Dado que conozco a Beto desde hace tiempo, le escribí un mensaje por whatsapp preguntando a qué nota se refería. Como buen periodista, no me creyó que no sabía de qué estaba hablando.
Ya he escrito en más de una ocasión que, como periodistas, una de nuestras obligaciones principales es dudar. Pero, la verdad era esa, no había visto la nota de Sergio Galarza y no tenía idea de a qué se refería Beto. Tras insistir en mi propia ignorancia, se apiadó de mí y me facilitó el link de la nota de El País a la que aludía en su tuit. La nota es esta:
El titular, evidentemente, me llamó la atención.
A continuación, antes incluso de leer el artículo, me fijé también, guiado por uno de los mensajes de whatsapp que intercambié con Beto, en el tuit con que El País lo había compartido:
El capitán de la selección de Perú, Paolo Guerrero, vivió cómo se clasificaba su selección envuelto en una telaraña. Dio positivo en cocaína. Los peruanos le perdonaron. Creían más o menos que era un derecho ver al héroe nacional del momento en Rusia 2018 https://t.co/pnjRHNqfPK
Yo no lo había visto, pero desde su publicación la tarde del martes 26, la nota, el titular, el tuit e incluso la foto que la ilustraba habían generado varias respuestas airadas de usuarios peruanos en Twitter:
Qué vergüenza!Un diario como El País,que se pretende un referente del habla hispana,mintiendo descarada y ofensivamente.Paolo Guerrero jamás dio positivo en cocaína.Ingirió,involuntariamente,una bebida que tenía hoja de coca,una hierba nativa y de consumo tradicional en el Perú. https://t.co/mXoacrHKl2
Este tuit y el titular del artículo son difamatorios. Paolo no dio positivo en cocaína y tampoco se “rehabilitó” para jugar el mundial. La foto que usan es más que tendenciosa. ¿Sergio Galarza avala esta puesta en escena? Mucho más rigurosidad y seriedad se espera de @el_pais. https://t.co/nRLZ8iKefD
El autor del artículo Sergio Galarza es un pobre estúpido, artículo lleno de falsedades, realmente su diario se ha convertido en una verdadera cloaca de mentiras.
Como dije antes, el titular me llamó la atención. Por erróneo. Pero además me llamó la atención que Sergio Galarza, quien firmaba la nota, pudiera haber cometido un error así.
Para quienes no lo sepan todavía, Sergio Galarza es un escritor peruano residente en Madrid. Conozco a Sergio desde hace años, he leído casi todos su libros, he jugado fútbol con él y hemos visto innumerables partidos juntos cuando yo también vivía en la capital española. Por ello, porque conozco su trabajo y sé de su devoción futbolera, me costaba creer que hubiera metido la pata de forma tan burda.
Así que leí la nota. La releí. Y la volví a leer. Y regresé al titular y la bajada, donde aparece la palabra «consumo» dos veces:
El jugador estrella de Perú, suspendido por consumo y rehabilitado para el Mundial
Paolo Guerrero, estrella de la selección, fue suspendido por consumo de droga y luego rehabilitado para jugar el Mundial.
Volví a leer el artículo una vez más. Es una viñeta corta, una columna de 485 palabras, en donde el autor pinta de forma general el ambiente que se ha vivido en Perú a propósito de la clasificación de la selección de fútbol al mundial de Rusia 2018 y se centra brevemente en «la novela» alrededor de la participación de Paolo Guerrero. Había aparecido originalmente el domingo 24 de junio en la edición impresa de El País Semanal, y recién el miércoles 27, tres días después, como es habitual con muchos contenidos de ese suplemento, fue publicado en la página web del diario.
Más allá del titular y la bajada, la única mención que la nota hace al resultado analítico adverso que estuvo a punto de dejar al capitán de la selección peruana fuera del Mundial es esta:
Una prueba antidopaje había detectado en su cuerpo la presencia de benzoilecgonina, principal metabolito de la cocaína. Su suspensión se convertiría en la principal novela nacional.
La precisión de esas 26 palabras, creo, es incontestable. Cosa que no ocurre con el titular. Para cerciorarme, volví a leer la nota. Y, luego, como me llamaba tanto la atención la disonancia entre ambos, hice esto:
Busqué cuántas veces aparecía la palabra «consumo» en el texto. Únicamente dos. Una en el titular, otra en la bajada.
Así que escribí a Sergio por whatsapp. Me respondió de inmediato. Mi pregunta, tras leer el texto varias veces, era sencilla: ¿ese titular lo pusiste tú?
La respuesta de Sergio fue rápida: «No. Lo pusieron en la redacción. Lo he dicho en Facebook y me han citado luego en El Comercio. Mi titular era ‘Todos de acuerdo con la pelota'».
Esto es lo que Sergio había dicho en su muro de Facebook:
Ante esa respuesta, le pedí el contacto del editor o editora responsable en El País. «Es Amelia Castilla», me dijo. Y me dio su teléfono.
Acto seguido, le escribí a través de whatsapp. Amelia Castilla es redactora jefe de El País Semanal, la revista que publica el diario los domingos. En mi mensaje le decía que quería hacerle un par de preguntas sobre la nota escrita por Sergio Galarza.
Castilla tardó poco en responder. «Lo que necesites», me dijo en su mensaje. Minutos después hablamos por teléfono. En un primer momento, la editora no parecía entender las reacciones que el artículo había producido en las redes sociales peruanas.
«¿Has leído la nota?», me preguntó amablemente.
Le dije que sí. Y que el problema no era la nota sino el titular. Que, de hecho, el problema era que el titular y la bajada no trataban el delicado asunto del resultado analítico adverso de Paolo Guerrero con la precisión que el cuerpo del artículo sí hacía.
Recuerden:
Una prueba antidopaje había detectado en su cuerpo la presencia de benzoilecgonina, principal metabolito de la cocaína. Su suspensión se convertiría en la principal novela nacional.
De ahí a «El jugador estrella de Perú, suspendido por consumo y rehabilitado para el Mundial» hay un salto mortal grande que, sobre todo, exhibe una certeza que, en realidad, nadie tiene. Volveré a esto último más adelante.
«Pero es solo el titular», replicó Castilla. «El titular intenta interpretar y resumir la nota».
Le pregunté a Castilla si, como me había dicho Sergio Galarza, el titular y la bajada publicadas en el diario no eran suyos.
«Sí, claro, ese titular lo pusimos aquí en la redacción. Como sabes, el derecho de titulación es del medio. No recuerdo ahora mismo el titular de Sergio, pero era distinto».
¿Consultaron con él ese titular final?
«No solemos consultar los titulares con los autores. No sabría decirte con seguridad si se lo consultamos esta vez, pero diría que no».
¿Eres consciente de que el titular con que apareció la nota es, cuando menos, impreciso?
«Como te decía, el titular intenta resumir la nota. La nota es sobre la pasión futbolera que hay actualmente en Perú. Si han leído la nota, lo entenderán. Está claro que muchos de los que la critican no la han leído y se quedan solo en el titular».
Por supuesto, le dije. Pero a la vez, los periodistas somos o debemos ser conscientes de que es así cómo leen muchos usuarios de redes sociales. El titular es también información, no un adorno, ni mucho menos un cuerpo extraño ajeno al artículo.
«De acuerdo. Pero, si la sustancia fue encontrada en su organismo, la tiene que haber consumido de algún modo, ¿no?»
En efecto, en sentido estricto, si la prueba antidopaje arroja que existía en el cuerpo de Paolo Guerrero un metabolito derivado de la cocaína, el futbolista tendría que haber «consumido» la sustancia de algún modo.
Consumido en el sentido de ingerido.
Pero ese no es el sentido con que utilizamos «consumo» cuando hablamos de drogas. Consumo es una palabra que levanta y señala con el dedo. Una palabra acusatoria. Consumo es un juicio moral camuflado de sustantivo. Y más, por supuesto, si la imagen que acompaña el titular y la bajada es esta:
Dos policías delante de un grafiti con el rostro del futbolista Paolo Guerrero, una de las estrellas de la selección de Perú / Cris Bouroncle. Fuente: El País
Pero, además, como sabe cualquiera que haya seguido con un poco de atención la «novela» de Paolo Guerrero y esa prueba antidopaje, el futbolista y sus abogados defienden que no hubo consumo de ningún tipo. De cocaína, quiero decir.
El capitán de la selección peruana, según ha explicado en varias ocasiones, habría bebido, por error o por contaminación, una infusión de mate o té de coca. Y es por ello que la prueba realizada el día 6 de octubre de 2017, luego del partido en que la selección peruana empató 0-0 con la selección argentina, habría arrojado un resultado analítico adverso por benzoilecgonina, un metabolito de la cocaína.
¿Es esto posible? Sí, lo es. Yo he encontrado por lo menos dosestudios que señalan que es posible que aparezca en el cuerpo humano benzoilecgonina luego de haber ingerido mate de coca.
¿Sabemos, a ciencia cierta, que eso es lo que ocurrió? No, no lo sabemos. Pero tampoco sabemos lo contrario, como afirma el titular del diario El País.
¿Qué es lo que sí sabemos? Sabemos, como decía Sergio Galarza en su nota y explicaba yo unas líneas arriba, que tras ese partido con Argentina en octubre de 2017, «una prueba antidopaje había detectado en su cuerpo la presencia de benzoilecgonina, principal metabolito de la cocaína».
Sabemos que cinco meses después, el día 14 de mayo de 2018, ante las apelaciones que realizaron tanto el propio jugador como la Agencia Mundial Antidopaje (WADA, por sus siglas en inglés), el Tribunal Arbitral Deportivo (TAS, por sus singlas en francés) elevó la sanción a 14 meses. Lo que, de cumplirse, hubiera impedido a Guerrero disputar el mundial de Rusia 2018.
Sabemos, por último, que el 31 de mayo, el Tribunal Federal suizo, instancia ante la que Guerrero había presentado una nueva apelación, concedió al jugador peruano una medida cautelar que suspendía de forma «súper provisional» los efectos de la sanción impuesta por el TAS. Gracias a ello, Guerrero pudo jugar el mundial, donde anotó un gol en los tres partidos que la selección peruana disputó en primera ronda.
No sabemos qué ocurrirá después.
De todo ello, por cierto, ha escrito en sumomento y con precisión la corresponsal stringer de El País en Lima, Jacqueline Fowks.
Para terminar mi amable conversación con Amelia Castilla, le pregunté si era consciente del error cometido con el titular y si el diario pensaba rectificar.
Me respondió: «Vamos a estudiarlo, estamos viéndolo. Si nos hemos extralimitado y hay gente que se ha sentido mal, lo siento mucho, de verdad. En ningún caso pensamos que podía ocasionar este estado de malestar».
Ojalá lo hagan.
ACTUALIZACIÓN
Luego de publicado este post, gracias al aviso de un amigo vía whatsapp, comprobé que El País había cambiado el titular y la bajada del artículo firmado por Sergio Galarza, eliminando las referencias al «consumo» que hacía en la versión anterior. Hasta donde he podido ver, el diario no ha realizado ninguna otra comunicación al respecto.
Este es el nuevo titular:
El jugador estrella de Perú, suspendido y rehabilitado para el Mundial
Una prueba antidopaje detectó en su cuerpo el principal metabolito de la cocaína. Su suspensión se convirtió en la principal novela nacional. Guerrero marcó el segundo de los goles de Perú en el último partido de su selección en Rusia. El país llevaba 36 años sin marcar en un Mundial
ACTUALIZACIÓN
El domingo 1 de julio, la Defensora del Lector de El País, Lola Galán, publicó un artículo a propósito de lo ocurrido con la nota de Sergio Galarza en el suplemento El País Semanal.
En la columna, que se puede leer íntegra en la edición web del diario, Galán señala el origen del error cometido por los responsables del suplemento y ofrece sugerencias para evitar errores similares en el futuro:
El artículo de Galarza es un texto literario en el que la peripecia de Guerrero permite al escritor abordar la personalidad del futbolista y la intensidad de la pasión mundialista que ha vivido Perú. Cambiar el titular en el sentido que se hizo sin conocer a fondo el tema ha sido una imprudencia.
El País Semanal ha corregido el error, (El jugador estrella de Perú, suspendido y rehabilitado para el Mundial, se lee ahora en el titular). Error que no se habría producido si el equipo del EPS hubiera consultado el cambio de título con el autor del texto. Entiendo que no siempre es posible, pero hay que procurar hacerlo siempre.
*Una versión anterior de este texto omitía, por error, que la primera sanción impuesta por la FIFA a Paolo Guerrero fue de un año. Sanción que, dos semanas después, fue reducida a seis meses por la Comisión Disciplinaria de la FIFA.
La mañana del viernes 15 de junio apareció en mi newsfeed de Facebook –un espacio cada vez menos hospitalario para el contenido noticioso gracias a los cambios de algoritmo de la red social– un titular que me distrajo por un momento de la fiebre mundialista.
Lo llamativo del titular, sumado a la penetrante –cof cof– mirada de Kevin Spacey, me obligaron a dar click en la «noticia».
Esto decía el primer párrafo del artículo de La Vanguardia que iba firmado con un «Redacción Barcelona»(las negritas son mías):
En Netflix se toman muy en serio el acoso y los abusos de índole sexualen los rodajes de sus producciones después de la controversia de House of cards por culpa del comportamiento de Kevin Spacey. Tanto es así que incluso está prohibido mirar otra persona durante más de cinco segundos, según informa The Independent.
Prohibido.
según informa The Independent.
El segundo párrafo continuaba (las negritas son mías):
Parece ser quelos principales responsables de los sets de rodaje han tenido que asistir a cursos para combatir y detectar el acoso en el trabajo y que se han establecido nuevas normas de conducta para mejorar la convivencia en el rodaje.
Parece ser.
Cursos para combatir y detectar el acoso.
Normas de conducta para mejorar la convivencia.
El tercer párrafo abunda en esas supuestas «normas de conducta» que, «parece ser», se han establecido en los rodajes de Netflix:
No solamente está prohibido quedarse mirando un compañero del equipo durante más de cinco segundos (lo que se percibe como “repugnante”) sino quetampoco se puede exceder en los abrazos, no se puede flirtear y no se puede ir pidiendo números de teléfonopor razones que no sean estrictamente profesionales.
¿Cómo se pasa de «parece ser» y unos «cursos para combatir el acoso» a afirmar que «incluso está prohibido mirar otra persona durante más de cinco segundos»?
Dado que la nota de La Vanguardia no menciona ninguna fuente –léase un testimonio, comunicado o documento interno– me fui a buscarla a The Independent. De donde el redactor anónimo del diario catalán, según propia confesión, había levantado la noticia. Ahí, me dije a mí mismo, seguramente encontraré a ese valiente whistleblowerque ha dado un paso al frente para terminar con la dictadura de lo políticamente correcto en una de las compañías de entretenimiento más grandes del mundo.
«Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos’ debido a enérgicas medidas por el #metoo».
Digamos, para ser generosos, que el redactor anónimo de La Vanguardia no le dio muchas vueltas al asunto. Pero eso no era lo importante. Lo importante era descubrir cómo sabía Christopher Hooton, editor de Cultura de The Independent, que Netflix había implementado estas ridículas y abusivas normas.
Estos son los tres primeros párrafos de la nota de The Independent (la traducción y las negritas son mías):
Netflix ha inplementado un nuevo curso contra el acoso, como resultado del movimiento #MeToo que ha sacudido Hollywood y ha afectado la producción de su show House of Cards.
Se habrían impuesto nuevas normas que, supuestamente, incluirían no mirar a nadie más de cinco segundos, así como la prohibición de abrazos prolongados, coqueteo y pedir el número de teléfono a un colega de trabajo.
«A todos se nos ha hablado de #MeToo», dijo un asistente de producción que trabaja en la nueva temporada de Black Mirror a The Sun.
«El personal de alto rango asistió a una reunión sobre acoso para enterarse de qué es apropiado y qué no. Mirar a alguien por más de cinco segundos se considera creepy«.
«No debes preguntar por el teléfono de nadie a menos que esa persona haya dado permiso de que su número sea distribuido. Y si ves algún comportamiento inadecuado, debes reportarlo de inmediato»
«La situación ha generado bromas en las que personas se miran unos a otros contando hasta cinco y luego desvían la mirada»
Habrían.
Supuestamente.
¿Cómo se pasa de «habrían» y «supuestamente» a titular «Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos'», cita textual entrecomillada incluida?
The Independent, de forma similar a La Vanguardia, dirige al lector a otro medio cuando toca atribuir la fuente. Esta vez, el link nos conduce al site del tabloide británico The Sun.
Convengamos en que, fiel al estilo de The Sun, el titular al menos tiene algo de gracia: un juego de palabras con una sílaba del nombre de la compañía, «flix», y la interjección inglesa «fuck» para empezar. Por lo demás, una cita textual (enmarcada en comillas simples) que indica que «se ha prohibido mirar fijamente, coquetear y dar abrazos». Normas que a juicio del redactor del titular son «delirantes» (barmy).
¿Qué más dice la nota de Stephen Moyes (quédense por un momento con ese nombre, ya volveré a él)? ¿Nos revela Moyes algo más de su fuente, algún detalle extra que nos invite a confiar en lo que afirma? ¿De dónde viene, en última instancia, la «información» difundida por varios sites noticiosos en inglés y medios en español como 20 Minutos, El Periódico, Clarín o el portal cinematográfico Sensacine, la «información» que hizo que incluso el influyente periodista mexicano Joaquín López Doriga mostrara su extrañeza por las «nuevas normas» de Netflix ante sus casi 8 millones de seguidores en Twitter?
Así comienza el artículo en The Sun (la traducción es mía):
Netflix ha prohibido a los miembros de sus equipos de rodaje mirar a alguien por más de cinco segundos con unas reglas delirantes.
Otras de estas normas incluyen no pedir los teléfonos de compañeros de trabajo y exhortar al personal que sienta que está siendo incordiado: ¡Detente! ¡No lo vuelvas a hacer!
El resto del artículo no dice nada que no se hayan encargado ya de repetir The Independent, La Vanguardia y demás. En resumen:
Prohibido mirar a la gente más de cinco segundos.
No dar abrazos prolongados.
Si te sientes acosado, debes gritar: ¡Detente! ¡No lo vuelvas a hacer!
No se debe pedir el teléfono de un compañero de trabajo a menos que esa persona haya autorizado que se haga público su número.
Reportar los comportamientos inadecuados o no consentidos.
El personal de alto nivel ha debido asistir a reuniones sobre acoso.
¿Explica el periodista Stephen Moyes de dónde procede la información? No. Moyes zanja la cuestión con un escueto «an on-set runner said». Léase, «dijo un asistente de producción». Y ya.
La nota va ilustrada con dos imágenes. La primera es una imagen de stock atribuida a la agencia Associated Press:
Ojo a ese pie de foto: «Aparentemente a algunos trabajadores de Netflix se les ha pedido que asistan a reuniones sobre acoso».
Aparentemente.
La segunda imagen es esta, una especie de cartel o panfleto con las supuestas «nuevas normas»:
¿Es ese supuesto cartel o panfleto un documento interno de Netflix? ¿Es esa la prueba de las «normas delirantes» impuestas por la compañía?
No. Es una imagen armada por un diseñador del diario en base a la información proveniente de ese supuesto «asistente de producción. ¿Cómo lo sé? Primero, porque Moyes no hace alusión alguna al cartel en su nota. Es más, a diferencia de la otra imagen, esta no lleva ni siquiera pie de foto. Pero, además, si uno descarga la imagen de la web de The Sun, podrá ver que el archivo lleva el siguiente nombre: jh-composite-graphic-p11-netflix.jpg. Composite. O sea, una imagen compuesta a partir de distintos materiales.
Lo que sí dice el artículo de Stephen Moyes es qué respondieron en Netflix cuando se les preguntó por las supuestas normas y talleres sobre acoso. En un comunicado oficial la compañía dijo:
Estamos orgullosos de los cursos contra el acoso que ofrecemos en nuestras producciones. Queremos que todos nuestros rodajes sean espacios de trabajo seguros y de respeto. Creemos que los recursos que ofrecemos empoderan a las personas en nuestros sets para que alcen la voz, y no deben ser trivializados.
El comunicado no dice nada específico sobre las supuestas normas que prohiben miradas o abrazos prolongados. Pero en otro artículo, este publicado por el site Quartz, la periodista Leah Fessler contacta a una representante de Netflix para preguntar si «en realidad habían instituido una regla de no mirar fijamente por más de cinco segundos». La representante, por supuesto, respondió que esa regla no existe, pero «la recomendación fue discutida en una de las sesiones de un taller contra el acoso».
Los invito a hacer un experimento. Levanten la vista de la pantalla donde están leyendo esto y miren fijamente, contando hasta cinco en la cabeza, a la primera persona que tengan delante. No sé si serán acusados de acoso, pero es probable que hagan pasar a esa persona un momento incómodo.
¿Es una locura que una empresa que ha debido lidiar hace poco con un serio escándalo de acoso protagonizado por uno de sus más conocidos colaboradores sugiera a sus trabajadores, en el marco de otras recomendaciones, evitar a otros colegas esa incomodidad?
A fin de cuentas, todo este artículo podría resumirse así:
–¿Tienen constancia Stephen Moyes, Christopher Hooton o el redactor anónimo de La Vanguardia de que Netflix haya prohibido mirarse por más de cinco segundos o abrazarse a su colaboradores? No.
–¿Afirma la única fuente anónima mencionada, «un asistente de producción», que Netflix haya impuesto esas supuestas normas? No.
En realidad, si uno lee con atención lo que Moyes dice que su fuente dijo, en citas textuales, es:
«Se nos habló a todos sobre #MeToo»
«El personal de alto rango asistió a una reunión sobre acoso para enterarse de qué es apropiado y qué no. Mirar a alguien por más de cinco segundos se considera creepy«.
–¿Significa eso que Netflix ha instaurado normas que prohiben a sus trabajadores mirarse los unos a los otros por más de cinco segundos? No
Entonces, ¿por qué The Sun, The Independent, La Vanguardía y cía escriben artículos donde afirman lo contrario?
Bueno, se llama clickbait, amarillismo, fake news, y lo he discutido in extenso endistintosartículos de este blog.
De hecho, el periodista de The Sun y artífice principal de este falso drama, Stephen Moyes, es todo un experto en la materia.
–Aquí Moyes y su colega Alex Diaz aseguraban que había una campaña de activistas anti-armas de fuego para que el extremo del Manchester City Raheem Sterling fuera separado de la selección de fútbol inglesa debido a un tatuaje de un rifle M16 que el futbolista luce en la pierna derecha:
El único testimonio contra el jugador, además de un par de tuits, era el de Lucy Cope, responsable de una pequeña organización (no cuenta ni siquiera con página web) llamada Mothers Against Guns (Madres Contras las Armas de Fuego), quien decía que «el tatuaje es repugnante» y que Sterling debía ser apartado de la Copa del Mundo a menos que se lo retirara.
¿Puede afirmarse a partir de ese único pedido que hay una campaña para que Sterling fuera apartado de la selección menos de un mes antes del Mundial de Rusia? No. Pero qué más da.
–Aquí pueden disfrutar de otro de los grandes éxitos del periodista Stephen Moyes:
«La mansión de Adele está ‘embrujada'». Imagino que no hace falta que prosiga.
Bueno, ese es el autor y ese es el medio que afirmaban hace un par de días que Netflix había prohibido los abrazos y las miradas prolongadas a sus trabajadores por culpa del #MeToo.
Sí, claro.
ACTUALIZACIÓN
Mientras escribía este artículo intenté contactar con los periodistas cuyas notas dieron origen a ese sinfín de artículos clonados que convencieron a parte de la audiencia de redes sociales de que Netflix estaba imponiendo unas ridículas normas de conducta en sus rodajes.
Por suerte, uno de ellos me respondió. Le escribí a Christopher Hooton, editor de Cultura de The Independent, el día 15 a través de un mensaje directo de Twitter, en el que le decía que tenía algunas dudas sobre su artículo y me gustaría hacerle algunas preguntas.
Hooton me contestó horas después, amablemente, pero diciéndome que el reporte original venía de The Sun, «así que no sé cuánto podré ayudarte».
Mis preguntas eran muy simples:
Entonces, ¿no chequeaste la información, tan solo te limitaste a citar el artículo de The Sun?
La nota de The Sun era bastante sospechosa, ¿no te parece? ¿Por qué reproducirla sin el procedimiento de verificación necesario?
Hooton, en un mensaje posterior, me dijo que pidió a Netflix que refutaran el reporte de The Sun, pero «se negaron a hacerlo, y en su lugar emitieron un comunicado donde defendían sus cursos contra el acoso».
A lo que yo repliqué:
Pero «cursos contra el acoso» no es lo mismo que «Miembros de los equipos de rodaje de Netflix ‘tienen prohibido mirarse unos a otros por más de cinco segundos’ debido a enérgicas medidas por el #metoo», que es como iba titulada tu nota. Aun así, ¿sigues respaldando lo que escribiste?
En su último mensaje, la mañana del lunes 18 de junio, Hooton respondió:
Sí. En la nota se enfatizaba que estaba basado en la información de otro artículo y se le dio a Netflix la oportunidad de responder, se les pidió que refutaran lo dicho sobre esas técnicas específicas y se negaron a hacerlo. Gracias.
La razón por la que insistí con Hooton es porque no se trata de un mero redactor atado a una silla, con la mirada clavada en su newsfeed o una pantalla de televisión, que poco puede hacer ante las exigencias de tráfico y artículos virales de sus superiores. No es que un redactor no tenga responsabilidad por aquello que escribe, pero sí es cierto, como saben quienes han trabajado en una redacción, que la responsabilidad exigible a un redactor –así como su poder de decisión– no es igual a la que pesa sobre los hombros de un editor.
