Cuando en 2012 me despedí del Máster de Periodismo ABC-Universidad Complutense de Madrid porque volvía a vivir a Lima, el entonces director de la escuela, Alfonso Armada, me preguntó: «Después de diez años aquí, ¿qué te sigue llamando la atención de España? ¿Cuáles crees que son los problemas más serios que tiene este país como sociedad?»
Alfonso es un grandísimo reportero, corresponsal para diversos medios en Nueva York, varias ciudades de África y Sarajevo (en 2015 publicó un libro sobre su paso por esta última ciudad y su famoso conflicto, que lastimosamente aún no he podido leer); además de fundador de una revista digital en la que he colaborado en un par de ocasiones: FronteraD. Durante su última etapa en el diario ABC, que acabó en marzo de 2017, dirigió el suplemento ABC Cultural.
Fue Alfonso quien me invitó a enseñar en el máster, donde dicté Crónica y reportaje durante tres años, y le estaré agradecido siempre por haberme brindado una de las experiencias más gratificantes y educativas de mi vida como periodista.
He mencionado esto varias veces en conversaciones con amigos y colegas, pero creo que nunca lo he dejado por escrito. Más allá del cliché de que el profesor aprende de sus alumnos tanto como ellos de él, lo que sí es cierto es que dictar un curso sobre aquello en lo que uno trabaja, sobre aquello a lo que dedica su día a día, es una escuela estupenda porque obliga a ver el propio trabajo con cierta perspectiva, a reflexionar sobre lo que hace en lugar de solo hacerlo, que es lo que ocurre casi siempre cuando uno se dedica a tiempo completo a un oficio tan demandante como este.
Durante esos tres años en el máster, hablamos bastante de esto último con Alfonso y otros profesores de la escuela, en particular con William Lyon, un periodista y editor norteamericano afincado en España desde hace décadas y autor de un pequeño e indispensable manual de escritura periodística.
Pero, además de todo eso que cuento párrafos arriba, Alfonso es un hombre tranquilo, al que muy pocas veces he visto u oído decir una frase más alta que otra, pese a que durante los tres años que enseñé en el máster nos veíamos por lo menos una o dos veces por semana y compartimos infinidad de charlas, discusiones y cañas. Esa calma para mí, preso de la vehemencia natural de mi carácter y el ímpetu de mis años 20, era una cualidad rara, que me despertaba a partes iguales admiración y extrañeza.
Ese día de abril de 2012, Alfonso me acompañaba de camino a la puerta, cuando con su sosiego habitual y esos ojos pequeños repletos de curiosidad que lo asemejan a Tintin, disparó la pregunta con que empecé: «Después de diez años aquí, ¿qué te sigue llamando la atención de España? ¿Cuáles crees que son los problemas más serios que tiene este país como sociedad?»
Me quedé pensando un rato, creo que mientras andábamos y dejábamos atrás el salón de clase, pegado a la redacción del diario, nos topamos con algún otro profesor y/o periodista, intercambiamos las cortesías habituales, y proseguimos el camino hacia la salida. Hasta que volteé y le dije, más o menos, lo siguiente: «La verdad. Lo que más me sorprende de España son los enormes problemas que su sociedad y sus intelectuales tienen para lidiar con la verdad. Es este un país que le rehuye de forma infantil a la verdad». Un tema, por cierto, al que Ramón González Férriz, entonces editor de Letras Libres en Madrid, y yo dedicamos miles de horas de charla y gintonics.
Alfonso asintió e intercambiamos pareceres al respecto durante unos minutos más, para darnos después un abrazo de despedida.
Quién me iba a decir entonces, días antes de subirme a un avión para regresar al Perú, el país que había dejado con 20 años recién cumplidos una década antes, que esos problemas con la verdad serían la norma en todas partes pocos años después. Y serían la norma hasta en los casos más absurdos, inverosímiles e insignificantes también en mi país, donde casi nadie está dispuesto a honrar el compromiso más básico que tenemos los periodistas con nuestros lectores: relatar hechos ciertos.
Es decir, lidiar con la verdad.
Nota: La fotografía de cabecera fue tomada por Miguel Lucas Prieto y publicada en una entrevista en el site negratinta.
Por alguna razón que desconozco, los domingos el algoritmo de Facebook parece ser más amable con el contenido publicado por medios que comparten mis contactos.
Este es el cuerpo de la nota como la publicó la página web del diario El País:
Un ciudadano ruso dado por muerto apareció inesperadamente en sus exequias más de una semana después de que la familia celebrara su supuesto entierro, informaron este viernes los medios rusos.
El insólito hecho tuvo lugar en la ciudad siberiana de Kémerovo, donde tras un incendio declarado en una vivienda particular, los lugareños dieron por muerto al dueño de la casa, llamado Serguéi.
Los supuestos restos de Serguéi fueron reconocidos por su hermana, tras lo cual la familia procedió al entierro del cadáver.
Nueve días después de los funerales, la familia volvió a reunirse para una comida en homenaje del difunto en la que por sorpresa irrumpió «el muerto».
En declaraciones a la prensa, el hombre dijo que vive cerca del lugar donde se declaró el incendio, sin que él se viera afectado, y se enteró de su propia «muerte» a través de un amigo, quien vio su tumba en un cementerio.
A raíz del error, el ruso vio como todos sus documentos quedaron invalidados y ahora únicamente tiene en sus manos un certificado de defunción para confirmar su identidad.
Las autoridades han puesto en marcha las correspondientes diligencias para aclarar el suceso y ayudar al afectado a recuperar su documentación.
La nota viene firmada por la agencia EFE:
Ya he escrito en algunaocasión acerca de la manera en que los medios de todo el mundo procesan la información que reciben a través de agencias noticiosas.
Pero, ¿qué es una agencia noticiosa?
Voy a dejar que la propia agencia EFE lo explique. Este texto se encuentra en la página de presentación del site de la agencia:
[EFE es] La primera agencia de noticias en español y la cuarta del mundo, con más de setenta años de trayectoria que avalan su imparcialidad, su potencia, su credibilidad y su inmediatez.
Una empresa informativa multimedia con una red de periodistas mundial, donde más de tres mil profesionales de 60 nacionalidades trabajan 24 horas al día desde más de 180 ciudades de 120 países y con cuatro mesas de edición en Madrid, Bogotá, El Cairo (árabe) y Río de Janeiro (portugués), para ofrecer sus productos a clientes en los cinco continentes.
(…)
EFE distribuye casi 3 millones de noticias al año en los diferentes soportes informativos: texto, fotografía, audio, video y multimedia, que llegan diariamente a más de dos millares de medios de comunicación en el mundo.
Ofrece instantáneamente desde su red mundial de delegaciones y corresponsalías, la visión latina del mundo en español, portugués, inglés, árabe, catalán y gallego.
Cuenta en España con delegaciones en las capitales de las 17 comunidades autónomas, además de Ceuta y Melilla, y subdelegaciones en otras ciudades españolas.
Tiene mayor número de lectores que cualquier diario de tirada nacional [en España, se entiende].
Más del cuarenta por ciento de la información internacional de agencias publicada en América Latina es de EFE.
EFE cuenta en América con 884 clientes.
Esos clientes de los que habla la agencia son redacciones de medios repartidas por todo el mundo. Las agencias noticiosas producen información que venden, por lo general a través de distintos paquetes de suscripción, a esas otras redacciones que pagan por el derecho a reproducir esas noticias, artículos, fotografías, videos, etc.
Las agencias de noticias son una institución casi tan antigua como el periodismo moderno. La primera agencia noticiosa del mundo fue creada en 1835 por un escritor y traductor francés llamado Charles-Louis Havas. Esa agencia, que tomó su nombre del apellido de su fundador, Havas, se convertiría un siglo después, en 1940, en la Agence France-Presse (AFP), la más importante del mundo francófono.
Once años después de fundada Havas en Francia, en 1846, cinco periódicos neoyorquinos –The Sun, The New York Herald, The New York Courier and Enquirer, The Journal of Commerce y The New York Evening Express– unieron esfuerzos para cubrir entre todos los gastos de cobertura que generaba la guerra México-Americana. De esa alianza nació Associated Press (AP), aunque durante sus primeros años de existencia, hasta 1892, se le conoció como New York Associated Press (NYAP).
Un breve inciso aquí, porque me gustaría ilustrar cuán antigua y estrecha es la relación entre agencias y diarios (o medios). El principal impulsor de esa asociación entre diarios neoyorquinos, la NYAP, fue Moses Yale Beach, propietario de The Sun. En 1835, Beach se había hecho con el control del diario, que había sido fundado un par de años antes por el hermano de su esposa: Benjamin Day.
¿Por qué es esto importante? Porque como expliqué en otro artículo, fue Benjamin Day, en The Sun, quien inventó el modelo de negocio que se convertiría en el estándar de la industria durante casi 200 años (hasta nuestros días) y que daría luz al periodismo como lo conocemos: el modelo ad-driven o basado en avisos publicitarios.
Sigo. La contraparte británica de Havas/AFP y Associated Press, y la tercera agencia noticiosa más importante del mundo, Reuters, nace también en el siglo XIX, en 1851. Fue fundada por Paul Julius Freiherr von Reuter, un ex empleado bancario e impresor de origen alemán, que trabajó brevemente en la agencia Havas en París entre 1848 y 1849 antes de regresar a Berlín donde fundó su propia agencia en 1850. Un año después, Reuter se mudó a Londres y abrió ahí, junto a la Bolsa de Valores londinense, una oficina de su agencia noticiosa, la hoy conocidísima Reuters.
Es esa antigua relación, así como los elevados estándares que las agencias noticiosas fueron desarrollando y manteniendo en sus casi dos siglos de existencia, lo que explica la confianza que los periodistas en redacciones de todo el mundo depositan en la información que estas producen. Por supuesto, también influye que los servicios de una agencia noticiosa no sean baratos y que, si están pagando por ellos, es evidente que los responsables de medios optarán por utilizarlos lo más posible para justificar el gasto. Por todo ello, como escribí ya alguna vez:
la información proveniente de una agencia suele ser tratada por los periodistas como ya confirmada y lista para publicar sin necesidad de verificación alguna.
Pero, ¿qué ocurre cuando tenemos medios en situación de recorte de gastos, con plantillas menguantes y, a la vez, una demanda creciente de «contenido» con que llenar las páginas webs y los distintos canales de redes sociales donde distribuyen la información que «producen»?
Ocurre que la información producida por estos medios se apoya cada vez más en la que producen las agencias noticiosas. Información que, de nuevo, no necesita verificación alguna y viene ya empaquetada y lista para su inmediata redistribución.
En 2016, un equipo de profesores de la Universidad Vrije (UV) de Ámsterdam y la Universidad Erasmo de Róterdam realizó un estudio para conocer el impacto de la información producida por la Algemeen Nederlands Persbureau (ANP), la principal agencia noticiosa de Holanda, en la cobertura política de los medios de ese país. El estudio se llama A Gatekeeper Among Gatekeepers y puede consultarse de forma gratuita aquí.
Sus hallazgos son fascinantes. Échenle un vistazo a este cuadro:
Fuente: A Gatekeeper among Gatekeepers. Journalism Studies. Kasper Welbers, Wouter van Atteveldt, Jan Kleinnijenhuis & Nel Ruigrok (2018)
Lo que los investigadores encontraron es que «en los cuatro diarios que contaban con una suscripción al servicio de ANP, entre el 50% y 75% de las noticias de índole política eran copias (parciales) de artículos de la ANP». Encontraron también que «alrededor del 85% de esas copias (parciales) habían sido publicadas dentro de la hora siguiente de publicada la nota de ANP». Lo dicho, contenido listo para ser redistribuido de inmediato.
Entre los medios analizados, los investigadores holandeses encontraron una sola excepción. El site de NRC Handlsblad, a diferencia de todos los demás, no publicaba «con frecuencia copias (casi) idénticas de los artículos de ANP». ¿La razón? NRC Handlsblad «no estaba suscrito al servicio de ANP en 2013».
Esto, claro, no ocurre únicamente en Holanda. En el libro Flat Earth News (que he citado ya en otra ocasión), publicado en 2009, el periodista británico Nick Davies trabajó con un equipo de investigadores del School of Journalism, Media and Cultural Studies de la Universidad de Cardiff para analizar unos 20 años de cobertura periodística en Inglaterra. Entre otras cosas, el equipo de la Universidad de Cardiff descubrió lo siguiente:
El 30% de las noticias de la sección País [o nacionales] publicadas por los cinco diarios más prestigiosos de Fleet Street [la histórica calle donde estaban antiguamente alojadas las redacciones de los diarios londinenses] eran reescrituras directas de notas provenientes de PA (Press Association, la otra gran agencia británica junto a Reuters) u otras agencias menores. Un 19% de las notas eran en buena medida reproducciones de lo publicado por esas mismas agencias. Y un 21% contenían elementos provenientes de ellas. Esto supone un total de 70% de artículos noticiosos que han sido escritos parcialmente o por completo utilizando notas de agencias, por lo general de PA.
Y es así en todas partes, como cualquier periodista que haya pasado por una redacción ha podido comprobar.
Lo que nos lleva de vuelta a Serguéi, el habitante ruso de la «siberiana ciudad de Kémerovo» que volvió de la muerte para sorprender a su familia y vecinos, según cuenta la agencia EFE y publicaron El País, ABC y el Heraldo en España, Televisa en México, RPP, El Comercio, América Noticias y Perú21 en Perú, así como Caracol Noticias en Colombia, entre otros.
Cada vez que me encuentro en la prensa con un hecho así de insólito, no puedo evitar preguntarme: ¿cómo sabe el redactor o redactora que eso ocurrió?
Así que volví a leer la nota de EFE. Les propongo que lo hagan ustedes mismos unos párrafos arriba. Tiene exactamente 200 palabras. Si se fijan con atención, verán que el primer párrafo indica que la noticia sobre Serguéi fue dada a conocer «este viernes [por] los medios rusos«. Más adelante, el redactor o redactora vuelve a aludir de forma oblicua a esos medios rusos. La nota consta de siete párrafos. El cuarto de los cuales inicia así: «En declaraciones a la prensa, el hombre dijo que…».
Ambas líneas nos invitan a pensar que el redactor o redactora de la agencia EFE no ha hecho sino reproducir lo que ha encontrado en medios locales rusos (¿Cuáles? ¿Cuántos?), pero a estas alturas opté por otorgarle a EFE, dado su prestigio, el beneficio de la duda.
Entonces, para intentar salir de dudas, decidí escribir a la delegación de EFE en Moscú. Según la propia página web de la agencia, la responsable de la delegación en Moscú es la periodista Céline Aemisegger*. Así que le envié un email a la dirección que aparece en esa misma página preguntando si ella había escrito ese artículo y si sería tan amable de compartir conmigo de dónde había sacado la información. Mientras esperaba su respuesta, empecé a indagar un poco más por mi cuenta.
Convendrán conmigo que la aparición de un hombre en sus exequias nueve días después de dado por muerto y enterrado, aun cuando su propia familia había reconocido el cadáver, es un hecho lo suficientemente curioso como para llamar la atención de la prensa de medio mundo. Por eso empecé a buscar si medios o agencias en idiomas distintos al castellano se habían hecho eco de lo ocurrido.
