente de la República opte por hablar únicamente si su nombre no es revelado. Lo que resulta más difícil de comprender es que una agencia periodística del prestigio de Reuters haga uso de una única fuente anónima en una acusación tan seria sin explicar a los lectores por qué deberíamos confiar en ese testimonio.
¿Cómo sabemos los lectores que esa persona sabe lo que dice saber? ¿Por qué no nos explican Taj y Aquino qué razones tienen para creerle? ¿Qué diferencia el convencimiento que tienen los periodistas de Reuters al que tenemos todos los otros periodistas del país que no afirmamos tener una exclusiva o una prueba al respecto?
Todos los que somos periodistas y trabajamos en Perú, o que mantenemos contactos con distintas instancias del mundo político, hemos escuchado mil y un versiones acerca de la negociación entre el presidente PPK y Kenji Fujimori.
Yo mismo he recibido información de, por lo menos, dos fuentes que afirman tener conocimiento de lo ocurrido. Y les creo. Su relato tiene sentido, encaja con toda la información de conocimiento público que he reseñado arriba y, además, son personas de las que me fío, he podido comprobar en ocasiones anteriores que la información que me facilitaron era cierta.
Pero, ninguna de las dos está dispuesta a hablar on the record con su nombre y apellido y aquello que me han contado es imposible de verificar sin su testimonio o su colaboración. Lo que me incapacita para publicar la información recibida. ¿Por qué habrían de creerme los lectores si no puedo explicar la razón de mi convencimiento?
En el libro The Elements of Journalism, uno de los manuales más útiles que existe sobre el oficio, Bill Kovach y Tom Rosenstiel hablan del «espíritu de transparencia» como el elemento más importante en la verificación:
(…) la única manera de sincerarse con la gente acerca de lo que sabes es revelar todo lo que puedas sobre tus fuentes y métodos. ¿Cómo sabes lo que afirmas? ¿Quiénes son tus fuentes? ¿Cuán directo es el conocimiento que poseen? ¿Qué intereses podrían tener? ¿Hay versiones encontradas? ¿Qué es lo que no sabemos?
La transparencia, indican más adelante Kovach y Rosenstiel:
(…) es una señal de respeto para con la audiencia. Permite que la audiencia juzgue la validez de la información, si el proceso para obtenerla fue el correcto y los motivos o intereses de las personas que la proveen.
¿Cómo conseguir esa transparencia? Según los autores:
La identificación clara y detallada de las fuentes es la manera más efectiva a disposición de los medios, y constituye la base de una relación más abierta con el público.
Y terminan:
El espíritu de transparencia es el mismo principio que gobierna el método científico: explica cómo descubriste algo y por qué crees que es cierto, de manera que la audiencia pueda hacer lo mismo. En ciencia la fiabilidad de un experimento, o su objetividad, la define la posibilidad de que un tercero replique el experimento [y obtenga los mismos resultados]. En el periodismo solo explicando cómo sabemos lo que sabemos podemos aproximarnos a la idea de que la gente, si así lo desea, pueda replicar la investigación.
El uso de una fuente anónima, contrariamente a lo que algunos piensan, no es un salvoconducto para ignorar ese espíritu de transparencia. Más bien al contrario. Dado que la confianza que el periodista o el medio está pidiendo a la audiencia es mayor («tú no sabes quién es esta persona pero yo sí, creo en lo que dice, y tienes que confiar en mí»), la transparencia en el manejo de la información también debería serlo.
¿Por qué habría de confiar la audiencia en lo que dice un periodista? Porque explica de dónde procede la información. De nuevo Kovach y Rosenstiel:
Una de las primeras técnicas desarrolladas por los periodistas para garantizar su fiabilidad fue explicitar las fuentes proveedoras de la información. Mr. Jones dijo esto y esto, en tal o cual discurso en el Elks Lodge, en el reporte anual, etc. Esa dependencia de lo que dicen otros para obtener información siempre ha requerido de una mirada escéptica. Un axioma decía: «Si tu madre dice que te ama, veríficalo». Si la fuente de la información es descrita con propiedad, la audiencia puede decidir por sí misma si la información es confiable.
¿Qué ocurre cuando la fuente es anónima? Según los autores de The Elements of Journalism:
Llegados a este punto, para determinar si la fuente es fiable, la audiencia debe depositar aún más confianza en el medio o periodista. Una manera de atenuar ese depósito es compartir la mayor cantidad de información acerca de la fuente anónima, sin dejar de protegerla.
¿Qué nos dicen Taj y Aquino acerca de la fuente de su primicia? Toda la información se reduce a esto: «una fuente cercana al presidente que no quiso ser identificada» y «la fuente, que se reunió tres veces con Reuters».
¿Qué verificación de las afirmaciones de su fuente llevaron a cabo? No se nos dice.
En el texto de Taj y Aquino hay un indicio de que los periodistas intentaron cotejar su denuncia:
Otras dos fuentes del gobierno y una fuente que trabajó en el gabinete dijeron que un indulto humanitario para Fujimori fue discutido durante meses como una forma de dividir a Fuerza Popular. Pero la ministra de Justicia rechazaba el perdón.
El problema es que lo que esas otras tres fuentes confirman no es la denuncia principal del reportaje. Lo que afirma el reportaje es que Kuczynski y Kenji Fujimori negociaron, sin lugar a duda, el indulto a cambio de unos votos en el congreso que le permitían salvar la cabeza al presidente. Lo que dicen esas fuentes es distinto: que el indulto se discutió en el Ejecutivo «como una forma de dividir a Fuerza Popular».
Si cotejaron ese detalle paralelo con «dos fuentes del gobierno y una fuente que trabajó en el gabinete» (y, curiosamente, esas descripciones son más precisas que la que utilizan para la principal fuente: «una fuente cercana al presidente»), ¿por qué no cotejaron el fondo de su denuncia, que se deja en boca de una fuente anónima? Si lo hicieron, ¿por qué no se nos dice a los lectores?