Hooton, como señala la página web de The Independent, es editor de Cultura del diario.
Pese a ello, opina que basta con una llamada a la parte afectada y una respuesta negativa ante la pregunta planteada, para publicar un artículo completamente basado en un único y confuso testimonio de una fuente que él mismo desconoce.
¿Tiene constancia Hooton de que Netflix ha impuesto las normas que señala en su artículo? No, ninguna. ¿Le consta que The Sun, el medio al que cita, haya verificado ese confuso testimonio que, como ya expliqué, en realidad no afirma lo que su titular grita con tono acusatorio? No, tampoco. ¿Es lo mismo realizar cursos contra el acoso en los que se discute sobre qué es apropiado y qué no en el ambiente laboral que imponer normas ridículas como «prohibir abrazos o miradas de más de cinco segundos»? Evidentemente no. ¿Basta que Netflix se niegue a responder sobre un detalle concreto de esa acusación para lanzarse a afirmar lo contrario en un artículo? No, por supuesto que no.
Entonces, ¿por qué si ni The Independent ni The Sun disponen de evidencia alguna para respaldar sus acusaciones, siguieron adelante con esos artículos aun cuando Netflix explicó en el comunicado que no estaban más que realizando talleres contra el acoso?
Porque para esos medios, al parecer, contar que una gigantesca compañía internacional que recientemente ha debido enfrentar un escándalo de acoso se toma en serio el asunto, busca prevenir futuros daños y mejorar la convivencia entre sus colaboradores no es noticia suficiente. Aunque sea verdad. Porque, ya conocen el dicho, que la realidad no te estropee un buen titular. Aunque sea mentira.
Más allá de las bromas, en la encuesta de GFK que muchos han comentado en estos días hay algo que sí me llama la atención. Pero tiene que ver, más que con la encuestadora o la metodología, con los encuestados. Cuando responden a la pregunta «¿Usted aprueba o desaprueba el desempeño de Julio Guzmán?», ¿a cuál desempeño se refieren?
Veamos el cuadro:
Con la excepción de Alfredo Barnechea, quien aun así tiene un pasado político anterior a su candidatura de 2016, todos los personajes que no se llaman Julio Guzmán y que aparecen en ese cuadro, o bien detentan cargos ganados en una elección, o lo han hecho en el pasado reciente, o tienen una larga historia política a cuestas, o aparecen constantemente en medios como actores políticos.
Según señala la propia ficha técnica de la encuesta de GFK, el sondeo se realizó entre los días 21 y 25 de abril. Los resultados de la encuesta anterior de la misma consultora se publicaron el día 21 de marzo. Es decir, el desempeño sobre el que se les pregunta a los encuestados es el que tuvieron los personajes políticos entre ese 21 de marzo y el reciente 25 de abril.
¿Cuál ha sido el desempeño del precandidato Julio Guzmán en ese lapso de tiempo?
Bueno, en realidad, todo el desempeño de Guzmán en ese periodo se limita a esto:
–Una entrevista publicada en Hildebrandt en sus trece, un semanario con una circulación relativamente pequeña y que no comparte sus artículos en internet más allá de esas capturas de pantalla difíciles de leer en Twitter y Facebook:
En @ensustrece: GUZMÁN SE DESCHAVA. “No vamos a participar en las elecciones locales y regionales”, anticipa Julio Guzmán, quien figura en el segundo lugar de las preferencias electorales, con un 16%, sin mover un dedo. El político, de 47 años, rompe su silencio de dos meses. pic.twitter.com/eFDO8kFRsT
–Y un comunicado en el que su partido anuncia que –a pesar de lo señalado en marzo de 2017, cuando el vocero de la agrupación dijo: «Definitivamente competiremos en las municipales y regionales»– no presentará candidatos para las elecciones regionales y municipales de octubre de 2018:
Siendo generosos, podríamos sumar también la coberturarecibidapor las iniciativas de los congresistas Richard Acuña y Mauricio Mulder para limitar las candidaturas al Congreso y a la presidencia a quienes cuenten con «tres años de inscripción» en un partido político. Proyectos de ley que, de prosperar, sacarían de carrera tanto a Guzmán como a Verónika Mendoza, pero acerca de los cuales el líder del Partido Morado no había hablado sino hasta este domingo, día 29, cuando ya había sido publicada la encuesta de GFK.
Recapitulemos: seis tuits, un video en Facebook, una entrevista, el anuncio de no participar en las elecciones inmediatas y una vaga amenaza de inhabilitación política en contra. Listo, ese sería todo el desempeño político del precandidato Julio Guzmán. ¿Es ese el desempeño que un 28% de los encuestados valora de forma positiva? ¿En serio?
Algunos de sus militantes afirman que, en realidad, lo que valoran los encuestados es la labor política a pie de calle que realiza el Partido Morado*:
Creo q este análisis parte de algo erróneo y es q solo valoro lo q sale en tuits tv o periódico. El trabajo del @partidomorado es intenso a nivel de persona a persona. Es decir en la calle.
Y, si bien es cierto que la organización liderada por Guzmán viene acercándose a los ciudadanos en la calle desde que acabara la campaña presidencial de 2016, es difícil que las llamadas #giramorada hayan alcanzado a ese 28% de la población que hoy aprueba el desempeño de Guzmán y que, según el cuadro con que inicia este post, alcanzaba un 36% en febrero y 26% en marzo.
Digo según el cuadro porque, si bien aparecen las cifras en ese cuadro y hay otrasencuestas que sí publicaron resultados sobre la aprobación de Guzmán en los meses anteriores, los sondeos de GFK publicados en febrero y marzo en su página web no registran la pregunta sobre aprobación de desempeño referida a Julio Guzmán. Imagino que se trata de un descuido.
Volviendo al tema central, pareciera que lo que valoran de Julio Guzmán los encuestados es, en realidad, que no se apellida Fujimori, García, Humala o Acuña. Porque, bien mirado, casi todo su desempeño, ese que supuestamente aprueba el 28% de los encuestados por GFK, se limita a no ser ninguno de los otros personajes. Y ser, además, prácticamente un desconocido.
Esto sería refrendado por un detalle también presente en la encuesta de GFK: quien le sigue en valoración es Barnechea. Otro político casi tan desconocido para el gran público y ausente de la discusión política diaria en medios como Guzmán.
De ser así, lo que en realidad nos está diciendo este apartado específico de la encuesta de Opinión Pública de GFK que tanto se ha comentado es que el desprestigio de la clase política peruana y la desafección que sienten los electores por sus representantes siguen creciendo día a día, sin visos de mejora.
Lo que en realidad nos está diciendo esa supuesta valoración del «desempeño» del precandidato Julio Guzmán es que, tras dieciocho años de recuperada la democracia y luego de los gobiernos de Alejandro Toledo, Alan García II, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski el Breve, los electores peruanos están dispuestos a entregarle las riendas del país a cualquiera que no sea o no se parezca a un político de los que ven a diario en los noticieros.
Ese cualquiera hoy parece ser Julio Guzmán. Mañana, quién sabe.
*Este artículo fue actualizado el miércoles 2 de mayo a las 8:15 para incluir el comentario de @GastonMS sobre el trabajo de campo del Partido Morado y una breve reflexión al respecto.
La mañana del viernes 27 de abril participé en el taller #HackearElPeriodismo gracias a la invitación de los responsables de Ojo Lab, el laboratorio de innovación y programa de entrenamiento y formación académica de Ojo Público. Esta primera edición de #HackearelPeriodismo fue un seminario de un día donde varios periodistas peruanos, Natalia Sánchez, Joseph Zárate, Ernesto Cabral, Elizabeth Salazar, entre otros, compartieron su experiencia en distintas áreas del oficio.
A mí me correspondía hablar sobre un artículo de este blog, El ilustrador peruano que no publicó en The New Yorker, y la verificación de datos. Cuando recibí el encargo de parte de David Hidalgo, director periodístico de Ojo Público, y mientras pensaba en la exposición, me di cuenta que iba a ser la primera vez, nueve meses después de publicado, que iba a hablar en público acerca de ese texto.
El ilustrador peruano que no publicó en The New Yorker es por mucho el post más leído de este blog y, probablemente, la razón de que muchos de ustedes estén leyendo ahora mismo estas líneas. Pese a ello, nunca lo he discutido en público más allá de un par de breves entrevistas telefónicas con medios extranjeros que se interesaron por el artículo en los días siguientes a su publicación.
Curiosamente, pese a que el post alimentó decenas de notas en sites noticiosos, programas de radio y tv, casi ningún medio peruano me contactó para hacer alguna pregunta al respecto. Si mal no recuerdo, únicamente Jorge Luis Paucar, redactor de lamula.pe, me escribió a través de Facebook messenger para decirme que iban a compartir la nota.
Esto no quiere decir que no haya pensado en esta historia, más bien al contrario. Como reza el about o acerca de, No hemos entendido nada es el cuaderno de apuntes de un libro en el que vengo trabajando hace ya un tiempo, lo que me ha hecho volver una y mil veces sobre ese post y otros textos del blog.
Así que para ordenar un poco mi intervención de esta mañana realicé algunas notas. Al final, como ocurre siempre, las notas se quedaron en mi Evernote y la charla discurrió por su propio camino. Toqué algunos puntos que había desarrollado en esos apuntes, otros no, y respondí a algunas inquietudes de los asistentes.
Como sé, gracias a los comentarios en redes sociales, que por distintos motivos hubo quienes se quedaron con ganas de asistir a la charla, publico aquí las notas que preparé, por si a alguien le sirven de algo.
–La labor fundamental de nuestro trabajo como periodistas es la verificación y comprobación de datos, provengan estos de donde provengan: documentos, testimonios, entrevistas. Lo mínimo que se nos puede exigir como periodistas es honrar el compromiso de narrar hechos ciertos y verificables. Para ello, por supuesto, debemos haberlos verificado en la medida de nuestras posibilidades antes de su publicación. De manera tal que si alguien quisiera poder volver a andar el camino y hacer la verificación por su cuenta, podría hacerlo.
–Una de las cosas que más me sorprendió cuando hablé con los periodistas y editora responsables de la cobertura de Cristhian Hova fue que los tres de inmediato aludieron a la agencia de relaciones públicas o PR. La culpa era de los PR. Ellos los habían engañado. Incluso, cuando logré hablar con la periodista responsable de la nota en Somos, ella me dijo que, luego de que su editora le dijera lo que yo había hallado –que Hova nunca había publicado en The New Yorker y que había fabricado esas páginas de la revista con sus ilustraciones–, se había contactado con la PR y «ella (o sea, la PR) está haciendo todas las averiguaciones del caso».
–Los periodistas, ya sea por pereza, por falta de medios, tiempo o dedicación para producir artículos que alimenten el inagotable ciclo noticioso de internet (aunque esto no solo ocurre en Internet, claro, en el caso de las páginas dedicadas a Hova en Somos y El Comercio se trataba de ediciones impresas), parecen creer que los PR son sus colegas y confían de forma ciega en sus aseveraciones. Muchos PR han estudiado periodismo o trabajado en redacciones. De hecho, muchos han trabajado con y son amigos de los periodistas a los que ahora bombardean con notas de prensa, artículos y propuestas de entrevistas. Algunos incluso se siguen llamando a sí mismos periodistas. Pero no lo son, son PR. Eso sí, esa experiencia les ha enseñado que los periodistas, muchas veces, no tienen tiempo o ganas de realizar ninguna comprobación. Lo cual, por supuesto, es utilísimo para los clientes del PR. Puede que sean tus amigos, pero su trabajo no es hacer tu trabajo. Su trabajo es decirte que el cielo es verde y el césped azul. Y tu trabajo comprobarlo. Ya saben: si tu madre te dice que te ama, verifícalo.
–Las horas y días siguientes a la publicación del post vi que en distintos muros de Facebook y en Twitter surgieron debates sobre la responsabilidad de los periodistas en el caso. Vi a algunos periodistas sacando cara por sus amigos periodistas, que habían sido engañados por el artista y los PR, que, decían, habían urdido una mentira o estafa elaborada. Por supuesto, el corporativismo del gremio periodístico no es una cosa nueva, lo que me sorprendió aquí fue que lo que se estaba discutiendo era algo que yo pensaba que no estaba en discusión: que los periodistas debemos verificar lo que una fuente declara. Más aún si se trata de una declaración tan llamativa e improbable.
–Una de las cosas que decidí rápidamente al publicar el post en el blog fue que no iba a participar de ninguna discusión al respecto en redes sociales. Di alguna entrevista a medios extranjeros porque me llamaron y querían saber más sobre la nota, pero de inicio opté por no entrar a ninguna discusión en redes sociales, pese a que no faltó quien quiso echar sombras sobre mi trabajo y me acusó de tener intereses oscuros, de haber atacado a El Comercio porque había trabajado en Perú21 y les tenía envidia, de haberme cobrado una venganza y otras tonterías similares. Todo lo que yo quería decir sobre el caso estaba en mi artículo. Me había preocupado por que la nota no se quedara solo en la revelación del fraude sino que fuera a la vez el relato fiel y cronológico de cómo había llegado a descubrirlo.Y lo hice así porque quería que se viera y quedara claro que la verificación que hice fue, en realidad, sencilla y estaba al alcance de cualquier periodista con cierta curiosidad y una conexión a Internet. Quizá la única ventaja que tuve fue que no tardé mucho en contactar con alguien del departamento de arte de The New Yorker porque tengo algunos amigos en la revista y me facilitaron el dato. Pero incluso eso podría haberlo hecho cualquiera. Quizá hubiera tardado un poco más, pero solo eso.
–Una de las excusas que se usan en estos casos es que al ser un tema cultural, al tratarse de una nota sobre arte o cultura, no es tan importante. O sea, que la verificación debe hacerse en temas «serios», que si se trata de un caso como este, da igual, para qué vas a realizar ese esfuerzo si no se trata de un caso de corrupción política o una denuncia sobre narcotráfico. Pero es que ese «esfuerzo» es nuestro trabajo. Sin esa verificación no estamos haciendo periodismo. Ni serio ni de ningún tipo. Además, como ya he escrito en otra ocasión, si somos presa fácil de una manipulación tan ridícula, cómo podríamos pedir a los lectores que confíen en nosotros cuando debemos hacer frente a la manipulación de los Trump o Putin del mundo.
A principios de enero de 2018 programé una alerta de Google News para la palabra «venezolanos».
Días antes había notado que aumentaba el uso de ese término en los titulares de la prensa peruana. Así que quise comprobar si se trataba solo de una impresión guiada por mi propia filter bubble o si, en efecto, los medios peruanos estaban abusando de las notas negativas o «polémicas» protagonizadas por inmigrantes venezolanos.
Estos son algunos de los titulares que fueron apareciendo en mi bandeja de entrada:
Además del uso del gentilicio en el titular, lo que todas esas notas tienen en común es que están hechas a partir de contenido publicado por usuarios de redes sociales: Facebook, WhatsApp o Youtube (además de un servicio de mensajería y un repositorio de videos, estos dos últimos también son redes sociales, si nos guiamos por la famosa definición de Kaplan y Haenlein).
Ese contenido, según nos cuentan los titulares y bajadas de las notas, se hizo «viral», «conmocionó», «enojó», generó «polémica» o «debate» entre los usuarios de esas plataformas. Y es esa supuesta viralidad la que, parece, justifica su publicación.
Hay otro detalle que me llamó la atención. Detalle que pasa desapercibido si uno se queda solo en los titulares. Ninguno de los «venezolanos» protagonistas de la noticia tiene nombre. NI UNO. No sabemos, y no es arriesgado suponer que los redactores tampoco (de lo contrario lo habrían consignado en alguna parte de sus notas), cómo se llama uno solo de los venezolanos mencionados en esos titulares. Repito: NI UNO.
Esta de arriba es tan solo una pequeña selección de notas, pero basta para hacernos una idea de qué guía el interés de los editores y/o redactores de esas webs, al menos a la hora de seleccionar y publicar estas noticias: el conflicto entre venezolanos (ellos) y peruanos (nosotros).
Cualquier conflicto. Por trivial o ridículo que sea.
Incluso este:
Este es el cuerpo de la nota del diario La República, hoy desaparecida de su página web (volveré sobre esto más adelante), y ya solo accesible en la copia almacenada en caché de Google. Las negritas son mías:
Llaman la atención. Miles de usuarios de en las redes sociales [sic], especialmente en YouTube, se han mostrado sumamente indignados luego de que se hiciera viral un videoque muestra cómo una pareja de venezolanos queda asqueada tras probar una vaso [sic] de chicha morada. Sigue leyendo para más detalles.
Como se puede apreciar en el video, que tiene miles de reproducciones en YouTube, una pareja de venezolanos se encontraba comiendo hamburguesas y decidieron acompañarlas con un vaso de chicha morada.
«Vamos a comer unas hamburguesitas y tuvimos la ‘brillante idea’ de pedir chicha morada», dice la muchacha enfocando a su amigo, quien hace un gesto como de disgusto, algo que ha disgustado a miles de peruanos en YouTube.
De acuerdo a la autora del video, que ha sido muy criticado en YouTube y otras redes sociales, la muchacha venezolana había probado anteriormente chicha morada; sin embargo, no le había gustado en absoluto.
Ella y su acompañante esperan que esta vez, la chica morada [sic] sepa mejor y comienzan a probar la bebida. «No tiene mayor ciencia», se puede escuchar decir al joven venezolano.
Por su parte, la chica venezolano [sic] tras probar la chicha morada aseguró que «sabe horrible».
Que uno, dos, tres y hasta cuatro medios establecidos decidan convertir en noticia el video de una pareja de jóvenes que se graban probando una bebida en un restaurante, me recordó una carta al director que publicó el diario El País en diciembre de 2016:
La clave se encuentra en una frase casi idéntica que comparten ambas cartas: «Ya que la gente cuenta todo por redes sociales, he pensado que a lo mejor podría interesar a los lectores de este periódico». El lector del ABC va un poco más lejos aún: «Ya que se comparte información sin interés alguno para la gran mayoría, hagamos que se entere más gente aún».
La broma de ambas cartas reside en una pregunta para la que todos —si somos sinceros con nosotros mismos— tenemos la misma respuesta: ¿Por qué habrían de interesar esas nimiedades —que a alguien se le caiga un vaso de cristal, que a un segundo le cambien el colchón o que un tercero coma «una tapita de queso»— a los lectores de un diario?
Por ninguna razón.
En esa línea, ¿por qué habría de ser una información valiosa para los lectores de un medio noticioso que dos extranjeros —quienes, al igual que en los otros ejemplos consignados párrafos arriba, no tienen nombre— opinen que la chicha morada «sabe horrible»?
En principio, de nuevo, por ninguna razón. Pero, además, ¿cuál es la necesidad de incidir en una polémica tan ridícula en el contexto de otras tantas notas que hacen énfasis en ese «ellos» versus «nosotros»; que alientan, seguro sin querer, a la xenofobia?
Para saberlo, y dado que tanto La República como Correo han sido los dos medios más pródigos en este tipo de notas entre enero y febrero, me comuniqué con sus editores. Lastimosamente, el director digital de Correo, Antonio Manco, nunca respondió a los varios mensajes que le envié.
Por suerte, el editor general web de La República, Rider Bendezú, sí contestó al mensaje de Facebook del martes 12 de febrero en que le explicaba que quería hacerle algunas preguntas.
Cuando unas horas después de mi primer mensaje pudimos hablar por teléfono, le pregunté a Bendezú cuál era el sistema o procedimiento para producir esas notas. ¿Eran iniciativa de un redactor o eran encargos de un editor? ¿Era él consciente de que notas de esas características alentaban a la xenofobia?
Y, también, ¿cuál creía él que era el interés periodístico de notas como «Polémica en Facebook: Graban a peruano y venezolano peleándose en bus», «Facebook Viral: Polémica por venezolana que llama ‘feos’ y ‘mutantes’ a peruanos» o «Via WhatsApp: Venezolanos insultan a peruanas en audio filtrado»?
Antes de responder, Bendezú me dijo que había visto unos tuits que yo había publicado días antes y consideraba injusto que acusara a La República de alentar la xenofobia.
Estos son mis tuits:
Ejemplos de la irresponsabilidad con que la prensa peruana está tocando la inmigración venezolana. Ojo a los titulares y bajadas. ¿Cuál es la constante en esas historias y sus titulares? El enfrentamiento. pic.twitter.com/BPmc6n4wsv
El tratamiento de la inmigración venezolana en los medios peruanos está sacando a la luz una de las miserias de nuestra industria: no hay editores y los que hay no ejercen ningún poder de selección. Es noticia lo que las redes sociales o Google Trends dicen que es noticia. Y ya.
Como decía, se siguen superando. ¿Qué van a hacer @americatv_peru y @larepublica_pe cuando haya un conflicto real, alentado por la campaña de xenofobia contra venezolanos que han emprendido junto a otros medios? ¿Cuál es el criterio periodístico detrás de estas "noticias? pic.twitter.com/DyOL1diu6T
Una duda, ¿el Tribunal de Ética del @ConsejodePrensa Peruana, piensa hacer algo ante la campaña de xenofobia contra venezolanos que han emprendido varios medios peruanos? pic.twitter.com/B8jigcRces
Lo primero que le dije al editor web de La República fue que quizá me había expresado mal. Yo no creía que él, sus redactores o incluso el diario fueran xenófobos. Creía sí que, al intentar satisfacer un supuesto interés de sus lectores o al hacerse eco de manera irreflexiva de una parte de la conversación que ocurre en redes sociales, estaban alentando a laxenofobia. Creía que esa incitación a la xenofobia era un daño colateral producido por la ausencia de un adecuado proceso de selección de lo que es o no es noticia.
«Dices que las publicamos en busca de clicks, pero esas notas no son las más vistas», me dijo Bendezú. Si ni siquiera es ese el motivo, repliqué, ¿por qué las publican? ¿cuál es el criterio detrás?
«El diario tiene una postura clara a favor de la migración venezolana», me dijo. De hecho, «contamos con dos redactoras venezolanas en la redacción, que entraron por un proceso regular de selección y a las que pagamos igual que a sus compañeros».
La República, me dijo también el editor, ha publicado 142 notas sobre Venezuela o venezolanos de noviembre a esta parte. Y ha publicado varios editoriales —el «mejor lugar para expresar la posición de un medio comunicación», a su entender— en contra del régimen de Maduro y de los, por ahora, pequeños brotes de xenofobia.
Eso es precisamente lo que me llama la atención, le dije. Si el diario tiene esa línea editorial, cómo es posible que no vean que con estas notas, que no son pocas, están atizando la xenofobia de una parte de sus lectores. ¿Cuál es la razón para publicarlas? ¿Cuál es el criterio periodístico?
Bendezú respondió que las notas sobre venezolanos se encontraban todas dentro de la sección que el site de La República denomina Tendencias. Es decir, según sus propias palabras, «contenido que se está haciendo viral en redes sociales, del que están hablando los usuarios de redes sociales». Esas notas, me dijo el editor, «no tienen el ADN de La República, y por eso se agrupan en esa sección, se colocan en un lugar específico de la página web y se destacan incluso con un señalizador rojo que dice TENDENCIAS». Son, continuó, «notas que los usuarios no deberían leer, pero lastimosamente leen, como las notas de espectáculos».
A continuación, el editor mencionó un artículo escrito por él y publicado en la web del diario en febrero de 2017, donde ya apuntaba esa diferencia entre uno y otro tipo de notas. En su texto Bendezú decía:
En nuestra página de Facebook compartimos notas de todas las secciones de la web. Sin embargo, las publicaciones de entretenimiento son criticadas por no ajustarse a la línea editorial que acompañó a la marca La República por muchos años.
La redacción web no es ajena a estas críticas y es por ello que no descuidamos la publicación de #noticiasQueimportan. Lo que también tenemos claro es que en Internet el consumo de contenidos no solo es noticioso y por eso tenemos las secciones de Espectáculos y Ocio.
Contrario a lo que quisiéramos, las #noticiasQueimportan no son las más leídas, esa atención se la roban las publicaciones de entretenimiento, pese a ser las más vilipendiadas en redes sociales.
Luego de leer el texto, le pregunté: Entonces, en esa línea, ¿esas notas sobre venezolanos que hemos estado comentando, algunas que han retirado ya, serían #noticiasQueNoimportan?
La respuesta de Bendezú fue: «Por algo han estado en la sección Tendencias».
¿Qué tipo de verificación habían realizado? ¿Habían intentado contactar a las personas que protagonizan las notas o que colgaron los videos en redes sociales? Bendezú me dijo que no. Que en estos casos comprobaban que los videos fueran recientes y no que se publicaran como nuevos cuando habían ocurrido hace ya tiempo, pero nada más.
¿Basta entonces con que el video sea publicado por un usuario de alguna red social? El editor digital de La República me dijo que no creía que hiciera falta más verificación, que el hecho había ocurrido y estaba registrado. No hacía falta tampoco conocer los nombres de las personas implicadas.
Por último, le pregunté por qué habían borrado algunas de las notas. «Por autorregulación», me dijo. «Creo que algunas notas no debieron ser publicadas. No tenían mayor interés y ya han sido retiradas».