Primero busqué en francés. No encontré nada. Ni AFP ni ningún medio francófono había contado la increíble historia de Serguéi. Después lo intenté en inglés. Como expliqué antes, las principales agencias del mundo (AFP, Reuters y AP) utilizan esos dos idiomas.
Nuevamente, nada. Ni Reuters ni AP se habían interesado por el habitante ruso «vuelto» de la muerte. Ni ningún medio americano o británico (ni siquiera el Daily Mail o The Sun, tan aficionados a historias estrambóticas)
De hecho, encontré solo un medio en inglés que había reproducido la fantástica noticia del ciudadano de Kemerovo que había sorprendido a su familia al atender las exequias celebradas nueve días después de su muerte.
Como la misma nota indica, la información sobre Serguéi o Sergey publicada por Meduza provenía de Interfax, la principal agencia independiente (no controlada o pagada por el gobierno) de noticias en Rusia. Así que me fui a buscar la nota original.
Es esta:
Descuiden, imagino que su ruso es tan inexistente como el mío, por lo que me apoyé en Google Translate para saber qué es lo que Interfax tenía que contar de Serguéi el Renacido. La herramienta de traducción de Google suele funcionar mejor cuando trabaja desde otros idiomas al inglés, así que hice eso. Traduje al inglés, y de ahí me tomé la libertad de traducir yo mismo al español:
Un residente de Kuzbass, al que se creía muerto, asiste a «sus» exequias
Kemerovo. 17 de agosto. INTERFAX-SIBERIA – La investigación encontrará la identidad de un hombre que murió en un incendio y fue enterrado bajo el nombre de un residente de la ciudad de Kemerovo, informó a Interfax-Siberia este viernes el servicio de prensa de la oficina de investigaciones del Comité Investigador de la Federación Rusa en la región de Kemerovo.
«Se ha ordenado un examen genético para determinar la identidad del hombre que murió en el incendio», dijo la fuente.
De acuerdo a los medios locales, a principio de agosto tuvo lugar un incendio en un domicilio privado donde vivía un tal Sergey. El difunto fue encontrado en la casa, fue identificado por sus parientes, su muerte confirmada y el cuerpo enterrado. Nueve días después del funeral, los parientes de Sergey se reunieron para conmemorarlo. De pronto, Sergey apareció en la reunión. El hombre explicó que vivía cerca del accidente y que no sabía quién era el hombre encontrado en la casa quemada. Un amigo que había visto la tumba en el cementerio le dijo que lo habían «enterrado».
El servicio de prensa del Dirección General de la región del Ministerio del Interior explicó que el procedimiento para la identificación del cuerpo de una persona muerta en un incendio se realizó junto a un familiar del residente de Kemerovo de acuerdo a los requisitos establecidos por la ley.
«La información recibida de parte de los ciudadanos durante el procedimiento de identificación es la base legal para tomar decisiones sobre el entierro», dijo el portavoz.
De acuerdo a la prensa, este hombre con problemas de alcohol durante mucho tiempo ahora tiene como único documento un certificado de defunción. En un futuro cercano se realizarán las correcciones a la base de datos de la morgue y el registro civil, luego de lo cual será restablecido.
La nota de Interfax está fechada el 17 de agosto y cita, a su vez, a «medios locales». Así que me fui a buscar medios locales de la región de Kémerovo –también conocida como Kuzbass– que hubieran publicado la historia de Sergey en los días previos.
La nota más antigua, emitida el día 15 de agosto, y a la que hacían referencia todos los medios locales de Kémerovo es esta:
Corresponde al noticiero o telediario de la edición local de la Compañía Estatal de Televisión y Radioemisora de Rusia, conocido como Vesti-Kuzbass (Noticias Kuzbass). El titular de la nota televisiva es: Ciudadano de Kémerovo vino a visitar a sus familiares nueve días después del momento de su muerte. Aquí pueden verlo en su habitat natural, el site de Vesti-Kuzbass. El pie de la nota en el site dice:
Esta historia ocurrida en Kémerovo requirió la intervención de nuestros periodistas. Los parientes de Sergei Gapeev celebraban una ceremonia en su honor nueve días después de su muerte cuando este apareció este apareció sano y salvo. Resulta que la desconsolada familia había enterrado a una persona desconocida.
Gracias a ese pie y estas dosnotas de medios locales (que pude leer también gracias a Google Translate), que utilizan el reportaje televisivo como insumo principal, podemos conocer algunos detalles más de lo ocurrido:
El apellido de Serguéi: Gapeev –nombre completo en ruso: Сергея Гапеева–, ausente en la nota de EFE que replicaron todos los medios en español, y también en la de Interfax.
Fueron los vecinos de la vivienda quemada los que dijeron a la Policía que el cuerpo encontrado en ella se parecía a Serguéi Gapeev.
La policía llamó a los parientes cuando encontraron el cuerpo para que lo identificaran. La hermana de Gapeev, Alla Palagina, notó que el cadaver no tenía dientes, mientras que su hermano sí contaba con ellos. «[La policía] insistió en que era mi hermano. Pero yo nunca les creí. Ni siquiera lloré en el funeral», dijo la hermana a las cámaras de Vesti-Kuzbass. Pese a ello, la policía insistió y siguió adelante con los trámites para dar por muerto a Gapeev y enterrarlo.
Durante todo ese tiempo, Gapeev vivió en una casa muy cerca de sus parientes y recién se enteró de que «había sido enterrado» a través de un amigo que vio la tumba.
Fue ahí que decidió ir a buscar a su familia. «¿Cómo que me enterraron? ¡Estoy vivo, vivo muy cerca de aquí!», dijo Gapeev a sus familiares. Según él mismo, cuando entró a la casa donde estaban conmemorando su muerte nueve días después, el esposo de su hermana gritó: «¡Oh! ¡El fallecido ha venido!».
La policía sabía que Gapeev llevaba «un estilo de vida antisocial», eso y los problemas con el alcohol por los que era conocido en la localidad probablemente llevaron a los oficiales responsables a cerrar el caso cuanto antes, total, ya había un cadáver, y evitarse mayores complicaciones.
Los parientes de Sergéi Gapeev afirman haber gastado 30 mil rublos (alrededor de US$ 440) en su entierro, quieren recuperar el dinero y exigen que el muerto desconocido sea desenterrado.
Comparemos toda esa información, tan rica en detalles, con la escueta nota distribuida por EFE, que, de hecho, ni siquiera menciona el nombre completo del renacido Serguéi.
Pero, sobre todo, más allá de los detalles y testimonios fascinantes que revela el reportaje televisivo de Vesti-Kuzbass y que reproducen los medios locales rusos, la nota publicada por la agencia EFE miente, ya sea de forma dolosa o por ignorancia (me inclino por esta última), en un aspecto fundamental.
Este: «Los supuestos restos de Serguéi fueron reconocidos por su hermana».
¿Por qué miente? Porque ya el día 15 de agosto, la hermana de Gapeev, Alla Palagina, había dicho a la televisión que ella no reconoció el cadáver. Textualmente: «[La policía] insistió en que era mi hermano. Pero yo nunca les creí. Ni siquiera lloré en el funeral».
¿De dónde saca entonces el redactor o la redactora de la agencia EFE –cuyo cable no se distribuye sino hasta el día 17– que el supuesto cadaver de Serguéi había sido reconocido por sus familiares cuando no solo el día 15 la propia hermana había declarado a la televisión lo contrario, sino que los medios locales de Kémerovo se habían hecho eco de este detalle el día 16?
A la espera de la respuesta de la responsable de la delegación de EFE en Moscú, parece sensato asumir que la información de la agencia española proviene de la agencia rusa que citan todos los otros medios rusos que no citan el reportaje televisivo de Vesti-Kuzbass. Es decir, Interfax.
Esto decía la agencia rusa al respecto en su cable del día 17: «El difunto fue encontrado en la casa, fue identificado por sus parientes, su muerte confirmada y el cuerpo enterrado».
¿Qué otro dato tenemos para suponer que EFE basa su nota en el cable de Interfax? A diferencia de los medios locales rusos que citan a Vesti-Kuzbass como fuente, Interfax no menciona el apellido del reaparecido Serguéi. EFE tampoco lo hace.
Es decir, si mi deducción es correcta, nos encontraríamos ante una agencia noticiosa europea que utiliza información incorrecta e incompleta de otra agencia noticiosa europea y la distribuye a sus clientes en todo el mundo. Estos clientes, redacciones en Lima, Ciudad de México, Bogotá, Zaragoza o Madrid, confiando en los estándares de verificación de la agencia, publican la información sin más. Ya no solo sin verificarla, sino sin tocar una sola coma. Ninguno de esos medios ha pagado por esa sola nota, pero sí han pagado por un paquete o una suscripción que incluye, entre otras, esa nota incorrecta.
¿Cómo sabemos que, dentro de ese paquete, no hay más notas así? ¿Cuántas de esas, recuerden, «casi 3 millones de noticias al año» que distribuye EFE pasan por controles igual de laxos?
Puede parecer una trivialidad, un mero detalle. Pero las noticias, las historias, no están hechas solo de titulares llamativos. Las noticias, de hecho, se construyen sobre esos ladrillos que algunos descartan como simples detalles pero que yo prefiero llamar hechos.
Si miramos con un poco de atención, lo que Interfax y luego EFE han hecho, ajustando a su conveniencia narrativa uno de esos hechos, uno de esos detalles, es convertir en una nota curiosa, de color, en un –con perdón– cuento de Dostoyevski si se quiere, lo que en realidad es una historia sobre negligencia policial que afecta, de forma literal, la vida y la muerte de un puñado de personas.
¿Por qué lo hacen? Tengo una posible respuesta.
En un estudio de 2011, dos profesores de la Universidad de South California y la Harvard Business School analizaron la cobertura en medios recibida por las principales empresas norteamericanas que cotizan en bolsa. El estudio se refiere a la prensa y noticias económicas, pero hay un hallazgo que creo podemos extrapolar a la prensa en general –basta que echen un vistazo a su timeline de Twitter, su newsfeed de Facebook, abran el site de casi cualquier medio noticioso o busquen las llamadas secciones de «tendencias» de los diarios online– sin temor a caer en error. El hallazgo es este:
Encontramos que las noticias más sorprendentes recibían más atención de parte de las agencias noticiosas y, también, que eso aumentaba tanto la posibilidad de que esta noticia sea recogida por los diarios, así como influía en la cantidad de cobertura que estos le daban.
Dado que el contenido producido (y/o distribuido) por los medios debe competir por la atención de usuarios en ese torrente inagotable de información que son las redes sociales, las «noticias» no deben ser solo cada vez más llamativas sino que deben producirse cada vez más rápido. ¿Recuerdan lo que encontraron a propósito de esto último los investigadores holandeses que citaba muchos párrafos arriba?
Les refresco la memoria: «alrededor del 85% de esas copias (parciales) habían sido publicadas [por los sites noticiosos] dentro de la hora siguiente de publicada la nota de ANP». Es decir, casi de inmediato. En ese tránsito, por supuesto, la primera víctima son los procesos de verificación que aseguran que aquello de lo que se está informando sea cierto.
Dicho esto, ¿importa en realidad si los medios y agencias de noticias, instituciones hoy presas de la desconfianza de la ciudadanía, mienten ya sea en un asunto en apariencia tan baladí –pregúntenle a Serguéi Gapeev y su hermana si creen que este asunto carece de importancia– como este? ¿No es verdad que, a fin de cuentas, los medios han perdido ya una parte importante de su influencia y prestigio de cara a la ciudadanía?
Sí, es verdad. Pero lo que no han perdido aún es la capacidad para amplificar el alcance de un hecho convertido en “noticia” y, de esta forma, legitimarlo de cara a una buena parte de la audiencia. Puede que la audiencia dude de los medios, pero mientras se forma esa duda la información ya la alcanzó.
Pero, además, aunque los lectores duden, o incluso estén convencidos o sepan a ciencia cierta que la prensa miente o se equivoca respecto a un hecho que conocen, suelen extender el beneficio de la duda al resto de las noticias, aunque sea a regañadientes. Tras tantos años de relación medios-lectores, el beneficio de la duda siempre está ahí cuando pasamos la página o hacemos click en un nuevo link.
A esto último lo bautizó el escritor norteamericano Michael Crichton como «efecto amnesia de Gell-Mann» en honor a un amigo suyo:
En resumen, la amnesia de Gell-Mann ocurre así. Uno abre el periódico en un artículo sobre un tema que conoce bien. En el caso de Murray [Gell-Mann, el amigo de Crichton], la física. En el mío, la industria del espectáculo. Uno lee el artículo y ve que el periodista no entiende en absoluto de lo que está hablando, o no tiene la información correcta. Con frecuencia el artículo está tan errado que, de hecho, muestra la historia al revés, invirtiendo la causa y los efectos. Yo llamo a estas historias «las calles mojadas producen lluvia». Los diarios están llenos de ellas.
En cualquier caso, uno lee los múltiples errores de la nota con exasperación o hasta divertido, luego pasa la página y va a la sección Nacional o Internacional, y continúa leyendo como si el resto del diario fuera de alguna manera más riguroso acerca de Palestina que la tontería que acaba de leer. Pasamos la página y olvidamos lo que sabemos.
En parte debido a esto, la capacidad de los medios para amplificar el alcance de una noticia, una historia o un personaje sigue siendo gigantesca. Pregúntenselo sino a Donald Trump, que se benefició como nadie de la enorme publicidad gratuita que supuso la cobertura 24/7 que la prensa norteamericana le otorgó en la campaña presidencial de 2016.
Es por eso, por esa capacidad que aún no perdemos, por el poder de amplificación que aún tenemos, que es importante respetar el proceso, respetar las garantías y estándares que han servido para construir la confianza con ese ente que llamábamos antes lectores y ahora llamamos audiencia.
La prensa, incluidas las agencias noticiosas, puede que sea parte de la industria del entretenimiento, como he defendido en más de unaocasión. Pero no puede ser solo eso. Como dice la investigadora danah boyd, «la industria de medios debe asumir su responsabilidad por el rol que ha jugado a la hora de producir espectáculo por razones egoístas».
Léase, espectáculo por el mero espectáculo, por la dudosa promesa de una recompensa económica que supuestamente garantice su supervivencia, sin pensar en el valor informativo y, peor aun, sin cumplir, como ya he escrito alguna vez, con «los requisitos mínimos para que el trabajo que realizan sea considerado periodismo».
De lo contrario, ya no solo se trata de una agencia noticiosa europea copiando a otra agencia europea para engañar a sus clientes con contenido de dudosa calidad y aun más dudosa confección.
Se trata de toda una industria engañando a su audiencia. Toda una industria quebrando la confianza que tanto tiempo y esfuerzo y cabezas y manos costó construir.
Y, créanme, si no tenemos esa confianza, no tenemos nada.
*Corrección del viernes 24 de agosto: Me escribe un amigo corresponsal de un medio español en el extranjero para informarme de que, pese a lo que señala la página web de EFE, la periodista Céline Aemisegger no es aún la responsable de la delegación en Moscú actualmente. Según la información de este periodista, Aemisegger ha sido ya nombrada delegada de EFE en Moscú pero todavía no asume el puesto. He intentado averiguar quién es el actual jefe o jefa de delegación en Rusia pero me ha sido imposible. En todo caso, el email al que escribí solicitando información era un email con la denominación “efemos” (o sea, EFE Moscú) y no un email personal, así que imagino que corresponde a él o la responsable de la delegación independientemente de su nombre. Sigo esperando una respuesta a mi pedido de información. Lamento el error. Gracias.