Que el presidente Kuczynski estuviera evaluando el indulto al ex dictador Fujimori en los meses previos no es una novedad. De hecho, él mismo señaló en junio y julio de 2017 que el gobierno barajaba la posibilidad.
Así como tampoco es noticia que se haya reunido con Kenji Fujimori en Palacio de Gobierno a mediados de setiembre. El mismo congresista hizo pública la reunión en su cuenta de Twitter:
Quiero agradecer la sencillez del Presidente @ppkamigo por permitirme visitar la residencia de palacio luego de 18 años! pic.twitter.com/lvU1Ccjkb4
No son esos detalles los que necesitaban confirmación, sino el contenido de la reunión y las acciones que dispararon los supuestos acuerdos alcanzados.
Entre todas las afirmaciones de la primera fuente, hay una que me llama particularmente la atención. Dice así:
La reunión entre Kuczynski y Kenji el 17 de septiembre marcó el inicio de varias citas entre mediadores de ambos lados para allanar el camino del indulto, dijo la fuente, que se reunió tres veces con Reuters. “La confianza con Kenji nació allí en Palacio”, afirmó.
Los mediadores, incluyendo a funcionarios de segunda línea del Gobierno, visitaron al menos media docena de veces a Fujimori en la celda que ocupa en una base policial de Lima, como parte de las conversaciones, agregó.
Todo el resto de lo que dice la fuente en el reportaje se refiere a supuestas conversaciones entre el presidente y el congresista. Es decir, cabe la posibilidad de que esas conversaciones no hayan sido presenciadas por nadie más que por los dos protagonistas y la fuente que dice tener conocimiento de ellas. Léase, cabe la posibilidad de que sean casi imposibles de verificar.
Pero este fragmento que señalo arriba no. Ahí hay «mediadores de ambos lados», entre los que se cuentan «funcionarios de segunda línea del Gobierno» que «visitaron al menos media docena de veces a Fujimori en la celda que ocupa en una base policial de Lima».
Es decir, hay varias personas, fuera del presidente y el congresista Fujimori, que podrían verificar el testimonio de la fuente. ¿Saben los periodistas de Reuters quiénes son esos mediadores? ¿Buscaron su testimonio? ¿Lo consiguieron? ¿Se lo negaron? No lo sabemos, optaron por ignorarlo en su texto.
Pero, además, no solo hay terceras personas que podrían corroborar lo que señala la única fuente de la denuncia, sino que hay visitas a una cárcel ubicada dentro de una base policial, que en teoría deberían constar en un registro oficial (de hecho, sabemos que hay otros periodistas que han accedido y publicado registros de visita de esa misma dependencia). ¿Consultaron los periodistas de Reuters ese registro? ¿Aparecían ahí los nombres de los supuestos mediadores señalados por la fuente? De nuevo, no lo sabemos. Los reporteros de Reuters optaron por privar a los lectores de cualquier información al respecto.
No son detalles irrelevantes. Si toda una denuncia se basa en la información provista por una fuente cuyo nombre no se puede o no se quiere publicar, son precisamente esos detalles, el cotejo de esa información con otros testimonios o pruebas documentales, lo que sirve para darle validez a lo que dice la fuente. Son esos detalles, de ser expuestos en la nota, la razón por la que el público habría de creer a los periodistas.
Si bien todos los medios deberíamos ser más escrupulosos en el manejo de fuentes y —en tiempos de fake news y desinformación galopante— deberíamos poner especial énfasis en el espíritu de transparencia, en el caso de las agencias de noticias como Reuters la responsabilidad es aun mayor.
Como sabe cualquiera que haya trabajado en una redacción, la información proveniente de una agencia suele ser tratada por los periodistas como ya confirmada y lista para publicar sin necesidad de verificación alguna.
Es así en casi todo el mundo. Como explica el periodista Nick Davies en su libro Flat Earth News:
Por ejemplo, el manual interno de la BBC señala de forma específica que los periodistas deben contar con al menos dos fuentes para cada historia. A menos que estén publicando información de PA [Press Association, una de las agencias noticiosas más importantes de Reino Unido], en cuyo caso pueden publicar directamente. Una notificación especial del consejo periodístico de la BBC del 1 de diciembre de 2004 indicaba al personal: «Press Association puede considerarse como única fuente ya confirmada». La nota resaltaba esa oración en negritas.
Intrigado por los detalles y explicaciones ausentes de la nota de Reuters sobre Kuczynski y Kenji Fujimori, intenté comunicarme con sus autores. Crucé un par de mensajes de Facebook Messenger con Marco Aquino la noche del sábado 27. El domingo, horas después de nuestro último mensaje, le pregunté: ¿De qué manera corroboraron el testimonio de la fuente anónima y por qué no se explica en la nota si lo hicieron y cómo? Aquino vio mi mensaje pero no volvió a responderme.
En paralelo, el mismo sábado, escribí un email a la dirección que Mitra Taj consigna en su cuenta de Twitter. El lunes 29 recibí un amable correo de vuelta en el que Taj me preguntaba qué deseaba saber sobre la nota. Le respondí, explicando que tenía algunas dudas sobre el uso de la fuente anónima y repitiendo las preguntas que le había hecho a Aquino. Taj me respondió poco después pidiéndome algo de tiempo para solicitar autorización de la agencia antes de declarar.
Su respuesta final llegó la tarde del día miércoles 31. La comparto, traducida, en su integridad:
Desafortunadamente no podemos ofrecer más detalles acerca de por qué confiamos en esta fuente sin entrar en detalles confidenciales sobre nuestra recolección de información. Si bien siempre nos esforzamos por nombrar a nuestras fuentes, utilizamos fuentes anónimas en caso excepcionales, y este ha sido uno de ellos. Nuestras prácticas periodísticas obedecen a principios rectores que han convertido a Reuters en una las organizaciones noticiosas más confiables del mundo. Respaldamos nuestra historia, en la que aportamos información relevante, rigurosa y nueva que merecía ser de dominio público.