¿Y no pensaba, como editor, que los lectores merecían algún tipo de explicación? ¿Iban a colocar alguna indicación sobre la desaparición de esos artículos? «No veo por qué, tiene que ver con nuestra autorregulación. Si te mostrara los mensajes que recibimos, los lectores no se han quejado por esas notas, nosotros hemos tomado la decisión de sacarlas, no veo por qué habría que explicarlo», me dijo.
Recapitulemos.
1.-La edición digital de uno de los principales diarios peruanos publica —al igual que varios otros medios pero en mayor cantidad— una serie de notas en las que el énfasis está puesto en la confrontación o conflicto entre inmigrantes venezolanos y ciudadanos peruanos.
2.-Casi todas esas notas están confeccionadas a partir de videos o audios o mensajes publicados en redes sociales por terceros. Los redactores que utilizan ese contenido y colocan titulares como «YouTube viral: Venezolanos prueban chicha morada y hacen polémico gesto [VIDEO]»reproducen en sus notas la mínima información que trae el video o post respectivo sin indagar nada más. Sin siquiera preocuparse por averiguar el nombre de los protagonistas de su «noticia».
3.-El editor del site considera —contraviniendo conocimientos básicos de cómo leen los usuarios en Internet, que indican que quienes acceden a noticias en páginas web no reconocen las secciones en que están publicadas, de hecho muchos de los que acceden a ellas a través de redes sociales ni siquiera reconocen o recuerdan las cabeceras que las amparan— que esas notas no representan la línea del diario, que de hecho son «notas que los usuarios no deberían leer» y que no hay problema porque se publican dentro de la sección Tendencias.
Pero, además, piensa que son un asunto menor ya que el site del diario «ha publicado 142 notas» sobre Venezuela o venezolanos y no todas son como las que he mostrado párrafos arriba.
Como si no estuvieran todas —las #noticiasQueimportan y las que supuestamente no— amparadas por la cabecera/marca del diario y no fueran distribuidas a través de sus redes sociales.
Como si los procedimientos periodísticos no fueran aplicables a unas y otras. Como si la publicación de artículos en un medio fuera un juego de suma cero, donde unas notas «positivas» o debidamente reporteadas anularan las «negativas» o confeccionadas sin respetar el más mínimo proceso de verificación.
Como si, en Internet y en redes sociales, el reino de la ausencia de contexto, cada nota no debiera justificarse y defenderse a sí misma.
4.-Días después de publicadas, algunas de esas notas son eliminadas de la página web del diario. El editor responsable considera que los lectores, aquellos que han leído e incluso compartido o comentado las notas en sus redes sociales, no merecen ninguna explicación. Basta con eliminarlas sin más.
Rider Bendezú es un periodista experimentado, según él mismo me dijo lleva más de seis años trabajando en periodismo digital. Es, desde hace un año, jefe de edición digital de La República, además de profesor universitario de periodismo y comunicación digital, como indica su propia página de LinkedIn.
Es por ello que me sorprenden sus respuestas.
Uno de los vicios habituales en la crítica a medios en redes sociales es culpar de los errores a los becarios o practicantes. Cada vez que un gran medio o una marca noticiosa conocida publica una tontería o incurre en un fallo relativamente grave, y es castigado o criticado por ello en redes sociales, no falta quien levante la voz y el dedo acusador para decir: «se nota que ya solo trabajan ahí practicantes» o «seguro dejaron solo al practicante».
Cualquiera que haya trabajado en una redacción sabe que esto no es cierto. La mayoría de medios emplea becarios o practicantes pero estos son un porcentaje pequeño de la planilla. Además, al igual que cualquier otro redactor, un practicante se encuentra bajo la autoridad y supervisión de un editor, aun cuando a muchos editores esto parece olvidárseles en el día a día.
No son practicantes los que deciden convertir en noticia cualquier irrelevancia que haya conseguido capturar la atención de un puñado de usuarios de redes sociales. No son ellos los que deciden publicar ese video, esa polémica, ese audio de WhatsApp sin llevar a cabo ninguna verificación.
Son sus editores los que han tomado previamente la decisión de prescindir de los procedimientos básicos del periodismo y dejar el poder de selección de noticias al vaivén de la conversación en redes sociales.
¿Por qué? Podemos encontrar una pista en la última columna del periodista Fernando Vivas publicada este miércoles 14 en el diario El Comercio:
El periodismo tiene herramientas para saber que el público se interesa por sucesos protagonizados por venezolanos, aunque sean banales. Y la lógica del SEO (Search Engine Optimization) recomienda, a los medios, titular notas con palabras claves como ‘venezolano’. ‘Sismo’ es otra palabra clave; por eso, bromeando con un colega, le aposté que escribiría una columna con las dos. No me digan que el video de un venezolanoasustado ante su primer temblor no sería un viral.
El mismo Vivas señala líneas después:
Ahora bien, no todo lo que le guste a la gente es pertinente. La ética no depende de razones comerciales.
A continuación, Vivas se extiende en una confusa explicación en la que intenta justificar (para luego rechazar él mismo esa justificación líneas más adelante) la publicación de notas donde se destaca de manera gratuita la nacionalidad venezolana de sus protagonistas porque «PPK y la oposición fujimorista coincidieron con satanizar a Maduro al punto de promover concesiones especiales para migrar».
Pero voy a centrarme en «la lógica SEO» de la que habla el columnista. Como señala Vivas, existen diversas herramientas para detectar palabras claves que interesan a los usuarios de Internet.
Cuando se habla de SEO, estamos hablando de técnicas para aprovechar el interés de los usuarios de buscadores. Teniendo en cuenta que entre el 86.87% y el 91.74% de las búsquedas de Internet se hacen en Google, cuando hablamos de técnicas para SEO estamos hablando exclusivamente de Google.
Este es un cuadro de Google Trends que muestra el aumento de las búsquedas que incluyen la palabra «venezolanos» realizadas por usuarios peruanos o conectados desde el Perú:
Como ven, la escalada de interés comienza a mediados de enero y alcanza sus picos —100 representa el valor máximo en la escala de interés de Trends— a finales de ese mes y principios de febrero. Es decir, en las fechas en que fueron publicadas todas las notas que he reseñado párrafos arriba.
¿Qué hecho particular generó ese aumento en el interés de los internautas peruanos por la palabra «venezolanos»?
El 24 de enero, los dos diarios principales del país, El Comercio y La República, daban cuenta de las declaraciones de Eduardo Sevilla, superintendente nacional de Migraciones, quien informaba que «actualmente hay más de 100 mil ciudadanos venezolanos en calidad de turistas, con Permiso Temporal de Permanencia (PTP) y residentes».
Esa misma semana, unos días después, el congresista Justiniano Apaza declaraba a El Comercio:
Creo que el Ejecutivo debe tomar una decisión. El problema es el ingreso masivo que hay ahora [de ciudadanos de Venezuela]. Creo que hay que poner restricciones o, en todo caso, regular su ingreso.
La cuestión venezolana, enfocada ahora en el adecuado o excesivo número de migrantes procedentes de ese país, se convirtió en pocos días en un tema popular en sites noticiosos y redes sociales, razón por la cual, como indicaba unos párrafos arriba, se dispararon las búsquedas del término «venezolanos» en Google.
En consecuencia, varios medios, sobre todo La República y Correo, empezaron a publicar cualquier nota que tuviera la palabra venezolanos en el titular.
El ciclo es más o menos así:
—Los medios hablan de un tema.
—El tema, por las razones que sea, llama la atención de los usuarios de Internet, elevando su presencia en Google y redes sociales.
—Como los usuarios de redes sociales están hablando de ese tema, los medios ahora buscan producir más notas al respecto, para lo que se sirven del contenido producido por los usuario de redes sociales.
—Las nuevas notas refrendan el interés de los usuarios y el posicionamiento del tema en cuestión en Google y redes sociales, así que los usuarios vuelven a responder produciendo nuevo contenido, que una vez más es levantado por los medios y convertido en notas.
—Y así hasta que los usuarios de redes sociales se aburren y pasan a otra cosa.
Y lo estamos viendo ahora con cualquier asunto protagonizado por «venezolanos».
Ocurre que la mayoría de veces estas notas producidas a partir de contenido de usuarios de redes sociales (un video, una foto, un audio, un comentario airado) y que no se verifican de ninguna forma versan sobre temas menores, o que los editores consideran menores: escándalos de farándula, pequeños accidentes sin graves consecuencias, quejas de consumidores, charlas intrascendentes entre desconocidos de carácter supuestamente humorístico, y un largo y tedioso etcétera.
Como ya he explicado en otra ocasión, muchos periodistas, incluso los encargados de redactarlas, ven con desdén ese tipo de noticias y consideran que, dada su liviandad, los principios o procesos periodísticos no aplican para ellas. Si van a ir en la sección virales o tendencias, para qué cuestionar su pertinencia, relevancia o siquiera verificarlas.
¿Hay un OVNI en un Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA (¿?) como invita a pensar el artículo? Es improbable. Tanto que la nota ni siquiera señala el nombre o ubicación del supuesto laboratorio. Pero qué más da, la imagen de Google Maps es «impactante» y se ha hecho «viral.
¿Le importa a la audiencia de un medio de comunicación que una mujer desconocida descubra a través de unos mensajes de WhatsApp que su esposo le es infiel con una amiga? No. Tan irrelevante parece ser, que los redactores ni siquiera han hecho el esfuerzo por identificar a los involucrados ni averiguar dónde se encuentran. No tenemos idea de cómo se llaman, si se encuentran en Perú, México, Argentina o Suiza. Qué importan esos detalles, si se trata de un «WhatsApp viral».
¿Existe algún interés periodístico en que un par de supuestos amigos no identificados discutan a través de WhatsApp sobre unas supuestas fotos pornográficas («pack»)? No, pero como dice la nota, «la conversaciónes tendencia en las redes sociales» y eso basta para que un redactor utilice unas cuantas capturas de pantalla y redacte otro artículo más de Tendencias.
Pero qué ocurre cuando se aplica esa misma laxitud, esa misma inconsciencia e irresponsabilidad periodística, habitualmente empleadas en notas que los mismos editores consideran que «los usuarios no deberían leer», a un asunto con tintes serios.
¿Qué ocurre cuando ya no se trata de un OVNI inexistente o una irrelevante conversación en WhatsApp, sino del bienestar de un amplio grupo de personas huyendo de una situación de emergencia y acomodándose en un país que no es el suyo?
Bueno, ocurre lo que hemos visto al comienzo de este artículo. Ocurre que, al abdicar de su responsabilidad como editores, es decir, al renunciar a aplicar criterios periodísticos y guiarse únicamente por aquello que «se está viralizando» en redes sociales, están alentando la xenofobia que sus propias páginas editoriales dicen combatir.
Lo más saltante, si se quiere, no es que estén incitando a la xenofobia, sino que lo estén haciendo de forma tan irresponsable, sin siquiera reparar en ello. Amparados en contenido producido por terceros que no someten a la más mínima verificación. Y excusándose en que son los temas de que están «hablando los usuarios de redes sociales», son unas pocas notasy que las publican solo en la sección Tendencias.
Reduciendo sus medios, una vez más, a meros repetidores de aquello que se hizo «viral», «conmocionó», «enojó», generó «polémica» o «debate» entre los usuarios de redes sociales. A los que han convertido, de facto y ad honorem, en editores jefe de esas páginas web.
ACTUALIZACIÓN 24 DE ABRIL 2018
El 24 de abril de 2018, el diario La República, principal productor de noticias sobre «venezolanos» en la prensa peruana, fue un paso más allá en su no-intencionada campaña de incitación a la xenofobia contra migrantes venezolanos.
En esta ocasión el artículo no ponía el énfasis en los ridículos conflictos ocurridos entre venezolanos y peruanos, ni se apoyaba en contenido producido por usuarios de redes sociales, ni estaba publicado dentro de su famosa sección Tendencias. Esta vez, el redactor responsable de la nota (que va sin firma o, más bien, firmada con un «Redacción LR»), utilizaba la supuesta licencia que brinda un titular entre signos de interrogación para inventar un conflicto nuevo.
El aumento de venezolanos en Perú ha llenado de incertumbre (sic) a la población, debido a que por primera vez, en el milenio, aumentó la tasa de pobreza en el país; noticia que es materia de análisis y encontrar si realmente el crecimiento de los criollos es la verdadera causa.
Dejemos de lado que el titular es un ejemplo de libro de la famosa Ley de Betteridge: «todo titular en forma de pregunta puede ser respondido con un NO». Y que hace falta sortear el titular, la bajada, cinco párrafos y, en la versión móvil, dos quiebres publicitarios para llegar a la respuesta a ese titular tendencioso y amarillista.
En el penúltimo párrafo, Carlos Parodi, economista de la Universidad del Pacífico, señala: «No veo una causalidad con las cifras del estudio de pobreza. Eventualmente podría tener efectos, pero solo en la medida que tenga impactos significativos en los empleos. Por ahora no lo veo por ahí».
Así que no, los venezolanos no son la causa del aumento de la pobreza. Por si hacía falta aclararlo.
Pero prestemos atención al arranque de la nota. Sobre todo a esa primera oración:
Primero, imagino que donde dice «incertumbre» el redactor ha querido escribir «incertidumbre». Entonces, según este artículo, la población peruana se encuentra «llena de incertidumbre» por «el aumento de venezolanos en Perú».
¿Por qué? Ahí tenemos la respuesta: «debido a que por primera vez, en el milenio, aumentó la tasa de pobreza en el país».
¿Existe alguna relación de causalidad entre el «aumento de venezolanos» y el aumento de «la tasa de pobreza en el país»? No, ninguna. El economista consultado lo dice en el penúltimo párrafo de la nota.
Entonces, ¿por qué la población peruana se ha llenado de incertidumbre? Ni idea.
¿Antes de colocar ese titular en interrogación –recuerden: «Venezolanos en Perú: ¿Son la causa del aumento de pobreza?»– conoce el redactor la respuesta a su pregunta? Sí, claro.
Entonces, ¿por qué colocar ese titular? ¿por qué redactar ese primer y confuso párrafo?
Por la misma razón que, solo en el último mes, se redactaron y publicaron estas otras notas:
Por amarillismo. Un amarillismo irresponsable e irreflexivo, guiado por la búsqueda de clicks. Y que, por muchos editoriales exculpatorios que se escriban, alienta día sí y día también la xenofobia.
ACTUALIZACIÓN 8 DE AGOSTO DE 2018
Hay días que pienso que nunca terminaré de actualizar este post. Como conté en la pieza original, que publiqué aquí en febrero de 2018 y que también forma parte del libro No hemos entendido nada: Qué ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo (Debate, 2018), a principios de este año programé una alerta de Google News con la palabra «venezolanos». Esa alerta me sirvió para monitorear el tratamiento que la prensa peruana ha dado a la migración venezolana.
Aun con el post publicado (el quinto más leído de la corta historia de este blog) y con el libro ya en librerías, opté por no desactivar la alerta. Por dos razones, una personal y otra profesional. Ambas relacionadas.
Primero la personal:
Hace ocho años vivo en Perú. Recién este año empecé a sentir que como soy extranjera, tal vez no soy tan bienvenida. Me resisto a creer que el país haya cambiado tanto y para mal. Trabajemos para que siga habiendo prosperidad para todos -y justicia y gobierno y derechos y empleo
Elda Cantú es mi esposa. Algunos de los lectores de este blog conocerán su trabajo como periodista, editora y profesora. Elda –o Lizzy, para los amigos– es mexicana y vive hace ocho años en Lima. De hecho, Elda vive en Lima hace más tiempo que yo.
Esto último, por supuesto, requiere una explicación. Si bien yo nací y crecí en Lima, en el año 2001 emigré a España. Partí como estudiante universitario, tuve mucha suerte y me fui quedando. Empecé a trabajar como periodista, abandoné la carrera, seguí trabajando como periodista y así pasaron casi 11 años. No regresé a vivir a Lima sino hasta abril de 2012, hace poco más de seis años. Fue aquí, de vuelta en mi ciudad natal, trabajando en la revista Etiqueta Negra, donde conocí a la que hoy es mi esposa y, primero, fue mi editora y cómplice.
Tanto Elda como yo sabemos, de maneras distintas, lo que es ser extranjero en un país de acogida. Y, si bien creo que ambos podemos decir que hemos tenido mucha suerte y podría considerársenos privilegiados, sabemos también lo que es estar solo en una ciudad que no es la tuya buscándote la vida.
Eso nos lleva a la razón profesional. Como ocurre con muchos otros escritores, a veces la experiencia personal suele configurar los temas que nos interesan u obsesionan. Desde el año pasado, Elda y yo estamos siguiendo de cerca lo que ocurre con la migración venezolana en el Perú.
Esta fue la primera pieza que ella escribió al respecto para The New York Times en Español a finales de marzo de 2017:
Hace poco, Elda y yo terminamos de grabar un reportaje sobre el tema del que no puedo decir más porque los editores no me han autorizado a ello, pero será publicado pronto y, si les interesa, podrán escucharlo.
Desde que escribí originalmente ese post del blog, día tras día, he seguido recibiendo en mi buzón de Gmail un email que me alerta sobre lo que los medios peruanos vienen haciendo cuando hablan de «venezolanos». Durante un tiempo el interés en las noticias relacionadas con «venezolanos» disminuyó, así como el morbo o amarillismo con que estas se redactaban y titulaban. Lastimosamente, esa caída no duró mucho.
La curva en la producción de noticias y amarillismo de los medios peruanos a la hora de tocar la migración venezolana coincide, por lo que he ido viendo estos meses, con esta otra curva:
Ese es un cuadro de Google Trends que mide el interés de los usuarios peruanos de Google a la hora de buscar el término «venezolanos». A quien le interese la manera en que funciona Trends y la forma en que influye en la producción noticiosa de los medios, puede leer la pieza original varios párrafos arriba.
Como ven en el cuadro de arriba, el interés de los internautas peruanos ha escalado de forma notable en las últimas semanas. Voy a ponerlo en perspectiva para que entiendan la magnitud de esa escalada.
Este otro cuadro de abajo se encontraba en la pieza original:
¿Ven ese pico fechado entre el 21 de enero y el 27 de enero de 2018?
Bueno, ese pico, el valor máximo de interés en las búsquedas de Google peruanas de la palabra «venezolanos» a principios de este año, es casi imperceptible comparado con el nuevo pico hoy, ubicado al extremo derecho de este otro cuadro:
Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el interés de los internautas peruanos por la palabra «venezolanos» a la hora de buscar en Google se ha duplicado.
¿Cómo ha ocurrido esto?
Como decía al inicio, hay días que siento nunca que dejaré de actualizar este post. De unas semanas a esta parte, no hay día en que no me tope con varias «noticias» que responden a las características que describí en el post original:
–La edición digital de uno de los principales diarios peruanos publica —al igual que varios otros medios pero en mayor cantidad— una serie de notas en las que el énfasis está puesto en la confrontación o conflicto entre inmigrantes venezolanos y ciudadanos peruanos.
–Casi todas esas notas están confeccionadas a partir de videos o audios o mensajes publicados en redes sociales por terceros. Los redactores que utilizan ese contenido reproducen en sus notas la mínima información que trae el video o post respectivo sin indagar nada más. Sin siquiera preocuparse por averiguar el nombre de los protagonistas de su “noticia”.
Voy a detenerme un momento a analizar esta última. Pueden leerla en su habitat natural aquí (si es que no la borran antes).
Este es el cuerpo de la noticia:
Las cámaras de vigilancia de la Municipalidad Provincial de Tumbes grabaron a un grupo de ciudadanos venezolanos cuando posaban para una foto con un arma blanca en la mano, para luego intentar arrebatarle su celular a un transeúnte quien felizmente logró escapar.
El hecho se registró a la 1:00 de la mañana en las inmediaciones del paseo Triunfino, donde se encontraban dos venezolanos, uno de ellos le toma una foto a su compatriota, quien posa con una navaja en la mano derecha en media calle.
Sin embargo, minutos después utiliza el arma blanca para amenazar a un conductor de una mototaxi que transita por el lugar, a manera de juego se desafían pero luego se dan las manos de manera efusiva. No contentos con el hecho, se percatan de la presencia de un transeúnte, quien habla por celular, mientras uno sube al vehículo el otro se abalanza a su víctima, quien logra esquivar al delincuente después de haber guardado el celular en su bolsillo.
Alertados por la central de monitoreo un patrullero ya estaba en el lugar quien inicia una persecución del vehículo que fue registrado por las cámaras para identificarlos plenamente y advertir a la ciudadanía que tenga mucho cuidado.
La nota de La República va acompañada de un video. Pueden verlo en la nota original. O, si quieren seguir leyendo, pueden verlo aquí abajo:
Por suerte, La República no es el único medio que se hizo eco del asalto fallido de esa peligrosa banda de venezolanos en las calles de Tumbes. El video de arriba proviene de la edición de mediodía de 24 Horas, el noticiero televisivo de Panamericana Televisión. Es el mismo que publica La República en su página web. Con una diferencia.
Si uno lee la nota de La República y ve el video mudo –se trata de una cámara de seguridad que no registra audio– que la acompaña, y que también emitió 24 Horas, resulta casi inevitable hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo sabe el redactor de La República o el reportero de 24 Horas que los fallidos asaltantes son venezolanos?
Por suerte, el reportero de 24 Horas entrevista a un responsable de la Gerencia de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad Provincial de Tumbes, quien, ojalá, consiga aclararnos este punto.
¿Qué dice este responsable de la municipalidad? Dice, exactamente, lo siguiente: «Se encontraban tres ciudadanos. Al parecer venezolanos, ¿no?»
Pueden, de hecho, ver el momento exacto aquí:
Voy a repetirlo: «Se encontraban tres ciudadanos. Al parecer venezolanos, ¿no?»
¿Cómo sabe el responsable de la municipalidad de Tumbes que los ciudadanos son «al parecer venezolanos»? Ni idea, no lo dice.
¿Se lo preguntó el redactor de 24 Horas? No lo sabemos. No lo muestran en el video.
¿Tiene el redactor de La República idea de cómo es que la Municipalidad Provincial de Tumbes, proveedora del video, sabe que los frustrados asaltantes son venezolanos? No. O, al menos, no lo cuenta en su nota. No es descabellado imaginar que si lo supiera, lo mencionaría. De hecho, en un momento de su nota dice que «un patrullero ya estaba en el lugar quien inicia una persecución del vehículo que fue registrado por las cámaras para identificarlos plenamente [a los asaltantes, se entiende]» (sic).
Pero, si los identificaron plenamente, ¿cómo es que no conocemos sus nombres? ¿cómo es que el responsable de Seguridad Ciudadana de la Municipalidad Provincial de Tumbes, a la mañana siguiente, sigue diciendo «al parecer venezolanos»? De nuevo, no lo sabemos.
Es así, con esa irresponsabilidad, con ese apetito por clicks rápidos y sin ningún rigor periodístico, que se consigue que los internautas peruanos dupliquen sus búsquedas en Google del término «venezolanos». Así, sin verificación alguna y con titulares amarillistas, que se consigue atizar y encender el fuego de la xenofobia.
En ambas el énfasis se encuentra en el carácter «exclusivo» de la información. Durante el resto del día variosmediosperuanosrepitieron la supuesta primicia.
¿Cuál era la primicia conseguida por Reuters? La respuesta, como corresponde, se encuentra en el inicio del reportaje (las negritas son mías):
Tres meses antes del indulto a Alberto Fujimori, el presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, recibió al hijo del exmandatario poco después de anunciar en el Palacio de Gobierno otro cambio de gabinete forzado por la oposición fujimorista.
Mientras recorría y tomaba fotos con su celular de las salas y pasillos donde alguna vez vivió cuando era niño, el ahora legislador Kenji le pidió a Kuczynski que liberara a su convicto padre enfermo a cambio de apoyo político en el Congreso, dijo una fuente cercana al presidente que no quiso ser identificada.
Párrafos más adelante, la fuente anónima prosigue:
El hijo menor de Fujimori le dijo a Kuczynski que él junto a otros legisladores de Fuerza Popular descontentos por el comportamiento de su partido podrían ayudarlo a gobernar hasta el final de su mandato en 2021, afirmó la fuente.
La reunión entre Kuczynski y Kenji el 17 de septiembre marcó el inicio de varias citas entre mediadores de ambos lados para allanar el camino del indulto, dijo la fuente, que se reunió tres veces con Reuters. “La confianza con Kenji nació allí en Palacio”, afirmó.
Los mediadores, incluyendo a funcionarios de segunda línea del Gobierno, visitaron al menos media docena de veces a Fujimori en la celda que ocupa en una base policial de Lima, como parte de las conversaciones, agregó.
Párrafos después, la misma fuente anónima explica:
Kuczynski planeó entonces conceder el indulto en la tercera semana de diciembre, dijo la primera fuente, pero un inesperado hecho movió el tablero y puso a prueba la alianza con Kenji: el pedido del Congreso para destituir al presidente por sus lazos con firmas que recibieron pagos de la brasileña Odebrecht.
Kenji prometió a Kuczynski al menos tres o cuatro votos para hacer naufragar el pedido de destitución del presidente.
Como indica la propia nota de Reuters, tanto Pedro Pablo Kuczynski como Kenji Fujimori han negado que el indulto fuera fruto de una negociación. Pero la ciudadanía no les cree. Según una encuesta de Datum publicada el 12 de enero por el diario Perú21, el 78% de los encuestados piensa que los votos de Kenji Fujimori y otros nueve congresistas de Fuerza Popular que impidieron la vacancia de PPK se dieron a cambio del indulto.