Poco después después de publicada esta corrección, Céline Aemissegger me escribió a través de Twitter confirmando que, en efecto, aún no ha asumido el puesto de jefa de delegación de EFE en Moscú. Este es su mensaje:
Estimado Diego. No he asumido aún el puesto de responsable de Efe en Moscú. Lo haré el 1 de septiembre. Por eso nunca me llegó su correo. Quizás llegó al mail general de la delegación, que es el que figura en la página oficial de la agencia.
PD: Al momento de publicar este post y la posterior corrección, el o la responsable de la delegación de la agencia EFE en Moscú seguía sin responder a mi pedido de información.
La portada de la edición del 29 de julio de The New York Times Magazine, la revista dominical del diario neoyorquino, venía dedicada a la actriz Gwyneth Paltrow y su emporio del wellness, Goop:
La periodista Taffy Brodesser-Akner, que hace un mes había escrito un brillante perfil sobre el escritor Jonathan Franzen para la misma revista, se encarga ahora de desmenuzar con la misma inteligencia, sentido del humor, atención al detalle y un endiablado ritmo narrativo el emporio de estilo de vida y wellness que la famosa actriz californiana ha construido en los últimos diez años.
El perfil se titula «How Goop’s Haters Made Gwyneth Paltrow’s Company Worth $250 Million: Inside the growth of the most controversial brand in the wellness industry». Traduzco: «Cómo los haters de Goop hicieron que la compañía de Gwyneth Paltrow valiera 250 millones: Dentro del crecimiento de la marca más controversial de la industria del wellness«.
La prosa de Taffy Brodesser-Akner es tan afilada y el retrato que pinta –no de Gwyneth Paltrow sino de su empresa (como bien explica la periodista Anne Helen Petersen en la pieza de su newsletter que le dedica al perfil)– tan poliédrico y exhaustivo que podría dedicar varios centenares de palabras a abordar y desmenuzar el texto. Pero no quiero aburrirlos con una extensa y complicada exégesis más propia de un taller de narrativa de no ficción que de un post de este blog.
En lugar de eso, les recomiendo que lo lean. De momento solo está disponible en inglés, pero imagino que The New York Times en Español no tardará mucho en ofrecer una versión traducida.
Quiero sí detenerme en un único detalle de los muchos que me llamaron la atención. En uno de los muchos aspectos fascinantes que uno descubre y comprende al leer las casi ocho mil palabras escritas por Brodesser-Akner, y que está íntimamente relacionado con el objeto de este blog: el periodismo, como oficio e industria, en tiempos de Internet y redes sociales.
Superada la mitad del relato, Brodesser-Akner nos introduce en la breve colaboración que entablaron Goop y Condé Nast. Para quienes no lo sepan, Condé Nast es la casa editorial de revistas como Vanity Fair, The New Yorker, Wired y muchas otras publicaciones que se cuentan entre lo mejor de la prensa norteamericana.
La revista trimestral goop debutó en kioskos en septiembre de 2017. El joint venture entre la compañía de Gwyneth Paltrow y el gigante norteamericano de las revistas solo duró un número más, que apareció en enero de 2018. Después de eso, goop magazine desapareció.
GOOP #1, septiembre 2017
GOOP #2, enero 2018
Brodesser-Akner se adentra en el divorcio entre Goop y Condé Nast:
En un principio, parecía [la unión entre Goop y Condé Nast] un encaje perfecto. «Goop y Condé Nast son socios naturales, y me entusiasma mucho que ella [Gwyneth Paltrow] esté trayendo su visión a la compañía», dijo Anna Wintour, directora artística de Condé Nast y directora de Vogue, cuando se anunció el acuerdo en abril de 2017. La publicación sería una colaboración entre ambas empresas: contenido de Goop supervisado por un editor de Vogue.
Pese al entusiasmo de Wintour, las diferencias entre lo que la empresa que ella representa y lo que la compañía de Gwyneth Paltrow –que nació como un newsletter de recomendaciones en 2008 y se convirtió de forma progresiva en un site de lifestyle, una empresa de productos brandeados y una tienda virtual– entendían por «contenido» eran mucho más profundas de lo que, parece, Condé Nast y sus responsables habían anticipado.
Cuando Brodesser-Akner pregunta a Paltrow por la ruptura, esta responde:
«Fue increíble trabajar con Anna. La adoro. Es una ídola total para mí. Nos dimos cuenta de que cada quien podía hacer un mucho mejor trabajo en su propia casa. Creo que, en nuestro caso, tiene que ver con que a nosotros realmente nos gusta trabajar donde sentimos que nos encontramos en un espacio expansivo. En un lugar como Condé [Nast], de forma comprensible, hay muchas reglas.»
Y aquí empezamos a acercarnos a la parte que me interesa:
Las reglas a las que se refiere son las reglas tradicionales en el negocio de las revistas. Todas ellas estrictamente respetadas en una institución como Condé Nast. Una de esas reglas indica que no podían utilizar la revista como parte de su estrategia de «comercio contextual». Querían [los responsables de Goop] vender productos de Goop (junto a otros productos, como hacen en su site). Pero Condé Nast insistió en que debían conservar un enfoque editorial más «agnóstico». La compañía publica revistas, no catálogos. Pero, ¿por qué?, G.P. [Gwyneth Paltrow] quería saber. Paltrow quería que la revista fuera una extensión natural del site de Goop. Quería que los lectores pudieran hacer cosas como enviar un código por mensaje de texto para comprar un producto sin siquiera tener que abandonar su inerte posición de lectura para ponerse delante de la computadora. El cliente de una revista es también un cliente normal.
Las diferencias entre Goop y Condé Nast no se limitaban a dónde debían ubicar esa porosa frontera entre lo editorial y lo comercial.
…otra regla era, bueno, que la revista no podía ser sometida a fact-checking. Goop quería que goop magazine fuera distinta: que permitiera que las recomendaciones de la familia de doctores y sanadores de Goop se publicaran a través de entrevistas pregunta-respuesta sin ser disputadas ni discutidas. Esto no cumplía con los estándares de Condé Nast. Esos estándares requieren que las afirmaciones de la publicación sean respaldadas de manera tradicional por evidencia científica, como exámenes de doble ciego y estudios peer-reviewed. Las historias que Loehnen, ahora jefa de contenido de Goop, quería publicar tuvieron que ser reemplazadas a último minuto.
Al conversar con Paltrow, Brodesser-Akner descubre que la actriz y empresaria no entendía dónde residía el problema:
«Nunca realizamos afirmaciones», dijo [Paltrow]. Lo que quería decir es que nunca afirman que lo que estén diciendo sea un hecho [«fact» en el original]. Lo único que hacen es preguntar a fuentes no convencionales algunas preguntas interesantes. («Solo estamos haciendo preguntas», me dijo Loehnen). Pero, ¿qué significa «realizar afirmaciones»? Hay quien diría –entre ellos, sin duda, sus antiguos socios de Condé Nast– que significa otorgar una plataforma sin filtro a la superchería y charlatanería. Ok, ok, ¿pero qué es charlatanería? ¿Qué es superchería? ¿Se trata de afirmaciones que no han sido objeto de análisis de doble ciego o estudios peer-reviewed? ¿Cierto? Claro. Ok. G.P. [Gwyneth Paltrow] diría, entonces, ¿qué es la ciencia? ¿es esta completamente abarcadora y altruista e infalible y actúa siempre en el interés de la humanidad?
Voy a detenerme ahora en esas palabras de Gwyneth Paltrow, fundadora de Goop, y de Elise Loehnen, la ahora jefa de contenido de la empresa:
«Nunca realizamos afirmaciones», dijo [Paltrow]. Lo que quería decir es que nunca afirman que lo que estén diciendo sea un hecho [«fact» en el original]. Lo único que hacen es preguntar a fuentes no convencionales algunas preguntas interesantes. («Solo estamos haciendo preguntas», me dijo Loehnen).
¿A qué les recuerdan esas palabras?
«Nunca realizamos afirmaciones».
«Solo estamos haciendo preguntas».
¿Qué otros productores de contenido hablan así? ¿Qué otros productores de contenido demuestran un desprecio similar por los procedimientos editoriales de verificación que siempre ha respetado y respeta el mejor periodismo?
Lo divertido es que seguramente todos esos periodistas y editores que tan alegremente se escudan y excusan cuando son pillados in fraganti incumpliendo los requisitos mínimos para que el trabajo que realizan sea considerado periodismo –sin importar si lo hacen en un pequeño medio local, un site nativo digital o una legendaria cabecera–, se escandalizarían si se les compara con esa magnate de las pseudociencias y la charlatanería que es Gwyneth Paltrow.
Pero no, gracias a ellos y su irresponsabilidad, y al extraordinario trabajo de una periodista como Taffy Brodesser-Akner, podemos finalmente decirlo con todas sus letras:
Gwyneth Paltrow, periodista.
Bienvenida al gremio.
Pd: Si quieren entender un poco más acerca de lo que es el proceso de fact-checking o verificación de datos habitual en las grandes revistas norteamericanas, los invito a leer este estupendo reportaje escrito por Bárbara Ayuso y Borja Bauzá para la revista española Jot Down.
Como imaginarán los que han leído algo del trabajo que vengo haciendo y que se ha convertido en este libro, esta va a ser una velada crítica y un tanto dura con mi oficio, habrá quien piense que hasta pesimista. Yo prefiero pensar que, más que de pesimismo, se trata de un optimismo interrogador.
Así que antes de empezar con los palos, me gustaría celebrar el trabajo periodístico que merece la pena celebrarse y pedir un aplauso para mis dos presentadoras, Nelly Luna de Ojo Público y Romina Mella de IDL Reporteros, dos de las mejores periodistas que conozco, dos periodistas gracias a cuyo trabajo este país es mejor, o menos peor, vamos a ser sinceros. Trabajo que hemos podido ver, en todo su esplendor, estas últimas semanas y que ha remecido hasta el tuétano nuestra delicada y maloliente institucionalidad.
No pensaba escribir nada para hoy, pero esta mañana me acerqué a una librería porque estaba buscando un libro que no encontré ayer en la feria. En esa librería tienen junto a la caja mi libro y esta taza. El dueño es amigo mío, no se vayan a creer que soy tan importante. Mientras pagaba el librito que compré y bromeaba con el dependiente acerca de cuántas tazas se habían vendido, un señor a mi lado, que había pagado ya su compra, me miraba intrigado. «Es mi libro», le dije. «Y mi taza». El tipo leyó el título y el subtítulo.
«¿Hablas solo de los medios digitales, por lo del algoritmo, digo, o también de los medios impresos?», me preguntó.
«En realidad hoy todos los medios son ya digitales, aun cuando tengan un pie a cada lado. Ocurre que el negocio impreso ha volado por los aires, y el negocio digital es todavía un misterio para todos. Un misterio que, ahora mismo, nadie parece que vaya a resolver».
«Bueno, me dijo, el negocio ha sido vivir del Estado, cobraban millones en publicidad de los gobiernos, sobre todo los miembros del cartel mediático, que actúan como sicarios mediáticos a sueldo».
«Cartel o sicariato mediático son términos un tanto exagerados», le dije. «Y, además, eso no es así. La publicidad estatal es –o era– una parte de los ingresos de los medios. No toda, ni mucho menos. Y pese a que en ocasiones se utilizaba con una discrecionalidad sospechosa, los medios brindaban un servicio a cambio: informar a los ciudadanos de políticas y programas de estado, así como publicitar iniciativas que era importante dar a conocer. El problema, en realidad, es que el modelo de negocio entero está en crisis».
«¿No serás caviar tú, no?, me soltó con una media sonrisa. «Yo he trabajado en prensa, he trabajado en un medio del cártel mediático, conozco el monstruo por dentro. A mí no me van a contar cuentos».
«Yo sé que la tentación conspiranoica es muy poderosa, pero créame que en la gran mayoría de casos, la gran mayoría de veces, no se trata de una conspiración guiada por intereses empresariales o ideológicos, si no de mera incapacidad para comprender los profundos cambios de la industria y la repercusión que esos cambios han traído, en poquísimo tiempo, a la forma de producir, distribuir y consumir información. Ya conoce el dicho: no atribuya a la malicia lo que es perfectamente explicable por la estupidez».
Seguimos conversando durante unos 20 minutos. Nunca en mi vida había visto a este hombre, probablemente nunca lo vuelva a ver, y casi seguro estaremos en desacuerdo en infinidad de temas. Pero, pese a sus prejuicios, la rabia y sarcasmo mal disimulado con que esgrimía su teoría de la conspiración, su preocupación por la prensa era sincera.
El tipo, en efecto, había trabajado en una empresa de medios, estaba informado acerca de la actualidad política, estaba pasando su domingo por la mañana comprando libros en una librería (en uno de los países con menor índice de lectura de libros del continente), le preocupaba la polarización de la discusión pública y el Perú que estábamos construyendo entre todos, clase política, medios y ciudadanos. «Es así como empiezan las guerras civiles», me dijo en un momento.
Y, pese a todo esto, estaba más dispuesto a creer que existe una elaboradísima conspiración urdida por medios de comunicación, ONGs, periodistas a sueldo, políticos y hasta organismos internacionales para imponer una ideología «caviar» y desestabilizar el país, antes que aceptar que sí, en efecto, existen distintos actores en la discusión pública que defienden sus propios intereses, que algunas veces esos intereses coinciden, pero no siempre ni mucho menos, y que los medios, en realidad, la mayoría de las veces ven pasar la pelota de ping pong de un lado a otro de la mesa incapaces de entender o influir o explicar nada porque donde antes éramos árbitro, red y hasta la misma mesa, hoy somos a duras penas recogepelotas.
Como ese hombre hay miles sino millones de personas, en este país y en todas partes, a uno y otro lado del espectro ideológico, dueños de sus prejuicios, filias y fobias, como todos, que ven con preocupación que es cada vez más difícil discutir, que se ven ellos mismos incapacitados para mantener una discusión con alguien con quien discrepan acerca de lo que sea, y que ven, además, que muchísimos medios de comunicación, esos que antes albergaban y encauzaban esa discusión, han abdicado por completo de su trabajo. Y les asusta.
No entienden bien por qué, pero no saben que nosotros mismos, los periodistas o responsables de medios, tampoco lo entendemos, también estamos asustados y que, en la mayoría de los casos, estamos tan ocupados en sobrevivir que ni siquiera podemos concedernos el lujo de detenernos un momento para reflexionar al respecto e intentar salvar algo de la casa que vemos derrumbarse a nuestro alrededor.
Por eso escribí este libro. Para intentar entender. Porque no conozco otra manera mejor de pensar que leyendo y escribiendo, aunque sufra de forma absurda delante del teclado y mis editores me odien debido a ello. Porque adoro este oficio como adoro pocas cosas, porque creo que el mundo sería un lugar peor sin esto que hacemos. Y porque creo, sinceramente, que así como ese hombre con que me topé esta mañana en esa librería, y así como todos ustedes, que me han hecho el favor de venir hoy a acompañarme, allá afuera hay mucha gente con ganas de hacerse preguntas, con ganas de entender.
Espero que este libro a todos nos sirva un poco en ese empeño. Y, si no, bueno, al menos tendremos la taza para el café.