Una vez más, el problema es que, sin esos detalles, los lectores no sabemos por qué debemos confiar en esa fuente. El reportaje de Taj y Aquino no aporta la información suficiente más allá de un titular vistoso colgado del testimonio de una fuente anónima.
Que dos experimentados periodistas peruanos hallan patinado recientemente y a propósito de este mismo asunto y sus múltiples ramificaciones, debería ser una poderosa llamada de alerta ante los peligros de confiar en una fuente única, sea esta anónima o pública:
No hay ningun indulto en marcha para Alberto Fujimori. El propio Presidente me lo ha asegurado. Espero poner fin a ese falso rumor.
El Presidente me mintió. Lo siento mucho por él. Perdió todo el respeto que le tenía. Lamento mucho que las víctimas no hayan sido oídas. El informe médico tiene serio vicio y espero que las instancias internacionales intervengan para hacer valer sus sentencias.
Una fuente cercana a la ministra y en quien yo confío, me lo dijo y le creí. Intenté hablar con ella y no me respondió. Ahora acaba de responderme y coincide con Ud. Valga su aclaración. https://t.co/dzfkiSkx85
Por más que todos creamos, en base a los varios indicios mencionados al comienzo, que PPK y Kenji Fujimori negociaron, lo que hace Reuters es grave. Está acusando directamente —no especulando ni infiriendo como han hecho otros tantos periodistas— al presidente de la República en un reportaje sin más prueba que una voz anónima. Y está pidiéndole al lector –y a los otros medios de comunicación, sus principales lectores– que confíe en esa fuente porque sí, sin ofrecer ninguna información adicional que justifique esa confianza. Que confirme nuestros prejuicios y presunciones no es, en modo alguno, suficiente.
Hay más conclusiones de una estrategia así: si una chica practica sexo en grupo, si sale sola o si supera rápidamente sus traumas, es una víctima idónea para un violador. Y una conclusión escandalosa más: con cuanta menos libertad viva una mujer, más posibilidades tiene de ser creída si la violan. Es sabido que las mujeres son menos libres que los hombres por muchas razones, una de ellas para que los hombres no las violen; una defensa así trata de reducir aún más esas libertades para que, en el caso de que los hombres las violen, la justicia las crea.
Esto no tiene nada que ver con la presunción de inocencia de los acusados, sino con la presunción de culpabilidad de la denunciante.
-Este es el trailer de Batman Ninja, que se estrenará en Japón -y ojalá igual de pronto en el resto del mundo- durante 2018:
La historia entre The Dark Knight y Japón no es nueva. La trilogía de Christopher Nolan (Batman Begins, 2005; The Dark Knight, 2008 y The Dark Knight Rises, 2012) ya exploraba la relación entre Batman y el mundo de los ninjas. No hay demasiada información acerca de Batman Ninja aún, más allá de lo que se ve en el trailer, pero en estos artículos de Forbes y Nerdist se dan algunos detalles. Por cierto, en un libro de 2008 (Bat-manga!) el ilustrador y escritor Chip Kidd, uno de los diseñadores de portadas de libros más prestigiosos de Estados Unidos, recopiló toda la información que pudo -incluida una entrevista con el artistas responsable- acerca de una serie de mangas de Batman publicados en los años 60 en Japón. Compré un ejemplar en tapa dura (hay también edición paperback) hace unos años y es una joya para fans de Batman. Aquí hay una entrevista con Chip Kidd sobre el libro.
–The New York Times reduce de 10 a 5 los artículos que pueden leerse de manera gratuita en su site. El periodista Ismael Nafria explica el cambio en su newsletter semanal. En este otro artículo de su blog, Nafria, autor de un estupendo libro (que pueden descargar de forma gratuita en el link) sobre evolución digital de The New York Times, analiza el incremento sostenido de suscriptores digitales del diario. Chequen este gráfico incluido en su artículo:
Número de suscriptores digitales de The New York Times trimestre a trimestre 2011-2017
According to the British Sandwich Association, the number grows at a steady 2% – or 80 million sandwiches – each year. The sandwich remains the engine of the UK’s £20bn food-to-go industry, which is the largest and most advanced in Europe, and a source of great pride to the people who work in it. “We are light years ahead of the rest of the world,” Jim Winship, the head of the BSA, told me.
-El periodista Manuel Llorente entrevista a uno de mis ensayistas favoritos, el español Rafael Sánchez Ferlosio (de quien hablaba ayer en este otro post titulado Tener razón no es suficiente). Sánchez Ferlosio tiene ya 90 años y cuando Llorente le pregunta por una biografía sobre él próxima a publicarse, responde (la negrita es de Llorente):
Me mandaron el libro, el original, antes de que se publicara. Me cabreó. Esos libros son para los que ya están muertos. Pero no he leído ni una línea. Ha fisgado mucho [J. Benito Fernández], ha encontrado personas fáciles de palabra y opinión, y eso es intolerable. Pero estuvo bien que me lo haya mandado, eso es de caballero. Pero no he leído ni una línea. Ya leo poca cosa. Ya no leo de casi nada..
-He estado revisando el caso Louis C.K. para escribir algo en algún momento. Si bien he recomendado en Twitter ya varios artículos sobre el tema, este de la periodista Alexandra Schwartz en The New Yorker, que he vuelto a leer, me sigue pareciendo uno de los mejores. Schwartz realiza una devastadora reseña -a la luz de las denuncias contra el cómico- de I Love You, Daddy, la película que C.K. escribió, dirigió, protagonizó y produjo con su propio dinero y que probablemente nunca podramos ver. La idea principal del texto de Schwartz es el nivel de impunidad que debía sentir Louis C.K. para tocar en su obra -tanto en la película como en sus stand-up y series- los mismos hechos de que era acusado. Es ese detalle particular el que hace, a mi modo de ver y también el de Schwartz, que el caso de Louis C.K. sea tan perturbador. Dice la autora:
Like so many of Louis’s standup jokes that purport to skewer the grossness of men, it could only have been made by a person confident that he would never have to answer for the repulsive things he’s long been rumored to have done, let alone be caught—if I may borrow a choice word from the recently disgraced Leon Wieseltier—in a major moment of public “reckoning.”