Durante semanas la prensa ha especulado sobre el acuerdo que PPK y Kenji Fujimori niegan. NumerososcolumnistasdeOpinión han escrito a propósito de —para robarle la expresión al politólogo Alberto Vergara— «el pacto Barbadillo-Choquehuanca» (en alusión a la cárcel donde se encontraba preso Fujimori y la calle del distrito de San Isidro donde vive el presidente Kuczynski), guiándose por la multitud de indicios que invitan a pensar que el presidente y el congresista mienten. Aquí van unos cuantos de esos indicios.
-Estos tuits de Kenji Fujimori:
El primero, publicado minutos después de que la abstención de Fujimori y otros nueve congresistas permitieran al presidente Kuczsynski sortear la moción de censura:
Este otro, de principios de enero, en el que el congresista Fujimori se adjudica el logro de haber liberado a su padre. Si no hubo negociación, ¿cuál es la manera en que el congresista consiguió esa liberación? ¿por qué hincha el pecho de orgullo si no tuvo incidencia en la decisión del presidente PPK?:
A mediados del año pasado 2017, me propuse lo siguiente. Ahora a retomar los propósitos para este año 2018 🔜✔ pic.twitter.com/cQV7ZDt9aK
En este excelente reportaje de Ojo Público publicado el 28 de diciembre, cuatro días después de que PPK firmara el indulto de Alberto Fujimori, se consignan otros tantos indicios. Entre ellos, las numerosas visitas de Kenji Fujimori y algunos de los congresistas disidentes al ex dictador durante los días previos a la votación y el indulto, la rapidez con que se desalojó la espaciosa celda que Alberto Fujimori venía ocupando desde 2007 y, sobre todo, la celeridad con que se tramitó la gracia presidencial. Así explican esto último los periodistas Jonathan Castro y Ernesto Cabral en la nota (las negritas son mías):
Ojo-Publico.com determinó –tras acceder a las resoluciones de 19 gracias presidenciales otorgadas entre los años 2016 y 2017– que el indulto para Fujimori es el más rápido que ha otorgado este gobierno. El trámite para un indulto humanitario dura en promedio cuatro meses, e incluso en los casos más lentos, los reos Jan Rohlik y Luis Santillán Gonzalez, tuvieron que esperar entre 14 y 11 meses, respectivamente, para recuperar su libertad.
En el presente caso, el trámite pasó del penal Barbadillo a la Junta Médica Penitenciaria y de allí a la Comisión de Gracias Presidenciales y al despacho Presidencial en 13 días. Entre el 11 y el 24 de diciembre, el indulto a Alberto Fujimori se convirtió en el más rápido de este gobierno.
Ante esa evidencia, tanto la opinión pública como la prensa peruana e internacional han dado por buena la versión no confirmada del pacto entre Kuczynski y Fujimori. Como muestra, estas líneas escritas por los periodistas Jacqueline Fowks y Carlos E. Cúe en el diario El País (las negritas son mías):
Pero el hijo menor, Kenji, parlamentario, se colocó del lado de su padre, que quería salir de prisión a toda costa, y movió los 10 votos necesarios, rompiendo así el grupo liderado por su hermana. Así salvó a PPK, que se libró por ocho votos de ser destituido.
Al final, Kuczynski cumplió el pacto e indultó al patriarca en Nochebuena. Los Fujimori, Keiko incluida, mostraron su alegría y comenzaron a buscar su reconciliación familiar con su padre internado en una clínica, ya en libertad. Pero la política peruana estalló por los aires y ahora PPK tendrá difícil contar con alguien más que no sean los propios Fujimori con los que acordó su salvación.
Tanta es la convicción de la prensa que incluso este editorial del diario El Comercio, publicado el 26 de diciembre, dos días después del indulto, da por sentado que este fue fruto de una negociación (las negritas son mías):
Kuczynski tiene sí una atenuante en las circunstancias en las que decidió violar su palabra y dar el indulto: o aceptaba darlo u hoy no sería el presidente.
¿Cuál es, entonces, la primicia de los periodistas Taj y Aquino en su nota para Reuters? ¿Si el supuesto pacto ha sido analizado y comentado hasta el hartazgo en diversos artículos y columnas, en dónde radica la «exclusiva» que Reuters publica y los mediosperuanosrebotan?
La primicia sería haber conseguido que una persona con conocimiento de la negociación confirmara lo que todos sospechamos y presumimos cierto. De hecho, eso es lo que intenta vender el reportaje de Reuters con la expresión «dijo una fuente cercana al presidente que no quiso ser identificada».
Uno puede entender que la persona que realiza una acusación así de grave contra el presidente de la República opte por hablar únicamente si su nombre no es revelado. Lo que resulta más difícil de comprender es que una agencia periodística del prestigio de Reuters haga uso de una única fuente anónima en una acusación tan seria sin explicar a los lectores por qué deberíamos confiar en ese testimonio.
¿Cómo sabemos los lectores que esa persona sabe lo que dice saber? ¿Por qué no nos explican Taj y Aquino qué razones tienen para creerle? ¿Qué diferencia el convencimiento que tienen los periodistas de Reuters al que tenemos todos los otros periodistas del país que no afirmamos tener una exclusiva o una prueba al respecto?
Todos los que somos periodistas y trabajamos en Perú, o que mantenemos contactos con distintas instancias del mundo político, hemos escuchado mil y un versiones acerca de la negociación entre el presidente PPK y Kenji Fujimori.
Yo mismo he recibido información de, por lo menos, dos fuentes que afirman tener conocimiento de lo ocurrido. Y les creo. Su relato tiene sentido, encaja con toda la información de conocimiento público que he reseñado arriba y, además, son personas de las que me fío, he podido comprobar en ocasiones anteriores que la información que me facilitaron era cierta.
Pero, ninguna de las dos está dispuesta a hablar on the record con su nombre y apellido y aquello que me han contado es imposible de verificar sin su testimonio o su colaboración. Lo que me incapacita para publicar la información recibida. ¿Por qué habrían de creerme los lectores si no puedo explicar la razón de mi convencimiento?
En el libro The Elements of Journalism, uno de los manuales más útiles que existe sobre el oficio, Bill Kovach y Tom Rosenstiel hablan del «espíritu de transparencia» como el elemento más importante en la verificación:
(…) la única manera de sincerarse con la gente acerca de lo que sabes es revelar todo lo que puedas sobre tus fuentes y métodos. ¿Cómo sabes lo que afirmas? ¿Quiénes son tus fuentes? ¿Cuán directo es el conocimiento que poseen? ¿Qué intereses podrían tener? ¿Hay versiones encontradas? ¿Qué es lo que no sabemos?
La transparencia, indican más adelante Kovach y Rosenstiel:
(…) es una señal de respeto para con la audiencia. Permite que la audiencia juzgue la validez de la información, si el proceso para obtenerla fue el correcto y los motivos o intereses de las personas que la proveen.
¿Cómo conseguir esa transparencia? Según los autores:
La identificación clara y detallada de las fuentes es la manera más efectiva a disposición de los medios, y constituye la base de una relación más abierta con el público.
Y terminan:
El espíritu de transparencia es el mismo principio que gobierna el método científico: explica cómo descubriste algo y por qué crees que es cierto, de manera que la audiencia pueda hacer lo mismo. En ciencia la fiabilidad de un experimento, o su objetividad, la define la posibilidad de que un tercero replique el experimento [y obtenga los mismos resultados]. En el periodismo solo explicando cómo sabemos lo que sabemos podemos aproximarnos a la idea de que la gente, si así lo desea, pueda replicar la investigación.
El uso de una fuente anónima, contrariamente a lo que algunos piensan, no es un salvoconducto para ignorar ese espíritu de transparencia. Más bien al contrario. Dado que la confianza que el periodista o el medio está pidiendo a la audiencia es mayor («tú no sabes quién es esta persona pero yo sí, creo en lo que dice, y tienes que confiar en mí»), la transparencia en el manejo de la información también debería serlo.
¿Por qué habría de confiar la audiencia en lo que dice un periodista? Porque explica de dónde procede la información. De nuevo Kovach y Rosenstiel:
Una de las primeras técnicas desarrolladas por los periodistas para garantizar su fiabilidad fue explicitar las fuentes proveedoras de la información. Mr. Jones dijo esto y esto, en tal o cual discurso en el Elks Lodge, en el reporte anual, etc. Esa dependencia de lo que dicen otros para obtener información siempre ha requerido de una mirada escéptica. Un axioma decía: «Si tu madre dice que te ama, veríficalo». Si la fuente de la información es descrita con propiedad, la audiencia puede decidir por sí misma si la información es confiable.
¿Qué ocurre cuando la fuente es anónima? Según los autores de The Elements of Journalism:
Llegados a este punto, para determinar si la fuente es fiable, la audiencia debe depositar aún más confianza en el medio o periodista. Una manera de atenuar ese depósito es compartir la mayor cantidad de información acerca de la fuente anónima, sin dejar de protegerla.
¿Qué nos dicen Taj y Aquino acerca de la fuente de su primicia? Toda la información se reduce a esto: «una fuente cercana al presidente que no quiso ser identificada» y «la fuente, que se reunió tres veces con Reuters».
¿Qué verificación de las afirmaciones de su fuente llevaron a cabo? No se nos dice.
En el texto de Taj y Aquino hay un indicio de que los periodistas intentaron cotejar su denuncia:
Otras dos fuentes del gobierno y una fuente que trabajó en el gabinete dijeron que un indulto humanitario para Fujimori fue discutido durante meses como una forma de dividir a Fuerza Popular. Pero la ministra de Justicia rechazaba el perdón.
El problema es que lo que esas otras tres fuentes confirman no es la denuncia principal del reportaje. Lo que afirma el reportaje es que Kuczynski y Kenji Fujimori negociaron, sin lugar a duda, el indulto a cambio de unos votos en el congreso que le permitían salvar la cabeza al presidente. Lo que dicen esas fuentes es distinto: que el indulto se discutió en el Ejecutivo «como una forma de dividir a Fuerza Popular».
Si cotejaron ese detalle paralelo con «dos fuentes del gobierno y una fuente que trabajó en el gabinete» (y, curiosamente, esas descripciones son más precisas que la que utilizan para la principal fuente: «una fuente cercana al presidente»), ¿por qué no cotejaron el fondo de su denuncia, que se deja en boca de una fuente anónima? Si lo hicieron, ¿por qué no se nos dice a los lectores?
Que el presidente Kuczynski estuviera evaluando el indulto al ex dictador Fujimori en los meses previos no es una novedad. De hecho, él mismo señaló en junio y julio de 2017 que el gobierno barajaba la posibilidad.
Así como tampoco es noticia que se haya reunido con Kenji Fujimori en Palacio de Gobierno a mediados de setiembre. El mismo congresista hizo pública la reunión en su cuenta de Twitter:
Quiero agradecer la sencillez del Presidente @ppkamigo por permitirme visitar la residencia de palacio luego de 18 años! pic.twitter.com/lvU1Ccjkb4
No son esos detalles los que necesitaban confirmación, sino el contenido de la reunión y las acciones que dispararon los supuestos acuerdos alcanzados.
Entre todas las afirmaciones de la primera fuente, hay una que me llama particularmente la atención. Dice así:
La reunión entre Kuczynski y Kenji el 17 de septiembre marcó el inicio de varias citas entre mediadores de ambos lados para allanar el camino del indulto, dijo la fuente, que se reunió tres veces con Reuters. “La confianza con Kenji nació allí en Palacio”, afirmó.
Los mediadores, incluyendo a funcionarios de segunda línea del Gobierno, visitaron al menos media docena de veces a Fujimori en la celda que ocupa en una base policial de Lima, como parte de las conversaciones, agregó.
Todo el resto de lo que dice la fuente en el reportaje se refiere a supuestas conversaciones entre el presidente y el congresista. Es decir, cabe la posibilidad de que esas conversaciones no hayan sido presenciadas por nadie más que por los dos protagonistas y la fuente que dice tener conocimiento de ellas. Léase, cabe la posibilidad de que sean casi imposibles de verificar.
Pero este fragmento que señalo arriba no. Ahí hay «mediadores de ambos lados», entre los que se cuentan «funcionarios de segunda línea del Gobierno» que «visitaron al menos media docena de veces a Fujimori en la celda que ocupa en una base policial de Lima».
Es decir, hay varias personas, fuera del presidente y el congresista Fujimori, que podrían verificar el testimonio de la fuente. ¿Saben los periodistas de Reuters quiénes son esos mediadores? ¿Buscaron su testimonio? ¿Lo consiguieron? ¿Se lo negaron? No lo sabemos, optaron por ignorarlo en su texto.
Pero, además, no solo hay terceras personas que podrían corroborar lo que señala la única fuente de la denuncia, sino que hay visitas a una cárcel ubicada dentro de una base policial, que en teoría deberían constar en un registro oficial (de hecho, sabemos que hay otros periodistas que han accedido y publicado registros de visita de esa misma dependencia). ¿Consultaron los periodistas de Reuters ese registro? ¿Aparecían ahí los nombres de los supuestos mediadores señalados por la fuente? De nuevo, no lo sabemos. Los reporteros de Reuters optaron por privar a los lectores de cualquier información al respecto.
No son detalles irrelevantes. Si toda una denuncia se basa en la información provista por una fuente cuyo nombre no se puede o no se quiere publicar, son precisamente esos detalles, el cotejo de esa información con otros testimonios o pruebas documentales, lo que sirve para darle validez a lo que dice la fuente. Son esos detalles, de ser expuestos en la nota, la razón por la que el público habría de creer a los periodistas.
Si bien todos los medios deberíamos ser más escrupulosos en el manejo de fuentes y —en tiempos de fake news y desinformación galopante— deberíamos poner especial énfasis en el espíritu de transparencia, en el caso de las agencias de noticias como Reuters la responsabilidad es aun mayor.
Como sabe cualquiera que haya trabajado en una redacción, la información proveniente de una agencia suele ser tratada por los periodistas como ya confirmada y lista para publicar sin necesidad de verificación alguna.
Es así en casi todo el mundo. Como explica el periodista Nick Davies en su libro Flat Earth News:
Por ejemplo, el manual interno de la BBC señala de forma específica que los periodistas deben contar con al menos dos fuentes para cada historia. A menos que estén publicando información de PA [Press Association, una de las agencias noticiosas más importantes de Reino Unido], en cuyo caso pueden publicar directamente. Una notificación especial del consejo periodístico de la BBC del 1 de diciembre de 2004 indicaba al personal: «Press Association puede considerarse como única fuente ya confirmada». La nota resaltaba esa oración en negritas.
Intrigado por los detalles y explicaciones ausentes de la nota de Reuters sobre Kuczynski y Kenji Fujimori, intenté comunicarme con sus autores. Crucé un par de mensajes de Facebook Messenger con Marco Aquino la noche del sábado 27. El domingo, horas después de nuestro último mensaje, le pregunté: ¿De qué manera corroboraron el testimonio de la fuente anónima y por qué no se explica en la nota si lo hicieron y cómo? Aquino vio mi mensaje pero no volvió a responderme.
En paralelo, el mismo sábado, escribí un email a la dirección que Mitra Taj consigna en su cuenta de Twitter. El lunes 29 recibí un amable correo de vuelta en el que Taj me preguntaba qué deseaba saber sobre la nota. Le respondí, explicando que tenía algunas dudas sobre el uso de la fuente anónima y repitiendo las preguntas que le había hecho a Aquino. Taj me respondió poco después pidiéndome algo de tiempo para solicitar autorización de la agencia antes de declarar.
Su respuesta final llegó la tarde del día miércoles 31. La comparto, traducida, en su integridad:
Desafortunadamente no podemos ofrecer más detalles acerca de por qué confiamos en esta fuente sin entrar en detalles confidenciales sobre nuestra recolección de información. Si bien siempre nos esforzamos por nombrar a nuestras fuentes, utilizamos fuentes anónimas en caso excepcionales, y este ha sido uno de ellos. Nuestras prácticas periodísticas obedecen a principios rectores que han convertido a Reuters en una las organizaciones noticiosas más confiables del mundo. Respaldamos nuestra historia, en la que aportamos información relevante, rigurosa y nueva que merecía ser de dominio público.
Una vez más, el problema es que, sin esos detalles, los lectores no sabemos por qué debemos confiar en esa fuente. El reportaje de Taj y Aquino no aporta la información suficiente más allá de un titular vistoso colgado del testimonio de una fuente anónima.
Que dos experimentados periodistas peruanos hallan patinado recientemente y a propósito de este mismo asunto y sus múltiples ramificaciones, debería ser una poderosa llamada de alerta ante los peligros de confiar en una fuente única, sea esta anónima o pública:
No hay ningun indulto en marcha para Alberto Fujimori. El propio Presidente me lo ha asegurado. Espero poner fin a ese falso rumor.
El Presidente me mintió. Lo siento mucho por él. Perdió todo el respeto que le tenía. Lamento mucho que las víctimas no hayan sido oídas. El informe médico tiene serio vicio y espero que las instancias internacionales intervengan para hacer valer sus sentencias.
Una fuente cercana a la ministra y en quien yo confío, me lo dijo y le creí. Intenté hablar con ella y no me respondió. Ahora acaba de responderme y coincide con Ud. Valga su aclaración. https://t.co/dzfkiSkx85
Por más que todos creamos, en base a los varios indicios mencionados al comienzo, que PPK y Kenji Fujimori negociaron, lo que hace Reuters es grave. Está acusando directamente —no especulando ni infiriendo como han hecho otros tantos periodistas— al presidente de la República en un reportaje sin más prueba que una voz anónima. Y está pidiéndole al lector –y a los otros medios de comunicación, sus principales lectores– que confíe en esa fuente porque sí, sin ofrecer ninguna información adicional que justifique esa confianza. Que confirme nuestros prejuicios y presunciones no es, en modo alguno, suficiente.
Posverdad -pésimo branding, si me preguntan- no es que hoy haya más mentiras que ayer, ni que las mentiras sean más grandes o más ruidosas. Ni siquiera que las mentiras apelen únicamente a nuestras emociones intentando esquivar a nuestro yo racional, que Daniel Kahneman mediante, sabemos ya que es bastante menos racional de lo que nos gustaba pensar.
Posverdad es que hoy, sepultados por la avalancha de información sin contexto que corre en redes sociales (y que los medios idiotas buscan imitar o encauzar sin entender que su trabajo es ser dique y no desagüe), a casi nadie parece interesarle la verdad si esta no encaja con sus prejuicios y/o cuesta más de un par de tweets o un titular leído al vuelo en Facebook.
Lo más triste, para mí al menos, es que ese NADIE incluye a muchos de los que vivimos de ella. O sea, incluye a los periodistas.
Posverdad significa que vivimos en el mundo que han soñado siempre los conspiranoicos, un mundo donde todos somos inmunes a la evidencia que nos pone delante la realidad si esta contradice nuestros prejuicios, ideología, visión del mundo o, incluso, apetencias u odios momentáneos.
Esto es posible porque, contrariamente a lo que pensábamos y esperábamos, Internet y, sobre todo, las redes sociales, no han ensanchado los muros de la arena que como sociedad habíamos construido para albergar la discusión pública. En lugar de ampliarla, la han roto en mil pedazos.
En principio, esto no tiene que ser negativo per se. Un montón de arenas pequeñas conectadas entre sí podrían ser mejores que una gran arena única de muros relativamente estrechos donde unos cuantos deciden qué temas se tocan y cuáles no. Ya saben, la famosa teoría de la prensa y el poder como gatekeepers.
Lo que ocurre es que esa arenitas atomizadas en realidad no están interconectadas, más bien al contrario, los algoritmos de Facebook y Google, que saben perfectamente qué nos gusta y qué no, trabajan a marchas forzadas para ofrecernos solo aquello que ya saben que nos interesa, dejando fuera de los muros de nuestra arenita todo aquello que no queremos ver o que desafía o contradice nuestros gustos y visión del mundo. Y, como lo que Facebook quiere es “conectar al mundo”, nos pone delante a personas que piensan, opinan o tienen gustos similares a nosotros, sabiendo que, como seres humanos, nuestra tendencia natural es a agruparnos con nuestros semejantes y temer al diferente.
Las redes sociales han parado el sueño wiki del «wisdom of crowds». La horizontalidad colaborativa puede haber servido para darnos la mejor enciclopedia que hayamos conocido, pero eso es posible porque incluso en la horizontalidad wiki existen unas reglas, límites y jerarquía que garantizan, o al menos hacen posible, el éxito del emprendimiento.
Si el objetivo es juntar ladrillos (artículos o contenido) para armar una casa (enciclopedia), la sabiduría de la masa puede bastar para moderar y sacar adelante los cimientos, las paredes y el techo. El problema es que en redes sociales no hay objetivo común alguno y que, si de lo único que se trata es capturar y mantener cautiva nuestra atención con la excusa de conectarnos, la calidad del ladrillo (contenido) da igual.
La jerarquía, esa cosa tan denostada, no ha desaparecido, ahora la dicta el misterioso algoritmo, únicamente interesado en que los usuarios no abandonen nunca sus pequeñas arenas atomizadas. No vaya a ser que debamos enfrentarnos a algo o alguien que nos produzca rechazo, abandonemos la plataforma y no puedan ponernos un aviso pagado más enfrente («las mejores mentes de mi generación están pensando cómo hacer que la gente de click a anuncios»).
Por eso puede existir la posverdad. Porque cuando una mentira, por ridícula o compleja que sea, se suelta en una de estas arenitas, la arena del costado, que tiene las armas o el interés en desmontarla, no se entera. O si se entera, le parece que ocurre en un país extraño, lejos de la comfortable arenita que hemos levantado con nuestros prejuicios constantemente confirmados, un país lejano donde todos son idiotas porque no piensan como yo y para qué tomarse la molestia siquiera.
La mentira se encuentra así casi siempre solo con suelo fértil, con personas predispuestas de antemano a creerla y que están cada vez más acostumbradas a toparse con contenido amable con sus prejuicios y, por ende, han perdido el dificil y trabajoso hábito de mirar con suspicacia.
El problema principal y lo que define, a mi modo de ver, la posverdad, no es que haya más mentiras, estas se distribuyan más rápido o que con los medios en crisis y desnortados nos hayamos privado de las herramientas para desarticular las mentiras habituales del poder político, el poder económico o de cualquiera que, lejos de la ignorancia, miente interesadamente. Las herramientas existen y, por suerte todavía, hay quien las utiliza.
La cuestión es que hemos desmantelado la arena donde podemos darles uso, donde podemos enfrentarnos a las verdades incómodas que nos vacunen, al menos un poco, contra la mentira interesada.
ACTUALIZACIÓN
El analista de medios y profesor de de periodismo en NYU, Jay Rosen llamaba la atención en Twitter sobre un tuit de la reportera Monica Hesse de The Washington Post:
Let's be clear about this. The whole idea of 'the public record' is under attack. https://t.co/dtLVDBA8Wz
Just off the phone with my third reader of the day who says she (all have been women) never heard of "grab em by the p—y," or allegations against Trump. "You're making that up," last one told me, explaining that she listens to Fox every day, so she's up on the news.
Acabo de colgar el teléfono con la tercera lectora del día (todas han sido mujeres) que me dice que nunca escuchó el «agarrarlas del pussy« u otras acusaciones contra Trump. «Estás inventándote eso», me dijo la última y me explicó que escucha Fox todos los días, así que está al día con las noticias».
Por si no lo recuerdan, el episodio «agarrarlas del pussy« fue uno de los momentos más escandalosos de la última campaña presidencial norteamericana. En una grabación se escuchaba al ahora presidente Trump decir:
Sabes, me siento atraído automáticamente a mujeres hermosas. Las empiezo a besar. Es como un imán. Directo a besarlas. No puedo esperar.
(…)
Cuando eres una estrella te dejan hacer. Puedes hacer cualquier cosa…agarrarlas del pussy. Lo que sea.
Cuando se hizo público el audio, a un mes de las elecciones, muchos analistas, periodistas y adversarios políticos pensaron que Trump estaba acabado. Era imposible que el partido republicano, cuya base está conformada en parte por la derecha religiosa conservadora del país, mantuviera el apoyo a un candidato que admitía acosar sexualmente a mujeres. Por supuesto, todos sabemos ya qué ocurrió.
Un año después, la periodista Monica Hesse descubre hablando con lectoras que hay quien no ha escuchado jamás acerca de ese u otros episodios que implican al presidente Trump en agresiones sexuales contra mujeres.
Ante el testimonio de Hesse, el analista Jay Rosen señalaba en su tuit:
Vamos a ser claros sobre esto. La idea misma de «información de dominio público» se encuentra amenazada.
Eso es la posverdad. Encerrados en nuestras arenitas virtuales, nos encontramos muchas veces aislados de la información que puede poner en riesgo o incomodar nuestra visión del mundo.
Como decía líneas arriba:
El problema principal y lo que define, a mi modo de ver, la posverdad, no es que haya más mentiras, estas se distribuyan más rápido o que con los medios en crisis y desnortados nos hayamos privado de las herramientas para desarticular las mentiras habituales del poder político, el poder económico o de cualquiera que, lejos de la ignorancia, miente interesadamente. Las herramientas existen y, por suerte todavía, hay quien las utiliza.
La cuestión es que hemos desmantelado la arena donde podemos darles uso, donde podemos enfrentarnos a las verdades incómodas que nos vacunen, al menos un poco, contra la mentira interesada.
El 20 de setiembre a las 9.18 de la mañana, veinte horas después de que un terremoto de 7.1 grados remeciera la Ciudad de México, la periodista Danielle Dithurbide conectaba en directo con el set de Televisa Noticias, donde se encontraba el presentador Carlos Loret de Mola.