Pese a que intento evitarlo, de rato en rato todavía caigo en el newsfeed de Facebook atraído por fotos y memes compartidos por amigos. Desde que la red social de Mark Zuckerberg ha pasado a privilegiar ese tipo de contenido frente a artículos o links a medios, mi interés como usuario ha decaído.
Sin embargo, de tanto en tanto, mientras hago scroll abajo en el newsfeed, algo captura mi atención. Esta vez se trata de un post del Comando Plath que alguno de mis contactos, no recuerdo quién, había compartido. El post era este:
Para quienes no lo sepan, Comando Plath es un colectivo feminista peruano muy activo en redes sociales (cuenta también con un blog). Según su propia información en Facebook, se trata de «un grupo de mujeres escritoras, artistas e intelectuales cuyo fin es visibilizar nuestro trabajo y denunciar la violencia del sistema patriarcal». En su post las integrantes del Comando Plath criticaban un artículo publicado en la página web del Vicerrectorado Académico de la Pontifica Universidad Católica del Perú, titulado La otra cara de la corrección política o la muerte de la ironía.
Como el debate acerca de la corrección política y sus alcances en campus universitarios es uno de mis placeres culposos, y como además la Universidad Católica peruana se tiene a sí misma como uno de los máximos baluartes de los valores progresistas en el país, valores que en buena medida yo comparto, no pude evitar la tentación y di click.
El artículo había sido publicado el día 28 de junio y no llevaba firma. Es decir, al encontrarse en el site oficial del Vicerrectorado y no tener un autor específico, no es descabellado asumir que lo en él expuesto constituye una posición oficial de esta oficina de la Universidad Católica.
¿Qué es el Vicerrectorado Académico? Según su propia página web, se trata del órgano de la universidad «encargado de la conducción, gestión e innovación académica de la Universidad, tanto en el pregrado como en el posgrado, en las modalidades presenciales, semipresenciales y virtuales, además de la educación continua».
El artículo llevaba la siguiente bajada:
Las reivindicaciones identitarias en la universidad responden a una deuda histórica largamente vencida, pero ¿qué tipo de consecuencias podemos esperar frente a los rápidos cambios planteados?
Buena pregunta. ¿Qué consecuencias podemos esperar ante esas reivindicaciones? Por otro lado, ¿cuáles son esas reivindicaciones?
Nos lo aclara –es un decir– el primer párrafo (las negritas son mías, los links del original):
Los logros de justicia social en la forma de reconocimientos identitarios han tenido grandes repercusiones en las expectativas de los jóvenes sobre cómo debe ser su experiencia universitaria. Muchos estudiantes esperan que los discursos y prácticas que sostienen formas sistemáticas de opresión (discriminación de género, racial, por origen, etc.) tanto explicita como implícitamente sean pública e institucionalmente rechazadas. Esta es la posición que han adoptado numerosas entidades, por lo que han tomado medidas para identificar y sancionar a los profesores y alumnos que comentan faltas (ver 1, 2 y 3). La reivindicación de poblaciones históricamente oprimidas y la visibilización de las formas de violencia que han sufrido son deudas largamente vencidas. Muchos campus universitarios están transformándose en espacios seguros para este reconocimiento y con buenas razones. Sin embargo, estos vertiginosos cambios pueden llegar a tener consecuencias no deseadas y generar un grave rechazo dentro y fuera de la comunidad académica. Debemos explorar cómo.
Pasemos un momento por alto esa prosa abigarrada. Se trata, entonces, de reivindicaciones de «poblaciones históricamente oprimidas» y de estudiantes que esperan que «formas sistemáticas de opresión (discriminación de género, racial, por origen, etc.)» sean rechazadas «pública e institucionalmente». Vale.
¿Y las consecuencias? Ahí lo dice. Se trata de «consecuencias no deseadas y [que pueden] generar un grave rechazo dentro y fuera de la comunidad académica». Consecuencias negativas. ¿No hay consecuencias positivas? Seguro, quién sabe. Aquí hemos venido a hablar de las malas. Ok. ¿Como cuáles?
Voy a reseñar brevemente las tres primeras. Haría falta otro post entero para cada una. La que me interesa, en realidad, es la última.
Según este artículo, obra del Vicerrectorado Académico de la Pontifica Universidad Católica del Perú, la primera consecuencia indeseable es que esa reivindicaciones –léase el «rechazo institucional y público a formas sistemáticas de opresión»– pueden ser perjudiciales debido a que «la respuesta de un grupo de la población estudiantil hacia este giro conceptual ha sido en ocasiones tremendamente violenta». Tremendamente violenta. Bueno.
La segunda consecuencia es que el avance de esas reivindicaciones –de nuevo, el «rechazo institucional y público a formas sistemáticas de opresión»– puede conducir a «la falta de diálogo entre diferentes facciones ideológicas y posiciones políticas al explotar la desfasada concepción de la universidad como santuario».
¿No es la universidad, léase sus órganos y profesores, quien debe promover ese diálogo? ¿Qué hace la universidad ante los escollos para el diálogo que puedan presentarse? ¿Echar la pelota a los alumnos para que no se excedan en sus reivindicaciones? ¿En serio?
Como tercera consecuencia, el artículo lista «un miedo latente de ser injustamente acusado de acoso y las consecuencias que tiene para las carreras profesionales de las mujeres». Y prosigue:
Se reporta que, en ciertas ocasiones, profesores hombres rechazan o evitan la mentoría a estudiantes mujeres a partir del riesgo de verse implicados en escándalos que puedan repercutir en sus carreras
Existe, dice más adelante un «temor generalizado». ¿Cuán generalizado? ¿Hay casos reportados en las universidades peruanas? ¿En la Universidad Católica? ¿Cuántos? Lo ignoro, y parece que el redactor anónimo del artículo también porque no se nos dice por ningún lado.
Pero, ya saben, el asunto de fondo es que si hay profesores que rehuyen a sus obligaciones –ejercer de mentores de estudiantes– es culpa de la «reivindicación de poblaciones históricamente oprimidas y la visibilización de las formas de violencia que han sufrido». ¿De verdad?
Finalmente, y aquí es a donde quería llegar, dice el artículo del Vicerrectorado Académico que «vemos una cierta supresión de libertades de los estudiantes sobre su producción académica».
¿Dónde? Hay que detenerlo. Esto sí es intolerable. ¿Quiénes son estos estudiantes? ¿Cuántos casos hay reportados? ¿De qué manera se está suprimiendo la libertad en la «producción académica» de estos alumnos?
Así:
Universidades australianas top (Queensland, Sidney, Griffith, Newcastle) están siendo severamente criticadas al ser reportado que se le resta puntaje a los estudiantes por no utilizar lenguaje inclusivo o no binario en sus trabajos. Esto incluye a palabras con el sufijo man tales como man-made o mankind; así como las descripciones de mujeres basadas en una posición secundaria ante alguien o algo tales como “esposa de”, “madre de”, etc. Julie Duck, la decana ejecutiva de la facultad de Humanidades y ciencias sociales de Queensland, justifica las medidas señalando que “se aconseja a los estudiantes evitar el lenguaje de género sesgado de la misma forma que se aconseja eviten el lenguaje racista, los clichés, las contradicciones [en realidad el original dice «contracciones»], los coloquialismos y la jerga en sus ensayos” (sic)
¿Quién es la fuente de la noticia?
The Daily Mail.
Como ya he escrito alguna vez, The Daily Mail no solo es una de las publicaciones en inglés más leídas del mundo sino también una de las que más noticias basura o fake news publica. Que un artículo de una prestigiosa institución universitaria cite a The Daily Mail como fuente de autoridad me puso en guardia. Así que di click y fui a leer la nota citada:
Traduzco:
La corrección política se vuelve loca:
Indignación debido a estudiantes que recibieron bajas calificaciones por utilizar las palabras ‘mankind’ y ‘workmanship’ en sus ensayos. Algunas universidades incluso han prohibido la palabra ‘she’
Las universidades están tomando medidas drásticas para parecer políticamente correctas
Los alumnos son sancionados por utilizar términos prohibidos
El sufijo ‘man’ es calificado como un término sexista y no es tolerado
Según uno avanza en la lectura de la nota, descubre que toda la información que la periodista Brittany Chain ha utilizado proviene de otro medio, aunque este detalle está hábilmente camuflado en este fragmento:
«La gente está perdiendo puntos por utilizar lenguaje de diario porque este no es de género neutral», dijo a The Courier Mail un estudiante de Política.
Así que di click y me fui a leer The Courier Mail. Este periódico australiano es un tabloide local propiedad del conglomerado de medios de Rupert Murdoch, News Corp. Cubre principalmente la ciudad de Brisbane en el estado de Queensland.
Como la lectura de The Courier Mail es solo para suscriptores, tuve que encontrar alguna forma de acceder al artículo que me interesaba. Lo conseguí a través de pressreader, una aplicación y servicio que permite acceder al contenido de distintos diarios del mundo. Ahí descubrí que la nota había sido portada de la edición del 9 de junio:
«El fin de la humanidad» gritaba el titular a cuatro columnas. En inglés puede utilizarse indistintamente «humankind» o «mankind» para referirse a la humanidad, de la misma forma que en español podemos decir «el hombre» o «los hombres» para referirnos al ser humano o a la humanidad en su conjunto.
El resto de la nota, que continuaba a doble página en interiores, decía así:
Las mejores universidades del estado están sancionando a sus estudiantes por el uso de palabras como «mankind» y «workmanship» aduciendo que son sexistas.
Debido a una prohibición dictada por la corrección política, los estudiantes están perdiendo puntos en sus calificaciones por utilizar «lenguaje binario», que incluye palabras como «she» (ella), «man» (hombre) o «wife» (esposa).
Alumnos de la Universidad de Queensland se han quejado de profesores que están persiguiendo el uso de palabras con connotación de género, y penalizándolo con la misma dureza que las faltas ortográficas.
La Universidad Griffith y la Universidad Tecnológica de Queensland también cuentan con políticas para el uso de lenguaje inclusivo que desaconsejan utilizar palabras como «mother» (madre), «housewife» (ama de casa) y «chairman» (presidente).
(…)
Todas las principales universidades de Queensland exigen el uso de «lenguaje inclusivo» en ensayos, trabajos, conferencias y conversaciones. Un ejemplo de normas propias de un «estado niñera» criticadas con dureza por un furioso Simon Birminghan, ministro federal de Educación, así como por el líder de la oposición, Deb Frecklington. Otras palabras como «she», «man», «wife» y «mother» han sido prohibidas.
Estudiantes de la Universidad de Queensland se han quejado de profesores que les bajan las calificaciones por utilizar la palabra «mankind» en sus ensayos.
Un estudiante de Política fue sancionado por utilizar el pronombre gramaticalmente correcto «she» para referirse a un auto.
«La gente está perdiendo puntos por utilizar lenguaje de diario porque este no es de género neutral», dijo a The Courier Mail el estudiante, que pidió permanecer anónimo. «Me bajaron la calificación por utilizar «mankind»…y me referí a un auto de mi propiedad como ‘ella es mi orgullo y alegría'».
Un estudiante de ciencias recibió una baja calificación por utilizar «mankind» en un ensayo de filosofía del método científico. «Me bajaron 10 puntos, es una cosa tan estúpida que te bajen la calificación por esto. Escuché sobre una chica de otra clase a quien le bajaron la nota por utilizar las palabras «man-made» (artificial, hecho por el hombre) y «sportsmanship» (deportividad). Es un poco ridículo, no puedes prohibir todas las palabras que contengan «man».
El artículo escrito por la periodista Natasha Bita continúa así durante 1000 palabras. Más adelante, además de recoger los reclamos airados de los dos políticos citados arriba, Bita indica que el manual para escribir ensayos de la facultad de Ciencia Política instruye a los estudiantes para que usen «lenguaje de género neutral»:
«Debe evitarse el uso de ‘he’, ‘him’ o ‘his’ como pronombres estándar; no utilice ‘man’ para referirse a la humanidad en general», dice. «Tampoco deben usarse pronombres femeninos cuando se refiere a objetos inanimados, por ejemplo para referirse a una embarcación como ‘she'».
El manual al que hace referencia Bita puede consultarse aquí. Y estos son los dos párrafos que dedica a lo que podemos considerar corrección política:
Dos párrafos, que suman un total de 148 palabras, en un texto de 18 páginas.
¿Que dicen esos dos párrafos?
Traduzco:
Lenguaje de género neutral: Evite el uso de lenguaje de género específico, incluidos términos de género específico para grupos de personas así como la caracterización de grupos como masculinos o femeninos. Debe evitarse el uso de ‘he’, ‘him’ o ‘his’ como pronombres estándar; no utilice ‘man’ para referirse a la humanidad en general. Tampoco deben usarse pronombres femeninos cuando se refiere a objetos inanimados, por ejemplo para referirse a una embarcación como ‘she’.
Lenguaje no racista: Términos discriminatorios o prejuiciosos hacia grupos étnicos o raciales son inaceptables en la escritura académica. Cuando se refiera a las personas nativas de Australia, se debe usar el término ‘Aborígenes e isleños de Torres Strait». Al referirse a una persona que procede de una tradición cultural de habla no-inglesa o cuyo primer idioma no es el inglés debe utilizarse el término ‘tradición de habla no-inglesa». Por favor, utilice el término ‘comunidad Lesbiana, Gay, Bisexual, Tránsgenero, Intersexual y Queer’. También es apropiado utilizar el acrónimo LGBTIQ.
¿Significa esto que transgredir estas recomendaciones es motivo de sanción o de reducción en las calificaciones? No necesariamente. De hecho, en el mismo artículo la periodista de The Courier Mail cita a la decana interina de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Queensland, Julie Duck, quien explica:
La facultad no tiene una política de calificar negativamente a los estudiantes que utilicen lenguaje de género específico que vaya más allá de la forma habitual de calificar el uso de split infinitives, apóstrofes mal colocados, utilización errónea de las mayúsculas y demás. A los estudiantes se les aconseja evitar lenguaje de género binario en el mismo sentido que se les aconseja evitar lenguaje racista, clichés, contracciones, coloquialismos y jerga en sus ensayos. Cualquiera de estos asuntos tiene una repercusión mínima en sus calificaciones. Depende del contexto y alcance.
¿Justifican esas recomendaciones la indignación iracunda de los dos políticos citados por la periodista Natasha Bita? Difícilmente.
¿Justifican esas recomendaciones y guías en el uso del lenguaje en trabajos académicos un titular en portada a cuatro columnas como THE END OF MANKIND? Bueno, como poco, es una decisión editorial un tanto caprichosa.
¿Significa esto que, como indica el artículo de la página web del Vicerrectorado Académico de la Universidad Católica, existe una «supresión de libertades de los estudiantes sobre su producción académica»? Digamos que, por lo menos, es bastante discutible.
¿Se ha quejado algún alumno de la Pontificia Universidad Católica de que la «corrección política» suprime su libertad? No parece. Imagino que, si fuera así, el anónimo redactor de ese artículo en el site del Vicerrectorado Académico no perdería ocasión de mencionarlo.
¿Qué estudiantes sí se han quejado? Dos alumnos sin nombre de la Universidad de Queensland en Australia. Por cierto, esto según el artículo publicado por un tabloide australiano que, como he explicado líneas arriba, parece más interesado en atizar el fuego sensacionalista –soflamas airadas de políticos necesitados de focos mediáticos incluidas– que en relatar de forma rigurosa lo que ocurre en las universidades australianas con el fascinante debate sobre los alcances de lo políticamente correcto y el posible conflicto con la libertad de expresión y de cátedra.