-El periodista Philip Bump de The Washington Post ha hecho un cálculo del tiempo que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, pasa viendo Fox News. El resultado es inquietante. Aquí el gráfico que acompaña el análisis:
-Otra periodista de The Washington Post, y una de mis héroes personales, la ex defensora del lector de The New York Times Margaret Sullivan, analizaba hace unos días la trampa que el site de ultra derecha Project Veritas tendió a The Washington Post, cuando intentó plantar una falsa víctima de abuso sexual (mencioné el caso en Lecturas innecesarias 1). Sullivan hace especial hincapié en la necesidad de transparencia y pedagogía sobre el método periodístico de lo medios de cara a su audiencia:
Newspeople used to joke that readers should never be allowed to see how the sausage is made. Now we need to show that messy process as clearly as possible. Our very credibility depends on it.
-La periodista Meghan McCarron analiza en esta estupenda pieza para Eaterlas múltiples manifestaciones de machismo que forman parte del día a día del mundo gastronómico. Las potentes ilustraciones que acompañan el artículo de McCarron son de la artista Kelsey Borch. Escribe McCarron (las negritas son mías):
In other words, male chefs are considered cultural influencers because the cooking they do is seen as fundamentally more skilled — and more important — than the cooking done in the home by women. (Ina Garten may be famous, but few in our culture would consider her an artist, or a visionary, however short-sighted that opinion is.)
(…)
The practice of naming a restaurant after a female relative, or extolling “grandma cuisine,” functions as a way of gaining the authenticity associated with home cooking, while also distancing male chefs’ work from both the domestic arts and cooking by female chefs. According to Harris, when male chefs cite this kind of domestic inspiration, and the media uncritically reports it, “there’s a pattern to chef myth-making, a common tropewhere he would become inspired by women and by their cooking, but he would surpass it, and transform it into something worthy of attention and praise.”
-El periodista Chris Kissel escribe para L.A. Weekly un reportaje acerca de cómo la música chicha peruana está ganándose un lugar en la escena latina californiana. El reportaje cuenta también la historia e influencia de José Luis Carballo, un guitarrista que tocó con varios grupos fundamentales de la música peruana de los últimos 30 años -Los Destellos, Los Mirlos, Los Hijos del Sol y Chacalón y la Nueva Crema- antes de mudarse a Los Ángeles en 1991.
Desde hace ya un buen tiempo, una popular radio peruana ha convertido en su lema la frase «Porque tu opinión importa». La frasecita no es sino un paso más allá del famoso «todas las opiniones se respetan». El dicho original, si se piensa con cuidado, no es sino un malentendido.
Una opinión no se respeta: o se está de acuerdo con ella o se discute. Quien merece respeto es la persona que la expresa, pero ese respeto -o consideración- no tiene por qué alcanzar necesariamente a la idea expresada. Cuando se trata de opiniones, a mí me gusta mucho más el dicho anglosajón: las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene una y la mayoría apesta.
El problema aquí no es que una radio deseosa de llenar espacio al aire con contenido gratuito abra el micrófono para que sus oyentes llamen a decir lo que les plazca, el problema es que la mayoría de columnistas o analistas en Perú y buena parte de la prensa hispanoamericana parece haber hecho suyo el lema.
Hace un tiempo, cuando todavía era editor de un periódico y mantenía una columna semanal, lancé un reto a mis amigos y seguidores en Twitter y Facebook: «Enumeren articulistas o columnistas en prensa peruana que habitualmente citen informes, estudios, libros, artículos». El silencio con que fue recibida mi inocentada –incluso los pocos que respondieron no pudieron aportar nombres– fue a la vez triste y revelador. Me atrevo a pensar que el mismo reto lanzado en España, México o Argentina daría resultados similares.
No es que confunda erudición con argumentación, pero la búsqueda de fuentes documentales es, desde mi punto de vista, al menos un signo de curiosidad; de haber intentado siquiera escapar al ombliguismo dominante.
Cuando leo a los nombres recurrentes de la opinología en mi país, pero también en la mayoría de medios en castellano, pienso en las palabras del escritor español Rafael Sánchez Ferlosio (en la foto de cabecera), quien en un ensayo de 2002 escribía: «nada hay más peligroso para uno que estar cargado de razón ni nadie más peligroso para los demás que el que está cargado de razón».
La mayoría de opinólogos pareciera enfrentarse a la página en blanco «cargado(s) de razón», sin saber o siquiera plantearse que no basta con tener –o creer que se tiene– razón, sino que es indispensable demostrarlo. Sin entender o siquiera plantearse aquello que escribió Christopher Hitchens a propósito de George Orwell:
Pero lo que Orwell demostró, gracias a su compromiso con el lenguaje como socio de la verdad, es que las ‘opiniones’ en realidad no importan; lo que importa no es lo que piensas sino cómo lo piensas.
Tener razón sin argumentar por qué no significa nada. De hecho, esa carencia significa, casi siempre, que no tienes razón. Pero, hoy, basta echar un vistazo a las páginas de Opinión en diarios y sites de medios, pareciera que argumentar se ha convertido en un trámite tan innecesario como, para muchos, frenar el auto delante de un paso de cebra. Total, qué más da llevarse unas cuantas verdades o personas por delante.
No sé ustedes, pero yo estoy harto de personas que piensan que abrazar causas que creen justas es un salvoconducto -o, peor, una excusa- para desactivar la necesidad de argumentar y contemplar matices en cualquier discusión. La supuesta justicia de una causa puede resultar evidente para uno, pero no para el vecino. Es por ello, no solo pero sobre todo, que hace falta abundar en argumentos.
Mi hartazgo crece de forma exponencial cuando esa ausencia de argumentos y matices excede al intercambio amateur de redes sociales y se instala en la prosa de periodistas, analistas o escritores, cuya labor profesional pasa, o debería pasar, precisamente por elaborar argumentos.