Dithurbide, conductora de un informativo matutino y directora de información internacional de noticieros Televisa, había llegado la tarde anterior al colegio Enrique Rébsamen, ubicado al sur de la ciudad.
En el momento del terremoto, el 19 de setiembre a las 13.14, Dithurbide se encontraba en las oficinas de Televisa Chapultepec en el corazón de la ciudad, según me dijo en una de nuestras conversaciones telefónicas. Siguiendo el protocolo del canal de noticias 24 horas de Televisa, Foro TV, Dithurbide empezó a transmitir en vivo los detalles de la emergencia junto a otros dos periodistas desde el set.
Sobre las 17.00 de la tarde, luego de casi cuatro horas frente a cámara y de que tomara el relevo la conductora principal de noticias de Televisa, Denise Maerker, Dithurbide subió a una moto que la llevó hasta el colegio Enrique Rébsamen. Uno de los edificios de la escuela había colapsado ante las cámaras horas antes y se creía que había niños y profesores por rescatar.
Dithurbide cuenta que mientras se encontraba al aire en el set, la redacción le iba pasando datos de los lugares donde se habían reportado daños y el nombre de la escuela Rébsamen se le quedó grabado porque las anotaciones indicaban «hay niños atrapados dentro». Cuando su jefe le indicó que saliera a reportear desde el terreno, Dithurbide buscó el colegio en Google Maps e indicó al motorizado que la llevara para allá. Este es el trayecto entre los estudios de Televisa y la escuela Rébsamen:
En condiciones normales, a bordo de una moto el camino debe tomar unos treinta minutos. Según cuenta la periodista, esa tarde tardaron alrededor de una hora porque «todas las calles, todas las avenidas estaban paradas, parecían un gran estacionamiento». Durante esa hora, desde detrás de la moto la periodista vio «casas derrumbadas, cadenas de remoción de escombros impresionantes, gente caminando como zombies entre los coches, gente con letreros, cartulinas que decían ‘hablo inglés, si necesitas ayuda acércate’, ‘dame ride, no me tengas miedo’, gente muy agresiva, gente muy nerviosa».
Una vez llegó a la escuela, la periodista empezó a enviar despachos telefónicos desde una tienda cercana porque al principio y debido al caos no consiguió encontrar al camarógrafo que se suponía estaba en la zona y, además, la señal celular era muy débil. Su primer reporte en vivo, en conversación con Maerker, tuvo lugar a las 18.16 de ese martes 19.
Pero no sería sino hasta la mañana siguiente, luego de haber enlazado en directo unas quince veces a lo largo de la noche, que su nombre empezaría a hacerse familiar para todos los mexicanos.
Las imágenes que ustedes están viendo son desde el techo de una de las estructuras de la escuela que se mantiene en pie. Estamos literalmente en la zona cero de esta desgracia y estamos viviendo un momento muy emocionante, Carlos. Te puedo confirmar que están teniendo contacto con una niña con vida, le acaban de pasar una manguera para que pueda tomar agua (…) Está muy alejada de la zona a la que pueden tener acceso hasta el momento los rescatistas pero, bueno, te puedo confirmar que está con vida y que tan solo en unos minutos podremos estar al aire con el rescate de esta pequeñita.
El rescate, pudimos saber casi treinta horas después, no iba a ocurrir nunca. Es más, la pequeñita “no fue una realidad”, en palabras del subsecretario de Marina, el almirante Ángel Enrique Sarmiento.
El jueves 21 a las 14.05 de la tarde, Sarmiento leía ante las cámaras un comunicado que afirmaba que no quedaba ningún niño por rescatar y “que la versión que se sacó con el nombre de una niña, no tenemos conocimiento, nosotros nunca tuvimos conocimiento de esa versión” (sic).
Esto, pese a que tanto él como el almirante José Luis Vergara, Oficial Mayor de la Marina y responsable junto a Sarmiento de las labores de rescate en el colegio Rébsamen, habían repetido lo contrario a las cámaras de distintos medios el día anterior.
Toda esta información, nombre incluido, fue divulgada o validada, en distintos momentos durante los días 20 y 21, por el almirante José Luis Vergara o por el almirante Sarmiento, responsables del centro de mando, delante de una cámara de televisión o en conversación con periodistas.
Un detalle tangencial, que a muchos ha pasado desapercibido, es que Frida Sofía es también el nombre de la hija de una de las artistas más populares de México.
¿Se acuerdan de ese hit noventero de Alejandra Guzmán llamado Yo te esperaba?
A quien Alejandra Guzmán esperaba cuando compuso esa canción es a su hija Frida Sofía, quien hoy, a los 26 años, convertida en instructora de fitness y chica de portada Playboy, acumula medio millón de seguidores en su cuenta de Instagram y aparece con regularidad en las páginas sociales de los medios mexicanos.
Así que cuando el día 20, fuentes oficiales y periodistas ubicados en la escuela Rébsamen empezaron a repetir que la niña del rescate inminente se llamaba Frida Sofía, el nombre -sonoro de por sí- no tuvo que hacer mucho para clavarse en la memoria del público.
El nombre y todos los otros detalles que fueron surgiendo a lo largo de los dos días fueron además corroborados ante cámaras -y fuera de ellas- por distintos rescatistas, miembros de la Marina o el Ejército y civiles. Algunos de los cuales eran, de hecho, las fuentes originales de la información. Léase, aquellos que habían realizado algún descubrimiento y lo habían comunicado a Vergara y Sarmiento, y que luego declararon por su cuenta a los periodistas. Volveré sobre este punto, fundamental, más adelante.
Luego del desmentido de Sarmiento, y de las disculpas públicas que él y Vergara más tarde ofrecerían también ante cámaras, las redes sociales mexicanas estallaron.
En Twitter y Facebook todos tenemos siempre a mano una antorcha encendida y un trinche afilado para linchar a quien, creemos, ha cometido un error. Yo mismo, periodista y analista de medios, lancé una serie de tuits y estados de Facebook en los que reflexionaba sobre la importancia de dudar de las fuentes oficiales. Dirigiendo las críticas, como casi todos los periodistas cuyos comentarios leí, a los reporteros de Televisa que habían dado cuenta de la historia de Frida Sofía.
TODO DEBE VERIFICARSE. Ese es precisamente el trabajo. Nunca basta una fuente. "If your mother says she loves you, check it out". /2
Digamos que la Marina y el gobierno mexicano tuvieron suerte de que fuera Televisa -y su querencia por las telenovelas- quien puso en pantalla durante dos días la historia de esa pequeñita inexistente bautizada con el nombre más mexicano que se nos pueda ocurrir.
Solo el odio que despierta Televisa y su siempre cuestionada relación con el gobierno de turno consiguió que pasemos por alto el desastre que fue la gestión de información de los responsables del rescate en el colegio Rébsamen.
Como muestra un botón.
El miércoles 20 a las 14.39, el subsecretario Sarmiento aparece en directo frente a una multitud de cámaras y micrófonos junto a tres rescatistas. Uno de ellos, llamado Juan Ramiro de la Fuente, le explica lo que ha hallado el escáner térmico que opera. “Tenemos dos temperaturas, este que vemos aquí puede ser tórax, o sea órganos vitales. Ahorita confirmados por la doctora de policía federal”, dice De la Fuente. En ese momento interrumpe otro rescatista, vestido de azul y casco amarillo: “Dice que puede ser un cuerpo. Y debe estar con vida, porque la temperatura de todo el entorno es fría y un cuerpo sin vida toma la temperatura del entorno”. Ahí retoma la explicación De la Fuente: “Mi recomendación sería tratar de ver un ángulo distinto, con una cámara, con la intención de asegurarlo al cien, para poder ahora sí utilizar todos los recursos. Tendríamos que volver a entrar al compañero –en este momento, un tercer rescatista a su derecha, con camiseta militar, dice ‘Yo soy’-, tendríamos que volver a entrar para tratar de girar un poco la cámara a ver si pudiéramos ver el tórax y más de la cabeza y de los brazos”. Aquí vuelve a intervenir el segundo rescatista, que dice: “Pero definitivamente es un cuerpo con vida”.
En ese momento, Sarmiento, a quien toda esta explicación iba dirigida (además de a las cámaras de televisión, claro), pregunta: “¿Y gritaron ‘mueve los dedos’?”. Los tres rescatistas asienten y dicen que sí. El tercero, el de la camiseta militar, dice: “Movió y con el escáner logramos detectar. Y después me pasaron la cámara técnica y ya con eso” (sic). Sarmiento aquí pregunta: “¿Físicamente, la ven?” Los rescatistas dicen que no. De la Fuente aclara: “En la parte de movimiento y en la parte térmica está confirmado. En la parte sonora no está confirmado, hay mucho ruido ambiental. Entonces tendríamos pues tratar de tomar una adicional” (sic). El rescatista de la camiseta militar interviene: “Yo creo que hay que girar”. Sarmiento, dirigiéndose a él dice: “¿Quién entraría otra vez? ¿Tú?” El rescatista asiente y un cuarto rescatista con casco blanco detrás de él dice: “Volvería a entrar él, mi almirante”. Sarmiento aquí se dirige a De la Fuente y le dice: “¿Tú también entrarías de nuevo?”. Este responde: “Sí, pero yo entro en la parte exterior. Yo llevo el apoyo técnico con él. Entraría la parte de la Secretaría de Marina, el grupo de rescate es el que entraría con él”. Sarmiento asiente y dice: “Ok, sale. Adelante”.
Aquí pueden ver la escena casi al completo. Ocurre entre el minuto 7:24 y el 8:45:
Un minuto después, Sarmiento declara de nuevo en directo, esta vez ante las cámaras de Milenio TV: “Responde a las señales, le indican que mueva las manos y al menos en el equipo térmico hay movimiento. Físicamente no la ven, pero con el equipo térmico está respondiendo, entonces ahorita lo que van a hacer es corroborar por otro medio que realmente esté la niña ahí y entonces ahora sí meter más equipos para poder sacarla”. Pueden verlo aquí:
Conversé por teléfono con Juan Ramiro de la Fuente, voluntario civil, miembro de Rotary International, unos días después, cuando se encontraba, según me dijo, ayudando en otras labores de rescate en Oaxaca.
De la Fuente tiene 20 años de experiencia en rescate en estructuras colapsadas y opera ese equipo térmico y de ultrasonido, propiedad del Rotary, desde hace unos dos años. Le pregunté si la explicación que vimos por televisión fue en realidad en directo. Es decir, si el subsecretario Sarmiento se enteró al mismo tiempo que todos los televidentes de los hallazgos del equipo que él manejaba. Me dijo que sí.
Es decir, el responsable del centro de mando de la Marina permitió que se le diera una información extremadamente sensible, la posible confirmación de la detección de un sobreviviente, ante las cámaras.Convirtiendo así uno de los momentos claves del supuesto rescate en un espectáculo televisivo.
Si uno ve las imágenes o relee la descripción, puede ver cómo lo que era en principio la detección de una variación de temperatura y cierta cautela de De la Fuente recomendando la confirmación de este hallazgo con un nuevo ingreso de un rescatista en el boquete donde se presume se encuentra la niña, se convierte ante cámaras, en cuestión de segundos, en “un cuerpo vivo” que “mueve los dedos”.
Quise conocer la versión de los dos oficiales de Marina al mando, entender por qué habían permitido que las cámaras presenciaran esta y otras escenas igual de delicadas, y preguntar acerca de la manera en que habían manejado la información que iban recibiendo durante el rescate. Solicité a la oficina de Atención a Medios de la Secretaría de Marina, tanto por teléfono como por email, conversar con el almirante Sarmiento y el almirante Vergara, pero nunca recibí respuesta.
En mi conversación con De la Fuente, le pregunté qué es lo que había podido detectar su equipo, ahora que sabíamos que no había ahí ningún cuerpo con vida en el lugar donde trabajó su escáner. Luego de una compleja explicación, en la que me dijo que “lo que hacen estos equipos son dar probabilidades, porcentajes de aproximación a una hipótesis”, De la Fuente recalcó que su equipo “detectó una temperatura” y “unos sonidos de movimiento”. A continuación, comentó que durante los trabajos tuvieron varios falsos positivos.
Cuando insistí en qué podían haber sido esas temperaturas y movimientos, me dijo: “Muchas cosas, por ejemplo, si tú tienes una entrada de luz a esa zona, por cualquier orificio, esa entrada de luz puede calentar una superficie y eso te lo puede marcar la cámara térmica, si tú tienes un tubo o una lámina o un cable y en la parte exterior está expuesto al sol, como es un conductor puede generar un aumento de temperatura. Esos son los falsos positivos normales en un rescate”.
Sin una multitud de cámaras delante, De la Fuente seguramente habría podido explicarle esto al almirante Sarmiento, quien, a su vez, podría haber tomado con pinzas la delicada información. En una transmisión en vivo y en directo, “unas temperaturas” se convirtieron en pocos segundos en “un cuerpo con vida”.
Tanto Danielle Dithurbide como otros periodistas –Televisa no fue el único medio que desplegó reporteros y cámaras en la escuela Rébsamen y fue dando detalles sobre la niña y su inminente rescate- tienen parte de responsabilidad al haber transformado esta historia en una telenovela en vivo. Pero casi toda esa responsabilidad recae en la espectacularización propia de la televisión en directo antes que en el trabajo individual de uno u otro reportero.
Incluso algunos medios y periodistas que luego se han colgado medallas incurrieron en prácticas cuestionables, presas también ellos de la urgencia del directo. Por ejemplo, hay cierto consenso entre la prensa y el público mexicano en que quienes desbarataron la «farsa» de Frida Sofía fueron Carmen Aristegui y los reporteros de su canal online Aristegui Noticias. Lo cual, en realidad, no es cierto.
Aristegui y su equipo plantearon dudas sobre lo que ocurría en la escuela Rébsamen, alguna de ellas alarmada y alarmante, pero no lograron desbaratar nada porque no llegaron a verificar nada. De hecho, hicieron lo mismo que criticaron a sus colegas de Televisa y otras cadenas: repetir -o amplificar- testimonios ajenos sin hacer esfuerzo alguno para contrastarlos.
Dos ejemplos.
El día 20 las 12.12 del mediodía, Aristegui conectaba por teléfono con su reportera Laura Castellanos, quien desde el colegio Rébsamen le decía:
Es una buena noticia. La maestra Amalia Carrillo de sexto de primaria nos dice que desde hace 40 minutos ubicaron a una niña que movió la mano y la están hidratando, precisamente a través de una de estas camelback, le están dando agua, no saben quién es esta niña, simplemente la tienen ubicada y están en las labores de rescate.
A continuación, Castellanos empieza a dar el reporte de algunas personas que han sido encontradas en el área cuando alguien la interrumpe, a lo que Aristegui replica: “Laura, ¿qué sucedió?» Y Castellanos aclara:
Lo que pasa, me están pidiendo un momento, me acaban de proporcionar la información de la otra persona adulta, cuerpo femenino, me pasaron los datos pero ahorita se está acercando un funcionario de la oficina del Comisionado Nacional de Seguridad y me está…que todavía yo no mencione esta información que directamente me dio la agente del Ministerio Público. Esperamos un momento a que él me precise esta información, Carmen. Bueno, lamentablemente como estoy ahorita en una mesa cargando el celular en la mesa precisamente pensaron que yo era autoridad y ahorita me dieron esa información a mí.
Pueden ver la secuencia entera desde el minuto 4:13:00:
Pero el momento cumbre de la transmisión de Aristegui Noticias llegaría sobre las 13.00 de la tarde del jueves 21 de setiembre, cuando Carmen Aristegui pone en pantalla y conversa, en vivo, con un muchacho llamado Dorian Riva.
Según explica Aristegui, Riva es «un joven traductor alemán que esta mañana acompañó a los brigadistas alemanes y escuchó a un jefe policiaco mexicano que Frida Sofía no existe y que la esperanza de vida es nula, qué tremendo». Tras la introducción, Aristegui conecta con Riva para que de su testimonio en vivo:
Estaba yo afuera y comenzaron a preguntar por voluntarios que traducieran (sic) alemán para los brigadistas alemanes y entré. En lo que nos daban un casco y todo para, pues para ayudar, me puse a platicar con uno de los encargados de la policía federal, el cual me contó que todo eso de Frida Sofía y que están intentando rescatar gente pues que no es cierto, que solamente están intentando que el edificio no colapse. O sea que hay gente adentro pero que la esperanza de vida que tienen es nula, que ya no se les puede salvar, o sea que es muy difícil, pero pues me dijo que eso de que Frida Sofía está dentro, que ni siquiera existe una Frida Sofía, ni siquiera saben qué nombres hay, ni siquiera saben dónde están, o sea en sí no están intentando salvar gente. simplemente están rescatando el edificio. Y me enseñó una foto de una señora alemana que rescataron hace un rato. Él tiene la foto únicamente, dice que no quiere lucrar con la desgracia de los demás y por eso no va a mandar la foto, pero dijo que rescató una alemana y que ahorita ya no están rescatando gente, que solamente están pues, este, evitando que el edificio colapse.
La periodista, desde el set, replica:
Dorian, lo que nos cuentas es muy fuerte porque efectivamente se ha creado una expectativa nacional sobre esta niña, se han hecho crónicas, informaciones que hablan, y las hemos aquí comentado, citando a los medios que están compartiendo estas crónicas, una serie de informaciones en donde se dice que Frida Sofía, la presunta Frida Sofía, habría pedido ayuda, que la única palabra que había pronunciado era auxilio, que había movido la manita, que la habían hidratado, todo eso que se ha ido diciendo a lo largo de las horas, si no existe una niña Frida Sofía, bueno, pues, se pone en duda la historia misma.
El improvisado traductor insiste:
A mí me dijo que todo eso que se está comunicando desde adentro y que hay gente con ella y con eso, que es mentira. No hay ninguna comunicación desde adentro, y que pues no se sabe si hay gente acompañando a la tal Frida Sofía, no se sabe.
Aristegui comenta la ausencia de padres de Frida Sofía y Riva le dice:
El policía dijo también que no hay ningún papá aquí dentro reclamando niñas o niños, que no hay nadie esperando a sus hijos, y ahí me dijo «si tú fueras papá, a poco no estarías aquí esperando a tu hija, no te moverías de aquí». Dice que no hay ningún papá aquí y que la directora del colegio Rébsamen está yendo de casa en casa a preguntar si están los papás y los hijos, para saber en verdad quién falta. Porque no saben quién falta, no se sabe cuántas personas hay adentro y no se sabe quiénes son.
Luego de esto, finalmente, Aristegui parece recordar que el trabajo periodístico no se limita a ponerle un micrófono delante a una fuente para que declare sin filtro, por muy explosivo que sea su testimonio, y dice:
Déjame regresar al punto de tu fuente en este momento, Dorian. Volvemos a decir, tú eres un joven que está trabajando en este momento ayudando a los brigadistas alemanes, que han venido a México a ayudar en la tarea estructural y en este trabajo de traductor del alemán tuviste acceso a lo más cercano, precisamente del asunto, estás directamente trabajando con los alemanes en la traducción. Ahí es cuando este diálogo tuyo con un elemento policiaco o militar o… ¿puedes reconocer quién te dijo lo que nos estás diciendo ahora?
El muchacho responde:
No, no me sé su nombre, pero era un miembro de la policía federal, quien acompañaba al encargado de todo esto que está pasando aquí en el colegio Rébsamen. Era el encargado de todo, estaba organizando todo, estaba viendo quién debe entrar y quién no debe entrar, él decía qué se necesita y qué no se necesita, el que me dijo esto iba acompañando a esa persona.
Aristegui aquí -de nuevo, en vivo y en directo- hace las preguntas que algún periodista tendría que haber hecho antes de poner el testimonio en cámara:
Quieres decir que es alguien que lleva mando en la escena de rescate. Perdón que te lo vuelva a preguntar de esta manera, Dorian, ¿cómo es que fraseó las cosas? ¿recuerdas exactamente cómo te lo dijo? ¿por qué empezaron a hablar del tema? ¿cómo se dio la conversación entre tú y esa persona que ahora nos estás compartiendo?
Aquí pueden ver toda la entrevista:
Recapitulemos. Una de las periodistas más prestigiosas y respetadas de México, azote de los poderosos y crítica severa de sus colegas, pone en pantalla, en vivo y en directo, a un muchacho ubicado en una zona de desastre del que no sabe absolutamente nada, tan solo el nombre, para que su testimonio se tumbe la operación de rescate que realiza la Secretaría de Marina.Testimonio que, como el mismo muchacho admite, está basado en lo dicho por un tercero, cuya identidad desconocen tanto el entrevistado como la periodista.
¿Cuál es la diferencia, visto lo ocurrido en la cobertura del rescate en el colegio Enrique Rébsamen, entre el trabajo de Carmen Aristegui y su equipo y el de Danielle Dithurbide o Denise Maerker? ¿Quién hizo más esfuerzos por verificar los testimonios que ponían en pantalla? ¿De quién podemos decir que intentó conducirse con el mínimo rigor periodístico exigible?
Que Dorian Riva estuviese parcialmente en lo cierto resulta irrelevante. Aristegui, cuando decidió ponerle una cámara y un micrófono delante, no tenía cómo saber que el muchacho no mentía o su relato era cierto.
El periodismo es, sobre todo, un método, un procedimiento. Y aquí el procedimiento, visto lo visto, tuvo el mismo rigor que una tirada de dados en una mesa de casino. Lo que, lastimosamente, es demasiado habitual en el periodismo televisivo que se hace en vivo.
Muchos periodistas y parte del público ven en la transmisión en directo una cima del periodismo. Un error que historias como esta desnudan. Se piensa que es así porque, posmodernos todos, creemos que la información trabajada por un periodista está mediatizada, y esa mediación supone un obstáculo para conocer la verdad. La cámara transmitiendo en directo y el periodista narrando al mismo tiempo lo que nuestros ojos ven serían así el ejemplo más puro de periodismo no contaminado por la subjetividad humana.
Pero, en realidad, es precisamente debido a la mediación, a que un periodista se da el trabajo y se toma el tiempo de verificar, contextualizar y narrar unos hechos que ha presenciado o reconstruido a partir de testimonios ajenos, que el periodismo puede acercarnos a la verdad.
El periodismo en directo es casi un oxímoron. En directo pueden presenciarse y hasta narrarse hechos, pero verificarlos y dotarlos de contexto se hace extremadamente difícil. El directo añade una barrera aun más alta, muchas veces infranqueable, a la de por sí complicada labor de hacer periodismo.
Pese a ello, algunos de los periodistas presentes en la escuela Enrique Rébsamen, entre ellos Dithurbide, lo intentaron. Luego de conversar con ella y contrastar su testimonio con decenas y decenas de horas de transmisión, los reportes de otros periodistas y las declaraciones de las distintas personas que hablaron para la televisión, mi conclusión es que su trabajo estaba condenado al fracaso. No porque confiara en una fuente oficial sin verificar, como muchos criticamos instantánea y alegremente en redes sociales. Sino porque esas fuentes oficiales se encontraban montadas junto con los rescatistas en una montaña rusa de entusiasmo de la que nadie, ni siquiera los periodistas, supo bajarse.
Ese es uno de los peligros del directo: sin tiempo para digerir la información resulta extremadamente difícil, si no imposible, que un periodista haga a un lado las emociones de un rescate que ofrece un envión de esperanza en medio de la tragedia.
En una zona de desastre quien controla todo, incluido el flujo de información, debe ser la autoridad al mando. Los periodistas debemos hacer nuestro trabajo intentando no poner en riesgo las labores de rescate, mucho más importantes que la labor informativa ya que de su éxito depende la vida de personas. Muchas veces, eso supone confiar en la información que nos brinda una fuente oficial. No es una confianza a ciegas, ni mucho menos. Hay formas de verificar de forma suficiente lo que se nos dice sin entorpecer los trabajos.
¿Qué podía hacer un periodista que retransmite en directo cuando alrededor reina el caos y el entusiasmo y la principal fuente de información es oficial? Podía haber buscado las listas de alumnos del colegio. Podía haber insistido en hablar con los supuestos padres que aguardaban el rescate de su hija. Dithurbide me dijo que lo hizo, pero cuando uno de los supuestos padres señalados por el almirante Vergara le pidió respeto, accedió a su pedido y se retiró sin más preguntas.
El problema mayor en el colegio Enrique Rébsamen fue que quien debía controlarlo todo no ejerció ningún tipo de control. Los oficiales al mando no solo no manejaban el flujo de información y recibían datos sensibles -que hubieran tenido que valorar y confirmar en privado- delante de las cámaras. Esa información no solo provenía muchas veces de fuentes civiles sobre las que no tenían ninguna autoridad ni control, sino que, como he explicado ya, la repetían casi de inmediato ellos mismos frente a las cámaras, convirtiéndola así en oficial.
Luego, los rescatistas que habían sido el origen de la información volvían a compartirla ante otras cámaras, sazonando su pequeña pieza con los detalles declarados por otra fuente, haciéndolos suyos sin filtro alguno y acrecentando la bola sin que nadie se percatara ni pisara el freno.