No sé en Australia, pero en los campus universitarios norteamericanos sí está teniendo lugar un interesantísimo debate al respecto. Mucha prensa seria, así como varios intelectuales, están intentado explicar y profundizar en el tema. A uno y otro lado del espectro ideológico. Aquíhayunaseriedelinksquepuedenvisitar.
Por supuesto, eso no es lo que hace la pieza de Natasha Bita en The Courier Mail, en la que se basa toda la nota de The Daily Mail que rebota el anónimo redactor del Vicerrectorado Académico de la Católica.
¿Recuerdan cómo se llamaba el artículo en el site del Vicerrectorado Académico?
La otra cara de la corrección política o la muerte de la ironía.
En realidad, lo irónico –además de que en todo el texto no se explica en ningún sitio por qué estamos ante «la muerte de la ironía»– es que una institución académica del prestigio de la Pontificia Universidad Católica del Perú, que presume de brindar «una formación ciudadana, humanista, científica e integral de excelencia», trate un tema así de serio y complejo, en una comunicación institucional además, con esta ligereza.
ACTUALIZACIÓN
Horas después de publicado este post, en la tarde del jueves 5 de julio, la página de Facebook Novedades Académicas PUCP publicó un confuso comunicado titulado Sobre la controversia suscitada por el artículo: “La otra cara de la corrección política o la muerte de la ironía”
La mañana del viernes 15 de junio apareció en mi newsfeed de Facebook –un espacio cada vez menos hospitalario para el contenido noticioso gracias a los cambios de algoritmo de la red social– un titular que me distrajo por un momento de la fiebre mundialista.
Lo llamativo del titular, sumado a la penetrante –cof cof– mirada de Kevin Spacey, me obligaron a dar click en la «noticia».
Esto decía el primer párrafo del artículo de La Vanguardia que iba firmado con un «Redacción Barcelona»(las negritas son mías):
En Netflix se toman muy en serio el acoso y los abusos de índole sexualen los rodajes de sus producciones después de la controversia de House of cards por culpa del comportamiento de Kevin Spacey. Tanto es así que incluso está prohibido mirar otra persona durante más de cinco segundos, según informa The Independent.
Prohibido.
según informa The Independent.
El segundo párrafo continuaba (las negritas son mías):
Parece ser quelos principales responsables de los sets de rodaje han tenido que asistir a cursos para combatir y detectar el acoso en el trabajo y que se han establecido nuevas normas de conducta para mejorar la convivencia en el rodaje.
Parece ser.
Cursos para combatir y detectar el acoso.
Normas de conducta para mejorar la convivencia.
El tercer párrafo abunda en esas supuestas «normas de conducta» que, «parece ser», se han establecido en los rodajes de Netflix:
No solamente está prohibido quedarse mirando un compañero del equipo durante más de cinco segundos (lo que se percibe como “repugnante”) sino quetampoco se puede exceder en los abrazos, no se puede flirtear y no se puede ir pidiendo números de teléfonopor razones que no sean estrictamente profesionales.
¿Cómo se pasa de «parece ser» y unos «cursos para combatir el acoso» a afirmar que «incluso está prohibido mirar otra persona durante más de cinco segundos»?
Dado que la nota de La Vanguardia no menciona ninguna fuente –léase un testimonio, comunicado o documento interno– me fui a buscarla a The Independent. De donde el redactor anónimo del diario catalán, según propia confesión, había levantado la noticia. Ahí, me dije a mí mismo, seguramente encontraré a ese valiente whistleblowerque ha dado un paso al frente para terminar con la dictadura de lo políticamente correcto en una de las compañías de entretenimiento más grandes del mundo.
«Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos’ debido a enérgicas medidas por el #metoo».
Digamos, para ser generosos, que el redactor anónimo de La Vanguardia no le dio muchas vueltas al asunto. Pero eso no era lo importante. Lo importante era descubrir cómo sabía Christopher Hooton, editor de Cultura de The Independent, que Netflix había implementado estas ridículas y abusivas normas.
Estos son los tres primeros párrafos de la nota de The Independent (la traducción y las negritas son mías):
Netflix ha inplementado un nuevo curso contra el acoso, como resultado del movimiento #MeToo que ha sacudido Hollywood y ha afectado la producción de su show House of Cards.
Se habrían impuesto nuevas normas que, supuestamente, incluirían no mirar a nadie más de cinco segundos, así como la prohibición de abrazos prolongados, coqueteo y pedir el número de teléfono a un colega de trabajo.
«A todos se nos ha hablado de #MeToo», dijo un asistente de producción que trabaja en la nueva temporada de Black Mirror a The Sun.
«El personal de alto rango asistió a una reunión sobre acoso para enterarse de qué es apropiado y qué no. Mirar a alguien por más de cinco segundos se considera creepy«.
«No debes preguntar por el teléfono de nadie a menos que esa persona haya dado permiso de que su número sea distribuido. Y si ves algún comportamiento inadecuado, debes reportarlo de inmediato»
«La situación ha generado bromas en las que personas se miran unos a otros contando hasta cinco y luego desvían la mirada»
Habrían.
Supuestamente.
¿Cómo se pasa de «habrían» y «supuestamente» a titular «Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos'», cita textual entrecomillada incluida?
The Independent, de forma similar a La Vanguardia, dirige al lector a otro medio cuando toca atribuir la fuente. Esta vez, el link nos conduce al site del tabloide británico The Sun.
Convengamos en que, fiel al estilo de The Sun, el titular al menos tiene algo de gracia: un juego de palabras con una sílaba del nombre de la compañía, «flix», y la interjección inglesa «fuck» para empezar. Por lo demás, una cita textual (enmarcada en comillas simples) que indica que «se ha prohibido mirar fijamente, coquetear y dar abrazos». Normas que a juicio del redactor del titular son «delirantes» (barmy).
¿Qué más dice la nota de Stephen Moyes (quédense por un momento con ese nombre, ya volveré a él)? ¿Nos revela Moyes algo más de su fuente, algún detalle extra que nos invite a confiar en lo que afirma? ¿De dónde viene, en última instancia, la «información» difundida por varios sites noticiosos en inglés y medios en español como 20 Minutos, El Periódico, Clarín o el portal cinematográfico Sensacine, la «información» que hizo que incluso el influyente periodista mexicano Joaquín López Doriga mostrara su extrañeza por las «nuevas normas» de Netflix ante sus casi 8 millones de seguidores en Twitter?
Así comienza el artículo en The Sun (la traducción es mía):
Netflix ha prohibido a los miembros de sus equipos de rodaje mirar a alguien por más de cinco segundos con unas reglas delirantes.
Otras de estas normas incluyen no pedir los teléfonos de compañeros de trabajo y exhortar al personal que sienta que está siendo incordiado: ¡Detente! ¡No lo vuelvas a hacer!
El resto del artículo no dice nada que no se hayan encargado ya de repetir The Independent, La Vanguardia y demás. En resumen:
Prohibido mirar a la gente más de cinco segundos.
No dar abrazos prolongados.
Si te sientes acosado, debes gritar: ¡Detente! ¡No lo vuelvas a hacer!
No se debe pedir el teléfono de un compañero de trabajo a menos que esa persona haya autorizado que se haga público su número.
Reportar los comportamientos inadecuados o no consentidos.
El personal de alto nivel ha debido asistir a reuniones sobre acoso.
¿Explica el periodista Stephen Moyes de dónde procede la información? No. Moyes zanja la cuestión con un escueto «an on-set runner said». Léase, «dijo un asistente de producción». Y ya.
La nota va ilustrada con dos imágenes. La primera es una imagen de stock atribuida a la agencia Associated Press:
Ojo a ese pie de foto: «Aparentemente a algunos trabajadores de Netflix se les ha pedido que asistan a reuniones sobre acoso».
Aparentemente.
La segunda imagen es esta, una especie de cartel o panfleto con las supuestas «nuevas normas»:
¿Es ese supuesto cartel o panfleto un documento interno de Netflix? ¿Es esa la prueba de las «normas delirantes» impuestas por la compañía?
No. Es una imagen armada por un diseñador del diario en base a la información proveniente de ese supuesto «asistente de producción. ¿Cómo lo sé? Primero, porque Moyes no hace alusión alguna al cartel en su nota. Es más, a diferencia de la otra imagen, esta no lleva ni siquiera pie de foto. Pero, además, si uno descarga la imagen de la web de The Sun, podrá ver que el archivo lleva el siguiente nombre: jh-composite-graphic-p11-netflix.jpg. Composite. O sea, una imagen compuesta a partir de distintos materiales.
Lo que sí dice el artículo de Stephen Moyes es qué respondieron en Netflix cuando se les preguntó por las supuestas normas y talleres sobre acoso. En un comunicado oficial la compañía dijo:
Estamos orgullosos de los cursos contra el acoso que ofrecemos en nuestras producciones. Queremos que todos nuestros rodajes sean espacios de trabajo seguros y de respeto. Creemos que los recursos que ofrecemos empoderan a las personas en nuestros sets para que alcen la voz, y no deben ser trivializados.
El comunicado no dice nada específico sobre las supuestas normas que prohiben miradas o abrazos prolongados. Pero en otro artículo, este publicado por el site Quartz, la periodista Leah Fessler contacta a una representante de Netflix para preguntar si «en realidad habían instituido una regla de no mirar fijamente por más de cinco segundos». La representante, por supuesto, respondió que esa regla no existe, pero «la recomendación fue discutida en una de las sesiones de un taller contra el acoso».
Los invito a hacer un experimento. Levanten la vista de la pantalla donde están leyendo esto y miren fijamente, contando hasta cinco en la cabeza, a la primera persona que tengan delante. No sé si serán acusados de acoso, pero es probable que hagan pasar a esa persona un momento incómodo.
¿Es una locura que una empresa que ha debido lidiar hace poco con un serio escándalo de acoso protagonizado por uno de sus más conocidos colaboradores sugiera a sus trabajadores, en el marco de otras recomendaciones, evitar a otros colegas esa incomodidad?
A fin de cuentas, todo este artículo podría resumirse así:
–¿Tienen constancia Stephen Moyes, Christopher Hooton o el redactor anónimo de La Vanguardia de que Netflix haya prohibido mirarse por más de cinco segundos o abrazarse a su colaboradores? No.
–¿Afirma la única fuente anónima mencionada, «un asistente de producción», que Netflix haya impuesto esas supuestas normas? No.
En realidad, si uno lee con atención lo que Moyes dice que su fuente dijo, en citas textuales, es:
«Se nos habló a todos sobre #MeToo»
«El personal de alto rango asistió a una reunión sobre acoso para enterarse de qué es apropiado y qué no. Mirar a alguien por más de cinco segundos se considera creepy«.
–¿Significa eso que Netflix ha instaurado normas que prohiben a sus trabajadores mirarse los unos a los otros por más de cinco segundos? No
Entonces, ¿por qué The Sun, The Independent, La Vanguardía y cía escriben artículos donde afirman lo contrario?
Bueno, se llama clickbait, amarillismo, fake news, y lo he discutido in extenso endistintosartículos de este blog.
De hecho, el periodista de The Sun y artífice principal de este falso drama, Stephen Moyes, es todo un experto en la materia.
–Aquí Moyes y su colega Alex Diaz aseguraban que había una campaña de activistas anti-armas de fuego para que el extremo del Manchester City Raheem Sterling fuera separado de la selección de fútbol inglesa debido a un tatuaje de un rifle M16 que el futbolista luce en la pierna derecha:
El único testimonio contra el jugador, además de un par de tuits, era el de Lucy Cope, responsable de una pequeña organización (no cuenta ni siquiera con página web) llamada Mothers Against Guns (Madres Contras las Armas de Fuego), quien decía que «el tatuaje es repugnante» y que Sterling debía ser apartado de la Copa del Mundo a menos que se lo retirara.
¿Puede afirmarse a partir de ese único pedido que hay una campaña para que Sterling fuera apartado de la selección menos de un mes antes del Mundial de Rusia? No. Pero qué más da.
–Aquí pueden disfrutar de otro de los grandes éxitos del periodista Stephen Moyes:
«La mansión de Adele está ‘embrujada'». Imagino que no hace falta que prosiga.
Bueno, ese es el autor y ese es el medio que afirmaban hace un par de días que Netflix había prohibido los abrazos y las miradas prolongadas a sus trabajadores por culpa del #MeToo.
Sí, claro.
ACTUALIZACIÓN
Mientras escribía este artículo intenté contactar con los periodistas cuyas notas dieron origen a ese sinfín de artículos clonados que convencieron a parte de la audiencia de redes sociales de que Netflix estaba imponiendo unas ridículas normas de conducta en sus rodajes.
Por suerte, uno de ellos me respondió. Le escribí a Christopher Hooton, editor de Cultura de The Independent, el día 15 a través de un mensaje directo de Twitter, en el que le decía que tenía algunas dudas sobre su artículo y me gustaría hacerle algunas preguntas.
Hooton me contestó horas después, amablemente, pero diciéndome que el reporte original venía de The Sun, «así que no sé cuánto podré ayudarte».
Mis preguntas eran muy simples:
Entonces, ¿no chequeaste la información, tan solo te limitaste a citar el artículo de The Sun?
La nota de The Sun era bastante sospechosa, ¿no te parece? ¿Por qué reproducirla sin el procedimiento de verificación necesario?
Hooton, en un mensaje posterior, me dijo que pidió a Netflix que refutaran el reporte de The Sun, pero «se negaron a hacerlo, y en su lugar emitieron un comunicado donde defendían sus cursos contra el acoso».
A lo que yo repliqué:
Pero «cursos contra el acoso» no es lo mismo que «Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos’ debido a enérgicas medidas por el #metoo», que es como iba titulada tu nota. Aun así, ¿sigues respaldando lo que escribiste?
En su último mensaje, la mañana del lunes 18 de junio, Hooton respondió:
Sí. En la nota se enfatizaba que estaba basado en la información de otro artículo y se le dio a Netflix la oportunidad de responder, se les pidió que refutaran lo dicho sobre esas técnicas específicas y se negaron a hacerlo. Gracias.
La razón por la que insistí con Hooton es porque no se trata de un mero redactor atado a una silla, con la mirada clavada en su newsfeed o una pantalla de televisión, que poco puede hacer ante las exigencias de tráfico y artículos virales de sus superiores. No es que un redactor no tenga responsabilidad por aquello que escribe, pero sí es cierto, como saben quienes han trabajado en una redacción, que la responsabilidad exigible a un redactor –así como su poder de decisión– no es igual a la que pesa sobre los hombros de un editor.
Hooton, como señala la página web de The Independent, es editor de Cultura del diario.
Pese a ello, opina que basta con una llamada a la parte afectada y una respuesta negativa ante la pregunta planteada, para publicar un artículo completamente basado en un único y confuso testimonio de una fuente que él mismo desconoce.