Escribir en una tribuna en medios -impresos o digitales- es, siempre, participar de la discusión pública, aunque haya autores que prefieran olvidarlo. Como olvidan que esa discusión exige unos mínimos de altura y complejidad que, lastimosamente, muy pocos parecen estar dispuestos a respetar.
Las redes sociales nos han hecho creer a todos que nuestras opiniones, ceñidas a 140 -o 280- caracteres, aderezadas con un meme o un gif y atadas a un hashtag, son indispensables para la supervivencia de la Humanidad, aun cuando no las sustenten ni un solo dato o el más mínimo esfuerzo de entendimiento.
Que el ciudadano de a pie, cuyo salario o recibo por honorarios depende de cualquier otra actividad, crea que Facebook y Twitter no pueden vivir sin su última ocurrencia genial, bueno, qué le vamos a hacer.
Que personas a las que se les paga por opinar con conocimiento de causa rebajen el debate público a una discusión de borrachos a las cuatro de la madrugada, a la que solo le falta el «yo te aprecio» o un «no sabes con quién estás hablando, conchetumare«, resulta empobrecedor, triste y exasperante.
*Una versión anterior de este texto, con otro título, fue publicada el 15 de agosto de 2016 en Perú21.
El creador fue un poeta, traductor y editor llamado Edward J. O’Brien. Desde 1915 hasta 1941, cuando murió de un infarto, O’Brien realizó y publicó una selección de los que, a su juicio, eran los veinte mejores relatos publicados durante el año por diversas revistas y periódicos de Estados Unidos.
Este fue el obituario que le dedicó The New York Times el 26 de febrero de 1941, al día siguiente de su muerte en Londres:
Tras la muerte de O’Brien, pasó a ocuparse de la antología la escritora y editora Martha Foley. Si bien Foley no creó The Best American Short Stories, fue ella la que cimentó su fama y prestigio durante los 37 años que estuvo al mando de la antología.
La historia de Martha Foley es fascinante. Su influencia en la literatura norteamericana del siglo XX, tremenda. Y, sin embargo, casi nadie recuerda su nombre.
De hecho, estas son las dos únicas fotografías suyas que he podido encontrar (la primera fue subastada en Ebay no hace mucho y se supone que data de 1941, la sgunda fue publicada en la web Library Thing y no consigna autor, año o procedencia):
Como escribió su amigo, el escritor Jay Neugeboren, en The New York Times dos años después de la muerte de Foley (las negritas son mías):
No hubo exequias para Martha Foley. No hubo funeral, nadie envió ni recibió condolencias. Al momento de su muerte en 1977, a los 80 años, Foley vivía en un pequeño departamento amueblado de dos habitaciones en Northampton, Massachusets. Los únicos objetos que le pertenecían en el departamento eran algunos libros, una colección completa de la revista Story, una máquina de escribir y un archivador que había comprado de una peluquería local. Y aun así, esta mujer cuya muerte -y vida- pasó casi desapercibida y sin reconocimiento ha sido una fuerza mayor en la literatura americana.
Cuando murió, The New York Times le dedicó un extenso obituario, pero el texto de Neugeboren, que estaba ya trabajando en las memorias que Foley dejó inconclusas, le hacía mayor justicia a su apasionante carrera.
En 1930, cuando Foley era corresponsal extranjera en Viena, convenció a su entonces pareja, otro joven periodista con aspiraciones literarias llamado Whit Burnett, de que debían fundar una revista que publicara exclusivamente relatos.
A mediados de los años 20, tanto Foley como Burnett fueron redactores en diarios de Nueva York, ella en el Daily News y luego en el Daily Mirror, él en The New York Times. Cuando en 1927 Burnett fue despedido, Foley lo incitó a que se mudara a París y «no hiciera otra cosa que escribir». Meses después, la periodista pediría licencia en el Mirror para reunirse con él en Europa.
Luego de intentar sin éxito conseguir un trabajo en la capital francesa, Foley y Burnett regresaron por unos meses a Nueva York. Pero tras esa primera visita a París, Foley sabía bien lo que tenía que hacer.
Ahorró 500 dólares («lo suficiente para vivir cómodamente en París por cinco meses, gracias a la increíblemente favorable tasa de cambio de entonces»), renunció al Daily Mirror, llamó a Burnett a la oficina de Associated Press donde él trabajaba y le dijo que iba a embarcarse de regreso a París al día siguiente.
De vuelta en Francia, Foley consiguió trabajo como «chica para todo» en el Paris Herald. En sus propias palabras:
Reporteaba (y me aseguraba de entrevistar personalmente a todos los editores que llegaban a la ciudad, soñando con que algún día me quisieran publicar a mí); revisaba los diarios franceses en busca de temas que pudieran interesar a los americanos en la ciudad; reescribía despachos locales, telegráficos y de agencia; leía y revisaba textos de otros y, a veces, substituía a algún reportero de la sección local. Y censuraba las cartas que recibíamos de Ezra Pound.
Poco tiempo después, Foley escribió a Burnett y le dijo que le había conseguido un trabajo en el Herald. Este se embarcó de inmediato y la alcanzó en París. Desde ahí, no mucho después, se mudaron a Viena, donde Burnett había conseguido un trabajo mejor pagado como corresponsal para la agencia noticiosa Consolidated Press. Una vez habían decidido dejar París, Foley solicitó y consiguió un puesto como corresponsal de otra agencia, Universal Service. Llegaron a la capital austriaca a principios de 1930.
La primavera de ese año, Foley y Burnett recibieron en Viena la visita del mismísimo Edward J. O’Brien. El célebre creador de The Best American Short Stories, que vivía en Londres, estaba de paso por la capital austriaca y llamó a casa de la pareja. Burnett atendió el teléfono y, sin saber bien de quién se trataba, lo invitó a almorzar a su departamento.
-¿Sabes quién era ese al teléfono?- le preguntó Foley a su pareja, según cuenta ella misma en sus memorias.
-Alguien llamado O’Brien- respondió Burnett.
-Y tanto que es alguien. Es el editor de The Best American Short Stories.