Aquí, por ejemplo, un rescatista que supuestamente ingresó al boquete por donde se buscaba rescatar a Frida Sofía cuenta que «la niña hablaba por teléfono y le mandaba whastapps a la directora»:
Aquí otro indica que escuchó «unas voces muy débiles de una niña, al parecer de nombre Sofía…se le preguntaba su nombre y decía ‘Sofi, Sofi'»:
Aquí un tercero dice que es posible que haya más de un niño «porque se confirmó con cámara termodinámica» (sic):
Y aquí un cuarto señala que «la niña lloraba, pero muy muy muy bajo, en un tono muy bajo. Se siente que está muy desgastada. Se escuchaban lloriqueos. Dos diferentes niños, niños más chicos, más pequeños que ella. Ella se escucha una niña ya…yo no soy experto, pero arriba de 10 años»:
Y aquí Juan Ramiro de la Fuente, el rescatista del Rotary que manejaba el escáner térmico, vuelve a declarar delante de cámaras sobre los «hallazgos» de su equipo. Entre otras cosas, dice que «al momento que generamos la pregunta [a la niña] inmediatamente nos contestó, se comunicó, se escuchaban quejidos en el ultrasonido»:
En esta otra entrevista un oficial del Ejército, que también maneja un escáner térmico, afirma que el aparato les «ha permitido identificar oportunamente» hasta «cinco cuerpos con vida», cuya «ubicación está perfectamente bien identificada». Pero además, dice el oficial, hicieron «contacto con una niña, de nombre Sofía, que lloró, y estaban algo desesperados»:
Los picos más altos de ese descontrol informativo ocurrieron la noche del día 20, cuando distintos rescatistas anunciaron a las cámaras que Frida Sofía había sido rescatada:
¿Podemos atribuir todos esos testimonios a la mala fe? ¿Podemos suponer que todas esas personas que dijeron haber detectado, sentido, oído, visto a una inexistente niña debajo de los escombros de un colegio tras un terremoto están mintiendo interesadamente? ¿Podemos argüir que existió un oscuro poder intentando manipular a una población en estado de shock en medio de un desastre nacional?
Sí, claro. De hecho, no son pocos los que lo han hecho. No voy a premiar a los conspiranoicos con links pero Google, Facebook y Youtube están repletos de artículos, columnas, declaraciones y videos en esa línea. El binomio Gobierno de México y Televisa supone un sueño húmedo para los teóricos de la conspiración.
Pero, como he mostrado, Televisa no fue la única televisora que convirtió esta historia en una telenovela ni todos los rescatistas que salieron a declarar eran agentes de alguna entidad estatal o gubernamental. Por supuesto, cabe la posibilidad de que todos esos marinos, militares, civiles y periodistas estuvieran compinchados para engañar a un país entero pero, la verdad, visto el caos informativo y la cantidad de gente que había en el colegio Enrique Rébsamen, resulta bastante difícil de creer.
Como sabe cualquier aficionado a desmenuzar teorías de la conspiración -y yo me cuento entre ellos- la inmensa mayoría de las veces aquello que queremos atribuir a un cerebro maligno y un aceitado engranaje de manipulación es achacable, en realidad, a la inepcia o el azar. Y, también, a las diversas y complejas maneras que tiene de engañarnos nuestro propio cerebro.
Luego de que la Marina pidiera disculpas y se reafirmara en que Frida Sofía nunca existió, otro rescatista, este llamado Antonio Juárez Valladares, se convirtió en noticia gracias un video de Facebook Live que colgó en su cuenta personal. Júarez Valladares ha eliminado ya el video, pero hay varias copias que sobreviven en Youtube y en otros muros de Facebook:
Esta es la transcripción de su testimonio, que fue visto por cientos de miles de personas en Facebook, Twitter y Youtube:
Hola, tengo dos minutos para decirles. En verdad, estuve ahí. Cuando empezamos a rascar por la parte de arriba del colegio Rébsamen, encontramos una vocecita de una niña, le pedimos cómo se llamaba y la niña nos respondió ‘Sofía’. Es verdad, hay una niña ahí de nombre Sofía, yo y otros brigadistas estábamos ahí, alrededor de ocho, vino un marino que con su radio y un escáner detectó el calor y nos dijo ‘sí, aquí hay vida’. Empezamos a golpear, la niña nos respondió y le preguntamos ‘Si estás viva, golpea dos veces», golpeó las dos veces. Le preguntamos «Si estás con más personas, golpea por cada una de esas personas» y nos golpeó tres veces. Con un micrófono especial, un especialista, un topo, le preguntó si estaba con alguien más y se escuchó que estaba con tres personas y estaba debajo de una mesa. Hablé con la maestra, la dueña de esa casa, que es la maestra Mónica y nos dijo que sí, en efecto hay una mesa de granito con polines de metal, que era la mesa principal y que posiblemente los niños, o los adolescentes, habían corrido hacia su casa para salvarse o por algo llegaron ahí. El chiste es que no solamente hay esas cinco personas, no solamente está el nombre de Frida Sofía sino también hay otras personas, aparentemente cinco o cuatro por lo que escuchamos con el sonar, con el infrarrojo, que están en el primer piso. Hoy 21 de setiembre nos han sacado a las cinco de la tarde, la Marina nos retiró, tuvimos una entrevista con medios que no ha salido a televisión diciendo «sí existe una niña llamada Sofía», estábamos ahí ocho personas inclusive un capitán de la Marina que tuvo comunicación con el almirante y el almirante no se dejó llevar por dudas. Supo de su existencia, aparentemente hicieron una mala maniobra que colapsó la manera en cómo iban a rescatarla, pero al colapsarla se perdió la posibilidad de rescatarla, por eso la están desapareciendo. Muy trucha, que esto no vaya a pasar en otros lugares, que la Marina no vaya a desplazar a los topos y a los civiles, por favor difundan esta información.
En esta secuencia de imágenes, sacada de la transmisión de Televisa del día 19, puede verse a Juárez Valladares en el rescate del colegio Rébsamen. En esta escena, el rescatista, reconocible por el chaleco fucsia que lleva también en su video, ingresa al boquete donde se suponía que se encontraba Frida Sofía, luego sale y pide silencio:
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Al comienzo de mi investigación, tras ver el video de su testimonio y atisbarlo en varios momentos de la transmisión de Televisa y otros medios, intenté ubicar a Antonio Juárez Valladares. Dado que, según averigüé, es payaso y su nombre artístico –ToTo, el payaso loco– es bastante específico, pensé que no sería muy complicado comunicarme con él. Intenté por varios medios pero no obtuve respuesta. Sin mucha esperanza, dejé un mensaje directo a través de su cuenta personal de Facebook.
Durante semanas, Juárez Valladares ni siquiera vio mi mensaje. Hasta que, unos veinte días después, el viernes 13 de octubre por la noche una alerta de Facebook me indicó que el payaso había aceptado y visto mi mensaje. Tras unos minutos, a las 23.25, Juárez Valladares me envió un mensaje de voz. Intercambiamos unos cuantos mensajes de inmediato y acordamos una entrevista para la mañana siguiente.
Charlamos durante una hora y cuarto. Una de las primeras cosas que me dijo y que volvió a recalcar varias veces durante nuestra conversación es que él no es rescatista. El chaleco que llevaba durante las labores del colegio Rébsamen pertenece a Escápate Ecoturismo, una agencia de viajes que busca, según su propia página de Facebook, «fomentar experiencias de turismo que aperturen la visión de cada viajero y generen sensibilidad cultural, ecológica y social en nuestro país y otras latitudes». Juárez Valladares trabaja con la agencia y participa en sus viajes, donde realizan actividades como «rescatar huevos de tortuga de los desoves».
En esta imagen de la página de Escápate Ecoturismo se puede ver a Juárez Valladares llevando el chaleco que lo haría reconocible en la zona de desastre del colegio Rébsamen:
La razón por la que llevó el chaleco durante las labores de rescate, me dijo, fue que «era lo único fosforescente, visible» que tenía. Ocurre que, como el mismo Juárez Valladares me dijo, «en esa situación todas las personas que llevaban algún chaleco se convertían en rescatista. Así tuvieras el chaleco debajo de la almohada, lo sacabas y en la calle automáticamente ya eras un rescatista».
Luego del terremoto del 19, según su propio relato, Juárez Valladares se quedó en casa escuchando la radio porque «no había internet, no había celular». Luego de dos horas, un vecino le tocó la puerta, le mostró videos de edificios colapsados en otras zonas de la ciudad que había recorrido caminando de vuelta de la oficina y le dijo que debían ir a ayudar. Juárez Valladares le hizo caso y, según me contó, pasó la tarde colaborando en distintas labores, sacando escombros, alcanzando alimentos, cargando herramientas, hasta que, caída la noche regresó a su casa.
Pese al agotamiento, no consiguió dormir. «Mientras yo estoy durmiendo hay alguien que está ahí debajo de los escombros», me dijo que pensaba. Así que se levantó, se duchó, volvió a ponerse el chaleco y salió a buscar lugares para seguir ayudando. Pasó por varios pero todos se encontraban ya bien organizados y no necesitaban más manos.
Luego de caminar un rato, sobre las 4.00 de la madrugada, llegó al colegio Rébsamen. Ahí «no sé por qué estaba hecho eso un bunker para entrar, pero adentro era un desmadre, no estaba nada organizado». Que el acceso estuviera fuertemente resguardado podía deberse a que, horas antes, sobre las 22.00 de la noche, el presidente Enrique Peña Nieto había visitado la escuela:
Las razones de la desorganización dentro de la escuela, bueno, podemos achacarlas al descontrol de las autoridades al mando y el caos general que, como he relatado, dominó esa zona de desastre particular de inicio a fin.
Juárez Valladares, me dijo, logró ingresar ayudando a un voluntario que había traído una olla de tamales y unos recipientes con café. Una vez superados varios retenes, dejó el café y un rescatista le pidió que se quedara a cargo de picos, palas y otras herramientas. Según avanzaba la noche tuvo que aprender qué era un «disco de corte limado», y que una «maceta» en argot de construcción es una especie de martillo grande de doble cara.
Ya a la mañana, Juárez Valladares entra en contacto con otro rescatista que también ganó fama durante el rescate del colegio Rébsamen. Se le conoció por el apelativo Jorge ‘Houston’ debido al estampado de la sudadera que llevaba:
Según Juárez Valladares, «si Cantiflas fuera rescatista sería Jorge ‘Houston’, era la representación viva del pueblo mexicano». Pero los espectadores no pudimos ver ese despliegue de carácter costumbrista que hizo popular a ‘Houston’ entre quienes se encontraban en la zona de desastre. Lo que sí pudimos ver fue cuando el rescatista de la sudadera estampada, a quien los periodistas en la zona describían como «un hombre de complexión delgada, piel blanca y cabello negro», ingresaba o salía de alguno de los boquetes que se suponía conectaban con el lugar bajo los escombros donde se encontraba Frida Sofía.
De hecho, es a Jorge ‘Houston’ a quien Juárez Valladares está asistiendo cuando lo vemos entrar y salir de un boquete en la secuencia de imágenes varios párrafos arriba. Según me dijo Juárez Valladares, «Jorge era de esas personas que no creen en el gobierno y no quería que ningún marino lo tocara». Por eso le pidió a él que lo asistiera con la soga y las herramientas cuando entró a buscar a la supuesta sobreviviente que luego conoceríamos como Frida Sofía.
¿Por qué ingresó también Juárez Valladares al boquete? Según su relato:
No había cuerdas de vida profesionales, eran unas cuerdas que aquí les decimos mecates, amarillos, que consigues en cualquier ferretería. No había equipo. Entonces el marino me dice muy cortésmente ‘¿quieres entrar?’, el Jorge ‘Houston’ mientras me está diciendo ‘¡Pásame una cegueta, pásame un polín!’. Pero ya estaba muy adentro, muy adentro. Y cuando le digo sí, yo ya estaba dentro. Me habían empujado. Cuando dije sí, el marino y un topo, que se supone que son los que debían estar ahí, me meten.
No tengo cómo verificar esa parte del relato de Juárez Valladares, la Marina no respondió a mi solicitud y nadie ha sido capaz de ubicar a Jorge ‘Houston’, el «héroe anónimo» de la escuela Enrique Rébsamen. Pese a ello, el testimonio que da del desgobierno y desorganización que reinaban en el rescate del colegio Rébsamen coincide con lo que he podido ir reconstruyendo y que, de hecho, todos pudimos ver a través de la televisión.
Lo que no coincide, al menos con el consenso general alcanzado tras las declaraciones y disculpas de los almirantes Vergara y Sarmiento, es su aseveración de que en las ruinas del colegio Rébsamen sí había personas vivas. Entre ellas una niña «llamada Frida, que no se llamó Frida, no sé ni por qué le pusieron Frida, se llamaba Sofía y estaba ahí». Ella y el resto, según Juárez Valladares, habrían sido abandonados a su suerte por la Marina y el gobierno.
Cada vez que le pregunté si seguía pensando lo mismo, si se reafirmaba en lo dicho en su famoso video de Facebook, la voz de Juárez Valladares se quebró, lloró y me dijo que sí. También me dijo que llevaba varios días sin dormir y sentía fiebres.
No soy experto en estrés postraumático ni pretendo diagnosticar a nadie. Solo un profesional en psiquiatría, luego de auscultar a los pacientes, podría afirmar si es el caso. Pero resulta útil ver los varios testimonios de los rescatistas -Juárez Valladares incluido-, que afirmaron durante dos días que habían visto, oído o percibido a una niña, a la luz de lo que sabemos ocurre con la memoria y el proceso de formación de recuerdos cuando nos enfrentamos a situaciones de estrés elevado.
Según explica el doctor Bessel van der Kolk en su libro The Body Keeps the Score: Brain, Mind, and Body in the Healing of Trauma, «enfrentados al horror, este sistema [de formación de memoria] se ve abrumado y se quiebra». En estudios donde han replicado en laboratorio las condiciones que producen experiencias traumáticas, se ha descubierto que…
…cuando se reactivan rastros de los sonidos, imágenes y sensaciones originales, el lóbulo frontal se apaga, incluyendo la región necesaria para poner nuestros sentimientos en palabras, la región que crea nuestra sensación de ubicación temporal, y el tálamo, que integra la data en bruto de nuestras emociones. En este punto, el cerebro emocional, que no se encuentra bajo nuestro control consciente y no se puede comunicar con palabras, se adueña de la situación. El cerebro emocional (el área límbica y el tallo cerebral) expresa su alteración a través de agitación emocional, fisiología corporal y acción muscular. En condiciones normales los dos sistemas de memoria -racional y emocional- colaboran para producir una respuesta integrada. Pero la agitación emocional no solo altera el balance entre ambos sino que también desconecta otras áreas del cerebro necesarias para el almacenamiento y procesado de información, como el hipocampo y el tálamo. Como resultado, las huellas de experiencias traumáticas no están organizadas en relatos con coherencia lógica sino en sensaciones fragmentadas y rastros emocionales.
A sabiendas de la manera en que se comporta nuestro cerebro ante situaciones traumática, no podemos pretender que rescatistas voluntarios, sin mayor experiencia en zona de desastres ni en manejo de situaciones de alto estrés, mantengan la calma, el orden y además se conviertan en voceros confiables cuando tienen una cámara o un micrófono delante.
No se puede decir lo mismo de profesionales entrenados y experimentados, como se supone que son dos altos oficiales de la Marina como los almirantes Vergara y Sarmiento, y el resto del personal militar que estuvo apostado en el colegio Rébsamen. Si bien estos también pueden ser presa del estrés postraumático, debido a su entrenamiento sí podría exigírseles cautela a la hora de manejar información delicada y que no contribuyan al caos informativo con declaraciones a cámara en vivo.
Fue así que una niña inexistente mantuvo en vilo a un país gracias a la cámara de eco que construyeron unas autoridades irresponsables -que además intentaron luego escurrir el bulto- y unos medios presos de la espectacularidad del directo, sobre las ruinas de un colegio en el que murieron 19 niños y siete adultos. Estos sí, todos de verdad. De ellos seguimos sin saber casi nada.
*Fe de erratas del día domingo 22 de octubre de 2017: En dos momentos distintos, el mapa de Google Maps incrustado ha mostrado una dirección incorrecta del colegio Enrique Rébsamen. Existen varios colegios con ese nombre en distintas ubicaciones, cosa que advertí mientras trabajaba en el artículo. Cuando se publicó el jueves, a los pocos minutos un lector me advirtió por primera vez de que el mapa mostraba otro colegio. Lo corregí y no le di más importancia, pensando que yo mismo me habría equivocado en alguna de las múltiples ediciones de la nota. El domingo 22 de octubre de 2017, otro lector, esta vez en los comentarios, ha vuelto a señalar un error en la ubicación. Así que he colocado una imagen fija en lugar del mapa incrustado.
Hay dos formas de contemplar la vida (…) La primera dicta que todo cambia, nada está inherentemente conectado, y la única fuerza motor en la existencia de cualquier persona es la entropía. La segunda manda que todo más o menos se mantiene igual y que todo se encuentra completamente conectado, incluso si no nos damos cuenta de ello.
(…) Nada puede apreciarse en el vacío. De eso se trata la «cultura acelerada». No es tanto que «acelere» las cosas sino que fuerza todo para que encaje en el mismo muro de sonido. Lo que no es necesariamente trágico. El objetivo de estar vivo es descubrir qué significa estar vivo, y hay innumerables formas de deducir la respuesta. Yo simplemente prefiero examinar la pregunta a través del contexto de Pamela Anderson y The Real World y las Zucaritas. Desde luego, no es menos plausible que intentar entender a Kant o Wittgenstein.
(…) Por sí solo nada es realmente importante. Lo que importa es que nada es nunca «por sí solo».
El autor de las líneas de arriba es Chuck Klosterman, un ensayista norteamericano al que tengo por uno de mis periodistas culturales favoritos. La cita proviene de la introducción de Sex, Drugs, and Cocoa Puffs: A Low Culture Manifesto, una recopilación de ensayos donde Klosterman, un obseso de la cultura pop, analiza fenómenos como los alcances socioculturales de la archiconocida rivalidad entre los Lakers y los Celtics en la NBA; las similitudes y diferencias entre Marilyn Monroe y Pamela Anderson como mitos eróticos americanos; o las razones por las que la música country es superior al pop y el rock a la hora de «expresar la condición humana» (nota al margen: sobre este último tema ha insistido hace poco Malcolm Gladwell en el que quizá es el mejor episodio de la segunda temporada de su podcast Revisionist History).
Esas líneas en negrita allá arriba -«todo se encuentra completamente conectado, incluso si no nos damos cuenta de ello» y «Nada puede apreciarse en el vacío (…) Por sí solo nada es realmente importante. Lo que importa es que nada es nunca ‘por sí solo'»- me retumban en la cabeza cada vez que pienso en el periodismo cultural.
Cuando empecé como periodista, a principios de los años 2000, todo lo que hacía era periodismo cultural. Entrevistas a artistas, escritores, músicos o cineastas. Reseñas de exposiciones, libros, discos, conciertos y películas. En el año 2003, luego de haber publicado esporádicamente en diarios peruanos desde España, me contrataron para formar parte de una nueva revista que iba a empezar a publicarse en Madrid.
Una de las primeras notas que hice fue una entrevista a un músico sueco del que no sabía absolutamente nada. Por entonces yo era un mocoso pedante que no estaba dispuesto a admitir en público que ignoraba algo que los mayores a su alrededor comentaban con soltura. Si ellos lo conocían, lo habían escuchado, visto o leído, entonces yo también debía haberlo hecho. Aunque en ese momento fuera mentira y tuviera que correr luego a ponerme al día.
Así que cuando mi jefe me dijo que Eagle-Eye Cherry estaba sacando un nuevo disco y yo debía entrevistarlo al día siguiente, asentí y me puse manos a la obra. Sin más. Dándole a entender que sabía perfectamente de quién estábamos hablando. Por supuesto, no tenía ni la más remota idea.
En 2003, Youtube todavía no existía; Wikipedia, que había nacido dos años antes, aún no albergaba todo el conocimiento inútil que uno pudiera necesitar; y googlear era un verbo nuevo, utilizado como tal por primera vez solo unos meses antes en un episodio de Buffy, cazavampiros. No recuerdo cómo, pero me las ingenié para aprender a la carrera todo lo que pude sobre el señor Cherry y no sentirme un ignorante cuando lo tuve enfrente.
Mi nota se publicó unas semanas después en el primer número de la revista. Un colega de la redacción la leyó y me hizo el mejor cumplido de mi corta carrera periodística: «No tenía idea de que eras fanático de Eagle-Eye y sabías tanto de la familia Cherry».
El padre de Eagle-Eye, Don Cherry, había sido un conocido trompetista de la época del free jazz; varios de sus hermanos eran también músicos de jazz y su hermana Neneh había tenido un par de éxitos como rapper en Inglaterra a finales de los 80. El primer disco de Eagle-Eye vendió cuatro millones de copias y se convirtió en platino en 1998. Es probable que, incluso sin saberlo, todos ustedes hayan escuchado alguna vez el single más famoso de ese álbum:
Esos detalles, que saqué de distintas fuentes, salpicaban la nota que escribí con la entrevista de 20 minutos que le hice al músico.
Muchos años después, le leí a uno de los mejores periodistas culturales que conozco, el peruano Enrique Planas, un resumen perfecto de todo esto:
El periodista escribe sobre lo que sabe y el escritor sobre lo que no sabe que sabe (…) El periodista está lleno de fórmulas, sabe detectar inmediatamente los conflictos cuando está contando algo, sabe qué preguntarle a un personaje y la velocidad es su virtud.
El trabajo principal del periodismo cultural es llamar la atención sobre la forma en que «todo se encuentra completamente conectado» y cómo «nada es nunca por sí solo». Es decir, la función básica del periodismo cultural es buscar esas conexiones, aportar el contexto necesario -o al menos suficiente- para que el lector sea capaz de apreciar el artefacto cultural -el todo y nada de las frases de Klosterman- del que se está hablando. Esto, por supuesto, no excluye la valoración que pueda hacer el periodista. Pero esa, la función crítica, es una segunda función, a la que solo se puede aspirar si se satisface la primera.
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El 28 de agosto de este año, el columnista Victor Lenore escribía en su espacio habitual del site El Confidencial un artículo en el que criticaba con dureza el, por entonces, último fenómeno de Internet en lengua española.
Una semana antes, el autor de cómics y editor Manual Bartual había publicado este tuit:
Ando de vacaciones desde hace un par de días, en un hotel cerca de la playa. Iba todo bien hasta que han comenzado a suceder cosas raras. pic.twitter.com/6gd7Rqs6bL
Con él, Bartual dio inicio a una historia de suspenso que duró seis días y mantuvo en vilo a un elevado número de usuarios de Twitter. Si no lo han leído, en esta página de Storify el propio Bartual han compilado su relato al completo.
El éxito de la historia en Twitter fue tremendo. Según el análisis realizado por Francesc Pujol, director del Centro Media, Reputation and Intangibles de la Universidad de Navarra y de quien he hablado ya antes en este blog, hasta el 28 de agosto los «373 tuits -que constituyen el relato- han generado un total de 445 000 retuits y 3 514 000 me gusta«. Según un artículo publicado por el site Verne de El País, Bartual ganó «más de 300 000 seguidores en una semana».
Si esos números no bastan para entender el éxito que supuso el relato de Bartual, estos dos cuadros, confeccionados por Francesc Pujol, ayudan a ponerlo en contexto. El primero compara la cantidad de retuits conseguidos por el relato con los obtenidos por los últimos 373 tuits de algunos de los principales medios de España:
El segundo cuadro hace lo mismo, pero en lugar de fijarse en los retuits, pone la atención en el número de likes:
La diferencia entre el alcance y engagement del relato de Bartual con la producción tuitera de los medios estudiados por Pujol es apabullante. Ese éxito hizo que muchos sites noticiosos en castellano, tanto en España como Latinoamérica, se lanzaran a escribir notas sobre el autor de cómics y su relato en Twitter.
«La inquietante historia de Manuel Bartual que está arrasando en Twitter», titulaba La Vanguardia. «Manuel Bartual, el Stephen King de Twitter», decía El Mundo (que un par de días después no perdía ocasión de juntar a Bartual con uno de los personajes más populares del internet español en otro titular: «Cristina Pedroche quiere dar las Campanadas… con Manuel Bartual»). «Manuel Bartual, autor del best seller del verano… ¡en Twitter!», gritaba ABC. «Manuel Bartual pone fin al fenómeno que ha ‘roto’ Twitter este verano», señalaba, recurriendo a un cliché clásico cuando de la Red se trata, 20 Minutos. «El misterio de Manuel Bartual y la tuitnovela que cambió la historia de Twitter», exageraba el popular site mexicano Sopitas. «La terrorífica historia de un tuitero en vacaciones que tiene a toda la red enganchada», seguía exagerando un poco La Tercera de Chile. «La aterradora historia que tuvo en vilo a Twitter», insistía El Tiempo de Colombia. «Manuel Bartual da por finalizada su popular historia en Twitter», apuntaba con sobriedad el site de la radio más escuchada de España, Cadena Ser.
Esa es solo una pequeña muestra delas decenas de artículos que las webs de noticias en español redactaron a toda prisa para intentar aprovechar la ola Manuel Bartual, una vez cayeron en cuenta del éxito que estaba cosechando en redes sociales.
¿Qué caracterizaba a todas esas notas que he citado y a casi todas las demás que se publicaron durante la semana que duró el fenómeno?
-La celebración acrítica. -El ditirambo.
-La mención a usuarios famosos -futbolistas, actores y otras celebrities– que tuitearon acerca del relato.
Algunos periodistas, no muchos, levantaron el teléfono o escribieron un mensaje al autor para hacerle algunas preguntas. De esas notas, de aquellas en las que un periodista se tomó el trabajo de conversar con Bartual mientras el fenómeno ocurría, la mejor es la escrita por Pablo Cantó para Verne. Cantó no solo habló con el autor y le hizo alguna pregunta inteligente, sino que su artículo aporta contexto y antecedentes tanto de Twitter, los viejos tiempos del Internet pre-redes sociales y la literatura.