¿Tiene constancia Hooton de que Netflix ha impuesto las normas que señala en su artículo? No, ninguna. ¿Le consta que The Sun, el medio al que cita, haya verificado ese confuso testimonio que, como ya expliqué, en realidad no afirma lo que su titular grita con tono acusatorio? No, tampoco. ¿Es lo mismo realizar cursos contra el acoso en los que se discute sobre qué es apropiado y qué no en el ambiente laboral que imponer normas ridículas como «prohibir abrazos o miradas de más de cinco segundos»? Evidentemente no. ¿Basta que Netflix se niegue a responder sobre un detalle concreto de esa acusación para lanzarse a afirmar lo contrario en un artículo? No, por supuesto que no.
Entonces, ¿por qué si ni The Independent ni The Sun disponen de evidencia alguna para respaldar sus acusaciones, siguieron adelante con esos artículos aun cuando Netflix explicó en el comunicado que no estaban más que realizando talleres contra el acoso?
Porque para esos medios, al parecer, contar que una gigantesca compañía internacional que recientemente ha debido enfrentar un escándalo de acoso se toma en serio el asunto, busca prevenir futuros daños y mejorar la convivencia entre sus colaboradores no es noticia suficiente. Aunque sea verdad. Porque, ya conocen el dicho, que la realidad no te estropee un buen titular. Aunque sea mentira.
A diferencia de lo que ocurre en países vecinos como Argentina o Brasil –e incluso Chile, donde desde 2017 existe una Feria Nacional del Libro de Fútbol Chileno–, en el Perú la pasión futbolera no ha sido trasladada con demasiada frecuencia ni éxito a la página en blanco.
Ya he escrito alguna vez que el Perú es un país poco dado a pensarse, casi alérgico a la reflexión y el análisis. Y el fútbol, nuestro fútbol, no ha sido la excepción.
Por suerte, la vuelta de la selección peruana al Mundial tras una ausencia de 36 años ha servido para espolear a un puñado de autores a saldar cuentas con la historia, pasada y reciente, de nuestro fútbol.
En la revista peruana H me pidieron que, además de comentar algunas de esas novedades, eligiera mis libros futboleros favoritos. Como H solo se publica en papel y en Perú, le pedí permiso a los responsables para publicar una versión algo distinta de ese listado en No hemos entendido nada.
Poeta, novelista, temido crítico literario, José Carlos Yrigoyen es, según sus propias palabras, un “obsesivo seguidor de la selección peruana”. Esa obsesión se ha transformado en un libro imprescindible para quienes, por cuestiones generacionales, no hemos conocido otra cosa que sufrimiento y decepción a manos –o patadas– de la blanquirroja. Y que, ahora, gracias a San Ricardo Gareca, Patrono de la Resurrección del Fútbol Peruano y Otros Imposibles, hemos recobrado la fe. Cincuenta años de historia que abarcan la época de gloria (1968-1982), o lo que puede entender por gloria un fútbol carente de títulos internacionales; así como lo que Yrigoyen ha llamado El hundimiento (1983-1986) y La época oscura (1987-2015). El libro concluye con los prolegómenos de la ya exitosa Era Gareca (2015-¿?).
Aquí Yrigoyen lee un fragmento de su libro:
2.-¡Hola Rusia! Joanna Boloña. 2018 Grijalbo.
La periodista Joanna Boloña, hoy en la pantalla de ESPN Perú, ha confeccionado una amena y exhaustiva guía de Rusia 2018 para no iniciados. La clasificación de la selección peruana a su primer mundial en 36 años ha generado una ola de entusiasmo en el país que ha excedido, por mucho, a los hinchas acérrimos. ¿Nunca le has prestado demasiada atención a la selección pero quieres sumarte al fervor popular? ¿No te interesa mucho el fútbol pero tienes curiosidad por saber cómo es vivir un Mundial en primera persona (o sea, clasificados) por primera vez? Boloña ha hecho bien su tarea, ha recopilado los datos, ha aterrizado esa información y se ha dado el trabajo de escribir este manual para ti.
Si ya son raros en el Perú los buenos libros sobre fútbol, la aparición del libro escrito por Hugo Ñopo y Jaime Cordero es comparable al aterrizaje de un Delorean llegado del futuro en plena Javier Prado. En el Perú, históricamente, el conocimiento futbolístico ha sido siempre un asunto limitado a la sabiduría popular, la pasión desaforada y el folklore de la superstición. Donde entrenadores y periodistas han hecho carrera a punta de «vamos chicos, jueguen como ustedes saben» y otras perlas del lugar común. La fórmula del gol, al igual que el comando técnico liderado por Ricardo Gareca, ha querido dotar a nuestro fútbol de todo eso que nunca ha tenido: rigor, sistema y conocimiento estructurado. En ese esfuerzo, Ñopo y Cordero han hecho uso de bases de datos, propias y ajenas, para ordenar la información disponible en estos tiempos de big data y otorgarle un sentido que les permite responder preguntas eternas como ¿existe la ventaja del local? ¿sirven de algo las cábalas? ¿cuán indisciplinados son los futbolistas peruanos? y ¿a qué demonios juega Perú?
En esta entrevista se puede ver a los autores comentando su libro:
4.-The numbers game: Why Everything You Know About Football is Wrong. Chris Anderson y David Sally. 2013 Penguin.
Chris Anderson y David Sally no podían haber elegido una mejor cita para empezar este libro. Corresponde a Bill James, un estadístico americano que revolucionó el baseball entre los años 70 y 90. «En el deporte, lo que es verdad es más poderoso que aquello en lo que crees, porque lo que es verdad es lo que te otorgará la ventaja necesaria». Fue el trabajo de James el que inspiró a Billy Beane, héroe del libro del periodista Michael Lewis Moneyball, interpretado por Brad Pitt en la adaptación cinematográfica. Anderson y Sally aplicaron el mismo espíritu estadístico a un deporte que, demasiadas veces, vemos reducido a un asunto de fe. De entre los muchos hallazgos del libro, quizá el más influyente ha sido el de la teoría del eslabón débil. La formulación es sencilla: a diferencia de otros deportes como el basket, el fútbol es un deporte de eslabón débil (weak link). Es decir, en el fútbol un equipo es tan bueno como su peor jugador. Está bien gastarse millonadas en Messi, Cristiano o Neymar, pero asegúrate de que tu equipo guarde algo para ese futbolista cuyo nombre la mayoría no recuerda, porque los títulos pueden depender de él. El libro está repleto de conceptos igual de reveladores y, en sus 400 páginas, acaba con infinidad de prejuicios y malentendidos que han pasado por verdades durante décadas y décadas de historia futbolística.
Aquí pueden ver un estupendo mini documental de FourFourTwo sobre cómo el uso de datos está cambiando la manera en que los equipos toman decisiones de management y sus sistemas de juego. Hablan, entre otros, Billy Beane, Chris Anderson y Natasha Patel, jefa de análisis de rendimiento del Southampton FC:
5.-Fútbol contra el enemigo. Simon Kuper. 1994. Orion/Contra
Simon Kuper escribe, sobre todo pero no solo, de fútbol para el Financial Times. Esa columna semanal y este libro, publicado originalmente en 1994, lo han convertido en uno de los escritores de fútbol más interesantes y seguidos del mundo. Kuper recorre veintidós países para contar la historia del impacto de política, nacionalismo, religión, autoritarismo, pobreza y cultura popular en el deporte más popular del mundo. Ojo a las páginas que dedica al famoso 6-0 de Argentina a Perú en 1978. La edición en español fue publicada por la editorial Contra en 2012, con prólogo del periodista Santiago Segurola.
Es sencillo, como su título: esta es la mejor crónica futbolística escrita en español que he leído. Andrés Burgo consigue en El partido una proeza narrativa difícil de igualar: aportar luz y nuevas lecturas a uno de los partidos más comentados de la historia del fútbol mundial. Este libro, para el que Burgo se sumergió en la hemeroteca, habló con varios protagonistas y estrujó sus recuerdos de fanático de la albiceleste, es el relato íntimo, a la vez histórico y personal, del encuentro que selló la leyenda del, posiblemente, mejor futbolista de todos los tiempos.
Aquí Burgo habla en una entrevista sobre el libro:
7.-Historias del calcio. Enric González. 2007. RBA
De 2003 a 2007, mientras fue corresponsal del diario El País en Roma, el periodista Enric González escribió una columna semanal llamada Historias del Calcio. Albert Camus escribió alguna vez que “después de muchos años en los que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”. El fútbol, más allá de un deporte, es una de las herramientas más útiles que tenemos para conocer a un país y sus habitantes. Pocos autores han aprendido la lección de Camus mejor que Enric González, para quien cualquier acontecimiento relacionado con el fútbol italiano era el gatillador perfecto para adentrarse en la psiquis e historia de un país apasionado por la pelota.
8.-Maldito United. David Peace. 2006. Faber and Faber/Contra
Quizá la mejor novela sobre fútbol que se ha escrito. El británico David Peace reconstruye los 44 fatídicos días que duró el legendario Brian Clough como entrenador del Leeds United en 1974. De Clough dijo Bill Shankly, otra leyenda del fútbol británico: “Este tipo es peor que la lluvia en Manchester, al menos Dios para de vez en cuando”. Peace narra la historia a través de la voz del propio Clough, que mientras fracasa al mando del Leeds recuerda sus días de gloria como entrenador del pequeño Derby County. Atención a la película de 2009 basada en el libro y dirigida por Tom Hooper, cineasta conocido por El discurso del rey y La chica danesa.
9.-Dios es redondo. Juan Villoro. 2006. Anagrama
Ensayista y narrador, cuando el mexicano Juan Villoro escribe de fútbol aúna tres cualidades que rara vez encontramos juntas en un escritor: la erudición del académico obsesivo, la finura del analista con mil partidos en la retina y el sentido del humor del hincha que conoce de cerca la derrota. Villoro sabe, como decía Bill Shankly, que el fútbol no es una cuestión de vida, sino que es más importante que eso. Si bien sus textos futboleros son tantos que se encuentran regados en diarios, revistas y páginas webs de todo el mundo en habla hispana, esta colección publicada en 2006 reúne lo esencial de su producción.
Aquí Villoro habla sobre la pasión futbolera en el festival Viva América de 2011:
10.-La pelota no entra por azar. Ferran Soriano. 2013. Granica.
Al día siguiente de que la lista que integraba Ferran Soriano junto a Joan Laporta ganara las elecciones de la junta directiva del F.C. Barcelona, un viejo directivo le dijo: “Chico, te daré un consejo: no vengáis aquí dispuestos a aplicar grandes técnicas de gestión, ni con voluntad de usar el sentido común, ni la lógica empresarial. Esto del fútbol es distinto, esto va de si la pelota entra o no entra. Si entra, todo va bien. Si va fuera, todo es un desastre. Es puro azar”. Soriano, que fue vicepresidente y director general del equipo catalán durante sus años más gloriosos y que ahora es director ejecutivo del Manchester City, escribió este libro para demostrar cuán equivocado estaba ese directivo. La pelota no entra por azar es un rara avis entre los miles de libros de management que se publican año a año, consigue escapar del mero anecdotario con finales felices y moraleja, así como de la autoayuda para ricos que dominan el género. Es un libro sobre fútbol, liderazgo y planificación que logra dotar a ese trinomio no solo de sentido sino que lo hace con inteligencia, de forma amena y asequible.
Aquí Soriano habla sobre el libro:
11.-Fiebre en las gradas. Nick Hornby. 1992. Gollancz/Penguin/Anagrama
Nick Hornby, como sabe cualquiera que haya leído alguno de sus libros, es un hombre de dedicado en cuerpo y alma a sus aficiones. Y, de sus aficiones, ninguna más importante que el fútbol en genera y el Arsenal F.C en particular. La memoir de hincha sufrido con la que todos los fanáticos del fútbol, a menos que sea hincha del Real Madrid, podemos identificarnos. Nota para hinchas literarios: El periodista Juan Carlos Ortecho, una de las personas que más conoce de fútbol en Perú (y anglófilo como yo), reniega de la traducción al español. Hornby, como ocurre con todos los autores dueños de una prosa coloquial y apoyada en los modismos locales, es un escritor que pierde bastante en el viaje de su inglés natal a nuestro idioma. Pero aún con ese handicap este libro es una pequeña joya.
En el descuento:
–Peredo Total. Daniel Peredo. 2018. Debate.
La voz de la selección peruana se apagó en febrero de este año, tres meses después de que gritara la clasificación peruana a Rusia 2018 y cuatro antes de que pudiera cumplir su sueño de narrar el regreso de la blanquirroja a la élite del fútbol mundial. Con buen tino, la editorial Debate publica una antología del periodismo escrito de Daniel Peredo, el que publicó en las páginas de El Bocón, la revista Once y El Comercio; una faceta mucho menos conocida que la de narrador televisivo. Yo mismo, que he leído el libro de un tirón, he caído en cuenta mientras pasaban las páginas que conocía varios de estos textos y que, sin embargo, no los asociaba con el autor de «si no sufrimos, no vale» y «un gol más va a haber». Como narrador en la tele, la magia de Peredo residía en un raro talento para conjugar la lectura inteligente del juego con el apunte preciso (y a ratos erudito) y la emotividad del hincha que conoce bien la ilusión y el sufrimiento. En sus textos el hincha deja paso al obsesivo acumulador de anécdotas, alineaciones y detalles, pero la rapidez mental que lo hizo famoso no se mueve de su sitio. Un par de botones, extraídos de uno de sus textos más antiguos: «La paciencia de Charún fue desesperante. Solo le faltó una cámara fotográfica para llevarse un recuerdo del tanto» y «Muchotrigo seguía olvidado en la punta derecha. Se debe haber hecho amigo del juez de línea de ese sector». Decía Timothy Garton Ash que el periodismo es la Historia del presente, y en este país tan poco amigo de la hemeroteca, donde las polillas se pegan festines con los archivos de los diarios, es un lujo contar con volúmenes como este, que nos pone delante de los ojos la memoria de nuestro pasado futbolero reciente.
Algunos libros que tengo pendientes:
–Todo Messi: Ejercicios de estilo. Jordi Puntí. 2018. Anagrama.
–Angels With Dirty Faces: The Footballing History of Argentina. Jonathan Wilson. 2016. Orion.
–Brilliant Orange: The Neurotic Genius of Dutch Soccer. David Winner. 2002. Overlook Books.
–Soccernomics: Why England Loses; Why Germany, Spain, and France Win; and Why One Day Japan, Iraq, and the United States Will Become Kings of the World’s Most Popular Sport. Simon Kuper y Stefan Szymanski. Edición ampliada para Rusia 2018. Nation Books.
En The New York Times en Español, el escritor Jorge Carriónrecomienda otros seis libros futboleros. Entre ellos, Treinta y seis años después, la crónica personal de un hincha sufrido escrita por el periodista peruano residente en Madrid, Toño Angulo Daneri. El libro ha sido publicado por la exquisita editorial española de no ficción Libros del K.O. Acaba de salir en España y estoy a la espera de conseguir uno.
Si me leen desde Lima, además de en las librerías clásicas como Sur, El Virrey, Ibero o Communitas, pueden encontrar varios de estos libros en una librería virtual especializada en títulos futboleros, DeContra.
*Una versión de este texto se publicó en el número 80, edición de junio de 2018, de Revista H en Perú.
Una de las cosas en que más pienso desde hace un buen tiempo, desde que empecé la escritura de No hemos entendido nada, es un tema que seguramente no le importa a nadie más, pero que a mí me supone un quebradero de cabeza.