O’Brien era ya entonces, quince años después de haber creado The Best American Short Stories, «el San Pedro que cuidaba las puertas del cielo de los escritores de relatos», en palabras de Foley. Ella, Burnett y el famoso editor pasaron un par de horas comiendo, bebiendo y charlando. Tras esa visita, según cuenta la propia Foley, «no podía pensar en otra cosa que no fueran todos los relatos que quería escribir».
La joven periodista había visto siempre el oficio de reportero como un mero pasaje hacia la literatura. Como ella misma escribió en sus memorias:
Veíamos más allá del trabajo de diario, pensábamos escribir cosas más importantes. No planeábamos pasar el resto de nuestras vidas en el efímero trabajo del periodismo diario. Nosotros queríamos producir literatura.
Unos meses después de ese almuerzo en Viena, Burnett y Foley recibieron una carta de Edward J. O’Brien. En ella el editor solicitaba permiso para incluir el relato ‘Two Men Free’, escrito por Whit Burnett, en la próxima edición de The Best American Short Stories of 1930.
La alegría de Foley fue tal que, tras llamar a su mejor amiga a contarle la noticia, hizo todo lo posible por ubicar por teléfono a Burnett, que se encontraba reporteando en un pequeño pueblo de los Balcanes. Cuando finalmente consiguió tenerlo al otro lado de la línea, Foley no pudo hablar porque estaba llorando de la emoción. «¿Qué te ocurre? ¿Cuál es el problema?» le preguntó Burnett. Cuando consiguió controlar el llanto, le leyó la carta de O’Brien.
«Whit podrá ahora vender cada nuevo relato que escriba», se dijo a sí misma Foley, según recuerda en sus memorias. Pero a partir de ahí empezó a preocuparse por la escasez de revistas donde publicar cuentos. Empezó a listar mentalmente aquellas que todavía publicaban relatos -dos medios importantes de la época, la parisina transition y The American Mercury deH. L. Mencken, habían reducido el número de páginas que dedicaban a ficción- y se dio cuenta de que, pese al logro alcanzado, Burnett no tendría muchas opciones para sus relatos.
Así que ese mismo día, inspirada por Edward J. O’Brien, Martha Foley decidió que empezaría su propia revista. Cuando Burnett volvió de viaje unos días después, Foley le dijo:
-Quiero fundar una revista.
-Es una idea ridícula. ¿Cómo se te ocurrió?- respondió Burnett.
-Mientras me preocupaba por tus relatos. ¿Dónde vas a publicarlos ahora?
-¡Pero escúchate! ¿Fundar una revista tú misma? ¡No puedes hacer eso!
-Pensaba que debemos hacerlo juntos.
-¡Dios santo! ¡Regreso a casa y me encuentro con una mujer que se ha vuelto loca!
Por suerte, Foley se salió con la suya y logró convencer a Burnett. El primer número de la revista aparecería en abril de 1931. Publicaron únicamente 167 ejemplares, todos mimeografiados página a página por Foley y Burnett. El nombre de la publicación no podía ser más explícito: Story.
Esta fue la declaración de intenciones que apareció en la primera página del primer número:
Solo un año después de haber visto la luz, Story ya era «la revista de relatos más distinguida del mundo», en palabras del influyente Edward J. O’Brien. Dos años después, en 1933, luego de pasar una temporada en Mallorca, Foley y Burnett regresaron a Nueva York, donde continuaron publicando la revista.
Para 1935, Story había alcanzado una circulación de 21 mil ejemplares por número y había publicado a autores de la talla de Robert Musil, Malcolm Lowry, William Faulkner o Tennessee Williams.
Durante esa primera década de Story, Foley y Burnett descubrieron y publicaron a algunos autores que se convertirían en nombres fundamentales de la literatura norteamericana del siglo XX.
En 1935, Story publicó uno de los primeros relatos de John Cheever titulado ‘Of Love: A testimony’. En 1930, a los 17 años, Cheever había publicado su primer relato en The New Republic, luego de lo cual estuvo cinco años sin publicar nada. En 1935, además de en Story, publicaría cuentos en The New Republic y en The New Yorker.
En 1936, una joven de 19 años llamada Carson McCullers, que entonces firmaba Carson Smith, veía publicado por primera vez un relato suyo en la edición de Story de diciembre de ese año. El cuento se llamaba, de forma tan rotunda como certera, ‘Wunderkind’ (niño prodigio). Cuatro años después, McCullers publicaba su libro más conocido: The Heart is a Lonely Hunter.
En 1940, un joven estudiante de la clase de escritura que dictaba Whit Burnett en Columbia University publicaría su primer relato en Story. Burnett lo describía años después así:
Había un joven pensativo de ojos oscuros que se pasó todo un semestre de mi clase sin tomar notas, aparentemente sin escuchar, mirando a través de la ventana.
(…)
Era un muchacho callado. Casi nunca preguntaba nada. Nunca hacía ningún comentario. Yo pensaba que no valía nada.
El muchacho se llamaba Jerome David Salinger y se pasó casi dos semestres enteros sin llamar la atención de nadie en la clase de Burnett. Cuando faltaba poco para terminar el segundo semestre, luego de una lectura de Faulkner que Burnett hizo en el aula, Salinger recobró el interés por la literatura que lo había hecho matricularse y escribió varios relatos que impresionaron a su profesor. Uno de ellos, ‘The Young Folks’, sería publicado en el número de marzo-abril 1940 de Story.
En 1941, otro joven escritor vio su nombre impreso en una revista de circulación nacional por primera vez. Desde 1933, Story celebraba anualmente un concurso de relatos para estudiantes universitarios. La edición de 1941 la ganó un estudiante de segundo año de la universidad de Harvard. Se llamaba Norman Mailer y tenía 18 años.
El relato, titulado ‘The Greatest Thing in the World’, apareció en la edición de Story de noviembre-diciembre de ese año. Mailer se referiría esa publicación varios años después así: «En ese entonces publicar en Story era suficiente para que un joven empezara a sentir la certeza interior de que quizá sí estaba destinado a convertirse en escritor. Obviamente, esa fue una de las experiencias más importantes de mi vida hasta entonces».