Mientras, el resto de artículos -casi todos intercambiables entre sí-, en el mejor de los casos se contentaban con mencionar a Orson Wells (cada vez que alguien monta un hoax o parecido, los periodistas corremos a buscar la entrada de Wikipedia sobre La guerra de los mundos y hacemos copy/paste) o traer a cuento a Stephen King (cada vez que un periodista está escribiendo y teclea las palabras «terror» o «suspense», la función autocomplete de su CMS añade el nombre del escritor de Maine).
Ese era el ánimo general en la prensa ante el éxito del relato de Bartual: un río de leche y miel desbordándose sobre campos de maná y fresas. Hasta que llegó Víctor Lenore y su columna de El Confidencial.
Lenore es un periodista y crítico cultural español, autor de un interesante libro acerca de cómo y por qué ser hoy moderno o hipster «alude básicamente a la capacidad de comprar ciertos productos que prescribe la industria cultural, tecnológica, publicitaria, de los medios y de la moda».
El libro de Lenore se titula Indies, hipters y gafapastas: Crónica de una dominación cultural. Consíganlo y léanlo, si pueden. Aunque centrado en el mundo cultural español y excesivamente influido por Zizek -con pinceladas de Thomas Frank, el periodista y crítico cultural americano que dedicó un libro fundamental a la estrecha relación entre consumismo y contracultura en 1997-, vale la pena incluso si uno no vive en España y, como yo, desconfía de los hijos intelectuales del filósofo pop por excelencia.
Leo a Lenore desde hace un tiempo, sobre todo desde que publica con regularidad en El Confidencial, quizá el site español que mejor cobertura cultural realiza hoy. Pese a que disfruto su mirada desprejuiciada sobre la cultura popular no canonizada por la intelligentsia ibérica, me divierte aun más estar casi siempre en desacuerdo con él.
Lenore es quizá el émulo más directo e interesante de Zizek en la prensa generalista española. Y al igual que le ocurre al filósofo esloveno leninista favorito de la izquierda antiglobalización y alrededores, sus juicios están marcados casi siempre por una mirada conspiranoica y anticapitalista de la cultura, y en ellos puede atisbarse ese ansia revolucionaria de salón propia del marxismo pop que lo hace soltar boutades como esta:
Prefiero que gane Trump a Clinton. Demostraría que, aunque sea un engaño, los electores prefieren discursos antisistema que prosistema.
Y de ahí la cosa solo fue in crescendo. Así como un relato construido con 373 tuits había convertido a Manuel Bartual en Stephen King a ojos de los periodistas que se rendían ante su éxito, el takedown del cáustico Lenore debía estar a la altura. Solo que en sentido inverso.
En su columna Lenore despachaba la historia de Bartual con frases del tipo: «siendo crueles, podemos describirlo como un Big Mac de la narrativa», o (las negritas son suyas):
Los únicos personajes relevantes son Bartual y el doble de Bartual. En tiempos de emergencia social, estos repliegues narcisistas hacia el ‘yo’ quitan mucho trabajo al autor (describir la interacción humana) y apuestan todo a las emociones desconectadas de las relaciones. En dos palabras: masturbación digital.
Un párrafo más adelante, vuelve a disparar:
Estamos ante una historia demasiado previsible, encerrada en la fugacidad del momento, el vacío cultural de finales de agosto; un limbo sin apenas competencia.
Para finalmente rematar:
Después de pensarlo unos días, me niego a celebrar esta trama, como rechazo celebrar el simple acto de leer. Lo que tiene valor es sumergirse en historias con un mínimo de profundidad.
Contra toda lógica, la mayoría de los periodistas culturales parecen encantados. Se trata de un contenido poco exigente, con gran eco de público, sobre el que se puede disertar sin apenas esfuerzo. ¿Estas son las ficciones que queremos prescribir, promocionar y legitimar? ¿Hola?
Por supuesto, las tomas de posición extremas no son una novedad en el periodismo cultural, mucho menos las tomas de posición extremas negativas.
Todo el mundo sabe que es mucho más divertido escribir y leer reseñas negativas que positivas. Mientras más despiadadas, mejor. Lo explica el crítico de restaurantes Jay Rayner, uno de los más populares en el mundo anglosajón, en un librito en el que compiló veinte de las críticas más crueles que había escrito. En la introducción Rayner decía:
He sido crítico por más de una década (…) y si algo he aprendido es que a la gente le gustan las reseñas de restaurantes malos. No, tachen eso. Le encantan, se pegan banquetes con ellas como buitres hambrientos que han atisbado carroña putrefacta entre los arbustos por primera vez en semanas (…) Cuando comparo una cena con el sabor o el aspecto de fluidos corporales, el salón con una cámara de sadomasoquismo en Neasden (pero sin el glamour o la clase) y la cuenta con un robo, entonces, la multitud vociferante es verdaderamente feliz.
(…)
…la gente lee reseñas negativas por disgusto indirecto. Cada vez que destripo un local, sienten que me estoy tomando la revancha en ese restaurante en particular por todas las comidas de mierda que han sufrido en su vida en cualquier parte. En la era de la Web 2.0, cuando un artículo se ve completado con comentarios de lectores, uno puede sentir cómo la turba virtual se ha congregado alrededor de la víctima para gritar: «¡Mátalos! ¡Mátalos a todos!»
Lo que sí resulta algo más novedoso, propio de nuestros tiempos de ADSL de banda ancha, es que el extremismo con que expresamos nuestra adoración u odio en Twitter o Facebook (o en las secciones de comentarios) suele ser inversamente proporcional al tiempo que la atención general otorga a cada nuevo fenómeno de Internet. El caso de Manuel Bartual no fue la excepción.
Miren el gráfico de Google Trends aquí abajo. Como ya he explicado en alguna otra ocasión, lo que hace Google Trends es medir el interés que despierta un término según las búsquedas que los usuarios realizan en Google. Para ello asigna un valor entre 0 a 100 por día, donde “100 indica la popularidad máxima de un término, mientras que 50 y 0 indican una popularidad que es la mitad o inferior al 1%, respectivamente, en relación al mayor valor”.
Ahí podemos ver que el cenit de popularidad de Manuel Bartual en Google tuvo lugar el día 26 de agosto, el día en que dio por finalizado su relato, un día antes de que contara en una entrevista que todo fue un invento perfectamente guionizado y no una historia autobiográfica narrada en tiempo real. Dos días después, el 28 de agosto, el interés ya había descendido a menos de la tercera parte. Solo seis días después, el día 1 de setiembre, el interés por Bartual volvía a ubicarse donde se encontraba antes de su éxito tuitero. Es decir, volvía a ser prácticamente inexistente.
Esa relación entre la brevedad del tiempo que le prestamos atención a aquello que despierta nuestro interés y la intensidad del abrazo o el rechazo que expresamos -periodistas incluidos- en redes sociales y artículos no es casual.
El volumen de información al que un usuario promedio de redes sociales se haya expuesto hoy es tal que los productores de contenidos –y hoy, gracias a Zuckerberg, todos somos productores de contenido, cobremos o no- han de llamar la atención de alguna manera para no quedar sepultados por la avalancha de imágenes, videos y comentarios que corre colina abajo en Twitter o Facebook.
Ante ello, muchos optan por la hipérbole. El periodismo en general, y el periodismo cultural -y el deportivo- en particular, en tiempos de la Web 2.0 han convertido la hipérbole en el recurso más socorrido para intentar generar engagement o interacción con los lectores.
Hay la necesidad de tomar una posición o tener una respuesta que, o bien contradiga lo que la mayoría de gente piensa, o bien sea de plano completamente inesperada. Porque hoy la gente no quiere consumir lo que podría entenderse como la idea obvia, el decir que esto es bueno o esto es malo. A menos que vayas a decir que algo es tan bueno o tan malo que es trascendental. Si te gusta algo no vas a reaccionar solo en plan «vi esta película, es una buena película». Sino más bien, «esta película está cambiando el cine». O «el hecho de haber pasado dos horas viendo esta película hace que quiera matarme, y si no puedo matarme, entonces voy a matar a todos los demás en esta sala».
Pero no se trata solo de llamar la atención. Se trata también de buscar la vía más sencilla y directa para mover emocionalmente a la audiencia. La producción periodística, en su transición hacia ese cajón de sastre que es el concepto de «contenido», ha ido abrazando las estrategias de manipulación emocional que Facebook ha perfeccionado. Intentando con ello replicar el alcance e impacto que obtienen los contenidos «virales» (este informe del Columbia Journalism Review acerca de los muchos cambios que Facebook ha impuesto al periodismo es particularmente interesante).
Una de las consecuencias de haber equiparado la producción noticiosa al resto del «contenido» que corre por Facebook y Twitter, imágenes de gatitos y videos de bebés incluidos, es que ha ocurrido un desplazamiento en la función y el valor de los artículos producidos por medios. Lo explica también Chuck Klosterman en el podcast que mencionaba antes:
Mucha gente siente que la razón por la que consume contenido en medios hoy es para poder reaccionar y responder a ese contenido. No es por el contenido en sí, sino para, de alguna manera, utilizar ese contenido y reaccionar ante él.
No es la primera vez que Klosterman desliza esa idea. En un prólogo que escribió en 2014 para una recopilación de Peanuts, la célebre tira cómica de Charles Shulz, y que reproduce en su última colección de ensayos (X: A Highly Specific, Defiantly Incomplete History of the Early 21st Century), Klosterman apuntaba que nos encontramos en un momento donde parece que…
…el propósito de cada artículo noticioso no es otro que proveer a cualquier persona de la oportunidad de comentar públicamente [o sea, en redes sociales] cómo se siente al respecto.
Si el objetivo de un artículo, columna o «contenido» es generar una reacción emocional que lleve al lector a comentarlo o compartirlo de inmediato -el factor tiempo es fundamental- en sus redes sociales, ¿qué cosa más sencilla y barata que aderezarlo con opiniones hiperbólicas, negativas o positivas, que prácticamente obligan al lector a posicionarse? Piensen en todos esos titulares que gritan «no te lo puedes perder», «no vas a creer lo que ocurrió», «arrasa en Internet», etc.
Utilizar motores emocionales potentes que afecten a la gente de forma suficiente para que compartan (…) es importante crear excitación emocional máxima lo antes posible. Golpéalos fuerte y rápido con emociones fuertes.
Si además, el próximo hype o escándalo online sepultará de forma rápida -al día siguiente o incluso el mismo día- aquello que hemos dicho, qué más da excederse un poco en nuestras valoraciones si mañana nadie las va a recordar. En este ecosistema de emotividad exacerbada, el costo reputacional de la hipérbole -positiva o negativa- para un periodista puede parecer alto en el corto -o cortísimo plazo-, pero resulta irrelevante o perfectamente asumible en el largo.
Como irrelevante es, la mayorías de las veces, el contenido que vierte ese periodista en el caudaloso río informativo de Facebook o Twitter. Frente a una u otra irrelevancia, y medidos -premiados o castigados- por la cantidad de clicks o el engagement que sus artículos generan antes que por su rigurosidad, la mayoría de periodistas ha decidido ya con qué irrelevancia quedarse.
Pero volvamos un momento al cierre del artículo de Lenore sobre el relato de Bartual: «la mayoría de los periodistas culturales parecen encantados. Se trata de un contenido poco exigente, con gran eco de público, sobre el que se puede disertar sin apenas esfuerzo».
Fueron esas líneas las que me llamaron la atención y me hicieron reflexionar sobre el momento actual del periodismo cultural. En un estado de Facebook escribí:
La prensa cultural (y no solo esta), ha pasado de prescriptora (podemos discutir en otro momento las bondades y/o perversiones de ese status) a correr tras la estampida de usuarios de redes sociales a ver si consigue ganarse alguito. Lo que me interesa es analizar cómo y por qué la prensa cultural persigue como pollo sin cabeza a la manada en Facebook y Twitter (sobre todo en Twitter) sin atisbo de crítica o reflexión.
Arrebatada la función prescriptora, el status de gatekeepers con que contaban los medios en tiempos pre-redes sociales, y con sus audiencias migradas a Facebook y Twitter, la prensa corre descabezada persiguiendo aquello que conmueve a los usuarios de estas redes. Con la esperanza de que así, complaciendo esos intereses momentáneos, conseguirá atraerlos de vuelta, aunque sea por un instante. El tiempo mínimo y suficiente para arrebatarles un click y, con suerte, algún share.
En paralelo a mi reflexión, el periodista y crítico literario Jorge Carrión –colaborador habitual de The New York Times en Español y autor de un conocido ensayo sobre librerías y su espacio en nuestra cultura- había escrito en su muro de Facebook sobre la pertinencia de algunas críticas que se habían empezado a hacer a Bartual:
Lenore, sintiéndose aludido por el post de Carrión, respondió y dio pie a una áspera discusión en el muro de este. El autor de Indies, hipters & gafapastas: Crónica de una dominación cultural arrancaba con una ironía gruesa: «Toda la razón. Siempre he pensado que era inadmisible la mezquindad de la crítica ante los siete millones de discos vendidos por Camela», en alusión a un denostado conjunto de tecno-rumba con más de 20 años de carrera y que pese a sufrir el desprecio de la crítica musical cuenta con el favor de una parte del público español y ha vendido millones de discos.
Carrión respondía y le pedía a Lenore que, si quería discutir, evitara reducciones al absurdo. A lo que este replicaba:
Estoy de acuerdo en que criticar algo con éxito muchas veces es un atajo para obtener un prestigio facilón, pero esa regla debe tener excepciones. La crítica tiene cierta obligación de analizar con rigor fenómenos que tanto éxito como el de Bartual, que tienen a público, medios y celebridades de su parte. A mí me recuerda a la ficción despolitizada (que no apolítica) del tardofranquismo. Estamos en tiempos de Black Mirror, es aburdo este relato tan deliberadamente asocial.
Carrión, a su vez respondía:
La crítica siempre ha tenido esa función, justamente crítica, pero me pregunto si en esta época nuestra de microcríticos y redes sociales no ha cambiado la esencia de la crítica. Entre tanto pathos, más ethos. Respecto al contenido de la tuitficción, es muy similar a Los cronocrímenes [la primera película que el cineasta español Nacho Vigalondo dirigió luego de ganar el Óscar a Mejor Cortometraje de Ficción], que no es tardofranquismo, sino democracia del siglo XXI, con elementos como el turismo que son muy de nuestra época. Si algún día la releo ya veré si merece o no la pena el análisis narratológico, este fin de semana, en [mi] opinión, merecía tan solo la celebración. Lo que no quita que, por motivos que citas en tu post de ayer, enseguida decidí no escribir un artículo al respecto. Cada tema tiene su espacio y para mí ese debía yo comentarlo en redes.
A diferencia de lo que me ocurre con Lenore, conozco a Jorge Carrión hace muchos años. Como me ocurre con Lenore, creo no haber estado de acuerdo con sus juicios más que en alguna rara ocasión. Pero eso es irrelevante. La mirada de Carrión es la de un intelectual reflexivo y honesto que se toma el tiempo y el trabajo para contextualizar y argumentar sus juicios, por equivocados que a mí puedan parecerme. Lo mismo puede decirse del trabajo de Víctor Lenore.
Por eso me llamó la atención lo que decía Carrión. Esto en particular: «me pregunto si en esta época nuestra de microcríticos y redes sociales no ha cambiado la esencia de la crítica» y «este fin de semana, en [mi] opinión, merecía tan solo la celebración«. Sobre todo cuando él mismo había llevado a cabo en otro post un análisis que, si bien era entusiasta, iba bastante más allá de la mera celebración:
NOTAS SOBRE EL FENÓMENO MANUEL BARTUAL
1. Pasar en pocos días de 10000 a 400000 seguidores en Twitter es casi imposible: en términos de redes sociales, se trata de una gesta. Una gesta en solitario, como las de Kilian Jornet, porque no ha sido una operación con estrategia, socios, aliados con muchos seguidores, sino una aventura creativa y lúdica en soledad (de pronto multitudinaria: entre los diez trending topics globales).
2. Que esa gesta sea narrativa es alucinante. Se trata de un relato multimedia, autoficción fantástica, atmósfera de terror, digno heredero del «Proyecto de la Bruja de Blair». Se trata de una serie, que leída de un tirón tiene mucho menos interés que administrada como cápsulas narrativas que van llegando en el hilo, con sus giros, sus sorpresas, sus chistes, las reacciones de los demás. En ese sentido se parece a «Perdidos»: mucho mejor en directo que en DVD.
3. Como «Lost» ha despertado ese raro monstruo, la sincronía colectiva, la dimensión cultural de la viralidad. Algo que se puede intentar conseguir, pero que no tiene fórmula maestra (cómo diablos acceder a la inteligencia colectiva). Se ha convertido rápidamente en una obra con fan art y con fans famosos (como Vigalondo, Piqué o Casillas). Toda la teoría que recoge Carlos Alberto Scolari en su imprescindible manual «Narrativas transmedia» se puede aplicar de un modo u otro a esa historia de dobles en un hotel y en una casa, yo soy otro.
4. Que de pronto cientos de miles de personas estén leyendo la misma tuitnovela es español nos lleva a otros ámbitos de reflexión. Hay que reformular la idea de bestseller, porque el relato de Bartual no es un superventas sino un superleído. Gratis. Que yo sepa Twitter no paga, como sí hace YouTube, de modo que no hay posibilidad de monetización directa.
5. Hay que dejar de pensar que el centro de la cultura es el libro (aunque lo sea de mi mundo, del mundo de muchos de nosotros), porque leemos más que nunca y porque muchísimos de los lectores de ese relato son lectores constantes, aunque no lo sean de libros. Lo que importa es la acción, leer, y no el formato o el continente. Esa historia, por cierto, no funcionaría con la misma potencia en forma de libro.
6. Y hay que observar la muy probable mutación: se ha descubierto un camino, un lenguaje, un género, un mercado, como se le quiera llamar. A ver cómo evoluciona la criatura.
Tan acostumbrados parece que estamos a que las páginas culturales de los medios se hayan convertido en una suerte de extensión del departamento de marketing de la industria del entretenimiento y a que la prensa persiga como pollo sin cabeza a la manada en Facebook y Twitter sin atisbo de crítica o reflexión, queuna intervención como la de Víctor Lenore -arrastrada a redes sociales, el único lugar donde cualquier contenido puede hoy encontrarse con una audiencia significativa- resulta polémica.
Incluso con los excesos propios de su estilo y del esfuerzo por llamar la atención que hoy cualquier comentarista cultural se ve prácticamente obligado a realizar, lo que Lenore hacía en su nota no era sino periodismo cultural. Esté o no uno de acuerdo con su juicio. Pero, además, lo era también el comentario de Carrión que cito párrafos arriba. Pese a que había sido publicado en un post de su página de Facebook y a que la configuración de privacidad impedía que se leyera fuera de su círculo de amigos.
Ambos, Lenore y Carrión, cada uno a su modo, iban en sus intervenciones muchísimo más allá de todo lo que hasta ese momento se había escrito sobre Bartual y su relato. Ambos, Lenore y Carrión, lejos de comportarse como notarios de likes y shares, estaban llevando a cabo las funciones del periodismo cultural de las que hablaba al comienzo. Discúlpenme la auto cita:
La función básica del periodismo cultural es buscar esas conexiones, aportar el contexto necesario -o al menos suficiente- para que el lector sea capaz de apreciar el artefacto cultural -el todo y nada de las frases de Klosterman-del que se está hablando. Esto, por supuesto, no excluye la valoración que pueda hacer el periodista, pero esa, la función crítica, es una segunda función, a la que solo se puede aspirar si se satisface la primera.
En un momento donde la frase predilecta en las redacciones es «se está viralizando», pareciera que resulta difícil digerir lecturas menos entusiastas y más complejas. Tanto que incluso un periodista y crítico experimentado como Carrión, autor habitual él mismo de ese tipo de lecturas, tiene problemas para reconocerlas. Incluso cuando son de su propia autoría.
Esa frase, «se está viralizando», resume la claudicación de los medios ante las redes sociales. Algo es noticia porque «se está viralizando», porque está siendo compartido o mentado por un número elevado de usuarios. Da igual la contextualización y valoración que podamos hacer del artefacto cultural. Se está «viralizando» y eso es más que suficiente para que los medios le presten atención. Lo que importa es el marcador de likes y retuits.
…tendemos a sobredimensionar el impacto de lo que ocurre online porque es más fácil de ver. Las redes sociales proveen un registro accesible de los clips, comentarios y todo tipo de contenido que compartimos de forma online. Entonces, cuando echamos un vistazo, parece siempre que fuera muchísimo.
Tenemos, por un lado, que al perder el monopolio de la discusión pública frente a las redes sociales, los medios han dejado de marcar los temas a su audiencia. Y, por otro, como puede atestiguar cualquiera que pase algo de tiempo en una redacción, la mayoría de periodistas no despega la vista de su computadora ni pisa la calle durante toda su jornada laboral.
El único mundo que existe para buena parte de los redactores, la única actividad humana a la que prestan atención, es aquella que ocurre en Internet. Léase, en redes sociales.
Sumemos esos dos datos y nos encontramos con que algo es noticia, algo merece ser relatado o reseñado, si, y solo si, «se ha viralizado», «está arrasando en Twitter» o «ha roto Facebook». Y lo único que hace el periodismo es dar fe de ese número elevado de personas que han reaccionado ante el contenido en cuestión. No importa nada más. El periodista que corre a toda prisa para subirse a la ola en redes sociales no tiene nada más que decir. Y la mayoría ni siquiera hace ya el intento. Eso es lo grave.
Pero además, Internet y sus dinámicas extremistas y sentimentaloides -donde, como dice Chuck Klosterman, «no vas a reaccionar solo en plan ‘vi esta película, es una buena [o mala] película'», sino, más bien, esta película «hace que quiera matarme, y si no puedo matarme, entonces voy a matar a todos los demás en esta sala»- han acentuado la hipersensibilidad ante la crítica y han desvirtuado su lugar en el periodismo cultural.
Inés Sapochnik, una amiga experta en marketing digital para industrias culturales, respondía así a otro post en el que yo compartía la crítica de Lenore al relato de Manuel Bartual:
Yo me lo pasé genial [con el relato de Manuel Bartual] (…) Se vuelven cansinas todas las pegas. Ayer lo estaban crucificando [a Manuel Bartual] por sus comics «machistas». Vamos, que estamos en las que estamos, y el trabajo de censor/crítico cultural es ad honorem y abierto a todos. Yo me entretuve muchísimo, vería la peli, y ya está, volvería a mis libros y a mis cosas.
A lo que yo le respondía:
Así funciona ese bar de madrugada del tamaño del mundo que son las redes sociales. El problema, o más bien, lo que me interesa a mí es cómo y por qué la prensa entra al trapo de inmediato, se sube la corbata a la cabeza y se pone a invitar chupitos como el amigo borracho del novio que se casa el próximo finde.
Ocurre que cuando los medios intentan reproducir ese ambiente irreflexivo y bullanguero que caracteriza casi siempre a las redes sociales, se están metiendo en un callejón sin salida.
Porque, si en lugar de lecturas informadas y complejas como las de Carrión o Lenore, el periodismo cultural va a limitarse a dar el marcador de likes y shares y a informar con horas e incluso días de retraso de aquello que los usuarios de redes sociales ya saben que ha ocurrido, ¿para qué acudiría un lector a leerlos? ¿qué podría encontrar ahí que ya no tenga en su timeline o tweet feed?
Para aplaudir como focas sin contexto, reflexión ni esfuerzo crítico el enésimo fenómeno de redes sociales, no hace ninguna falta prensa cultural. Y la audiencia lo sabe. Lo peligroso es que no queda claro si lo saben también los periodistas.
A principios de agosto, un coro de medios en castellano anunciaba la buena nueva. El día 30 de ese mes llegaría por fin a nuestras computadoras, tablets y teléfonos «el Netflix de los deportes», donde podríamos ver en streaming y en directo «hasta el 95% de los eventos deportivos» gracias a una única plataforma.
La nota de la página web de Marca, del día 7 de agosto, decía lo siguiente (las negritas son suyas):
A partir del 30 de agosto, los suscriptores de esta plataforma podrán disfrutar en vivo desde cualquier dispositivo (teléfono móvil, televisión, ordenador…) de partidos, carreras y otros eventos deportivos.
El coste de este servicio variará entre los 20 y 30 dólares mensuales y ofrecerá contenido en HD y sin anuncios.
«Netflix es una videoteca de películas y series y Sportflix es en vivo y directo, lo que nos diferencia», ha declarado Matías Said, vicepresidente de la empresa.
Cuatro elementos presentes en ese artículo se repetirían una y otra vez en toda la cobertura de prensa que recibió el revolucionario «Netflix de los deportes»:
-Hasta el 95% de los eventos deportivos.
-Entre 20 (US$ 19.99) y 30 (US$ 29.99) dólares.
-A partir del 30 de agosto.
–Matías Said, vicepresidente de Sportflix.
Como decía al inicio, Marca no fue el único medio en hacerse eco de la fantástica promesa de Sportflix. De hecho, con su nota del 7 de agosto el diario deportivo español llegó algo tarde a la fiesta.