Pienso, a veces, mientras leo y reflexiono sobre los enormes cambios en los hábitos de consumo de información, el sistema de producción de noticias y el ecosistema de medios, que una de las claves para comprender hacia dónde va el oficio periodístico y avanzar sin perder demasiado el norte se encuentra oculta en la respuesta a una pregunta que vengo haciéndome hace demasiados meses.
La pregunta es simple en su formulación. Pese a ello no he sido aún capaz de responderla de forma que me satisfaga. Llevo meses acumulando lecturas y aproximaciones al tema, recopilando notas, ejemplos y un sinfín de evidencia circunstancial. Acabo de comprobar que el borrador donde voy colocando links y ensayando ideas lleva abierto en el content manager de WordPress desde noviembre del año pasado. Y, en realidad, ese borrador inacabado es la segunda encarnación de un post que empecé a escribir meses antes y eliminé luego, cuando sentí por primera vez que no encontraba salida a la pregunta que planteaba.
La pregunta, como decía, es simple: ¿Para qué sirve un crítico cultural en tiempos de redes sociales?
Por supuesto, no soy, ni mucho menos, el único escritor intentando responderla.
Un autor que admiro profundamente, Alex Balk, editor y cofundador de ese oasis de inteligencia online que era The Awl (cerrado en enero de 2018), escribía en 2016 a propósito de Pete Wells, el crítico de restaurantes de The New York Times (lean, si pueden, a Wells, y lean también este perfil que le dedicó Ian Parker en The New Yorker), una pieza titulada El único crítico que importa. Balk hacía uso de su elocuencia y crudeza habitual para señalar aquello que muchos lectores piensan pero pocos nos atrevemos a decir en voz alta:
La crítica de libros es mala (lean tres reseñas del mismo libro y se darán cuenta de que todos los reseñistas usaron una cita idéntica del primer capítulo que de seguro se encontraba en algún lugar del dossier promocional adjunto a las galeradas, para luego esforzarse en demostrar que saben más del tema del libro que el propio autor, antes de emitir un veredicto habitualmente positivo); la crítica musical, en una época en la que todo el mundo puede escuchar cualquier cosa casi al mismo tiempo que el reseñista, es irrelevante; la crítica televisiva está llena de gente que siente que tiene que defenderse por pasar tanto tiempo viendo televisión e intenta de forma desesperada autoconvencerse de que la tv es la nueva literatura
Balk es excesivamente severo en su juicio adrede para reforzar su argumento, y de seguro más de un lector atento y curioso podría oponer ejemplos de críticos valiosos que escapan a esa cruel descripción. Pero ese no es el punto central de su artículo. El punto central es que, gracias a Internet y las redes sociales, la crítica profesional se ha vuelto irrelevante tanto para los lectores como para la industria que produce los artefactos culturales objeto de sus reseñas.
A propósito de eso mismo escribía hace casi un mes Rowland Manthorpe, editor de la edición británica de la revista Wired. En un ensayo titulado Childish Gambino and how the internet killed the cultural critic, Manthorpe explicaba que This Is America, el último video musical de Childish Gambino, alter ego del actor Donald Glover, lo había golpeado de tal forma que se puso a buscar inmediatamente artículos al respecto. Casi no encontró nada que estuviera a la altura de su curiosidad y apetito. «Quería profundidad. En su lugar, me topé con listicles«, escribe.
Párrafos después, Manthorpe resumía así la desconfianza y/o falta de interés con que el público (no) lee hoy reseñas o críticas hechas por un profesional:
En un mundo de opiniones candentes, la crítica es fría, lenta y distante. ¿Quién quiere oír acerca de una novela que nunca ha leído o una película que no va a ver o, en el caso del teatro, una obra a la que con casi toda certeza nunca asistirá? Quizá si tienes intenciones de comprar una entrada o una copia, pero en ese caso, ¿qué te garantiza que la reseña no vaya a arruinarte el final? La alergia a los spoilers en redes sociales es una sentencia de muerte para el trabajo crítico de cualquier tipo.
En el peor de los casos, una reseña es, a fin de cuentas, tan solo una opinión. Y cuando todo el mundo puede exponer su opinión el valor de esta se ve disminuido. Si uno quiere saber si vale la pena ver una película, tiene mucho más sentido ir a Rotten Tomatoes o dejar que Netflix le haga una recomendación. ¿Por qué depositar nuestra fe en una única voz cuando podemos confiar en los datos?
Líneas más adelante, Manthorpe explica el malentendido que reside en esa visión:
Es cierto, los críticos ponen calificaciones y recomiendan; pero, sobre todo, critican, y eso es algo muy diferente. Una buena reseña cata el aire cultural para descubrir el hedor de hipocresía, el aroma dulce de la verdad, la esencia de lo que está por venir. Una buena reseña es generosa, o cruel, pero nunca titubeante. Una buena reseña es, a su manera, tan valiosa artísticamente hablando como el objeto de la crítica.
Pensaba en todo eso la mañana del viernes 8 de junio, luego de que me despertara con la noticia de que Anthony Bourdain se había suicidado. Bourdain, como seguramente saben, es –me resisto a escribir era– un autor y presentador de televisión especializado en viajes y comida. El periodista gastronómico más importante e influyente del mundo en una época en que comer se ha convertido en el principal evento cultural de nuestras vidas.
Bourdain, saltó a la fama en el año 2000 con un libro de memorias sobre su trabajo como cocinero. Luego del éxito de Kitchen Confidential, se convirtió en una estrella televisiva, encadenando una serie de programas gastronómicos que lo llevaron a todos los rincones del planeta y le hicieron acumular seguidores en todos los idiomas.
El éxito de sus libros y shows televisivos convirtió a Bourdain no solo en una celebridad global sino en un hombre clave para entender la cultura popular de los últimos 20 años. Incluso si uno no ha leído jamás uno de sus libros o no ha visto un solo episodio de No Reservations (2005–2012)o Parts Unknown (en el aire desde 2013 hasta el día de hoy: la muerte de Bourdain ocurrió mientras grababa un episodio en Francia para la nueva temporada), difícilmente haya escapado a la influencia de este ex cocinero reconvertido en escritor que odiaba el brunch y popularizó el mantra según el cual no hay que pedir pescado los lunes en los restaurantes.
Bourdaines uno de los responsables de que hoy los chefs compitan en celebridad con deportistas y estrellas de cine, de que nuestro feed de Instagram esté repleto de imágenes de platos de comida y de que miles sino millones de personas alrededor del mundo planifiquen sus vacaciones pensando en los restaurantes donde van a comer. Pocos autores contemporáneos han moldeado de forma tan inmediata y palpable el mundo en que vivimos, incluso yendo más allá de las fronteras de su nacionalidad e idioma.
Así que luego de leer tres o cuatro notas rápidas buscando detalles sobre lo que había ocurrido, me fui a buscar textos antiguos sobre Bourdain, a la espera de que alguno de los muchos periodistas gastronómicos que sigo en Twitter y leo con frecuencia escribiera algo a la altura del personaje y su legado.
Primero recordé este perfil que le dedicó The New Yorker en febrero de 2017. En él Patrick Radden Keefe revela, entre otras cosas, la dedicación con que Bourdain persiguió una carrera literaria desde mucho antes de que The New Yorker le publicara, en 1999, el ensayo que terminaría convirtiéndose en Kitchen Confidential:
Cuando Bourdain cuenta su propia historia, con frecuencia hace que parezca que el éxito literario fue algo que le cayó del cielo; en realidad, pasó años intentando que la escritura fuera su pasaje de ida fuera de la cocina. En 1985 empezó a enviar manuscritos no solicitados a Joel Rose, quien por entonces editaba una revista literaria de Nueva York, Between C & D. «Para decirlo de forma sencilla, mi deseo por la letra impresa no conoce límites», escribió Bourdain en una carta de presentación que envió junto a una serie de dibujos y relatos.
Ese mismo año, según cuenta Keefe, Bourdain se matriculó en el taller de escritura de Gordon Lish, el legendario editor de Raymond Carver. Pasarían otros diez años hasta que Bourdain publicara una novela, Bone in the Throat (1995), que no leyó nadie en su momento, y cuatro más para que David Remnick, editor de The New Yorker, recibiera y aceptara el manuscrito que le daría la vuelta a la carrera del cocinero.
Luego recordé una entrevista reciente, realizada por Isaac Chotiner para Slate, en la que, a la luz del movimiento #MeToo y las denuncias de acoso sexual de Harvey Weinstein y otros hombres poderosos, Bourdain discute hasta qué punto su libro y él mismo han sido responsables de romantizar la cultura machista que sobrevive en muchas cocinas profesionales:
Y he estado pensando mucho acerca de Kitchen Confidential. En cuando iba a firmas de libros algunos años después de que se publicara Kitchen Confidential y alguna gente, sobre todo tipos, me hacía high-five con una mano y me deslizaba un paquetito de cocaína con la otra. Y yo pensaba, compadre, ¿acaso no has leído el libro? ¿qué carajo te pasa?
(…)
He tenido que preguntarme, y lo he hecho durante un buen tiempo, ¿hasta qué punto en ese libro ofrecí validación a estos cabezas de chorlito?
Si lees el libro, ahí hay muchas palabrotas. Mucha sexualización de la comida. No recuerdo nada particularmente lascivo o lúbrico en el libro más allá de esa primera escena en la que siendo un muchacho joven veo al chef teniendo relaciones sexuales consentidas con una cliente. Pero aún así, eso también pertenece a esa cultura de machos idiotas.
Leí también los varios tuits que le dedicaron algunos de sus amigos del mundo gastronómico.
Anthony was my best friend. An exceptional human being, so inspiring & generous. One of the great storytellers who connected w so many. I pray he is at peace from the bottom of my heart. My love & prayers are also w his family, friends and loved ones. pic.twitter.com/LbIeZK14ia
A piece of my heart is truly broken this morning. And the irony, the sad cruel irony is that the last year he’d never been happier. The rest of my heart aches for the 3 amazing women he left behind. Tony was a symphony. I wish everyone could have seen all of him. A true friend.
Today's a day of extreme sadness for us here at Xi'an Famous Foods. I've lost a dear friend today, and we mourn with the rest of the world. I remember the time in 2007 when Tony first visited our basement food stall in Flushing for Travel Channel's No Reservations while I was… pic.twitter.com/z7FBcWnMID
Pero fue recién cuando me topé con esta pieza escrita a las pocas horas de la muerte de Bourdain por Helen Rosner, la corresponsal gastronómica de The New Yorker, que caí en cuenta de que no me bastaba con volver a revisar notas antiguas sobre Bourdain o escritas por él. Fue cuando leí lo siguiente que empecé a caer en cuenta de que, si bien aún no encuentro la forma de explicar para qué sirve un crítico cultural en nuestros días, quizá sí puedo mostrarlo con algunos ejemplos:
La atracción por los secretos detrás de la fachada -por el frenético e insinuado manejo de escena tras bambalinas– es quizá el tema principal que recorre toda la obra de Bourdain. Era un lector inagotable, en busca no solo de conocimiento y diversión sino de herramientas para el oficio. Fue más un creador que una estrella televisiva: un obsesivo aficionado del cine que confeccionaba cada episodio de Parts Unknown como si se tratara de una película, guionizando cada toma, cada cortinilla musical, cada arreglo visual. Cuando lo entrevisté para un podcast en 2016, hablamos de cómo utilizaba esas herramientas narrativas como una manera de acercarse a su público, de atraerlos a un territorio en el que pudieran de verdad entender aquello que él les estaba mostrando. «Uno quiere que sientan lo que sintió uno mismo en ese momento, si está narrando algo que ha experimentado», dijo. «O quiere acercarlos a cierta opinión o forma de ver las cosas».
(…)
Bourdain, en efecto, creó el personaje de «chef chico malo», pero con el paso del tiempo empezó a ver sus efectos perniciosos en la industria de restaurantes. Con Medium Raw, la secuela de Kitchen Confidential publicada en 2010, intentó volver a narrar su historia desde un lugar mucho más sensato: las drogas, el sexo, los ademanes de hijo de puta arrogante, ya no como manual de instrucciones sino como advertencia.
Lo mismo pensé cuando leí poco después este artículo escrito por Jeff Gordinier, editor gastronómico de Esquire:
La gente insiste en clasificar a Bourdain como chef, pero esto siempre me ha parecido raro. Él mismo ha admitido que fue un chef mediocre. Lo que hacía brillar a Bourdain era la escritura. Gracias a su talento y fuerza de voluntad y carisma y sudor y hambre, Bourdain se convirtió en el más destacado escritor gastronómico y de viajes de su tiempo. Su ascenso coincidió con un momento en la cultura americana en el que, de pronto, los chefs se convirtieron en personajes más interesantes (más auténticos, menos maquillados, más volubles, menos manipuladores, o al menos eso pensábamos) que las estrellas de cine o los músicos. Bourdain se convirtió en el bardo oficial de esta era, como Hunter S. Thompson en la campaña electoral de 1972 o Pauline Kael cubriendo la revolución cinematográfica de los años 60 y 70.
Y, por supuesto, no podía faltar este otro artículo escrito por Pete «el único crítico que importa» Wells:
Si bien no era inmune a la hipérbole, tenía un odio de editor de periódico amarrado a un cigarrillo por la hipocresía autoindulgente, particularmente cuando se trataba de otros presentadores de televisión. Disfrutaba de burlarse de chefs famosos como Guy Fieri (a cuyo restaurante de de Times Square bautizó «the Terrordome») y Paula Deen («La peor y más peligrosa persona de América»).
A ratos, las dotes de Bourdain para cantar verdades podían desteñirse para dar paso a otros aspectos menos agradables de su personalidad: el matón que busca llamar la atención, el proveedor de numeritos bien ensayados, el conferenciante que, a la orden, suelta palabrotas como un cocinero que se acaba de de volar la tapa del dedo con el cuchillo.
«Hago muchos bolos como orador y a veces siento que me pagan para soltar palabrotas delante de gente que no ha escuchado ninguna en un buen tiempo», dijo en una entrevista de 2008.
Yo preferiría, la verdad, que quienes lean este post se asomaran al trabajo de Helen Rosner, Jeff Gordinier o Pete Wells en otras circunstancias. Pero quizá hace falta que ocurra algo tan tremendo, espantoso e incomprensible como el suicidio de una figura cultural de la talla de Anthony Bourdain para explicar, mostrando y no diciendo, para qué sirve un crítico cultural en tiempos de redes sociales.
Yo seguiré, pasado el duelo, intentando encontrar una respuesta. Confío en poder decirla por aquí pronto.
Postdata: Mientras escribía este post me sorprendió caer en cuenta de que, pese a los varios años que llevo escribiendo sobre gastronomía y libros, y a que he leído casi todo lo que Bourdain publicó en las últimas dos décadas, nunca he escrito sobre él más que muy de pasada aquí y aquí.
Me pone sobre alerta Daniel Alarcón, escritor y productor ejecutivo del, a mi juicio, mejor podcast narrativo en habla hispana, Radio Ambulante. La mañana del miércoles 23 de mayo, Daniel me taggea en un tuit, dirigiéndome a otro publicado por el periodista argentino Sebastián Volterri el día anterior, martes 22 de mayo:
En su tuit, que acumula unos 5000 retuits y más de 19000 likes, Volterri colocaba una portada de la revista española Diez Minutos en la que se anuncia una «Entrevista imaginaria» con la entonces princesa Letizia, hoy reina de España. En la misma portada, Diez Minutos explica así su exclusiva (la negrita es mía):
recreamos con datos contrastados y testimonios fiables la conversación que podría haber tenido con nuestra revista.