Ese número de fin de año de Story sería el último editado por el matrimonio Burnett-Foley. La pareja se divorció ese mismo año y Martha Foley cambió la revista que había fundado diez años antes por The Best American Stories, donde sustituyó al recientemente fallecido Edward J. O’Brien.
Esta es la nota de despedida que apareció en la primera página de Story de noviembre-diciembre de 1941:
Foley editaría The Best American Short Stories hasta su muerte en 1977. Durante los 37 años que estuvo al mando, la antología se convirtió en una de las instituciones más prestigiosas de la cultura americana. Así describe el trabajo de Foley la entrada que le dedica el quinto tomo del diccionario enciclopédicoNotable Literary Women:
Las antologías de The Best American Short Stories eran adoradas por los escritores, que acudían a ellas para encontrar el trabajo de sus pares, sus seguidores y sus ídolos. En ellas los autores podían descubrir nuevas voces y a la vez conocer qué estaban haciendo sus maestros. En ellas se destacaba el trabajo de los artistas literarios más serios del país, que de esa forma llegaba a los lectores que sabían apreciarlo.
Durante esos 37 años, el nombre de Foley se hizo indistinguible de la antología. Así respondía ella cuando se le preguntaba acerca del método de selección:
Edito todo yo misma. Leo todos los relatos y elijo aquellos que creo son los mejores. Es por eso que el libro se llama The Best American Short Stories, edición de Martha Foley.
Tan identificada estaba The Best American Short Stories con Foley que, luego de su muerte, la editorial optó por un nuevo sistema de selección. A partir de la edición de 1978, la antología contaría con un editor general fijo y un editor invitado para cada año, responsable final de la selección.
Foley no vivió para ver los nuevos caminos que tomaría la institución que dirigió durante 37 años. En 1986, nueve años después de la muerte de la editora, se empezó a publicar una segunda antología, también de frecuencia anual pero dedicada a trabajos de no ficción. Así nació The Best American Essays. El editor general ha sido desde entonces el ensayista Robert Atwan y han sido editores invitados autores como Joyce Carol Oates, Susan Sontag, Gay Talese, Susan Orlean, David Foster Wallace o Christopher Hitchens.
En 1991, la serie se amplió a tres con la inclusión de una antología de periodismo deportivo: The Best American Sports Writing. En 1997, se sumó una antología de historias de misterio: The Best American Mistery Stories. En el año 2000, aparecieron dos nuevos volúmenes, The Best American Travel Writing y The Best American Science and Nature Writing.
Y en 2002 aparecería la antología inclasificable de que hablaba al principio y a la que este post debe su nombre. The Best American Nonrequired Reading, alude, por contraposición, a las lecturas obligatorias que forman parte del currículo escolar. En inglés, a los libros o textos que forman parte de esos listados se les conoce como «required reading».
Para realizar la selección el primer editor de la antología, el escritor Dave Eggers, formó dos equipos de alumnos de secundaria. Uno en California y otro en Michigan. Los equipos de alumnos se reúnen semana a semana para leer, debatir y seleccionar las piezas que incluirán. El resultado, que Eggers editó hasta 2013 y que desde entonces edita el escritor Daniel Handler (conocido por su pseudónimo Lemony Snicket), es una heterogénea y divertida selección de los mejores relatos de ficción, reportajes, ensayos, piezas de humor y cómics publicados en ese año, a criterio de los editores y esos muchachos de secundaria.
En castellano podríamos traducir «nonrequired» como «no solicitado» o «extracurrilar» en el contexto académico. Pero si se trata de un contexto no escolar, el término que yo prefiero es «innecesario».
Y son esas lecturas innecesarias -así como ese afán de seleccionar y dar a conocer las lecturas que uno encuentra fascinantes que animó a Edward J. O’Brien y Martha Foley- lo que inspira esta nueva categoría de posts del blog, que llamaré, sin más vueltas: Lecturas innecesarias.
Mis «lecturas innecesarias» serán una pequeña selección de lo mejor, más estimulante e interesante que he descubierto en esos días en la red. Buena parte de los links recomendados tendrán que ver con los temas habituales de No hemos entendido nada, léase, Periodismo, Internet, Redes Sociales, Industria de medios. Pero no solo. La idea es compartir las lecturas que me más me llaman la atención y que, aunque innecesarias, ojalá sean útiles o, al menos, interesantes para los lectores del blog.
Uno de los intelectuales en activo que más me interesa, el economista norteamericano Tyler Cowen, publica a diario en su blog un post donde comparte links a artículos, papers, reportajes, columnas o investigaciones que ha leído o está leyendo ese mismo día. Con menor frecuencia, una vez cada diez o quince días, Cowen realiza un post titulado What I’ve Been Reading, donde lista los libros que está leyendo en ese momento.
Cowen, como sabemos bien sus seguidores, lee con una voracidad y velocidad casi sobrehumanas. El economista ha escrito al respecto en su blog y habla sobre la forma en que lee en esta charla con el periodista Ezra Klein (minuto 10:46):
Yo, pese a mis esfuerzos, leo a una velocidad menor que la de Cowen. Así que no publicaré posts de Lecturas innecesarias a diario, aunque intentaré hacerlo con una frecuencia similar. Por lo menos un par de veces a la semana.
Las piezas linkadas serán sobre todo en español e inglés, los dos idiomas en que leo con solvencia. Ocasionalmente habrá artículos en italiano, el otro idioma que puedo leer con comodidad y, muy rara vez, en francés, un idioma que no conozco tan bien como los otros pero en el que me esfuerzo por leer lo que puedo.
Esta es la primera entrega:
-En este reportaje The Washington Post revela que una falsa víctima de violación que trabajaba con The Veritas Project, un site de extrema derecha que busca desacreditar a medios y periodistas que consideran liberales, intentó tenderles una trampa.
-A propósito de esto último, es muy valiosa la pieza de la periodista Erin Gloria Ryan sobre los peligros que acechan al movimiento #MeToo.