Si nos fijamos en el gráfico de Google Trends de abajo, veremos que antes del 2 de agosto las búsquedas del término «sportflix» en Google son prácticamente inexistentes. Es recién entre el 2 y 4 de agosto que la compañía de Matías Said consigue capturar la atención global:
Para aquellos que no conocen cómo funciona Trends, lo que hace la herramienta de Google es aplicar un valor entre 0 a 100 por día, según la cantidad de búsquedas del término realizadas por usuarios de todo el mundo. Así, «100 indica la popularidad máxima de un término, mientras que 50 y 0 indican una popularidad que es la mitad o inferior al 1%, respectivamente, en relación al mayor valor», según explica la propia página de Google.
Todos repetían, la mayoría en modo copy/paste, el listado de torneos o eventos deportivos que la plataforma prometía:
Dentro de Sportflix se podrá ver Tenis (Grand Slams y Masters), NBA, NHL, NFL, MLB, UFC, Boxeo (las peleas más importantes del año), F1 (las carreras más importantes del año), Golf (Majors, Masters y abiertos más importantes del año), JJOO y Fútbol.
Dentro del fútbol tendremos a nivel local Ligas de México, Argentina, Brasil, EEUU, España, Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Copa del Rey, Copa Italia, Copa MX, Copa Argentina, FA Cup, Supercopa de Italia, Supercopa de España y algunos amistosos de pretemporada. Y a nivel continental: Libertadores, Sudamericana, Recopa Sudamericana, Champions League, Europa League, Mundial de Clubes y Concachampions.
A nivel selección/internacional se suma Copa de Oro, Confederaciones, Eliminatorias, Mundial FIFA, Mundial Sub 20, Eurocopa, Copa América y algunos amistosos internacionales.
En algunos casos, como el diario El Comercio, de Perú, la cobertura no se limitó a un artículo en la web. El 7 de agosto le dedicaba a Sportflix una nota de casi una página firmada por el periodista Diego Pajares Herrada en la sección Luces de su edición impresa. El streaming apuesta por el deporte, decía el titular del artículo, para repetir luego uno tras otro los mismos detalles que hicieron de Sportflix la niña de los ojos de la prensa en español.
El periodista peruano citaba una entrevista del vicepresidente de Sportflix, Matías Said, con Forbes México, así como un genérico «medios internacionales».
Si un deporte no estaba en Sportflix, insinuaban todos esos medios, ese deporte no existe o no interesa a nadie. Olvídate de pagar televisión por cable o DirecTV, olvídate de ESPN, FOX Sports, NBA League Pass o de las accidentadas transmisiones piratas de Rojadirecta y sus amigos. Sportflix ha llegado -bueno, casi- para hacer tus sueños realidad.
Pero, ¿de dónde habían sacado los medios esa información? ¿Quién era la fuente? La clave estaba en una línea camuflada en varios de los artículos: dijo Matías Said, vicepresidente de Sportflix al portal ttvnews. Otros optaron por hacer copy/paste -con las muletillas «Dentro de Sportflix se podrá ver…» y «Dentro del fútbol tendremos…» incluidas- sin nombrar a la fuente.
TtvNews, o TodotvNews, es una web uruguaya especializada en noticias de la industria televisiva. Pertenece a TodotvMedia, compañía que según su propia página de LinkedIn:
«produce medios especializados impresos, digitales y servicios para la industria de la televisión y el entretenimiento a nivel internacional. Producimos la revisa (sic) Tdotv, Todotv Telenovelas, Todotv Formatos, Todotv Kids & Teens, Todotv Films & Series, el prestigios directorio Yearbook y la guía de exhibidores para eventos internacionales Listingbox»
Según data de Google Analytics disponible en Similarweb, TodotvNews recibió en julio de 2017 poco más 243 mil visitas, más del doble de lo que había alcanzado el mes anterior:
Para comparar, la principal página informativa de Uruguay, el site del diario El País, recibió más de 12 millones de visitas durante el mismo periodo. Cincuenta veces más que TodotvNews:
Digamos que, con ese tráfico, TodotvNews no es precisamente un medio de referencia en lo que a información de la industria televisiva global se refiere.
¿Se imaginan de dónde venía buena parte de esa pequeña avalancha de tráfico nuevo que recibió TodotvNews en julio?
De México. El país origen de esa «revolucionaria plataforma» llamada Sportflix, a cuyo vicepresidente, Matías Said, TodotvNews había entrevistado el último día del mes.
Todo lo que uno pudo leer sobre Sportflix después está ya en esa nota firmada por el periodista Gonzalo Larrea y titulada Sportflix: La disrupción OTT llega al mundo deportivo. Incluidos esos tres párrafos que tan alegremente copiaron casi todos los medios:
Algunos otros medios, que contaban con exactamente la misma información, o sea nada más allá de lo que decía la página web de Sportflix y lo que había repetido Said en sus repetitivas apariciones públicas, decidieron ir un poco más allá y realizar sesudos análisis sobre la importancia de Sportflix a la hora de «cambiar la estrategia del partido de los derechos audiovisuales».
Luis Carrillo Pinto se presenta como «periodista deportivo y mercadólogo de profesión» en su blog El deporte de hacer negocios, alojado en la página web del diario económico peruano Gestión.
En un post titulado Sportflix: la disrupción de una plataforma OTT que los broadcasters deportivos no anticiparony publicado el 7 de agosto, Carrillo Pinto utilizaba los escasos datos que mencionaba antes, sazonados con generalidades acerca de plataformas OTT (Over-the-Top) -término para la distribución de contenido audiovisual, ya sea películas o programas de televisión, a través de internet sin que los usuarios deban suscribirse a un servicio de tv por cable o satélite tradicional-, para construir una teoría general sobre el futuro de la transmisión de eventos deportivos.
Escribía Carrillo Pinto en su blog (las negritas son suyas):
Para la audiencia, ver los partidos en señal abierta ha dejado de tener interés y los nativos digitales buscan nuevas maneras de conectarse (a excepción de los partidos de la selección). Mucho más dinámicas y en sincronización con sus tiempos e intereses. El cable, o televisión paga, tiene la diferenciación de contar con informativos y programas especiales que completan la parrilla de programación, pero ese tipo de contenidos no mueven la aguja ni en audiencia ni en ventas publicitarias. Lo saben bien cadenas como ESPN, FOX Sports, beIN Sports y en el plano local, Movistar Deportes y Gol Perú. Sin embargo, todos los que hemos trabajado en TV deportiva, sabemos que la transmisión de eventos en vivo es el contenido que calienta la antena y crea verdadero compromiso de la audiencia. Sportflix, arriba para generar una nueva experiencia en el fan. Un jugador inesperado que llegó para cambiar la estrategia del partido de los derechos audiovisuales. El futuro del deporte es digital. Y ese futuro es hoy.
A estas alturas, luego de leer el análisis de Carrillo Pinto y decenas de artículos igualmente acríticos, empecé a preguntarme cómo era posible que nadie se diera cuenta de lo sospechosa que resultaba la fantástica promesa de Sportflix.
Como pueden ver en el gráfico de abajo, de 2015 en adelante el crecimiento de usuarios de cable en Estados Unidos, el mercado televisivo más importante del mundo, se mide en números negativos.
Es por ello que ESPN y TNT desembolsaron en 2016 24 mil millones de dólares para hacerse con los derechos globales de retransmisión de la NBA hasta el año 2025. Otro ejemplo: FOX, CBS y NBC pagaron a la NFL 27 mil millones de dólares por una extensión de contrato que abarca desde 2014 hasta 2022.
Y un tercer ejemplo: Turner, dueña de TNT, CBS, CNN, entre otras cadenas, sorprendió a todos este año llevándose los derechos de la Champions League para Estados Unidos en inglés por algo más de 60 millones de dólares al año. Univisión, a su vez, pagará alrededor de 35 millones más para transmitir la competencia en el mismo país pero en castellano. O sea, casi 100 millones de dólares anuales por transmitir el torneo de clubes de la UEFA sólo en Estados Unidos.
Por supuesto, todos esos acuerdos contemplan los derechos de retransmisión no solo en TV, sino también en streaming. De hecho, esa es una de las razones que explica por qué los precios han subido tanto. Las ligas deportivas del mundo han aumentado la factura porque las cadenas de televisión van a ofrecer, y ya están ofreciendo, sus partidos por cable y por nuevos sistemas de streaming OTT, diseñados específicamente para ello.
Toda la información de los cuatro párrafos anteriores (gráfico incluido) ha sido ofrecida, discutida y analizada en profundidad y por extenso en la prensa generalista, deportiva y sectorial. Es decir, se encuentra a disposición de cualquier persona con un mínimo de curiosidad o interés por el asunto. Y, por supuesto, debería formar parte de la cultura general de aquellos que se presentan como expertos o analistas de la materia.
Así que cuando aparece un señor sin ninguna experiencia en el mundo deportivo y la industria de medios, representante de una compañía de la que jamás habíamos escuchado hablar y que ofrece un trato a todas luces imposible, lo mínimo que uno puede hacer es dudar. Sobre todo cuando en esa entrevista que todos los medios citan se le pregunta acerca de los derechos televisivos y responde: «No estoy apto para hablar de ello por cuestiones de confidencialidad firmadas, pero estoy seguro que todas las partes quedan contentas».
Así que dudé. E intenté contactar a Matías Said, vicepresidente de Sportflix. A través de un par de amigos en México, conseguí su número de teléfono. Intenté comunicarme con él en distintas ocasiones. Llamé por teléfono y escribí por WhatsApp, le escribí también a sus cuentas de redessociales, pero nunca obtuve respuesta.
Mientras yo intentaba comunicarme con Said, ocurrió lo esperado. El 10 de agosto, FOX Sports -dueño de los derechos de retransmisión de la liga de fútbol argentina, entre otros eventos- envió un comunicado en el que señalaba no tener relación ni negociación alguna con Sportflix:
Ante noticias publicadas en diferentes medios en la región, FOX Sports Latin América desmiente de forma categórica haber mantenido o estar actualmente en conversación o negociación alguna relacionada con nuestros derechos deportivos con la empresa Sportflix. No tenemos conocimiento alguno sobre esta empresa y no se ha entablado ningún contacto con la misma.
Es importante señalar que la mayoría de las propiedades transmitidas por FOX Sports en América Latina son exclusivas y así permanecerán en beneficio de los 61 millones de suscriptores y hogares en 19 países que día a día nos eligen a través de nuestras múltiples plataformas de televisión o vía digital en la App de FOX Sports.
Entre los contenidos que transmite FOX Sports se cuentan la CONMEBOL Libertadores Bridgestone, CONMEBOL Sudamericana, Liga de Campeones CONCACAF, la Bundesliga, NFL, MLB, WWE, UFC, Premier Boxing Champions, NASCAR, Rally Dakar, Formula 1, Fórmula E, Serie A TIM italiana y la UEFA Champions League, entre otros.
FOX Sports Latin America trabaja conjuntamente con los propietarios de estos contenidos para tomar todas las acciones necesarias en pos de proteger nuestros productos de la piratería y el uso ilegal de estos derechos.
Algunos de los medios que días antes habían cantado las virtudes de la nuevaplataforma, ahora volvían a hacerse eco de una información que les había sido entregada por un tercero. Sin más. Como si con ellos no fuera la cosa.
Hubo un periodista de uno de esos medios, el argentino Marcelo Gantman, del diario La Nación, que sí hizo lo que casi todos sus colegas no hicieron, dudar, y consiguió lo que yo no conseguí, conversar con Matías Said.
El zumbido se originó en México y lleva varias semanas de intensidad en redes sociales. El solo anuncio del surgimiento de una plataforma que contenga todo el deporte en vivo relevante para los fanáticos, sin restricciones y sin que nadie todavía haya visto nada de ella, fue tomado como una aparición divina. Se trata del misterioso sitio Sportflix, señalado como el «Netflix de los deportes».
La nota de Gantman fue publicada en el site de La Nación el día 16 de agosto, casi una semana después de que Fox Sports señalara en un comunicado que no tenía ninguna negociación con Sportflix. En ella el periodista argentino relata la conversación que mantuvo por Skype con Said.
Luego de intercambiar un par de mensajes directos en Twitter, hablé por teléfono con Gantman. Lo primero que le pregunté fue cómo había logrado hablar con Matías Said. El periodista argentino me dijo que a finales de julio, antes de que Sportflix saltara a los titulares de la prensa internacional, se topó con algunasnoticias en mediosmexicanos acerca de la nueva plataforma. Así que envió un mensaje a través de messenger en la página de Facebook de la compañía y de inmediato lo contactó la agencia Vivian Smith PR Consulting. Gracias a la agencia concertó rápidamente una entrevista con Said, que tuvo lugar el 28 de julio vía Skype.
Esa conversación es la que relató más de quince días después en su artículo para La Nación. Entremedias, el 10 de agosto, FOX Sports había anunciado ya que no tenía ningún acuerdo ni estaba negociando cesión alguna de los derechos que tanto dinero le han costado. Gantman me dijo que, cuando FOX Sports se pronunció, volvió a intentar contactar con Said. Le escribió directamente, buscando una explicación. El vicepresidente de Sportflix, claro, no dijo nada. Nunca le respondió.
Tiempos extraños estos, en los que llama la atención un periodista que hace su trabajo. Que duda, indaga y va a la fuente para comprobar si es verdad tanta belleza.
Pero hubo otro periodista argentino al que Matías Said sí contestó acerca de la inexistente relación entre Sportflix y FOX Sports.
El mismo 10 de agosto, antes de que Said desapareciera, Fernando Niembro logró preguntarle cómo iba a manejar Sportflix lo ocurrido con FOX Sports durante una entrevista telefónica en su programa de radio:
Hace dos, tres días se empezó a hacer mucho ruido porque FOX y Turner salieron a hablar del tema. Nosotros como empresa, independientemente de que la base sea mexicana, somos una empresa a nivel internacional que decidimos no meternos en la polémica, no salir a discutir, porque es una manera también estratégica de las mismas cadenas de hacerse nombre y hacerse fama porque hoy en día el boom y el ruido lo hace Sportflix. Nosotros no vamos a entrar en esa polémica. Explicándote un poquito de cómo se trata esa parte interna, que mucho no puedo hablar por temas de confidencialidad, lógicamente, pero puedo decir que se encontraron los huecos tanto legales como de negociación con la mayoría de las cadenas para que nosotros podamos transmitir (…) Muchas veces pasa que la gente tiene los derechos solo de transmisión por televisión y no a través de internet, se entró por ahí. Otras veces pasa que si vos no me querés dar la señal de allá, la busco en otro país, y ahí sí se puede legalmente.
(…)
Nosotros, olvidate, no ganamos un centavo de los 20 dólares. Nuestra tirada, hablando ya de negocios, es armarnos de una base de datos enorme, y esa base de datos es invaluable a futuro. Porque vas con las empresas realmente de deportes o relacionadas con deportes, o las marcas, y les decís: mirá, acá tengo una base de datos que te puede servir para esto, para esto y para vender publicidad (…) Y el día de mañana, te digo algo que no sabe nadie, vas a tener la exclusiva por así decirlo, nuestra tirada es, yo [Sportflix] ya no voy a pagar por la retransmisión a una cadena, la cadena me va a pagar a mí por meter su transmisión a Sportflix, como hoy en día le pasa a Netflix. (sic)
Una colección de sinsentidos, si uno atiende a los datos de la batalla por los derechos de retransmisión de deportes que comentaba párrafos arriba o ha leído acerca de la millonada que gasta Netflix para obtener contenido producido por otras cadenas y productoras.
Si tienen 20 minutos que perder y quieren reírse un poco, aquí tienen el audio de la entrevista:
Además de FOX Sports, otra compañía menos conocida también anunció en un comunicado que su relación con Sportflix era, cuando menos, complicada. El 24 de agosto, la agencia Vivian Smith PR Consulting, publicaba y distribuía esta nota de prensa:
Después de quealgunosmedios reprodujeran el comunicado de Vivian Smith PR Consulting, intenté contactar con la agencia. Entré a su página web, rellené el formulario de contacto y esperé. En la web, Vivian Smith informa que, además de dirigir la agencia, es vicepresidenta de la Asociación Nacional de Profesionales de la Imagen de México (ANPI).
Así que mientras esperaba que alguien en la agencia respondiera a mi solicitud de entrevista (curiosa una agencia de relaciones públicas que no ofrece ninguna forma de comunicarse más allá de un formulario de contacto), intenté contactar con la ANPI.
Ingresé a la página web de la asociación, llamé al teléfono del encabezado, pero cada vez que marqué me saltó un tono de número inválido. Escribí un email a la dirección que aparece en el site y también rellené el formulario de contacto. Para ser una asociación de profesionales dedicados a la comunicación y la imagen, son bastante poco comunicativos y visibles en ANPI. Todavía sigo esperando que alguien responda.
Por suerte, pude ubicar a Vivian Smith a través de su página personal de Facebook. Le escribí por messenger y no tardó mucho en responder. Cuando le dije que quería hacerle algunas preguntas acerca de su antiguo cliente, Smith, o la persona detrás de su cuenta de Facebook, me respondió: «la verdad no puedo comentarte nada de sportflix una porque la verdad no se nada y dos porque así me lo recomiendo mi abogado» (sic). Insistí un poco, pero frente a cada nueva pregunta, la respuesta fue siempre la misma: «no puedo contestar nada de sportflix. Perdón. Así me lo estableció mi abogado con este tema «.
Ante la negativa, le pedí que me facilitara algo más de información sobre su agencia. ¿Cuánto tiempo lleva funcionando? ¿Con qué otros clientes ha trabajado? También le pedí que me enviara el comunicado de prensa original con que se había desvinculado de Sportflix y las notas de prensa que había enviado antes en nombre de la empresa de Matías Said.
A lo primero accedió, aunque luego nunca recibí la información. El comunicado con el que terminaba su relación con la plataforma deportiva es el de arriba, ese sí me lo envió a través de messenger. Sobre las notas de prensa me dijo: «Perdón Diego en verdad ya no puedo mandar nada. Y lo único que quiero es dejar esto en el pasado (…) Como te comenté mi abogado me tiene prohibido dar información de ningún tipo. Mi agencia cumplió con su trabajo y posteriormente se mandó un comunicado explicando el término con esa marca. Me encantaría dar una explicación más concreta pero la realidad es que no la tengo». Tras ese último mensaje, le agradecí por la información y me despedí.
Como me había dicho Marcelo Gantman, los medios mexicanos habían empezado a hablar de Sportflix antes que el resto. No es difícil imaginar por qué. Su vicepresidente Matías Said decía residir en México y la agencia de relaciones públicas que ayudó a ubicarlo en boca de periodistas y medios tiene sede en ese país.
El 28 de julio, tres días antes de la entrevista de TodotvNews y cinco antes de que Sportflix empezará a acumular búsquedas en Google, Milenio TV ofrecía una entrevista con Matías Said:
Ese mismo día, el site La Silla Rota también reproducía unas declaraciones de Said acerca de la maravillosa oferta de Sportflix. El día anterior, 27 de julio, la web de la edición mexicana de GQ publicaba un escueto artículo en el que explicaba:
Ahora, para los amantes de los deportes ha llegado una excelente noticia con el lanzamiento próximo del primer servicio vía streaming exclusivo para deportes, el cual llega a nuestro país a finales de agosto, específicamente el 30, se trata de una plataforma que contiene únicamente eventos deportivos en vivo por internet y puedes verlos desde tu televisión o smartphone.
Soy muy apasionado de los deportes y hace aproximadamente 3 años ver un partido me costaba muchísimo trabajo, tenía que agarrar la computadora conectarla a la televisión, buscar por todos lados y llenarme de virus o publicidad. Entonces en mi cabeza surgió la idea de que cómo puede ser posible que con toda la tecnología que hay hoy en día no exista algo que junte todos los deportes y se los pueda ofrecer al público. Con esa idea comencé a moverme, para mí fue hora de emprenderla. (sic)
Bescós empezaba su artículo llamando a Sportflix «el Netflix para los apasionados del deporte» y señalando que «estará disponible a partir de agosto».
La mención más antigua de Sportflix y Matías Said que pude encontrar es una entrevista realizada el 30 de mayo de 2017 por la periodista de espectáculos mexicana Shanik Berman en su programa de radio Shanik en Fórmula. Pueden escuchar la entrevista completa aquí:
Ahí Said señala que Sportflix estará disponible a partir de inicios de agosto. Cuando se acercó esa fecha, el lanzamiento fue reprogramado. Para finales de julio, la nueva fecha de lanzamiento ya era el 30 de agosto. Así lo anunciaban todos los medios que cité al comienzo. ¿Qué ocurrió cuando llegó el 30 de agosto? Nada.
¿Qué ocurre hoy con Sportflix? Nada. Pese a que sus responsables parecen empeñados en mantener la mentira. Este es el mensaje que puede verse si uno ingresa a su página web, hoy 3 de setiembre, cuatro días después de su anunciado estreno del 30 de agosto:
¿Y los medios que anunciaron con bombos y platillos la revolución que llegaría a nuestras pantallas el 30 de agosto? La mayoría, bien, gracias. Algunos pocos, por suerte, han demostrado tener algo de vergüenza y que, aunque sea a posteriori, entienden de qué se trata nuestro trabajo.
¿Se acuerdan de TodotvNews? El site uruguayo de noticias de la industria televisiva, tras dar el pistoletazo de salida al fenómeno Sportflix fuera de México con esa entrevista firmada por Gonzalo Larrea, parece ser otro de los pocos medios al que le importan sus lectores y que ha aprendido la lección. Desde que FOX Sports se desmarcara del «Netflix de los deportes», TodotvNews ha seguido el caso con atención y ha informado con regularidad y un mínimo de sentido crítico acerca de los múltiples problemas que presenta la maravillosa oferta de la empresa de Matías Said.
El resto, como mucho, ha publicado la nota en que la agencia Vivian Smith PR Consulting anunciaba que dejaba de trabajar con Sportflix o el famoso comunicado de FOX Sports. Como si un medio noticioso fuera un tablón de anuncios en el supermercado, donde cualquiera coloca el reclamo informativo o publicitario que desea. Como si, para cumplir con el periodismo y los lectores, bastara publicar la información que, a posteriori, desmiente la mentira publicada por uno mismo. Como si fuera igual rectificar un error que subsanar una mentira. Y, claro,no lo es.
Un error supone haber hecho el esfuerzo -pequeño, al menos- para estar en lo cierto, y haberse equivocado en el intento. Luego toca asumirlo, explicar por qué, pedir disculpas y rectificar. Para subsanar una mentira hace falta, primero, tomar conciencia y asumir que uno miente, para luego pedir disculpas por haber faltado a la verdad.
Pero parece que buena parte de los periodistas no entienden que, al propagar mentiras ajenas sin detenerse un segundo siquiera a verificarlas, no solo no están haciendo su trabajo, aquel por el que se les paga y por el que los lectores se toman la molestia de leerlos, sino que se pasan el día mintiendo ellos mismos delante de la pantalla y el teclado del ordenador.
Las opciones que tenemos son pocas. Como explicaba hace unos días el escritor Sergio del Molino:
Lo único que puede hacer quien quiera ser consecuente moral e intelectualmente es esa cosa tan ingrata de escarbar, verificar y enfrentarse a la propaganda, el bulo y la posverdad. Ese trabajo de hormiguita reportera que ya no se hace en casi ningún sitio, justo cuando más fácil es de hacer. Podar todo, cortar las ramas de los prejuicios y dejar a la vista los hechos incontestables. Porque, aunque la verdad es incognoscible, en términos filosóficos, hay una forma pedestre de verdad, accesible a jueces y periodistas, que consiste en exponer, más allá de cualquier duda, la convicción de que las cosas sucedieron así y no de otra manera. Para todo lo demás, es más digno estar callado.
Verificar o mentir.
Para seguir pegando anuncios en el tablón del supermercado, mejor quedarnos callados.
En diálogo con ttvnews, Carlos Martínez, presidente de FOX Networks Group Latin America, comenta acerca de las acciones que ha iniciado la compañía y las medidas que tomarán tanto la compañía que dirige, como la industria de la TV en su conjunto a través de TAP Latin America y las principales ligas deportivas en el caso de que la plataforma Sportflix inicie sus operaciones.
En la entrevista, realizada por teléfono según me confirmó el periodista, Martínez explica las acciones que tomará FOX Sports en caso Sportflix empiece a emitir:
Fuimos los primeros en emitir un comunicado para decirle al público que no se confiara de que Sportflix tuviera todos los derechos y que desde FOX Sports no realizamos ningún tipo de negociación con ellos. No sabemos quiénes son. Nunca los hemos visto. Por eso queremos aclarar que las propiedades son nuestras y van a seguir siendo exclusivas de FOX Sports.
(…)
Estamos preparados porque al momento que Sportflix salga al aire -si es que deciden hacerlo y, obviamente con alguna propiedad nuestra-, se actuará en consecuencia. Claro, si ellos tienen sus propiedades, bienvenida la competencia. Pero vamos estar muy pendientes en el sentido de que si toman alguno de nuestros derechos actuaremos en consecuencia. Ya tenemos preparado todo nuestro equipo legal y estamos a la fecha monitoreando cinco países de América Latina.
(…)
Ya hablamos con la mayoría de las ligas y éstas han enviado las respectivas cartas de advertencia diciendo que Sportflix no tiene sus propiedades. Las propiedades están vendidas a otros licenciatarios como puede ser el caso de FOX Sports. Obviamente, como decía anteriormente, Sportflix aún no ha salido al aire. Esto es una advertencia. Pero te aseguro de que si Sportflix sale al aire robando señales, todas las ligas deportivas van a actuar en consecuencia, porque los costos deportivos son muy caros y todos los tenemos que proteger, tanto quien los compra -como es el caso de FOX Sports-, como el que los vende.