La curiosidad me hizo buscar más información al respecto. No tardé mucho en dar con la dichosa entrevista. La nota, que va sin firma, lleva la confesión de parte en la introducción (la negrita es mía):
Igual que los hijos llegan sin manual de instrucciones, la periodista Letizia Ortiz Rocasolano –hija de padres separados, hermana mayor, divorciada de un profesor de lengua, atea, antitaurina, fumadora ocasional, leal amiga de sus amigos, seductora y autoritaria, profesional y familiar a partes gemelas– llegó al oficio de Princesa sin una clase magistral previa ni libro de ayuda alguno.
La única asignatura que llevaba en su currículum para casarse con un Príncipe fue la del corazón, y la tenía aprobada con matrícula de honor. Una década después, mucho ha aprendido aquella rubia interesante de 31 años a base de trabajo, sinsabores, disciplina y más amor. Pasó de hablar como comunicadora a callar; de mirar a ser vista; de opinar a ser criticada; de preguntar a no responder.
Pero en un ejercicio de osadía, nos hemos lanzado a entrevistar a la Princesa de manera figurada. Porque sabemos tanto de ella a través de terceros, medios de comunicación y testimonios directos que nos atrevemos a suponer lo que nos contestaría si tuviéramos un café (para ella té) y una grabadora delante.
Ejercicio de osadía.
Nos atrevemos a suponer lo que nos contestaría.
La portada y entrevista de Diez Minutos no son nuevas. Fueron publicadas en mayo de 2014. Tampoco es nuevo el revuelo que despertó la «osadía», por llamarla de alguna forma, de Diez Minutos. Ni las bromas a su costa:
REDACCIÓN DE DIEZ MINUTOS. INT DÍA. – ¿Qué tenemos hoy? – Poca cosa. – ¿Y con imaginación? – Ah… ¿Entrevista a Tutankamón? – DALE.
— Bárbara Alpuente (@Barbaraalpuente) May 22, 2014
Osadía o desfachatez, y más allá de los chistes, la entrevista no pasó desapercibida para la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE). Tras recibir una queja del Colegio de Periodistas de Murcia, en junio de 2014 la FAPE puso a trabajar a su Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología. Un mes después, el organismo emitió una resolución en la que señalaba (la negrita es mía):
Por lo expuesto, desde la defensa de la libertad de expresión, así como de la necesidad de velar por la calidad y credibilidad del periodismo y a partir de que la primera exigencia del periodismo es el respeto a la verdad, sin tergiversación o deformación, no nos hallamos ante una buena práctica periodística, pues el método de esta entrevista imaginaria, no tiene la misma garantía de veracidad que una entrevista real con la persona concernida. Además puede también afectar al derecho a la intimidad y la propia imagen, a la que la persona presuntamente entrevistada tiene derecho, aunque sea un personaje público.
Obviemos por un momento el tono burocrático y los excesos eufemísticos de la Comisión. Aunque no puedo sino enarcar una ceja y dejar escapar una sonrisa ante ese «el método de esta entrevista imaginaria, no tiene la misma garantía de veracidad que una entrevista real».
Uno pensaría que no hace falta la movilización de un colegio regional de periodistas, la federación nacional que lo acoge y una comisión de deontología para llegar a esa conclusión o para dictaminar que «no nos hallamos ante una buena práctica periodística». Pero la realidad, siempre tozuda y dispuesta a callarnos la boca, demuestra que sí hace falta. Que nunca es ni será suficiente. Que cuando se trata de faltas periodísticas ninguna advertencia o condena es excesiva.
Por mucho que nos indignemos y burlemos en redes sociales, por muchas bromas que hagamos a su costa, la entrevista imaginaria es una práctica más común de lo que uno, perdón, imagina.
Mientras leía los pormenores de la falsa entrevista con la ahora reina Letizia, recordé otros tres casos emblemáticos de entrevistadores con debilidad por la fabulación. Estos sí con nombre y apellido, no anónimos como en el caso de Diez Minutos.
Nahuel Maciel
A principios de los años 90, el periodista Nahuel Maciel hizo fama en el suplemento cultural del diario argentino El Cronista Comercial, donde publicó extensas entrevistas con autores como Gabriel García Márquez, Carl Sagan, Umberto Eco, Mario Vargas Llosa y Juan Carlos Onetti.
Su fecunda y ficticia relación con el primero dio incluso pie a un libro titulado Elogio de la utopía, firmado por el propio Maciel y García Márquez, que además llevaba un prólogo de Eduardo Galeano. Todo era mentira. Las conversaciones entre los dos autores que conformaban el libro, el prólogo de Galeano y hasta la carta que supuestamente le había enviado el escritor colombiano a Maciel y que este leyó en la presentación del libro durante la Feria del Libro de Buenos Aires celebrada en abril de 1992.
En febrero de 2010, el suplemento Il Venerdi del diario italiano La Repubblica traía una entrevista con el escritor americano, fallecido hoy miércoles 23 de mayo de 2018, Philip Roth. Durante la conversación, la periodista Paola Zanuttini le preguntaba al novelista americano «¿Está decepcionado con Barack Obama? En una entrevista con un periódico italiano, Libero, indica que incluso le resulta antipático, así como ineficiente y adormecido en los mecanismos del poder». A lo que Roth le responde que nunca ha dicho eso, que de hecho opina todo lo contrario y que nunca ha hablado con ese diario.
Portada de Il Venerdì, 26 de febrero 2010
Roth no se quedó contento con desmentir las declaraciones falsas que se le atribuían. Sino que empezó él mismo a tirar del hilo de la mentira. Primero dio con el nombre del periodista que decía haberlo entrevistado: Tomasso Debenedetti. Y de ahí, tras una breve búsqueda online, se topó con una entrevista a otro autor norteamericano escrita por Debenedetti. La víctima, esta vez, era John Grisham.
La entrevista había sido publicada por tres medios italianos distintos: Il Resto del Carlino, La Nazione e Il Giorno. Y, al igual que en la supuesta conversación que había mantenido con Roth, Debenedetti ponía en boca de Grisham una crítica al entonces presidente norteamericano: «El entusiasmo del año pasado queda ya lejano. La gente está molesta con Obama por haber hecho poco o nada y por haber prometido demasiado».
Todo esto lo cuenta la periodista Judith Thurman en una pequeña pieza que escribió para The New Yorker en abril de 2010. Thurman dio luego seguimientoal caso y encontró más entrevistas fraguadas por Debenedetti. La lista del prolífico falsificador italiano es tan larga como ambiciosa e incluye los nombres de los siguientes escritores: Gore Vidal, Toni Morrison, E. L. Doctorow, Gunter Grass, Nadine Gordimer, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Herta Müller, A. B. Yehoshua, Scott Turow, V. S. Naipaul, José Saramago, J. M. Coetzee, Elie Wiesel y Noam Chomski. A los que, además, hay que sumar un puñado de personalidades como el Dalai Lama, Lech Walesa, Mijaíl Gorbachov y Joseph Ratzinger.
En junio de 2010, el entonces corresponsal del diario El País en Roma, Miguel Mora, consiguió entrevistar y hacer confesar a un nada arrepentido Debenedetti, quien declaraba: «Me gusta ser el campeón italiano de la mentira. Creo que he inventado un género nuevo y espero poder publicar nuevos falsos en mi web, y la colección en un libro. Por supuesto, con prólogo de Philip Roth». Por supuesto, como vamos viendo, Debenedetti no inventó nada más que los encuentros y respuestas de sus supuestos entrevistados.
Ximena Marín
El 26 de julio de 2017, el diario chileno La Tercera publicaba en su página web una nota titulada «Las entrevistas que no debimos publicar». En ella el diario explicaba que dos días antes había publicado una entrevista con el ex presidente español José Luís Rodríguez Zapatero escrita por la periodista Ximena Marín que, según la oficina de prensa del ex presidente, no se había «producido, ni presencialmente ni por ningún otro medio».
Según la misma nota de La Tercera, un mes antes, el 26 de junio, el diario había publicado otra entrevista falsa de la misma autora con un ex mandatario extranjero. Esta vez el ex presidente colombiano Álvaro Uribe. Para confeccionar sus entrevistas, según el periódico, la periodista Marín…
…seleccionó intervenciones públicas de dirigentes políticos españoles y las convirtió en entrevistas; recogió citas de ruedas de prensa y las presentó como conversaciones exclusivas; utilizó entrevistas radiales sin citarlas e incluso construyó supuestas entrevistas con declaraciones de terceras personas.
El 30 de agosto del mismo año, la periodista Andrea Moletto, de The Clinic, medio que dio amplia coberturaal caso, publicó una estrambótica entrevista con Ximena Marín en la que esta afirmaba, de forma muy poco convincente, que «es la primera vez que hago una cosa así».
A diferencia de Diez Minutos –que pese a todo dejaba clara desde la portada la naturaleza ilegítima de la entrevista con Letizia–, Maciel, Debenedetti y Marín publicaron sus trabajos con la intención de engañar tanto a sus empleadores como lectores. Podría decirse que Diez Minutos, con su desfachatado alarde de transparencia, fue el único que quizá innovó en el arte de la entrevista falsa. Habrá que ver quién es el próximo en perennizar este viejo género pseudoperiodístico.
ADENDA
Me recuerda en Twitter el periodista David Hidalgo, director fundador de Ojo Público, que el conocido escritor peruano Abraham Valdelomar publicó una entrevista con el Señor de los Milagros, la famosa imagen de Jesucristo que veneran muchos fieles católicos en Perú y que sale en procesión cada año durante el mes de octubre.
Ojo que existe una famosa -y divertida- entrevista imaginaria peruana: la que Valdelomar le “hizo” al Señor de los Milagros. Lo digo por esa que bromeaba con entrevistar a un faraón.
La entrevista se publicó en el diario La Prensa el 20 de octubre de 1915, bajo el título Reportaje al Señor de los Milagros e iba firmada con el seudónimo habitual de Valdelomar, El Conde de Lemos. A continuación, un fragmento:
Yo vengo a Ti, Señor, porque tu sombra me conforta y enaltece. Soy un pobre creyente sin pretensiones y además, soy suscriptor de “La Unión”. Jamás he hecho contra ti campaña alguna. Soy ignorante y sin embargo, creo que Juliano el Apóstata no jugaba limpio contigo…
El lienzo se mueve ligeramente y una voz dulcísima se pronuncia:
– Te agradezco mucho. ¿Qué quieres?
– Dos cosas, Señor: ser tu cicerone y que me des un reportaje.
– Habla.
– Pues bien, Señor: ¿No te molestan estos cánticos chillones? Estas viejas que gritan. Tú, acostumbrado a la música celestial y a los coros de los Serafines… pero resígnate. Peor sería que trajeran a “la Chispita” ¡Ay! Eso es de correr…
– Doblemos esa foja…
– Doblada
– ¿Quién eres tú?
– Soy periodista, Señor y billinghurista..
– ¡Unn! ¡Periodista!. Gente nueva. En mi tiempo no había periodistas.
– Por eso te crucificaron sin protesta. Ya hubiera habido en Judea un diario de oposición para ver las cosas que le dijera San Pedro a Pilatos…
Como entenderá cualquier lector atento y con sentido del humor, la «entrevista» de Valdelomar era una broma de inicio a fin y no tenía intención de engañar a nadie. Pueden leerla completa aquí.
Abraham Valdelomar, retratado por Martín Chambi
ADENDA
A través de un tuit, el periodista Eduardo Suárez me dirige a otra «innovación» del género:
Esta otra de 2013 da un paso más: diálogo imaginario entre dos presidentes https://t.co/E8ZAy3stAL
En esta ocasión, la entrevista imaginada es un diálogo entre Barack Obama y John F. Kennedy, obra del periodista Enric González. Para quienes no lo conocen, González es uno de los periodistas más admirados, con razón, por sus colegas en España. Fue durante años corresponsal del diario El País en distintas ciudades. Primero en Londres, luego en Nueva York y Roma.
Esas estancias produjeron tres libros de memorias –a los que habría que sumar un cuarto Historias del calcio (recopilación de la columna sobre el torneo italiano de fútbol que escribió semana a semana durante cuatro años)– que se encuentran entre los mejores libros escritos por un periodista español durante los años 2000 (Historias de Londres es originalmente de 1999 pero su primera edición, a cargo de Península, desapareció de las librerías rápidamente y el libro era imposible de encontrar hasta que fue reeditado por RBA en 2007).
Desde 2013, González es columnista en el diario El Mundo y colaborador habitual de la revista digital Jot Down, empresa con la que también ha publicado un par de libros. Memorias líquidas, una memoir de su formación periodística, y Cada mesa un Vietnam, una antología de textos sobre el oficio en la que incluye a autores como Leila Guerriero, Martín Caparrós, Miguel Ángel Bastenier, Mónica G. Prieto, Manuel Jabois, Rosa Montero o Jordi Pérez Colomé.
¿Por qué González, un periodista experimentado y, sin duda, una de las cabezas más brillantes del periodismo español contemporáneo, llegó a pensar que este diálogo de aquí abajo es una buena idea?
Kennedy.— Estoy, estoy. Pero no me llames señor. Ya eres más viejo que yo: tienes 52 años, y yo me quedé para siempre en los 46. Mejor nos tuteamos.
O.— Sí, señor. Sí, Jack. Quería preguntarte algo que tal vez te parezca estúpido. ¿Crees que mi presidencia será considerada un fracaso?
K.— Oh, otra vez. Todos preguntáis lo mismo. ¿Quieres la verdad? La mayoría de los presidentes fracasan. Salvaría a Reagan, porque era simpático y tenía suerte, y a Clinton, un patán muy listo y muy cínico. A ti, francamente, te veo por debajo de la media. Pero no sufras, pasaste a la Historia el mismo día de tu elección. ¡El primer presidente negro! Con eso te vale.
La verdad que se me escapa.
¿Qué necesidad puede tener un columnista reconocido, al que no le faltan espacios donde exponer su opinión, de poner en boca de un muerto ilustre aseveraciones o ideas que, no hace falta imaginar demasiado, son probablemente las suyas? Un breve ejemplo (las negritas son del original):
O.— Vale, vale. Oye, me quedan tres años de presidencia. ¿Qué me aconsejas?
K.— Identifica correctamente a tus enemigos. Supongo que el 11 de septiembre os marcó de forma profunda, pero Al Qaeda nunca fue y nunca podrá ser el principal enemigo de Estados Unidos. Ya mataste a Osama Bin Laden. Ya has cumplido. Mira, heredaste un déficit monstruoso y has conseguido aumentarlo. Sí, ya sé, la crisis. Pero China, que es el auténtico enemigo, es quien financia ese déficit y te tiene amarrado por los huevos. Te pasas la vida haciendo reverencias ante los chinos, mientras ellos te comen terreno pasito a pasito. Sé firme, pon las cuentas en orden y convence a los americanos de que Estados Unidos es aún la gran potencia y el bastión de la libertad.
O.— Hablas como si fueras del Tea Party.
K.— Están zumbados, pero tienen algo de razón. Querías un consejo y te lo he dado. Aún te daré otro, aún más importante: nunca uses un coche descapotable.