-El periodista peruano Marco Avilés escribe una extensa y poderosa carta a otro escritor peruano, Renato Cisneros, explicándole los motivos porque debe sumarse a las campañas antiracismo que están teniendo lugar en Perú, así como las diferencias entre boicot y censura.
-El caso de La Manada en España, un grupo de amigos que violó una joven en los Sanfermines de Pamplona en 2016, es una de las historias más espeluznantes que he leído en lo que va de año. El juicio ha quedado visto para sentencia hoy jueves. Este artículo del periodista Manuel Jabois relata el contenido de la acusación fiscal. La periodista Lucia Lijtmaer resumía en esta columna la indignación que el caso ha despertado en buena parte de la sociedad española, sobre todo entre feministas. Uno de los periodistas que ha seguido el caso con más atención, Andrés Lozano, hace aquí un buen resumen. Y aquí otro reportero, Bras Cedeira, hace un retrato de los cinco violadores durante el juicio.
Hoy, mientras esperaba en la consulta del médico, vi a un niño pequeño leyendo. Muy pequeño. Tanto que es difícil creer que entendiera las palabras que había en las hojas que iba pasando despacio. Era un libro grande, con muchas ilustraciones y pocas palabras, pero el niño se detenía en esos símbolos con curiosidad. Los leía, o lo intentaba, y había algo fascinante en observar su esfuerzo y su asombro.
Yo también llevaba un libro entre las manos, y no sé si el niño se dio cuenta, pero ese detalle construía un puente entre nosotros, creaba una complicidad que por alguna razón me reconfortó.
Aprendí a leer a los cuatro años viendo televisión y azuzado por mis padres, quienes no solo tenían una surtida biblioteca en casa sino que pasaban buena parte de su poco tiempo de ocio con un libro o una revista en las manos. Desde entonces creo que no he pasado un solo día de mi vida sin leer.
Cuando tenía unos 10 años, un día entré a la habitación de mis padres y encontré a mi madre leyendo sobre su cama. ¿Qué libro es?, le pregunté, señalando uno de los clásicos volúmenes color vino de la editorial colombiana Oveja Negra que ella tenía entre las manos.
-El extranjero, de Albert Camus.
-¿Y es bueno?
-Sí, muy bueno. Puedes leerlo cuando lo termine.
Horas más tarde, cuando vi que mi madre había dejado el libro sobre su mesa de noche, me hice con él y empecé a leerlo en mi cuarto. No recuerdo bien si lo acabé ese mismo día o al siguiente. Lo que sí recuerdo es que el libro, o lo poco que pude entender de él a esa edad, me golpeó de forma similar a como el reflejo de la luz en el cuchillo del «árabe» golpeó en la frente a Meursault antes de que pegara cinco balazos.
Por esa misma época leí La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson por primera vez. Como ha ocurrido por más de un siglo con miles de lectores jóvenes, la historia de Jim Hawkins y el pirata Long John Silver me sedujo de inmediato.
Recuerdo que acabé esa primera lectura una tarde tumbado en mi cama, mientras el sol del suburbio limeño donde aún viven mis padres se apagaba a través de la ventana. Una o dos horas después, luego de cenar, regresé corriendo a mi habitación y volví a leerlo. Terminé de nuevo esa misma noche. Y volvería a leerlo tres veces más durante esa semana, siempre de noche en mi habitación.
Mi compulsión lectora se ha visto beneficiada desde la niñez por las pocas horas de sueño que necesito. A estas alturas de mi vida no sé qué ha sido primero: esa tenue y prácticamente inocua forma de insomnio o los libros.
Desde entonces, todo, o casi todo, lo que he aprendido lo he aprendido en negro sobre blanco. Cuando me he sentido solo, asustado, confundido e incluso desesperado he buscado compañía, cobijo, consuelo y respuestas en un libro o en artículos de revistas. Leer es mi manera de acercarme al mundo.
Cuando he debido enfrentarme a la depresión, el primer y más desconcertante síntoma ha sido siempre la dificultad para leer. ¿Cómo he superado o lidiado con el pavor que me produce ser incapaz de internarme en novelas, relatos o ensayos debido al caos que se apodera de mi cabeza presa de la depresión? Leyendo historietas de Calvin and Hobbes.
Una de las primeras veces que tuve que sentarme en un consultorio psiquiátrico, cuando el médico me pidió que le explicara cómo me sentía, qué ocurría dentro de mi cabeza, usé el siguiente simil:
Me gusta pensar que, de cierta forma, mi cabeza es una pequeña biblioteca donde las ideas, las palabras, las frases, los recuerdos, están ordenados en estantes a los que acudo cada vez que lo necesito, ya sea durante una conversación o cuando escribo frente a la computadora. Cuando estoy deprimido es como si alguien hubiera roto el foco desnudo que colgaba del techo y alumbraba la biblioteca; como si ese alguien, además, hubiera tumbado los estantes y regado todos los libros por el suelo. Y me encuentro a gatas y a oscuras buscando a tientas las ideas, las palabras, las frases, los recuerdos, que necesito y no aparecen por ningún lado.
Cuando algo nuevo me interesa, busco un libro sobre el tema. Cuando algo me sorprende, voy al archivo del New Yorker a ver si se ha escrito algo al respecto. Cuando descubro una pasión nueva, intento agotar la bibliografía disponible. Cuanto tengo miedo, cuando no entiendo, cuando me siento superado por lo que tengo delante cojo el teléfono, googleo y busco respuestas en un artículo o en la tienda de ebooks de Amazon o, cuando vivía en España, en ese mundo infinito que son las librerías de viejo (físicas u online).
Cuando leo, cuando encuentro lo que estaba buscando o cuando encuentro respuestas a preguntas que todavía no sabía que iba a formularme, me llena una sensación mezcla de vértigo y confort que no soy capaz de describirles. Pero imagino que no hace falta, que muchos de ustedes la comparten y saben perfectamente de lo que hablo.
*Publiqué una versión anterior de este texto en mi muro de Facebook en abril de 2013.